Íconos M. Monroe (1926-1962)
A cincuenta años de su muerte, la actriz sigue subyugando con el poder de una belleza perturbadora que revela, en el centro de su plenitud, el núcleo estremecedor de lo fugaz
Marilyn, o la tristeza de las cosas POR PABLO MAURETTE Para La Nacion
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Viernes 3 de agosto de 2012
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asado mañana se cumple medio siglo de la muerte de Marilyn Monroe. La noche del 4 de agosto de 1962, Norma Jeane Mortenson Baker –su nombre de bautismo– se encerró en su habitación, habló por teléfono y, alrededor de la medianoche, murió. Tenía treinta y seis años. El hallazgo en su sangre de grandes cantidades de Nembutal, un barbitúrico, y de hidrato de cloral, un sedante, llevó a que se estableciera la causa de muerte como sobredosis. La autopsia, sin embargo, dejó un tendal de dudas que hasta hoy no han sido nunca satisfactoriamente disipadas. ¿Por qué estaba boca abajo el cadáver si se sabe que murió boca arriba? ¿Por qué vía consumió las alarmantes dosis de drogas que la mataron, si no se
encontraron ni residuos de cápsulas en el aparato digestivo, ni marcas de agujas en el cuerpo? ¿Con quién hablaba, o acababa de hablar, cuando murió? (El deceso se produjo de manera súbita y el cadáver fue encontrado con el teléfono en la mano.) Las teorías conspirativas proliferaron. La mató el FBI porque sabía demasiado sobre dos de sus amantes, los hermanos Kennedy: según algunos había discutido secretos nucleares con John F. pocos meses antes de la crisis de los misiles con Cuba, según otros estaba chantajeando a Robert para que se divorciase tal y como el entonces fiscal general de la nación le había prometido. La mató la mafia para vengarse de los embates legales de Robert Kennedy, la envenenó
Peter Lawford, actor y cuñado de John F. Kennedy, sobre cuyas intenciones, según una entrada de su diario, Monroe albergaba sospechas. Si bien ninguna de estas especulaciones goza de credibilidad suficiente, es muy probable que nunca sepamos qué sucedió exactamente la madrugada de aquel 5 de agosto de 1962; y a medida que pasa el tiempo, cada vez parece importar menos. El misterio de la vida de Marilyn Monroe ha finalmente opacado el misterio de su muerte. En efecto, en estos últimos años la obsesión con la muerte de Monroe, que tuvo su apogeo en los años setenta, empezó a menguar al mismo tiempo que diversos libros, artículos y documentales han traído a la luz nuevos aspectos menos conocidos de la vida de la actriz. Recientemente hemos leído en gran detalle acerca de su profunda sensibilidad estética, admirada por Truman Capote, quien confesó que prefería a Monroe para el papel de Holly Golightly en Desayuno en Tiffany’s (1961). Leímos también acerca de su voracidad intelectual, de sus esfuerzos para proteger los derechos de los actores, de su militancia, discreta pero efectiva, en favor de los derechos civiles. Hemos tenido acceso a su pluma cándida y lúcida, hemos adivinado su temperamento melancólico y hemos apreciadosu visión, a la vez entusiasta y desesperanzada, del oficio de actor. Por último, fotos y filmaciones inéditas nos han recordado su belleza luminosa, el efecto inefable de su presencia.Y siguen siendo las imágenes, a fin de cuentas, los documentos más contundentes de la vida de Marilyn Monroe porque, en última instancia, el verdadero misterio que sigue –y seguirá– resistiendo todo análisis es el misterio de su luminosidad, de aquella “curiosa incandescencia” que según Saul Bellow la diva tenía bajo la piel. En el caso de Monroe, eso de que una imagen vale más que mil palabras no es un cliché: es un axioma. En ese sentido, interesa hablar aquí de otra persona, de un crítico literario que vivió en Japón entre los años 1730 y 1801. Motoori Norinaga revolucionó la crítica literaria del período Edo con un concepto que intuyó en su primera juventud y que luego pasó el resto de sus días lustrando y afilando. Se trata de mono no aware. Ojalá tuviera la impunidad lingüística de quien tradujo Some Like It Hot por Una Eva y dos Adanes, porque si así fuera diría que el giro significa “la tristeza de las cosas.” Lo cierto es que aware hace referencia a todo sentimiento profundo que oprime el corazón. Norinaga creía que si bien la diversión y el placer nos movilizan, la tristeza y el deseo son, sin duda, los sentimientos que más nos estremecen. Mono no aware se refiere a la profundidad de las cosas, a su intensidad, a la añoranza que nos producen, pero también a la tristeza que inspira la condición inexorable de su caducidad. La belleza blanca y rosada de la flor del cerezo –el
ejemplo favorito de Norinaga– depende directamente del proceso inminente de deterioro que comienza para la flor el día mismo de su germinación. La flor no es bella a pesar de que se marchitará, es bella porque se está marchitando. Aquellos versos de Ronsard hacen de la idea un dictum: “Pues una flor tal no dura más que de la mañana a la noche”. Un dictum que cualquier imagen de Marilyn Monroe ilustra magníficamente. El sutilísimo estrabismo del ojo derecho y el lunar en la mejilla izquierda, atributos que compartía con Afrodita, producen una extraña sensación de embeleso e incomodidad, acaso porque al conjugar belleza con asimetría –un oxímoron para la estética clásica–, inspiran en quien observa el fervor de lo sublime o de lo terrible. En los movimientos impredecibles de sus ojos y de sus labios se despliega entero el abanico de la vida y la muerte. En un abrir y cerrar de ojos, en un abrir y cerrar de boca, Monroe pasa de la inocencia a la depravación, de la trivialidad a la sabiduría, de la dicha a la pena. Esto se aprecia con particular claridad en los diálogos con Tom Ewell, el pater familias neurótico y pusilánime de La comezón del séptimo año (1955). Pero mejor volvamos a Motoori Norinaga. Todo ser vivo tiene en lo más profundo de sí lo que Norinaga llama koto no kokoro, un núcleo o corazón, que es blando como masilla, tierno, vulnerable y capaz de ser íntimamente afectado por las cosas. Mono no aware es la capacidad que todos tenemos de conmovernos ante la intensidad de las cosas y de las situaciones, es el “entendimiento intuitivo y estético del corazón de un evento”. Mono no aware pone en evidencia la naturaleza fundamentalmente femenina del corazón humano, insiste Norinaga, que consideraba el culto a la fuerza física y a la valentía una ética impostada, artificial, espuria (su ejemplo predilecto es la cultura samurái, que consideraba decadente y ridícula). Mono no aware nos abre al secreto de la vibración intensa que anima a cada ser vivo. En su autobiografía, Marilyn Monroe cuenta que una tarde estaba en casa de su maestro Michael Chekhov, sobrino del dramaturgo ruso y discípulo preferido de Constantin Stanislavski, cuando tuvo una gran revelación. Practicaban juntos una escena de El jardín de los cerezos cuando de pronto Chekhov se detuvo y le preguntó: “¿Estabas pensando en sexo recién? ¿Te estabas imaginando escenas de besos y abrazos apasionados mientras ensayábamos?”. Monroe juró que no, estaba demasiado concentrada como para estar pensando en otra cosa. Chekhov le confesó que había percibido una altísima tensión sexual, pero le creyó y le dijo: “Ahora entiendo tu problema, independientemente de lo que estés diciendo o pensando, irradias sexo”. Aquello que Chekhov percibió como sexo era la intensidad que exudaba Monroe, cuya excepcionalidad