La otra cara de la inflación

para junio el menor incremento del índice oficial de ... quesos (de 25 a 41%); café (11%); yerba mate. (15,8%); ... (costaba $ 1068,50 en diciembre de 2013),.
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economía

| Domingo 29 De junio De 2014

opinión Ni crisis de acá a 2015, ni soluciones mágicas en 2016 columnista invitado Dante Sica

PARA LA NACION

E

l pesimismo ha dominado la escena económica de corto plazo, visión que contrasta muy fuertemente con un optimismo (y creciente) sobre la potencialidad que presenta la Argentina en el mediano plazo. Aun cuando existen elementos que pueden justificar ambas posiciones, esta dicotomía parece exagerada. En lo inmediato, el escenario no luce tan mal, y tampoco es cierto que en el mediano plazo el éxito esté asegurado. Respecto del pesimismo, es cierto que la coyuntura ha presentado una creciente complejidad en el pasado reciente, tanto en materia económica como social. El ajuste observado en la política monetaria y cambiaria a principios de año se sumó a una economía con dificultades para crecer, dominada por el cepo cambiario, una inflación elevada y un déficit fiscal creciente. Esto ha ocasionado un hiperpesimismo

respecto del rumbo de la economía en el corto plazo. Pero esta visión parece extrema. Una buena parte de los fundamentals macroeconómicos no está tan fuera de lugar, lo que vuelve poco probable un escenario de crisis en lo inmediato. En particular, se destaca un bajo nivel de endeudamiento, tanto público como privado, sin riesgos de descalce de monedas. En 2013, la deuda pública en manos del sector privado alcanzó apenas 26,8% del PBI. Y si bien un escenario de default no puede descartarse del todo tras la reciente derrota en el litigio con parte de los holdouts, este desenlace no parece el más probable si se tiene en cuenta que se abrió una posición negociadora entre las partes. Por su parte, es cierto que en el mediano plazo las oportunidades se vuelven más visibles, de la mano del mundo que seguirá dominado por la creciente demanda emergente de bienes básicos. Y el país posee la potencialidad de aprovechar esta oportunidad, dado que cuenta con un “doble bono”. Por un lado, el bono de recursos naturales: la Argentina puede consolidarse como uno de los principales proveedores globales de commodities, dado que cuenta con las con-

diciones naturales para tener una oferta excedente de alimentos, recursos energéticos no convencionales y minerales. Por otro lado, está el bono demográfico. El nuevo siglo inauguró una “ventana de oportunidad demográfica” que estará abierta hasta aproximadamente mediados de 2030, dado que en este período la Argentina contará con una mayor cantidad de personas en edad de trabajar en relación con la cantidad de personas que no trabajan. Esto es muy beneficioso porque, al haber más gente trabajando aumenta el ahorro y, por ende, la capacidad de acumular capital para invertir, crecer y aumentar la productividad. Estas oportunidades son conocidas por todos, y han llevado a la creencia generalizada de que la gestión que asuma en 2016 podría conducir a la economía por un sendero de expansión sobre bases sólidas haciendo algunos pocos cambios en materia de política económica y logrando acceso al financiamiento externo. Pero esta visión también podría resultar exagerada. Es que el próximo gobierno deberá sortear importantes desafíos, tanto a nivel macroeconómico como sectorial. En el primer caso, sobresale la alta in-

flación, la distorsión de precios relativos (principalmente tipo de cambio real y precio de la energía) y el déficit fiscal. Y habrá que atacar otras cuestiones de suma relevancia como el déficit en materia de infraestructura –no sólo energética, sino también en relación con el transporte y las telecomunicaciones–, el escaso desarrollo del mercado de capitales, la baja formación de capital humano, y la ineficiencia de la tributación y el gasto público. La situación energética hace tiempo que dejó de ser un tema exclusivamente sectorial para convertirse en la principal fuente de desbalances de la economía, con efectos negativos tanto en las cuentas fiscales como en las externas. Basta con mencionar que el gasto en subsidios a la energía representa nada menos que 3,5% del PBI: explica casi 80% del rojo fiscal y supera en más de siete veces lo destinado a la Asignación Universal por Hijo. Pero, además, hay que tener en cuenta que ninguna de estas cuestiones se puede atacar si las instituciones no están en regla. No será posible sentar las bases de un futuro proceso de expansión sostenible, sin la existencia de reglas de juego estables y

creíbles. Esto resulta clave para los sectores que presentan ventajas comparativas, como la energía, la minería y el agro. En estos casos, la construcción (o restablecimiento) de un marco regulatorio adecuado y estable será una condición indispensable para que se canalicen las inversiones hacia estos sectores con gran potencialidad en el mediano plazo. Son desafíos importantes, pero no imposibles de sortear. No hace falta mirar muy lejos para encontrar casos exitosos de países que lograron estabilizar sus economías sin que mediara una crisis, atacando la inflación y reduciendo el déficit fiscal a través de la instalación de metas graduales posibles, acuerdos generales entre todos los sectores y actores de la economía, y de la determinación de reglas del juego estables. Sin dudas, la experiencia de algunos vecinos –como Chile y Brasil en las últimas décadas– puede resultar útil para diseñar posibles caminos a seguir en el mediano plazo, para favorecer un proceso de crecimiento con inversión y creación de empleo.ß El autor es director de abeceb.com y ex secretario de Industria de la Nación

La otra cara de la inflación al margen de la semana Néstor O. Scibona PARA LA NACION

S

i no fuera por la alta tensión introducida a la negociación contrarreloj de la deuda con los holdouts, el gobierno de Cristina Kirchner podría celebrar próximamente el módico éxito de exhibir para junio el menor incremento del índice oficial de precios al consumidor en lo que va de este año. Esta desaceleración en el ritmo de aumentos coincide con el relevamiento preliminar del Estudio Bein, que arroja un alza de 1,3/1,4% para el nivel general (donde gravitan a favor la ausencia de ajuste en combustibles y en contra las subas en las tarifas de gas y de taxis porteños) y de 1,6% en alimentos. En este caso, también con la medición que realiza esta columna sobre una canasta fija de 30 productos de consumo masivo (alimentos, bebidas y artículos de limpieza) en la misma sucursal porteña de una cadena de supermercados. A fin de junio el costo total se ubica en $ 1291, con una suba de 1,6% con respecto a mayo y de 4,7% acumulada frente a los $ 1232 de abril. Influyeron en estos dos meses las bajas en presas de pollo y cortes de carne vacuna (de -6 a -21,4%) y de frutas y hortalizas (de -5% en papas a -34% en pimientos), contrarrestadas por subas de dos dígitos en quesos (de 25 a 41%); café (11%); yerba mate (15,8%); detergente (15%); fideos (14%) y limpiadores (10,5%), seguidas por otras menores en pan francés (5,5%); gaseosas light (5%) y jamón cocido (3%). Si se mira hacia atrás, no hay mucho para festejar. En los últimos seis meses esa misma canasta tuvo una suba de 20,8% (costaba $ 1068,50 en diciembre de 2013), que se eleva a un impresionante 55,9% si la comparación se realiza con junio del año pasado ($ 827,90), cuando comenzaba a desarmarse el congelamiento de Guillermo Moreno. De ahí que el consumo se haya resentido tanto y se observen fenomenales disparidades de precios. No sólo en las góndolas, con crecientes diferencias –que llegan a superar 60%– entre productos con “precios cuidados” y otros similares fuera del listado oficial, además de promociones y descuentos por cantidad que hacen difícil

determinar un precio real. También en otros rubros (ropa, calzado, combustibles, mantenimiento de automotores y viviendas, restaurantes, etc.), donde los aumentos retraen la demanda o contribuyen a deteriorar el poder adquisitivo de asalariados, jubilados y trabajadores autónomos. Si se mira hacia delante, en los dos primeros casos el medio aguinaldo puede tonificar transitoriamente el consumo, si no se destina a cubrir deudas. Pero los aumentos salariales surgidos de paritarias, fraccionados e inferiores a la inflación interanual -al igual que el último ajuste semestral de jubilaciones-, sólo permitirán recuperar parte del terreno perdido y moverán poco el amperímetro. Sobre todo si en la segunda mitad del año el dólar oficial abandona su renovado rol de ancla inflacionaria a raíz de los problemas en el sector externo (escasez de divisas) y se acelera previsiblemente la emisión de pesos para atender el imparable déficit fiscal. Impuestos con subas camufladas A esta perspectiva incierta para el consumo y la actividad económica debe sumarse el impacto de otro subproducto de la inflación: la presión tributaria récord a nivel nacional, provincial y municipal que, según cálculos privados, superó el 40% del PBI el año pasado. Esto hace que lo que entra por un bolsillo salga por el otro y se sienta mucho más con la economía en recesión. En menos de diez meses, la inflación acumulada ya se devoró el último ajuste en el mínimo no imponible (MNI) del Impuesto a las Ganancias (de 20% para los salarios de $ 15.001 a $ 25.000 y casi el de 30% para la Patagonia), dispuesto en agosto de 2013 por el gobierno de CFK en un fallido intento de revertir su derrota en las elecciones legislativas de octubre. De hecho, no se trató de una suba directa del MNI sino de las deducciones para dejar fuera del impuesto a los salarios brutos de hasta $ 15.000, aunque en una economía inflacionaria no tardarán en ser alcanzados. Como ahora el Gobierno promete no volver a subir el MNI ni actualizar las escalas vigentes desde hace 14 años, hay una suba implícita del impuesto: quien salta la barrera del MNI cae en alícuotas

más altas. Por caso, un trabajador casado y con un hijo que hoy cobra un sueldo bruto de $ 16.000 mensuales paga 23% de impuesto ($518,20 cada mes). Y quien gana más de $21.500 trepa a la alícuota máxima de 35%. Esta exacción se acentuó en los últimos años. Un cálculo realizado por el Grupo GNP Consultores revela que entre 2003 y 2013, mientras el salario mínimo vital y móvil tuvo un ajuste nominal acumulado de 850%, el MNI de Ganancias fue ajustado en 287%. O sea, casi la mitad de la inflación del perío-

do según estimaciones privadas. A su vez, la alícuota máxima de 35% que en 2001 (con el 1 a 1) alcanzaba a quien ganaba el equivalente de 11.000 dólares, ahora afecta a un ingreso mensual inferior a 3000 dólares al tipo de cambio oficial. También es grosera la desactualización del MNI del impuesto a los Bienes Personales (bautizado “a la riqueza” cuando fue creado en los ’90), que no se ajusta desde 2007 y se mantiene en 305.000 pesos (equivalentes a 37.000 dólares al tipo de cambio oficial o

a 25.400 al paralelo). Según el Grupo GNP, debería ser ajustado a no menos de un millón de pesos para dejar fuera de su alcance al menos a un departamento básico y a un auto chico. Pero además propone una reforma para que el contribuyente vuelva a pagar sólo por el excedente y no sobre el total cuando se supera el MNI, para lo cual recomienda readecuar escalas y establecer alícuotas por tramos, a fin de que la alícuota máxima no abarque a todos los activos. Otra cara del impuesto inflacionario es que cada vez que los consumidores –cualquiera sea su nivel de ingreso– pagan más caro cualquier producto o servicio, el Estado se lleva el 21% del nuevo precio a través del IvA. Incluso la leche, que está exenta, tiene una carga impositiva cercana a 20% del precio al público, según GNP. A estas distorsiones se agregan los impuestos a los Ingresos Brutos, que van de 4 a 8% según provincias y sectores y se trasladan directamente al consumidor. Y el mal llamado “impuesto al cheque”, que grava con 0,6% todos los movimientos de cuentas bancarias y es tan distorsivo como las retenciones a la exportación. En el caso de los cigarrillos, quienes fuman deben saber que un 48% del precio se hace humo en carga tributaria. En los últimos años subieron tanto o más que la inflación las valuaciones para el ABL y los impuestos inmobiliarios, al igual que otras tasas municipales. A su vez, las patentes de automotores se ajustan según la valuación del vehículo en la póliza de seguros. Cuando cargan nafta, que aumentó también más que la inflación, los automovilistas pagan al pie del surtidor más en impuestos (entre IvA y el gravamen específico de 62%) que en combustibles, cuyos precios a su vez se toman como base para actualizar las multas de tránsito. Todo un desincentivo para el plan ProCreAuto, que busca empujar transitoriamente las ventas de 0 kilómetros con precios algo más bajos y créditos a tasas fuertemente subsidiadas; precisamente frente a una inflación superior al 34% anual.ß [email protected]

Reducir la contaminación es una tarea para todos perspectiva global Jeffrey Sachs PARA LA NACION

L

NUEvA YORK

as principales potencias ven hoy el cambio climático como una negociación referida a quién va a reducir sus emisiones de dióxido de carbono (CO2), derivadas principalmente del uso de carbón, petróleo y gas. Cada potencia está de acuerdo con realizar pequeñas “contribuciones” a la reducción de emisiones, y trata de empujar a los demás países a poner más de su parte. Estados Unidos, por ejemplo, “contribuirá” con un poco de reducciones si China hará lo mismo. Durante dos décadas, nos vimos atrapados en esta mentalidad minimalista, que es errónea en dos aspectos clave. En primer lugar, este enfoque no funciona, ya que las emisiones están aumentando. La industria petrolera mundial está en una época de bonanza, con el fracking, las perforaciones, las exploraciones en el Ártico, la gasificación del carbón y

la construcción de nuevas instalaciones para el gas natural licuado. El mundo destruye los sistemas climáticos y de abastecimiento de alimentos a ritmo vertiginoso. En segundo lugar, la “descarbonización” del sistema energético es tecnológicamente complicada. El verdadero problema de Estados Unidos no es la competencia que llega de China, sino la complejidad que supone el desplazamiento de una economía de gran dimensión que usa combustibles fósiles, para convertirla en una economía que use alternativas bajas en carbono. Éstos son problemas más de ingeniería que de negociación. Que no queden dudas: ambas economías podrían descarbonizarse si reducen drásticamente su producción. Sin embargo, ni EE.UU. ni China están dispuestos a sacrificar millones de puestos de trabajo y millones de millones de dólares para eso. La pregunta es cómo descarbonizar manteniéndose económicamente fuerte. Los negociadores climáticos no pueden contestar esta pregunta, pero innovadores como Elon Musk ,de Tesla, y científicos como Klaus Lackner, de la Universidad de Columbia, sí pueden contestarla.

La descarbonización del sistema energético del mundo requiere que se prevenga que grandes y crecientes cantidades de electricidad impulsen el crecimiento de las emisiones atmosféricas de CO2. También supone la conversión hacia una flota de transporte sin emisiones de carbono y mucha más producción por kilovatio-hora de energía. La electricidad sin emisiones de carbono está al alcance. La energía solar y la eólica pueden brindar este tipo de electricidad, pero no necesariamente cuándo y dónde se las necesita. Se requieren avances tecnológicos para almacenar la energía producida por estas fuentes. La energía nuclear, otra importante fuente de energía sin emisiones de carbono, también tendrá que desempeñar un papel importante, por lo que se deberá reforzar la confianza pública en su seguridad. Incluso los combustibles fósiles pueden producir electricidad sin emisiones de carbono, si se usan procesos de captura y almacenamiento de carbono (CAC). La electrificación del transporte ya está con nosotros, y Tesla, con sus sofisticados vehículos eléctricos, captura la imaginación y el interés del público. No obstante, se necesitan

mayores avances para bajar los costos de los vehículos eléctricos. Musk, deseoso de estimular el rápido desarrollo de estos vehículos, hizo historia al liberar las patentes de Tesla para que sus competidores puedan usarlas. La tecnología ofrece también nuevos avances en la eficiencia energética. Los nuevos diseños de construcción redujeron los costos de calefacción y refrigeración, al basarse mucho más en el aislamiento, la ventilación natural y la energía solar. Los avances en la nanotecnología ofrecen la perspectiva de contar con materiales de construcción más ligeros, cuya producción requiere menos energía. El mundo necesita un esfuerzo concertado para adoptar a la electricidad baja en carbono, no una negociación más en términos de “nosotros contra ellos”. Por tanto, los negociadores climáticos deben centrarse en cómo cooperar para garantizar que se logren avances. El proceso de “cambio tecnológico dirigido”, en el que se fijan objetivos audaces, se identifican hitos y se fijan plazos, es más común de lo que muchos creen. La revolución de las tecnologías de la información que nos trajo computadoras, teléfonos inteligentes, GPS y mucho

más, se construyó sobre la base de una serie de hojas de ruta de la industria y del gobierno. La lucha contra el cambio climático depende de que todos los países confíen en que sus competidores vayan a seguir por el mismo camino; por eso hay que lograr que las negociaciones detallen acciones compartidas entre EE.UU., China, Europa y otros. Se necesita además de personas e instituciones como Musk, Lackner, General Electric, Siemens, Ericsson, Intel, Electricité de France, Huawei, Google, Baidu, Samsung, Apple, plantas de energía y ciudades de todo el mundo, para que forjen avances tecnológicos que vayan a reducir las emisiones de CO2. Hay incluso un lugar para que participen ExxonMobil, Chevron, BP, Peabody, Koch Industries y otros gigantes del petróleo y el carbón. Si ellos esperan que sus productos se usen en el futuro, deben lograr que sean seguros. El punto es que la descarbonización es un trabajo para todas las partes interesadas.ß © Project Syndicate, 2014 El autor es director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia