18 | ADN CULTURA | Viernes 23 de mayo de 2014 muestras
Punto de encuentro La creciente sinergia entre ciencia y arte se hace evidente en Lo contrario de la magia, en Malba, y Planos alabeados, en el Centro Cultural Ricardo Rojas
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Centro de tensión, díptico (1968), óleo sobre tela. gentileza ccr
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Una lección formal El esplendor de la obra de María Martorell, artista salteña que desarrolló su vocación de manera lúcida, recala en Buenos Aires con dos muestras que abarcan una trayectoria impar
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a gran exposición en las Salas 4, 5 y 6 del Centro Cultural Recoleta de la obra plástica de María Martorell (19092010) se complementa con la que el Museo de Arte Tigre ofrece de sus dibujos y diseños para tapices y alfombras. La artista salteña que recién pasados los treinta descubrió su vocación como pintora, cuando participaba del taller de Ernesto Scotti, elaboró una constelación luminosa y perseverante a partir de los años 40. Pero fue luego de una residencia en París –donde asistió a las clases de Sociología del Arte de Pierre Francastel y visitó los talleres de artistas como Georges Vantogerloo y Antoine Pevsner–cuando inició su trabajo con la geometría, la abstracción y el cruce de la cultura popular con la práctica de la pintura. En este sentido, ya entrados los años 60, fueron esenciales sus aportes a la renovación del diseño y la puesta en valor de los tejidos tradicionales de Cafayate y Molinos, en su provincia natal. La Colección Martorell y el archivo de la artista estuvieron a disposición de Andrea Elías, directora del Museo de Bellas de Artes de Salta, y de María José Herrera por la Asociación Argentina de Críticos, quienes convirtieron las instalaciones del Recoleta en una plataforma ideal, pública y gratuita, para acercar una obra casi secreta al público. Organizada cronológicamente, lo que en el caso de Martorell implica la división en series, La energía del color deja afuera sus primeros trabajos, paisajes y pinturas costumbristas. Sin embargo, no es difícil ver en las líneas ondulantes, en las elipses de diferentes escalas de luz y en los ritmos blan-
dos de sus obras maduras la influencia de un relieve como el salteño, con valles y montañas. De las composiciones hexagonales de Simetría, cuando iniciaba sus exploraciones geométricas, pasando por las insólitamente modernas series de Eclipses amarillos o las de En el círculo, hasta obras hiperconscientes como las del Homenaje a Albers, ya entrados los años 90, donde parodia con respeto el Homenaje al cuadrado hecho por el pintor de la Bauhaus, los óleos de Martorell crean –como ella denomina a una de sus pinturas– “interdimensiones”. En sus trabajos de la década de 1970, el conjunto de Ekhos y Siguas yuxtaponen el esfumado del color con la modulación de las ondas, en una indagación que avanza sobre el “fuera de campo” de la visión para crear un juego espacial. “Llámese forma a la definición del objeto en función de sus bordes o límites en un juego de relaciones internas”, se lee en uno de los cuadernos de Martorell exhibidos en una vitrina de la Sala 5 del Recoleta. El pensamiento plástico sobre matrices prehispánicas o semántica del color (en la que los colores cálidos avanzan y los fríos se repliegan en la claridad), la tensión sensible entre la geometría al modo europeo y la ideada por las comunidades aborígenes, las filiaciones constructivistas y las del Arte Concreto son sólo algunos aspectos de un legado que aún espera ser contemplado y analizado en profundidad. C Daniel Gigena Ficha. La energía del color en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930) y en Museo de Arte Tigre, (Av. Victorica 972), hasta el 28 de mayo
ué hacen arañas, escorpiones, cangrejos y huevos de gusanos exhibidos junto a piedras volcánicas, restos fósiles y elementos de laboratorio en un museo de arte? Mientras los científicos Estanislao Bachrach y Facundo Manes llenan auditorios y publican libros sobre la relación entre ciencia y arte, dos muestras en Buenos Aires confirman ese poderoso vínculo. Lo contrario de la magia, en Malba, y Planos alabeados, en el Centro Cultural Ricardo Rojas, demuestran una vez más que no hay nada más contemporáneo que el cruce de disciplinas. “La magia, que en el pasado nos ayudó a avanzar, no va a hacerlo en el futuro. Si sus respuestas siempre sospechosas lucen ahora demasiado bien, ha llegado tal vez el momento de mejorar las preguntas”, dice Lux Lindner en su rol de curador, que suma a los de pintor, dibujante, escritor y performer. El artista “es el mediador ideal entre reinos separados”, sostiene Lindner, quien convocó a otros nueve colegas –Julián Terán, Eduardo Santiere, Aimé Pastorino, Leticia Obeid, Héctor Meana, Rodolfo Marqués, Nuna Mangiante, Pablo La Padula y Julián D’Angiolillo– para demostrar en Malba el nexo profundo entre ciencia y dibujo. Atractivas y delicadas, las obras elegidas combinan una mirada poética con el trabajo meticuloso, paciente, íntimo, controlado, consciente y sostenido que las acerca a las investigaciones científicas. Por ejemplo, los universos mínimos de Santiere, un licenciado en Ciencias de la Computación que alcanza la concentración ideal mientras escucha indie rock y que llega, según Lindner, a registrar “las partículas elementales, el momento en que un universo se transforma en otro”. O los mundos alucinados de D’Angiolillo, inspirados en las excursiones subterráneas que realiza con el Grupo Espeleológico Argentino, asociación dedicada al “estudio y conservación de cavidades naturales y artificiales”. Hay algo de ternura freak en estos seres que miran fijo a los ojos y afirman en un susurro
que “todo está conectado con todo”. Pero eso es lo que demuestran también Leonardo da Vinci, el físico Juan Maldacena, los budistas y los neurocientíficos, concentrados ahora en analizar las bases biológicas de la creatividad. Así, mientras Manes sostiene que el arte permite construir nuevos sentidos al sembrar dudas, destaca a su vez que los artistas “no deben temer a la ciencia, porque permite profundizar en esas dudas”. La Padula, creador de la citada Mesa biológica con insectos en Malba y curador de la muestra del Rojas, se remonta veinte siglos atrás para comparar las quimeras registradas por Plinio el Viejo en su Historia natural con los experimentos genéticos actuales y una impactante escultura de Diego Bianchi realizada con restos de maniquíes. Y se apasiona al señalar la asombrosa semejanza entre los trabajos tridimensionales de Mariano Dal Verme y los del prestigioso cristalógrafo Mario Amzel. Obras de Juan José Cambre, Karina Peisajovich, Pablo Siquier y Eduardo Stupía se cruzan también con registros de laboratorio en Planos alabeados para demostrar que la imagen puede conectar dos dimensiones aparentemente paralelas. La Padula se mueve cómodo en ambas. “Yo no podría hacer ciencia si no trabajara como artista. Para mí, la ciencia sin arte es la muerte de la ciencia y el arte pierde potencia sin cierto rigor analítico”, dice este biólogo y docente de la Universidad de Buenos Aires, entusiasmado porque según él los laboratorios están produciendo los mismos lenguajes visuales que el arte contemporáneo. “Estamos todos –asegura– atravesados por la misma problemática de época.” C Celina Chatruc @cchatruc Ficha. Lo contrario de la magia, curada por Lux Lindner en Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), hasta el 7 de julio. Planos alabeados, curada por Pablo La Padula en el Centro Cultural Ricardo Rojas (Av. Corrientes 2038), hasta el 11 de julio.
Mesa biológica (detalle), Pablo La Padula, 2014.
FOtO: gentileza malba