“Más allá de todos los esplendores de su lengua, más allá de todas las actividades de su administración, más allá de todos sus poderosos y voluminosos escritos, ardía la gloria de un alma viviente: un alma ardiente, imperecedera, suprema. Para él, el cristianismo lo era todo; su fe inspiraba cada acto de su vida, cada momento de su día, cada palabra que pronunciaba, cada letra que escribía. Ese era el secreto de su poder.” (Lord Rosebery, refiriéndose a Thomas Chalmers, 1780-1847) ¿Puede haber corrupción en el ministerio? Sí. La respuesta es afirmativa. Hubo corrupción en el ministerio del profeta Balaam (Deuteronomio 23:4). Hubo corrupción en el ministerio de Judas Iscariote (Mateo 26:14-16). Hubo corrupción en el ministerio de Diótrefes (3ª. de Juan, 9-10). Hubo corrupción en el ministerio de Semaías de Nehelam (Jeremías 29:30-32). Hubo corrupción en el ministerio de Demas (2ª Timoteo 4:10) Hubo corrupción en el ministerio de la profetisa Jezabel (Apocalipsis 2:20-23). Hubo corrupción en el ministerio de Figelo y Hermógenes (2ª. Timoteo 1:15). También hubo y habrá corrupción, según el Nuevo Testamento, en el ministerio de los falsos apóstoles (2ª. Corintios 11:1415), de los falsos profetas (1ª. de Juan 4:1), y de los falsos maestros (2ª. de Pedro 2:1-3). ¿Qué es corrupción? Es ruptura. Corromper es romper o favorecer la ruptura de lo que está sano, de lo que es puro. Los diccionarios nos dan muchos sinónimos. Corromper es: alterar, echar a perder, pudrir, pervertir, viciar, abusar, mentir, arruinar, dañar, averiar, infectar, falsear, degenerar, prostituir, desvirtuar, escandalizar, sobornar, recibir soborno, adulterar la verdad, etcétera. En otras palabras, corrupción es venalidad, es inmoralidad, es ambición insana. Es, para el ministro cristiano, una gravísima enfermedad espiritual, de penosas consecuencias. Como ocurre con ciertas dolencias físicas, la corrupción se introduce y se desarrolla sigilosamente, hasta que el cuadro patológico se instala en toda la personalidad. Lo peor del caso es que muchos líderes no se dan cuenta de su enfermedad y suponen que están en una armoniosa relación con Dios. Orígenes de la corrupción La corrupción no es fruto de la casualidad. Los que recibieron el ministerio de llenar y sojuzgar la tierra, fueron Adán y Eva (Génesis 1:27-31). Ellos iban a ser los líderes de la humanidad naciente. Pero el Diablo no esperó que ellos asumieran el liderazgo. Los atacó antes. Les propuso algo “bueno para comer”, “agradable a los ojos”, “codiciable para alcanzar la sabiduría” (Génesis 3:6). La corrupción, pues, se presentó como algo “bueno”, como algo “agradable”, como algo “codiciable para alcanzar la sabiduría”. ¡Tres aparentes virtudes! ¡Adán y Eva creyeron que esa nueva estrategia era mejor que la recomendada por el propio Creador! No cumplieron con exactitud las instrucciones del Señor. La palabra del tentador había reemplazado sutilmente a la Palabra de Dios. El ministerio de Adán y Eva fracasó desde el comienzo. La corrupción contaminó a su primer hijo, Caín, “que era del maligno” (1ª. de Juan 3:12). Caín llevó una ofrenda que no fue agradable a los ojos de Dios. Podría suponerse “un simple error doctrinal”, “una práctica equivocada, aunque con ‘buena’ intención” (?), pero fue un capricho personal. Por eso Caín, sintiéndose desairado por Dios, en vez de ofrecer en sacrificio la sangre de algún cordero, se transformó en una especie de sacerdote satánico y consumó el primer sacrificio humano en los albores de la historia de la corrupción, derramando la sangre de su hermano Abel (Génesis 4:8-11).
Por medio del texto sagrado sabemos que la corrupción se extendió a todo el planeta. Pasaron los siglos y “la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). “Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra” (idem. vs.11-12). Dios envió entonces el diluvio, pero la corrupción pasó a través del diluvio, encarnada en los descendientes de Noé. Surgió un nuevo líder, Nimrod, “el primer poderoso en la tierra” (Génesis 10:8), pero “el comienzo de su reino fue Babel” (v.10, es decir, Babilonia); y después edificó Nínive (vs.11-12) y otras ciudades. Lamentablemente, las ideas de Nimrod eran paganas; quiso construir “una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo” (Génesis 11:4). Su proyecto fue, en su contexto, un primitivo intento de globalización. Creo que Nimrod aspiraba a un gobierno global, pero sus ambiciones personales y sus planes no coincidieron con los planes de Dios. Para mucha gente de aquel tiempo y de las generaciones siguientes, Nimrod fue un gran gobernante, de naturaleza divina, quizás un “dios” como Marduk. Las leyendas sobre Nimrod están en las raíces de varios cultos paganos que todavía se practican hoy en formas sincretistas, más atractivas para las diversas culturas contemporáneas. La corrupción tiene mil rostros. Lo veremos en este artículo. Los síntomas de la corrupción en el liderazgo Vamos a mencionar algunos síntomas de la corrupción en el ministerio. La lista de síntomas no es exhaustiva. Tampoco existe un determinado orden en la aparición de signos de corrupción. En algunas enfermedades físicas los síntomas siguen un orden más o menos conocido: primero, tal cosa; después, tal otra; etcétera. Pero en el doloroso caso de la corrupción en el ministerio los síntomas pueden presentarse en cualquier orden y, más aún, hasta suelen observarse varios al mismo tiempo, ¡simultáneamente!..., o llegan a surgir repentinamente, imprevistamente, aún en líderes de supuesta conducta intachable. Primero, un síntoma común, aparentemente “positivo”, es juzgar precipitadamente a otros ministros y atribuirles actitudes propias de la corrupción. En más de medio siglo de ministerio he oído historias de tristes casos de consiervos acusados injustamente por sus propios colegas. La inmadurez, la envidia, la ambición personal, o la negligencia en investigar la denuncia, han causado toda clase de tragedias hogareñas y eclesiásticas. Tal fue el caso del líder Diótrefes, que “parloteaba palabras malignas” contra el apóstol Juan (3ª. Epístola de Juan, vs, 9-10). Sin duda, Diótrefes pretendía afirmarse en el poder, calumniando a Juan para desplazarlo del lugar de liderazgo que el apóstol tenía dentro del pueblo cristiano. Los celos y las ambiciones insanas son causas frecuentes de esa clase de actitudes. Suele haber rivalidades que duran décadas. Recordemos que hubo personas que hablaron o pensaron maliciosamente acerca del propio Jesús (ver Mateo 11:19, Lucas 7:39). Segundo, la invasión del campo de labor de los colegas en el ministerio, arrebatando vidas y áreas que son legítimamente atendidas por otros siervos de Dios. Suele invocarse toda clase de “excusas espirituales” y “razones doctrinales” para justificar este avasallamiento de jurisdicciones, cuyo resultado es la división de iglesias y familias, además de los litigios sobre a quiénes les corresponde la propiedad de los edificios y otros bienes materiales. Un gran líder cristiano del primer siglo decía: “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!. Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras” (2ª. Ep. de Juan, vs.10-11). Cuando Pablo escribe a Tito (3:10-11) le recomienda: “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación, deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio”. Tercero, el amor al dinero. Esta es una gran tentación en el ministerio. En su primera carta a Timoteo, capítulo 6:3-10, Pablo dedica un extenso párrafo a líderes “que toman la piedad como fuente de ganancia”. La codicia es una de las frecuentes formas de la corrupción. El apóstol está aludiendo específicamente al que “enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad” (v.3), y agrega que “los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los
hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe y fueron traspasados de muchos dolores” (vs. 9-10). Hay que tener cuidado con ciertos énfasis en la prosperidad y su interpretación y aplicación práctica en la vida personal de algunos de los ministros que la pregonan. Cuarto, la impureza sexual. Ante la fuerza de la atracción sexual impura sucumben hombres y mujeres que protagonizan relaciones ilícitas tanto en el pensamiento como en los hechos, sin olvidar que también hay casos de homosexualidad masculina y de lesbianismo. Estas formas de corrupción podrían aparecer en el liderazgo cristiano. En el sermón del monte Jesús advirtió a sus discípulos: “Yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:28). Timoteo es exhortado a tratar “a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza” (1° Timoteo 5:2). La tentación alcanza a ambos sexos. Pablo aconseja: “A causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido” (1ª. Corintios 7:2). El riesgo existe para los dos. Por eso, “el marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido... para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia” (idem., vs.3-5). El gran héroe Sansón cayó ingenuamente en las redes de Dalila (Jueces 16:4-31) El propio Señor dijo a la iglesia en Tiatira: “esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseña y seduce a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos.... Yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran, si no se arrepienten de las obras de ella. Y a sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras” (Apocalipsis 2:20-23). La corrupción no sólo era “doctrinal”; también era sexual. Quinto, el síndrome de Simón el Mago. “Había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande. A éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es el gran poder de Dios. Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo” (Hechos 8:9-11). Simón el Mago necesitaba ser admirado por multitudes. Cuando su show mágico perdió popularidad, Simón se bautizó y pretendió comprar con dinero el poder del Espíritu Santo, para garantizar el éxito de nuevas reuniones multitudinarias. Quiso hacer una inversión, ofreciendo el capital necesario, como si tal ministerio fuese una empresa comercial. Simón quería mucha gente. Simón quería poder. Simón quería mostrar milagros. Simón quería ser admirado. Simón quería ser aplaudido y aclamado. Sin embargo, todo eso no era “el gran poder de Dios” Por eso el apóstol Pedro le dijo: “Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón, porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás” (idem., 8:20-23). Sus esfuerzos para lograr popularidad, más sus técnicas de manipulación del público, habían sido hasta entonces los instrumentos predilectos de Simón el Mago para ganar la atención de la gente de Samaria. Quizás Simón aspiraba a hacer “un buen negocio”. Su vocación era corrupta Sexto, el paradigma animista y otras formas de sincretismo. El renovado énfasis en la actividad de los espíritus demoníacos y en hechos atribuidos a la hechicería o brujería, ha dado origen a enseñanzas que no coinciden con la Palabra de Dios. Una peligrosa forma de corrupción es elaborar una doctrina en base a una experiencia, y no en base a las Sagradas Escrituras. Cuando interpretamos las cosas sin un firme respaldo bíblico nos exponemos a caer en la trampa de las creencias animistas o mágicas y entrar así en el terreno resbaladizo del sincretismo. Por ejemplo, podríamos creer que hay espíritus demoníacos metidos dentro de determinados objetos que tenemos en nuestra casa, aunque no sepamos en cuáles. Por eso tendríamos que echar a todos los supuestos demonios, no identificados, a fin de evitar que contaminen todo cuanto hay a su alrededor y tomen autoridad sobre nosotros. Para ello deberíamos recorrer todos los cuartos y detenernos en cada uno, a fin de expulsar a cualquier espíritu inmundo que esté en ese lugar. En tal caso, también tendríamos que desprendernos de todo lo que a nuestro juicio pudiera estar “influido” por algún hechizo y reprender a todo poder espiritual satánico vinculado a esa presencia. Se supone que hay maldiciones hereditarias que afectan a una familia durante varias generaciones y que por eso es necesario y urgente cortar toda maldición que pese sobre las personas, los objetos, y la casa misma. Pero todas estas ideas son propias del
animismo, no del cristianismo neotestamentario, y plantean un paradigma mágico, ajeno a la Iglesia de Cristo. Ello no significa negar la existencia y actividad de los malos espíritus, pero es ponerlos en su verdadero lugar. Ver, por ejemplo, los capítulos 8 y 10 de la 1ª. Epístola a los Corintios, en conjunto. Si desde el ministerio se promueve una obsesiva práctica de exorcismos sincretistas, sólo se añaden sombras a la victoria de Cristo (idem., 8:4-6), y todo intento de posible liberación resulta ineficaz. Esto les ocurrió a los exorcistas ambulantes de la región de Éfeso (ver Hechos 19:13-16). Séptimo, la amistad con el mundo. “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:4). ¿Qué es la amistad con el mundo? Es la aceptación de los supuestos “valores” del sistema mundano. Es la imitación del mundo en la manera de rendir culto a Dios y en la búsqueda de halagos “para que la gente se sienta bien”. Es programar y dirigir la adoración tan sólo como un alegre entretenimiento. Es predicar un mensaje “light”, liviano, agradable al público, con poco uso de la Biblia y muchos recursos de marketing. Jesús dijo: “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!” (Lucas 6:26). No podemos sacrificar nuestra identidad en las tribunas públicas. Leer 1ª Tesalonicenses 2:3-6. En la Biblia leemos que cuando el apóstol Pablo disertó ante el gobernador Félix, habló “acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero”, y “Félix se espantó”. ¡No había sido un mensaje “light”!... (Hechos 24:25). El mundo tiene que comprender que todo irá peor sin Jesucristo. Octavo, los falsos dones de profecía. Siglos antes de Cristo el Antiguo Testamento ya advertía: “Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni a tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma” (Deuteronomio 13:1-3). Jesús anunció: “Muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos” (Mateo 24:11). En el sermón del monte Jesús se refirió a los falsos profetas, diciendo: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:22-23). Los falsos profetas de hoy suelen declarar en forma categórica: “El Señor me dijo... tal o cual cosa”, sin estar seguros del origen divino de esa revelación, o sin dar evidencias de haber recibido tal palabra de parte del Espíritu Santo. Téngase en cuenta que no estamos rechazando el correcto ejercicio del verdadero don de profecía, como el caso de Agabo (Hechos 11:27-28), sino el “show” de un presunto don que no proviene de Dios. / / / Noveno, los falsos milagros y prodigios. Cuando el apóstol Pablo se refiere a su propio ministerio dice: “Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros, en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros” (2ª Corintios 12:12, comparar Hechos 19:11). Nótese que estas características de su condición de apóstol son sobrenaturales: “señales, prodigios y milagros”, y tienen origen divino. Es importante comprender que se trataba de “verdaderas señales, prodigios y milagros” como evidencias del “poder de Cristo” (2ª Corintios 12:9) en el ministerio de Pablo, igual que en la tarea de otros siervos de Dios. No olvidemos que también hubo, hay y habrá señales, portentos y milagros producidos por las fuerzas satánicas (Mateo 24:24, Marcos 13:22, Éxodo 7:22 y 8:7, 2ª Tesalonicenses 2:8-10). Esta clase de “prodigios” puede observarse hoy en sectas ocultistas y mágicas que se auto identifican como “cristianas” pero están en comunión con las huestes espirituales de maldad. “Éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2ª Corintios 11:13-15). Décimo, la oferta de “novedades”. “Todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo” (Hechos 17:21. El “espíritu de Atenas” no ha muerto. Por eso se multiplica la oferta de novedades. Polvo de oro que cae suavemente sobre la congregación, maná que surge entre las páginas de las Biblias de los que asisten al culto, levitación de algunas personas que “flotan en el aire” durante parte de las reuniones, caminos de sal
que hay que recorrer para llegar al altar, saltos acrobáticos en el escenario, fenómenos de hipnosis y auto hipnosis, etcétera. Algunas de estas cosas suceden en iglesias “cristianas”. Otras ocurren en los servicios religiosos propios de sectas sincretistas que incorporan prácticas mágicas de umbanda, espiritismo, vudú y afines, aunque todas –o casi todas- pretenden ser auténticas iglesias cristianas, como las que mencionábamos en párrafos anteriores. Las ofertas incluyen frascos de aceite de oliva para la sagrada unción, agua del río Jordán, piedras del monte Sinaí, flores que esparcen “buenas ondas”, gran variedad de amuletos, etcétera. Esta mezcla esotérica cuenta con la adhesión de centenares de miles de personas en toda América, ¡quizás millones!, dentro y fuera de las iglesias tradicionales. ¿Cuál es la vacuna contra la corrupción? Años atrás los médicos argentinos aplicaban a los niños recién nacidos un antígeno que era conocido con el nombre de “vacuna triple”, destinado a prevenir la aparición de ciertas enfermedades infecciosas. La Biblia también propone “vacunas triples” para evitar conductas corruptas en el ministerio. No se trata de antígenos secretos, sino de exhortaciones clarísimas, concretas, prácticas, con todo el peso de la Palabra de Dios, cuyo contenido está al alcance de cualquier lector de las Sagradas Escrituras. El Señor revela la manera de eliminar formas de corrupción ministerial y sus inherentes riesgos. Veamos algunos ejemplos en el texto sagrado: / / / Primera vacuna: “No impongas con ligereza las manos a ninguno” (1ª Timoteo 5:22). La Nueva Versión Internacional traduce: “No te apresures a imponerle las manos a nadie”. La prisa con que hoy se imponen las manos a nuevos ministros, o se llega a la “auto-ordenación” (cuando el supuesto pastor se ordena a sí mismo), es responsable de vituperables formas de corrupción. La NIV dice, a continuación, “ni te hagas cómplice de pecados ajenos. Consérvate puro”. No es lícito participar en el precipitado nombramiento de líderes que no reúnen las condiciones establecidas por la Sagrada Escritura. La versión bíblica “Dios habla hoy” enfatiza: “No impongas las manos a nadie sin haberlo pensado bien, para no hacerte cómplice de los pecados de otros. Consérvate limpio de todo mal”. Hubo y hay casos de pastores y evangelistas que nunca fueron ordenados por ninguna iglesia, que se atribuyeron a sí mismos la condición pastoral, profética, o apostólica, y actuaron dentro y fuera del pueblo de Dios cumpliendo ministerios espurios. Algunos de ellos lograron el ingenuo apoyo de líderes mal informados, o mal adoctrinados, que protagonizaron una seudo-ordenación El daño que causan esos malos ministros es incalculable. Por esa causa repetimos lo que Pablo escribió a Timoteo: “No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro”. Segunda vacuna: “Evitando que nadie nos censure en cuanto a esta ofrenda abundante que administramos, procurando hacer las cosas honradamente, no sólo delante del Señor sino también delante de los hombres” (2ª Corintios 8:20-21). En el v.19 leemos: “este donativo, que es administrado por nosotros para gloria del Señor mismo”. Allí había un sabio y honesto comité de finanzas, constituido por el apóstol Pablo, su ayudante Tito y otros dos hermanos “mensajeros de las iglesias” (v.23). Los vs.16-19 y 22-23 describen las virtudes de los miembros de esta comisión responsable de custodiar y llevar las ofrendas. Ese método cristiano para el manejo honesto de los recursos, era y es el antígeno contra el peligro de una mala administración del dinero. En 1ª Timoteo 6:5 el propio Pablo se refiere a “hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia”. Y allí agrega una vacuna: “¡apártate de los tales!”. No se debe formar parte de organismos que lucran con el evangelio ni se puede dar lugar a las expresiones personales o colectivas de amor al dinero (1ª Timoteo 6:9-10). Tercera vacuna: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello” (1ª Timoteo 4:16). Esta exhortación es una “vacuna anticorrupción” de gran valor práctico. En primer lugar, “ten cuidado de ti mismo”, parece un eco de las palabras del apóstol a los filipenses: “No que lo haya alcanzado, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús” (cap,3:12), Obviamente, para anunciar el Reino es indispensable sujetarse al Rey, disfrutando de la vigorosa presencia del Espíritu Santo en el ministerio cotidiano. El “ten cuidado de ti mismo” resume todas las recomendaciones de las epístolas pastorales en cuanto al comportamiento personal, que Timoteo debía tener en cuenta sin desfallecer en la misión de servir a Dios y a su pueblo. Y en segundo lugar, “ten cuidado... de la doctrina, persiste en ello”, pone en
funciones un poderoso antígeno. Timoteo no debía cuidar tan sólo de la doctrina enseñada por él, sino también de la falsa doctrina enseñada por otros (1ª Timoteo 1:3)., evitando todo tipo de corrupción teológica. Timoteo fue enviado específicamente a Éfeso para impedir la propagación de errores doctrinales. Pablo le dice: “te rogué que te quedases en Éfeso, cuando fui a Macedonia, para que mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina”. Por el contenido del v.4 podemos suponer que tal vez algunos de los falsos maestros actuaban de buena fe, y contaban leyendas que no contradecían específicamente al evangelio, pero eran el fruto de su imaginación o el comentario de muy antiguos mitos. Ocupaban el tiempo para relatar fantasías, desviándose de la sana doctrina. En esta misma epístola, cap.4:7, leemos “desecha las fábulas profanas y de viejas”. Otra traducción, más literal, dice “cuentos profanos, que no son más que habladuría de viejas”. Aunque tales enseñanzas pudieran ser, quizás, tan aparentemente ingenuas como un cuento de hadas, el apóstol prohibe que tales cosas formen parte de la vida de la iglesia. Por supuesto, la prohibición apostólica incluye a todo tipo de falsos maestros. También en nuestros días el antígeno indicado para resistir al virus de la corrupción doctrinal es: “ten cuidado de ti mismo y de la doctrina, persiste en ello”. Esta vacuna nunca pierde eficacia. Momento de Decisión
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