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y otros tres reunidos bajo el título de Figuras (Don Juan Ruiz de Alarcón; Enrique. Gonzáles Martínez; Alfonso Reyes). Estos seis trabajos probablemente son, dentro del ... A. Hauser lo expone de la siguiente manera: “El burgués, avaricioso, mezquino e hipócrita se convierte en el enemigo principal, y en contraste con él, ...
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El artista en Seis ensayos en busca de nuestra expresión, de Pedro Henríquez Ureña

Lorena Piña Palacio

Índice Capítulo 1. Introducción ................................................................................................................. 2 1.1 “Seis ensayos en busca de nuestra expresión” dentro de la obra de Pedro Henríquez Ureña………………………………………………………………………………………………………………………………………….2 1.2

Delimitación del objeto de estudio ................................................................................. 3

1.3

Antecedentes ................................................................................................................. 3

Capítulo 2. Representación del arte ............................................................................................... 4 2.1 A finales del siglo XIX y principios del siglo XX ....................................................................... 4 2.2 En América Latina ................................................................................................................. 5 Capítulo 3. Pedro Henríquez Ureña y su visión del artista ............................................................... 6 3.1 Humanismo americanista ..................................................................................................... 6 3.2 Originalidad.......................................................................................................................... 7 3.3 Trabajo del artista ................................................................................................................ 8 Capítulo 4. El artista en Seis ensayos en busca de nuestra expresión............................................... 9 4.1 Humanismo literario............................................................................................................. 9 4.2 Herencia............................................................................................................................. 10 4.3 Energía nativa .................................................................................................................... 11 4.4 La prosa ensayística de Pedro Henríquez Ureña .................................................................. 12 Capítulo 5. Reflexiones finales...................................................................................................... 12 Bibliografía .................................................................................................................................. 14

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Capítulo 1. Introducción 1.1 “Seis ensayos en busca de nuestra expresión” dentro de la obra de Pedro Henríquez Ureña Cuando se revisan los programas de estudio de diversas instituciones, sobre todo de universidades americanas, a veces se sorprende uno al hallar todavía muchas clases, cátedras y estudios sobre Pedro Henríquez Ureña. Sin lugar a dudas es evidencia de que sus ensayos e investigaciones se han mantenido vigentes durante décadas hasta la actualidad. Se publican constante y periódicamente, además, trabajos de diversa naturaleza sobre sus textos lo cual nos da la medida de la universalidad y pertinencia de las ideas sobre las que escribió hace más de medio siglo atrás en la realidad actual. Su vida de infante se desarrolló en un ambiente ciertamente culto, de ideas liberales y progresistas. Nació en Santo Domingo, en 1884, de la unión de unos padres con una educación superior a la media de la época: Salomé Ureña y Francisco Henríquez y Carvajal. En un hogar frecuentado por personalidades intelectuales como Eugenio María de Hostos, el niño Pedro, junto a sus hermanos, desarrolló sus talentos literarios desde temprana edad. La errancia comenzó luego de la muerte de su madre en 1897. El periplo incluyó diversas regiones del continente americano como Estados Unidos, Cuba y México antes de asentarse definitivamente en Argentina. Durante los años de travesía incierta sus ocupaciones incluyeron desde corresponsal de prensa, investigador y crítico hasta escritor, conferencista y maestro. En 1928, año en el que sale a la luz Seis ensayos en busca de nuestra expresión, ya Henríquez Ureña goza de cierta estabilidad. Se ha asentado en La Plata con su familia, donde funge como profesor de castellano y de Literatura General en el Colegio Nacional de la Universidad de la Plata. Tiene otras responsabilidades también como colaborador de ciertas revistas y conferencista ocasional. Finalmente, en 1928 Samuel Glusberg, fundador de la revista literaria Babel, decide publicar un libro de ensayos de la autoría de Pedro Henríquez Ureña bajo el nombre de Seis ensayos en busca de nuestra expresión. El propio título es explicación suficiente sobre el contenido del libro. Los ensayos siguen una teoría que busca la definición y el establecimiento definitivo de una identidad y expresión americanas. Ya Henríquez Ureña había tocado temas similares en trabajos como La utopía de América (1925) y Apuntaciones sobre la novela en América (1927). Este “motivo americano” se convertirá en el leitmotiv de sus principales obras, especialmente después de la publicación de los Seis ensayos (…). Será también lo que mayor impresión causará en sus contemporáneos y lo que de él se estudiará con especial empeño en años 2

posteriores, hecho que puede constatarse a partir de estudios de autores como Emilio Carrilla, quien afirma que: Es importante reparar en el año 1928, año de este libro fundamental en la bibliografía de Pedro Henríquez Ureña, y que, desde nuestra perspectiva, aparece como centro irradiador, hacia atrás y hacia adelante. Hacia atrás por lo que recoge de una línea que comienza casi con sus primeros escritos. Y hacia adelante por el hecho de que las ideas que se exponen en los Seis ensayos permanecerán como gérmenes fecundos en importantes obras de Henríquez Ureña posteriores a 1928. Y aclaro que no me refiero exclusivamente a sus grandes síntesis (las Corrientes literarias, la Historia de la cultura, etc.), sino también a estudios más breves, pero no menos significativos, como los artículos titulados La América española y su originalidad y Barroco de América, o las palabras pronunciadas en la reunión del Pen Club, de 1937. Esta etapa posterior resulta más conocida. Por eso conviene la búsqueda en la etapa previa, si tenemos en cuenta que allí se dan desde temprano algunas de las ideas que finalmente cuajarán en los Seis ensayos. (1984:312)

1.2 Delimitación del objeto de estudio A partir de lo manifestado en varias de las obras consultadas ha quedado confirmado que el nombre Seis ensayos en busca de nuestra expresión fue propuesto por el director del proyecto, Samuel Blusberg, y que se refiere principalmente a los seis primeros ensayos recogidos en el libro. Quiere decir, los tres ensayos abarcados por el título de Orientaciones (El descontento y la promesa; Caminos de nuestra historia literaria; Hacia el nuevo teatro) y otros tres reunidos bajo el título de Figuras (Don Juan Ruiz de Alarcón; Enrique Gonzáles Martínez; Alfonso Reyes). Estos seis trabajos probablemente son, dentro del libro, los que han atraído más atención, pues en ellos se recoge por vez primera muchos de los aspectos de la teoría americanista sostenida en la obra de Pedro Henríquez Ureña. Es interesante, sin embargo, el enfoque práctico que el autor le da a esta teoría sociológica. Si bien es cierto que habla de un estilo de vida, de una identidad americana que todos los americanos deben asumir, la aplica asimismo al mundo de las artes y las letras; como si fuera un llamamiento al lugar que deben ocupar los artistas y los escritores en el porvenir de América. Siendo Pedro Henríquez Ureña un escritor exquisito, además de un intelectual consagrado, sería fascinante estudiar las pautas que establece para la labor artística y determinar si cumple con ellas en sus propios ensayos. Esas son las intenciones del presente trabajo.

1.3 Antecedentes Se ha mencionado antes el arsenal de estudios y trabajos que han surgido a raíz de los Seis ensayos en busca de nuestra expresión, basados específicamente en su postura sociológica. 3

No obstante, se hace necesario notar la comparativa escasez de aquellos que versan sobre la labor literaria de su autor y la incluso menor cantidad de los que combinan ambas facetas. La obra de Pedro Henríquez Ureña aún es ampliamente consultada y recomendada y su figura sigue siendo una de las más firmemente plantadas en el fértil suelo de las letras americanas. De manera que el actual análisis se apoya en investigaciones anteriores relevantes al objeto de estudio planteado, tales como la edición crítica de los Ensayos de Pedro Henríquez Ureña publicada en 1998 por la editorial ALLCA XX; la publicación de THESAURUS por el centenario de Pedro Henríquez Ureña en 1998, específicamente el artículo Un clásico de América: Los "Seis ensayos en busca de nuestra expresión" de Eduardo Carilla; además del publicado por el dominicano José Carlos Mariótequi en 2001 titulado Seis ensayos en busca de nuestra expresión, por Pedro Henríquez Ureña. La edición de los Ensayos de ALLCA XX y la investigación de José Carlos Mariótequi son ambas muy interesantes. La primera porque reúne las opiniones y visiones de estudiosos de diversas partes del mundo sobre la obra de Pedro Henríquez Ureña. La segunda porque un dominicano no puede evitar sentir cierta cercanía y afecto por las ideas de un compatriota.

Capítulo 2. Representación del arte 2.1 A finales del siglo XIX y principios del siglo XX El siglo XIX marca una serie de rupturas importantes en la historia mundial de las artes que se prolongarán hasta casi mediados del siglo XX. A partir del romanticismo, sobre todo, surgen discusiones en torno a distintos aspectos del arte y la figura del artista. Del artista como un miembro distinguido y aceptado por la sociedad se pasa a la concepción del artista rechazado, que es odiado y a la vez odia a la “clase materialista”, la burguesía que controla toda la economía. A. Hauser lo expone de la siguiente manera: “El burgués, avaricioso, mezquino e hipócrita se convierte en el enemigo principal, y en contraste con él, el artista, pobre, honrado, sincero, que lucha contra todo vínculo denigrante y contra toda mentira convencionalista, aparece como el ideal humano por excelencia” (2007:210). Lo cual es curioso porque el público predilecto del arte romántico fue precisamente la burguesía. El artista romántico creaba desde el interior, obviando los formalismos que habían caracterizado a movimientos anteriores, pero pronto fue confrontado y rechazado por el realismo, el naturalismo y algunos otros movimientos que sustituyeron cronológicamente sus postulados. Ésta fue la época de las grandes innovaciones científicas, psicológicas y tecnológicas, las cuales cambiaron radicalmente la manera de pensar de la población y su respuesta ante los problemas. También deben considerarse los grandes conflictos políticos que acechaban al mundo, por lo cual es natural que la respuesta de los intelectuales y los 4

artistas haya sido involucrarse en esa materia. El arte responde a la revolución histórica con una revolución estética, y el artista es quien la impulsa. El siglo XX nos saluda desde el nacimiento de las vanguardias. El sentimiento general de lucha, de renovación, de ruptura se transmitía del artista a su obra y con ello avivaba el sentido crítico del público. Diferentes escuelas vieron la luz casi simultáneamente, cada una de ellas con su respectivo afán de creación y regeneración. Para bien o para mal, todas ellas murieron rápidamente con el declinar de la guerra, lo cual trajo consigo cierta “estabilidad” que permeó todas las capas de la sociedad. Y el artista, como todas las demás personas, quedó sumido en un estado de pasividad y resignación que fue prontamente combatido, especialmente en América, con nuevos cambios y acometidas (política expansionista de los EE.UU., dictaduras latinoamericanas, etc.). Pedro Henríquez Ureña vivió en y absorbió de ambos siglos y a partir de ellos formó los postulados que planteó más tarde en los ensayos. Su visión del artista se alimenta de todos estos hechos y responde ante ellos con carácter previsivo del futuro como se comprobará más adelante.

2.2 En América Latina El final del siglo XIX significó para América el surgimiento de una identidad americana. Para 1898 las últimas colonias se habían liberado del dominio español, lo cual representó el final de la relación metrópoli-colonia. Textos de importantes autores como José Martí, Rubén Darío y José Asunción Silva comienzan a ahondar en esta recién nacida huella americana que busca alejarse de las corrientes europeas y encontrar su propio giro en lo autóctono. Los movimientos costumbrista, naturalista y realista son precursores del color americano que buscaban plasmar los artistas en sus obras. Con el modernismo y los movimientos de vanguardia, tales ideas comienzan a afincarse de manera definitiva. Todo ello daría pie al surgimiento de mayores movimientos que dejarían su huella en la historia universal en años posteriores. Pero el artista no podía darse el lujo de ser solo artista todavía. Cualquier intelectual tenía mucho de qué ocuparse y preocuparse: economía, política, educación, ciencia… El mismo Henríquez Ureña lo afirma: “nuestros poetas, nuestros escritores, fueron las más veces, en parte son todavía, hombres obligados a la acción, la faena política y hasta la guerra, y no faltan entre ellos los conductores e iluminadores de pueblos” (1960:252). Y la preocupación esencial de todos aquellos hombres era el ser humano, sin lugar a dudas. El humanismo fue la corriente de pensamiento que permitió la unión de aquellas grandes mentes como si se tratara de una sola.

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El humanismo no constituye una corriente cultural o filosófica homogénea. En verdad, se caracteriza en lo fundamental por propuestas que sitúan al hombre como valor principal en todo lo existente, y, a partir de esa consideración, subordina toda actividad a propiciarle mejores condiciones de vida material y espiritual de manera que pueda desplegar sus potencialidades siempre limitadas históricamente. La toma de conciencia de estas limitaciones no se constituye en obstáculo insalvable, sino en pivote que moviliza los elementos para que el hombre siempre sea concebido como fin y nunca como medio. Sus propuestas se dirigen a la reafirmación del hombre en el mundo, a ofrecerle mayores grados de libertad y a debilitar todas las fuerzas que de algún modo puedan alienarlo. (Guadarrama, 2003:15-16) América comenzaba a definirse: ¿quiénes eran los americanos?, ¿qué querían?, ¿hacia dónde iban? El ser humano era el centro de sus ideas y preocupaciones y aquello se reflejó en las obras de los artistas e intelectuales latinoamericanos. Pedro Henríquez Ureña fue uno de los mayores exponentes de esta corriente y es reconocido por sus escritos y teorías junto a José Martí, José Enrique Rodó, etc. Sus ideas al respecto se observarán a continuación.

Capítulo 3. Pedro Henríquez Ureña y su visión del artista 3.1 Humanismo americanista Hasta no hace mucho era terreno común dudar de la existencia de una intelectualidad americana. En la América del “actúa primero y piensa luego”, la reflexión profunda (reflexión europea) no parecía del todo factible. Y, sin embargo, el acto llama al pensamiento. El surgimiento de América como proyecto de naciones libres trae consigo las dudas y el choque de opiniones. El americano trata de descubrirse y definirse a sí mismo mientras busca la manera de sobrevivir. La preocupación esencial de los intelectuales hispanoamericanos durante los siglos XIX y XX fue la determinación de la identidad del ser humano americano, entendiéndose americano como latinoamericano, y más específicamente como hispanoamericano. Ese ser que, sin importar a qué país perteneciera, se debatía y daba tumbos entre la herencia colonial, la historia propia y los poderes globales que se cernían sobre su espalda. Entre los intelectuales que tomaron en sus propias manos la responsabilidad de caminar sobre las aguas del humanismo americano se destaca el nombre de Pedro Henríquez Ureña, quien hubo de tener grandes figuras que le inspiraran y fue a su vez inspiración de muchos otros. Para Henríquez Ureña el americano habría de ganarse su propio lugar entre los demás seres humanos solo cuando lograra definirse a sí mismo, pero el problema principal radicaba precisamente en cómo debía expresarse. Su América era un “[m]undo virgen, libertad recién nacida, repúblicas en fermento, ardorosamente consagradas a la inmortal utopía: aquí habían de crearse nuevas artes, poesía nueva. Nuestras tierras, nuestra vida libre, pedían su 6

expresión” (1960:241). Era el intelectual, el artista, quien debía solucionar el problema de la expresión, pues a través de él hablaría la América entera. Pero, ¿de dónde partir para buscar esta expresión? ¿De cuáles elementos se compone su identidad? Hubo un sinnúmero de teorías, de gente que tomaba partido por una visión europeizante del asunto o indigenista o nacionalista. La posición de Pedro Henríquez Ureña es que ninguna de estas visiones debe ser descartada o vilipendiada, pues el americano es producto de todas y de cada una de ellas depende su identidad. Dice que se debe “conceder a los europeizantes todo lo que les pertenece, pero nada más, y a la vez tranquilicemos al criollista” (1960:250). De esta manera los americanos deberán aceptar un mestizaje que será su identidad. Mas surge una nueva disyuntiva: ¿cómo expresarlo? La expresión original cobra suprema importancia en la teoría humanista de Pedro Henríquez Ureña en cuanto es la solución al problema de la identidad americana y también el dilema fundamental.

3.2 Originalidad A la generación de Pedro Henríquez Ureña le tocó vivir épocas de importantes revoluciones ideológicas en el mundo y en América. Fueron años en los que una corriente de pensamiento se veía prontamente combatida por otra que buscaba reemplazarla. Las naciones americanas, recientemente liberadas de su condición de colonias y lanzadas a un mercado global controlado por sus vecinos cercanos, se bamboleaban entre fuerzas que tan pronto las lanzaban a un lado o como a otro. No es de extrañar que las ideas de dos generaciones consecutivas fueran diametralmente opuestas y que los más jóvenes desearan reclamar algo como propio luego de tanto tiempo. “Ahora, treinta años después, hay en América española juventudes inquietas, que se irritan contra sus mayores y ofrecen trabajar seriamente en busca de nuestra expresión genuina”, dice Henríquez Ureña (1960:242-243). Los impulsos externos resultaban en extremo difíciles de combatir y eran a la vez una provocación. Las voces más jóvenes de alguna manera tenían que decir todo lo que querían pero no había forma de asegurar que sus palabras fueran las apropiadas para hacerlo. El artista sobre todo, que requería originalidad en sus piezas, veía sus motivos y herramientas desestimados por haberlos heredado de otros lugares. Para Henríquez Ureña la peor parte la lleva el escritor, quien tiene que valerse de un idioma extranjero para lograr su cometido. El idioma será un signo recurrente en la búsqueda de la expresión original del hispanoamericano y en los trabajos de Pedro Henríquez Ureña, un signo del que ninguno se podrá desprender. No queda más remedio que reconocer “francamente, como inevitable, la situación compleja: al expresarnos habrá en nosotros, junto a la porción sola, nuestra, hija

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de nuestra vida, a veces con herencia indígena, otra porción sustancial, aunque sólo fuere el marco, que recibimos de España” (1960:250). Luego de aceptar las raíces de las cuales parte, el artista americano estará en disposición de encontrar su expresión original a partir de su “energía nativa”. Pedro Henríquez Ureña llama energía nativa al fondo espiritual del cual surge el carácter original de los pueblos y del cual depende su cultura (1960:251). Con ella, sin importar el idioma que se hable o la ropa que se vista, habrá individualismo, originalidad y distinción en todo lo que se cree. Y concluye de la siguiente forma: “Mi hilo conductor ha sido el pensar que no hay secreto de la expresión sino uno: trabajarla hondamente, esforzarse en hacerla pura, bajando hasta la raíz de las cosas que queremos decir; afinar, definir, con ansia de perfección” (1960:251). Entonces, el artista debe trabajar duro y no contentarse simplemente con recibir de otros. Es necesario que transforme, descomponga, vague en búsquedas infinitas de sus verdades. De esto surge una inquietud y es precisamente el tipo de trabajo que debe hacer el artista para lograr todo lo anterior. Los artistas, para su labor extraordinaria, requieren condiciones específicas.

3.3 Trabajo del artista En décadas pasadas era impensable dedicarse a un trabajo puramente artístico sin estar dispuesto a navegar en aguas turbulentas. Pedro Henríquez Ureña sostiene que para el trabajo artístico e intelectual se hace necesario el vagar, el ocio, que permiten madurar la obra sin tener preocupaciones de otro tipo. Sin embargo, reconoce amargamente que en América aún: Nuestros enemigos, al buscar la expresión de nuestro mundo, son la falta de esfuerzo y la ausencia de disciplina, hijos de la pereza y la incultura, o la vida en perpetuo disturbio y mudanza, llena de preocupaciones ajenas a la pureza de la obra: nuestros poetas, nuestros escritores, fueron las más veces, en parte son todavía, hombres obligados a la acción, la faena política y hasta la guerra, y no faltan entre ellos los conductores e iluminadores de pueblos. (1960:252) Al mismo tiempo regaña a ambos artista y sociedad. Si bien es cierto que el uno debe dedicarse diligentemente a la vida que ha escogido y dar lo mejor de sí para cumplir las perspectivas de su profesión, la otra debe procurar hallar la manera de hacer más fáciles las condiciones de esta labor y reconocer y apoyar al primero debidamente. Henríquez Ureña ve con buenos ojos que en Buenos Aires parece haberse estado formando una profesión literaria acorde con estas nuevas ideas. Sin embargo, como muchos otros visionarios, al mismo tiempo que se alegra por el afianzamiento de la labor teme por el que el arte se convierta en pura mercadería. “¿El hombre del futuro seguirá interesándose en la creación artística y literaria, en la perfecta expresión de los anhelos superiores del espíritu?” 8

(1960:252), se pregunta en tono pesimista. Bien sabe que de nada vale un artista genial sin un público que pueda apreciar su obra. No están sus predicciones muy lejos de lo que ya ocurre. El “arte” se ha ido trasladando del plano espiritual al material. Se promociona, vende y consume, y sus aficionados se ven constantemente atiborrados con propagandas y demás formas de comercialización. Sin embargo, no hay que perder la esperanza. Ya que sí existen grandes representantes del arte americano, esperemos que utilicen sus dones para el bien.

Capítulo 4. El artista en Seis ensayos en busca de nuestra expresión 4.1 Humanismo literario Se ha comentado anteriormente la visión humanista de Pedro Henríquez Ureña sobre los grandes problemas de Hispanoamérica, destacando que el dilema de la identidad que enfrentan los americanos está directamente relacionado con el arte y la literatura en sus postulados. Jean Franco, apoyándose en esta misma afirmación, señala a Henríquez Ureña como uno de los “hombres de letras” (men of letters) que a finales del siglo XIX y principios del XX en América pensaron sobre el mejoramiento del ser humano a través de los libros. Para tales intelectuales – me refiero a Mathew Arnold en Inglaterra, a Renan en Francia, a los krausistas en España, Rodó en América Latina – existía una ética humana universal y eterna que se podía captar a través de la tradición literaria y humana universal y eterna que se podía captar a través de la tradición literaria y filosófica. La familiaridad con la obra de los mejores pensadores de la civilización occidental tenía, según ellos, que influir benéficamente en los estudiosos que así llegarían a constituirse en hombres ejemplares, capaces de guiar moralmente a la parte menos iluminada de la humanidad. (Abellán y Barrenechea, 1998:813) En los Seis ensayos (…), Henríquez Ureña muestra cuán estrechamente ligada está la búsqueda de la expresión e identidad americanas a la definición literaria de los pueblos americanos. En El descontento y la promesa, Caminos de nuestra historia literaria, Figuras, Veinte años de literatura en los Estados Unidos, entre otros, el autor establece su posición ante a este asunto. La independencia espiritual, la independencia identitaria, están ligadas a la expresión artística, literaria. Por eso es importante definirla, estudiarla, establecer su peso y hacer que sea universalmente conocida. Hay que establecer “tablas de valores: nombres centrales y libros de lectura indispensables” (Henríquez, 1960:255). Los americanos conocerán mejor su valor si se ponen en contacto con quienes les han dejado obras de incuestionable significación. De esa manera abandonarán la pereza y la ignorancia que han sido sus amigos en el pasado y se 9

convertirán en creadores y ciudadanos disciplinados y responsables (Henríquez, 1960:324). La superación moral del individuo de una parte esencial en el ideal humanista de Pedro Henríquez Ureña. Así también establece la relación entre las diferencias políticas, económicas y literarias de la América buena y la América mala. Esta distinción en el orden político, dice, no es tan clara en lo que a literatura se refiere, sin embargo, ha comenzado a ser más visible a medida que el tiempo pasa. El hecho es que “las naciones serias van dando forma y estabilidad a su cultura, y en ellas las letras se vuelven actividad normal; mientras tanto, en las otras naciones […], la literatura ha comenzado a flaquear” (Henríquez, 1960:260). La exhortación de Don Pedro es que toda América Latina debe pugnar por una buena literatura, ergo, un sistema en el cual el desarrollo humanístico sea una prioridad tanto para gobernantes como para ciudadanos.

4.2 Herencia Una de las más grandes preocupaciones presentes en las ideas de Seis ensayos en busca de nuestra expresión es lograr un balance entre la influencia cultural de los continentes europeo y americano en América Latina. Se deduce que “lo que pretendía Henríquez Ureña era una posible armonía entre la exaltación de un americanismo radical […] y la irreflexiva atracción de un europeísmo que […] arrancase raíces o levantara una construcción ideológica meramente imitativa” (Abellán y Barrenechea, 1998:566-567). En el apartado Tradición y rebelión, justifica con las historias de Roma, la Edad Media y el Renacimiento la importancia de gozar de un pasado cultural sólido que permita imitar lo bueno. Pedro Henríquez Ureña critica los afanes hispanizantes, europeizantes, de aquellos que “llegan a abandonar el español para escribir en francés, o, por lo menos, escribiendo en nuestro idioma ajustan a los moldes franceses su estilo y hasta piden a Francia sus ideas o asuntos” (1960:243). Tampoco está contento con los que van al otro extremo: “¿El criollismo cerrado, el afán nacionalista, el multiforme delirio en que coinciden hombres y mujeres hasta de bandos enemigos, es la única salud?”, se pregunta muy atinadamente. Ninguna de aquellas posibilidades parece satisfacerlo por completo. No se crea nada de la nada: “Todo aislamiento es ilusorio”, dice (1960:249). Y añade aún más: “No sólo sería ilusorio el aislamiento […] sino que tenemos derecho a tomar de Europa todo lo que nos plazca: tenemos derecho a todos los beneficios de la cultura occidental” (1960:250). Es imposible para América deshacerse por completo de la influencia europea, así como no pueden los pueblos europeos de hoy negar lo que han heredado de culturas más antiguas. No hay nada de malo en aceptar esa vieja carga, al contrario. Es una fuente de riqueza. En el mismo Pedro Henríquez Ureña se observan sus influencias. ¿De dónde proviene su estilo sobrio y regio, sus ideas de equilibrio y sencillez sino de las culturas clásicas? ¿Cómo 10

podría disertar sobre Juan Ruiz de Alarcón y su inserción entre los dramaturgos españoles sin conocer a fondo a los otros escritores o la historia del teatro? O comparar la literatura estadounidense con la latinoamericana sino estudiándola, habiéndola leído, así como también la inglesa, la francesa y otras muchas. Todas las buenas influencias son bienvenidas en la conformación de la personalidad de un individuo o una región entera, las que se heredan por línea directa y también las que se recogen por el camino. No debe temerse que vayan a tragarse con su enormidad aquello que apenas comienza a nacer, pues “Cada grande obra de arte crea medios propios y peculiares de expresión; aprovecha las experiencias anteriores, pero las rehace, porque no es una suma, sino una síntesis, una invención” (Henríquez, 1960:252).

4.3 Energía nativa El problema del idioma es fundamental en las teorías americanistas de Pedro Henríquez Ureña porque se considera una herramienta ajena con la que el americano debe trabajar su expresión original. Luego de un recuento sobre las fórmulas americanistas más originales (indigenismo, criollismo, etc.), Henríquez Ureña declara que “el carácter original de los pueblos viene de su fondo espiritual, de su energía nativa” (1960:251) y que la expresión auténtica no tiene secretos sino uno: “trabajarla hondamente, esforzarse en hacerla pura, bajando hasta la raíz de las cosas que queremos decir; afinar, definir, con ansia de perfección” (1960:251). A partir de estos juicios, Don Pedro elogia ciertas características en los escritores americanos y condena otras. Las variaciones históricas del estilo y los rasgos estilísticos de obras y autores individuales ocupan un lugar importante en Henríquez Ureña […]. El mito de la exuberancia pesa siempre sobre ellos, negativamente: “En cualquier literatura, el autor mediocre, de ideas pobres, de escasa cultura, tiende a verboso (…). En América volvemos a tropezar con la ignorancia; si abunda la palabrería es porque escasea la cultura, la disciplina, y no por exuberancia nuestra”. En Bello alaba la “concisión de palabra, muy efectiva dentro de la tradición latina de lo sentencioso”. Sarmiento alcanza, en sus mejores momentos, un estilo preciso que acierta con la palabra justa, “que podría ser sólo un adverbio”. El mérito mayor de Echeverría es la simplicidad. Admira en Martí la sencillez y el rechazo de toda pedantería estilística. (Abellán y Barrenechea, 1998:682) Esta minuciosidad de su pensamiento se traducía en una actitud hacia todos los aspectos de su vida, sobre todo en el profesional, como afirman quienes lo conocieron. “Daba siempre una lectura al texto íntegro, supongo que para evitarle al lector el desagradable hallazgo de gazapos, el fastidio de corregirlos, como hacía él, y la mácula que inexpiablemente queda en la página así mancillada”, cuenta su camarada E. Martínez Estrada (Abellán y Barrenechea, 1998:786).

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En Seis ensayos en busca de nuestra expresión demuestra Henríquez Ureña su maestría en estos aspectos. Las ideas, firmes y bien condensadas, se explican de manera clara y directa en breves trabajos con apropiadas delimitaciones entre un tema y el siguiente. La fuerza del pensamiento se traduce en una ligereza de la pluma. Nada hay recargado, oscuro o de difícil lectura. Leer a Pedro Henríquez Ureña es como beber el agua pura de una fuente bien cuidada.

4.4 La prosa ensayística de Pedro Henríquez Ureña Uno de los temas a los que Pedro Henríquez Ureña presta atención especial es al estilo de los escritores que, a su juicio, está directamente relacionado con las ideas que presenta. Un ejemplo es su idea del prejuicio de la exuberancia americana: Y además, en cualquier literatura, el autor mediocre, de ideas pobres, de cultura escasa, tiende a verboso; en la española, tal vez más que en ninguna. En América volvemos a tropezar con la ignorancia; si abunda la palabrería es porque escasea la cultura, la disciplina, y no por exuberancia nuestra. (Henríquez, 1960:258). Enríquez Ureña es un escritor fiel a sus principios. Sus ensayos están caracterizados por la brevedad y concisión en el desarrollo de sus postulados, lo cual no le resta autoridad; al contrario, la mayoría de las veces añade a la fuerza de sus argumentos. Alfredo Grieco lo explica de la siguiente manera: (…) siempre se ha celebrado en Henríquez Ureña el manejo de una prosa sobresaliente por su claridad y sencillez. El estilo refleja aquí las ideas. Se acuerda muy bien con alguien que ha preferido siempre la explicación clara y concreta antes de la demostración abstracta y nebulosa, “exuberante”. (Abellán y Barrenechea, 1998:682). No es extraño entonces que sus trabajos destaquen por un estilo sobrio, elegante, cuidado, bien trabajado, que permite distinguirlos de otros de similar carácter. Probablemente sea la razón por la que los estudiosos, y también los lectores ocasionales, ostenten cierta predilección por la increíble fluidez con que se encadenan sus ideas. El afán de perfeccionamiento de Pedro Henríquez Ureña es fácilmente deducible, permitiéndole lo mismo reducir a términos simples las ideas más enrevesadas que insertar metáforas con el mismo inaparente esfuerzo.

Capítulo 5. Reflexiones finales En las Palabras finales con las que cierra Seis ensayos en busca de nuestra expresión, Pedro Henríquez Ureña explica el hilo fundamental que une los trabajos recogidos bajo ese título. Son parte de una investigación y reflexión sobre el pasado y el futuro de la expresión 12

americana y, sobre todo, su espíritu. Reitera la importancia que tiene el pasado en todo lo que se es en el ahora y cifra sus esperanzas en un mañana no tan lejano. “No pongo la fe de nuestra expresión genuina solamente en el porvenir; creo que, por muy imperfecta y pobre que juzguemos nuestra literatura, en ella hemos grabado, inconscientemente o a conciencia, nuestros perfiles espirituales” (1960:324). Con tales expresiones se despide, de una forma apropiadamente optimista sobre el presente y el futuro de los pueblos latinoamericanos luego de poner en cuestionamiento todo lo anterior. Cierra luego de la siguiente manera: “Va el libro en busca de los espíritus fervorosos que se preocupan del problema espiritual de nuestra América, que padecen el ansia de nuestra expresión pura y plena. Si a ellos logra interesarlos, creeré que no será del todo inútil” (1960:325). “Nuestra América”, como la llama, es el origen y la justificación de este libro; “nuestra América” y nuestros americanos. Ellos son la preocupación esencial alrededor de la cual gira su humanismo americanista. La cual lo hará querer desenredar todo aquel embrollo de americanistas contra hispanizantes, por la que empuñará nuevas tesis sobre la expresión autóctona y original. Por ella querrá resolver cada una de las dudas e inquietudes que aquejan a su querida América, hasta la más pequeña. Y América estará para siempre agradecida por ello. Porque viene, además, de uno de los grandes espíritus americanos; uno de sus más ilustres pensadores, quien dedicó gran parte de su vida a preocuparse, a reflexionar en maneras de mejorar de a poco el bienestar de todos los americanos. Junto a las figuras de Bello, Rodó, Martí (a quienes tanto admiraba), su entrañable amigo Alfonso Reyes, etc., nosotros americanos nos vemos en el deber de enarbolar sus postulados como insignias del futuro y seguir la ruta que tan claramente trazó con sus pasos. Hoy, que el mundo se ha convertido en un gran mercado sin respeto alguno por la individualidad, que la ética e importancia de las letras parece habérseles olvidado a todos, más que nunca es necesaria su fortaleza y visión para retornar al sendero correcto. Para volver a la América buena, para luchar contra la América mala con esfuerzo y consistencia. Tal vez así los americanos obtendremos, finalmente, lo que tanto hemos luchado.

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