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SÁBADO
| Sábado 3 de agoSto de 2013
Hábitos
La previa en el museo, el nuevo lugar de encuentro Acortadas las distancias de otros tiempos, muchos eligen esta opción para las tardes o noches del fin de semana Viene de tapa
Es el caso de Claudia Preinsperger, una licenciada en artes visuales de 30 años que el sábado pasado fue con un grupo de diez amigos al Faena Arts Center y de ahí siguió directo a una pizzería de San Telmo, donde terminó junto al grupo la velada. “Más allá del interés que me despiertan los museos por mi trabajo, estas salidas de fin de semana son bastante comunes para mí–explica Claudia–. Suelo ir al Malba, a Proa, al Bellas Artes o a la Fundación OSDE, doy vueltas, me encuentro con gente y casi siempre engancho después con otras cosas; en general sigo a comer o a tomar algo.” Si días atrás el MoMa era noticia en The New York Times por las filas interminables de gente que quiere ser parte del Rain Room (un cuarto en el que cae lluvia donde los sensores no detectan personas), nada tiene que envidiarle el Malba con la muestra de Yayoi Kusama, por la que ya pasaron más de 70.000 visitantes y que, aún hoy, es sede de filas ávidas por entrar al cuarto espejado, pegarse stickers de lunares o comprarse remeras de la artista japonesa. “Todos me hablaron de esta muestra, vi cosas en Facebook, escuché de ella en la radio y por eso vine”, cuenta Magdalena Wagner, una adolescente de 18 años que llegó el miércoles pasado, a las siete de la tarde, acompañada por dos amigas. Lejos de la idea del arte elevado e intocable, lo que más disfrutaron las chicas fue la habitación abierta para pegar los lunares adherentes y la pasada final por la tienda, de donde se fueron con una cámara “ojo de pez” y un cuadernito de diseño. A lunares, por supuesto. Un shopping cultural Alcanza con ver los números de la Secretaría de Cultura para darse cuenta de que algo pasó. En el plazo que va de 2008 a 2012, por ejemplo, la Noche de los Museos no paró de crecer: de 450.000 visitantes a los más de 700.000 del año pasado, atraídos por la oferta masiva y la entrada gratuita para todo tipo de público. Y para noviembre de este año, dicen, se espera muchísima gente más. Desestructurado y abierto, el museo es hoy un “shopping cultural”. Un rito arraigado que moviliza a legiones, capaz de satisfacer intereses de forma lúdica y amena. Entre sus visitantes, ocasionales o no, se
genera un tipo de identificación, de sintonía con determinada corriente estética que el museo exhibe, que empuja incluso a muchos a comunicar esa pertenencia con un guiño en el vestir y hasta en la forma de actuar. Estrellas de las salidas urbanas, desde que los espacios de naturaleza se alejan cada vez más, han ganado un poder impar: son el epicentro de la producción y el consumo culturales, gracias a la sinergia de la diversidad artística con la que seducen y hasta imparten cursos. Y son, además, el ámbito donde se vive la experiencia cultural completa de lo contemporáneo. Algunos exponentes Los mejores ejemplos en esta avanzada los encabezan el Malba, con sus 12 años de exitosa trayectoria, y la Fundación Proa (un kunst hale o casa de cultura; sin colección propia), que además de sus muestras convocantes –Alberto Giacometti, la última–, inauguró una nueva panorámica de La Boca, desde el primer piso del magnético Café Proa. Esa vista a la Vuelta de Rocha desde su fachada vidriada es una cita obligada para turistas y locales. Licuados, muffins, tortas, sándwiches y hasta platos completos (de ternera braseada a pastas secas con frutos de mar) son sólo algunas de las cosas que ahí pueden degustarse. Irina Bertolucci, Fernando Freire y Gabriela García dan fe de que no hay otras meriendas como ésas. Y en combinación con la muestra de los artistas de los 90, dicen, resultó ser el mejor programa del último fin de semana. Siguen en la lista el Museo Fortabat, con su café, La Colección, y el Faena Arts Center, en Puerto Madero; el Museo de Arte Decorativo, con su restaurante francés, Croque Madame; el Sívori, con su cafetería de luz natural y platos gourmet, y el Centro Cultural Recoleta, flanqueado por oferta gastronómica. El Macba y el Mamba imantan a los conocedores del arte contemporáneo. A Marina Baimler, lo que más le gusta del Museo Fortabat es la mezcla entre la colección permanente y la arquitectura. “Es una maravilla, con ese techo que se abre. Te sentís como en New York”, asegura esta abogada de 34 años que, en su visita, también se dio una vuelta por La Colección. Otra de sus posibles opciones es el Museo de Arte Decorativo, a donde suele ir con amigos
El cruce perfecto entre cultura y gastronomía opinión Lucas Angelillo PARA LA NACION
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engo la concesión del Café Proa hace tres años, y también soy el chef del lugar. Yo creo que un café en un museo es una idea brillante, porque uno cuando sale quiere encontrar todo en el mismo sitio. Muchas veces tuve la linda experiencia de viajar y visitar ciudades donde podía ir a museos de categoría y, al terminar de visitarlos, darme el lujo de comer ahí. Eso, creo, terminó de inspirarme. Cuando estudié cocina y pastelería, a la carrera se la llamaba, justamente, “artes culinarias”: es que los cocineros somos artistas de alguna manera, un plato es nuestro bastidor, sobre él ponemos cosas, combinamos colores, texturas, temperaturas... ¡Y lo más lindo es que luego nos podemos comer esa obra de arte! Por eso creo que esta propuesta es una especie de mix entre arte y gastronomía. Igual también hay gente que sólo viene a comer o a tomar algo, no olvidemos que es un restó... ¿Qué pueden encontrar? La carta es variada: tenemos jugos naturales, sándwiches, ensaladas y tartas. Los platos principales están divididos en carnes rojas, blancas, frutos de mar, pastas y vegetales, y todos los días, además, tenemos el
menú del artista, donde incluimos finger food: algo que sirve tanto para los más chicos como para los que vienen por una copa y quieren comer algo sencillo. Entrar al café restó y encontrar un diseño moderno, todo vidriado, con la mejor vista del Riachuelo, es algo que no muchos pueden dejar pasar. El museo fue diseñado por un estudio italiano (Caruso-Torricella) y el mobiliario es, en su gran mayoría, italiano también. Todo lo que está en el café fue pensado para este lugar, que cambia cada tres meses, gracias a las intervenciones que se le hacen al edificio en el marco de Espacio Contemporáneo, o la muestra del momento. Una vez, por ejemplo, cuando se presentó la exhibición Ayres de Lyon, me pusieron un elefante en la puerta, fue muy divertido. En definitiva, se trata de un lugar único en La Boca, y en general los que vienen no sólo vuelven, sino que traen amigos. Venir aquí es una salida en sí misma. Cada vez más fines de semana se acercan grupos de jóvenes: se está volviendo un punto de encuentro entre lo cultural y lo gastronómico. Por eso mismo, en la carta que se estrenó hace pocas semanas, incluimos también algunos tragos y algunas cosas para los que sólo quieren picar algo, más allá de que después se queden a comer.ß El autor es chef. a cargo de Café Proa
Irina Bertolucci, Fernando Freire y Gabriela García apostaron al Café Proa para la tarde del sábado
Valentina Salvador y Matías Hernández fueron al Malba en plan romántico o en pareja. ¿Infaltable? Un alto en el Croque Madame que está justo en la entrada, con vista al jardín, ideal para sentirse como en París a la hora en que el sol empieza a ponerse. “Me parece una salida distinta a la típica de ir a un restaurante; para mí es un paseo completo, en el que, además de compartir un momento con la gente que querés, conocés cosas nuevas”, cuenta. “El fenómeno está asociado a una explosión de lo visual, al paseo cultural, y a esa combinación que ofrece Buenos Aires entre consumo cultural y ciudad para recorrer, que es muy atractiva. Pero ocurre lo mismo en otros centros urbanos como Rosario, Córdoba y Salta”, sostiene la socióloga Ana Wortman, del Instituto Gino Germani, que desde hace años estudia la temática. “Los museos ya no son espacios inmaculados, destinados sólo a ver cuadros, que imponen una gran concentración en su recorrido. Con su amplio menú de actividades y hasta de formación en artes visuales se ajustan
Algunas muestras Obsesión infinita, de Yayoi Kusama Puede verse hasta el próximo 16 de septiembre en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415) Buenos Aires en imágenes Inaugura el 24 de agosto en Fundación Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929). A partir del sábado 10, hay también un ciclo de cine, a las 17 Berni y las representaciones argentinas en la Bienal de Venecia Curada por Rodrigo Alonso, sigue hasta el 29 de septiembre en el Museo Fortabat (Olga Cossettini 141)
Lo que va del pochoclo al sticker de Kusama el escenario Alicia de Arteaga LA NACION
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e acabó el concepto del museo como un reservorio decimonónico. Hoy, los stickers de Kusama reemplazan al pochoclo. El programa del sábado son las obras interactivas con el aliado estratégico del móvil que todo lo mira y lo registra. Tiembla Taschen, famosa editorial alemana de libros de arte, porque de ahora en más cada visitante podrás armar su propio book. Todo un tema. El lugar de los museos en la agenda del tiempo libre ha dado un giro copernicano. Así lo entiende el director del MoMA, cuando dice que el museo es el programa más barato de Manhattan. Cuesta 25 dólares la entrada, pero… ¡se puede pasar el día! Cine, cuatro restaurantes, instalaciones, videos, muestras temporarias, visita guiada, juegos, guardería, la colección permanente Warhol, Picasso, Mondrian, Van Gogh…, y la cocina de autor en The Modern. Mi amigo Julián dice que los museos son el nuevo Italpark, un parque de diversiones. Exagerado, pero algo de eso hay. En mi último viaje a Manhattan no logré entrar nunca al Rain Room, una habitación negra donde llueve y nadie se moja. Hice cola los tres días, ejercicio que sólo aviva el deseo, sin éxito. Por suerte, la última tarde tuve premio: a las 7,
concierto gratuito de los alumnos de la Academia Juillard bajo el aleteo de los abedules y al lado del Balzac de Rodin. La idea del museo como destino del tiempo libre goza de gran popularidad en Manhattan y está legitimada en las páginas del NYT con el suplemento Art/Leisure. Pero la tendencia es global. Comenzó con el Pompidou de París. La genial cafetera diseñada por Renzo Piano tiene escaleras mecánicas que suben a las salas (dato clave) y una plaza seca casi tan grande como el museo, para bailar, comer, conversar, fumar, patinar y demás. Piano ganó el concurso porque propuso la plaza seca. El Guggenheim de Bilbao es otra página en esta historia. La vieja ciudad astillero se venía a pique y cambió su destino gracias a un museo que la convirtió en meca del turismo. Frank Ghery proyectó una nave de titanio sobre la ría del Nervión que bien valía la visita y, encima, el artista Jeff Koons (ex de la Cicciolina) instaló en la puerta un perro gigante hecho con flores verdaderas. Hay un antes y un después del Guggi. En el siglo XXI llegó la cereza del postre: la Tate Modern de Londres. El museo más cool, con la Turbin Hall de una cuadra de largo por una cuadra de alto, donde miles de personas se rindieron ante la puesta de sol de Olafur Eliasson, una cambiante instalación lumínica que demostró que al museo no sólo se va a mirar, también se va a estar.ß
fotos de gustavo bosco y soledad aznarez
a una percepción multitasking de la cultura actual.” Variedad de ofertas, muchas opciones en un mismo lugar, multiplicidad de estímulos ahí, al alcance de la mano: en esa conjunción de factores parece estar la clave del éxito. “En todos los museos del mundo, la gastronomía y la tienda ocupan un lugar central y completan la experiencia estética del museo como lugar de encuentro e interacción”, afirma Emilio Xarrier, gerente general del Malba. Entre el 5 y el 12 de este mes, de hecho, reabrirá Café Malba, con otra decoración y funcionalidad, con gastronomía mediterránea y pastelería italiana a cargo de Marcelo Piegari. “Los blockbusters para nada desvían el camino que el Malba se trazó hace 12 años y en el cual se consolidó: seguirá incrementando su colección, fiel a su identidad de museo de arte latinoamericano”, reafirma Xarrier. Desde Proa, también refuerzan la idea: “En toda la experiencia del
museo, hay una misión de diseño, de propuesta estética irrenunciable, de hacer vanguardia y de ahondar en la tradición del arte –plantea su directora, Adriana Rosenberg–. Pero hay también un diálogo permanente con el público. Hay una estrategia para captarlo con pautas ya establecidas y bastante pluralismo en nuestra programación. Aunque la clave siempre será traer y hacer lo que nunca se vio o se hizo, lo que introduce de alguna manera una nueva reflexión. De qué forma la comunidad incorpora luego a Kusama, a Louise Bourgeois, eso está fuera de tu alcance. De lo que no hay dudas es de que esas creaciones se incorporan. Por eso, las seguimos trayendo”. Un promedio de 2500 personas diarias continúan hoy haciendo fila para ver a Kusama y el interés, pronostican, no cederá hasta el cierre, fechado para el próximo 16 de septiembre. Será cuestión de esperar a ver qué sorpresas nos depara la próxima muestra.ß
Un turismo social a otras partes de la mente opinión Lux Lindner
PARA LA NACION
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ucha gente en nuestra sociedad no tiene cómo decirlo, pero añora en esta vida experiencias menos pochocleras que la edición número 15 de alguna saga de Pixar protagonizada por erizos celestes y saltarines a los que Elton John o Scarlet Johansson les han prestado gentilmente la voz. Esta añoranza es trasladable a otros ámbitos. El deporte y la polítíca de cualquier signo se han vuelto actividades altamente burocráticas y tienden a convertirse en rituales pródigos en un prêt-à-porter de efectos que se disparan solos y lo hacen para conseguir algo determinado. Las oportunidades de participación pública en general se presentan cada vez más reglamentadas, y los espacios para la flotación y atención dispersa, cada vez más señalizados. Y quienes piden otra cosa que lo anterior son vistos como idealistas que no han leído la letra chica de la historia o niños que todavía creen, con insólita tenacidad, en los Reyes Magos. El museo de arte, un lugar donde no se sabe realmente qué va a pasar, donde un pasado fantasmático se une a un presente fantasmático, parece prometer algo nuevo, menos vigilado y previsi-
ble, en este contexto. Y lo promete sin los presuntos inconvenientes para un ciudadano de a pie dentro de una galería de arte comercial, amenazadora para él desde otras direcciones (“una galería está llena de gente complicada y esnob”; “me van a querer vender algo”, etcétera). En este escenario el museo explota como refugio; es hoy por hoy una oportunidad de turismo social a otros mundos de la mente. Las filas multitudinarias en la muestra de Kusama en el Malba (que nos hacen parecer menos impresionante aquellas consagradas al colectivo de artistas que hizo llover dentro del MoMA) se transforman en la versión benéfica de la fila para hacer algún tramite. Y puede decirse que en el museo, más allá de sus canalizaciones (que también las tiene, siendo, como es, parte de un conjunto mayor) se trata de trámites con un absoluto cuya forma no está clara. Una lotería cuyo premio hemos de cobrar, aunque sin saber cuándo y en qué moneda. Es posible que algunos contenidos más frágiles sufran con todo este proceso de masificación asistida donde el display espectacular lleve la delantera, pero hay que aprender a ver las oportunidades de estas grandes colisiones democratizadoras (antes de quejarse).ß El autor es artista