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POLITICA
I
Sábado 30 de octubre de 2010
Néstor Kirchner 1950 - 2010
Una multitud de manos hizo interminable el recorrido del féretro entre el aeropuerto de Río Gallegos y el cementerio FOTOS DE MAXIE AMENA / ENVIADO ESPECIAL
Una explosión sólo comparable con el día que ganó la presidencia Río Gallegos, la ciudad natal de Kirchner, vivió conmocionada una jornada única en su historia MARIELA ARIAS CORRESPONSAL EN SANTA CRUZ RIO GALLEGOS.– Después de dos días de relativa calma y pena contenida, ayer la ciudad explotó en una conmoción nunca vista ni vivida aquí, apenas comparable con el regreso triunfal de Néstor Kirchner como presidente electo en el año 2003. Nadie se quiso perder ese momento, tener la foto, ser testigo directo, sentirse por unos segundos parte de la historia. “Queremos que sea espontáneo, no organizado desde el partido”, había confiado el día anterior un militante de una unidad básica. Y lo lograron. El jueves a la noche, y por orden del gobierno provincial, se suspendió la contratación de 25 colectivos que llegarían desde El Calafate. Lo mismo sucedió en varias localidades. La llegada de gente del interior provincial empezó a las 6 de la mañana. “No damos abasto”, relató un playero de una YPF al mediodía, atendiendo las largas colas de autos que llegaban a abastecerse. Lo mismo se vivía en los pocos restaurantes abiertos. Otros se trajeron la vianda y almorzaron a la orilla de la ruta por la cual pasaría Kirchner por última vez. El día ayudaba y en cada hogar, bar o café abierto se seguía minuto a minuto por televisión los funerales de la Casa Rosada. La gobernación fue ayer el lugar de
encuentro de la dirigencia local y también el lugar de referencia adonde llegaban desde Río Turbio (280 kilómetros) o Los Antiguos (a 1029 km) de aquí. Todos querían saber a qué hora estaría llegando el avión. “Viva Lupín, vamos Cristina”, fue el grito conmocionado de Daniel Peralta, que no ocultó las lágrimas. La ciudad volvió a vivir ayer el vértigo del 2003, con los camiones satelitales y equipos de televisión y radio dando vuelta las calles buscando el detalle, la historia, el recuerdo más insignificante ayer se volvía trascendente. Cualquier huella que Kirchner hubiera dejado en los habitantes y todos querían hablar de él. La peluquería Rafael, el origen de su apodo que nunca perdió. “Lupo, querido, el pueblo esta
contigo”, fue el grito que más se repitió. La Cámara de Comercio local invitó a los negocios a cesar actividades por algunas horas para acompañar el cortejo, y en todos los negocios pegaron letreros en los que adherían al luto. La llegada inicial de las 3 de la tarde empezó a extenderse, pero ésa fue la hora en la que la autovía 17 de Octubre se pobló de autos a la vera del camino. La elección era llegar al cementerio o bien acomodarse en la ruta. Algunos eligieron las dos opciones. La enorme plazoleta de varias cuadras ubicada frente al cementerio se cubrió de gente, mientras esperaban la vigilia se tomaba mate y se recordaba al “Lupo”. “Gracias a él le pude hacer el primer trasplante de riñón a mi marido, le debo
El dolor del amigo que le hacía los asados RIO GALLEGOS (De nuestra corresponsal).– Héctor “Batata” Mansilla estaba devastado. Es el hombre que le hizo los asados de cábala antes de cada una de las elecciones de Néstor Kirchner en su taller mecánico, que lo conoció cuando tenía menos de 10 años y acunó una amistad de 50 años. “Yo recuerdo a mi hermano, a mi amigo”, afirmó ayer a LA NACION en el aeropuerto mientras esperaba la llegada del avión que traería los restos del ex presidente. Eran vecinos. Vivían a 300 metros y se hicieron amigos en el potrero. “Apenas lo supe, creía que no era verdad; a Néstor lo mataron mil veces. Pero después nos cayó la ficha. Fue muy fuerte. Nunca lo voy a olvidar”, afirmó.
la vida”, contaba una mujer desconsolada. Algunos protestaban que Kirchner no haya tenido su velatorio aquí. “En Buenos Aires lo tuvieron dos días, acá nos dan apenas media hora” se enojaba una mujer bajita, que a los empujones quería llegar a tocar el coche fúnebre. “Cristina dijo que podíamos tocar el auto”, se enojaba otra con un gendarme. Ayer se vivió aquí una explosión de emociones, que mezcló la pena profunda con gritos eufóricos de despedida al líder. “En tu memoria haremos patria”, rezaban algunos pasacalles hasta los cantos entonados por los militantes locales y porteños de La Cámpora, “Escúchelo, escúchelo, Kirchner no se murió, vive en el pueblo”. Los enojos quedaron de lado por unas horas. Y tampoco faltaron algunos curiosos atraídos por la multitud, que no podían dejar de ser parte de semejante evento. Nunca aquí se vio semejante homenaje. Incluso los que nunca militaron con él y fueron sus acérrimos opositores. Tal el caso del ex diputado radical Roberto Giubetich, que trabajó desde el municipio en el cementerio para ultimar detalles. La frase repetida “fue el santacruceño que llegó mas lejos”. La despedida tuvo fervor y devoción. Y gritos sin rubores. Aquí no se despidió a Kirchner: aquí se despidió al “Lupo”.
OPINION
El espectáculo del viejo caudillismo JUAN JOSE SEBRELI LA NACION Los funerales de Néstor Kirchner debían ser previsiblemente multitudinarios. Forman parte de los rituales de la sociedad del espectáculo en la era de los medios, de la adicción por los eventos masivos y la cultura de la muerte o necromanía, desde las exequias de Juan Pablo II a Lady Di o de Hipólito Yrigoyen y Carlos Gardel hasta Evita, Juan Perón y Raúl Alfonsín. La actitud mágica ante la muerte suele envolver a los difuntos famosos con un aura de santidad o heroicidad; no debe extrañarnos que hasta algunos adversarios, políticos, analistas, periodistas y escritores, elogiaran el espíritu de lucha del jefe de un Gobierno vituperado hasta el día anterior por el autoritarismo, la agresividad y la
corrupción. El sacrificio y aún la inmolación por un ideal se transfiguraron en una cualidad política, olvidando también que las peores causas han contado con militantes dispuestos a dar su vida. Sin embargo, algunos gestos del kirchnerismo aguaron esa fiesta de hipócrita reconciliación: el velorio no se hizo como es habitual en el Congreso. No se les permitió la entrada a la Casa de Gobierno al ex presidente Eduardo Duhalde ni al vicepresidente Julio Cobos. Otros debieron pasar por la censura del secretario de la Presidencia, Oscar Parrilli, así Felipe Solá, Francisco de Narváez o la comitiva radical –cuyo titular fue abucheado– salieron desairados sin poder saludar a Cristina Fernández. El discreto silencio de Elisa Carrió fue la actitud más digna. La relación amigo-enemigo persistió en el velorio con la discriminación
en Palacio y los estribillos amenazadores contra la oposición coreados en la Plaza de Mayo, donde no faltó tampoco la oratoria rabiosa de Hebe de Bonafini. El comportamiento de la sociedad frente al acontecimiento fue variado. Los kirchneristas alcanzaron para sobrepasar la plaza, con el agregado de muchos curiosos, el clásico público de los acontecimientos mediáticos, todos ellos muy atentos a saludar ante las cámaras. En el resto de la sociedad, una amplísima mayoría –que no se vio en televisión– hizo su vida normal; en las calles, en los cafés no se notó un clima de tristeza ni desasosiego. En la plaza, incluso, hubo cierto aire festivo entre los grupos juveniles de clase media que contrastaban con las tradicionales columnas sindicales esta vez mermadas. Estos delirios de unanimidad a los que
son tan afectos muchos argentinos muestran el persistente culto de los héroes, la creencia en los caudillos salvadores, principal obstáculo para la construcción de una sociedad democrática de hombres libres, iguales y responsables de su propio destino. La incertidumbre que ahora cunde por un posible vacío de poder debería atribuirse no a la muerte del líder, sino, por el contrario, a la persistencia del viejo caudillismo y a la debilidad de un sistema democrático de partidos y de instituciones sólidas que avalen la continuidad y la estabilidad política, más allá de las contingencias de los individuos. No es hora, pues de oraciones fúnebres ni de lamentos, sino de reflexionar sobre las deficiencias básicas de la sociedad argentina, y su organización política y la necesidad de cambio.
El guardián de Néstor
Patrignani lo custodió hasta el fin RIO GALLEGOS (De una enviada especial).– Le costó entenderlo, pero lo hizo. Se encariñaron. Hoy quizá sea la persona que más horas haya pasado con él desde que lo conoció, allá por 2002, cuando se lo presentaron en esta lejana ciudad para que cuidara su seguridad como candidato presidencial. Corpulento, bonachón, amable. Duro, en sus fuerzas, en su mirada, en su presencia. Héctor Patrignani, el custodio personal de Néstor Kirchner, fue ayer el hombre que también se encargó de encabezar otra vez su cuidado, esta vez, en el entierro final. Con el cuerpo volcado sobre el féretro, Patrignani pasó los últimos minutos con el ex presidente en El Calafate, regresó a la Capital, pasó por la Casa Rosada a despedirlo y ayer le dedicó el último día como si fuera el primero de su trabajo. Comisario de la Policía Federal, oriundo de Flores, Patrignani se ganó el cariño de Kirchner recién cuando entendió que debía amoldar sus normas a las rebeldías del ex presidente. “Yo soy así, vas a tener que cambiar”, fueron las primeras palabras con las que Kirchner lo desafió, según contaron a LA NACION testigos de aquella época, en 2003. Una tarde en El Calafate, ya presidente, aprovechó una distracción y se le escapó. Sólo para molestarlo. Patrignani pasó los últimos ocho años entre Santa Cruz, la Casa Rosada, Olivos, El Calafate, y cada lugar por el que se movía Kirchner. A tal punto él había entendido el mensaje que Kirchner pidió, al retirarse de la Presidencia, llevárselo con él. Hubo momentos en los que hasta le atendía el celular. A pesar de haber sido jefe de la custodia presidencial, Patrignani aceptó bajarse del cargo. Ayer lo acompañó pegado, al lado del cajón. Otra vez.