La primera letra del alfabeto repetida tres veces era el logo de la prestigiosa entidad
FORJADORES DEL GUSTO
Un tesoro redescubierto La muestra que el Malba consagra a Amigos del Arte, una de las más importantes entidades culturales del país, que funcionó de 1924 a 1942, recuerda la actividad de sus fundadores, “damas y caballeros de sociedad” dotados de medios y olfato para detectar la calidad. La institución difundió las obras de artistas y escritores nacionales y extranjeros de primer nivel POR ERNESTO SCHOO
inquietante de Stravinsky, de Honegger, de Milhaud, de Satie, de Poulenc, de nuestro Juan José Castro, de nuestro Juan Carlos Paz. Cantaba Jane Bathory, se sentaban al piano Claudio Arrau y Ricardo Viñes. Asimismo –y especialmente–, debemos a Amigos del Arte la actuación en Buenos Aires de escritores de la talla de Keyserling, de Ortega y Gasset, de García Lorca, de Waldo Frank. En el pequeño escenario que ocupaban los conferenciantes, dentro del salón de actos de Van Riel, calle Florida, asistimos a la magia lírica de Ramón Gómez de la Serna.
Para La Nacion – Buenos Aires, 2008
H
asta el 2 de febrero de 2009, el Malba presenta una vasta y muy completa evocación de Amigos del Arte, ejemplar institución privada que, con sede en Buenos Aires, desarrolló una valiosísima labor de difusión y estímulo de la cultura y sus creadores, con especial acento en los argentinos, entre 1924 y 1942. Cuando se revisa el panorama cultural de esta ciudad durante el siglo XX, por lo general se hace hincapié tan sólo en la tarea –de indudable importancia y prolongada descendencia– del Instituto Di Tella; considerado, además, antecedente del Malba, que sería su equivalente actual. No por casualidad este último se encarga, hoy, de rescatar a aquella antepasada, relegada de modo injusto al olvido. Fue el 15 de junio de 1924, durante el honesto e ilustrado gobierno de Marcelo Torcuato de Alvear (1922-28), cuando un grupo de –como se decía entonces– “damas y caballeros de la alta sociedad porteña” fundaron Amigos del Arte, cuya actividad comenzó casi un mes más tarde, el 12 de julio, con una exposición del paisajista Luis Cordiviola en su sede provisional de Florida 940 (el Di Tella ocuparía, cuarenta años después, el número 936). La presidía Adelia Acevedo, una acaudalada y refinada compatriota cuya efigie, pintada en los años veinte en París, por Van Dongen, fue donada por sus descendientes al Museo Nacional de Bellas Artes. El célebre artista holandés se permitió una travesura, acaso irónica, más propia de la historieta que de la pintura cortesana: en uno de sus dedos, la retratada ostenta un solitario inmenso del que brota, como de un reflector, un racimo de destellos luminosos. Presidenta y vice, honorarias, fueron designadas la esposa del presidente Alvear, Regina Pacini, y Josefina Acosta de Noel. Secretario, Julio Noé, celebrado escritor y crítico de arte, padre de Luis Felipe Noé (Yuyo), el gran pintor contemporáneo. Adelia Acevedo ejerció la presidencia por breve lapso, de 1924 a 1926, y fue sucedida en el cargo por la vicepresidenta, Elena Sansinena de Elizalde (Bebé) (1883-1970), quien guiaría a la institución en su época más gloriosa. Tanto el elenco de fundadores de la entidad como el de los artistas beneficiados por ella y el de los invitados extranjeros recuerda aquella frase inmortal de Leo Stein, el hermano de Gertrud, que al llegar a París y luego de asistir a una reunión de artistas e intelectuales, le cuenta en una carta a la futura “sibila de Montparnasse”, por entonces estudiante de filosofía en la universidad Johns Hopkins: “Estaba every-
10 | adn | Sábado 6 de diciembre de 2008
Elena Sansinena de Elizalde (Bebé), presidenta de Amigos del Arte, y Cesáreo Bernaldo de Quirós
body who is anybody; todo aquel que es alguien”. En el centenario del nacimiento de Bebé Elizalde, Manuel Mujica Lainez la evocó en La Nacion del domingo 18 de septiembre de 1983, en una sentida nota de la que nos permitimos transcribir los párrafos que resumen admirablemente lo que fueron Amigos del Arte y su infatigable presidenta, en sus 18 años de actividad. Aclaremos que el escritor se está refiriendo a la entidad pero incluye, naturalmente, a quien la conducía con sensibilidad de artista y eficacia de administradora: Gracias a ella se divulgó la creación de nuestros plásticos primitivos. Aprendimos la importancia de Horacio Butler, Basaldúa, Badi, Berni, Del Prete, Victorica, Spilimbergo, Pettoruti, Raquel Forner, Norah Borges, Xul Solar. Descubrimos a Figari y a los grabadores del siglo XIX argentino. ¿Y los conciertos? Allí se abrieron los oídos al esplendor
En el magnífico ensayo que prologa la muestra, su curadora, Patricia Artundo (el otro es Marcelo Pacheco; curadores asociados son Fernando Martín Peña en cine y Omar Corrado en música), subraya que la entidad se constituyó sobre la base de “una idea de responsabilidad institucional desde un punto de vista social”. Añade: “Lo que existía era un concepto amplio de cultura, como así también se sabía qué era lo que debía hacer para alcanzar un grado más elevado en su desarrollo”. Y, oponiéndose a las voces que desde el primer momento y desde opuestos extremos de militancia política se alzaron acusando a los Amigos de “extranjerizantes y elitistas” (lo mismo le sucedería a la creación de Victoria Ocampo, la revista Sur, fundada en 1931), transcribe parte del artículo I de sus estatutos: “Constitúyese la Asociación Amigos del Arte, con el objeto de fomentar la obra de los artistas y facilitar su difusión, a la vez que propender por todos los medios a su alcance al bienestar material de los artistas argentinos”. A lo que se sumaba, en el artículo siguiente, el “ceder sus salas a los artistas en las condiciones más ventajosas”. Cuando la señora de Elizalde asumió la presidencia, Amigos del Arte se trasladó, en 1927, a la galería de Frans Van Riel, el notable fotógrafo holandés cuyos bellísimos retratos de Anna Pavlova en Buenos Aires darían la vuelta al mundo. Disponían allí de cuatro salas con 300 metros cuadrados para exposiciones, más el salón de actos (que albergaría, años después, el teatro del Instituto de Arte Moderno, creado por otro mecenas olvidado, Marcelo De Ridder) y dependencias administrativas. ¿Cómo se mantenía, cómo se administraba esta entidad empeñada en una labor cultural y con vacilantes, esporádicas contribuciones gubernamentales? En el prólogo aludido, Patricia Artundo explica el ingenioso sistema que le permitió a Amigos del Arte bastarse a sí misma y no depender del favor oficial ni de las cuotas sociales. Según ese texto, la asociación fue también “uno de los lugares de mayor éxito comercial en su tiempo”, un antecedente de lo que hoy llamamos “mercado del arte”: