Viernes 19 de septiembre de 2014 | adn cultura | 3
CróniCas de la selva
Todos los escritores todos El premio Konex reunió a más de un centenar de autores entre nominados, jurados, amigos y enemigos; Madame Bovary regresa Hugo Beccacece | Para la nacion
Martes, 16 de septiembre, a las 19, en Ciudad Cultural Konex
Es una reflexión que, varias veces, en distintas épocas, se aplicó a disciplinas diversas con las modificaciones del caso. La frase fue pronunciada por el novelista Alan Pauls: “Si hoy estallara una bomba aquí, se terminaría la literatura argentina. Están todos, todos los escritores. Hay sólo escritores”. Alguien le respondió: “No des ideas, Alan. Mirá que los no premiados la bomba te la hacen explotar”. Sin embargo, había mucho de cierto en la conjetura de Pauls porque, además de cruzarse con los cien nominados, sus parientes, sus amigos y los veinte integrantes del jurado, uno también veía a autores no premiados y, por supuesto, a varios enemigos de los premiados. Pauls continuó con una sonrisa pícara: “Es casi como la fiesta de un club, de una corporación, de un sindicato”. La hipérbole, el crescendo a lo Bolero de Ravel, llegó a su clímax: “Es como la fiesta del Oscar”. Los que lo rodeaban lo miraron con inquietud. Se oyó una vocecita: “¿La del Martín Fierro, quizá?” Todos habían temido que el acto durara horas porque había que entregar los cien diplomas, es decir que cien personas debían subir al escenario, después de que Canela, impecable maestra de ceremonias, anunciara sus nombres, saludar al presidente de la Fundación Konex, Luis Ovsejevich, al presidente del gran jurado, Noé Jitrik, sacarse fotos y bajar de nuevo a la platea. Pero, para alivio general, los discursos fueron breves y, en algunos casos, como el que pronunció Mauricio Kartun en representación de los seleccionados, el humor y el ingenio estuvieron presentes. La entrega duró una hora y quince minutos. Casi un récord de síntesis y ritmo en este tipo de acontecimientos. Por otra parte, en ningún momento se notó que se urgiera a los premiados para que éstos desfilaran lo más rápido posible. Todo lo contrario. Nadie se apuró. La elite literaria del país, en general, no luce atlética. Una aclaración: la Fundación Konex premia siempre veinte rubros, pero en esta entrega se agregó uno, consagrado a la labor editorial, por lo que, en realidad, se entregaron más de cien diplomas.
Algo muy importante: la proporción de jurados y premiados K y no K era bastante equilibrada. No hubo prepotencia política de ningún tipo en las distinciones y el clima civilizado reinó en la sala de la Ciudad Konex. Los K y los no K se saludaban, bromeaban, se sonreían o se hacían señas cordiales desde lejos. Es útil recordar que Borges consideraba la cortesía una forma de la bondad y no una falsedad de buen tono. En suma, todos se fueron contentos porque todos habían ganado. Quizá sea una observación frívola. Cada vez se hace más llamativa la diferencia de criterio con que los escritores y las escritoras se preparan para estas celebraciones. Casi todas las mujeres se arreglan, se ponen algo discreto pero elegante, se maquillan y hasta se perfuman; mientras que la mayoría de los hombres llegan con camisas que se salen ¿involuntariamente? de los pantalones, con riñoneras, despeinados, barbudos (no la barba de tres días, tan convencional y afectada como el plastrón). Es como si trataran de llegar, sin cruzarla, a esa peligrosa frontera que separa la “naturalidad” de la desidia y la falta de aseo. El caso opuesto: Abelardo Castillo y Sylvia Iparraguirre eran una pareja de elegancia ejemplar, y no se trataba meramente de la ropa. Los aplausos más entusiastas fueron para el Konex de Honor que se confirió a María Elena Walsh y para el diploma al poeta Juan Gelman. Jueves 11 de septiembre, a las 19, en la Alianza Francesa.
Madame Bovary es una de las grandes novelas de la literatura mundial y su traducción es siempre un acontecimiento literario por lo difícil que resulta hacer justicia a la prosa de Gustave Flaubert. Sin embargo, si nos limitamos al castellano, hay cuarenta y tres versiones españolas, una chilena, una colombiana, tres mexicanas y diez argentinas. A estas últimas acaba de sumarse una nueva, realizada por Jorge Fondebrider y editada por Eterna Cadencia, cuya presentación se hizo en la hermosa biblioteca de la Alianza Francesa. Antes de que hablaran el traductor y
“Si hoy estallara una bomba aquí, se terminaría la literatura argentina”, bromeó en la entrega de diplomas AlAn PAuls eScritor
leyó admirablemente dos pasajes de la novela de Flaubert de un humor y un cinismo que despertaban la sonrisa mArilú mArini actriz
Magdalena Cámpora, Marilú Marini leyó de modo admirable dos pasajes de un humor y de un cinismo que despertaban la sonrisa, el horror y la piedad al mismo tiempo. El primer fragmento leído fue la carta que Rodolphe, el amante rico de Emma Bovary, le dirige a ésta para explicarle por qué ha renunciado a fugarse con ella. El segundo fue la escena en que Emma y Léon, el estudiante enamorado, recorren Rouen en un fiacre con las cortinillas bajas: un hecho escandaloso y excepcional en la ciudad de provincia porque esas cortinillas bajas sólo pueden significar una cosa: dentro del coche, un hombre y una mujer están haciendo el amor. Cuando el libro se publicó, esa escena, que no es sino una enumeración de calles, fue considerada una obscenidad desenfrenada. Fondebrider contó que para realizar una edición que agregara algo a las otras hechas en castellano, resolvió dotar a la nueva versión de suficientes notas aclaratorias. Viajó a Francia y permaneció allí varios meses investigando, gracias al apoyo que recibió del Centre National du Livre. Para captar el sentido de muchas de las escenas de la novela, debió redescubrir las costumbres de una época. Por ejemplo, hay una fiesta en un castillo y las mujeres ponen en cierto momento un guante sobre la copa que tienen en sus manos. Eso significaba que no querían beber más. El lector que lee desprevenido ese pasaje puede no captar el mensaje cifrado. La misión de la nota es revelárselo. Según aclaró Fondebrider, a Flaubert no le gustaban las cacofonías ni las repeticiones; sin embargo, le agradaba que en su prosa hubiera un “ruido de fondo”. Por medio de la sintaxis, Fondebrider logró ese efecto de bajo continuo. Magdalena Cámpora, joven amiga de Fondebrider, evocó hasta qué punto éste vivía obsesionado por Flaubert y sus criaturas durante el trabajo de traducción. Cuando llegó al término de su labor, le dijo: “Hoy, por fin, se murió Emma”. El fruto de esa tarea es un volumen de 510 páginas, con 516 notas. Fondebrider confesó que el género novela no le gusta, pero esta lectura y traducción de Flaubert fue una de las experiencias literarias más intensas de su vida. C