Vivir y escribir lejos de casa

LITERATURA | BUENOS AIRES, POR ELECCIÓN. Vivir y escribir lejos de casa .... dad mayoritariamente africano-ameri- cana, con influencias latinas e ...
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LITERATURA | BUENOS AIRES, POR ELECCIÓN

Vivir y escribir lejos de casa Tanto la autora como su entrevistada, la estadounidense Maxine Swann, que acaba de publicar Niños hippies, eligieron afincarse en esta ciudad, que estimula su escritura. A veces, según ilustra este contrapunto, la lejanía respecto del país de origen ofrece una mayor libertad creativa POR ANNA-KAZUMI STAHL Para La Nacion - Buenos Aires, 2010

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na amiga porteña me llamó porque quería presentarme a una persona con quien, según ella, yo tendría “tantísimo en común”. Cuando en 2002 conocí a Maxine Swann, vi a una joven mujer de tez blanca y ondulado cabello rubio (nada que ver conmigo: asiática, a primera vista retraída). Ella tenía un aire de reserva y quietud que me cayó bien de entrada, y en su sonrisa, una pizca de travesura, otro detalle atrayente. ¿Qué tendríamos en común? Ella había llegado a Buenos Aires hacía poco. El motivo era el trabajo de su marido. En contraste, yo había elegido esta ciudad hacía años ya. Sólo parecíamos compartir algunos aspectos: ser compatriotas (ambas hemos nacido en Estados Unidos) y ser escritoras. Cuanto más charlábamos, más se acumulaban las diferencias: Maxine escribía y publicaba en inglés. Yo, en el castellano rioplatense, idioma que aprendí de grande y que me inspira. Maxine se crió en una zona rural, en Pensilvania, norte de Estados Unidos; yo, en una ciudad del “sur profundo” (Nueva Orleans). Cercanas en edad, nos separa una bisagra histórica: más joven, Maxine creció con los liberalismos hippies, en cambio yo viví el ambiente previo, plagado de racismo y conflicto social. Además, mi madre japonesa y mi padre, hijo de alemanes, eran previsiblemente estructurados, aunque sabían tolerar las brechas culturales. Quizá Maxine y yo no hubiéramos vuelto a vernos jamás, pero en 2004 sucedieron dos casualidades: en un viaje a Boston, encontré Serious Girls (Picador, 2003 [Chicas serias, Emecé, 2006]), la primera novela de Maxine, y con esa lectura descubrí un lenguaje sutil e intrigante, lleno de imágenes sorprendentes, sensoriales. El libro me pareció un deleite. Ni bien regresé, se dio la segun-

20 | adn | Sábado 6 de marzo de 2010

da casualidad: supe que ella me buscaba, algo que me sorprendió, porque yo suponía que ella ya estaría de nuevo en París o en Nueva York. Pero no, seguía aquí y ahora exploraba posibilidades de enseñar. Acordamos vernos. Despachamos lo práctico con facilidad y pasamos a una charla más fluida, que se fue extendiendo, sobre la escritura. Le pregunté cómo había elaborado aquel lenguaje tan delicado y al mismo tiempo incisivo. Hablamos sobre nuestros proyectos de escritura en ese momento. Luego de ambientar casi todas mis ficciones en Estados Unidos o Japón, yo estaba con un nuevo material sobre tres porteños (aunque cada uno es un forastero en parte). Ella estaba dedicada a elaborar su segunda novela, un material inspirado en su propia historia familiar pero que, paradójicamente, forjaba desde este país lejano. Ese libro, Flower Children, salió en Estados Unidos en 2007; Emecé lo acaba de publicar aquí con el título Niños hippies. Al leerlo, volví a encontrarme con aquel lenguaje sugestivo. Además, me interesó que no fuera una novela convencional. Enhebra varios cuentos que, aunque resuenan entre sí, dejan en claro lo fragmentario de la historia familiar, acaso de toda historia per se. Niños hippies surge como un trabajo transformador sobre un cuento previo, todo un desafío. Ese cuento (de 1997) se había llevado los tres premios más importantes en Estados Unidos para el género. Alguna vez ella describió ese material como “lo que estoy escribiendo desde que empecé a escribir”. En ese sentido la novela, que llega en el final de una década con el cuento homónimo en el otro extremo, diez años antes, puede verse como el destino final de una extraordinaria travesía bien hecha –con destreza técnica y firmeza anímica– por los pasajes más íntimos y espinosos de la memoria personal.

Hace poco nos encontramos nuevamente, esta vez para hablar de una antología sobre Buenos Aires. Me comentó que se había separado y salí con la obviedad: “¿Vivís aquí todavía?”. Ella sólo sonrió. Proseguí, curiosa, y hablamos sobre Buenos Aires y sobre cómo experimentamos la vida aquí. Esta charla imprevista reveló por fin lo que sí tenemos en común: aquello que nos hace querer vivir y escribir en Buenos Aires, a pesar de “pertenecer” a otra parte. –Contame, para comenzar, la historia de tu relación con Buenos Aires. Ahora podrías ir adonde quisieras. ¿Por qué, sin embargo, elegís quedarte? –Mis primeros años aquí en realidad fueron difíciles. No podía hacer amigos. Sentía como si caminara con un cartel en la frente que decía “No te hagas mi amigo”. Hasta diría que era bastante infeliz. Una vez, luego de volver a Buenos Aires de un viaje, tuve un sueño en el que estaba caminando mientras las calles se iban llenando de agua oscura, cada vez más, hasta taparme la cabeza. Por suerte, las circunstancias hicieron que me quedara, y estaba aquí todavía cuando, varios años más tarde, y sobre todo por una amiga nueva que había conocido, la ciudad repentinamente cobró vida para mí. En 2005, mi matrimonio había terminado, pero mi relación con Buenos Aires recién comenzaba y no me sentía lista para dejarlo. Hace poco leía Memorias de un egoísta de Stendhal y encontré esta cita que capta cómo llegué a sentirme en Buenos Aires: “Odio Grenoble [su lugar de origen]. Llegué a Milán en mayo de 1800. Amo esa ciudad. Allí encontré los mayores placeres y los mayores dolores… Cuántas veces, en un

“Hay toda una tradición de escritores, como Henry James, Katherine Mansfield, Jean Rhys, que pasaban la vida en el extranjero y, sí, me siento identificada con ellos. También, con Sebald, el nómade. Lejos de casa hay más margen para que uno se transforme”, dice Swann

barquichuelo balanceado por las olas del Lago di Como, me dije a mí mismo con deleite: Hic captabis frigus opacum. ‘Aquí he encontrado la fresca oscuridad.’” Esa fresca oscuridad

La oscuridad contiene nuevas formas de ser, nuevos conocimientos… En mi caso, me crié en un ambiente marcado por la heterogeneidad; quizá por eso me gusta vivir en Buenos Aires, que también contiene tanta mezcla cultural. Crecí con eso: madre japonesa, padre identificado con Nueva Orleans, abuelos alemanes, un vecindario afrancesado en una ciudad mayoritariamente africano-americana, con influencias latinas e indígenas además… Uno aprende que las brechas culturales no se salvan, sino que la convivencia se arma reconociéndolas. En ese sentido, estar en contacto con lo poco familiar hace bien. Por supuesto que el exilio y la migración forzosa son dolorosos y dañinos, pero si uno elige salir de su contexto, tal vez encuentre mayores estímulos. –Hay muchos escritores que eligieron vivir fuera de sus países. ¿Te sentís en consonancia con ese tipo de figura? ¿La vida del que viaja o incluso del emigrado tiene que ver, para vos, con la condición del escritor? –Hay toda una tradición de escritores, como Henry James, Katherine Mansfield, Jean Rhys, que pasaban la vida en el extranjero y, sí, me siento identificada con ellos. También, con Sebald, el nómada. Uno está lejos de casa. Hay más margen para que uno se transforme, o por lo menos que otra parte de uno tome el mando. Gombrowicz, otro “trasplantado” en la Argentina, dijo en sus diarios: “… tal vez sea yo el resultado de mi historia, pero la verdad es que no estoy contento con ese resultado. Pienso que valgo para mejor y no tengo ninguna intención de rescindir mis derechos. Baso mi valor en la insatisfacción que siento conmigo mismo como producto histórico. En ese caso mi historia sería la historia de mi deformidad; le doy la espalda, y con eso me libero de ella”. Creo que hay algo de verdad en eso para todos los que elegimos ser emigrés. Por supuesto que nada asegura que esta nueva postura tenga éxito: viví en Francia siete años y no sentí el mismo tipo de libertad o actitud lúdica que en Buenos