El fantasma de la renovación peronista

4 sept. 2013 - revela cual indescifrable paradoja, siempre aflora la convicción que no .... los lívidos gemelos rubios, y los Clancy) en las que se perpetúan ...
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OPINIÓN | 25

| Miércoles 4 de septieMbre de 2013

volver a empezar. Cuando el justicialismo en el poder avizora un fin de ciclo, aparece una versión remozada del movimiento que

se desliga de la anterior para anunciarse como alternativa. El peronismo verdadero, dice el autor, siempre está a punto de llegar

El fantasma de la renovación peronista Fernando A. Iglesias —PARA LA NACIoN—

U

n fantasma recorre la Argentina: el fantasma de la renovación peronista. Es un viejo fantasma, que desde hace treinta años vaga en pena por los palacios y las villas miseria de la Patria sin decidirse a aparecer ni a desaparecer jamás. Es un fantasma melancólico, en cuya inasible presencia se esconde el secreto del éxito interminable del peronismo y el de las problemáticas consecuencias que ha tenido para el país. Los motivos por los cuales el partido que ha gobernado más tiempo que todos los demás partidos y dictaduras juntos vive prometiendo renovarse no son difíciles de comprender. Es que los ciclos peronistas suelen concluir con la Argentina en guerra consigo misma, la infraestructura hecha pedazos y las instituciones devastadas, la corrupción desbordada e inmensas deudas financieras, jubilatorias y energéticas a pagar por futuros gobiernos y generaciones o, más frecuentemente, con una combinación de todo esto a la vez. Sin embargo, de la larga historia de los fracasos peronistas la sociedad argentina ha extraído la rara conclusión de que sólo el peronismo es capaz de gobernar. El resultado es este extraño país en el que todos somos peronistas menos los distinguidos caballeros que nos han gobernado los últimos años, quienes pierden esa condición en el momento en que abandonan el poder. Ésos... ésos no son peronistas sino agentes infiltrados en el campo nac&pop por la CIA o la Cuarta Internacional, según las épocas. El peronismo verdadero, en cambio, es como el Cristo de los adventistas: siempre está a punto de llegar. Así son. Así proliferan. Siempre dispuestos a rescatarnos de sus propias garras, a recordarnos que no hay salvación fuera de su iglesia y a condenar al infierno a los contreras y aguafiestas que les hemos impedido construir el paraíso en estas tierras a pesar de las largas décadas de que han dispuesto para hacerlo los Kirchner, Menem y el mismo Perón. El primer ciclo peronista implosionó con la crisis de 1950 y llevó al ajuste, el pan negro, las persecuciones a los opositores y la represión de las protestas obreras. El segundo fue el de los crímenes montoneros, el Rodrigazo, la Triple A, las listas negras y los primeros desaparecidos. El tercero logró transferir al siguiente gobierno la desocupación desbordante, la deuda exponencial y la Convertibilidad. Hoy estamos como estamos en el fin del cuarto ciclo a pesar de la catarata de recursos que la maléfica globalización volcó sobre el país. Pero nada vale. Nada cuenta. Como no vale ni cuenta que dos de los tres mayores ajustes de nuestra historia (1975 y 2002) ocurrieran bajo gobiernos peronistas, en tanto el otro (la hiperinflación) lleva los

Ante la profecía autocumplida de que sólo el peronismo puede gobernar, es inútil también la constatación de que cuando la economía se desmorona ni las dictaduras genocidas son capaces de manejar este país, y de que cuando hay viento de cola hasta las arquitectas egipcias pueden hacerlo. Para los argentinos, la realidad es una opinión, y una opinión peronista. Ningún hecho nos convencerá de la intrínseca ingobernabilidad del sistema nac&pop, ya que el peronismo no pertenece al orden de lo político sino al de los fenómenos identitarios y religiosos. ¿Quién podría culparnos, si las pocas razones que inducen a creer que sólo el peronismo puede gobernar son repetidas como un mantra por los peronistas mientras que las muchas que demuestran lo contrario son calladas por intelectuales, periodistas y políticos no peronistas con el objeto de evitar la excomunión? Se trata, además, de una cuestión de supervivencia psicológica: ante la incapacidad de los no peronistas conviene pensar –contra toda evidencia– que el peronismo puede evitar el caos. Lo que sea con tal de no intentar remediar nuestra incorregible ingobernabilidad respetando el Estado de Derecho, con grave daño para la identidad nacional. Eso, jamás. Eso es cosa de suecos, de alemanes y de ateos y, últimamente, de chilenos, uruguayos y brasileños; pobres gentes que sufren un mundo que se les está cayendo encima mientras aquí la tercera plata dulce promete no terminar nunca jamás. La idea de que el peronismo es el protector de los pobres y posee el monopolio de la gobernabilidad nos ha traído hasta este último cuarto de siglo de decadencia, en el que al compás del mundo los muchachos peronistas se han disfrazado de neoliberales, primero; de revolucionarios, después, y de desensillemos hasta que aclare, hoy. A nadie le parece contradictorio que un partido que vive necesitando una renovación siga siendo el único capaz de gobernar. Mucho menos le interesa este asombroso hecho a la oposición, que sobre él ha elaborado la teoría de la pata peronista, con resultados dignos de mención: un vicepresidente pe-

estigmas populistas que constituyen su signo en la Tierra. La Argentina se desmoronó económicamente cuatro veces. Después de la crisis del petróleo, en los 70; al comienzo y al final de la crisis de la deuda latinoamericana, en los 80, y como corolario del colapso de todos los países emergentes entre 1994 y 2001. Sumemos: un gobierno peronista, uno militar, otro radical y una década peronista terminada en dos años de radicalismo frepasista. Cualquier análisis racional concluiría que las crisis de gobernabilidad argentinas se dan sin que importe quién esté al comando y dependen de factores ajenos a las políticas locales, mediocres y cortoplacistas ya sea con militares, radicales o peronistas en el poder. Sin embargo, sólo las crisis que no sufrió el peronismo son tenidas en cuenta como demostraciones de ingobernabilidad, el ajuste es –por definición– antiperonista y los únicos golpes de Estado que se consideran tales son los de 1955 y 1976, y no los que ayudaron a dar Perón y los peronistas en 1930, 1943, 1966 y 2001.

ronista que renunció porque unos senadores peronistas aceptaron unas coimas y un intachable prohombre de la renovación peronista los denunció, muy alarmado por el inusitado estropicio institucional. Momento en el cual el gobierno –radical– se desplomó y el poder cayó, vaya casualidad, en manos de unos peronistas que con gran sentido del sacrificio por la Patria pasaban por allí y lo atajaron antes de que tocara el suelo, y que le han tomado ya tanto cariño que de soltarlo no quieren ni oír hablar. Desde este enorme éxito, la teoría de la pata peronista se hizo un lugar común de la oposición. Por eso la presencia de un peronista en cada lista opositora se ha convertido en parte de un reglamento no escrito. Los hay de todo tipo: jóvenes semiperonistas que enviaron al campo al purgatorio para salvarlo del infierno; ancianos ultraperonistas que confunden a Kicillof con Mosconi; prometedores entrepreneurs peronistas que nadie sabe dónde poner… y peronistas-peronistas, claro. Muchos, y de todo pelaje y color. Todos ellos constituyen la renovación peronista por otros medios, los opositores, y como tales han de ser aceptados, ya que las vías de la renovación peronista son infinitas, tanto o más que las del Señor. De manera que en 2015 será el turno del peronismo de centro, para 2019 le tocará al peronismo de arriba y en 2023 lo sucederá el peronismo de abajo. Ya está todo arreglado. Tengamos la fiesta en paz. Votaré en octubre por una lista con al menos un candidato peronista. Y sin proferir una sola crítica, prometo. No vaya a ser que me digan gorila. No vaya a ser que me acusen de antipatria. No vaya a ser que quienes se han llevado hasta la esperanza me miren mal. No vaya a ser que en un país cuyos ciudadanos proclaman que el auge de la criminalidad ligada a las drogas es el más grave de los problemas nacionales alguien levante la perdiz de que nos preparamos a consagrar presidente, con dos años de anticipación, al candidato de la liga de intendentes del conurbano bonaerense. Sobre todo, que nada ni nadie destruya las tiernas esperanzas en la renovación peronista que vuelven a nacer en el sufrido pueblo argentino; tan similares a las que despertó Cafiero cuando reemplazó a Luder; Menem, cuando sustituyó a Cafiero; Duhalde, cuando tomó el lugar de Menem, y Kirchner, cuando dejó a Duhalde atrás. No vaya a ser que la renovación peronista se nos frustre de nuevo y su fantasma siga errando por allí. Que el buen Dios no lo permita, y a los que no creemos en fantasmas pero vivimos dominados por ellos, nos conceda el don divino de la resignación.© LA NACION El autor, periodista y escritor, fue diputado nacional

Visiones de un mundo en paz Abraham Skorka —PARA LA NACIoN—

C

ada judío tiene como desafío el recrearse al inicio de cada año nuevo, en Rosh Hashana. Es cuando, al decir de la tradición, Dios juzga a todas y cada una de sus criaturas humanas. Para obtener el perdón divino en dicho juicio, el hombre debe realizar un acto de contrición –análisis crítico y aceptación plena de los errores y transgresiones cometidos– y generar barreras emocionales y cognitivas a fin de no volver a repetir las mismas incorrecciones. De esta forma el individuo se recrea, transformándose en un ser nuevo. Es la festividad en la que se cumple un nuevo aniversario de la creación del hombre. El momento en el que el Creador hace el balance del éxito de su obra, pues también juzga a pueblos, naciones y humanidad como un todo. Es el tiempo en que lo humano, individual y colectivamente debe rendir cuentas de sus hechos a Dios, que es insobornable; nada puede ser escondido a su saber y conocer. Rezar es en hebreo lehitpalel, que etimológicamente denota la acción de juzgarse a uno mismo, pues para dirigirse a Dios se requiere primeramente de una crítica mirada introspectiva. Los días previos al inicio de

un nuevo año hebreo y los días posteriores son considerados como el tiempo propicio para el rezo. La liturgia hebrea para esta ocasión enseña a elevar oraciones para que el imperio de la arrogancia sea desterrado de la realidad humana, que las visiones de paz universal que vislumbraron los profetas tengan un comienzo de materialización. La misma induce a buscar una renovación del vínculo con Dios a través de la mejora del vínculo con el prójimo. Estos días de contrición culminan en el décimo del nuevo año en el que se celebra Yom Kipur, en el cual se rememora el perdón divino a los Hijos de Israel por haber adorado al becerro de oro en el desierto. Día de ayuno y de múltiples rezos, de meditación y espiritualidad. La esencia de la fe de Israel, cuyas raíces se encuentran en la Biblia hebrea, es la de creer en un único Creador, eterno e incorpóreo, que lo ha creado todo a partir de la nada e insufló en la criatura humana el hálito de vida. Él no se desentiende del hombre, espera que éste lo busque a la vez que se halla en su búsqueda. En la Biblia se revelan las dos actitudes que debe adoptar el individuo para obrar correctamente a los ojos de Dios: ha-

cer lo justo y aprender a amar. Al celebrarse estos días de juicio divino, recreando la existencia, el judío reafirma la convicción de que hay un juez y hay una justicia en la realidad celestial. Que la existencia posee un sentido, no totalmente revelado sino solamente insinuado al hombre. Aun cuando la realidad se revela cual indescifrable paradoja, siempre aflora la convicción que no todo es, como alguna vez lo definió Jacques Monod, “azar y necesidad”. Rosh Hashana es también denominada en la Biblia con el nombre de Yom HaZikaron, día de la memoria. Es que sólo la memoria crítica, aquella en la que no se oculta nada ni se minimizan los errores ni se relativizan las transgresiones, junto a la que registra los logros del espíritu, formará la base sobre la que se construye el proceso de contrición, de arrepentimiento, de mejora de la condición humana. La memoria en la tradición judía refiere a entender que cada uno debe responder de alguna forma a la historia particular de su familia y a la de su condición de descendiente de un pueblo. El balance que debe hacer el judío de sus acciones debe incluir su respuesta al Holocausto. Las generaciones de judíos que sobrevivieron la tragedia y sus

descendientes son la memoria viva más directa de aquel drama. Sus acciones de vida deben, de alguna manera, conformar una respuesta al mismo. Es el tiempo en el que el judío se inquiere acerca de su futuro y marcha en busca de Dios; hay quienes sienten que también Dios va en su búsqueda en estos días especiales. En la Buenos Aires de los últimos lustros, al acercarse estas festividades solía dialogar acerca de los múltiples conceptos que ellas guardan y refieren junto al hoy papa Francisco, cuando era el arzobispo de la ciudad y primado de la Argentina. En sendas oportunidades (2004 y 2007) estuvo en la comunidad Benei Tikva en los servicios religiosos preparatorios para estas festividades, denominados Selijot. En esas ocasiones brindó su saludo reflexivo y sentido a Benei Tikva y a toda la comunidad judía del país. Fueron momentos de encuentro en los que, más allá de las diferencias y divergencias, se generó un sentimiento de hermandad ante la presencia de un único Padre. Bergoglio manifestó entonces cómo las oraciones vertidas habían tocado su corazón. Acentuó insistentemente el sentimiento de cercanía espiritual y fraternal que sintió junto a los

presentes. Fue el mismo sentimiento que sintió la comunidad para con él. Año tras año llegaba su mensaje con buenos deseos para esta ocasión. Este año no cambió su costumbre, tal como lo testimonia la carta que nos envió desde el Vaticano. El alto cargo que le fue conferido no trastocó sus afectos. Más bien pareciera que los profundizó. Además de pedirme que transmita sus saludos a todos los miembros de la comunidad judía en la Argentina, dice Bergoglio en la carta: “Me sumo a vuestros pedidos al Señor, para que cada uno, en su propia fe, pero hermanados en el sentimiento y en el esfuerzo, podamos materializar prontamente las visiones proféticas de un mundo en paz”. El hoy papa Francisco demuestra tener bien presente aquellas vivencias compartidas. Estos gestos revelan el lugar común de nuestras diferentes memorias individuales, sitio en donde, seguramente, también se encuentran la esperanza y el compromiso en la construcción de una realidad mejor. © LA NACION

El autor es rector del Seminario Rabínico Latinoamericano M. T. Meyer y rabino de la Comunidad Benei Tikva

libros en agenda

Una venganza con aroma irlandés Silvia Hopenhayn —PARA LA NACIoN—

I

rlanda es tierra fértil de escritores. Basta con mencionar a Joyce y a Beckett para abrir las compuertas de una literatura que destila poesía y verdad. Es como si de allí provinieran preguntas insondables que sólo pueden realizarse desde la imaginación y a través de una lengua poética. En estos últimos tiempos se ha renovado la escena con varios autores que ensanchan la visión del mundo con sus novelas. Uno de ellos, quizás el más versátil, prolífico y prometedor, es John Banville (Wexford, 1945), ganador del premio Booker con una novela espléndida, El mar, donde el pasado se manifiesta en sucesivas oleadas de nostalgia, y

cuyo protagonista, Max Morden, se define como “un virtuoso de la culpa”. Sin embargo, en otras novelas, Eclipse, Imposturas o Antigua luz, la memoria es vista como “un antipático mensajero del pasado”; más que el recuerdo, prima la confesión. Un rasgo atractivo del estilo de Banville: lo reflexivo no es distante, el pensamiento parece una suerte de órgano sensual. Es una escritura erótica sutil, nabokoviana, impune y cuidadosa a la vez. Así, Banville revuelve y renueva; lo que viene del pasado es pasto para nuevas historias, como ocurre en Antigua luz (2012). Pero su gran invento es su otro sí mismo.

o sea, el seudónimo que maneja para escribir novelas policiales, enriquecidas éstas por su escrutinio sagaz y sensual. Se trata de Benjamin Black (buen sello para patentar la oscuridad de sus tramas). En Venganza (Alfaguara), recién aparecida, vuelve su personaje investigador (en todo sentido, del crimen, del deseo, del pasado), el doctor Quirke, patólogo forense de incurable atracción por el “mudo misterio de los muertos” y protagonista de las cuatro anteriores, llamadas “Saga Quirke”: El secreto de Christine, El otro nombre de Laura, En busca de April y Muerte en verano. Esto suele ser una ventaja para los lectores que no quieren perder

de vista a los protagonistas de sus novelas dilectas; en el género policial, la relación se intensifica en la búsqueda de la verdad. El lector es testigo, partícipe. Y en las novelas de Black también resulta degustador de los climas taciturnos y las percepciones sutiles del narrador. En los buenos escritores, una lluvia insistente puede ser tan importante como el desenlace de una historia. En Venganza, la lluvia es fundamental. Desde la “fina y cálida lluvia que apenas se sentía” en el funeral de Víctor Delahaye hasta la torrencial lluvia de verano que martillea el techo de los autos y acompaña a Quirke en su furia final.

Como corresponde a las novelas policiales con sagas familiares, la venganza es un sentimiento fuerte e impulsivo. Familias (los Delahaye, con la inquietante presencia de los lívidos gemelos rubios, y los Clancy) en las que se perpetúan ambiciones y luchas, enrareciendo los lazos hasta que la muerte los reúne, por lo general en funerales memorables. Pero también es compleja –y emotiva– la relación del propio Quirke con Phoebe, la hija que se niega a reconocerlo como padre. Algo parece ser cierto, y lo dice un patólogo: “Lo siniestro no tiene que ver con los muertos, sino con los vivos”. © LA NACION