CRÍTICA DE LIBROS
CAMINO DE VACAS POR JOSÉ VILLA GOG Y MAGOG 186 PÁGINAS $ 25
NARRATIVA ARGENTINA
Siniestras voces que hipnotizan La historia de un padre nazi y su hija, que pasan a integrarse a la vida argentina, es narrada a través de un sutil entramado de voces que decanta hacia las formas del relato cerrado
A
menudo se piensa en la prosopopeya como la figura del lenguaje que atribuye acciones o cualidades humanas a objetos inanimados, animales o entidades abstractas. En menor medida, también se contempla dentro de esta figura la atribución de un discurso a personas muertas, ausentes o acaso imaginarias; esto es, el artificio de dotar de palabras a quienes por su lejanía, su impronta histórica o su fijación en el pasado ya no nos “hablan”, porque sólo existen en el molde de su trascendencia. Algo de esta última acepción, aunque despojada de solemnidad inútil y en mismo grado revestida de novedosa densidad, sobrevuela la lectura de Traslasierra, la nueva nouvelle de Andrés Rivera. El tono intenso y perturbador que recorre la trama parece ser la reposición fantasmagórica, con visos de furia y de deseo, de un discurso jamás pronunciado como tal por los personajes, pero que, por su artificialidad, gana no solo en belleza sino en potencia para representar subjetividades siniestras marcadas por la Historia. En este caso, la del ex coronel nazi Gerhard Schrader, fundador de la Colonia Dignidad, en Chile, y esporádico habitante de Bariloche, quien huyó del bunker de Hitler poco después del suicidio de su líder; y la de su hija, la impactante Rebeca, creada a imagen y semejanza de los deseos de su padre, y del recuerdo de su difunta madre, una judía linchada por los soviéticos hacia el final de la Segunda Guerra. En efecto, son las voces de Gerhard, Rebeca y de un narrador desconocido (acaso sólo una mirada) las que van entretejiendo esta historia de nazis que pasan a integrarse a la vida argentina. Hay un particular ritmo, una cadencia, en la prosa de Rivera que, en este nuevo libro, está lejos ya del fetichismo
18 I adn I Sábado 1º de diciembre de 2007
de la frase reiterada, y muy cerca, en cambio, de dar con el tono justo para narrar los particulares perfiles de padre e hija –gélidos, racistas, pero cuasi omnipotentes–, que cobran intensidad en el talentoso tándem entre las frases y sus silencios. Frases que, por otra parte, logran decirlo todo sin abundar en nada. La nouvelle comienza con la voz de Rebeca recordando las conversaciones en que su padre le relató el avance del Ejército Rojo sobre Berlín. El resentimiento, el antisemitismo, se intercalan con un legado de crianza y formación
TRASLASIERRA POR ANDRÉS RIVERA SEIX BARRAL 84 PÁGINAS $ 34
para Rebeca, a través del cual el padre emite su mandato, antes de que su hija viaje a Traslasierra para contraer matrimonio: “Rebeca debe mantenerse lejana pero no fría, y lograr que sepan que los supera largamente en el terreno que sea, y que ellos intuyan que son algo así como una aberración sobre la tierra que pisan. Y que Rebeca Schrader no es la Virgen María. Rebeca Schrader no perdona”. El obediente cumplimiento de este libreto existencial, sofocante y gozoso como sólo el Edipo femenino permite, tiene en la vida de Rebeca una doble consecuencia: la libre entrega
Doble mirada E
a sus sentimientos incestuosos hacia su padre (lo extraña, lo desea y hasta se permite besarlo), y el ejercicio de la venganza y la crueldad hacia aquellos hombres que no son, no pueden ser, su padre. La figura femenina de Rebeca es, ciertamente, un gran acierto de Traslasierra. Mujer fascinante y a la vez ominosa, es tanto reproducción como objeto de su padre. El sistema de verdugos se completa en la novela, también, con otros elementos: el marco de la historia dentro en la última dictadura militar argentina, con la figura de Menéndez dominando el territorio cordobés; y el personaje de Fernando Escalante, bárbaro estanciero, putañero y machista, además de anunciada víctima de Rebeca. En los intersticios de los acontecimientos, Rivera logra, a su vez, insertar comentarios sobre la historia y la literatura argentinas desde la perspectiva de estos dos alemanes –padre e hija– autoconcebidos con la vara de la superioridad racial y nacional. Desde los paralelismos (“el general Roca se parece a un hermano del káiser Guillermo”), hasta las desmentidas (“Martín Fierro es tan real como Caperucita y el Lobo”), ambos ofrecen visiones lapidarias del territorio en el que encontraron sórdido refugio. Con su logrado entramado de historia nacional y europea, de enunciación metonímica de lo sexual y de oralidad prosopopéyica , la nouvelle de Rivera decanta hacia las formas del relato cerrado y prolijo en su resolución, aunque no es allí donde reside su mayor encanto. Éste radica, sin dudas, en el hallazgo de esas voces que logran hipnotizar con el pulsar de lo siniestro.
ste volumen es un conjunto de libros ya editados por José Villa (Buenos Aires, 1966) –Cornucopia (1996), 8 poemas (1998) y Es un campo (2006)–, de poemas dispersos publicados en revistas y en páginas de internet y de textos inéditos. En la poesía de Villa gravitan dos fuerzas: la del objetivismo nativo y la de la tradición poética asociada al lirismo. La primera de ellas resulta evidente, por ejemplo, en los textos de 8 poemas y Cornucopia, pues la mirada se demora lacónicamente en objetos, lugares y acciones. En cuanto a la presencia del lirismo, la evidencia resulta más intrincada. No hay un lenguaje exuberante, sino un discurso pulido, en el que late una subjetividad impasible pero sentimental. El libro se halla atravesado por esa tensión. A la manera de títulos de obras pictóricas, lo descriptivo cobra en estos textos una densidad capital. La observación proyecta un significado replegado en sí mismo y, al mismo tiempo, un significado atento al exterior. Sin embargo, la realidad autónoma que el poema pone en funcionamiento no se dispone a despegarse del mundo, pues las palabras y el mundo, en ese orden, intentan rozarse, aunque más no sea como encuentro deceptivo. La técnica poética que usufructúa Villa procede de una suerte de surrealismo parco, en tanto las palabras establecen relaciones de sentido inesperado mediante un movimiento que, en este caso, no surge del mundo onírico ni de la exuberancia verbal, sino de un imaginario realista. La articulación de objetos que la mirada desjerarquiza cruza los ecos de la tradición poética moderna con la del realismo noventista local. La mirada del enunciador se halla en tensión con otra mirada que corresponde a la de los propios objetos. Ambas se superponen y tensan los hilos de un sentido siempre reacio al develamiento. El uso de los puntos suspensivos, el fraseo entrecortado, son la prueba de este rasgo en el que la significación proviene de una férrea voluntad del lector al que se apela sin demasiado estruendo, pues el propio acto de la lectura es el que reúne las evidencias de sentido que los restos del mundo dejan dispersos y a la intemperie.
Soledad Quereilhac
Carlos Battilana
© LA NACION
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