Un problema político La práctica de la teoría Ecuánime perspectiva

26 dic. 2009 - POR ROBERTO. MANGABEIRA UNGER. FCE. TRAD.: MARÍA JULIA. DE RUSCHI. 352 PÁGINAS. $ 69. HISTORIA DE LA. UNIÓN SOVIÉTICA.
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EL DESPERTAR DEL INDIVIDUO

EL SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD

HISTORIA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA

POR ROBERTO MANGABEIRA UNGER

POR GABRIEL KESSLER

POR JORGE SABORIDO

FCE TRAD.: MARÍA JULIA DE RUSCHI 352 PÁGINAS $ 69

SIGLO XXI 287 PÁGINAS $ 45

EMECÉ 319 PÁGINAS $ 95

Un problema político

La práctica de la teoría

Ecuánime perspectiva

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l sentido común suele tener referencias reales, pero también crea prejuicios que, cuando se instalan en la discusión pública con fuerza de verdad, pueden causar efectos poco deseables. La “inseguridad” es un ejemplo. Etiqueta mediática, problema político, objeto de análisis científico y noción del lenguaje cotidiano, la “inseguridad” superpone dos hechos: la ocurrencia de delitos con el miedo a sufrirlos. Las ciencias sociales han demostrado que el delito y el sentimiento de inseguridad son fenómenos separables, que el miedo puede aumentar aunque disminuya el delito, y que las políticas que solucionan uno no siempre mitigan el otro. En El sentimiento de inseguridad, Gabriel Kessler –una de las voces más sólidas y respetadas en el estudio de la cuestión– toma la dimensión del miedo al delito como objeto, para desentrañar su lógica propia y desnaturalizar prejuicios. La base del libro son investigaciones realizadas desde 2004: entrevistas, encuestas, análisis de archivos y de foros on-line sobre el tema, en distintos sectores de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano, y en ciudades del interior. Kessler caracteriza el sentimiento de inseguridad como “una amenaza a la integridad física, más que a los bienes, que parecería poder abatirse sobre cualquiera”. Ese rasgo de aleatoriedad e imprevisibilidad lo deslocaliza: ya no hay zonas seguras e inseguras, mientras que los portadores del peligro se multiplican. A los jóvenes de sectores populares –fuertemente estigmatizados–, se suman los “patovicas”, el poder político, la policía o los cartoneros, según el lugar social desde donde se mire. A partir de allí, las páginas contestan ideas sobre el miedo al delito: no es inesperado ni repentino –Kessler traza su genealogía desde los años 70–; no sólo incluye distintos grados de miedo, sino sentimientos como la ira, la impotencia, la nostalgia; y se proyecta en las prácticas cotidianas de prevención y protección de hogares, bienes y personas. El libro demuestra cómo influyen el lugar de residencia, el género, la edad en el sentimiento de temor. Un interés especial recorre las páginas: determinar hasta qué punto el sentimiento de inseguridad creciente puede generar apoyo a políticas punitivas. Kessler demuestra que no es una tendencia extendida, pero que sí hay anuencia para “un discurso que reconozca las causas estructurales del delito y, al mismo tiempo, pugne por ir inclinando el fiel de la balanza hacia un incremento paulatino de medidas de corte punitivo”. El temor, finalmente, es un problema político. Alerta Kessler: “La extensión de la sospecha y de la presunción de peligrosidad es un riesgo profundo y subrepticio en nuestra sociedad”.

ómo lidiar con las estructuras culturales e institucionales que nos rodean? Ése fue el interrogante que llevó al teórico social brasileño Roberto Mangabeira Unger a desarrollar El despertar del individuo. Imaginación y esperanza. Para este profesor de Harvard –tuvo como alumno al actual presidente de Estados Unidos– y ex ministro de Asuntos Exteriores de Brasil, las instituciones y las ideologías no son objetos naturales. Muy por el contrario, las estructuras de la sociedad y de la cultura son construcciones colectivas y, por lo tanto, encarnan “voluntades petrificadas y conflictos interrumpidos”. El autor se distancia de la tradición platónica y, asimismo, expone su crítica a lo que despectivamente denomina “filosofía perenne”, aquella que encapsula la existencia del hombre en una abstracta cavilación sobre la humanidad y lo aleja de lo que lo afecta en su vida cotidiana. En los primeros apartados, Unger se aboca a desarrollar su concepción de la humanidad. Más allá de todos los determinismos, el autor reconoce la importancia del sujeto y su capacidad para trascender los contextos inmediatos. Tanto la filosofía como la política deben estar a su disposición. Según el autor, un “pragmatismo radicalizado” es el único marco conceptual y programático que puede propiciar este terreno. Pero Unger desliza también una férrea crítica al pragmatismo estadounidense que nada tiene que ver con su propuesta instrumental. Aunque insista en que la teoría sin un anclaje práctico no alcanza para resolver los problemas de la vida, el pensador reconoce como renovadoras las bases de ciertas ideas propias del pragmatismo estadounidense, como por ejemplo el planteo de Charles Sanders Pierce acerca del significado de los conceptos, la teoría de la verdad de William James y la doctrina de la experiencia de John Dewey. El interés del autor se dirige a resolver cómo lograr que una democracia no se petrifique ni naturalice sus formas. Un punto de inflexión fundamental según el pensador es “el involucramiento popular en la vida cívica” para que el poder no se concentre en un grupo o en una clase que obture el cambio y la política experimental. El último apartado de El despertar... está plagado de compromisos prácticos; sin embargo, la propuesta de Unger no deja de ser clara desde un principio: “El mundo necesita radicalizar la democracia y divinizar a la persona” a través un sistema experimentalista que acorte la distancia entre los movimientos rutinarios de una sociedad y los excepcionales. Habría que ver si el nutrido programa presentado basta para convertirse en una alternativa al actual orden social.

veinte años del fin de la Unión Soviética y casi cien del comienzo del sueño socialista, poco es el material serio y equilibrado que se puede conseguir en el Tercer Mundo sobre lo que se conoció como “el Segundo Mundo” comunista. Si bien los estadounidenses y europeos han invertido mucho en revisar, analizar y reinterpretar toneladas de archivos y datos de su ex aliado y luego enemigo soviético, en América latina la Cortina de Hierro aún parece insistir en ciertas opacidades y distorsiones. Por eso, la aparición de esta Historia de la Unión Soviética, realizada por el argentino Jorge Saborido (prolífico historiador y catedrático de Historia Social General de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA), es un hecho destacable. Lejos de ser una lectura o interpretación “local” de la revolución rusa y su posterior amplificación soviética, Saborido logra trazar una sorprendente, compacta y ecuánime bisectriz entre las múltiples lecturas historicistas e ideológicas, desde la oficialista y rusófila “visión conservadora [...] que condujo a que esa descalificación adquiriera rango académico” hasta la triunfalista demonización del “imperio del mal” o la adulación de la “dictadura del proletariado”. Así, ese gigantesco y particular proceso experimental llamado Unión Soviética, suspendido entre dos momentos históricos acelerados e impredecibles como fueron los años 1917 y 1991, aparece nítidamente perfilado en todas sus complejidades, magnitudes y contradicciones. A través de una excelente cruza y reformulación bibliográfica, este libro no es sólo un ordenado y claro despliegue de la historia soviética, sino también un documento riguroso y crítico que desarticula esa sensación monolítica que hubo detrás de la hoz y el martillo: “El proyecto socialista tal como se puso en práctica desde octubre de 1917, más allá de las diferencias existentes entre el período leninista y el estalinismo, fue una operación realizada ‘desde arriba’ sin la participación efectiva de la clase trabajadora ni de los campesinos”, resume Saborido. Sin embargo, en el momento de evaluar si la URSS fue una idea que salió mal, o una mala idea que logró sobrevivir a un contexto de aislamiento y adversidad por más de siete décadas, el autor aclara que, ante la actual crisis del capitalismo del siglo XXI y del persistente sistema de desigualdades y de democracias excluyentes, es necesario rescatar una “revisión de la experiencia soviética”, pero sin dejar de tener presente “lo que no debe hacerse a la hora de luchar por un mundo más justo”.

Raquel San Martín

Carolina Menéndez Trucco

Andrés Criscaut

© LA NACION

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18 | adn | Sábado 26 de diciembre de 2009