El Kosario q Chinácota
CAPITULO XL
De los primeros indios motilones que los conquistadores pudieron someter, poco antes de fundar a San Faustino, se formó el pueblo de Cúcuta, cerca del río Pamplonita y ocho décimos de legua al oriente de San José. "Tiene muy buena iglesia, bien alhajada, dice Oviedo ^, y buena casa cural de teja, que fabricó el Maestro Zapata, cura de allí muchos años. Su temperamento es muy cálido pero sano. Es tierra de mucho comercio por la grande abundancia de cacao que produce, y acuden de todas partes a comprarlo, embarcándolo también para Maracaibo por el Zulia. Tendrá el pueblo más de 100 indios ricos en su esfera, porque son dueños de cacaguales; y aunque no tenga vecinos blancos este curato, le basta con los indios por ser competente y haber cofradías ricas que rentan más de 700 pesos. Hay muchas culebras, garrapatas y otras sabandijas". En el día cuenta la parroquia 860 moradores blancos y mestizos, habiendo desaparecido el tipo indígena, e igual suerte han corrido las productivas plantaciones de cacao mencionadas por Oviedo; la tierra, fatigada con una sola especie de cultivo, negó a los árboles el jugo necesario y la mancha destruyó constantemente las cosechas, tanto aquí como en San José y el Rosario; cesó el comercio; concluyeron las cofradías, y de la antigua riqueza del pueblo no ha quedado más señal que la grande y sólida iglesia, de la cual parecen huir los miserables ranchos de paja esparcidos por la estéril llanura. Cerca de Cúcuta se hallan manantiales calientes de agua ferruginosa, cuya temperatura marcó el termómetro centígrado en 47°, siendo la del aire libre 25°,5 y el peso del agua 12°,5. Brota en el llano perforando la gruesa capa de sedimento lacustre que cubre el terreno secundario. Una legua casi al oriente de estos manantiales, al pie del cerro del Mono, hay pequeñas cavidades en forma de embudos que varían de lugar y arrojan 1 Pensamientos y noticias escogidas, 1761.
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borbollones de greda amarilla muy diluida, fría e inodora. Talvez corresponden con las fuentes de agua hirviendo que al otro lado del Táchira arrojan las faldas occidentales de los cerros venezolanos en los sitios llamados La Virgen y Botón, no obstante que resultaron saturadas de bisulfato de sosa, con 61° de temperatura, siendo la del aire calentado por aquellas hornallas 32°, y el peso del agua 13°. Los cerros, compuestos de arenisca caliza, se manifiestan pedregosos y derruidos; las piedras impregnadas de azufre sublimado, y es fama que el temblor de 1849, que arruinó a Lobatera y sacudió al Rosario y San José, mudó también el asiento de los manantiales, ahora situados a 471 metros de altura sobre el nivel del mar, y 140 metros superior a la llanura de Cúcuta. Entre aquel pueblo y la cabecera del cantón, situada dos leguas no completas en dirección al sur, promedian vegas poco fértiles y una cadena de cerros que son apéndices del ramal llamado Tasajera. Rodeada por arboledas frondosas, a cuyo amparo crecen los perfumados cacaotales, tiende la villa del Rosario sus calles rectas, limpias y bien empedradas, y levanta sus casas de teja y su espaciosa iglesia, bajo muchos respectos memorable. No es población ruidosa y agitada como San José, sino quieta y con algo de solemne que sienta bien a la cuna de Colombia. Las rentas públicas pagan la enseñanza primaria de 32 niños y 40 niñas concurrentes a dos escuelas, cuyos beneficios morales se completan en dos casas de educación secundaria, la de jóvenes dirigida por el estimable señor Pedro José Diéguez, a la cual asisten 26 alumnos, y la de niñas por la señora Manuela Mutis, matrona virtuosa que con su ejemplo y la enseñanza perfecciona el alma de 17 jóvenes, tan modestas como entendidas. Si la concurrencia del comercio ha dado a San José la supremacía de las riquezas, el esmero por la instrucción pública y privada afianzará la supremacía intelectual del Rosario, más noble y duradera que la otra. El día 6 de mayo de 1821 se encaminaron a la iglesia del Rosario 57 diputados por Cundinamarca y Venezuela, presidiéndolos el general de división Antonio Nariño, y oída la misa del Espíritu Santo pasaron a la sacristía, convenientemente preparada. El general ocupó un sillón debajo del solio puesto en mitad de la pared lateral extrema; "leyó un discurso propio del acto, y concluido, puesto en pie, preguntó: ¿Son de opinión los señores diputados que puede procederse a la instalación del congreso?, y habiéndose votado unánimemente que sí, dijo el presi-
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dente: El congreso general de Colombia queda legítimamente instalado; en él reside la soberanía nacional"^. "El 4 de junio, después de profundas e imparciales discusiones, los representantes de lo que antes se llamó capitanía general de Venezuela y virreinato de la Nueva Granada, sancionaron la unión de entrambos pueblos en un cuerpo de nación. Esta solemne declaración hace aparecer la República de Colombia sobre un territorio inmenso, enriquecido con los más preciosos dones de la benéfica providencia, santificado con el martirio de sus sabios y honrado con la sangre de sus héroes" ^. ¡ Efímera grandeza que sólo nueve años duró! Todo entre nosotros pasa velozmente, y apenas quedan rastros de lo que fue, creyéndolo eterno. Un perno de hierro, clavado en la pilastra donde se apoyaba el solio, es cuanto queda para recuerdo del constituyente de Colombia en la histórica sacristía. Muchos de los que allí concurrieron han bajado al sepulcro; los que aún viven se asombrarán a ratos meditando en lo que entonces imaginaron fundar y lo que ahora ven: lo que pensaron ellos y lo que han ejecutado sus hijos. Pasando por la sacristía se llega al patio interior de la iglesia, en cuyo extremo inmediato al crucero de las naves hay un pequeño monumento piramidal con su lápida de mármol, que dice: AQUf DESCANSAN LOS RESTOS DEL CIUDADANO GENERAL PEDRO FORTOUL. NACIÓ EN EL ROSARIO DE CÚCUTA EL 28 DE MAYO DE 1780. EN EL AÑO DE 10 EMPUSÓ LA ESPADA EN DEFENSA DE SU PATRIA. SIEMPRE FIEL A LAS INSTITUCIONES LIBERALES. BUEN ESPOSO Y EXCELENTE PADRE. MURIÓ EN SAN JOSÉ DE CÜCUTA EL 5 DE ENERO DE 1837. A SU MEMORIA SU ESPOSA E HIJOS DEDICAN ESTE MONUMENTO.
El cual es más que monumento privado, pues conmemora la patria y la edad de uno de nuestros proceres, soldado de la independencia y su fiel servidor, cuyo nombre ha perpetuado Pamplona, imponiéndolo a un nuevo cantón. Somos tan olvidadizos con respecto a los hombres de 1810, que al hallar recuerdos de este género quisiera que todos los viesen, porque inspiran el deseo de registrar la historia de lo pasado, y ocasionan de esa manera la rectificación de muchos juicios aventurados que frecuentemente oímos pronunciar sin pleno conocimiento de causa. 1 Acta de instalación del primer congreso general de la República de Colombia. - Alocución del congreso a los pueblos. Junio 6 de 1821.
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A la extremidad de la villa, camino para San José y fin de la calle, se ve la tapia que por este lado sirve de lindero a una plantación de cacao. Al cabo de la pared se abre la puerta que da ingreso al callejón de entrada, y en su remate, sobre la mano derecha, está una casa de tapia y teja con claras señales de antigüedad en su construcción mezquina y el color del techo. Pasado el corredor donde concluye la escalera de un cuarto alto, se entra en la sala, cuadrada y húmeda, siguiéndose el espacioso dormitorio que viene a quedar debajo del cuarto alto. En este dormitorio se oyó a principios de abril de 1792 el llanto de un recién nacido, al cual bautizó el presbítero don Manuel Francisco de Lara, poniéndole por nombre Francisco de Paula, y ya cristiano lo entregó a su padre, don Juan Agustín Santander, dueño de la plantación de cacao, quien talvez alimentó la idea de que aquel niño le sucedería en las pacíficas labores de agricultur a ; pero Dios le había marcado con el sello de su elección para mayores cosas. La revolución lo encontró estudiando leyes, lo arrastró a los campos de batalla, le ciñó laureles en Boyacá, y lo sentó, junto a Bolívar, bajo el solio del poder supremo. La casa en que jugaba cuando infante, los árboles que le vieron crecer y ensayar sus fuerzas, pertenecen hoy a una señora üana y amable que la vive con su familia, propietaria de la hacienda, y tan ajena de darle importancia como lugar histórico, que no sabía con certeza en cuál de los dos cuartos, el alto o el bajo, había nacido Santander. Por los años de 1760 había un corto número de humildes casas donde ahora está el Rosario de Cúcuta. Ascensión Rodríguez, hombre acomodado, hizo donación de tierras para edificar y ayudó a sus convecinos españoles en la solicitud del título de parroquia, previa dotación del curato con $ 180 y 2 reales. Obtuviéronlo después de largos litigios, en 1773. Cinco años adelante dictó el visitador Moreno varias providencias para el arreglo de caües y fábrica de la iglesia, en que los vecinos pusieron mano tan de veras, lo mismo que en la represión de los indios motilones, confinantes u hostiles, que por consulta de la cámara de Indias expidió el rey su cédula en 18 de mayo de 1780, concediendo a la parroquia el título de noble, fiel y valerosa villa, con ayuntamiento y alcalde ordinario, cosas que en aqueüos benditos tiempos se tenían en mucho y producían la confección de sendos casacones bordados, remate y coronamiento de la pobre ambición de nuestros abuelos. La vüla se encuentra junto al río TáQhira, en un£^
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vega estrecha poblada de árboles que resguardan las plantaciones de cacao extendidas hasta meterse en los patios. Tiene 2.000 vecinos, y su distrito 4.580; el temperamento es sano, marcando el termómetro centígrado de 25 a 29°; la altura sobre el nivel del mar 348 metros. La población se compone de blancos, mestizos y africanos, gente buena, y los más de ellos agricultores, sucediendo que muchos tienen sus casas en tierra granadina junto a la orilla izquierda del Táchira, y sus labranzas al otro lado de la frontera, por donde vienen a ser neutros en materia de nacionalidad; si en la Nueva Granada hay reclutamiento, aquellos neutros pasan al Táchira, se alojan en el conuco y se dicen venezolanos; si el apremio viene de Venezuela, se están en la casa muy tranquilos y ponderan su calidad de granadinos, de manera que no prestan asidero por ningún lado. Al reclutamiento es a lo que más le temen, y lo que a veces produce su emigración por centenares, con no pequeño perjuicio del país nativo, que bien pudiera evitarse, declarándolos exentos del servicio militar. Asegurábame uno de ellos, vecino del Cerrito, que si tal medida se dictara veríamos poblada toda la ribera granadina del Táchira, y cultivadas sus vegas, que hoy permanecen eriales en gran parte; así lo creo; y los bienes de todo género que produciría esta medida compensarían sobradamente la falta de unos pocos soldados; hay casos en que un privilegio es un favor público. Partimos del Rosario impelidos por nuestros deberes, que sin ellos habríamos permanecido más tiempo, cautivados por la benevolencia y generosa hospitalidad de los notables y el cura, quienes con la mayor finura prevenían todas nuestras necesidades, colmándonos de favores y obsequios a cada instante, y completando la medida de nuestra deuda del corazón hacia los moradores de la más culta de las provincias del norte. Conforme marchábamos a la extremidad sur del cantón San José, se alzaba el terreno insensiblemente y se modificaba la temperatura; las llanuras de aluvión quedaban atrás; las serranías se levantaban delante mostrando su formación caliza, sus pequeños valles cubiertos de gramíneas, sus manchones de bosque vigoroso y resonante con las caídas de agua viva, que luego corren cristalinas y apresuradas a pagar su tributo al Pamplonita. Cuando terminaba el día llegamos a una meseta muy bella, rodeada de altos cerros que anuncian las tierras fragosas de Pamplona, y al concluir la pequeña ceja de monte que atraviesa el pamino descubrimos a Chinácota.
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Este pueblo fue de chitareros, puesto bajo la doctrina de frailes dominicos después de sojuzgada la comarca por los sucesores de Ursúa y Velasco, primeros conquistadores de Pamplona. El régimen de encomiendas destruyó la población indígena, quedando sólo 30 indios en 1761 con otros tantos vecinos blancos, pobres y derrotados. Hoy cuenta 2.012 el distrito entero, y el pueblo no pasará de 200, alojados en casas de paja bien desaliñadas. La meseta ofrece terrenos fértilísimos, particularmente para el café, pues se halla, respecto del mar, a 1.925 metros de altura, con 20° centígrados de temperatura media. Dos leguas al noroeste le demora la aldea de Bochalema, que desde 1795 adquirió el título de parroquia, segregándose de Chinácota, sin más fruto que haberse introducido por allá una imagen mejicana que llaman Virgen de la Cueva Santa, infinitamente más provechosa para el cura que para los feligreses. No así la introducción de las siembras de café, debida a la perseverancia del señor González, vecino útil e inteligente, cuyo buen ejemplo han seguido muchos estancieros plantando más de 30.000 matas, que en aquellos inmejorables terrenos producen 3.600 arrobas de cosecha segura, prontamente vendidas a 12 pesos. En este fruto y en las siembras de cacao, todavía no acometidas, se cifra el bienestar de ambos pueblos. Varios capitalistas de San José y Pamplona lo han comprendido así en vista de ensayos felices, y empiezan a fundar haciendas que les retribuirán con largueza los gastos de establecimiento. Ya se dijo que la población de Santander üegó, según el último censo, a 21.282 habitantes. El área de la provincia mide 265 leguas cuadradas, de las cuales 164 permanecen inocupadas. Por consiguiente, la población específica es de 211 individuos por legua cuadrada, sin hacer cuenta de los desiertos; admite, pues, cómodamente treinta veces más población. El aumento de ésta, por sus propios elementos, no pasa del 3 por 100 anual, comparando el número de nacimientos con el de las defunciones durante el año de 1850, y de esta misma comparación resulta que el cantón Salazar es el más sano de todos y el del Rosario el menos. Hay en la provincia 3.489 niños y 3.328 niñas de siete a catorce años. De los primeros se educan 298, permaneciendo en absoluta ignorancia 3.191; de las segundas 60, y 3.268 se quedan sin aprender a leer siquiera. Contra la moralidad legal de este pueblo nada se puede concluir, puesto que en todo el circuito judicial de Cúcuta y durante el último año sólo hubo 73 deüncuentes (mujeres 18), 1 de homicidio, 16 de heridas, 12 de resis-
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tencia y desobediencia a las autoridades y el resto por delitos menores que no indican perversión de ánimo. Donde la subsistencia es fácil y barata y abundan las ocasiones de ganar dinero, los delitos son raros, y si algunos se cometen hay que echarle la culpa a la ignorancia que deja sin freno y en la integridad del instinto brutal los movimientos del amor propio, que ora estallan en los celos y producen riñas y heridas, ora se insurreccionan contra los mandatos de los superiores y dan origen a los procesos por resistencia y desobediencia a las autoridades. Tal sucede en Santander, en cuya estadística judicial se adivinan el carácter enérgico de los moradores y su decidida inclinación a la galantería, más o menos licenciosa y desembozada, según sea practicada por el boga o por el hombre culto.