Si quiero un estilo, debo inventarlo

6 oct. 2013 - En las salas de cine, los jóvenes vieron un promedio de dos películas por año, más que la media nacional, pero mucho me- nos que por TV o ...
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espectáculos

| Domingo 6 De octubre De 2013

“Si quiero un estilo, debo inventarlo”

estreno. Luis Ortega habla de Dromómanos, el film que le valió el premio al mejor director en

el último Bafici y muchas críticas (“les pareció inaceptable”), y que desde hoy se verá en el Malba Alejandro Lingenti PARA LA NACION

No fueron pocos los que se sorprendieron cuando el jurado del último Bafici decidió otorgarle a Luis Ortega el premio al mejor director por Dromómanos. Ortega mismo lo sabe: “Para mucha gente, es inaceptable como película. Les parece un horror, un pecado. Nadie me lo dijo directamente, pero me lo imagino. La ven como una tomada de pelo”, dice. Lo cierto es que Dromómanos, que se estrenará hoy, a las 18, en el Malba, es una película fuera de toda norma. Visceral, exótico, contundente, el nuevo largometraje de Ortega –el quinto de su carrera, iniciada en 2001 con otro muy buen film, Caja negra– documenta excesos, encuentra poesía en lugares impensados y celebra desprejuicia-

Ortega, fiel a su esencia

fernando massobrio

El triunfo de la poesía Cuenta Luis Ortega que Dromómanos nació a partir de su encuentro con Luis María Speroni, un psiquiatra retirado que lo informó sobre la leyenda urbana de Pedrito Pedraza, “el último enano de raza que queda en Buenos Aires”, según sus propias palabras. Después de que alguien le hablara de Speroni, Ortega lo buscó durante meses. Un día recibió, escritos en una receta médica, los datos que necesitaba: “Luis María Speroni, percusionista. Poesía y almíbar”. Con ese personaje singular, desbocado y entrañable apodado “Pink Floyd”, el propio Pedrito, su pareja, paciente de un psiquiátrico que mantiene con el doctor Speroni afiebradas conversaciones sobre temas existenciales regadas de cocaína y vino barato, y una joven cartonera que tiene un cerdito como mascota (Ailín Salas), Ortega armó una película inclasificable que confía mucho más en el poder de la poesía que en el de la lógica. Según el propio director, el derrotero de Speroni simboliza la derrota de la ciencia y el triunfo de la poesía. Algo de ese mismo orden caracteriza al cine de Ortega, radical, atrevido, desafiante, muchas veces errático, pero inevitablemente vivo.

damente la inocencia. Es una película anárquica y conmovedora, un documental delirante que le hace pito catalán a las reglas del cine que se asume “serio” y simplemente repite fórmulas. “Yo ya hice películas que buscaban tener un «estilo» –asegura–. Decía «quiero que tenga una onda tal», y así la terminé cagando. Me pasó con Monoblock y con Los santos sucios. Me di cuenta de que si quiero un estilo, debo inventarlo”. Es probablemente esa inventiva la que el jurado del Bafici valoró para tomar una determinación que terminó siendo un salvavidas. “Ganar ese premio era la única que me quedaba para pagar las deudas que tenía con esta película. Es la primera vez que termino hecho. Dromómanos se hizo en dos años con 50.000 pesos y sin ningún tipo de apoyo. Fue mi manera de volver a tener la sartén por el mango, de dejar de perder el tiempo con productores. A mí el único modelo que me cierra es el de Cassavetes: asumir todas las deudas, todos los juicios y todas las puteadas, pero tener todo el control, que tu vida sea eso. Yo trabajo con mi novia, es una cosa familiar, nos salvamos o nos hundimos juntos.” El estreno de Dromómanos –que a pesar del premio en el Bafici casi no tuvo recorrido internacional en festivales, así de anómala es la película y así de conservadores son los festivales– se produce en un momento en el que Ortega está en pleno trabajo de edición de su nuevo film, Lulú, al que define como “una historia de amor surrealista con bebes en sillas de ruedas, tiros y gente que anda a caballo en plena Recoleta”. Esa historia de amor la protagonizan Nahuel Pérez Biscayart y Ailín Salas (novia de Luis y socia en todos sus proyectos) e incluye en el elenco al músico Daniel Melingo. “Daniel es un ángel –sostiene Ortega–. Fue muy fácil trabajar con él. Primero filmaba y después se quedaba a tocar, fue una bendición. Es un tipo que admiro mucho.” Luis trabaja de lunes a viernes en la edición de la nueva película en un estudio del barrio de Chacarita y los fines de semana viaja hasta Bernal para grabar y mezclar las canciones de su segundo disco, el sucesor de Entro igual, producido por María Eva Albistur y en el que participaron Melingo, Fernando Samalea, Gringui Herrera, Fernando Kabusaki y Willy Crook. “Quiero que se llame María Cash, como una de las canciones, que está dedicada a ella. Vamos a ver qué dice la familia... Va a quedar buenísimo. La Plata. Son canciones más narrativas que las del anterior, temas que cuentan una historia, como los de Lou Reed, Charly García o Atahualpa Yupanqui.”ß

A la conquista de las futuras audiencias cine. Los jóvenes y su relación con los

films argentinos, eje de un debate

Helena Brillembourg LA NACION

“Nosotros como Academia queremos quebrar el prejuicio de que el cine argentino es aburrido”, dijo Juan José Campanella, presidente de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina, respecto del resultado de la encuesta “Los jóvenes y el cine nacional”, realizada entre noviembre y julio. Mil quinientos jóvenes, de entre 16 y 25 años, de Buenos Aires, Mendoza, Rosario, Córdoba y Ushuaia respondieron una serie de preguntas sobre su relación con el cine, sus hábitos de consumo y su opinión sobre la producción nacional. Los resultados se presentaron el jueves en una conferencia de prensa a la que asistieron, además de Campanella, el productor Axel Kuschevatzky, flamante director de Telefónica Studios; el director Santiago Mitre y Roxana Morduchowicz, coordinadora del área de la Academia Los jóvenes y el cine nacional. La encuesta demuestra que el cine ocupa un lugar muy importante en la vida de los adolescentes y jóvenes; que la televisión es el medio en el cual el 100% vio alguna película, con un promedio de 10 a 15 por año. La Web, con un 90%, es la segunda plataforma utilizada. En las salas de cine, los jóvenes vieron un promedio de dos películas por año, más que la media nacional, pero mucho menos que por TV o Internet. Un dato curioso fue que los efectos especiales no resultaron tan importantes como se podría suponer ya que lo que más valoran en un film es divertirse y emocionarse. Otro panorama resulta de la relación que tienen con el cine argentino. Son muy pocos los que han pagado una entrada para ver películas nacionales; la mayoría las ve por televisión. De los que van al cine, el 50% no vio ninguna película argentina y entre los que sí vieron fue sólo una en todo el año. En televisión, de las 15 películas que ven al año, una es nacional y eso representa menos del 10% de la elección. “Lo que está claro con esta encuesta es la importancia de la televisión, si no fuera porque allí se pasan cada tanto películas argentinas, el porcentaje de los que no ven cine nacional no sería del 20% sino del 45%; casi la mitad no habría visto una película argentina”, explicó Morduchowicz.

Esta relación de los jóvenes con el cine nacional la viene trabajando la Academia desde hace un tiempo. Una de las formas de difundir los filmes argentinos son las funciones gratuitas, con presencia de directores, para que puedan conversar con él al finalizar la proyección. También se produjo un cortometraje sobre el tema que se proyectará durante un mes en todas las salas. Ante la pregunta sobre qué necesitaría el cine argentino para atraer más a los jóvenes, muchos dijeron que haría falta más difusión, para enterarse de los estrenos. En segundo lugar, respondieron que deberían tener argumentos divertidos. “Cuando dicen que necesitan películas que hablen de jóvenes y hechas por jóvenes, lo que deja ver es un profundo desconocimiento, porque hay muchas con esa característica. Por eso pienso que la difusión es algo clave; a veces, el entusiasmo se va en hacer la película y no guardamos nada para su promoción y lanzamiento”, analiza Campanella. Kuschevatzky asegura que esto tiene razones históricas. “La ley de cine, promulgada en 1995, se enfoca mucho más en la producción que en el recorrido posterior, al contrario de lo que pasa en Francia y en España. Esta falta de atención al lanzamiento resiente mucho las chances.” Para Mitre, lo que sucede es que está muy polarizada la exhibición. “Debería de haber una política que apoye la exhibición y difusión de la misma forma en que apoya la producción”. “El cine argentino está hecho de individualidades, no de industria; por lo que no hay una estrategia general. Como Academia, no podemos decirle a cada director lo que tiene que hacer –afirma Campanella– lo que sí tenemos es una política de difusión; ahora creamos un plan de restauración de cine argentino que, una vez finalizado, nos permitirá hacer exhibiciones por cines de barrio y espacios Incaa para que la gente conozca lo que se ha hecho históricamente.” Para Campanella, la pregunta sobre la relación entre los jóvenes y el cine nacional sigue en el aire. “Lo que hay que preguntarse es en qué están los jóvenes, a lo mejor lo que sucede es que estamos en un cambio de paradigma y el cine como fenómeno de masas comunitario está desapareciendo.”ß