EDGARDO GIMÉNEZ. Mono albino, 1967-2007
DELIA CANCELA/PABLO MESEJEAN. Sin título, 1967
Las obras que integran Arte 60 se produjeron en un contexto muy diferente del actual: la censura y la represión política eran el pan cotidiano, y las recurrentes crisis no habían destruido aún la equidad
dación, y las galerías y espacios con los que dialogaba, como Bonino o Lirolay. Dentro de ese marco, Arte 60 rescata a muchos de los artistas más significativos de entonces: Luis Benedit, Víctor Chab, Delia Cancela, Pablo Mesejean, Manuel Espinosa, Edgardo Giménez, Sarah Grillo, Gyula Kosice, Fernando Maza, Eduardo McEntyre, Marta Minujin, Rogelio Polesello, Mario Pucciarelli, Alejandro Puente, Dalila Puzzovio, Charlie Squirru, Josefina Robirosa, Juan Carlos Romero, Kasuya Sakai, Antonio Seguí, Carlos Silva y Clorindo Testa. Salvo Kosice o Espinosa (que habían participado en los movimientos abstractos de las décadas anteriores), casi todos los demás surgieron en el marco de esa década mítica. Las obras que integran Arte 60 se produjeron en un contexto muy diferente del actual: se trataba de una épo-
ca en la que la censura y la represión política eran el pan cotidiano, y las recurrentes crisis no habían destruido aún la equidad que caracterizaba a la sociedad argentina (la mayoría de la población era de clase media). Y si bien había intensos debates culturales y una extendida educación de calidad, también las formas de vida y las ideas que conformaban el universo cotidiano eran más arcaicas: el machismo y el autoritarismo campeaban desembozadamente por el entorno familiar. Los medios masivos reflejaban a los artistas contemporáneos como disidentes, locos o extremistas. Eso, cuando no los tomaban directamente en broma. Uno de los muchos aspectos positivos del recorte que Arte 60 escenifica es la exhibición de la enorme diversidad de propuestas estéticas que convivieron durante aquellos años, mientras se concluía con las divisiones guerreras que habían caracterizado el arte moderno desde su surgimiento. Esa división del mundo entre réprobos y puros (que podía encarnar en figurativos y abstractos o fauves y cubistas, o surrealistas y realistas, y mil “ismos” más que se contraponían unos a otros) se debilitó hasta la desaparición con el estallido de las vanguardias sesentistas. Lo interesante era la experiencia estética; el estilo o el camino eran secundarios. Algunos concretos se volvieron figurativos e imaginativos (como Kosice). El informalismo convivió con la Nueva Figuración y el pop con los ecos de Fluxus. En el sótano de la galería hay un televisor que transmite breves fragmentos de experiencias tan idiosincrásicas de aquella época como ahora irrecuperables (lo que termina produciendo una extraña nostalgia sin objeto preciso): se ve un juego en la playa entre jóvenes desnudos (una performance realizada por Oscar Bony) y momentos de algunos de los happenings realizados por Marta Minujin y Rubén Santantonín. Esa ventana hacia el núcleo duro de los años 60 (arte efímero ligado a experiencias vitales) expresa un optimismo estético e intelectual que hoy suena sumamente atípico. Esa fe en el futuro (es decir: en nuestro tiempo) era algo que estaba en el aire de los años 60 y que ahora resulta completamente distante. Hasta lo más moderno se convierte en pasado. © LA NACION
LEOPOLDO TORRES AGÜERO. Abertura con cubo, 1970
Torres Agüero, una “cuestión de tarro” POR ELBA PÉREZ Para La Nacion - Buenos Aires, 2008
odo fue cuestión de tarro.” La afirmación vertida por el anfitrión, sibarita de porte dandi y acento Ménilmontant, asombró a los comensales, muy especialmente al poeta Alberto Girri, al responsable de la editorial Hachette y a una periodista en agraz. Su mujer, Monique Rozanès, escultora francesa, y Miguel Dávila, su primo, intercambiaron sonrisas cómplices. Conocían el don histriónico que Leo Torres Agüero desplegaba como relator de su propia peripecia. Entre otras yerbas, se había criado entre leyendas riojanas, había hecho experiencias en el teatro Noh, en Japón, y había desempeñado funciones diplomáticas en Europa. Sin embargo, Torres Agüero contestaba con precisión a la pregunta sobre el origen de la geometría sensible que caracterizaba su obra de la década del 60. Contó la sugestión que le despertaron las chorreaduras del enjalbegado sobre la pared de adobe, en la cabecera de la cama donde fue parido Facundo Quiroga. Años más tarde, convocó estos recuerdos valiéndose de latas de conserva perforadas, cuyo contenido pigmentario derramaba sobre la tela. Era un azar digitado por la pulsión del artista, que ejercía rumbos reglados por la emoción. La formulación enunciada por Juan Gris y Georges Braque para el cubismo
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de principios de las vanguardias del siglo XX conoció otros avatares en Leopoldo Torres Agüero (Buenos Aires, 1924 - París, 1995). El artista cosmopolita se dio a conocer precozmente como asistente del brasileño Cândido Portinari en una serie de murales realizados en la Cité Universitaire de París en 1950. La colaboración refrendaba los méritos acreditados por el premio obtenido por Chica de La Rioja, óleo enviado al Salón Nacional de Buenos Aires un año antes. Pero la distancia entre la sensible imagen figurativa y el contexto social de la colaboración con Portinari marca rumbos y pulsos variables a lo largo de su trayectoria. La selección de 16 obras realizadas entre 1961 y 1992 conforman Geometría sensible, la muestra que la galería Van Eyck ofrece como síntesis espigada, escogida, de la obra de Torres Agüero. Las pinturas pertenecen al período inmediatamente posterior a la experiencia informalista, morigerada en el desborde matérico pero fundada en las entrevisiones riojanas que lo llevaron a ser “pintor de tarro” antes que manchista, al tenor de los artistas contemporáneos estadounidenses, franceses, españoles o italianos con acento expresionista. FICHA. Geometría sensible, de L. Torres Agüero, en Van Eyck (Av. Santa Fe 834). Hasta el 17 de octubre. Ver la nota completa en www.adncultura.com
Sábado 11 de octubre de 2008 I adn I 27