El libro número 67 de mi Biblia - Recursos Escuela Sabática

e niña, me criaron mis abuelos, así que tuve el privilegio de crecer en un hogar adventista. Mi padre, que era policía, y mi madre, enfermera, se ausentaban ...
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El libro número 67 de mi Biblia BELICE | 4 de Octubre

Arlene

MISIÓN ADVENTISTA DIVISIÓN INTERAMERICANA

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e niña, me criaron mis abuelos, así que tuve el privilegio de crecer en un hogar adventista. Mi padre, que era policía, y mi madre, enfermera, se ausentaban prácticamente todo el día de la casa, así que me dejaron con mi abuela para que me cuidara. Recuerdo cómo, por las mañanas, mis abuelos y yo hacíamos juntos el devocional, y cómo mi abuelo me ponía cariñosamente la mano en la mejilla mientras orábamos. Durante mi adolescencia, sin embargo, vol-ví a vivir con mis padres, y ahí es donde mi vida cambió drásticamente. Mi padre no era adventista, así que esperaba que los sábados yo me quedara en la casa limpiando. Además, comíamos cerdo casi todos los días. Desde entonces y en adelante, mi vida fue cuesta abajo. Me casé con un farmacéutico que era adicto a la cocaína y que tenía dos hijos, y mi matrimonio terminó cuando mi esposo murió en un accidente de tránsito. Anhelando algo

mejor para mi vida, emigré temporalmente a los Estados Unidos, y cuando regresé a Beli-ce me casé de nuevo. Por aquel entonces, el hijo que yo tenía de mi anterior matrimonio fue secuestrado y posteriormente asesinado. Entonces, me di cuenta de cuán desesperadamente necesitaba a Dios.

Mi mayor necesidad Siempre he tenido relación con adventistas, algunos de los cuales fueron lo suficientemente valientes como para decirme: “Arlene, estás perdida; necesitas regresar al hogar”. Y tenían razón, pero hasta que pasó lo que pasó con mi hijo no desperté. Ahora entiendo que yo era una hija pródiga, que se fue a un país distante hasta que la necesidad me hizo querer volver al hogar de mi Padre. Aprendí con aquella experiencia que nada de lo que se encuentra fuera del hogar puede satisfacer nuestro corazón. Cuando comencé a trabajar como bibliotecaria en la Universidad de Belice, había en mi iglesia un club llamado Adventist Fellowship, aunque en realidad no era muy activo. Pero, hace

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¿Quiénes son esta gente? Empecé a preguntarme quién era aquella gente. Tenían casi treinta años y no eran estudiantes típicos. Por la manera en que hablaban y se comportaban, por los modales que tenían en todo momento, me di cuenta de que no eran gente común y corriente. Un día me llamó mucho la atención uno de los anuncios que colgaron en el campus y decidí asistir a la reunión. El tema del que hablaron fue la recreación. Se dieron datos y se expresaron ideas sobre ciertos tipos de música y de baile. Aprendí muchas cosas acerca de los artistas que veía en la televisión y con cuya música a mi familia y a mí nos gustaba bailar. Aquella reunión me abrió completamente los ojos a los efectos negativos de cierto tipo de diversiones. Fue como si se hubiera descorrido un velo para mí. Quería más. Tenía ansias de saber. Ellos me preguntaron si estaba interesada en recibir estudios bíblicos y les dije que sí. Siendo como soy bibliotecaria, siempre quiero saber más de todo. Así que, me hablaron del Apocalipsis y le pidieron a un obrero bíblico que estudiara la Biblia conmigo. Aquél obrero era siempre muy puntual, y estaba bien preparado; le po-

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día preguntar cualquier cosa, que él tenía respuesta para todo. De pronto, me sorprendí a mí misma esperando con impaciencia cada estudio.

De vuelta a casa Seis meses después fui bautizada gracias a los dos jóvenes adventistas y al testimonio de quienes dirigían Adventist Fellowship. Me gustaba su estilo de vida, su disciplina, sus modales, la manera en que siempre se conducían... Ellos fueron para mí el libro número 67 de la Biblia. El método que los dos muchachos emplearon en la universidad funcionó conmigo, y el club definitivamente tuvo un gran impacto en mi vida. Ahora Dios es mi roca y mi fortaleza; es mi todo. Yo formo parte del equipo administrativo de la universidad en la que trabajo y ahora quiero ser una buena influencia, tanto sobre los alumnos como sobre los administradores, a través de mi conducta y de mi carácter. Quiero hacer por ellos lo mismo que los muchachos y el club hicieron por mí. He llegado a un punto en mi vida en el que realmente necesito a Dios. De niña pude ver cómo mis abuelos superaban sus crisis llevando todo al Señor en oración. Recuerdo a mi abuelo orando por mí, y me doy cuenta de que era solo cuestión de tiempo que yo volviera a casa. Y así es exactamente como me siento: como una hija pródiga que ha vuelto al hogar del Padre. Ahora estoy de nuevo en casa y mi misión es traer también a otros, especialmente a los miembros de mi familia. Después de mi bautismo, mi tía me llamó y me dijo: “Si tú has vuelto al hogar, yo también lo voy a hacer”. Mis abuelos plantaron la semilla por mí y ahora yo quiero hacer lo mismo por los demás.

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tres años, llegaron al campus dos nuevos alumnos y enseguida me di cuenta de que eran diferentes, tenían algo especial. Los observé semana tras semana colocando carteles por los edificios de la universidad y entregando invitaciones a todo el mundo para que asistieran a las reuniones del club. También me invitaron a mí, y me enviaron mensajes de texto al celular para recordarme el día y la hora de la reunión. No asistí, pero ellos fueron tan insistentes que quedé gratamente impresionada con su organización y su actitud.

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