Práctica de perfil hecho en el taller de Periodismo y Literatura con el periodista y escritor colombiano Santiago Gamboa. Auspiciado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Los sueños vienen envueltos en hojas de tamal El ritual de comer un bocado caliente e instantáneo une a ejecutivos y obreros en el comedero móvil de Fernando Suñiaga César Noriega Ramos
Un código no escrito rige las relaciones entre vendedores ambulantes como Fernando Suñiaga. Se toleran siempre que no vendan los mismos alimentos. Foto: Nelly Sánchez Las corbatas y los overoles desfilan al frente de los ojos de Fernando Suñiaga. A Suñiaga le bastan tres o cuatro palabras para completar la transacción. “¿Qué desea señor?” o “¿Cómo quiere su tamal?” Al instante el cliente se va con una comida caliente debajo del brazo y el vendedor de tamal se acerca de diez a pesos a la vez a su sueño de construir un hogar propio. Desde la muralla de cristal regentada por Microsoft la camioneta pick-up roja, desde donde se despachan los tamales, se ve minúscula. Es al nivel del piso donde se reconoce que su clientela abarca a los empleados de transnacionales y a la señora de mantenimiento de alguna de las tantas torres de oficinas incrustadas como diamantes pulidos en la City de Santa Fe. El ritual que achata la pirámide social ocurre justo detrás de la camioneta; una comunión instantánea centrada en el comer un bocado caliente. La empresa de Suñiaga se mantiene produciendo a ocho manos; las de su mujer, Guadalupe Mejías; dos vecinos que alquilan una pieza cercana y las suyas.
“Yo acomodo la hoja del tamal y le pongo la masa para que mi mujer le eche el relleno”, dijo el trabajador independiente, quien es chófer, despachador y administrador de su negocio propio. El bigote de pelos tiesos y levemente teñidos de rojo sobre negro casi permanece inmóvil mientras Suñiaga habla. Es un hombre de contextura baja y rolliza de 30 años de edad. Revela su afición al fútbol exhibiendo una camisa del Fútbol Club Barcelona, donde el sabor de sus tamales pasa por un antojo exótico. Completa su vestimenta una chaqueta marrón gamuzada y unos blue-jeans. Desde su casa en San Vicente de Chicoloapan, un municipio al oriente de la ciudad de México, le toma de una hora a hora media el trayecto hasta las calles ensombrecidas por las moles corporativas de Santa Fe. Arriba a las seis de la mañana, para adelantarse al ingreso de la legión de trabajadores a sus sitios de trabajo. Hace una década, los comensales que atiende Suñiaga no se hubiesen acercado a esta zona de la ciudad de México. Para ese entonces, el lugar que comparte el puesto móvil de tamales y la sede de Microsoft, era un basurero y arenales que eran explotados como materiales de la construcción. Más recientemente, Suñiaga descubrió este nicho propicio para la venta de platos instantáneos. Desde hace seis semanas estaciona su camioneta cargada de víveres. “Aquí hago más dinero que en Chicoloapan, hay más gente con dinero”. El atractivo de la zona para los vendedores de comida informal, obliga a defender los codiciados espacios libres en la vía. “A veces la policía pasa y me dice que me tengo que ir”. Pero se muestra más preocupado por sus rivales en el campo de comidas callejeras, “Yo no tengo problema que otros venga a vender comida, siempre que no vendan la misma comida”. Un acuerdo no escrito rige el código entre vendedores ambulantes de este tramo. Unos metros más allá, una pareja de ancianos vende tortas de jamón, salchicha y milanesa. Lo que no se solapa con la variedad de tamales, atoles y sándwiches que vende Suñiaga. De los 1.000 a 1.500 pesos, en los mejores días, que genera el puesto de negocio se mantiene una familia de cinco, esposa, dos hijas, un hijo y él. También se ayudan dos vecinos que colaboran en la cocción y ocasionalmente su cuñada, Lorena, cobra unos cuantos pesos por asistir a despachar los alimentos. “Si queda algo lo aparto para construirme una casa”, dijo sin demostrar en su mirada desconcierto, por que el sueño de un hogar propio todavía está a 4 o 5 años de distancia, si su negocio sigue rodando al mismo ritmo.
Suñiaga comenta con sorna la varicela que se ha regado entre sus hijos, aparte de la picazón la única consecuencia ha sido la pérdida de unos días de clase. Tampoco le preocupa el verse trabajando de lunes a sábado vendiendo comida ambulante en su futuro lejano. “Esto es lo que yo me veo haciendo hasta viejo”, y reafirma su profesión al recordar con desdén otras ocupaciones. “Yo trabajé en otras cosas, pero me quedo con éste porque me da tiempo para estar con mi familia”. Periodistas seleccionados:
http://www.fnpi.org/actividades/2011/taller-de-periodismo-yliteratura/lista-de-seleccionados/