LA INGLATERRA OSCURA y CÓMO SALIR - Cristianos En Marcha

Sección 3 — Rehabilitación De Nuestros Criminales — La Brigada de las Prisiones. Sección 4 — Libertad Efectiva para el Borracho. Sección 5 — Una Nueva ...
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LA INGLATERRA OSCURA y CÓMO SALIR

GENERAL WILLIAM BOOTH Fundador del Ejército de Salvación

LA INGLATERRA OSCURA y CÓMO SALIR por General William Booth CUARTEL INTERNACIONAL DEL EJÉRCITO DE SALVACIÓN, 101 QUEEN VICTORIA STREET, LONDRES, INGLATERRA CUARTEL DEL TERRITORIO SUR, EE.UU. 1424 NORTHEAST EXPRESSWAY ATLANTA, GEORGIA, 30329

Disponible en librerías o en el Departamento de Suministros del Ejército de Salvación Publicado por El Ejército de Salvación Departamento de Suministros e Intendencia 1424 Northeast Expressway Atlanta, Georgia, EE.UU. 30329

Esta Obra está Dedicada A la Memoria de Mi Amante, Fiel y Devota Esposa, La Compañera, Consejera y Camarada de Casi 40 Años, Que Compartiera todas mis Ambiciones para El Bienestar de la Humanidad.

PREFACIO. El avance que ha logrado el Ejército de Salvación en su obra entre los pobres y los perdidos de muchas regiones del mundo me ha obligado a enfrentar los problemas que se abordan con mayor o menor grado de esperanza en las páginas siguientes. Las descorazonadoras necesidades de una enorme Campaña realizada a lo largo de muchos años contra los males que constituyen la raíz de todas las miserias de la vida moderna, atacados desde mil y un frentes por mil y un tenientes, me han llevado gradualmente a contemplar como posible solución, para algunos de esos problemas al menos, el Programa de Selección Social y Salvación que expongo en la presente obra. Cuando no era más que un niño, la degradación y desoladora miseria de las pobres Tejedoras de mi pueblo natal, deambulando demacradas y hambrientas por las calles entonando sus melancólicas baladas, hacinadas en el sindicato o afanándose como esclavas para cumplir con sus tareas asignadas a cambio de un salario de hambre, estimularon mi deseo sincero de ayudar a los pobres, deseo que mantengo hasta el día de hoy y que ha sido una poderosa influencia durante toda mi vida. Finalmente, podría llegar a ver realizados mis deseos de ayudar a los desocupados. Creo que así será. La compasión que entonces despertó en mí la miseria en la que vivía esta gente ha sido una fuerza motivadora que no ha dejado de acompañarme en los cuarenta años que he dedicado activamente a la salvación del hombre. A lo largo de estos años me he sentido agradecido por haber sido capaz, con la ayuda de Dios, de hacer algo para aliviar las miserias de esta gente y de llevar a los corazones de estas desgraciadas multitudes no sólo esperanza divina y felicidad terrena, sino también bendiciones materiales, incluyendo cosas tan básicas como sustento, abrigo, techo y trabajo, generadores de tantos otros beneficios de este mundo. Así, muchas pobres criaturas han demostrado que la Piedad “para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera.” Los resultados se han logrado por medios espirituales principalmente. He afirmado con audacia que si el hijo pródigo, sin importar su carácter o circunstancias particulares, llegase a la casa del Padre Celestial, encontraría en ella más que suficiente para satisfacer sus necesidades tanto en este mundo como en el venidero. He conocido a miles de personas, o más bien a decenas de miles, que, literalmente, confirman que lo que digo es verdad, habiendo salido con poca o ninguna ayuda terrenal de las más oscuras profundidades de la indigencia, del vicio y del crimen, para convertirse en ciudadanos contentos y honestos, y verdaderos hijos y siervos de Dios. Y, sin embargo, a lo largo de mi carrera he constatado que las medidas paliativas que habitualmente se exponen en los programas cristianos y que normalmente se emplean en la filantropía cristiana son penosamente inadecuadas para abordar con eficacia las desoladoras miserias de estas clases marginadas. El número de rescatados es vergonzosamente bajo — una minoría ínfima si se la compara con las multitudes que luchan y se hunden en el abismo sin fondo. Por lo mismo, mi humanidad y mi cristianismo, si se me permite hablar de ellas como dos cosas distintas, han clamado por un método más integral para llegar a las masas desfallecientes y salvarlas.

Es sin duda bueno que el hombre salga por sí solo de la vorágine y que escale la roca de la liberación venciendo las tentaciones que hasta ahora lo han dominado; y que se mantenga allí firme, a pesar de la embestida de la marea de tentaciones. Mas, ¡ay de mí!, para muchos esto parece ser literalmente imposible. Esa fortaleza de carácter, esa vena moral que asume el control de la cuerda echada para su rescate y que reafirma su fortaleza en medio de todos los obstáculos que habrá de encontrar, está ausente. Se ha ido. El naufragio general ha destruido y desorganizado al hombre entero. ¡Las de multitudes que nos rodean por todas partes — muchas conocidas personalmente por mis lectores, y muchas ot ras a las que podrían conocer con tan sólo alejarse unos pocos pasos de sus propias moradas — y que se encuentran inmersas en esta difícil situación! Sus costumbres viciosas y situación de marginalidad constituyen una certeza de que, sin algún tipo de ayuda extraordinaria, ellas pasarán hambre y pecarán, y pecarán y pasarán hambre, hasta que, habiéndose multiplicado y colmado su medida de desdicha, la muerte cierre sus lúgubres dedos sobre ellas y termine con su miseria. Y todo ello sucederá este mismo invierno, en medio de la riqueza sin parangón, de la civilización y de la filantropía de estas muy sedicentes cristianas tierras. Ahora me propongo acudir directamente en ayuda de esas clases que se hunden, y al hacerlo continuaré apelando al corazón. No dejo de anticipar un rotundo desencanto, a menos que logre conquistar ese bastión. Aunque proponga sumar un método más a los que ya he implementado para estos efectos, no por ello ha de suponerse que dejo de lado los antiguos planes o que renuncio a mi antiguo empeño. Si prestamos ayuda al hombre, es para cambiarlo. Un constructor que elabore sus planos y erija su casa y arriesgue su reputación sin cocer bien sus ladrillos sería declarado un fracaso y un loco. La perfección de la belleza arquitectónica, el gasto ilimitado de capital, la vigilancia incansable de sus albañiles no le servirían de nada si los ladrillos no estuviesen cocidos con propiedad. Dejemos que avive el fuego. De igual modo veo aquí la locura de aspirar a una conquista perdurable, ya sea con respecto a la situación o a la moralidad de estas clases desesperanzadas, salvo que se produzca un cambio íntegro en el hombre, como también en su entorno. A todo esto que espero lograr, me dedicaré. En muchos casos tendré éxito, en otros fracasaré; pero incluso si fracaso en este, mi último plan, al menos beneficiaré los cuerpos, si acaso no las almas, de los hombres; y aunque no salve a los padres, al menos les ofreceré mejores oportunidades a los hijos. Se verá, entonces, que en este intento o en otros futuros que pueda emprender no tengo intenciones de desviarme en lo más mínimo de los principios básicos que han regido mis actos en el pasado. Mi única esperanza con respecto a la superación definitiva de la miseria de la humanidad, ya sea en éste o en el mundo venidero, es que el hombre se regenere o transforme por el poder del Espíritu Santo a través de Jesucristo. Pero al proporcionar alivio para la miseria terrenal, creo que sólo estoy haciendo más fácil y posible lo que ahora parece difícil e imposible: que hombres y mujeres encuentren su camino hacia la Cruz de nuestro Señor Jesucristo. Sobra decir que confío en mis propuestas. Creo que funcionarán. Muchas ya se encuentran funcionando a una escala más pequeña. Mas no sostengo que mi Plan sea perfecto en todos sus detalles, ni completo en el sentido de ser adecuado para combatir todas las formas que pueden adoptar los enormes males contra los que está fundamentalmente dirigido. Al igual que otras obras humanas, debe ser perfeccionado a través del sufrimiento. Es, sin embargo, un intento sincero de hacer

algo, y de hacerlo obedeciendo a principios que pueden aplicarse de inmediato y desarrollarse a escala universal. El tiempo, la experiencia, la crítica y, por sobre todo, la orientación de Dios nos permitirá, así lo espero, avanzar de acuerdo con los lineamientos que aquí establezco hacia una aplicación verdadera y práctica de las palabras del Profeta Hebreo: “¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en tu casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Y si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida — [Entonces] los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación en generación levantarás”. A la mujer que ha estado indisolublemente asociada a mí por casi cuarenta años y en todas mis obras debo mucha de la inspiración que se manifiesta en este libro. Me es difícil estimar la medida en que la espléndida benevolencia e ilimitada simpatía de su carácter me han alentado a destinar mi vida al servicio del hombre, al que nos hemos dedicado tanto nosotros como nuestros hijos. Atesoraré por siempre el recuerdo de que, en la agonía del sufrimiento incesante causado por una terrible enfermedad, mi esposa encontrase alivio en meditar y elaborar las sugerencias para la bendición mo ral, social y espiritual de la gente que propongo en la presente obra; y doy gracias a Dios de que ella me fuese arrebatada cuando el libro estaba prácticamente terminado y sus últimos capítulos habían sido ya enviados a la imprenta. Para concluir, deseo agradecer a los Oficiales bajo mi mando por los servicios brindados en la preparación de este libro. No habría esperanza de llevar a cabo ninguna parte de él si no fuera por el hecho de que tantos miles de ellos, sin esperar recompensa terrenal alguna, se encuentran prestos a atender mi llamada y dispuestos a trabajar hasta la extenuación en pro de la salvación de otros. El mundo ni se imagina siquiera el sentido común práctico, los recursos y la voluntad de ofrecerse para realizar cualquier tarea que muestran esos Oficiales y Soldados. Y mucho menos puede el mundo entender las dichas y tristezas de su sacrificada devoción a Dios y a los pobres. También debo agradecer la valiosa ayuda literaria prestada por un amigo de los pobres, quien, aunque no tiene vínculo alguno con el Ejército de Salvación, sí siente la más profunda simpatía hacia su misión y comparte en gran medida sus principios. Sin su ayuda, la tarea de presentar estas propuestas, de las cuales soy completamente responsable, por lo menos hasta este momento, me habría resultado — agobiado como me encuentro con las responsabilidades de una obra de alcance mundial — extremadamente difícil, por no decir imposible. No tengo dudas de que si llegase a implementar exitosamente cualquier parte substancial de mi plan, la persona en cuestión se considerará más que recompensada por los servicios tan aptamente brindados. WILLIAM BOOTH. CUARTEL INTERNACIONAL DEL EJÉRCITO DE SALVACIÓN, LONDRES, E.C., Octubre de 1890.

ÍNDICE PARTE I — LA OSCURIDAD CAPÍTULO I ¿Por Qué “Inglaterra Oscura”? CAPÍTULO II El Décimo Sumergido CAPÍTULO III Los Desamparados CAPÍTULO IV Los Desocupados CAPÍTULO V Al Borde del Abismo CAPÍTULO VI Los Viciosos CAPÍTULO VII Los Criminales CAPÍTULO VIII Los Hijos de los Perdidos CAPÍTULO IX ¿Es que no hay Ayuda Posible? PARTE II — LIBERACIÓN CAPÍTULO I UNA MAGNÍFICA INICIATIVA Sección 1 — Los Requisitos Fundamentales para el Éxito Sección 2 — Mi Plan CAPÍTULO II ¡AL RESCATE! — LA COLONIA URBANA

Sección 1 — Comida y Techo para Todos Sección 2 — Trabajo para los Desocupados — La Fábrica Sección 3 – La Regimentación de los Desocupados Sección 4 — La Brigada de Rescate Familiar CAPÍTULO III ¡AL CAMPO! — LA COLONIA RURAL Sección 1 — La Granja Propiamente T al Sección 2 —La Villa Industrial Sección 3— Villas Agrícolas Sección 4 — Granja Cooperativa CAPÍTULO IV NUEVA BRETAÑA — LA COLONIA DE ULTRAMAR Sección 1 — La Colonia y los Colonos Sección 2 — Emigración Universal Sección 3 — El Barco de Salvación

CAPÍTULO V MÁS CRUZADAS Sección 1 — La Cruzada de los Barrios Marginales — Nuestras Hermanas de los Barrios Marginales Sección 2 — El Hospital Ambulante Sección 3 — Rehabilitación De Nuestros Criminales — La Brigada de las Prisiones Sección 4 — Libertad Efectiva para el Borracho Sección 5 — Una Nueva Forma de Escape para las Mujeres Perdidas —Los Hogares de Rescate Sección 6 — Un Hogar Preventivo para Muchachas en Peligro de Caer Sección 7 — Oficina de Búsqueda de Personas Desaparecidas Sección 8 — Refugios para los Niños de la Calle

Sección 9 — Escuelas Industriales Sección 10 — Asilos para los Lunáticos Morales CAPÍTULO VI ASISTENCIA EN GENERAL Sección 1 — Mejores Alojamientos Sección 2 — Aldeas Suburbanas Modelo Sección 3 — El Banco de los Pobres Sección 4 — El Abogado de los Pobres Sección 5 — Nuestro Departamento de Inteligencia Sección 6 — De la Cooperación en General Sección 7 — Una Agencia Matrimonial Sección 8 — Whitechapel Junto al Mar CAPÍTULO VII ¿SE PUEDE HACER ESTE TRABAJO? ¿Y EN QUÉ FORMA? Sección 1 — Las Credenciales del Ejército de Salvación Sección 2 — ¿Qué Costo Tendrá? Sección 3 — Enumeración de Algunas Ventajas Sección 4 — Algunas Objeciones que se han Planteado Sección 5 — Recapitulación

CAPITULO VIII Una Conclusión Práctica

LA INGLATERRA OSCURA PARTE I — LA OSCURIDAD CAPÍTULO I ¿POR QUÉ “INGLATERRA OSCURA”? Durante este verano la atención del mundo civilizado se ha centrado en la historia que el Sr. Stanley narra en “África Oscura” y sus viajes por el corazón del Continente Perdido. En esa narrativa vigorosa de gesta heroica, nada ha exaltado tanto nuestra imaginación como la descripción de la inmensa selva, que ofrecía una barrera casi infranqueable a su avance. El intrépido explorador, según sus propias palabras, “marchó, tropezó, cayó y se abrió paso a machete durante ciento sesenta días a través de las entrañas de la selva tropical”. A duras penas puede la mente humana concebir la inmensidad de esa tupida jungla, que abarca un territorio equivalente al de Francia más la mitad, en la que nunca penetran los rayos del sol, donde en la eterna penumbra de su atmósfera saturada por el vapor de los pantanos cálidos rondan y viven y mueren seres humanos reducidos al tamaño de pigmeos y brutalizados a la condición de caníbales. El Sr. Stanley intenta vanamente traer hasta nosotros todo el horror de esa espantosa penumbra. Nos dice: Tomad un tupido bosquecillo escocés empapado por la lluvia. Imaginad que no es más que maraña que crece bajo la sombra impenetrable de milenarios árboles de 30 ó 60 metros de altura; la zarza y los espinos abundantes; tranquilos arroyos que serpentean a través de las profundidades de la jungla y, a veces, el hondo afluente de un gran río. Imaginad estos bosques y jungla en todas las etapas de descomposición y floración, con una lluvia que repiquetea sobre vuestras cabezas un día sí y otro no, durante todo el año; la atmósfera malsana y sus terribles consecuencias: la fiebre y la disentería; sumidos en las penumbras durante todo el día y en una oscuridad casi palpable durante toda la noche. Y luego, si podéis imaginar una jungla como ésa extendiéndose desde Plymouth hasta Peterhead, podréis formaros una buena idea de algunos de los inconvenientes que hemos tenido que padecer en las selvas del Congo. Los habitantes de esta región están convencidos de que la selva es infinita — interminable. En vano intentaron el Sr. Stanley y sus compañeros convencerles de que fuera de esta triste selva brilla la luz del sol y existen apacibles praderas. Respondieron de una manera que parecía implicar que debíamos ser criaturas extrañas por suponer que podría existir algún mundo que no fuera su interminable selva. “No”, contestaron, negando compasivamente con la cabeza y sintiendo lástima por nuestras absurdas preguntas, “todo es igual a esto”, y movían sus brazos en círculos para indicar que todo el mundo era igual: nada más que árboles, árboles y más árboles — grandes árboles irguiéndose hasta la altura que alcanza una flecha disparada hacia el cielo, con altas copas cuyas ramas se extienden y entrelazan hasta que ni un rayo de sol ni un haz de luz puede penetrar a través de ellas. “Nos internamos en la selva”, dice el Sr. Stanley, “con confianza: cuarenta expedicionarios con hachas y machetes para abrir un sendero por la espesura, rogando que Dios y la buena fortuna nos guiaran”. Pero ante la convicción de los habitantes de la selva de que ésta no tenía fin, la esperanza fue abandonando los corazones de los nativos que acompañaban la expedición de Stanley. A los hombres

los invadió la desesperanza; la disuasión resultaba inútil para disipar su permanente desconsuelo, su mórbida tristeza. Sus escasas creencias religiosas no se sustentaban más que leyendas tradicionales, y en sus memorias flotaba la historia imprecisa de una región que se tornaba cada vez más oscura a medida que uno se aventuraba hacia los confines de la tierra y se acercaba a un lugar en el cual una gran serpiente indolente yacía enrollada alrededor del mundo. ¡Ah!, luego los antiguos debían haberse referido a este lugar, donde la luz es tan fantasmagórica y la interminable selva tan quieta y solemne y gris; a esta soledad opresiva — entre tanta vitalidad — que tan aterradora es para los pobres corazones afligidos. Con sus fantasías, el horror se hace más siniestro: el frío del alba, el gris inquietante del amanecer, el blanco mortecino de la niebla, el gotear incesante del rocío, las lluvias torrenciales, el ensordecedor estallido de los truenos y sus ecos, y el juego portentoso de los fulminantes relámpagos. Y cuando se deja caer la noche, con su oscuridad densa y palpable, y yacen amontonados en sus pequeñas y húmedas chozas, y escuchan la tempestad que los envuelve, el rugir de los vientos salvajes, el rechinar y crujir de los árboles azotados por la tormenta, el horrible estruendo de estos gigantes al caer; y los temblores que estremecen la tierra, que les dejan el corazón en la boca; y un rugir como el de un mar enardecido — ¡oh, entonces el horror se intensifica! Cuando se reinicia la marcha y las columnas de hombres se desplazan lentamente por la selva, se reaviva en ellos el desconsuelo, y se preguntan: ¿Hasta cuándo ha de durar? ¿Acaso así terminará la dicha de vivir? ¿Debemos seguir caminando día tras día en esta triste soledad y amarga penumbra hasta que tropecemos y caigamos y nos pudramos entre los sapos? Entonces desaparecen de a dos, de a tres y de a seis en la espesura; y, una vez que ha pasado la caravana, se devuelven por el sendero. Algunos logran llegar a Yambuya para perturbar a los jóvenes oficiales con sus historias de infortunio y guerra; otros mueren por el camino atravesados por una lanza; algunos se internan y desaparecen en los oscuros laberintos de la selva, irremediablemente perdidos; y otros terminan siendo devorados en un festín caníbal. Y los que permanecen por temor a encontrar peligros mayores, siguen adelante, marchando mecánicamente, presas del terror y la debilidad. Esa es la selva. Pero, ¿qué hay de sus habitantes? Ellos son comparativamente pocos: sólo unos cientos de miles que viven en pequeñas tribus, separadas por diez o treinta millas, dispersos en un área en la cual diez mil millones de árboles tapan el sol en una región cuatro veces más ancha que Gran Bretaña. De estos pigmeos hay dos tipos: uno, un especimen muy degradado, con ojos parecidos al de los hurones, nariz corta, mucho más parecida a la de los monos babuinos de lo que se suponía posible, pero aun así de rasgos muy humanos; el otro, apuesto, con rasgos inocentes y francos, muy agradables. Son de mente ágil e inteligentes, capaces de sentir un afecto y gratitud profundos, de una laboriosidad y paciencia notables. Un niño pigmeo de dieciocho años trabajaba con agotadora dedicación; el tiempo para él era demasiado valioso como para perderlo en conversaciones. Su mente parecía estar siempre concentrada en el trabajo. El Sr. Stanley relata: “Cuando lo interrumpí una vez para preguntarle su nombre, su expresión parecía decir: ‘No me interrumpa, por favor. Debo concluir mi tarea’. “Todos ellos, los de la variedad babuina y los apuestos inocentes, son caníbales. Les domina una perfecta manía por la carne. Nos vimos obligados a enterrar a nuestros muertos en el río para evitar que sus cuerpos fuesen exhumados y devorados, incluso los que habían fallecido a causa de la viruela”.

Sobre los pigmeos y todos los habitantes de la selva ha descendido una visitación devastadora en la forma de los saqueadores de marfil. La raza que escribió las Mil y Una Noches, que construyó Bagdad y Granada, y que n i ventó el álgebra, envía hombres con sed de oro en sus corazones y mosquetes Enfield en sus manos, para saquear y matar. Se aprovechan de la afectuosidad innata de los habitantes de la selva para despojarlos de todo lo que poseen en este mundo. Esto ha suc edido por años. Sucede hoy día. Ha llegado a considerarse como la ley natural y normal de la vida. Acerca de la religión de estos pigmeos acosados, el Sr. Stanley no nos dice nada, tal vez porque no hay nada que decir. No obstante, un viajero anterior, el Dr. Kraff, afirma que una de estas tribus, llamada Doko, poseía la noción de un Ser Supremo, a quien, con el nombre de Yer, dirigían a veces sus oraciones en momentos de tristeza o terror. En esas oraciones decían: “Oh, Yer, si Tú realmente existes, ¿por qué permites que seamos esclavos? No pedimos ni alimento ni abrigo, puesto que nos alimentamos con serpientes, hormigas y ratas. Tú que has sido nuestro Creador, ¿por qué permites que nos pisoteen?” Es una visión terrible, y una que ha quedado indeleblemente grabada en el corazón de la civilización. Mas, mientras le damos vuelta en nuestras mentes a la horrible presentación de la vida que existe en la vasta selva africana, me parece que ella es un retrato demasiado vívido de muchas regiones de nuestro país. Al igual que existe un África Oscura, ¿acaso no existe también una Inglaterra Oscura? La civilización, que puede engendrar sus propios bárbaros, ¿no puede acaso engendrar sus propios pigmeos? ¿Acaso no podemos encontrar el paralelo en nuestras propias casas y descubrir a unos pocos pasos de nuestras catedrales y palacios horrores similares a los que Stanley descubrió en la gran selva ecuatorial? Mientras más meditamos acerca del tema, más exacta parece la analogía. Los saqueadores de marfil que trafican brutalmente con los desdichados habitantes de los claros selváticos, ¿qué son sino los publicanos que se enriquecen con la debilidad de nuestros pobres? Las dos tribus de salvajes, la del babuino humano y la del apuesto pigmeo que no hablará por temor a que le interrumpan en sus tareas, podrían equipararse a las dos variedades que están constantemente presentes entre nosotros:— los patanes viciosos y flojos, y los sacrificados esclavos. También ellos han perdido toda fe en que la vida sea distinta de lo que es y ha sido. Al igual que en África, todo es árboles, árboles y más árboles, no existiendo ningún otro mundo que sea concebible; aquí es igual: todo es vicio y pobreza y crimen. Para muchos, el mundo no es más que un barrio marginal, donde el Asilo de Pobres es un purgatorio intermedio antes de llegar a la tumba. Y al igual que los zanzíbaros del Sr. Stanley perdieron la fe, quedando sólo con su desconsuelo y tristeza para inducirlos a seguir caminando, la mayoría de nuestros reformadores sociales, sin importar el entusiasmo con que hayan comenzado, con cuarenta expedicionarios blandiendo alegremente sus hachas mientras se abren paso por la selva, pronto se deprimen y descorazonan. ¿Quién puede combatir contra miles de millones de árboles? ¿Quién puede esperar abrirse paso y avanzar entre el sinfín de condiciones adversas que condenan al habitante de la Inglaterra Oscura a una miseria eterna e inmutable? ¿Qué clase de milagro es el que muchos de los corazones más cálidos y de los trabajadores más entusiastas se sientan dispuestos a repetir las lamentaciones del antiguo cronista inglés, quien, refiriéndose a los funestos días que cayeron sobre nuestros antepasados durante el reino de Esteban, dijo: “Les parecía a ellos como si Dios y sus Santos estuviesen muertos”?

Una analogía vale tanto como una sugerencia: se torna preocupante cuando se abusa demasiado de ella. Pero antes de dejarla, pensad por un momento cuán exacto es el paralelo, y cuán extraño resulta que una narración acerca de la miseria y el heroísmo humanos en un continente lejano logre crear tanto interés, en circunstancias que podemos observar una miseria aún mayor y un heroísmo no menos grandioso ante nuestras mismísimas puertas. La Selva Ecuatorial que Stanley atravesó se asemeja a esa Inglaterra Oscura de la cual debo hablar: similar en su vastedad — ambas se extienden, según las palabras de Stanley, “desde Plymouth hasta Peterhead” —, en su monótona oscuridad, malaria y tristeza; en sus habitantes enanizados y deshumanizados; en la esclavitud a la que se les somete; y en sus privaciones y miseria. Lo que encoge al más duro de los corazones, y lleva a muchos de nuestros más valientes e insignes compatriotas a crispar las manos en actitud de desesperación, es la aparente imposibilidad de hacer algo más que simplemente rozar la superficie de la interminable maraña para dejar que penetre la luz, para abrir un sendero en ella que no sea inmediatamente devorado por los cienos de los pantanos y la exuberante vegetación parasitaria de la selva — ¿quién se atrevería a poner su esperanza en ello? Actualmente, ¡ay!, pareciera que nadie se atreve siquiera a sentir esperanza. ¡Es la gran Ciénaga de la Desesperanza de nuestros tiempos! Y es una ciénaga que ningún hombre puede dimensionar si no la ha vadeado, como lo hemos hecho algunos de nosotros, sumergidos en ella hasta el cuello por largos años. ¡Es como el Infierno de Dante y de todos los horrores y crueldades que se sufren en la cámara de tortura de las almas perdidas! El hombre que camina con los ojos abiertos y con el corazón sangrante por las ruinas de nuestra civilización no necesita que esas fantásticas imágenes del poeta le enseñen el horror. Una y otra vez, cuando he visto al joven y al pobre y al desamparado hundirse en el pantano, pisoteado por las bestias depredadoras con forma humana que merodean en estas regiones, me ha parecido como si Dios ya no se encontrara en este mundo que creó, sino que en su lugar reinara un demonio, inmisericorde como el Infierno, cruel como la tumba. Resulta doloroso, sin duda, leer en las páginas de Stanley acerca de los mercaderes de esclavos planeando fríamente el ataque sorpresa a la aldea, la captura de sus habitantes, la masacre de quienes oponen resistencia y la violación de todas las mujeres; mas, si las empedradas calles de Londres pudiesen hablar, relatarían tragedias tan espantosas, ruinas tan completas, violaciones tan horribles como si nos hallásemos en el África Central. La única diferencia es que entre nosotros la horrenda devastación se oculta, como un cadáver, bajo los artificios y las hipocresías de la civilización moderna. El destino de una mujer negra en la Selva Ecuatorial no es, tal vez, uno feliz; pero, ¿es tanto peor que el de muchas huérfanas bonitas de nuestra cristiana capital? Hablamos acerca de las brutalidades del oscurantismo medieval y, cuando leemos en los libros sobre la vergonzosa exacción de derechos por parte del señor feudal, declaramos sentir escalofríos. Y, sin embargo, aquí, ante nuestros propios ojos, en nuestros teatros, en nuestros restaurantes y en muchos otros lugares, aunque resulte innombrable, florece sin control el mismo abuso monstruoso. Una joven pobre, si es bella, se ve con frecuencia acosada por sus empleadores, enfrentada siempre a la alternativa:— Morir de Hambre o Pecar. Y una vez que la desdichada joven consiente en sacrificar su virtud para comprar el derecho a ganarse la vida, los mismos hombres que la han mancillado la tratan como a una esclava y a una rechazada social. Su palabra pierde toda credibilidad, su vida se torna una ignominia y se ve arrastrada hacia un abismo cada vez más profundo, hasta llegar a la

perdición sin fondo de la prostitución. Pero allí, incluso en las simas más profundas, excomulgada por la Humanidad y marginada de Dios, se encuentra más cerca del corazón compasivo del Único Salvador verdadero que todos los hombres que la forzaron a caer; ¡sí!, y más cerca de Él que todos los Fariseos y Escribas que contemplan en silencio mientras se cometen estas perversas injusticias antes sus propios ojos. La sangre hierve con rabia impotente ante la visión de estas atrocidades, infligidas cobardemente, y sobrellevadas en silencio por estas desdichadas víctimas. Las víctimas no son sólo mujeres, aunque su destino sea el más trágico. Aquellos hombres que elevan la explotación a la categoría de arte, que sistemática y deliberadamente defraudan al trabajador de su paga, que muelen los rostros de los pobres y que roban a viudas y huérfanos, y que para guardar las apariencias hacen gran alarde de espíritu púb lico y filantropía, esos son los hombres que hoy por hoy enviamos al Parlamento para legislar en favor del pueblo. Los antiguos profetas los enviaban al Infierno — pero nosotros nos hemos encargado de hacer todo lo contrario. Ellos envían a sus víctimas al Infierno y son recompensados con todo lo que la riqueza es capaz de comprar para hacer que sus vidas sean cómodas. Leed el Informe de la Cámara de los Lores sobre el Sistema de Explotación Laboral y preguntaos si algún sistema de esclavitud africana — con la debida consideración por la civilización superior y, en consecuencia, sensibilidad superior de las víctimas — da lugar a una mayor miseria. La Inglaterra Oscura, al igual que el África Oscura, apesta a malaria. El aliento malsano y fétido de nuestros barrios marginales es casi tan venenoso como el de los pantanos de África. La fiebre es casi tan endémica aquí como en el Ecuador. Cada año miles de niños son diezmados por lo que llamamos los defectos de nuestro sistema sanitario. En realidad, mueren de hambre y envenenamiento, y todo lo que puede decirse es que, en muchos casos, es lo mejor para ellos, porque así se han ahorrado los sufrimientos que les depara el futuro. Al igual que en el África Oscura, donde el mal y la miseria de sus desdichados habitantes es causada sólo en parte por la raza superior que invade la selva para esclavizarlos y masacrarlos, entre nosotros la miseria de aquellos cuyo destino nos encontramos considerando es causada, y en gran parte, por sus propios hábitos. Abundan la ebriedad y todas las formas de impureza moral y física. ¿Habéis velado alguna vez el sueño de un hombre con delirium tremens? Multiplicad los sufrimientos de ese alcohólico por cien mil y tendréis una idea aproximada de los dramas que se presencian en nuestras grandes ciudades en este momento. Al igual que en el África los arroyos fluyen y se entrecruzan en todas direcciones por la selva, aquí las tabernas se yerguen en cada esquina con sus Ríos de Aguas Mortales que fluyen diecisiete de las veinticuatro horas del día buscando la destrucción de la gente. Una población empapada por el alcohol, enterrada en el vicio, devorada por todo mal social y físico, tales son los habitantes de la Inglaterra Oscura entre los que ha transcurrido mi vida y para cuyo rescate invocaré ahora las mejores cualidades de los hombres y mujeres de nuestra tierra. Pero este libro no es un mero lamento de desesperación. Para la Inglaterra Oscura, al igual que para el África Oscura, se alcanza a ver una luz de esperanza. Me parece ver el camino, el camino que permitirá a estos desdichados escapar de la tristeza de sus miserables existencias hacia una vida mejor y más feliz. El largo deambular por la Selva de Sombra de Muerte que se halla a nuestras puertas me ha familiarizado con sus horrores; pero aunque su conocimiento constituye un enérgico incentivo

para la acción, jamás ella ha sido tan incontrarrestable como para extinguir la esperanza. El Sr. Stanley nunca se dejó aplastar por los terrores que oprimían a sus seguidores. Había conocido otro mundo, distinto, y sabía que la selva, aunque extensa, no era infinita. Cada paso adelante lo llevó más cerca de la meta señalada, más cerca de la luz del sol, del cielo azul y de las colinas ondulantes de las fértiles sabanas. En consecuencia, no desesperó. La Selva Ecuatorial, después de todo, no era más que un pequeño rincón del mundo. Sabiendo que más allá de ella existía la luz, con la confianza adquirida de empresas exitosas anteriores, siguió adelante. Y cuando la lucha atroz de 160 días quedó atrás, él y sus hombres advinieron a un lugar placentero, donde la tierra sonreía con paz y abundancia; y en la felicidad de su gran liberación, olvidadas quedaron sus penurias y su hambre. Lo mismo, me aventuro a pensar, nos sucederá a nosotros. Pero el fin aún no ha llegado. Todavía nos encontramos en las profundidades de un deprimente malestar. No es con espíritu alegre que presento esta obra ante el mundo. La magnitud de los males y las dificultades para combatirlos son inmensos. Si esta fuese la primera vez que el clamor de la miseria desesperanzadora hubiese resonado en nuestros oídos, el problema habría sido menos grave. Es porque lo hemos escuchado con tanta frecuencia que el caso se ha vuelto tan urgente. El llanto amargo de los desheredados se ha tornado tan familiar a los oídos del hombre como el monótono zumbido de las calles o el rugir del viento entre los árboles. Y ese clamor se eleva incesante, año tras año, y nos encontramos demasiado ocupados o demasiado ociosos, y somos demasiado indiferentes o demasiado egoístas, como para detenernos a pensar en él. Solamente de vez en cuando, en raras ocasiones, cuando se escucha una voz clara que expresa con mayor articulación las miserias de los hombres marginados, nos detenemos a pensar en la rutina de nuestros deberes cotidianos y nos estremecemos al darnos cuenta, por un breve momento, lo que significa la vida para los habitantes de los Barrios Marginales. Pero uno de los más siniestros problemas sociales de nuestra época debería enfrentarse con decisión; no con miras a crear emociones inútiles, sino con miras a solucionarlo. ¿No es tiempo ya? La mera sugerencia de que el problema tiene solución encierra una audacia, lo admito, que es suficiente como para dejarnos sin aliento. Pero, ¿es que nada puede hacerse? Si, tras considerarlo completa y exhaustivamente, llegamos a la conclusión deliberada de que nada puede hacerse, y de que ser brutalizado por el entorno hasta llegar a una condición peor que la de las bestias es el destino inevitable e inexorable de miles de ingleses, ¡qué así sea! Pero si, por el contrario, rechazamos la imposibilidad de eliminar esta “terrible ciénaga”, que se traga a mujeres y hombres generación tras generación, y si tanto el corazón como el intelecto de la humanidad se rebela n contra el fatalismo de la desesperanza, entonces sí que es tiempo, vaya sí que es tiempo, de enfrentar la cuestión no con espíritu indeciso, sino con la férrea determinación de poner fin al escándalo más notorio de nuestra época. ¡Qué ironía resulta para nuestra cultura cristiana y nuestra civilización que la existencia de estas colonias de infieles y salvajes, en el corazón de nuestra capital, atraiga tan poca atención! No es más que una burla macabra — los teólogos usarían una palabra más dura — llamar, con el nombre de Aquél que vino a buscar y salvar lo que se había perdido, a esas Iglesias que, rodeadas por multitudes perdidas, duermen en apatía y cuyos representantes, en sus casullas, exhiben un tenue e irregular interés por estas gentes. ¿Qué sentido tienen estos ostentosos templos y centros de reunión comunales para salvar a los hombres de la perdición en un

mundo venidero si nunca se ofrece una mano dadivosa para salvarlos del infierno que significa su vida presente? ¿No es ya tiempo de que, olvidando por un momento sus disputas sobre pequeñeces o extravagancias, deban concentrar sus energías en un esfuerzo conjunto para hacerle frente a esta terrible y arrasadora perdición y rescatar al menos a unos pocos de aquellos por quienes profesan creer que el Fundador vino a morir? Antes de aventurarme a definir el remedio, comienzo por describir la enfermedad. Pero aun al presentar la horrible realidad de nuestros males sociales y describir las dificultades que nos aguardan, no hablo con pesimismo sino con esperanza. “Yo sé en quien he creído”. Sé, luego hablo. La Inglaterra Oscura no es sino una fracción de la “Gran Inglaterra”. Existe riqueza en abundancia para hacer posible nuestra regeneración social en la medida que la riqueza puede hacerlo, si tan sólo hubiese corazón suficiente para emprender la tarea con seriedad. Y espero y creo que no faltará corazón una vez que el problema sea abordado con valentía y el método para su solución sea formulado con claridad.

CAPÍTULO II EL DÉCIMO SUMERGIDO Al exponer las dificultades que deben superarse, no intentaré exagerar sino minimizar mi caso. Lo haré por dos razones: en primer lugar, toda exageración crearía una reacción; en segundo lugar, como mi propósito es demostrar la viabilidad de resolver el problema, no deseo magnificar sus dimensiones. En éste y en los próximos capítulos espero convencer a mis lectores de que no hay exageración en la exposición de los hechos, como tampoco nada utópico en la presentación de las soluciones. No apelo ni a los emotivos histéricos ni a los incansables entusiastas; mas, habiendo intentado abordar el examen de este asunto con un espíritu científico, expongo mis propuestas con el objeto de conseguir el apoyo y la cooperación de los hombres y mujeres sobrios, serios y prácticos que constituyen la fuerza salvadora y sostén moral del país. Admito sin reservas que mi diagnóstico de la enfermedad no es completo y, ciertamente, este primer borrador de receta es susceptible de ser mejorado, lo que se hará una vez que contemos con el beneficio de una experiencia más amplia. Sin embargo, a pesar de todos sus defectos y desventajas, no dudo en someter mi propuesta a la opinión imparcial de quienes están interesados en la solución del problema social, en cuanto forma inmediata y práctica de abordar éste, el mayor problema de nuestros tiempos. El primer deber de un investigador al abordar el estudio de cualquier cuestión es eliminar todo lo que es ajeno a la investigación y concentrar su atención en el tema a tratar. Aquí debo puntualizar que en esta obra no pretendo tratar la Sociedad como un todo. Dejo a otros la formulación de ambiciosos programas para la reconstrucción de nuestro sistema social completo: no porque no desee su reconstrucción, sino porque la elaboración de cualquier plan que sea más o menos visionario pero no susceptible de realización inmediata obstaculizaría la consideración de este Plan, que ha sido diseñado para abordar los aspectos más urgentes de la cuestión y que espero sea implementado sin demora. Al adoptar este camino, soy consciente de que me excluyo de un campo muy amplio y atractivo; pero, como hombre práctico que se enfrenta a hechos sobremanera prosaicos, debo limitar mi atención al aspecto específico del problema que clama más urgentemente por una solución. Una sola cosa debo agregar. Mi plan no contiene nada que vaya a crear un conflicto con los Socialistas del gobierno o los del Municipio, ni con los Individualistas o Nacionalistas, como tampoco con las diversas escuelas de pensamiento del gran campo de la economía social — con la excepción de aquellos economistas anticristianos que sostienen que tratar de salvar a los más débiles de la ruina constituye una ofensa contra la doctrina de la supervivencia de los más aptos, y que creen que, una vez que el hombre ha caído, la suprema obligación de toda Sociedad que se precie de tal es arrojársele encima. Esos economistas se sentirán naturalmente desilusionados con la presente obra. Me atrevo a pensar que el resto no encontrará en ella nada que ofenda sus teorías favoritas; por el contrario, tal vez hallen alguna sugerencia valiosa que podrán utilizar en el futuro. ¿Qué es, entonces, la Inglaterra Oscura? ¿En nombre de quién exigimos esa “urgencia” que da prioridad a su caso frente a todos los demás segmentos de la sociedad? La exijo para los Perdidos, los Marginados, los Desheredados de este Mundo.

Estas, podrá decirse, no son más que palabras. ¿Quiénes son los Perdidos? Respondo, no en un sentido religioso sino social, que los perdidos son aquellos que se han hundido, que han perdido su punto de apoyo en la Sociedad; aquellos para los que la oración a nuestro Padre Celestial, “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, no ha sido cumplida o bien lo ha sido por intermediación del Diablo: con los ingresos del vicio, con las ganancias del crimen o con la contribución impuesta so pena de la ley. Pero seré más preciso. Los habitantes de la Inglaterra Oscura en nombre de quienes apelo son: (1) aquellos que, no teniendo capital ni rentas propias, morirían en el plazo de un mes a causa del hambre si dependieran exclusivamente del dinero que reciben a cambio de su trabajo; y (2) aquellos que a pesar de sus fatigas extremas no son capaces de obtener la ración mínima reglamentaria que la ley establece incluso para los peores criminales encerrados en nuestras cárceles. Admito con tristeza que, en el contexto de nuestro actual sistema social, sería utópico soñar con proporcionar a cada inglés honesto el estándar carcelario respecto de todas sus necesidades vitales. Algún día, tal vez, podremos atrevernos a esperar que todo trabajador honesto en suelo inglés vista ropas tan abrigadas, sea albergado en dependencias tan saludables y sea alimentando con tanta regularidad como nuestros criminales presos — pero ese día aún no ha llegado. Tampoco cabrá esperar que en los años venideros los seres humanos reciban los mismos cuidados que los caballos. El Sr. Carlyle comentó bastante tiempo atrás que los trabajadores cuadrúpedos ya han obtenido lo que estos trabajadores bípedos aún reclaman: “En Inglaterra hay pocos caballos aptos y dispuestos a trabajar que no reciban alimento y techo adecuados y que no anden por allí con el pelaje brillante, con el corazón satisfecho.” Vosotros diréis que es imposible, pero, según Carlyle: “El cerebro humano, al contemplar estos caballos ingleses con su brillante pelaje, se niega a creer que los ciudadanos ingleses no puedan satisfacer esas necesidades tan básicas”. No obstante, han transcurrido cuarenta años desde que Carlyle pronunciara dichas palabras y no parecemos estar mucho más cerca de que los trabajadores bípedos logren el estándar de los cuadrúpedos. “Tal vez estaríamos más cerca de lograrlo”, gruñe el cínico, “si tan sólo pudiéramos producir hombres de acuerdo a la demanda, como lo hacemos con o l s caballos, y los enviáramos rápidamente al matadero cuando sus capacidades empiecen a declinar” — algo que, naturalmente, está más allá de toda consideración. ¿Cuál, entonces, es el estándar al que debemos atrevernos a aspirar y que tenga alguna posibilidad de ser alcanzado mientras vivamos? Ese estándar es uno bastante modesto pero, si llegara a lograrse, solucionaría los peores problemas que aquejan a la Sociedad moderna. Es el estándar del Caballo de Tiro Londinense Cuando en las calles de Londres un Caballo de Tiro, por despreocupación o descuido o estupidez, tropieza y cae y queda tendido en medio del tráfico, nadie se preocupa por establecer cómo sucedió aquello sino hasta después de intentar ponerlo nuevamente de pie. El Caballo de Tiro es un est upendo ejemplo ilustrativo de la pobre humanidad quebrantada: el caballo tropieza y cae debido al exceso de trabajo y a la falta de alimento. Si se lo pone de pie sin alterar su situación, sólo será para darle una nueva dosis de agonía; pero primero habrá que levantarlo. La causa de las patas fracturadas y de las limoneras destrozadas podrá ser el exceso de trabajo o la

falta de alimento, o la propia torpeza del caballo, pero eso no importa. Aunque no sea por el bien del caballo, entonces al menos por evitar la obstrucción del tráfico, toda la atención se centra en el problema de cómo ponerlo nuevamente de pie. El peso se retira, el arnés se desabrocha o, de ser necesario, se corta, y se hace todo lo requerido para ayudarlo a levantarse. Luego, se lo engancha nuevamente en las limoneras y el animal vuelve a cumplir con su jornada habitual de trabajo. Ese es el primer punto. El segundo es que cada Caballo de Tiro de Londres tiene tres cosas: un lugar donde cobijarse por la noche, alimento en su estómago y un trabajo que le permite ganarse su ración de forraje. Estos son los dos puntos de la Declaración de Derechos del Caballo de Tiro. Cuando ha caído, recibe ayuda para levantarse, y, mientras vive, tiene alimento, techo y trabajo. Ese, aunque sea un estándar modesto, es actualmente inalcanzable para millones — literalmente millones — de nuestros compatriotas, hombres y mujeres. ¿Será posible lograr la Declaración de Derechos del Caballo de Tiro para los seres humanos? Respondo que sí. El estándar del Caballo de Tiro puede lograrse para los hombres en los mismos términos que para el Caballo. Si levantáis al compatriota caído, la Docilidad y la Disciplina os permitirán inculcarle el ideal del Caballo de Tiro; de lo contrario, continuará siendo inalcanzable. Pero la Docilidad rara vez falla allí donde la Disciplina se impone con inteligencia. Se carece más a menudo de la inteligencia para mandar que de la obediencia para acatar los mandatos. En todo caso, no corresponde que aquellos que poseen inteligencia se preocupen por la obediencia sino hasta que hayan cumplido con su parte. Algunos, sin duda, al igual que el caballo encabritado, que nunca se dejará domar, se negarán siempre a someterse a la autoridad de otros y sólo se guiarán por su propia voluntad anárquica. Seguirán siendo siempre los Ismaeles o los Perezosos de la Sociedad. Mas no es condición innata del hombre ser ni un Ismael ni un Perezoso. Entonces, la primera pregunta que debemos contestar es: ¿cuáles son las dimensiones del Mal? ¿Cuántos de nuestros compatriotas habitan en esta Inglaterra Oscura? ¿Cómo podemos censar a aquellos que han caído por debajo del estándar del Caballo de Tiro, al que aspiramos elevar a nuestros compatriotas más desdichados? En el preciso momento en que intentéis responder a esta pregunta, os enfrentaréis al hecho de que el Problema Social ha sido apenas estudiado científicamente. Dirigíos a la Biblioteca Mudie y pedid todos los libros que se han escrito acerca del tema, y os sorprenderéis de descubrir los pocos que existen. Hay probablemente más textos científicos sobre la diabetes o la gota que los que tratan el gran mal social que devora los órganos vitales de tal multitud de compatriotas. En los últimos tiempos se ha producido un cambio para mejor. El Informe de la Comisión Real sobre la Vivienda de los Pobres y el Informe del Comité de la Cámara de los Lores sobre la Explotación Laboral representan un intento de al menos determinar los factores que influyen en el asunto de la Situación de la Gente. Después de todo, se ha ded icado observación más detallada, paciente e inteligente al estudio de los Gusanos que a la evolución, o más bien degradación, del Segmento Sumergido de nuestra gente. Aquí y allá en el inmenso campo, trabajadores individuales toman nota, y ocasionalmente e miten un lamento de desesperación; pero, ¿dónde se ha intentado siquiera dar el paso preliminar que es contar a aquellos que se han hundido? Sí existe un libro, y hasta donde tengo noticias un único libro, que incluso intenta enumerar a los desposeídos. En su obra “Vida y Trabajo en el Este de Londres”, el Sr. Charles Booth intenta formarse una idea respecto del número de personas

involucradas en el problema que debemos abordar. Con un numeroso equipo de asistentes e informado de todos los datos de que disponen los Visitadores del Consejo Educacional, el Sr. Booth realizó un censo industrial en el Este de Londres. Tal distrito, que abarca Tower Hamlets, Shoreditch, Bethnal Green y Hackney, contiene una población de 908.000 habitantes; y eso equivale a decir menos de una cuarta parte de la población total de Londres. ¿Qué resultados arrojan sus estadísticas? Si estimamos que las clases más pobres que habitan en el resto de Londres corresponden en número al doble de las que habitan en el Distrito Este, en lugar del triple, como debería ser si se las calculara de acuerdo con la población en igual proporción, el resultado sería el siguiente:

INDIGENTES Total Acogidos en Asilos de Pobres, Asilo s Mentales y Hospitales …………………………

Este de Londres

Estimación resto de Londres

17.000 … 34.000 … 51.000 DESAMPARADOS Vagabundos, Informales y algunos Criminales ……………………………………. 11.000 … 22.000 … 33.000 H AMBRIENTOS Ingresos ocasionales entre 18 c. por semana y miseria crónica ………………… 100.000 … 200.000 … 300.000 LOS MUY POBRES Ingresos ocasionales entre 18 c. y 21 c. por semana …………………………….. 74.000 … 148.000 … 222.000 Pequeños ingresos regulares entre 18 c. y 21 c. por semana ………………………. 129.000 … 258.000 … 387.000 331.000 662.000 993.000 Salario regular, artesanos, etc., 22 c. a 30 c. semanales ……………………… 377.000 Trabajo de mayor nivel, 30 c. a 50 c. semanales …………………………………… 121.000 Clase media baja, tenderos, oficinistas, etc. …………………………………. 34.000 Clase media alta (poseedores de servicio doméstico) …………………………………… 45.000 908.000 Podría admitirse que el Este de Londres constituye un distrito excepcionalmente malo a partir del cual hacer una generalización para el resto del país. Los salarios son más altos en Londres que en otros lugares, pero también lo son las rentas, y el número de personas sin hogar y hambrientas es mayor en la madriguera humana de la Este. Gran Bretaña tiene 31 millones de habitantes, excluyendo a Irlanda. Si la indigencia existiese en todo el país en la misma proporción que en el Este de Londres, habría 31 veces más personas sin hogar y hambrientas que las que habitan en el distrito que rodea a Bethnal Green.

Pero supongamos que el índice del Este de Londres corresponde a dos veces el promedio del resto del país. Ello arrojaría las siguientes cifras: Este de Londres

Reino Unido

DESAMPARADOS Vagabundos, Informales y algunos Criminales ……………………………………. 11.000 … 165.500 H AMBRIENTOS Ingresos ocasionales y miseria crónica …………. 100.000 … 1.550.000 _______ ________ Total de Sin Hogares y Hambrientos ……………… 111.000 … 1.715.500 En Asilos de Pobres, Asilos Mentales, etc. …… 17.000 … 190.000 ______ ________ 128.0 1.905.500 De aquellos contabilizados como sin hogar y hambrientos, 870.000 recibían ayuda externa. A ellos debemos sumar a los recluidos en prisión. En 1889 las prisiones recibieron a 174.779 personas, pero el número promedio de presidiarios en cualquier momento dado no superó los 60.000. Las cifras, según lo indican las Estadísticas Carcelarias, son las siguientes: En Prisiones para Convictos ……………………………. En Prisiones Locales ……………………………………. En Reformatorios ……………………………………….. En Escuelas Industriales ………………………………… Criminales Dementes ………………………………………

11.660 20.883 1.270 21.413 910 ______ 56.136

Sumad a esto los 78.996 indigentes e insanos internados (excluyendo a los criminales) y tenéis un ejército de casi dos millones de personas que pertenecen a las clases sumergidas. A ellos debemos agregar otro millón al menos, correspondiente a las personas que dependen de los criminales, dementes y otras clases no contabilizadas aquí, y a los que viven en una mayor o menor miseria dentro de la clase inmediatamente superior a los sin hogar y hambrientos. Con ello, mi total asciende a tres millones o, para redondear, a una décima parte de la población. Según Lord Brabazon y el Sr. Samuel Smith, “unos dos o tres millones de nuestra población se encuentran siempre en la miseria y degradación”. El Sr. Chamberlain sostiene que hay “una población equivalente a la de la metrópolis” — esto es, entre cuatro y cinco millones — “que se ha mantenido permanentemente en un estado de indigencia y miseria abyectas”. El Sr. Giffen es más moderado. La clase sumergida, según él, corresponde a uno de cada cinco trabajadores no calificados, o a seis de cada 100 habitantes. El Sr. Giffen no incluye en ellos el tercer millón que vive al borde de la pobreza. Entre los cuatro y medio millones del Sr. Chamberlain y el millón ochocientos mil del Sr. Giffen, me contento con tomar tres millones como número representativo del total de los integrantes del ejército de necesitados.

Por lo tanto, puede decirse que la Inglaterra Oscura tiene una población casi equivalente a la de Escocia. Tres millones de hombres, mujeres y niños, una vasta multitud de desesperados nominalmente libres pero realmente esclavizados:— ellos son a quienes debemos salvar. Es una empresa colosal. Inglaterra concedió la emancipación a sus negros sesenta años atrás, a un costo de £40.000.000; desde entonces, nunca ha dejado de alardear al respecto. Sin embargo, ante nuestras propias puertas, desde “Plymouth a Peterhead”, se extiende este baldío Continente de humanidad — tres millones de seres humanos esclavizados — algunos de ellos por amos tan despiadados como el más cruel de los capataces de las Indias Occidentales, y todos ellos sumidos en la miseria y la desesperación. ¿Hay algo que pueda hacerse con ellos? ¿Hay algo que pueda hacerse por ellos? O acaso debe considerarse que el problema que representa esta masa de millones de personas es tan irresoluble como el de las cloacas de Londres, cuyas aguas, inmundas y putrefactas, fluyen y refluyen espesas por la cuenca del río Támesis al vaivén de las mareas. Este Décimo Sumergido — ¿está, entonces, más allá del alcance de los otros nueve décimos entre los que vive y alrededor de cuyas casas se pudre y muere? Sin duda, en toda gran masa de seres humanos habrá algunos incurablemente enfermos de alma y cuerpo, algunos por los cuales nada pueda hacerse, algunos por los cuales incluso los optimistas deban descorazonarse y para los cuales nada pueda recetarse más que la contención firme pero paternal de un asilo o de una cárcel. Pero, ¿no es uno en diez una proporción escandalosamente alto? Los israelitas de antaño eligieron a una de entre las doce tribus para que se dedicara al servicio del Templo del Señor; mas, ¿debemos condenar a uno de cada diez “Ingleses del Señor” al servicio de los grandes “Demonios Gemelos”: — la Miseria y la Desesperanza?

CAPÍTULO III LOS DESAMPARADOS La Inglaterra Oscura puede describirse en líneas generales como un mundo compuesto por tres círculos concéntricos. El círculo exterior y el de mayor tamaño está habitado por los Pobres, hambrientos y desamparados, pero honestos. El segundo, por aquellos que viven del Vicio; el tercero, el círculo interior, lo pueblan aquellos que viven del Crimen. El mundo completo de los tres círculos está empapado por el Alcohol. La Inglaterra Oscura tiene más tabernas que ríos la Selva de Aruwimi, de los cuales el Sr. Stanley ha debido en oportunidades cruzar hasta tres en media hora. Las fronteras de esta vasta tierra perdida no pueden definirse con precisión. Se expanden y contraen continuamente. Cada vez que se produce una depresión comercial, se expanden; cuando retorna la prosperidad, se contraen. En lo que respecta a las personas, no hay una sola de entre las decenas de miles que viven en las afueras de la oscura selva que pueda verdaderamente decir que ella o sus hijos se encuentran a salvo de verse irremediablemente perdidos en su laberinto. La muerte del jefe de hogar, una larga enfermedad, una falla en el Municipio, o cualquiera de otras miles de causas que podría nombrar, arrastraría al primer círculo a aquellos que actualmente se imaginan estar libres del peligro de necesidad real. La tasa de mortalidad en la Inglaterra Oscura es alta. La Muerte es lo único que libera a los cautivos de la prisión en que viven. Algunos logran escapar, pero la mayoría, con su salud quebrantada por el entorno, fallecen irremediablemente ante las puertas de las mansiones palaciegas que, quizás, ellos mismos ayudaron a construir. Unos siete años atrás se produjo un gran revuelo en torno a la realidad de las Viviendas de los Pobres. Mucho se habló, y con sobrada razón, pues no era para menos, respecto del carácter insalubre y deshumanizante de los conjuntos habitacionales que hacinan a los pobres de nuestras grandes ciudades. Pero existe otro grupo inferior a este que forman los habitantes de los barrios marginales. Es el grupo del que vive en las calles, quien ni siquiera cuenta con una covacha en los bajos fondos de la ciudad a la que pueda llamar propia. En cierto sentido al menos, el Desocupado sin hogar es como Aquél de quien se dijo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.” La Sociedad se vio brutalmente obligada a tomar conocimiento de la existencia de estos desgraciados en 1887 cuando la Plaza Trafalgar se convirtió en sitio de campamento de los Marginados Desamparados de Londres. Nuestros Albergues han hecho algo, aunque no lo suficiente, por cuidar de los Marginados que cada noche deambulan por las calles sin saber dónde encontrar un lugar en el que puedan dar reposo a sus cansados huesos. He aquí el informe de uno de mis Oficiales, a quien se envió este verano a constatar las condiciones reales de los Desamparados que en ningún lugar de Londres tienen un techo que los albergue: — Hay todavía una gran cantidad de londinenses y un porcentaje considerable de migrantes rurales en busca de trabajo que al caer la noche se encuentran en el más completo desamparo, a los que ahora no les queda más lugar de descanso que los

bancos ubicados bajo los árboles del Embankment, el paseo que bordea el río Támesis. Con anterioridad, se los encontraba recostados en los bancos por toda la ciudad, pero los miembros de la Policía Metropolitana, con sus ojos de lince, los detectaban en la oscuridad y los desalojaban, y ellos, conociendo la invariable amabilidad de la Policía de la Ciudad, se fueron concentrando en esa parte del Embankment, ubicada al este del Templo, que está bajo la jurisdicción de los Padres Cívicos. Allí, entre el Templo y Blackfriars, encontré a cientos de los pobres desgraciados; casi sin excepción, hombres y mujeres se acomodaban de a seis por banco, la capacidad máxima de éstos, reclinándose en diversas posturas y casi todos profundamente dormidos. Just o cuando el Big Ben da las dos, la luz de la luna reflejada sobre el Támesis alumbra los muros de piedra del Embankment, recortando sus siluetas y permitiendo apreciar el lamentable espectáculo. Aquí en los contrafuertes de piedra, que ofrecen alguna protección contra el viento glacial, hay cientos de hombres que yacen acurrucados unos contra otros para mantener el calor y, por supuesto, sin nada que los cubra más que sus escasas ropas, las que en el mejor de los casos son apenas suficiente. Algunos han usado papel de diario para cubrir las frías piedras, pero en su mayoría están demasiado cansados incluso para hacerlo, y su aseo nocturno consiste en quitarse primero el sombrero, limpiarse la cara con cualquier trapo viejo que haga las veces de un pañuelo y luego volver a ponerse el sombrero. El viejo de mirada inteligente que en ese momento estaba acomodándose en un banco me informó que ése era con frecuencia su lugar de descanso nocturno. “Vea usted”, me dijo, “no hay otro lugar más cómodo que éste. Estuve aquí anoche, y también el lunes y el martes; ya son cuatro noches esta semana. No tenía dinero para pagar el alojamiento; no tenía forma de ganar ningún dinero tampoco, por mucho que lo intentara. Hoy no he comido más que un pedazo de pan, nada más; y no he ganado ni un centavo ni hoy ni ayer. Anteayer gané tres peniques. Me gano la vida acarreando paquetes o cuidando caballos o con cualquier tipo de trabajo menudo de ese tipo. No me encuentro bien de salud; ese es el problema. Solía trabajar en la Compañía de Buses Urbanos de Londres y antes de eso en la de buses interurbanos, pero tuve que permanecer en el hospital por una bronquitis y después ya no pude conseguir más trabajo. ¿Para qué sirve un hombre que tuvo bronquitis y que recién salió del hospital? ¿Quién va a contratarlo?, es lo que quisiera saber. Además, a veces me falta el aliento y no puedo hacer mucho. Soy viudo; mi mujer murió hace tiempo. Tengo un hijo, en el extranjero; es marinero, pero empezó hace poco y no puede ayudarme. ¡Sí! No está nada mal pasar aquí la noche; el banco es un tanto duro, pero un poco de papel lo hace bastante más blando. Hay mujeres que duermen aquí, y también niños. Se comportan bien y muy rara vez hay peleas, pues, vea usted, todos están muy cansados. Estamos demasiado somnolientos como para armar riñas.” Otra persona, un hombre alto, insulso y con apariencia lamentable, procedía del campo; prefiero no mencionar de qué parte. Esperaba obtener una carta de hospitalización de parte de su Hacendado para conseguir que le trataran una fractura. Al no lograrlo, intentó en otros lugares, también en vano, terminando en el Embankment sin dinero ni alimento. Además de estas personas que duermen sobre los bancos, hay una cantidad considerable que vagan por las calles hasta las primeras luces del alba para empezar temprano por la mañana a buscar un trabajo que les reporte unos centavos a sus bolsillos vacíos y que los salve de morir de hambre. Conversé con uno de ellos, un

robusto joven recientemente dado de baja de la milicia, que no había podido encontrar trabajo. “Ved”, me dijo lastimeramente, “no me ubico bien en la ciudad, al contrario de la mayoría de la gente aquí en Londres. Tengo tan poca experiencia y no sé cómo conseguir trabajo como ellos. He caminado por las calles casi todo el día y toda la noche durante estas últimas dos semanas y no puedo encontrar trabajo. Tengo fuerza, pero no por mucho más tiempo si sigo así. Todo lo que deseo es un trabajo. Ésta es la tercera noche consecutiva que deambulo por las calles; el único dinero que consigo es cuidando las cajas de los lustrabotas mientras ellos van a Lockhart a tomar su cena. Ayer gané un penique haciéndolo, y dos por llevar unos paquetes, y hoy otro más. Compré medio penique de pan, y una taza de té por otro medio penique”. ¡Pobre chico!, probablemente se vea pronto en compañía de ladrones y se hunda en los abismos, puesto que no hay ningún otro medio de ganarse la vida para los muchachos como él; el dilema es morir de hambre o robar, incluso para los jóvenes. En los alojamientos del bajo Whitechapel hay pandillas de ladrones juveniles, cuyas edades fluctúan entre trece y quince años, y que viven de robar los mesones de comidas y otros artículos que encuentran a mano en establecimientos comerciales. Además del Embankment, los alojamientos al fresco se encuentran en los bancos ubicados a la salida de la Iglesia Spitalfields, y por toda la ciudad hay vagabundos sin casa que se han hecho un rincón en patios protegidos, vagones, etc. Observé a dos pobres mujeres convirtiendo el rellano de la puerta de una tienda de la Calle Liverpool en su hogar. Así se las arreglan durante el verano; lo que es su vida en el invierno es terrible de imaginar. En muchos casos significa la tumba para el mendigo, como lo fue para una joven mujer que solía dormir en un vagón en Bedforbury. Un grupo de hombres conocedores de este hecho la sorprendieron tirándole un balde de agua. Para su debilitado cuerpo, el agua fue causa de enfermedad y de su inevitable secuela — el médico forense llegó a la conclusión de que el agua sólo había acelerado su muerte, la que, para decirlo sin rodeos, se debía a inanición. Las siguientes son declaraciones tomadas por el mismo Oficial a doce hombres que encontró durmiendo en el Embankment las noches del 13 y 14 de junio de 1890: — No. 1: “He dormido aquí dos noches. Soy pastelero de oficio. Provengo de Dartford. Fui despedido porque me estoy volviendo viejo. Pueden contratar a un hombre joven por menos dinero; y además tengo un reumatismo muy grave. No he ganado ni un centavo en estos dos días; creí poder obtener un trabajo en Woolwich, de manera que caminé hasta allí, pero no conseguí nada. Encontré un pedazo de pan envuelto en papel de diario en la calle. Eso fue lo que comí ayer. Hoy comí un poco de pan con mantequilla. Tengo 54 años. Cuando está mojado, nos quedamos despiertos toda la noche, de pie bajo los arcos”. No. 2: “He dormido aquí las últimas tres semanas, excepto por un día. Hago trabajos menudos; cuido caballos y ese tipo de cosas. Hoy no gané nada, de lo contrario no estaría aquí. Apenas un penique de pan he comido hoy. Nada más. Ayer comí unas sobras que me dieron en un mesón de comidas. Dos días la semana pasada no comí nada desde la salida hasta la puesta del sol. Mi oficio es confeccionar colchones de pluma, pero han pasado de moda. Además, tengo cataratas en un ojo y he perdido completamente la vista en él. Soy viudo y tengo un

hijo, un soldado, en Dover. Hace ocho meses que tuve mi último trabajo estable, pero la firma quebró. Desde entonces sólo he realizado trabajos menudos”. No. 3: “Soy sastre. He dormido aquí durante cuatro noches. No puedo encontrar trabajo. He estado desempleado tres semanas. Si consigo algo de dinero, duermo en una hos pedería en Vere Street, cerca del Mercado Clare. Anoche estaba todo muy mojado. Dejé estos bancos y me fui al Mercado de Covent Garden para dormir bajo un techo. Éramos como treinta. La policía nos echó, pero regresamos tan pronto como se fueron. En los últimos dos días he comido un penique de pan y sopa — con frecuencia paso el día sin comer nada. Hay mujeres que duermen por aquí. Son gentes decentes, mayoritariamente mujeres de limpieza que no pueden conseguir trabajo”. No. 4: Un hombre viejo; tie mbla visiblemente de entusiasmo ante la mención de un trabajo; muestra una tarjeta cuidadosamente envuelta en periódico viejo, que señala que el Sr. J. R. es miembro de la Liga de Protección Comercial. Es trabajador portuario; su último trabajo fue hace quince días. En los últimos cinco, no ha ganado nada. Esta mañana comió unos bocados de pan, pero ni una miga más desde entonces. Ayer tomó una taza de té y dos rebanadas de pan; lo mismo anteayer. Se los dio el administrador de una hospedería. Tiene cincuenta años de edad y todavía lleva la ropa húmeda por dormir anoche a la intemperie. No. 5: Leñador de oficio; la mecanización lo dejó sin trabajo. Tuvo un trabajo como enfardador, cerca de Uxbridge. Ha tenido el mismo trabajo durante un mes; gana 2 chelines y 6 peniques por día. (Probablemente los haya gastado en licor, parece un trabajador muy poco confiable.) Ha realizado trabajo menudo por un largo tiempo; hoy ha ganado 2 chelines; compró un penique de té y lo mismo de azúcar (saca un poco de su bolsillo para mostrarla), pero no encuentra dónde prepararlo. Esperaba encontrar un alojamiento donde conseguir prestada una tetera, pero no tenía dinero. Ayer no ganó nada, durmió en un albergue temporal; un lugar muy pobre; obtuvo alimento insuficiente, considerando el trabajo. Seis onzas de pan y una porción de avena para el desayuno; una onza de queso y seis o siete onzas de pan para la comida (peso estimado). A la hora del té, lo mismo que para el desayuno – no se le dio cena. Para ello, debe picar 500 kilos de piedra o preparar 4 libras de sogas de calafateo. No. 6: Ha dormido cuatro noches seguidas a la intemperie. Su oficio era el de destilador; cuatro meses sin trabajo; no desea dar detalles de su despido, pero fue por culpa propia. (Muy posible; un tipo macizo, testarudo, de apariencia irracional; un metro y ochenta de estatura, cuello ancho, extremidades fuertes, evidentemente sin calificación.) Realiza trabajos menudos; ganó 3 peniques por cuidar un caballo; compró una taza de café y un penique de pan y mantequilla. Ahora no tiene dinero. Anoche durmió bajo el Puente de Waterloo. No. 7: Hombre de apariencia afable; uno que sufriría sin chistar. Las ropas brillosas por el uso, la grasa y la suciedad; le cuelgan como a un espantapájaros; ¡horribles harapos! Vi que intentaba caminar. Levantaba lentamente sus pies y los apoyaba cuidadosamente con evidente dolor. Sufre de sus piernas; ha estado en el hospital varias veces por esa causa. Su tío y su abuelo eran clérigos; ambos fallecieron. Tuvo un buen puesto en una oficina financiera y después un empleo durante nueve años en el Banco London & County. Luego estuvo con un martillero público que quebró, dejándolo enfermo, viejo y sin trabajo. “El puesto de oficinista”, dice, “no vale nada, porque hay tantos, y una vez que te despiden es difícil conseguir otro.

Tengo un cuñado que trabaja en la Bolsa de Comercio, pero no me contrataría. ¿Ve mi ropa? ¡No tengo ni la más remota posibilidad!”. No. 8: Ha dormido aquí durante cuatro noches consecutivas. Su oficio es el de ayudante de albañil; esto es, un recadero. Tuvo trabajo estable por unas pocas semanas, que terminó hace tres. No ganó ni un centavo en nueve días. Luego ayudó a lavar los pisos de un comercio y ganó 2 chelines por ello. Hace cualquier trabajo que puede conseguir. Tiene 46 años de edad. Gana entre 2 y 3 peniques diarios cuidando caballos. Ayer tomó una taza de té y un poco de pan; lo mismo hoy día; es todo lo que ha comido. No. 9: Ayudante de plomero (todos estos hombres que son “ayudantes” de alguien son malos ejemplos de humanidad; evidentemente carecen de fortaleza y de habilidad para realizar trabajos que conlleven salarios decentes). A juzgar por las apariencias, no hay nada que puedan hacer bien. Son una especie de autómatas oxidados; lentos, sosos e incapaces. El hombre de inteligencia normal los deja en la retaguardia. Sin duda podrían ganar más, incluso realizando trabajos menudos, pero carecen de la energía para hacerlo. Ciertamente, esto significa poco alimento, exposición a las inclemencias del tiempo y una incapacidad que aumenta cada día. (“De aquel que no tiene, etc.”). Desocupados a causa de flojera. Realiza trabajos menudos; ha dormido aquí tres noches consecutivas. Es trabajador portuario cuando puede conseguir trabajo. Gana 6 peniques por hora; trabaja las horas que se le necesita. Gana 2, 3 ó 4 chelines y 6 peniques diarios. Trabaja muy duro para conseguirlos. La vida en los Albergues Temporales es también muy dura, dice, para aquellos que no están acostumbrados, y no hay suficiente alimento. Hoy ha comido un penique de pan, el que obtuvo por cuidar un caballo. Ayer gastó 3 peniques y medio en un desayuno, y fue todo lo que comió en el día. Tiene 25 años de edad. No. 10: Ha estado desempleado por un mes. Es cochero de oficio. Brazo lastimado, no puede trabajar debidamente. Ha dormido aquí durante toda la semana; cogió un terrible resfriado por la humedad. Se gana la vida realizando trabajos menudos (todos lo hacen). Ayer ganó seis peniques por cuidar un coche y llevar un par de paquetes. Hoy no ha ganado nada, pero tomó una comida completa; una señora se la dio. Ha deambulado todo el día buscando trabajo y está agotado. No. 11: Joven de 16 años. Caso lamentable; londinense. Realiza trabajos menudos y vende fósforos. Hoy ha ganado 3 peniques; es decir, una ganancia neta de 1 ½ peniques. Todavía tiene cinco cajas. Ha dormido aquí todas las noches del último mes. Con anterioridad dormía en el Mercado de Covent Garden o en los portales de las casas. Ha dormido a la intemperie por seis meses, desde que salió de la Escuela Industrial de Feltham. Fue enviado allí por hacerse el truhán. Comió un poco de pan hoy; ayer, sólo moras y cerezas; es decir, fruta podrida que había sido echada a la basura. Su madre está viva. Le “echó” cuando volvió a casa de la Escuela Industrial porque no podía conseguirle dinero para beber. No. 12: Anciano de 67 años. Parece tener una visión un tanto cómica de su situación. Una especie de Mark Tapley. Dice que no puede decir que le guste, ¡pero debe gustarle! ¡Ja, ja, ja! Es un instalador de tejas. Ha estado desempleado por un largo tiempo; los hombres más jóvenes son los que naturalmente consiguen trabajo. A veces realiza trabajos de albañilería; puede trabajar en cualquier cosa. Camina millas y no consigue nada. Esta semana ganó un chelín y dos peniques por cuidar caballos. Le resulta duro, ciertamente. Antaño le preocupaba y se deprimía, pero no sirve de nada; ya no se preocupa. Hoy comió algo de pan con mantequilla y tomó

una taza de café. Su salud es muy mala; ha perdido mucho peso; la intemperie y la falta de comida son las causas; anoche se mojó y como consecuencia de ello hoy está muy acalambrado. Ha estado caminando desde el alba, esto es desde las 3 de la mañana. Tenía tanto frío y estaba tan húmedo y débil que escasamente sabía qué hacer. Caminó hasta Hyde Park, durmió algo allí en un banco seco cuando se abrió el parque. Los anteriores son casos bastante típicos de los hombres que deambulan actualmente por las calles. Esta es la forma en que los nómadas de la civilización son constantemente reclutados desde arriba. Estas son las historias recopiladas al azar una noche de verano este año bajo la sombra de los árboles del Embankment. Un mes más tarde, al censar uno de mis ayudantes a los hombres y mujeres que dormían en los portales a lo largo del río Támesis, entre Blackfriars y Westminster, encontró a trescientas sesenta y ocho personas durmiendo a la intemperie. De ellas, doscientas setenta se encontraban en el Embankment y noventa y ocho en el Mercado de Convent Garden y sus inmediaciones, mientras que los escondrijos de los puentes de Waterloo y Blackfriars estaban llenos de miseria humana. Esto, debe recordarse, no sucedió durante un período de recesión comercial. La reactivación económica se constata por doquier, particularmente en el barómetro del consumo de licor. Inglaterra es lo suficientemente próspera como para beber ron en cantidades que escandalizan al Ministro de Finanzas, pero no para proporcionar más techo que el de la noche estrellada a estos pobres marginados del Embankment. Para muchos, incluso para los que viven en Londres, el hecho de que cada noche tantos miles duerman a la intemperie puede constituir una novedad. Comparativamente, son pocas las personas que están en pie pasada la medianoche, y cuando nos encontramos cómodamente arropados en nuestras propias camas somos susceptibles de olvidar a la multitud que se encuentra fuera, bajo la lluvia y la tormenta, tiritando durante las largas horas nocturnas sobre los duros bancos de piedra, a la intemperie o bajo los arcos de las vías férreas. Sin embargo, esas gentes desamparadas y hambrientas están allí; mas, por ser en su mayoría gentes con el espíritu quebrantado, rara vez hacen que sus voces sean audibles para los oídos de sus vecinos. De cuando en vez, sin embargo, se escucha por un momento alzándose desde las profundidades un gemido agudo, que lastima insensiblemente los oídos, y luego todo queda en calma. Las clases desarticuladas se expresan tan infrecuentemente como la burra de Balaam. Pero a veces encuentran una voz. A modo de ejemplo, he aquí uno de esos casos, que me causó profunda impresión. Fue reportado por uno de los periódicos de Liverpool hace un tiempo. El orador arengaba a una veintena o treintena de hombres: — “Mis amigos”, comenzó, con una mano en la solapa de su raído vestón, mientras con la otra, como es costumbre, se tiraba nerviosamente la barba, “Este tipo de trabajo no puede durar para siempre.” (Sinceras y animadas exclamaciones, “¡No puede! ¡No lo hará!”) “Pues bien, muchachos”, continuó el orador, “alguien tendrá que encontrar una salida a todo esto. Lo que deseamos es trabajo, no caridad, aunque la parroquia ha estado harto ocupada con nosotros últimamente. ¡Dios sabe! Lo que deseamos es trabajo honrado. (Sí, sí). Ahora, lo que propongo es que cada uno de ustedes reúna a cincuenta compañeros: con esos sumaríamos unos 1.200 tipos hambrientos — ” “¿Y luego qué?, preguntaron varios hombres de aspecto adusto y hambriento. “Y bien. Entonces …”, continuó el líder. “Y bien. Entonces”,

interrumpió un hombre de aspecto cadavérico desde el rincón más lejano y oscuro del galpón, “armamos una ——— manifestación en Londres, ¿eh?” “No, no”, interviene mi amigo y alza sus manos en gesto de desaprobación, “lo vamos a solucionar pacíficamente, amigos; nos dirigimos en grupo al Ayuntamiento y mostramos nuestra pobreza y solicitamos trabajo. Y llevamos a nuestras mujeres e hijos también”. (“¡Demasiado harapientos! ¡Demasiado hambrientos! ¡No lograrán llegar caminando!”). “Los harapos de nuestras mujeres no son una deshonra; los niños tambaleantes mostrarán a lo que venimos. ¡Marchemos en un grupo de mil y exijamos trabajo y pan!” Tres años atrás, en Londres, se realizaron manifestaciones como ésa. Marchas a la Abadía y a la Catedral de San Pablo, los vivaques en la Plaza Trafalgar, etc. Pero las llagas y harapos que Lázaro mostró eran demasiado conspicuos para la tranquilidad y conveniencia del Hombre Rico y fueron sumariamente eliminados en nombre de la ley y el orden. Pero, al igual que celebramos el Día del Señor Alcalde, oportunidad que aprovechan los Prohombres de la Ciudad para desfilar por las calles en Carrozas Oficiales y ostentando su humanidad bien alimentada y vestida de pieles, ¿por qué no celebrar el Día de Lázaro, en el cual los Desocupados muertos de hambre, y los “ocupados” explotados y medio muertos de hambre de la ciudad, puedan arrastrarse con sus harapos, llevando a sus mujeres y niños demacrados y hambrientos en una Procesión de Desesperanza por las avenidas principales, pasando por delante de las mansiones y palacios de los barrios lujosos de Londres? Porque a estos hombres las arenas movedizas de la vida moderna, lentas pero seguras, los están tragando. Estiran sus descarnadas manos hacia nosotros rogando en vano no caridad sino trabajo. ¡Trabajo, trabajo!, es siempre trabajo lo que piden. La condena Divina es para ellos la mayor de las bendiciones. “Con el sudor de tu rostro comerás el pan”, pero estos desesperados hijos de Adán no encuentran pan que comer, puesto que la Sociedad no tiene trabajo para todos ellos. Ni siquiera se les permite sudar. Si debatimos cómo estos pobres errantes deben “todos [ser] vivificados” en el segundo Adán, ¿no deberíamos también realizar esfuerzos para asegurar que se les restituya esa parte de la herencia de trabajo que les corresponde por derecho propio como descendientes del primer Adán?

CAPÍTULO IV LOS DESOCUPADOS

Difícilmente puede existir una figura más patética que la de un trabajador fuerte y capaz clamando lastimero en medio de nuestros palacios e iglesias no por caridad, sino por trabajo, pidiendo únicamente que se le conceda el privilegio del trabajo forzado perpetuo, que le permita ganar lo necesario para llenar su estómago vacío y acallar el llanto de sus hijos hambrientos. Clama por un trabajo y no lo obtiene; lo busca como un tesoro perdido sin encontrarlo, hasta que, finalmente, el espíritu y la energía agotados en esta empresa, el otrora empeñoso trabajador se convierte en un sirviente apático, corroído por la infelicidad y sin esperanza de obtener ayuda en este mundo o en el venidero. Ciertamente, nuestro sistema industrial deja mucho que desear. Un problema que hasta los dueños de esclavos han resuelto no debería ser descartado como imposible de resolver por la civilización cristiana del siglo XIX. He relatado algunas pequeñas historias obtenidas de los labios de los desamparados que han sido hallados en el Embankment, el paseo que bordea el río Támesis, las que sugieren algunas de las dificultades y miserias que conlleva la infructuosa búsqueda de trabajo. Pero cuántos volúmenes podrían escribirse contando el horror triste y sórdido — horro r tenebroso que va gradualmente apagando la luz de la vida de quien lo sufre — de las experiencias prosaicas de los despojos humanos que encontramos diariamente en las calles. A estos hombres, cuyo único capital es su trabajo, se les permite o más bien obliga a desperdiciar un día tras otro por la falta de todo medio de empleo; y luego, una vez que han visto pasar días y semanas en las que su capital va disminuyendo libra a libra, se les sermonea por no ahorrar el penique. Cuando un hombre rico no puede utilizar productivamente su capital, lo pone a interés, pero todavía falta por inventar un banco para el capital del hombre pobre: su trabajo. Valdría la pena inventar uno. El trabajo de un hombre no es sólo su capital, sino su vida. Cuando se agota, nunca más produce dividendos. Utilizarlo, evitar que se despilfarre, permitir al hombre pobre invertirlo para uso futuro, es a no dudar una de las tareas más urgentes que enfrenta la civilización. De todas las labores descorazonadoras, la búsqueda de trabajo es seguramente la peor. Dejemos en cualquier momento que un trabajador pierda su puesto actual y él se verá en la necesidad de empezar de nuevo la temida ronda de postulaciones inútiles. He aquí la historia de uno de esos miles de nómadas, obtenida de sus propios labios, a quien el hambre llevó al crimen: Una hermosa mañana de primavera retorné de una colonia occidental. Catorce años habían transcurrido desde que me embarqué en el mismo lugar. Fueron catorce años de fracasos, en cuanto a resultados, y heme aquí nuevamente en mi tierra natal, un extraño, con una nueva carrera que forjarme y con la batalla por la vida que volver a librar una vez más. Mi primera preocupación era el trabajo. Nunca antes me había sentido tan dispuesto a buscar una buena oportunidad de ganarme honestamente la vida; pero, ¿dónde encontrar un trabajo? Con férrea determinación inicié la búsqueda. Pasó un día sin éxito, y otro y otro más, pero una idea me animaba: “mañana tendré mejor suerte”. Se ha dicho que “el corazón humano nunca pierde la esperanza”. En mi caso, esto se vería puesto a prueba severamente. Los días pronto se convirtieron en semanas, y aún me mantenía en la senda, paciente y esperanzado. En mis averiguaciones de

empleo fui objeto de tanta cortesía y ama bilidad que con frecuencia deseé que me echaran a patadas para así romper el desagrado de la nauseabunda consideración que tan sutilmente disfrazaba la indiferencia y la absoluta falta de interés que inspiraba mi necesidad. Algunos fueron cortantes: “No, no le necesitamos.” “Por favor, no vuelva a importunarnos (esto, después de la segunda visita). No tenemos vacantes; si las tuviésemos, hay un sinnúmero de personas disponibles para llenarlas”. ¿Quién puede expresar el sentimiento que se apodera de uno cuando nos empezamos a dar cuenta de que la búsqueda de trabajo ha fracasado? Todas mis esperanzas y aspiraciones han resultado estériles. ¡Ah, la penuria!, la he escuchado con frecuencia, he hablado acerca de ella con frecuencia, creía saberlo todo sobre ella. ¡Sí!, en otros; pero ahora empecé a sentirla en carne propia. Mi apariencia personal fue deteriorándose gradualmente. Mi otrora impecable traje de lino se volvió sucio y arrugado. Los tacos de mis zapatos se fueron gastando más y más, y me fui sumiendo en la condición angustiante de “distinción venida a menos”. Si antes las posibilidades no me favorecían, menos ahora que mi aspecto tan lamentable me impedía incluso concitar algo de atención y mucho menos obtener una respuesta a mi solicitud de e mpleo. El hambre empezó a hacerse sentir y lentamente me vi siendo arrastrado hacia los muelles, pero ¿qué chance tenía yo allí entre los gigantes hambrientos? Y así seguí corriente abajo hasta que la “Horrenda Necesidad” me dejó con un último penique, una última hospedería y una última comida. ¿Qué debo hacer? ¿Dónde debo ir? Intenté pensar. ¿Debo morirme de hambre? Seguramente quedará una última puerta abierta para un trabajo honesto, pero ¿dónde? ¿Qué puedo hacer? “Beber”, sugirió el Tentador; pero para beber hasta perder el sentido se requiere dinero, y la inconsciencia del licor exige el equivalente en monedas. Morir de hambre o robar. “Debes elegir entre uno y otro”, dijo el Tentador. Pero me rehusaba a ser un ladrón. “¿Por qué tan delicado?”, me dice nuevamente el Tentador. “Ahora que estás derrotado, ¿quién va a preocuparse por ti? Las alternativas son morir de hambre o robar”. Me resistí hasta que el hambre me veló el juicio y luego me convertí en un Ladrón. Nadie puede pretender que fue un temor infundado a morir de hambre lo que llevó a este pobre hombre a robar. La muerte por inanición es más común de lo que generalmente se cree. El año pasado, un hombre, cuyo nombre nunca supe, caminaba por el Parque de Saint James cuando tres de nuestros encargados de Albergue lo vieron tropezar repentinamente y caer. Pensaron que estaba ebrio, pero descubrieron que se había desmayado. Lo llevaron hasta el puente y se lo entregaron a la policía. Ellos lo llevaron al Hospital San Jorge, donde murió. Aparentemente, según su propio recuento, había caminado desde Liverpool y no había ingerido alimento en cinco días. El doctor, sin embargo, afirmó que la falta de comida se prolongaba mucho más. La autopsia indicó “Muerte por Inanición”. ¡Sin comida por cinco días o más! ¡Quien haya experimentado la sensación de desfallecimiento por saltarse apenas una comida puede formarse una idea del tipo de lenta tortura que mató a ese hombre! En 1888 el Comité del Ayuntamiento estimó que el número promedio diario de desocupados en Londres llegaba a 20.000. Esta vasta reserva de mano de obra desempleada es lo que atenta contra todos los esfuerzos por mejorar el nivel de vida

y las condiciones de los trabajadores. Los hombres muriendo de hambre por la falta de oportunidad de ganarse el pan constituyen el material del que están hechos los “rompehuelgas”, cuya ayuda derrota constantemente al trabajador en su intento de mejorar su situación. Este es el problema que subyace a todos los aspectos del Sindicalismo y a todos los Planes de Mejoramiento de la Situación del Ejército Industrial. Si se desea erigir un edificio que no se derrumbe ante la primera tormenta, se debe construir no sobre arena, sino sobre roca. Lo peor de todos los Planes existentes de mejoramiento social basados en la organización de los trabajadores calificados y otros similares es que están construidos no sobre “roca”, y ni siquiera sobre “arena”, sino sobre el estrato inestable y sin fondo de los Desocupados. Es aquí donde debemos empezar. La regimentación de los trabajadores industriales que cuentan con un trabajo estable no es tan difícil. Puede hacerse, y se está haciendo, por ellos mismos. El problema que debemos abordar es la regimentación, la organización de aquellos que no tienen trabajo o que sólo lo tienen de manera ocasional y que por la presión de la inanición absoluta son irremediablemente arrastrados hacia una competencia mortal con sus hermanos y hermanas que tienen mejores empleos. Cuerpo por cuerpo, todo lo que el hombre posee será sacrificado por su vida; y con mayor razón aquellos que no han tenido una experiencia con Dios sacrificarían todo lo que esperan poseer de ahora en adelante — en este mundo o en el venidero. No se puede negar la inmensidad del problema. Es lo suficientemente alarmante como para descorazonarnos. Pero aquellos que no depositan su confianza en el hombre exclusivamente, sino en Aquél que es Todopoderoso, no tienen derecho a descorazonarse. Descorazonarse es perder la fe; descorazonarse es olvidar a Dios. Sin Dios nada podemos hacer en este horrendo caos de miseria humana. Pero con Dios todo lo podemos hacer, y en la certidumbre de que Él ha creado a los hijos del hombre a Su imagen y semejanza enfrentamos incluso este espantoso naufragio de humanidad con el optimismo de saber que si sólo somos leales a nuestro propio llamado, Él no dejará de abrirnos un camino de liberación. Nada tengo que decir contra aquellos que intentan buscar una vía de escape sin conciencia de la ayuda de Dios. Por ellos sólo siento simpatía y compasión. En la medida que intenten alimentar al hambriento, vestir al desnudo y, por sobre todo, dar trabajo al que no tiene trabajo, hasta ese punto están intentando realizar los deseos de nuestro Padre que está en los Cielos, ¡y que la desgracia caiga sobre aquellos que se les opongan! Pero quedar huérfano de todo lo que supone la Paternidad de Dios no es ciertamente una fuente secreta de fortaleza. Es, en la mayoría de los casos — en el mío lo sería —, el secreto de la parálisis. Si no sintiera la mano de mi Padre en la oscuridad y no escuchara su voz en el silencio de las vigilias nocturnas llamándome a la acción, me echaría atrás, desalentado; — pero, siendo las cosas como son, no me atrevería. Cuántos hay por ahí que han hecho intentos similares y han fallado, ¡y nunca más hemos sabido de ellos! Y, sin embargo, ninguno propuso atacar más que la superficie de la maldad que yo, con la ayuda de Dios, intentaré abordar en toda su magnitud. En su mayoría, los Planes que se proponen para el Mejoramiento de la Situación de la Gente están supuesta o realmente limitados a aquellos cuyas situaciones necesitan menos alivio. Los Utopistas, los economistas y la mayoría de los filántropos sugieren paliativos que, de ser adoptados mañana, sólo llegarían a beneficiar a la aristocracia de los miserables. Son los hombres ahorrativos, los industriosos, los frugales, los solícitos quienes pueden aprovechar estos planes. Pero

los hombres ahorrativos, industriosos, frugales y solícitos son ya bien capaces de cuidar de sí mismos. Nadie podrá jamás hacer mella en el Tremedal de la Miseria si no se hace cargo de reformar al imprevisor, al flojo, al vicioso y al criminal. El Plan de Salvación Social no merece analizarse si no incluye también el Plan de Salvación Eterna dispuesto en los Evangelios. Las Buenas Nuevas deben hacerse llegar a cada criatura, no sólo a los pocos elegidos que serán salvados mientras las masas de sus semejantes parecieran predestinadas a vivr condenados en este mundo. Hemos tenido entronizada esta doctrina de una inhumana y rígida economía pseudo política por demasiado tiempo. Ya es hora de derribar al falso ídolo y de proclamar una Salvación Temporal completa, libre y universal, disponible para toda persona que se muestre abierta a la Verdad de los Evangelios. Para intentar salvar al Perdido, no debemos aceptar ninguna limitación a la fraternidad humana. Si el Plan que expongo en éstas y las siguientes páginas no es aplicable al Ladrón, a la Ramera, al Borracho y al Holgazán, entonces bien puede desecharse sin mayor trámite. Al igual que Cristo vino a llamar al arrepentimiento no a los santos, sino a los pecadores, el Nuevo Mensaje de Salvación Temporal, de salvación de la extrema pobreza, de los harapos y de la miseria, debe ofrecerse a todos. Podrán rechazarlo, ciertamente. Pero nosotros, los que nos llamamos por el nombre de Cristo, no somos dignos de afirmar que somos sus discípulos sino hasta que hayamos abierto una puerta a los más afectados y disminuidos de estos que están ahora aparentemente encarcelados a perpetuidad en una horrible mazmorra de miseria y desesperación. La responsabilidad del rechazo debe recaer en ellos, no en nosotros. Todos conocemos la oración “No me des pobreza ni riquezas; manténme de l pan necesario” — y por cada hijo del hombre que habita este planeta, la oración de Agur, hijo de Jaqué, podrá cumplirse, gracias a Dios. Actualmente, lo distante que está de cumplirse puede apreciarlo quienquiera que se tome la molestia de ir a los muelles y ver la lucha que allí se libra por conseguir trabajo. He aquí un resumen de lo que se encontró allí este verano:— Muelles de Londres, 7:25 de la mañana. Los tres pares de grandes portones de madera están cerrados. Reclinados contra ellos, y en sus inmediaciones, hay tal vez unos doscientos hombres. La taberna de enfrente está llena, trabajando a un ritmo frenético. A lo largo de toda la calle hay grupos de hombres, y de todas las direcciones siguen llegando gentes que se amontonan en las puertas. 7:30 de la mañana. Los portones se abren; la multitud ingresa a paso rápido. Todos marchan unos cien metros hasta llegar a una barrera de acero — una cadena de seguridad temporal custodiada por la policía portuaria. Los hombres precontratados (por ej., la noche anterior) muestran su credencial y se les autoriza la pasada; son unos seiscientos. El resto — unos quinientos — permanece detrás de la barrera, esperando pacientemente la oportunidad de un trabajo, pero menos de veinte de ellos son contratados. Los viene a recoger un capataz, que aparece cerca de la barrera y procede a seleccionar a los hombres. Tan pronto como ven acercarse al capataz, una masa de hombres se desplaza a encontrarlo y se produce una lucha irracional por “llamar su atención”. Los hombres seleccionados franquean la barrera; el entusiasmo se va apagando hasta que se requiere a otro grupo de hombres. Esperan hasta que dan las ocho, la señal de que deben retirarse. Se baja la barrera y todos esos cientos de hombres se dispersan con cautela para “buscar un trabajo”. ¡Quinientos postulantes para veinte puestos! No es sorprendente que un individuo de aspecto cansado exclame: “¡Dios, oh Dios! ¿Qué voy ha hacer?” Unos pocos se

quedan dando vueltas hasta el mediodía ante la ínfima eventualidad de que se les contrate por el medio día restante. Preguntad a los hombres y os responderán con una historia parecida a la siguiente, que relata las sencillas experiencias de un trabajador portuario. R. P. señaló: — “Tenía empleo estable en los Muelles de South West India antes de la huelga. Nos pagaban 5 chelines la hora. Entrábamos a trabajar a las 8 de la mañana en verano y a las 9 en invierno. Con frecuencia había unos quinientos a la espera de un trabajo, pero no más de veinte conseguían uno (esto es, aparte de los contratados la noche anterior). El capataz se paraba sobre esta caja y llamaba a los hombres que quería. Conocía por lo menos a unos quinientos por nombre y apellido. Conseguir trabajo era una lucha permanente; he sabido de hasta novecientos en ser contratados, pero siempre eran cientos los rechazados. Lo que sucede es que ellos se enteraban de la llegada de los barcos y por lo tanto sabían cuándo podría necesitárseles, apareciendo en esas fechas en grandes cantidades. A veces ganaba 30 chelines a la semana y luego nada durante una quincena. Eso es lo que lo hace tan difícil. Apenas si coméis una semana y luego, si conseguís que os contraten, estáis tan débil que no podéis desempeñar debidamente el trabajo. Fui parte de la muchedumbre que se congrega ante las puertas y hube de irme con las manos vacías cientos de veces. Igual seguía yendo, si podía. Me cansé de la falta de trabajo y me marché al campo para buscar un empleo agrícola, pero no lo conseguí, de manera que no tengo los 10 chelines que cuesta afiliarse al Sindicato de Trabajadores Portuarios. Volveré al campo en uno o dos días para intentarlo nuevamente. Espero ganar unos 3 chelines diarios, con suerte. Y volveré a los muelles. Existe la posibilidad de obtener empleo estable en los muelles, lo que significa comer en las tabernas a las que van los capataces y pagarles la comida. Así es muy posible que os contraten al día siguiente”. R.P. no era miembro del Sindicato. Henry F. sí lo es. Su historia es muy parecida. “Trabajé en los Muelles de St. Katherine’s cinco meses atrás. Uno debe estar en la puerta a las 6 de la mañana para la primera llamada. Por lo general, hay unos 400 hombres esperando. Se contratan unos cien o doscientos. A las 7 de la mañana hay una segunda llamada. Para entonces se habrán reunido otros 400 y unos cien más serán contratados. También es posible que haya llamadas a las nueve de la mañana y a la una de la tarde. Aparece un número similar, pero para muchos cientos de ellos no hay trabajo. Era miembro del Sindicato. Ello significa 10 chelines semanales por licencia médica, u 8 chelines semanales por accidentes leves; también tiene otros beneficios. Ahora, los Muelles no contratan hombres que no sean miembros del Sindicato. El punto es que hay demasiados. Con frecuencia me encontraba sin trabajo por períodos de dos o tres semanas. Una vez gané 3 libras en una semana trabajando día y noche, pero luego vinieron dos semanas sin trabajo. Sucede especialmente cuando no llegan barcos por varios días, lo que significa que no hay nada que descargar. Es entonces cuando sucede y hay cientos de hombres casi muriéndose de hambre. No tienen ningún otro oficio ni pueden obtener otros empleos, y llegan en masa hasta los muelles en busca de trabajo, cuando les habría sido mejor mantenerse alejados”. Pero no es sólo a la entrada de los muelles donde uno encuentra a estos desdichados que se pasan la vida buscando trabajo en vano. He aquí la historia de otro hombre, cuyo caso presenta demasiados paralelos.

C. es un hombre de contextura atlética y un metro ochenta de estatura. Estuvo en el Cuerpo de Artilleros Reales por ocho años y durante ese tiempo su situación era muy buena. Aparentemente era ahorrativo y, en consecuencia, constante. Compró su licencia absoluta, desvinculándose así del Ejército, y como era un excelente cocinero, abrió un mesón de comidas, pero tras cinco meses se vio obligado a cerrar su negocio debido a la falta de clientela, motivada por el cierre de una fábrica que estaba en las inmediaciones. Después de trabajar en Escocia y Newcastle - on-Tyne por unos años, y habiendo tenido que renunciar por causas de salud, vino a Londres con la esperanza de encontrar algo que hacer en su ciudad natal. No ha tenido empleo estable en los últimos ocho meses. Su mujer y familia están en la miseria, y señaló que “ayer hemos debido compartir medio kilo de pan entre todos nosotros.” Debe seis semanas de arriendo y teme ser desalojado. El mobiliario de su hogar no vale ni 3 chelines y las ropas de los miembros de su familia están en tal estado de deterioro que ni siquiera sirven para la basura. Nos aseguró que lo había intentado todo para obtener un empleo y que está dispuesto a aceptar cualquier trabajo. Sus referencias son excelentes. Ahora bien, podría parecer ridículo soñar que pueda diseñarse un sistema que permita proporcionar alimento, abrigo y techo a estos Desocupados en todo momento y sin que involucre la pérdida de la autoestima; no obstante, estoy convencido de que puede hacerse, con la única condición de que estén dispuestos a Trabajar y, Dios mediante, si los medios económicos están disponibles. Haré todo lo posible porque así sea: cómo, dónde y cuándo, ya lo explicaré en los capítulos siguientes. Sólo me queda por ag regar aquí que, en la medida que un hombre o mujer esté dispuesto a someterse a la disciplina requerida en cada campaña que se emprende contra un enemigo formidable, me parece que esta idea nada tiene de imposible. El gran elemento de esperanza que se abre ante nosotros es que la mayoría, sin la menor duda, está ansiosa por trabajar. Para el mayor porcentaje de ellos la búsqueda de empleo constituye actualmente una tarea mucho más agotadora que la que realiza un trabajador cualquiera en las fábricas e industrias. Y, además, se abocan a esta búsqueda abatidos por el pesimismo que infunde la esperanza postergada y que consume al corazón.

LA INGLATERRA OSCURA y CÓMO SALIR

por General William Booth CUARTEL INTERNACIONAL DEL EJÉRCITO DE SALVACIÓN, 101 QUEEN VICTORIA STREET, LONDRES, INGLATERRA CUARTEL DEL TERRITORIO SUR, EE.UU. 1424 NORTHEAST EXPRESSWAY ATLANTA, GEORGIA, 30329 AL BORDE DEL ABISMO No tengo, lamentablemente, ninguna necesidad exponer, aun imperfectamente, el terrible caso que afecta a los que deseamos ayudar. Por largos años, la Prensa ha estado llena de los ecos del “Amargo Clamor de los Marginados de Londres”, con fotografías de la “Horrible Glasgow” y otras parecidas. Hemos tenido varios volúmenes que describen “Cómo Viven los Pobres” y, por lo tanto, puedo suponer que mis lectores conocen con mayor o menor detalle a la “Inglaterra Oscura”. Mis oficiales encargados de los barrios marginales viven en medio de ella; tengo en mis manos sus informes, y algún día tal vez publique un recuento más detallado de la real condición social de los Millones Sumergidos. Mas no en este momento. Todo ello debe darse por leído. Sólo he tocado el tema para poner en perspectiva los puntos más destacados de nuestra nueva Empresa. Me he referido a los pobres que no tiene una casa donde vivir. Cada uno de ellos representa un punto en la escala del sufrimiento humano inferior al de aquellos que todavía se las arreglan para mantener un techo sobre sus cabezas. Un hogar es un hogar, por modesto que sea; y la desesperada tenacidad con que el pobre se aferra a la última y miserable semblanza de hogar es conmovedora. Hay covachas miserables, complejos habitacionales en los que rondan la peste y el hedor del hacinamiento, donde se teme la llegada del verano porque significa la invasión de parásitos y roedores que convierten la noche en una pesadilla, y, sin embargo, esos complejos son en este momento considerados remansos de descanso por sus laboriosos ocupantes. Difícilmente podría decirse que están amoblados. Una silla, un catre, unos pocos artefactos miserables son todo el mobiliario que llena el único cuarto con que cuentan sus habitantes para dormir, multiplicarse y morir; pero se aferran a él de la misma manera que el hombre a punto de ahogarse se aferra a una balsa semihundida. Todas las semanas batallan para reunir el dinero de la renta, puesto que ellos o pagan o se van; y luchan para encontrar al recaudador como el marinero que lucha para evitar ser tragado por la pleamar espumosa. Si en algún momento falla el trabajo o se deja caer la enfermedad, están expuestos a engrosar irremediablemente las filas de los que no tienen casa. Es terrible para un hombre soltero tener que enfrentar la batalla de la vida en las calles o en los Albergues Temporales. Pero cuánto más terrible debe ser para un hombre casado, con mujer e

hijos, verse rechazado y enviado a la calle. Mientras la familia tenga una guarida donde dormir de noche, mantiene su equilibrio; pero cuando lo pierde, llega la hora, si es que existe la compasión cristiana, de ofrecerle una mano amiga que lo salve del vórtice que se lo traga hacia las profundidades — sí, hacia las profundidades del subestrato insalvable del crimen y la desesperanza. “El corazón conoce la amargura de su alma; y extraño no se entremeterá en su alegría”. Pero de vez en cuando, de las profundidades emerge un amargo llanto como si proviniese de un fornido nadador en su agonía al ser arrastrado por la corriente. Poco tiempo atrás, un hombre respetable, un químico de Ha lloway de cincuenta años de edad, viéndose acorralado contra la pared, trató de ponerle fin a la situación cortándose el cuello. Su mujer también se cortó el cuello, administrándole previamente estricnina a su único hijo. El intento resultó fallido y se los enjuició por asesinato frustrado. En la Corte se leyó una carta que el pobre miserable había escrito antes de intentar suicidarse:— QUERIDÍSIMO GEORGE: — Han transcurrido ya doce meses en que mi existencia ha sido miserable y realmente no puedo soportarlo más. Estoy exhausto y los parientes que podrían ayudarme ya no están dispuestos a hacerlo, pues ésa fue la última indicación de mi tío. No importa; no puede llevarse su dinero y comodidades, y con toda probabilidad se encontrará pronto en el mismo bote que yo. Nunca se interesa por saber si me estoy muriendo de hambre o no. Tres libras — una cantidad insignificante para él — nos habría salvado, y con su respaldo y buen nombre podría haber conseguido un puesto hace mucho tiempo. Ya no puedo soport ar más la pobreza y la humillación, y prefiero morir antes que tener que recurrir a la caridad pública, sin importar cuáles sean las terribles consecuencias de los actos que vamos a cometer. Dios nos perdone, nos hemos llevado a nuestro querido Arty con nosotros nada más que por amor y afecto, para que nuestro adorado nunca tenga que avergonzarse, o recuerde o le pese, el crimen de sus desolados padres. Mi pobre mujer ha hecho lo posible por ayudar, cosiendo, lavando, limpiando, etc. para otros; de hecho, cualquier cosa que pueda reportarnos unos peniques; pero sólo nos mantendría a medio morir de hambre. Llevo seis semanas viajando desde la mañana hasta la noche y no he sacado ni un solo penique de ello. Si esto no fuese suficiente para volverte loco — y loco de remate — no sé qué podría hacerlo. No tengo ninguna posibilidad de salir adelante; ningún rayo de esperanza. Que el Señor Todopoderoso nos perdone por este horrendo pecado, y que tenga piedad de nuestras almas pecadoras, es la oración de tu mis erable, dolido pero cariñoso hermano Arthur. Hemos hecho ya todo lo que se nos ha ocurrido para evitar este infame acto, pero no podemos encontrar ni un solo rayo de esperanza. La oración ferviente no nos ha servido de nada; nuestra suerte ha sido echada y debemos cumplir nuestro destino. Debe tratarse de la voluntad de Dios, de lo contrario Él habría dispuesto las cosas de otra manera. Queridísimo Gregory, siento en el alma dejarte con este problema, pero estoy loco — completamente loco. Tú, querido hermano, debes intentar olvidarnos y, de ser posible, perdonarnos; no considero que nuestro fracaso sea culpa nuestra. Si puedes obtener £3 por nuestra cama, ese dinero pagará la renta, y nuestro escaso mobiliario podría valer lo suficiente como para pagar un modesto funeral. No te apenes por nosotros ni sigas nuestro ejemplo, puesto que no nos mereceremos ese tipo de respeto. Nuestro clérigo jamás nos ha visitado ni nos ha proporcionado el menor consuelo, a pesar de que yo lo visité un mes atrás. A él se le paga por predicar, y es allí donde él considera que termina su responsabilidad, excepción hecha de los ricos, por cierto. Sólo te tenemos a ti y a unos cuantos otros a quienes les importa algo lo que nos

suceda, pero debes intentar olvidarnos. Ésa es la última oración ferviente de tu devoto, carioso y afectuoso pero dolido y perseguido hermano. (Firmado) R. A. O— Este es un documento humano auténtico — la transcripción de la vida de uno de entre los miles que han descendido mudos a las profundidades. Mueren y no hacen ningún signo o, peor aún, continúan existiendo, cargando año tras año las amargas cenizas de una vida en la cual el horno de la desgracia ha carbonizado toda alegría, esperanza y fortaleza. ¿Queda alguien que no se haya visto confrontado por muchos hombres desolados, que acuden, como Richard O—— lo hizo, al clérigo clamando por ayuda, y que tan pocas veces hemos sido capaces de proporcionarla? Es injusto, sin duda, que ellos culpen al sacerdote y a los acomodados — por cuanto, ¿qué pueden hacer ellos sino orar y dar buenos consejos? Proporcionar a todos los Richard O—— asistencia financiera directa llevaría a la bancarrota hasta al propio Rothschild. ¿Y qué más puede hacerse? Porque algo debe hacerse si queremos evitar que el cristianismo resulte una burla a los hombres que se encuentran a un paso de la muerte. He aquí otro caso, uno muy común, que ejemplifica cómo se recluta al Ejército de la Desesperanza. El Sr. T., de Margaret Place, Gascoign Place, Bethnal Green, es zapatero por oficio. Es un buen trabajador y ha ganado entre tres chelines y seis peniques y cuatro chelines y seis peniques diarios. Enfermó la Navidad pasada y fue llevado al Hospital de Londres, donde permaneció por tres meses. Una semana después de haber sido internado, la Sra. T. contrajo fiebre reumática y fue llevada al Hospital de Bethnal Green, donde permaneció por casi tres meses. Inmediatamente después de enfermar ambos, su mobiliario fue confiscado a cuenta de las tres semanas de renta que debían. En consecuencia, cuando entraron en convalecencia, habían quedado sin hogar. Fueron dados de alta casi en la misma fecha. Él permaneció en una hospedería durante una o dos noches hasta que ella salió del hospital. En ese momento, él tenía dos peniques y ella seis, que había recibido de una enfermera. Acudieron juntos a una hospedería, pero la compañía allí era espantosa. Al día siguiente, él hizo un trabajo que le reportó dos chelines y seis peniques, y sobre la base de este ingreso arrendaron una pieza amoblada por diez peniques diarios (pagaderos cada noche). Tras unas pocas semanas de trabajo, él enfermó nuevamente, perdió el empleo y gastó todo su dinero. Empeñó una camisa y un delantal por un penique, dinero que también gastó. Finalmente, empeñó sus herramientas por tres chelines, lo que les permitió pagar por unos pocos días de alojamiento y comida. Ahora no tiene herramientas y no puede desempeñar su oficio, y trabaja en lo que encuentra. Gastó sus últimos dos peniques en té y azúcar. En dos días no ha comido más que una rebanada de pan con un poco de mantequilla. Ambos están muy débiles por falta de alimento. “Dejen las cosas como están”. Las leyes de la oferta y la demanda y todo las otras excusas con las cuales justifican sus conciencias los que están en buen pie cuando dejan que sus hermanos se hundan, ¿cómo se justifican cuando las aplicamos a la pérdida de una vida en el mar? ¿Acaso “dejen las cosas como están” comanda el bote salvavidas? ¿Salvarán las inexorables leyes de la política económica a los marineros náufragos de las rompientes? Con una alta frecuencia son las responsables de su desastre. Los barcos cementerio son el resultado directo de la infame política de no interferencia en las operaciones legítimas de comercio; pero no fue el deseo de lucrar lo que creó la Institución Nacional de Botes Salvavidas; ninguna ley de oferta y demanda dirige a los voluntarios que arriesgan sus vidas para rescatar a los náufragos.

Lo que debemos hacer es aplicar el mismo principio a la sociedad. Deseamos una Institución Social de Botes Salvavidas, una Brigada Social de Botes Salvavidas, que rescate del abismo a aquellos que, de quedar abandonados a su suerte, perecerán tan miserablemente como la tripulación de un barco que se hunde en alta mar. Desde el momento en que nos hagamos cargo de este trabajo, nos veremos obligados a centrar seriamente nuestra atención en contestarnos si acaso no es mejor prevenir que curar. Es más fácil y más barato, y mejor en todo sentido, prevenir la pérdida de un hogar que tener que recrearlo. Es mejor mantener a un hombre fuera del lodazal que primero dejarlo caer en él para luego arriesgarnos a rescatarle. En consecuencia, todo Plan que intente abordar el rescate de los perdidos debe tender a convertirse en una variedad interminable de medidas paliativas, a algunas de las cuales me referiré más adelante. Sólo menciono aquí el tema para evitar que se diga que estoy ciego a la necesidad de ir más allá y de adoptar planes operacionales más amplios que los que expongo en la presente obra. La renovación de nuestro Sistema Social es una empresa tan vasta que ninguno de nosotros, y ni siquiera todos nosotros juntos seríamos capaz de definir la totalidad de las medidas que habrán de implementarse antes de lograr que se adopte, por lo menos, el Ideal del Caballo de Tiro durante la vida de nuestros hijos o de los hijos de nuestros hijos. Todo lo que podemos hacer es atacar, con espíritu serio y práctico, los peores y más urgentes males, sabiendo que si cumplimos con nuestro deber obedecemos la voz de Dios. Él es el Capitán de nuestra Salvación. Si sólo nos atenemos a seguirlo donde sea que nos lleve, no careceremos de órdenes de marcha ni necesitaremos imaginar que Él restringirá nuestro campo de operaciones. Realizo mi trabajo sin engañarme en lo que respecta a la posibilidad de inaugurar el nuevo Milenio con un remedio infalible contra los males sociales. En la lucha por la vida, el más débil se encontrará siempre arrinconado contra la pared, y hay tantos débiles. Los más fuertes, en colmillo y garras, sobrevivirán. Y todo lo que podemos hacer es aliviar el destino de los débiles y lograr que su sufrimiento sea menos horrible de lo que es actualmente. Ningún tipo de ayuda le proveerá una espina dorsal a la medusa. Ningún apoyo externo logrará que los hombres caminen erectos. Toda ayuda material externa es útil sólo en la medida que desarrolle fortaleza moral interna. Y algunos hombres parecen haber perdido incluso la capacidad de ayudarse a sí mismos. Existe una enorme falta de sentido común y de energía vital en las multitudes. Es nuevamente la Estupidez en todas sus posibles formas y manifestaciones contra lo que debemos librar nuestra batalla eterna. Pero, ¿por qué nos sorprendemos ante la falta de sentido común en aquellos que no han gozado de ventajas, si vemos tal ausencia de esa capacidad en aquellos que las han tenido todas? ¿Porqué nos sorprendemos si, luego de haber permitido que generación tras generación creciera ineducada y malnutrida, se ha desarrollado una incapacidad hereditaria y miles de personas de inteligencia subnormal han venido al mundo, desprovistas ya desde antes de nacer de la inteligencia que le corresponde a todo ser humano? Además de aquellos que carecen genéticamente de las cualidades necesarias que les permitirían sobrevivir por sí solos, están los débiles, los incapacitados, los ancianos y los no calificados; peor aún, está la falta de carácter. Para los que gozan de la mejor de las reputaciones, si se caen de la escalera, ya es difícil recuperar su posición. ¿Qué, puede esperarse entonces de los hombres y mujeres faltos de carácter?

Cuando un capataz tiene la posibilidad de elegir entre cien hombres honestos, ¿es razonable esperar que escogerá a un pobre hombre con la re putación manchada? Todo esto es verdad, y es una de las cosas que hacen que el problema prácticamente no tenga solución. Y no tiene solución. Estoy absolutamente convencido de ello, a menos que se pueda insuflar una nueva vida moral en el alma de estas personas. Gritar “Debes renacer”, ese debería ser el primer objetivo de todo reformador social, cuya obra sólo será duradero si se construye sobre las fundaciones sólidas de un renacimiento. Para salvar verdaderamente al hombre, no es suficiente vestirlo con un par de pantalones nuevos ni darle un trabajo estable, ni tampoco una educación universitaria. Estas son todas cosas externas a él, pero si no experimenta cambios en su interioridad, nuestro trabajo se ha desperdiciado. Debemos de una u otra manera injertar en la naturaleza del hombre una nueva naturaleza que contenga el elemento de lo Divino. Todo lo que propongo en esta obra se rige por tal principio. La diferencia entre el método que busca regenerar al hombre por medio del mejoramiento de su situación y el que mejora su situación con el propósito de regenerar su alma es la misma diferencia que existe entre el método del jardinero que hace un injerto de manzana dulce en un manzano de fruta ácida y uno que se limita a atar manzanas dulces en las ramas del manzano de fruta ácida. Cambiar la naturaleza del individuo, llegar a su corazón, salvar su alma, es el único método verdaderamente duradero que le servirá al hombre. En muchos planes modernos de regeneración social se olvida que “se requiere un alma para mover un cuerpo, aunque sea a una pocilga más limpia”; y, aun a riesgo de que mis palabras sean malentendidas o desvirtuadas, debo afirmar de manera inequívoca que si busco la salvación del cuerpo es primera y principalmente para salvar el alma. ¿Dónde radica la utilidad de predicar los Evangelios a los hombres cuya atención está completamente centrada en una lucha irracional y desesperada por mantenerse vivos? Sería lo mismo que leerle un tratado a un marinero náufrago que se encuentra luchando contra la rompiente que ha ahogado a sus compañeros y que amenaza con ahogarlo a él. El marinero no os escuchará. No, no puede escucharos, como tampoco puede escuchar un sermón un hombre cuya cabeza se halla sumergida en el agua. Lo primero que ha de hacerse por ese hombre es proporcionarle una base firme que le permita mantener su cabeza fuera del agua y luego darle un lugar donde pueda vivir. Entonces podríais tener una posibilidad. Actualmente, no tenéis ninguna. Y, si llega a enterarse de que fuiste vos quien lo rescató de la horrible fosa en la que se hundía irremediablemente, tendríais las mejores oportunidades de encontrar un camino para llegar a su corazón

CAPÍTULO VI LOS VICIOSOS Existen muchos vicios y siete pecados capitales, aunque últimamente muchos de esos siete han pasado a ser virtudes. La Avaricia y el Orgullo, por ejemplo, al ser rebautizados como frugalidad y autorrespeto, se han convertido en los ángeles guardianes de la civilización cristiana; y en cuanto a la Envidia, ella es la piedra angular sobre la cual descansa gran parte de nuestro sistema competitivo. Existen otros dos vicios que han tenido la suficiente fortuna, o la mala fortuna, de permanecer sin disfraz alguno, sin siquiera ocultarse a sí mismos que son vicios y no virtudes. Uno es el alcoholismo; el otro, la fornicación. La perversidad de estos vicios está tan poco oculta, incluso para quienes habitualmente los practican, que se protestaría en contra del mero hecho de que se nombre a uno de ellos con su verdadero apelativo bíblico. ¿Por qué no decimos prostitución? Por la siguiente razón: prostitución es una palabra que sólo se aplica a la mitad del vicio, que en todo caso es la más digna de lástima. Fornicación se aplica a ambos pecadores por igual. Prostitución se aplica sólo a la mujer. Sin embargo, cuando dejamos de catalogar este vicio desde el punto de vista de la moralidad y la religión y lo consideramos sólo como un factor del problema social, la palabra prostitución es menos objetable. Porque la carga social de este vicio la sobrelleva casi por completo la mujer. El pecador masculino, por el simple hecho de haber pecado, no estará en una posición más desventajosa para obtener un empleo o para encontrar un hogar y ni siquiera para conseguir una esposa. Su mal comportamiento sólo le afecta el bolsillo, o quizás su salud. Su incontinencia, excepto en lo que se refiere a la mujer cuya degradación es necesaria, no se cuenta entre las cosas por las cuales la sociedad tiene que preocuparse. Mas, que a ls consecuencias tengan que ser asumidas casi exclusivamente por la mujer, aumenta grandemente la infamia de este vicio en el hombre. La dificultad para enfrentar el problema de los borrachos y las rameras es casi insalvable. Si no fuera porque repudio totalmente, en cuanto negación fundamental del principio de la religión cristiana, la popular y seudo científica doctrina de que todo hombre o mujer está más allá de la salvación por la gracia de Dios y poder del Espíritu Santo, caería muchas veces en la desesperación al contemplar a estas víctimas del Demonio. La doctrina de la Herencia Biológica y la insinuación de Irresponsabilidad se acercan peligrosamente al restablecimiento, sobre bases científicas, del espantoso dogma de la Reprobación, que tan terrible sombra ha proyectado sobre la Iglesia Cristiana. Porque miles y miles de estos desdichados, como dijo con toda razón el Obispo South, “no han sido traídos a este mundo, sino que más bien han sido condenado a vivir en él”. La hija bastarda de una ramera, nacida en un burdel, amamantada con ginebra y familiarizada desde su más temprana infancia con todas las bestialidades de la degeneración, violada antes de cumplir los doce años y enviada a las calles por su madre uno o dos años después, ¿qué oportunidades tiene esa niña en este mundo, y para qué decir en el venidero? Sin embargo, este no es un caso excepcional. Existen muchos otros casos, cuyos detalles sean quizás distintos, pero que en esencia son iguales. Y con los niños la situación es casi tan mala. Existen miles de ellos que fueron engendrados cuando ambos padres estaban embrutecidos por el alcohol, y que fueron saturados de licor por sus madres a lo largo de toda su gestación, de quienes podríamos decir que han adquirido el gusto por las bebidas alcohólicas a través de la leche de sus madres y que desde la infancia han estado rodeados de alicientes e incitaciones para beber.

¿Cómo podemos entonces sorprendernos de que una persona criada en una familia alcoholizada encuentre indispensable el estímulo de la bebida? Incluso si se resisten, la creciente presión del cansancio y de la falta de alimentación los lleva eventualmente a la botella. De estos pobres desdichados, que nacen esclavos del alcohol, predestinados a ser unos borrachos desde que estaban en el vientre materno, ¿quién puede decir cuántos de ellos hay? No obstante, son todos ellos hombres; todos llevan en sí mismos lo que los campesinos rusos llaman “un destello de Dios”, el cual jamás podrá apagarse totalmente ni destruirse mientras haya vida; y, si algún programa social pretende ser integral y práctico, tiene que lidiar con estos hombres. Debe preocuparse de estos borrachos y de estas rameras al igual como se preocupa de los imprevisores y de los desempleados. ¿Pero quién puede realmente hacerlo? Analizaré el caso de los borrachos, porque la bebida constituye la raíz de todos los problemas. Un noventa por ciento de nuestra pobreza, miseria, vicios y crímenes es atribuible a esta ponzoñosa causa. Muchos de los males sociales, que ensombrecen nuestra tierra al igual los árboles upas, se marchitarían y morirían si no fuesen constantemente regados con alcohol. Existe un consenso universal respecto de este punto: de hecho, el consenso en cuanto a los males del exceso en el consumo de alcohol es casi tan universal como la convicción de que los políticos no harán nada práctico para erradicarlo. En Irlanda, el Juez Fitzgerald señala que diecinueve de cada veinte crímenes cometidos en ese país son atribuibles al exceso en el consumo de alcohol, pero nadie ha propuesto una Ley de Coerción para combatir este mal. En Inglaterra, los jueces opinan lo mismo. Es obviamente erróneo suponer, por ejemplo, que hombres sobrios nunca cometerían un asesinato, porque en la mayoría de los casos los asesinos se emborrachan para infundirse valor antes de cometer su crimen. Pero la facilidad para acceder a un elemento que enciende la pasión tiende sin duda a hacer siempre peligrosa, y a veces irresistible, la tentación de violar las leyes de Dios y de los hombres. Pero de nada sirven los discursos para combatir este infame hábito. Debemos reconocer que las tabernas, como muchos otros males, si bien venenosas, son el fruto natural de nuestras condiciones sociales. Muchas veces, la taberna es el único salón con que cuenta el hombre pobre. Más de alguno bebe cerveza no por amor a la cerveza, sino debido a su ansia natural por las luces, la calidez, la compañía y el confort que la taberna ofrece junto con la cerveza, lo cual únicamente puede obtener si compra la cerveza. Los reformadores no lograrán deshacerse de los bares mientras no puedan ofrecer mejores atracciones que las que éstos ofrecen a sus clientes. Y, repito, no olvidemos que la tentación de beber es más fuerte cuando la carencia es más aguda y la miseria más profunda. Un hombre bien alimentado no se da a la bebida para calmar la ansiedad que produce el hambre; y los que viven en la comodidad no ansían la bendición del olvido que proporciona el licor. La ginebra es el único Leteo, o Río del Olvido, de los miserables. El aire fétido y malsano de las covachas en que habitan miles de ellos, los predispone a añorar un estimulante. Ante la falta de aire fresco, con su oxígeno y su ozono, el hombre satisface la carencia con alcohol. Después de un tiempo, las ansias por beber se convierten en una manía. La vida le parece insoportable sin alcohol, al igual que sin comida. Es una enfermedad muchas veces heredada, que siempre evoluciona debido al consumo descontrolado, pero una enfermedad al fin, como la oftalmia o los cálculos. Todo esto debiera generar en nosotros un sentimiento de caridad y compasión. Si bien es necesario reconocer que la principal responsabilidad radica en la persona, podemos con justicia insistir que la sociedad — que por sus costumbres, hábitos y

leyes ha contribuido a aceitar la pendiente por la cual estas pobres criaturas se han deslizado hacia la perdición — debiese seriamente hacer algo por salvarlas. ¿Cuántos son, aproximadamente, los que están bajo el dominio del alcohol? Las estadísticas son muchas, pero rara vez nos dicen lo que queremos saber. Sabemos cuántas tabernas hay en el país y a cuántas personas arresta anualmente la policía por ebriedad; pero aparte de eso, es poco lo que sabemos. Sabemos que por cada persona arrestada por ebriedad, son al menos diez, y muchas veces veinte, las que llegan a casa intoxicadas. En Londres, por ejemplo, hay 14.000 bares y cada año 20.000 personas son arrestadas por ebriedad. ¿Pero quién puede siquiera por un momento creer que sólo hay unos 20.000 borrachos habituales en Londres? Por borracho habitual no me refiero a aquel que está siempre ebrio, sino que a aquella persona que está tan dominada por el alcohol que no puede dejar de tomar un trago cada vez que tiene la oportunidad. En el Reino Unido hay 190.000 tabernas y cada año 200.000 personas son arrestadas por ebriedad. Obviamente, muchos de estos arrestos corresponden a una misma persona, la cual es encerrada una y otra vez. Si ello no fuese así, y si estimásemos un promedio de seis borrachos por cada taberna o de cinco borrachos habituales por cada persona arrestada en estado de ebriedad, la cifra total de adultos que en mayor o menor grado son esclavos de los taberneros ascendería a un millón; de hecho, Isaac Hoyle calcula que es uno por cada doce individuos de la población adulta. Puede que esta estimación sea exagerada pero, si nos quedamos con una cifra de 500.000, no podríamos ser acusados de exageración. Algunos de éstos se encuentran en la última etapa de una dipsomanía confirmada; otros sólo están apenas a un paso de serlo; pero la procesión tiende a caer cada vez más bajo. La pérdida que significa mantener a este enorme ejército permanente de medio millón de personas embrutecidas casi siempre por el alcohol, cuya intemperancia en el consumo de él mismo afecta su capacidad de trabajo, consume sus ingresos y hunde en la desdicha sus hogares, ha sido durante largo tiempo un tema familiar en la agenda de discusión. Pero, ¿qué podemos hacer por ellos? La abstinencia total es sin duda admirable; pero, ¿cómo lograr que sean totalmente abstinentes? Cuando un hombre se está ahogando en medio del océano, lo único que indudablemente necesita es poner sus pies en tierra firme. Pero, ¿cómo logrará ese hombre alcanzarla? Es justamente lo que no puede hacer. Lo mismo ocurre con los borrachos. Si hemos de rescatarlos, debemos hacer algo más por ellos de lo que estamos haciendo actualmente, a menos, por supuesto, que definitivamente permitamos que las férreas leyes de la naturaleza los destruyan. En dicho caso, podría ser más piadoso facilitar el lento funcionamiento de la ley natural. No es necesario construir una cámara letal para los borrachos, similar a la cámara a la que son llevados los perros vagos de Londres para que mueran en el sueño bajo la influencia del óxido carbónico. El Estado sólo tendría que suministrar un poco más del mismo veneno que ya está suministrando a la comunidad. Si además de autorizar un bar en cada esquina, gratis para todos los que entran, suministrase gratuitamente ginebra a todos aquellos que han alcanzado un cierto grado reconocido de embriaguez, el delirium tremens pronto reduciría nuestra población ebria a proporciones manejables. Puedo imaginarme a un cínico millonario de la escuela filantrópica científica eliminando en un distrito a todos los borrachos mediante el simple recurso de permitir el consumo ilimitado de alcohol. Pero para nosotros eso es imposible. La solución al problema de qué hacer con nuestro medio millón de borrachos queda pendiente, y ciertas cuestiones aún más difíciles aguardan al reformador social.

El problema de las rameras, sin embargo, es imposible de resolver mediante los métodos ordinarios. Nadie que indague bajo la superficie puede dejar de sentir una profunda simpatía por estas desafortunadas mujeres. Algunas, sin duda, o quizás muchas, ya sea por una pasión heredada o por una mala educación, se han embarcado deliberadamente en una vida de vicio, pero no es el caso de la mayoría de ellas. Incluso aquellas que deliberada y libremente optan por la profesión de prostituta, lo hacen bajo la presión de las tentaciones, presión que pocos moralistas reconocen. Por terrible que sea el hecho, no podemos negar que no hay carrera industrial alguna que permita a una joven hermosa obtener tanto dinero, en tan corto tiempo y tan fácilmente como la profesión de cortesana. El caso recientemente conocido por los tribunales de Lewes, en el cual la esposa de un oficial de ejército admitió que mientras vivía como amante recibía un monto de £4.000 al año, es, sin duda, bastante excepcional. Incluso las aventureras de mayor éxito rara vez obtienen un ingreso equivalente al de un Ministro de Estado. Pero si examinamos el caso de las mujeres que ejercen profesiones o cargos en el comercio, veremos que la cantidad de muchachas que han ganado £500 en un año por vender su cuerpo supera la cantidad de mujeres de cualquier edad que han ganado una suma similar trabajando honestamente. Son sólo unas pocas las que obtienen estos premios dorados, y lo logran durante un muy corto tiempo. Pero son los pocos premios que se obtienen en cada profesión los que atraen a las multitudes, que no se detienen a pensar en los muchos fracasos. Y hablando en general, el vicio ofrece a toda muchacha bien parecida que está en la flor de su juventud y belleza más dinero del que podría ganar trabajando en alguna industria abierta al sexo femenino. El castigo que obtiene con el tiempo es la enfermedad, la degradación y la muerte, pero al principio no se da cuenta de ello. La profesión de prostituta es la única carrera en la cual la aprendiz más novata puede aspirar a recibir el ingreso más alto desde el principio. Es la única profesión que exige a la principiante como único esfuerzo el de la autocomplacencia; todos los premios se reciben al comienzo. Es la siempre novel encarnación de la antigua fábula de la venta del alma al Diablo. El tentador ofrece riqueza, bienestar, emociones, pero a cambio la víctima debe vender su alma, y la contraparte nunca olvida cobrar hasta el último penique. La naturaleza humana, sin embargo, es miope. Las atolondradas muchachas, irritadas por las restricciones de un mundo laboral desagradable, ven constantemente la brillante carnada ante ellas. Se les dice que si sólo “hacen lo que las demás” ganarán más en una noche, si tienen suerte, de lo que pueden ganar en una semana con sus costuras; y no sorprende que en muchos casos den el paso irrevocable antes de caer en cuenta siquiera de que es irrevocable y de que han trocado su futuro por la mezquina oportunidad de embolsarse la mal habida ganancia de un año. Respecto de la severidad del castigo no hay duda alguna. Si bien el premio es considerable al principio, el castigo es terrible al final. Y este castigo han de pagarlo todos aquellos que deliberadamente han dicho “Mal, sé tú mi Dios”; como también aquellos que han sido embaucados, engañados, atrapados en una existencia que es la muerte en vida. Cuando vemos a una niña en las calles, nunca podemos decir sin antes indagar si ella merece ser la más condenada o la más compadecida de su sexo. Muchas niñas se encuentran en esta situación por ser muy confiadas, confianza que nace de la inocencia, que es muchas veces el aliado involuntario de los proxenetas y los seductores. Otras no son más que las víctimas inocentes de un crimen, tan víctimas como si hubiesen sido apuñaladas o mutiladas por la daga de un asesino. En los registros de nuestros Hogares de Rescate abundan las historias de sus vidas,

algunas de las cuales hemos podido verificar hasta en los detalles más mínimos, que confirman categóricamente la existencia de innumerables víctimas inocentes, cuyo ingreso a esa tenebrosa vida no puede, bajo ningún punto de vista, atribuirse a su propia voluntad. Muchas son huérfanas o hijas de madres depravadas, cuya sola idea de una hija es obtener dinero prostituyéndola. Los siguientes son algunos casos que tenemos en nuestros registros. E.C., 18 años, hija de un soldado; nacida en alta mar. Su padre murió, y su madre, una mujer totalmente depravada, colaboró para que su hija se convirtiera en prostituta. P.S.:, 20 años, hija ilegítima. Acudió a consultar a un médico respecto de un malestar. El médico abusó de su posición y se aprovechó de su paciente; cuando ella reclamó, él le dio £4 a modo de compensación. Cuando gastó el dinero, y habiendo perdido su virtud, vino a la ciudad. Encontramos al médico, quien huyó. E.A., 17 años, quedó huérfana a muy temprana edad y fue adoptada por su padrino, quien abusó de ella a la edad de 10 años. Una muchacha adolescente vivía con su madre en la “Ratonera”, la peor área de Woolwich. La madre la forzó a salir a las calles y lucró de su prostitución hasta la noche en que fue encarcelada. La madre había recibido siempre todas las ganancias. E., sin padre ni madre, se fue a vivir al cuidado de una abuela hasta que, a una temprana edad, fue considerada lo suficientemente mayor. Se casó con un soldado, pero poco después del nacimiento de su primer hijo descubrió que el embustero tenía una esposa y familia en un lugar distante del país y muy pronto se encontró sin amigos y sola. Se refugió en un Asilo de Pobres durante algunas semanas, después de lo cual intentó en vano obtener un empleo honesto. Como no pudo conseguirlo, y estando al borde de la inanición, entró a una hospedería en Westminster e “hizo lo que hacían las demás”. Allí la encontró nuestro teniente y la persuadió para que abandonara el lugar e ingresara en uno de nuestros Hogares, donde pronto dio muestras de su conversión llevando una vida totalmente distinta. Actualmente es una sirvienta fiel y confiable en casa de un clérigo. Hace algún tiempo, después de haber estado enferma, una muchacha fue dada de alta de un hospital de la ciudad. No tenía hogar ni amigos; era huérfana y tenía que trabajar para subsistir. Mientras caminaba por las calles preguntándose qué hacer, se encontró con una muchacha que la abordó de una forma amistosa y ganó pronto su confianza. “Te dieron de alta y no tienes dónde ir, ¿no es cierto?”, le preguntó su nueva amiga. “Bueno, ven a casa de mi madre; ella te dará alojamiento e iremos a trabajar juntas cuando estés lo suficientemente recuperada”. La muchacha aceptó con alegría, pero se dio cuenta de que estaba siendo conducida a la peor part e de Woolwich y alojada en un burdel; no había ninguna madre allí. Había sido engañada y no tenía fuerzas para resistirse. Protestó demasiado tarde para poder salvarse y, viendo que se le había arrebatado su virtud, perdió toda esperanza y se quedó para vivir la vida que llevaba su falsa amiga. No es necesario entrar en detalles respecto a la forma en que hombres y mujeres, cuyos sustentos dependen totalmente de su capacidad de ganar la confianza de sus

víctimas y conducirlas mañosamente a su perdición, se las ingenian para vencer la renuencia de una joven sin padres, amigos o alguien que la ayude, y obligarla a trabajar para ellos. Lo que no logran en forma fraudulenta, lo consiguen con un poco de fuerza; y una muchacha cuya única falta ha sido la imprudencia se encuentra a sí misma marginada para siempre. La propia inocencia de una muchacha es su perdición. Una mujer de mundo, viéndose atrapada, usaría toda su inteligencia para apartarse de la situación en que se encuentra. Una muchacha virtuosa queda tan abrumada por la vergüenza y el horror que cree que no hay nada en la vida por lo cual valga la pena luchar. Acepta su suerte sin luchar, y recorre el largo y mortificante camino “de las calles” hasta que llega a la tumba. “No juzguéis para que no seráis juzgados” es el dicho que mejor se aplica a todas estas desafortunadas. Muchas de ellas hubiesen escapado a su terrible destino si no hubiesen sido tan inocentes. Están donde están porque amaban demasiado para poder calcular las consecuencias, y confiaban demasiado como para sospechar maldad. Otras se encuentran allí debido a la falsa educación, que confunde la ignorancia con la virtud y que arroja a nuestras jóvenes a una gran ciudad llena de tentaciones y estímulos, sin ninguna preparación o advertencia, como si fuesen a vivir en el Jardín del Edén. Cualquiera que sea el pecado que han cometido, son duramente castigadas. Mientras el hombre que fue el causante de su ruina es considerado un respetable miembro de la sociedad, con quien — si es rico — las virtuosas matronas casan gustosamente a sus jóvenes hijas, ellas son despedazadas por el lastre de la excomunión social. Quisiera a continuación citar un informe que me entregó el administrador de nuestros Hogares de Rescate respecto de la vida real de estas infortunadas muchachas. Los siguientes cien casos provienen de nuestros Registros de Rescate. Las declaraciones corresponden a las dadas por las muchachas. Éstas son ciertamente francas y, como se podrá observar, sólo dos de cien dicen que adoptaron esa vida para salir de la pobreza:

CAUSA DE LA CAÍDA Bebida ................................ 14 Seducción............................ 33 Decisión propia ..................... 24 Malas compañías................... 27 Pobreza................................. 2 ___ Total 100

CONDICIÓN AL MOMENTO DE PRESENTARSE Andrajosas .................................... 25 Indigentes..................................... 27 Decentemente vestidas ................... 48 ___ Total 100

De estas muchachas, veintitrés han estado en prisión. Es tan grande el sufrimiento de estas muchachas que la brevedad de sus vidas es lo menos doloroso de todo. Ya sea que veamos lo desdichada que son sus vidas en sí; su perpetua intoxicación; el tratamiento cruel que les dan sus regentes y regentas o proxenetas; la desesperanza, sufrimiento y desesperación provocados por las

circunstancias y el entorno; la profunda miseria, degradación y pobreza a la que eventualmente descienden; o cómo son tratadas cuando están enfermas; o la ausencia de amigos y la soledad que se aprecia a su muerte, no nos queda más que admitir que no hay destino más tenebroso para un ser humano. Procederé a analizar cada uno de estos factores. S ALUD . — Esta vida conduce a la locura, al reumatismo, la tuberculosis y a todas las formas de sífilis. El reumatismo y la gota son los males más comunes. Algunas de ellas, afectadas por ambas enfermedades, estaban bastante incapacitadas a pesar de los jóvenes que eran. La tisis esparce sus semillas por doquier. Su vida es el ambiente propicio para el desarrollo de todos los gérmenes constitutivos y hereditarios de la enfermedad. A medianoche hemos encontrado muchachas en Piccadilly que se encuentran continuamente postradas por las hemorragias, quienes, al no tener otra forma de vida ante sí, igual continúan ejerciendo en este terrible estado. BEBIDA . — Esto es parte inevitable del negocio. Todas confiesan que no podrían soportar sus miserables vidas si no fuera por la influencia del alcohol. Una muchacha que fue a la universidad y en cuyo hogar había todo tipo de comodidades, pero que, cuando se arruinó, cayó en las profundidades de la “Ratonera” de Woolwich, nos contestó indignada: “¿Creéis que yo sería capaz de hacer esto si no fuera por el alcohol? Siempre tengo que estar ebria si quiero pecar”. Ninguna muchacha ha llegado a nuestros Hogares desde las calles sin ser, ya sea en mayor o menor grado, una víctima del alcohol. CRUELDAD . — La devoción de estas mujeres hacia sus proxenetas es tan notable como abominable es la brutalidad con que éstos las tratan. Probablemente, la causa principal de la caída de un sinnúmero de muchachas de la clase baja es su gran aspiración de alcanzar la dignidad del matrimonio; — no se consideran “alguien” mientras no se casan y se unirían a cualquier criatura, sin importar cuán vil sea, con la esperanza de que se casará con ellas. Esta consideración, además de su condición desamparada después de haber perdido su integridad, las hace soportar crueldades que nunca hubiesen aceptado de los hombres con los que muchas de ellas conviven. Un caso ilustrativo de lo anterior es el de la muchacha que fue una vez una respetable sirvienta, hija de un sargento de la policía. Fue mancillada y la vergüenza la hizo dejar su hogar. Con el tiempo llegó a Woolwich, donde conoció a un hombre que la persuadió a vivir con él y durante mucho tiempo ella lo mantuvo a pesar de que su comportamiento con ella era extremadamente brutal. La muchacha que vive en la habitación contigua ha escuchado muchas veces como él ha azotado su cabeza contra la pared y se la ha golpeado con el puño cuando está de mal humor porque sus ganancias como prostituta eran inferiores a lo normal. La hizo sufrir todo tipo de crueldades y abusos, y con el tiempo se volvió tan desdichada y su apariencia tan lastimosa que dejó de ser atractiva. Esto lo volvió furioso y empeñó toda su ropa, dejándole sólo un vestido harapiento. La semana anterior a su primera reclusión, la pateó de tal forma que la dejó llena de moretones desde el cuello hasta las rodillas y fue llevada a la estación de policía toda bañada de sangre, pero era tan leal con el desalmado que se negó a atestiguar en su contra.

Estaba a punto de ahogarse en la desesperación cuando nuestros Oficiales de Rescate hablaron con ella, envolvieron sus hombros con su propio chal, la llevaron con ellos y la cuidaron. El bebé — una masa pequeña y amorfa — nació muerto. Este tipo de situaciones ocurren con gran regularidad. DESESPERANZA — ENTORNO .— El estado de desesperanza y pesimismo en que viven continuamente estas muchachas, las hace ser temerarias ante las consecuencias y una gran cantidad de ellas comete suicidio, de los cuales nunca se habla. Un policía del Oeste de Londres nos aseguró que la cantidad de prostitutas suicidas era mucho más alta de lo que el público se puede imaginar. P ROFUNDIDADES EN LAS CUALES SE HUNDEN. — Difícilmente puede existir una clase más baja de muchachas que aquellas que se encuentran en la “Ratonera” de Woolwich — donde se halla ubicado uno de nuestros Hogares de Rescate de los Barrios Marginales. Las mujeres que viven y ejercen su negocio en este barrio han caído en un grado tal de degradación que ni siquiera los hombres abandonados se prestan para acompañarlas a sus casas. A los soldados se les ha prohibido el ingreso a este barrio o caminar por sus calles, so pena de veinticinco días de prisión; en cada uno de los extremos se han apostado patrullas para evitar que entren. Las calles son mucho más limpias que la mayoría de las habitaciones que hemos visto. Una taberna que se encuentra allí cierra unas tres o cuatro veces al día por temor a perder la licencia debido a las terribles reyertas que se producen en su interior. Un policía nunca recorre solo esta calle por las noches — no hace mucho tiempo, uno murió debido a las lesiones que le infligieron allí —, pero nuestras dos chicas se pasean incólumes y adoradas a toda hora, pasando casi todas las noches en las calles. Las muchachas terminan en la “Ratonera” después de descender varias gradas. Sólo sabemos de una que llegó allí con hermosos vestidos, y esta desafortunada muchacha, cuando fue vista recientemente por nuestros oficiales, era una pobre indigente que se encontraba en la enfermería reducida a una condición lastimosa. La clase más baja de todas es la de las muchachas que se paran a la entrada del muelle; ellas se venden literalmente por un pedazo de pan duro y duermen en las calle. La suciedad y los parásitos son tan abundantes que nadie que no lo haya visto personalmente puede hacerse una idea de cómo es. Lamentablemente, la “Ratonera” es sólo uno de muchos distritos similares en este altamente civilizado país. ENFERMEDAD , SOLEDAD — M UERTE.— Es un hecho conocido en los hospitales que a estas muchachas no se les da el mismo trato que a los demás pacientes; inspiran repulsión y frecuentemente son dadas de alta antes estar completamente curadas. Despreciadas por sus parientes, y avergonzadas de contar su caso incluso a quienes quieren ayudarlas, incapaces de seguir luchando en las calles para ganarse el pan de la vergüenza, hay muchachas que yacen en innumerables agujeros oscuros de esta gran ciudad, literalmente pudriéndose, y mantenidas por sus antiguas compañeras de las calles.

Muchas no tienen siquiera amigos; sus amigos y parientes las abandonas y las dejan morir. Una de ellas llegó hasta nosotros enferma y murió; la enterramos y fuimos los únicos que la acompañamos hasta su tumba. Es una historia triste que no debemos olvidar, porque estas mujeres forman un gran ejército permanente cuyo número escapa a todo cálculo. Todas las estimaciones de las que dispongo parecen ser meramente imaginarias. La cifra normal entregada para Londres es de 60.000 a 80.000. Sería correcta si incluyese a todas aquellas mujeres habitualmente impúdicas. Es una monstruosa exageración si sólo se refiere a aquellas que se ganan la vida ejerciendo única y habitualmente la prostitución. Sin embargo, estas cifras sólo sirven para crear confusiones. Independientemente de la estimación que seleccionemos, tendremos que ocuparnos de cientos de ellas mensualmente. La falta de preparación de nuestra sociedad para realizar una reforma sistemática se refleja en el hecho de que actualmente somos incapaces de aceptar a todas las muchachas que acuden a nuestros Hogares. No pueden escapar. Incluso si lo hiciesen, no se cuenta con los fondos para proporcionarles los servicios que hagan de su liberación una realidad sustentable.

CAPÍTULO VII LOS CRIMINALES Un importante segmento de los habitantes de la Inglaterra Oscura son los criminales y los cuasicriminales. Son relativamente depredadores y, actualmente, son controlados por la policía y castigados por el carcelero. No es posible determinar su número con precisión, pero las siguientes cifras fueron tomadas de los registros de prisiones en 1889: — Las clases criminales de Gran Bretaña, en cifras redondas, suman un total de 90.000 personas, clasificadas de la siguiente forma:— Las prisiones de convictos contienen .................. 11.660 Las prisiones locales contienen .........................20.883 Los reformatorios para niños condenados por un crimen ............................................ 1.270 Escuelas industriales para niños vagos y rebeldes ...................................................21.413 Criminales lunáticos internados ............................. 910 Ladrones reconocidos fugitivos.......................... 14.747 Traficantes reconocidos de objetos robados.......... 1.121 Personas sospechosas .....................................17.042 _________ Total 89.046

personas ” ” ” ” ” ” ”

Las cifras anteriores no incluyen el gran ejército de prostitutas reconocidas, como tampoco a los regentes y propietarios de burdeles y casas de cita, respecto de cuyo número el Gobierno mantiene absoluto silencio. Sin embargo, estas cifras son engañosas. Sólo representan a los criminales que se encuentran en la cárcel en un día específico. En Inglaterra y Gales, la población promedio de las cárceles, sin contar los establecimientos para convictos, ascendía a 15.119 en 1889, pero el número total de individuos realmente sentenciados y encarcelados en las prisiones locales era de 153.000, de los cuales sólo 25.000 eran reos primerizos; 76.300 de ellos habían sido condenados al menos unas 10 veces. No obstante, incluso si suponemos que la clase criminal no sobrepasa los 90.000, de los cuales al menos 35.000 andarían libres, ésta sigue siendo un segmento lo suficientemente importante de la población como para llamar la atención. Estos 90.000 criminales representan una ruina cuyo costo para la comunidad es imperfectamente calculado, aun si sumamos el costo de las prisiones e incluso si le agregamos el costo total de la policía. La policía tiene tantos otros deberes además de controlar a los criminales que es injusto atribuirle su costo al total que dicha clase representa. El costo de enjuiciamiento y mantenimiento de los criminales y el gasto de la policía representan un desembolso anual de £4.437.000. Sin emba rgo, esta cifra es pequeña en comparación con los impuestos y el grave efecto que esta horda depredadora significa para la comunidad en la que residen. Además de la pérdida real resultante de los hurtos y robos, es necesario considerar que se trata de mano de obra improductiva, compuesta por 65.000 adultos. De esta cifra de criminales adultos dependen como mínimo el doble de mujeres y niños, por lo que es probable que subestimemos la cantidad de criminales y cuasicriminales al decir que representan una población de al menos 200.000 personas, que de una u otra forma viven a expensas de la sociedad.

Cada año, sólo en el distrito Metropolitano, se arresta a 66.100 personas. De ellas, 444 son arrestadas por intento de suicidio, porque su vida se ha convertido en una carga demasiado pesada. Sin duda, esta inmensa población ha sido parcialmente engendrada para terminar en las cárceles, al igual que otros han sido engendrados para terminar en el ejército o en los juzgados. En ningún caso los criminales hereditarios están confinado a la India, aunque sólo en ese país son lo bastante ingenuos como para dar tal descripción de sí mismos en los cuestionarios de censo. Constantemente sus filas se engrosan desde el exterior. En muchos casos, esto se debe a la hambruna. Según la ley establecida por los Padres de la Iglesia, un hombre que está en peligro de morir de hambre tiene el derecho de sacar pan de donde pueda encontrarlo, para mantener la integridad del cuerpo y del alma. Dicha proposición no está contemplada en nuestra jurisprudencia. La desesperación absoluta lleva a muchos hombres a sumarse a la clase criminal, los que jamás habrían engrosado la categoría de criminales convictos si se hubiesen adoptado las medidas necesarias para evitar que cayesen en la perdición. Una vez que han caído, las circunstancias parecen conspirar para mantenerlos allí. Al igual que los ciervos heridos y enfermos son corneados hasta morir por otros ejemplares de su especie, el infortunado que lleva la marca de la prisión es perseguido y acosado hasta que desespera por no poder recuperar su antigua posición y transita de una prisión a otra por el resto de sus días. En una página anterior relaté cómo un hombre, después de tratar en vano de conseguir un trabajo, cayó en la tentació n de robar para escapar de la inanición. El siguiente es el desenlace de la historia de dicho hombre. Después de robar, escapó, y describió sus experiencias de la siguiente forma:— “Escapar fue fácil. Para arrancar de la escena se requería de muy poco ingenio; pero escapar de un sufrimiento me acarreó otro. La mirada directa de un extraño o un paso rápido a mis espaldas congelaba cada uno de mis nervios. La ansiedad del hambre había sido calmada, pero era la ansiedad de la conciencia la que imperaba ahora. Fue fácil desentenderse de las consecuencias terrenales del pecado, pero nunca del hecho en sí. Y, sin embargo, fueron las circunstancias las que me forzaron a tomar la senda del crimen. No fue por maldad innata ni por elección, y cuán amargamente reproché a la sociedad por permitir que se me presentara esa alternativa — ‘Robar o Morir de Hambre’—, pero también tuve otra alternativa — entregarme voluntariamente o seguir por la senda del crimen. Opté por la primera. Había viajado más de 100 millas para alejarme de la escena del robo y ahora me encontraba ante las puertas de la estación de policía del pueblo donde había pasado mi juventud. “Cuántas veces de muchacho, con ojos sorprendidos y el corazón agitado por la simpatía pura de la niñez, había observado cómo los pobres niños abandonados eran conducidos detrás de esas puertas. Ahora era mi turno. Entré en la sala de guardia y con una frialdad casi comercial dije a qué había venido: quería entregarme voluntariamente porque había cometido una felonía. Dudaron de mi historia. Me hicieron preguntas y más preguntas, y después hubo que esperar la confirmación. ‘¿Por qué me había entregado?’ ‘Estaba fuera de mis cabales’. ‘Demente’. ‘Más tonto que pillo’. ‘Se arrepentirá cuando le llegue el castigo’. Estos y muchos otros comentarios similares se hicieron respecto de mi persona. Transcurrió una hora. Entró un inspector y anunció que había recibido un telegrama. ‘Todo es verdad. Pueden encerrarlo’. Y volviéndose hacia mí dijo: ‘enviarán por ti el lunes’; y de ahí ingresé a una celda. La puerta se cerró con un sonido metálico fuerte y tuve que enfrentarme con el más terrible acusador de todos: mi propia conciencia.

“El lunes por la mañana se abrió la puerta y un complaciente detective se paró delante de mí. No pueden imaginarse cómo me sentía cuando las esposas rodearon mis muñecas y nos dirigimos hacia el pueblo. Se formuló nuevamente el cargo y pasé otra noche en la celda; luego, llegó la mañana del día. El brusco y severo ‘Vamos andando’ del carcelero me hizo levantarme, y al momento siguiente me encontré en el furgón de la prisión, mirando a través de las grietas del piso las piedras que volaban como si estuvieran debajo de nuestros pies. Pronto llegamos al tribunal y encerrado en una celda común me vi en medio de una muchedumbre de niños y hombres, todos listos para ir al ‘banquillo’. Nos llamaron de a uno y la muchedumbre fue poco a poco disminuyendo, cuando de pronto el sonido de mi propio nombre retumbó en mis oídos y subí dando tra spiés por las escaleras para encontrarme con la luz del día y en el ‘banquillo’. ¡Qué terrible experiencia! La ceremonia fue bastante breve: ‘¿Tenéis algo que decir?’ ‘¡No interrumpáis al Sr. Juez, prisionero!’ ‘¡Cerrad la boca!’ ‘Un mes de trabajos forzados’. Esto es todo lo que escuché o de lo que alcancé a darme cuenta hasta que un fuerte empujón me puso frente a un oficial que registró la sentencia y me enviaron a la cárcel. No necesito contar en detalle las formalidades de la recepción. Todo me pareció una pesadilla mientras pasaba hacia el interior del correccional. “Tuve que renunciar a mi nombre y me dio la sensación de haber muerto. Pasé a ser para mí mismo y para los demás el número 332B. “Durante todas las semanas que siguieron sentí como que vivía un sueño. Las horas de comida, las horas de descanso, como todas las demás cosas, eran absolutamente puntuales. A veces pensaba que mi mente me había abandonado; así de embotados, insensibles, cansados parecían estar los órganos de mi cerebro . Las cortantes órdenes de los carceleros, el hablar monótono del capellán en la capilla, las preguntas del celador jefe o del alcaide durante sus visitas periódicas, todo me parecía tan incomprensible.

“A medida que se acercaba el día de mi liberación, empezó a embargarme la horrible convicción de que las circunstancias quizás me obligasen a volver a la cárcel, y me sentí tan desesperanzado por lo que me aguardaba en el exterior que la idea me aterró, pareciéndome que constituía un enfrentamiento con un mundo poco compasivo. Llegó el día y, por extraño que parezca, abandoné con tristeza mi celda. Ésta se había convertido en mi hogar y en el mundo exterior no había hogar alguno que me aguardase. “Me sentí terriblemente agobiado; tuve sentimientos de compañerismo hacia mis desafortunados colegas de prisión, a quienes había visto diariamente, pero cuyas voces no había escuchado jamás, mientras que afuera las amistades ya no existían y el compañerismo se había roto para siempre; y me sentí como un paria de la sociedad, llevando la marca del ‘presidiario’, por lo que debía cubrirme el rostro, mantenerme aparte y gritar ‘impuro’. Esos eran los sentimientos que me embargaban.

“Llegó la mañana de mi liberación y me encontré una vez más en las calles. Mis escasos medios apenas eran suficientes para cubrir mis necesidades mínimas durante dos días. ¿Podría prepararme para realizar un honesto intento de comenzar de nuevo desde cero? Indudablemente, traté de hacerlo. Recurrí a mis antecedentes y traté de eliminar el oscuro pasaje de mi vida, pero siempre cuando me presentaba para un trabajo me preguntaban ‘¿Qué habéis estado haciendo últimamente?’ ‘¿Dónde habéis estado viviendo?’ Si evadía la pregunta, surgían dudas; si la respondía, la única respuesta que podía dar era ‘en la cárcel’ y con ello se desbarataban mis oportunidades. “¡Qué comedia parecía! Recuerdo las últimas palabras del capellán antes de dejar la prisión, ceremoniosas, pero frías y precisas: ‘Joven, espero que nunca volváis. Y ahora, como una s uerte de respuesta a mis sinceros esfuerzos de mantenerme fuera de la cárcel, la sociedad, mediante sus acciones, me gritaba ‘Volved a la cárcel. Hay suficientes hombres honestos para realizar el trabajo sin que tengamos que recurrir a vos’. “Imaginaos, si podéis, cómo me sentía. Al cabo de unos pocos días, una terrible desesperanza había invadido cada una de las facultades de mi mente y de mi cuerpo. Pasé los siguientes días y noches con apenas un bocado de comida y sin tener dónde dormir. Vagué por las calles como un perro, con la diferencia de que un perro tiene la oportunidad de ayudarse a sí mismo y yo no. Traté de imaginar cuánto tiempo podría resistir las tenazas del hambre que se cerraban sobre mi garganta. Así de indiferente me sentía respecto de los hombres y Dios mientras esperaba el fin”. En esta situación extrema se encontraba el escritor cuando encontró el camino hacia uno de nuestros Albergues, hallando allí a Dios, amigos y esperanza, pudiendo así parase firmemente sobre la escalera que conduce fuera del abismo del hambre y hacia la capacidad y la integridad, la utilidad y el cielo. Sin embargo, en la situación que él se encontraba hay en la actualidad cientos, o más bien miles. ¿Quién les tenderá una mano que los ayude? ¿Qué es lo que hay que hacer con ellos? ¿No sería más misericordioso matarlos inmediatamente en vez de aplastarlos hasta quitarles toda semblanza de humanidad? La sociedad retrocede ante este tipo de atajos. Sus virtuosos escrúpulos me recuerdan el subterfugio mediante el cual la ley inglesa evadió el veto a la tortura. La tortura estaba prohibida, pero la costumbre de presionar al testigo obstinado y quebrantar lentamente su voluntad hasta llevarlo a un paso de la muerte era una práctica legal. Lo sigue siendo en la actualidad. Cuando el criminal sale de la cárcel, el mundo entero no es más que un instrumento de presión, cuyo castigo es, sin duda, duro y cruel. Y la víctima no puede escapar, aun cuando abra su boca y hable.

CAPÍTULO VIII LOS HIJOS DE LOS PERDIDOS Independientemente de las opiniones que existan respecto de la posibilidad de hacer algo con los adultos, se admite universalmente que sí hay esperanzas para los niños. “Considero que la actual es una generación perdida”, señaló un prominente estadista liberal. “Nada puede hacerse con hombres y mujeres que han crecido en las presentes condiciones desmoralizadoras. Mi única esperanza es que sus hijos tengan una oportunidad mejor. La educación ayudará mucho.” Es lamentable, sin embargo, que nada se haga por mejorar esas condiciones desmoralizadoras — más bien, están empeorando en muchos sentidos. El deterioro de la población de nuestras grandes ciudades constituye uno de los hechos menos rebatidos de la economía social. El país es el caldo de cultivo de ciudadanos saludables. Si no fuera por el constante influjo de Campesinado, la Gentuza habría perecido ya hace mucho. Pero, desgraciadamente, los campos se despueblan. Las ciudades, Londres particularmente, se están atiborrando de masas no digeridas e indigestas de mano de obra y, como resultado, los niños sufren horrendamente. El niño criado en la ciudad está en gran desventaja si se le compara con sus primos del campo. No obstante, cada año hay más niños de ciudad y menos niños de campo. Para criar niños sanos, se requiere primero de un hogar; en segundo lugar, de leche; en tercero, de aire fresco; y en cuarto, de ejercicio bajo los verdes árboles y azules cielos. Todas estas cosas las poseen los hijos de los trabajadores agrícolas, o solían poseerlas. Porque las sombras de la vida Urbana se ciernen sobre los campos e incluso en el más remoto distrito rural el trabajador que ordeña las vacas ve con frecuencia que se le deniega la leche que sus hijos necesitan. La demanda constante de las grandes ciudades sofoca las reclamaciones del trabajador rural. El té y el aguachirle y la cerveza usurpan el lugar de la leche, y la médula y el nervio de la próxima generación están siendo sorbidos desde la cuna. Pero el niño de campo, aunque no obtenga más que leche descremada, y de ella sólo un poco, tiene al menos suficiente ejercicio y aire fresco. Establece relaciones humanas saludables con sus vecinos. Recibe cuidados y, en cierta forma, está en contacto con la vida del salón, de la vicaría y de la hacienda. Lleva una vida natural entre pájaros y árboles, y campos cultivados y animales de pastoreo. No es una mera hormiga humana, arrastrándose sobre el pavimento de granito del gran nido urbano, con un sistema nervioso desarrollado anómalamente y una constitución enfermiza. Mas, se dirá, el niño contemporáneo posee la invaluable ventaja de la Educación. No; no la posee. A los niños no se les educa. Pasan a presión por los “niveles escolares”, que les imparten una cierta familiaridad con el abecedario y la caligrafía y los números, pero no son educados en el sentido de desarrollar capacidades latentes que los habiliten para cumplir con los deberes de la vida. La nueva generación sabe leer, sin duda. De lo contrario, ¿cómo se explicarían las ventas de libros como “Sixteen String Jack”, “Dick Turpin” y otros parecidos? ¿Quién puede pretender que las niñas que egresan de nuestras escuelas están siquiera la mitad de bien educadas para realizar el trabajo de la vida que lo que estaban sus abuelas a la misma edad? ¿Cuántas de estas futuras madres saben hornear una hogaza de pan o lavar sus ropas? Salvo por cuidar a un bebé — una tarea que no puede soslayarse — ¿qué entrenamiento doméstico han recibido para calificar en el futuro como madres de familia?

E incluso la escolaridad, tal como está, ¿a qué costo se imparte muchas veces? Los rastrojos de la sentina humana llegan a la sala de clases y se mezclan con vuestros hijos. Vuestros pequeños — que nunca escucharon una palabra soez y que no sólo son inocentes, sino también ignorantes de todos los horrores del vicio y del pecado — pasan horas sentados junto a otros niños cuyos padres están habitualmente borrachos y juegan con otros cuyas ideas de entretención provienen del espectáculo familiar de las orgías nocturnas con las cuales sus madres se ganan el pan. Es bueno, sin duda, aprender el abecedario, pero no lo es tanto que en la adquisición de estos rudimentos indispensables vuestros hijos deban adquirir también el vocabulario de la ramera y del gañán de la esquina. Sólo hablo de lo que sé, y de lo que me ha llegado a través de las reiteradas quejas de mis Oficiales, cuando digo que la obscenidad del lenguaje de muchos niños en nuestras escuelas públicas difícilmente podría ser superada en Sodoma y Gomorra. La inocencia infantil es hermosa; pero el capullo pronto se destruye y para la madre constituye un cruel despertar cuando descubre que su hijo tiernamente criado, o su hija celosamente guardada, ha sido iniciado por un compañero en los misterios de la abominación que se esconden tras la expresión “casa de mala fama”. Un hogar se destruye en gran medida cuando la madre sigue al padre a la fábrica, y cuando las horas laborales son tan largas que éstos no tienen tiempo de ver a sus hijos. Los conductores de los buses de Londres, por ejemplo, ¿de qué tiempo disponen para cumplir con sus deberes cotidianos de padres? ¿Cómo puede un hombre que pasa catorce a dieciséis horas diarias en un bus tener tiempo para ser padre de sus hijos en algún sentido de la palabra? Escasamente tiene la oportunidad de verlos, excepto cuando están dormidos. Incluso el Día de Reposo, esa institución bendita, uno de los últimos reductos de la existencia humana, está siendo invadido. Muchas de las nuevas industrias que se han creado o desarrollado desde que era yo un niño desconocen la necesidad del hombre de disponer de un día libre a la semana. El ferrocarril, el correo, el tranvía, todos obligan a algunos de sus empleados a contentarse con menos del mínimo de tiempo libre que establece la palabra divina. En el campo, la oscuridad devuelve al padre que trabaja a sus pequeños. En la ciudad, el gas y la luz eléctrica permiten al empleador robarle a los niños el padre durante sus horas de vigilia y, en algunos casos, también la madre. Bajo algunas de las condiciones impuestas por la industria moderna, los niños no nacen realmente en un hogar, sino más bien se los desova en el mundo, como a los peces, con los resultados que tenemos a la vista. La disminución del afecto natural es una consecuencia inevitable de la substitución de la relación humana por la de cardumen. Un padre que nunca mece a su hijo sobre las rodillas no puede tener un sentido muy profundo de las responsabilidades de la paternidad. En el apuro y la presión de nuestra competitiva vida Urbana, miles de hombres carecen de tiempo para ser padres. Progenitores, sí; padres, no. Se requerirá de una buena dosis de directores de escuela para compensar esta situación. Si este es el caso, incluso con los niños constantemente ocupados, puede uno imaginarse el tipo de vida hogareña que tienen los hijos de los mendigos o los del trabajador ocasional, del ladrón y de la ramera. Porque todos ellos tienen hijos, aunque no tengan hogares en los cuales criarlos. No hay pájaro en los bosques que no prepare algún tipo de nido donde empollar o criar a sus pequeños, aunque no sea más que un hoyo en la arena o unas pocas ramillas entrelazadas en el follaje. Pero, nuestra gente, ¿a cuántos pequeños da a luz antes de tener un nido preparado para recibirlos?

Pensad en las multitudes de niños que nacen en nuestros albergues temporales, niños de los cuales se puede decir que “son concebidos en el pecado y moldeados en la iniquidad”; y como castigo por los pecados de los padres, son estigmatizados desde su nacimiento con el apelativo de bastardos, peor que la orfandad y la falta de hogar y de amigos, y “condenados al perverso mundo”, en el cual incluso aquellos que tienen las ventajas de una buena vida familiar y de una cuidada educ ación encuentran difícil forjarse el camino. A veces, es cierto, el amor apasionado que siente la madre abandonada hacia el hijo que es el símbolo visible y el terrible resultado de sus errores escuda al pequeño de sus enemigos. Mas pensad con qué frecuencia la madre ve la llegada del hijo con desprecio y horror; cómo el descubrimiento de que está por ser madre la afecta como una pesadilla; y cómo nada, salvo el temor a la soga del verdugo, evita que estrangule al bebé al momento de traerlo al mundo. ¿Qué posibilidades tiene ese niño? Y existen tantos como él. En un país que no voy a nombrar existe un sistema científicamente organizado de infanticidio, oculto bajo el disfraz de la filantropía. En sus principales ciudades existen gigantescas inclusas, donde se proporciona todo confort y avance científico a los niños abandonados, con el resultado de que la mitad de ellos muere. A las madres se les ahorra el crimen. El Estado asume esa responsabilidad. Aquí hacemos algo parecido, pero nuestras inclusas son las Calles, los Albergues Temporales y la Tumba. Cuando un juez inglés nos dice, como lo dijera el otro día el Juez Wills, que hay una cantidad de padres que asesinarían a sus hijos por las pocas libras del dinero del seguro, podemos formarnos una idea del horror de la existencia a la que muchos niños de esta grandemente favorecida nación se ven impelidos al nacer. Los hogares hacinados de los pobres obligan a los hijos a presenciarlo todo. Con frecuencia, la moralidad sexual no tiene ningún signific ado para ellos. El incesto es tan normal que rara vez suscita comentarios. La amarga miseria de los pobres los obliga a dejar a sus hijos a medio alimentar. Hay pocas visiones más grotescas en la historia de la civilización que la de la asistencia obligatoria de los niños a la escuela, desfallecientes de hambre porque no han tomado un desayuno y sin saber si podrán conseguir siquiera un pedazo de pan añejo para la almuerzo una vez que se les haya impartido su ración matutina de educación. Los niños hamb reados, alojados y criados de esta forma, a la buena de Dios, sin un padre o una madre, no son precisamente el material más prometedor para futuros ciudadanos y gobernantes del Imperio, independientemente de lo bien o mal que se les eduque. Si no intervenimos, ¿qué base de esperanza existe, entonces, de que la nueva generación sea mejor que la de sus padres? Me parece que la situación es más bien la opuesta. La anarquía de nuestros muchachos, el creciente libertinaje de nuestras muchachas, la pérdida general del sentido hogareño producto de nuestras fábricas y escuelas, distan mucho de ser confortadoras. Nuestros jóvenes no han aprendido jamás a obedecer. Las pandillas de adolescentes en Lisson Grove y los vándalos de Manchester son un ominoso síntoma de una situación social que no mejorará sin intervención externa. Es el hogar el que ha sido destruido, y con él las virtudes hogareñas. Son las multitudes desamparadas, nómades, hambrientas, las que están criando una población indisciplinada, maldecida desde el nacimiento con debilidades físicas hereditarias y con defectos genéticos de carácter. Es inútil que esperemos corregir la situación encerrando a los niños en barracas. El niño criado en una institución es con demasiada frecuencia sólo medio humano, no habiendo conocido el amor de la

madre y el cuidado del padre. Para los hombres y mujeres que carecen de hogar, los niños deben ser en mayor o menor medida una carga. Su llegada genera impaciencia y, a menudo, es impedida por medio del crimen. El pequeño extraño e inoportuno recibe malos cuidados, mala alimentación y toda posible oportunidad de morir. No vale la pena hacer nada por aumentar sus posibilidades de sobrevivir que no sea la Reconstitución del Hogar. Mas, entre nosotros y el ideal, ¡qué vasta es la brecha! No obstante, si algo práctico ha de hacerse, la brecha tendrá que ser superada.

CAPÍTULO IX ¿ES QUE NO HAY AYUDA POSIBLE? Aquellos que me han seguido hasta este punto podrán decir que, aunque es absolutamente verdad que hay muchos desocupados y no menos verdad que muchos duermen en el Embankment — el paseo que bordea el río Támesis — y otros lugares, la ley ha proporcionado un recurso, y si no un recurso al menos un método, para lidiar con estos sufrientes de manera adecuada. De hecho, en algunos círculos se nos explica que el estado actual de las cosas es inevitable, pero se nos asegura que no se requiere de mecanismos adicionales. Todo lo que es necesario para estos fines ya se encuentra en funcionamiento, y crear cualquier otro mecanismo adicional haría más mal que bien.” Ahora bien, ¿cuáles son los mecanismos con los que la Sociedad, ya sea a través de la organización del Estado o de iniciativas privadas, pretende abordar el problema del residuo sumergido? En un momento consideré dedicar bastante espacio a la descripción de las instancias existentes, como también a ciertas observaciones que obligadamente han llamado mi atención en cuanto a sus fracasos y causas. No obstante, la necesidad de subordinarlo todo al supremo propósito de esta obra, que es mostrar cómo puede dejarse penetrar la luz en las entrañas de la Inglaterra Oscura, me obligan a tratar superficialmente este aspecto del tema y a referirme sólo brevemente a las obras bienintencionadas, pero de escasos resultados con que se ha intentado solucionar este inmenso y horroroso mal. El primer lugar debe concederse naturalmente a la aplicación de la Ley de Asistencia Pública. Legalmente, el Estado asume la responsabilidad de proporcionar alimento y techo a todo hombre, mujer y niño que se encuentre en completa indigencia. En términos prácticos, sin embargo, el Estado elude esta responsabilidad imponiendo a los solicitantes condiciones que son odiosas y repulsivas, por no decir imposibles. Acerca del método de aplicación de la Ley de Asistencia Pública en lo que respecta a los internos en asilos para pobres o a la distribución de ayuda social, no digo nada. Ambos casos plantean grandes interrogantes que son ajenas a mi propósito inmediato. No necesito más que indicar las limitaciones —las limitaciones necesarias, quizás — con las que opera la Ley de Asistencia Pública. Ningún inglés puede vivir de la caridad pública mientras posea algo a lo que pueda llamar propio. Cuando la indigencia se prolonga hasta su más amargo extremo, cuando una por una se ha vendido o empeñado cada pieza de mobiliario doméstico, cuando han fracasado todos los esfuerzos por conseguir un empleo, y cuando ya no os queda nada excepto las ropas que vestís, entonces podéis presentaros ante el funcionario de servicio social y conseguiros un lugar en el Asilo de Pobres, cuya administración varía infinitamente según la voluntad del Consejo de Guardadores bajo cuyo control se encuentra en ese momento. Sin embargo, si no os habéis hundido lo suficiente en la necesidad como para estar dispuesto a sacrificar vuestra libertad en aras de la comida, el abrigo y el techo que os ofrece el Asilo de Pobres, sino tan sólo os encontráis transitoriamente sin trabajo y en búsqueda de uno, entonces os encamináis a un Albergue Temporal. Allí se os acoge y proporciona lo básico, bajo el principio de que esto os resulte lo más desagradable posible, para disuadiros de aceptar nuevamente la hospitalidad del Estado — y, ciertamente, en justificación de este sistema mucho pueden decir los Economistas Políticos. Pero lo que resulta completamente injustificable son las

extremas precauciones que se adoptan para hacer que, tras su noche de descanso, al desempleado ocasional le resulte imposible reanudar la búsqueda de trabajo al día siguiente. Según los reglamentos vigentes, si os veis en la necesidad de acudir al Albergue Temporal el lunes por la noche, estáis obligado a permanecer en él al menos hasta el miércoles por la mañana. La teoría detrás de este sistema es que los individuos transitoriamente pobres y sin trabajo, encontrándose sin recursos y sin techo, pueden recibir, previa solicitud, alojamiento, cena y desayuno, y a cambio de ello realizar alguna tarea o trabajo, no necesariamente como pago por la ayuda recibida, sino simplemente como una prueba de su voluntad de trabajar para ganarse la vida. El trabajo que se les asigna es el mismo que realizan los criminales en la cárcel: preparar estopa de calafateo o picar piedras. El trabajo, además, es excesivo en relación con lo que se recibe. Preparar cuatro libras de estopa de calafateo es una tarea de por sí difícil para un experto y un ayudante entrenado. El novato sólo puede lograrlo con muchísima dificultad, si de hecho es capaz de hacerlo del todo. El volumen es incluso mayor que el que se exige a un presidiario. Picar piedras es una prueba monstruosa. Media tonelada de piedras por hombre a cambio de la satisfacción parcial de su hambre es escandaloso; y si leyésemos que algo similar ocurre en Rusia o Siberia, encontraríamos muchedumbres indignadas protestando en Exeter Hall y Hyde Park. Pero como este sistema se implementa ante nuestros propios ojos, muy pocos parecen notarlo. La realización de estas tareas se espera de todos los recién llegados: criaturas de la calle, hambrientas, mal vestidas, alimentadas a medias, con los pies heridos y exhaustas; y, si no las realizan, la alternativa es el juez y la cárcel. El antiguo sistema, que exigía la preparación de una libra de estopas de calafateo, ya era deficiente. La realización de la tarea tomaba generalmente hasta el siguiente mediodía, lo que hacía imposible que los hombres saliesen en busca de trabajo y los obligaba a pasar otra noche en el albergue. Sin embargo, el Consejo de Administración Local intervino y ordenó que se retuviese al Albergado durante todo el día y la segunda noche, aumentando por cuatro la cantidad de trabajo exigida. En términos del actual sistema, entonces, la pena por buscar albergue fuera de las calles es un día completo y dos noches de encarcelamiento virtual, y una tarea casi imposible que, si no es realizada, expone a la víctima a ser arrastrada ante un juez y enviada a la cárcel como un delincuente y un vagabundo, mientras que en el Albergue Temporal se le trata prácticamente como a un criminal. Duermen en una celda con un apartamento en el fondo, donde se realiza el trabajo, recibiendo a la medianoche una libra de mazamorra y ocho onzas de pan, y lo mismo para el desayuno a la mañana siguiente, con media libra de estopa de calafateo y piedras para mantenerlos ocupados durante un día. Las camas son mayormente de tablas; los cobertores, insuficientes; la comodidad, nula . No debemos olvidar que éste es el trato aplicado a aquellos que son supuestamente pobres Transitorios, que se encuentra en una transición difícil y que caminan de lugar en lugar en busca de algún empleo. El trato que se da a las mujeres es el siguiente: las internas deben permanecer en el Albergue Temporal dos noches y un día, tiempo durante el cual deben preparar dos libras de estopa de calafateo o trabajar en la tina de lavado. Mientras trabajan en esta última, están autorizadas a lavar sus propias ropas, pero no pueden hacerlo si son destinadas a la otra tarea. Si acuden más de una vez al mismo Albergue

Temporal, son retenidas durante tres días por orden de un inspector, cada vez que aparecen, o si en un mes duermen dos veces en él, el director del Albergue tiene la facultad de retenerlas durante tres días. Hay cuatro inspectores que visitan los distintos Albergues Temporales; si la interna es vista por uno de los inspectores (que visitan alternadamente todos los Albergues) en cualquiera de los que ha visitado previamente, es retenida tres días en cada uno. El inspector, un varón, visita los albergues a las horas más inesperadas, incluso cuando las mujeres están en cama. En algunos albergues las camas se componen de paja y dos frazadas; en otros, de fibra de coco y dos frazadas. Las internas se levantan a las 5:45 de la mañana y se van a la cama a las 19:00 horas. Si no terminan de preparar las sogas de calafateo para las 19:00 horas, permanecen en pie hasta que lo hacen. Si una interna no regresa al albergue antes de las 12:30 de la noche, la retienen un día adicional. La forma en que esto opera, sin embargo, puede entenderse mejor con las siguientes declaraciones, ofrecidas por mujeres que han estado en los albergues y que, por lo tanto, hablan con la voz de la experiencia en cuanto a la forma en que el sistema afecta al individuo: — J.C. conoce bien los Albe rgues Temporales. Ha estado en el de St. Giles, Whitechapel, St. George, Paddington, Marylebone y Mile End. Varían un poco en sus detalles, pero como regla general sus puertas abren a las 6. Entráis; os dicen cuál es el trabajo y que si no lo termináis, quedáis expuesta a encarcelamiento. Luego tomáis un baño. En algunos lugares el agua es sucia. Como regla, tres personas se bañan en la misma agua. En Whitechapel (he estado allí tres veces) siempre ha sido sucia; también en St. George. En Mile End no tuve baño; había escasez de agua. Si reclamáis, os llevan a la policía. Luego hacéis un bulto con la ropa y os dan una camisa de dormir. En la mayoría de los albergues se les sirve cena a los hombres, que la llevan a la cama y comen allí. Algunas camas están en celdas; otras, en grandes dormitorios. Os levantáis a las 6 de la mañana y realizáis la tarea que se os asigna. La cantidad de piedras que debéis picar es excesiva; y la preparación de las sogas de calafateo también es una tarea pesada. La comida varía. En St. Giles, la mazamorra que queda de la noche anterior se hierve para el desayuno y, por lo tanto, está agria; el pan está esponjoso, lleno de hoyos y no pesa la cantidad reglamentaria. La cena consiste en 8 onzas de pan y 1 ½ onza de queso, y se va así de rápido; ¿cómo puede la gente hacer su trabajo? Os dan agua para beber si tocáis la campanilla de la celda para pedirla, esto es, os dicen que esperéis y la traen media hora más tarde. A los Albergues acude una buena cantidad de truhanes, pero hay más hombres que sólo desean trabajar. J.D., 25 años; londinense; no puede conseguir trabajo, lo intentó arduamente; se le ha rechazado varias veces a causa de no tener un domicilio fijo; piensan que es sospechoso “no tener un hogar”. Parece ser un hombre decente, bien dispuesto. Tomó dos peniques de sopa esta mañana, lo que ha debido durarle todo el día. Ayer ganó 1 chelín y 6 peniques distribuyendo impresos; nada el día anterior. Ha estado en un buen número de Albergues Temporales en Londres. Piensa que no sirven para nada, porque le retienen todo el día, cuando podría estar abocado a buscar trabajo. No desea refugio durante el día, lo que desea es trabajo. Si acude al mismo Albergue Temporal dos veces en el mes, le retienen por cuatro días. Considera que el alimento es insuficiente para realizar el trabajo requerido. Si no se termina a tiempo, particularmente cuando hay un superintendente abusivo, se está expuesto a 21 días de prisión. Ha pasado 21 días encarcelado por rehusarse a efectuar el trabajo con esa dieta mínima cuando no se ha sentido bien. No puede lograr que se haga justicia; el doctor siempre está de lado del superintendente.

J.S.; realiza trabajos menudos. Trabaja como hombre- anuncio, cuando puede conseguirlo. Hay necesidad de ello por 1 chelín y 2 peniques diarios. Ayer llevó un par de paquetes; obtuvo 5 peniques; también comió algo de pan y carne, que le dio un trabajador, de manera que en general tuvo un buen día. A veces pasa todo el día sin comer, y muchos más lo hacen. Duerme en el Embankment y de vez en cuando en un Albergue Temporal. Este último es bastante limpio y confortable, pero le retienen todo el día; eso significa que no hay posibilidad de encontrar trabajo. Tenía un trabajo de oficinista, pero lo perdió y no pudo encontrar otro; hay tantos oficinistas. “Un Vago” dice: “He estado en casi todos los Albergues Temporales de Londres; estuve en el de la calle Macklin, Drury Lane, la semana pasada. Os retienen por dos noches y un día, y más si os reconocen. Debéis picar 500 kilos de piedras o preparar cuatro libras de sogas de calafateo. Ambas tareas son duras. Unos treinta acuden cada noche a la calle Macklin. La alimentación consiste en 1 pinta de mazamorra y 6 onzas de pan para el desayuno; 8 onzas de pan y 1 ½ onzas de queso para la comida; el té, lo mismo que el desayuno. No hay cena. No es suficiente para efectuar el trabajo. Os obligan a tomar un baño, por cierto; a veces el baño se comparte entre tres; si reclamáis, se molestan y os preguntan si creéis que estáis en un palacio. He estado en el Asilo Mitcham; el rancho es bueno: 1 ½ pinta de mazamorra y 8 onzas de pan para el desayuno; lo mismo para la cena. F.K.W.; panadero. He trabajado como hombre- anuncio hoy; gané un chelín trabajando desde las 9 hasta las 5. He llevado este tipo de vida por seis años. Solía trabajar en una panadería, pero tuve un edema cerebral y no podía soportar el calor. He conocido casi todos los Albergues Temporales de Inglaterra. Tratan muy mal a los hombres. Deben trabajar duro, además. Ha debido trabajar sintiéndose realmente mal. En el de Peckham Union (conocido ahora como Camberwell), fue incapaz de hacerlo por causa de su debilidad y acudió al doctor, quien, poniéndose de lado de los otros funcionarios, se negó a permitirle que no trabajara. Se enfrentó al doctor, diciéndole que él no entendía el trabajo; el resultado fue tres días de prisión. Antes de decidirse a acudir al Albergue Temporal, pasó siete noches consecutivas en el Embankment; pero al final fue al Albergue. La política deliberada de hacer el albergue nocturno lo más desagradable posible para los desempleados, y de crear la mayor cantidad posible de obstáculos para impedirles encontrar trabajo al día siguiente, busca, sin duda, minimizar el número de internos, y ciertamente ha tenido éxito en ello. En todo Londres, el número de internos alojados en Albergues Temporales cada noche es de 1.136. Es decir, las condiciones que se imponen son tan severas que la mayoría de los Desempleados prefiere dormir al aire libre, arriesgándose al inclemente e impredecible clima inglés, en lugar de pasar por la experiencia del Albergue Temporal. Me parece que esta forma de enfrentar la angustia no soluciona las dificultades, sino más bien las evade. Obviamente, un sistema que sólo ayuda a 1.136 personas cada noche es absolutamente inadecuado para lidiar con los incontables Desempleados desamparados. Pero, aunque por algún milagro pudiésemos usar los Albergues Temporales para cuidar de todos los que buscan empleo diariamente sin un lugar donde descansar sus cabezas, excepto las cunetas o el respaldo de un banco en el Embankment, ello no tendría ni el menor efecto sobre las masas de miseria humana con las que hemos de lidiar. Por la siguiente razón: la administración de los Albergues Temporales es mecánica, rutinaria y formal. Para el Oficial, a cargo el interno es sólo un interno más. No se hace ningún esfuerzo más que el de

proporcionar los requerimientos básicos de la existencia. Jamás se ha intentado tratarles como seres humanos, abordarles como seres humanos, apelar a sus corazones, ayudarles a sostenerse nuevamente de pie. Son meras unidades, ni mejor consideradas ni mejor cuidadas que granos de café en una moledora; y, como resultado neto de mi experiencia y observación de los hombres y las cosas, debo aseverar categóricamente que todo lo que deshumanice al individuo, todo lo que trate al individuo como si sólo fuese un número más dentro de una serie o un rayo más en una rueda, sin considerar el carácter, aspiraciones, tentaciones e idiosincrasias humanas, está condenado a fracasar estrepitosamente como sistema paliativo. El Albergue Temporal, en el mejor de los casos, es un sórdido lugar de descanso para estos Internos en su carrera descendente. Si algo ha de hacerse por estos hombres, debe hacerse a través de sistemas distintos a los que están contemplados en la Ley de Pobreza. El segundo método por el cual la Sociedad intenta cumplir su deber para con las masas desplazadas son los esfuerzos heterogéneos y variopintos que se agrupan bajo el denominador genérico de Caridad. Nada es más ajeno a mis intenciones que criticar las iniciativas motivadas por el sincero deseo de aliviar la miseria de nuestros pobres compatriotas, pero las más caritativas son también las que lamentan los mayores fracasos que hasta ahora han sufrido sus esfuerzos por hacer algo más que aliviar temporalmente el dolor o lograr una mejora ocasional en la condición de los individuos. Hay muchas instituciones, excelentes en su ámbito, sin las cuales es difícil contemplar cómo podría arreglárselas la sociedad; pero, aunque han realizado todos los esfuerzos posibles, seguimos viéndonos enfrentados a esta gran y horrorosa masa de miseria humana, un perfecto atolladero de Ciénaga Humana. Tratarán de vaciarla con una cuchara, pero drenarla por completo constituye una empresa que excede la capacidad imaginativa de la mayoría de los que dedican sus vidas al trabajo filantrópico. Indudablemente, es mejor acoger al individuo y alimentarle día a día, vendar sus heridas y curar sus enfermedades, que no hacer nada; pero seguiremos así eternamente, a menos que se haga algo más; y lo peor de todo es que las autoridades concuerdan en que si sólo se hace esto, el mal que intentamos solucionar probablemente se acrecentará, y que, por lo mismo, sería mucho mejor dejar las cosas tal como están. Actualmente no se hace intento alguno de emprender una Acción Concertada. Cada uno aborda el caso que puntualmente tiene ante sí, y el resultado es lo que cabría esperar: un enorme gasto, pero las utilidades, ¡ay!, ínfimas. Sin embargo, el hecho de que se destine tanto a la asistencia temporal y el mero alivio de la miseria justifican mi confianza de que si se diseñase un Plan Práctico para abordar el prob lema de manera permanente e integral, no habría falta de acciones de guerra. Es, sin duda, provechoso administrar de vez en cuando un anestésico, pero es mucho más meritorio lograr la Cura del Paciente, y este último es en quien debemos pensar constanteme nte al abordar este problema. El tercer método con el que la Sociedad intenta recuperar a los perdidos es el de la poco sofisticada y brutal cirugía de la Cárcel. Sobre ella podría escribirse un tratado completo, pero una vez terminado no sería más que una demostración de que nuestro sistema penitenciario ha sido incapaz de apuntar a lo que debería ser el blanco esencial de todo sistema de castigo. No es Reformador, ni se administra como si se pretendiera serlo. Es punitivo y nada más que punitivo. La administración completa debe reformarse desde la cúspide hasta la base en

conformidad con este principio fundamental; es decir, el presidiario debe sufrir un castigo que en justicia repare el daño causado por su crimen a la sociedad, pero que al mismo tiempo concite en su mente el deseo de llevar una vida honesta e induzca en su voluntad y carácter el cambio que lo lleve a poner en práctica ese deseo. Actualmente, las Prisiones no son más que una Escuela de Crimen, una presentación en la sociedad de los criminales, la petrificación de todo sentimiento humano duradero y una mera Bastilla de Miseria. La marca de la prisión queda estampada en quienes van a ella, y tan indeleblemente que pareciera perdurar toda la vida. Entrar una vez en la Prisión significa, en muchos casos, el retorno cierto a ella en el corto plazo. Todo esto debe cambiar y será cambiado una vez que el trabajo de la Reforma de Prisiones sea asumido por hombres que entiendan del tema, que crean que es posible reformar la naturaleza humana de todas sus depravaciones y que sientan verdadera compasión por esta clase en cuyo beneficio trabajan; y una vez que aquellos directamente responsables del cuidado de los criminales se aboquen a su regeneración con este mismo espíritu. La problemática de la Reforma de Prisiones es tanto más urgente porque la Sociedad no cuenta con más recurso que la Cárcel para lidiar con sus clases desesperanzadas. Si una mujer, arrastrada a la locura por la vergüenza, se lanza al río y es rescatada con vida, la enviamos a Prisión bajo cargo de intento de suicidio. Si un hombre, desesperado por la falta de trabajo y el hambre, roba alimento, se le somete sin dilación a la misma agencia reformadora. La poco sofisticada cirugía con la que tratamos a nuestros pacientes sociales nos hace recordar los procedimientos de los antiguos médicos. Todavía sobreviven en la memoria de las gentes los doctores que recetaban sangrías para cualquier enfermedad, y los enfermeros de los asilos cuya idea de curar la mente enferma era meter el cuerpo en una camisa de fuerza. La ciencia moderna se ríe con desprecio de estos sencillos “remedios” de una era no científica, y declara que constituían, en la mayoría de los casos, el método más eficaz para agravar la enfermedad que intentaban curar. Pero en cuanto a males sociales todavía nos hallamos en la era de la sangría y la camisa de fuerza. La Cárcel es nuestra única respuesta para la Miseria. Cuando todo lo demás fracase, la Sociedad se comprometerá a alimentar, vestir, abrigar y albergar a un hombre si tan sólo comete un crimen. Y, además, lo hará de forma tal que su accionar no constituirá una ayuda temporal, sino una necesidad permanente. La Sociedad le dice al individuo: “Si queréis haceros merecedor de alojamiento y comida gratis, debéis cometer un crimen. Mas, si lo hacéis, deberéis pagar por ello. Deberéis permitirme arruinar vuestro carácter y condenaros por el resto de vuestros días a una vida de indigencia, modificada ocasionalmente por los éxitos de la criminalidad. Os convertiréis en el Hijo del Estado, pero a cambio os condenaremos a una perdición temporal, de la cual no se os permitirá escapar jamás, y en la cual seréis una carga para nuestros recursos y una fuente constante de ansiedad e inconveniencia para las autoridades. Os alimentaremos, ciertamente, pero a cambio vos permitiréis que yo os condene.” Me parece que éstas no deberían ser las últimas palabras de la Sociedad Civilizada. “Ciertamente, no”, dicen otros. “La emigración es el verdadero remedio. Las tierras baldías de nuestro mundo claman por mano de obra excedente. La emigración es la panacea.” No tengo reparos contra la emigración. Nuestros criminales lunáticos podrían objetar la transferencia del hambriento Juan desde una covacha hacinada — donde no puede siquiera obtener suficientes patatas podridas para calmar los calambres que le produce la camisa de fuerza, y se ve tentado a dejar morir a su hijo por el dinero de un seguro — a una tierra abundante en leche y miel, donde puede

comer carne tres veces al día y donde para el hombre los hijos son su riqueza. Pero igualmente podríais abandonar a un recién nacido desnudo en medio de un campo recién sembrado en marzo y esperar que sobreviviese y se desarrollase sano y vigoroso, que esperar que la emigración produjese resultados exitosos según los lineamientos establecidos por algunos. El niño, sin duda, posee dentro de sí capacidades latentes que, una vez que el tiempo y el entrenamiento actúen, le permitirán recoger la cosecha de una tierra fértil, y el campo nuevamente sembrado quedará cubierto de espigas doradas en agosto. Pero estos hechos no permitirán al niño acallar su hambre con terrones de tierra en la fría primavera. Con la emigración sucede lo mismo. Es lisa y llanamente criminal tomar a una multitud de hombres y mujeres no entrenados y desembarcarlos sin un centavo y sin ningún tipo de ayuda en las costas de algún nuevo continente. El resultado de este procedimiento está a la vista en las ciudades norteamericanas: en la degradación de sus barriadas y en la desmoralización de los miles que, en sus países natales, llevaban una vida decente y laboriosa. Pocos meses atrás, en Paramatta, Nueva Gales del Sur, un hombre joven que había emigrado con la vaga esperanza de mejorar su fortuna se encontró desamparado, amigos y dinero. Era oficinista. En Paramatta ya no querían más oficinistas. Los negocios estaban malos, el empleo escaseaba, incluso para los hombres con experiencia. Pasó día tras día buscando empleo sin conseguir ninguno. Finalmente, se le agotaron los recursos. Pasó todo un día sin comer; en la noche, durmió donde pudo. Llegó la mañana y se encontró desesperado. Transcurrió otro día en el que no comió. Se hizo de noche. No pudo dormir. Deambuló interminablemente. Por último, cerc a de la medianoche, se le ocurrió una idea. Tomó un ladrillo y lo lanzó deliberadamente contra la vidriera de una joyería, rompiendo el cristal. No hizo ni el menor intento de robar: simplemente quebró el vidrio y se sentó en la calle a esperar que llegara la policía. Esperó varias horas; finalmente apareció un inspector. Se entregó y se le condujo a una celda. “Al menos ahora tendré algo que comer”, reflexionó. Estaba en lo cierto. Se le sentenció a un año de prisión y en este momento se encuentra en la cárcel. Esta misma mañana ha recibido su ración, y en este mismo momento es alojado, vestido y alimentado por cuenta de nuestros impuestos. Se ha convertido en el hijo del Estado y, en consecuencia, en un condenado social. Así, la propia emigración, en lugar de ser una panacea, nos devuelve a veces a la puerta de la prisión. Emigración, sí. Pero, ¿a quiénes hemos de hacer emigrar? ¿A estas muchachas que no saben ni hornear un pan? ¿A estos muchachos que jamás han manejado una pala? ¿Y adónde hemos de hacerlos emigrar? ¿Queréis convertir las Colonias en botaderos para la basura humana? Sobre este punto los colonos tendrán algo que decir, si es que hay colonos; y donde no los haya, ¿cómo alimentaréis, vestiréis y emplearéis a vuestros emigrantes en las deshabitadas tierras salvajes? La inmigración, sin duda, es el ingrediente indispensable de una colonia, al igual que el pan es la fuente de la vida. Pero, si llenásemos a la fuerza un estómago con trigo, provocaríamos tal ataque de indigestión que, a menos que la víctima vomitara la masa indigesta de granos crudos y enteros, nunca más desearía otra comida. Lo mismo sucede con las nuevas colonias y la mano de obra excedente de otros países. La emigración por sí misma no es una panacea. ¿Lo es la Educación? En cierto sentido, podría ser, puesto que la Educación, el desarrollo en el hombre de todas las capacidades latentes de mejoramiento, todo lo puede curar. Pero la Educación a la que los hombres se refieren cuando hablan de ella no es más que escolaridad. Sólo

un insensato se pronunciaría en contra de la enseñanza escolar. Por supuesto que debemos hacer que nuestros hijos se eduquen. Pero, una vez que los hemos hecho pasar por el Molino Escolar, tenemos la suficiente experiencia como para apreciar que no egresan siendo los seres renovados y regenerados que esperaban los que aprobaron la Ley de Educación. Los “matones” que acuchillan a personas inofensivas en Lancashire, las pandillas de el Oeste de Londres, pertenecen a la generación que ha gozado de las ventajas de la Educación Obligatoria. La Educación, el aprendizaje y la escolaridad no resolverán la dificultad. Ayudan, no podemos negarlo. Pero en cierto sentido la agravan. La escuela común a la que asisten los hijos de ladrones y rameras y borrachos, para sentarse junto a nuestros pequeños, rara vez es un templo de virtudes. Es más bien una universidad de los vicios. Los malos infectan a los buenos, y vuestro hijo e hija regresan a casa empapados con la contaminación de malas compañ ías, familiarizados con las obscenidades más horribles de las barriadas. Otro gran mal es la medida en que nuestra Educación tiende a sobreabastecer el mercado laboral con material para tinterillos y tenderos, e inculca en nuestros jóvenes el desprecio hacia el trabajo físico. Muchos de los casos más desesperados que encontramos en nuestros Albergues son hombres que cuentan con una educación apreciable. Nuestras escuelas ayudan a capacitar al hambriento para que cuente su historia en un lenguaje sintácticamente más correcto que el que usaba su padre, pero no le alimentan ni le enseñan dónde ir para obtener alimento. Distan mucho de hacerlo, ya que más bien aumentan la tendencia de acercarse a esos canales donde el alimento es menos seguro, puesto que el empleo es mucho más incierto y el mercado sobreabastecido. “Intentad en los Sindicatos”, dicen algunos, y su consejo es seguido por muchos. El Sindicalismo presenta muchas y grandes ventajas. La fábula del atado de ramas es válida en todas las épocas. Mientras más se agrupen los trabajadores en organizaciones voluntarias, creadas y administradas por ellos mismos para el resguardo de sus propios intereses, mejor — por lo menos en este mundo — y no sólo para sus propios intereses, sino para los de cada segmento de la comunidad. Pero, ¿podemos apoyarnos en esta agencia como un medio para solucionar los problemas que enfrentamos? El Sindicalismo ha reinado durante una generación. Hace veinte años fue liberado de todas las trabas legales bajo las que operaba. Pero no se ha extendido a todo el país. No ha organizado a la mano de obra calificada. Casi no ha tocado a la no calificada. En el Congreso Sindical de Liverpool estuvieron representados apenas un millón y medio de trabajadores. Las mujeres están excluidas casi por completo. Los Sindicatos no solamente representan a una fracción de las clases obreras, sino que además son incapaces, por lo prescribe su propia constitución, de lidiar con aquellos que no están afiliados a ellos. ¿Qué bases hay, entonces, para esperar que el Sindicalismo resuelva por sí solo las dificultades? Los Sindicalistas más experimentados serán los primeros en admitir que cualquier plan que pueda solucionar adecuadamente el problema de los desocupados y de otros que están cuasi desocupados y que forman el material de reclutamiento para los rompehuelgas y que los pone en serios aprietos, sería, de entre todos los posibles, el que más beneficiaría al Sindicalismo. Lo mismo puede decirse del Cooperativismo. Personalmente, soy un firme creyente en el Cooperativismo, pero éste debe basarse en el espíritu de benevolencia. No veo cómo pueda efectuarse una realineamiento pacífico de las relaciones económicas y sociales de las clases de este país, si no es a través de la sustitución gradual del actual sistema de salarios por el de asociaciones cooperativas. Como apreciaréis en los capítulos siguientes, mis propuestas distan mucho de contener aspectos que se contrapongan a la adopción eventual de la solución cooperativista; es más, considero que el Cooperativismo es uno de los principales elementos de esperanza para el futuro. Pero aquí no tenemos que lidiar

con el futuro último, sino con el presente inmediato, y para los males que debemos solucionar ahora las organizaciones cooperativas existentes no nos prestan, y no nos pueden prestar, mucha ayuda. Otro aspecto — no deseo llamarlo requisito; es sólo un nombre, una mera burla de requisito, de manera que permítanme referirme a él como otra sugerencia que se hace al debatir este ma l, es la Frugalidad. La Frugalidad es una gran virtud, no cabe duda. Pero, ¿cómo puede la frugalidad beneficiar a los que nada tienen? ¿Qué utilidad tiene la prédica de la Frugalidad para un hombre que ayer no tuvo nada que comer y que hoy no tiene ni tres peniques para pagar por un alojamiento? Vivir sin nada es lo suficientemente difícil, pero ahorrar cuando no se tiene nada constituiría un desafío imposible hasta para el más sagaz de los economistas. Admito sin reservas que todo Plan que debilite el incentivo de la Frugalidad sería dañino. Pero es un error imaginar que la condenación social es un incentivo para la Frugalidad. Opera menos allí donde debiera sentirse con más fuerza. Los Planes que podamos concebir no disminuirán notoriamente las inf luencias disuasivas que inclinan al hombre a ahorrar. Pero es inútil perder el tiempo en una súplica que sólo se expresa como excusa para la falta de acción. La Frugalidad es una gran virtud, y nunca su inculcación deben perderla de vista aquellos que pretenden “educar y salvar a la gente”. En ningún sentido es un requisito para la salvación de los descarriados y perdidos. Incluso entre los más miserables de los miserables, un hombre debe tener un propósito y una esperanza antes de ahorrar medio penique. “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”, así se resume la filosofía de quienes no tienen esperanza. En la frugalidad del campesino francés vemos que la tentación de comer y beber es capaz de quedar categóricamente subordinada al propósito ulterior de acumular una dote para la hija o de adquirir otro poco de tierra para heredar al hijo. Respecto de los programas adelantados por aquellos que proponen crear un nuevo paraíso en la tierra por medio de la distribución más científica del oro y la plata que tintinea en los bolsillos de la humanidad, nada necesito decir aquí. Sus intenciones pueden ser buenas o tal vez no. Nada digo contra los atajos para llegar al Milenio que sean compatibles con los Diez Mandamientos. Siento profunda simpatía por las aspiraciones que yacen tras esos sueños socialistas. Pero ya se trate del Impuesto Único a los Bienes Raíces de Henry George o del Nacionalismo de Edward Bellamy o de los planes más elaborados de los Cooperativistas, mi actitud hacia ellos es la misma. Deseo lograr lo mismo que estas personas bienintencionadas. Pero soy un hombre práctico, que pretende solucionar los problemas actuales, de hoy día. No tengo teorías preconcebidas y me jacto de estar libre de todo prejuicio. Estoy dispuesto a sentarme a los pies de quienquiera que me muestre una buena solución. Mantengo mi mente abierta ante todos estos temas; estoy preparado para abrazar cualquier Utopía que me sea propuesta. Pero debe encontrarse al alcance de mis manos. No me es de ninguna utilidad si se encuentra en las nubes. Los cheques del Banco del Porvenir los acepto gustosamente como un regalo, mas no osaría aceptarlos como moneda de circulación legal ni intentaría cobrarlos en el Banco de Inglaterra. Es posible que nada pueda tener una solución permanente sino hasta que todo haya sido vuelto al revés. Hay ciertamente tantas cosas que necesitan transformarse, empezando por el corazón de cada hombre y mujer, que no voy a reñir con ningún Visionario que, en su sincera aspiración de aliviar la condición humana, exponga sus teorías respecto de la necesidad de un cambio radical, por impracticable que me pueda parecer. Pero esta es la cuestión. Aquí, anoche, en nuestros Albergues, había mil personas hambrientas y sin trabajo. Quisiera saber qué se puede hacer con

ellas. Aquí esta John Jones, un robusto y decidido trabajador vestido con harapos, que no ha tenido una sola comida decente en un mes, que ha buscado un trabajo que le permita vivir, y que ha buscado en vano. Aquí está, en su hambrienta miseria, pidiendo un trabajo para subsistir, para no morir de hambre en la más opulenta ciudad del mundo. ¿Qué ha de hacerse con John Jones? El individualista me dice que el libre juego de las Leyes Naturales que rigen la lucha por la vida determina la Supervivencia de los más Aptos, y que en el transcurso de unos pocos siglos, más o menos, habrá evolucionado un tipo mucho más noble. Pero, en el intertanto, ¿qué sucederá con John Jones? El Socialista me dice que la gran Revolución Social ya se avista en el horizonte. En los tiempos mejores que han de venir, cuando la riqueza sea redistribuida y la propiedad privada abolida, todos los estómagos estarán llenos y ya no habrá más John Jones clamando impacientes por una oportunidad de trabajo que evitará que mueran. Así podrá ser, pero en el intertanto aquí esta John Jones, cada vez más impaciente y hambriento, quien se pregunta si ha de seguir esperando una comida hasta que llegue la Revolución Social. ¿Qué hemos de hacer con John Jones? Esa es la pregunta. Y en cuanto a su respuesta, ninguno de los Utopistas me ofrece mucha ayuda. Por razones prácticas estos soñadores caen en la misma crítica que ellos prodigan tan magnánimamente a los creyentes religiosos convencionales, los que se sacuden toda ansiedad respecto del bienestar de los pobres diciendo que todo se arreglará en el mundo venidero. Esta hipocresía religiosa, que se saca de encima todo sufrimiento humano inoportuno con letras bancarias no negociables pagaderas al otro lado de la tumba, no es menos impráctico que el charlatán socialista que posterga el alivio del sufrimiento humano hasta después de la revolución general. Ambos se refugian en el Futuro para evitar dar una solución a los problemas del Presente, mientras que a los sufrientes poco les importa si el Futuro está de este lado de la tumba o del otro. Para ellos, ambos futuros están igualmente fuera de su alcance. Cuando los cielos se derrumben, cazaremos alondras. Sin duda. Pero, ¿en el intertanto? Es el intertanto el que me preocupa — ese es el único período del que debemos preocuparnos. Es en el intertanto en que debemos alimentar a la gente; en que su trabajo en la vida debe realizarse o dejarse sin realizar para siempre. Nada de lo que propongo en esta obra, o de lo que propongo en mi Plan, obstaculizará en lo más mínimo el advenimiento de las Utopías. Dejo el ilimitado infinito del Futuro a los Utopistas. Podrán construir en ese futuro lo que se les antoje. En cuanto a mí, me es indispensable que todas mis acciones estén basadas en hechos presentes y que proporcionen ayuda inmediata a necesidades reales. Habría una sola clase de hombres que tendría motivos para oponerse a las propuestas que me encuentro por plantear. Esa clase, si es que existe, es la de aquellos que están decididos, por todos los medios posibles, a derribar con sangre y violencia las instituciones existentes. Se opondrán a mi Plan, y al hacerlo estarán obrando con lógica. Y ello porque la única esperanza de los artífices de la Revolución es la agitada masa de descontento y miseria que yace en el corazón del sistema social. Creyendo sinceramente que las cosas empeorarán antes de mejorar, sitúan todas sus esperanzas en el derribamiento general y resienten todo intento de reducir la miseria humana, en cuanto ello representa la postergación indefinida de la realización de sus sueños.

Se recluta al Ejército de la Revolución de entre los Soldados de la Desesperanza. En consecuencia, abajo con todo Plan que dé Esperanza al hombre. En la medida que tenga éxito, reduce nuestros campos de reclutamiento y refuerza las filas de nuestros Enemigos. Esta oposición es de esperarse, y también debe entenderse como el mejor de los tributos al valor de nuestra obra. Aquellos que cuentan con la violencia y el derramamiento de sangre son muy pocos para impedírnoslo y su oposición no hará más que acrecentar el impulso con el que espero y creo que este Plan será finalmente capaz de superar las diferencias de opinión y lograr, con la bendición de Dios, esa medida de éxito al que verdaderamente, en mi opinión, está destinado.

PARTE II — LIBERACIÓN CAPÍTULO I UNA MAGNÍFICA INICIATIVA Ese, entonces, es un breve y rápido examen de la Inglaterra Oscura. Aquellos que han estado en las entrañas de la selva encantada, en la que deambulan las tribus de los Perdidos desesperanzados, serán los primeros en admitir que no he exagerado de manera alguna sus horrores, y la mayoría señalará que he subestimado el número de sus habitantes. Por cierto, he procurado mantener mis cálculos respecto de la magnitud del mal dentro de los límites de la moderación. Nada en una empresa como la que estoy a punto de iniciar podría perjudicarme más que verme expuesto a la crítica de sensacionalismo o exageración. Los datos en que me he fundamentado prov ienen principalmente de estadísticas recopiladas en los Informes Gubernamentales; en cuanto al resto, sólo puedo señalar que si se compara mis cifras con las de cualquier otro investigador involucrado en este tema, podrá apreciarse que las mías son las más conservadoras. No estoy preparado para defender la exactitud de mis cálculos, salvo en cuanto a que ellos representan las cifras mínimas. A los que piensan que el número de desdichados supera con creces el que yo he dado, nada tengo que decirles, excepto lo siguiente: que si el mal es tanto más grande que lo que he descrito, entonces sus esfuerzos deberían ser proporcionales a sus estimaciones, no a las mías. El punto que debe concernirnos a cada uno de nosotros no es cuántos de estos desdichados existen actualmente, sino cuántos habrán de existir en el futuro. La oscura y vergonzosa jungla de indigencia, vicio y desesperanza constituye la herencia que hemos logrado traspasar de generación en generación y por siglos y siglos, durante los cuales las guerras, insurrecciones y dificultades internas concentraron la atención de nuestros antepasados, dejándoles poco tiempo libre para preocuparse del bienestar del décimo sumergido de nuestra población. Ahora que vivimos en tiempos más felices, reconozcamos que somos los tutores de nuestros prójimos y dediquémonos a trabajar, superando nuestras diferencias políticas y religiosas, para hacer que este mundo nuestro se asemeje más a un hogar para aquellos a quienes llamamos nuestros hermanos. El problema, debemos admitirlo, no es en ningún caso simple; tampoco puede acusárseme de minimizar en las siguientes páginas las dificultades que la herencia, el hábito y el entorno interponen en la búsqueda de su solución. No obstante, a menos que estemos preparados para cruzarnos de brazos con tranquilidad egoísta y decir que nada puede hacerse — con lo cual estaríamos condenando irremediablemente a esos millones de desdichados a la perdición en este mundo, sin mencionar el venidero —, debemos encontrar una solución al problema. Mas, ¿cuál? Esa es el asunto. Quizás, podría articular las opiniones respecto de este tema si planteara, con toda la precisión de que soy capaz, los requisitos fundamentales de todo plan susceptible de tener éxito.

S ECCIÓN 1 — LOS REQUISITOS FUNDAMENTALES PARA EL ÉXITO El primer requisito fundamental que debemos tener presente respecto de cualquier Plan que pudiese proponerse es que éste debe cambiar al hombre cuando su carácter y conducta constituyan las razones de su fracaso en la batalla por la vida. Ningún cambio en su situación, ninguna revolución en las condiciones sociales es capaz de transformar la naturaleza del hombre. Algunos de los más viles hombres y mujeres del mundo, cuyos nombres registra la historia con un estremecimiento de horror, fueron aquellos que tenían todas las ventajas que conceden la riqueza, la educación y la posición social o las que su ambición logró procurarles. La prueba suprema de todo programa orientado a beneficiar a la humanidad radica en la respuesta a la interrogante: ¿qué es capaz de hacer del individuo? ¿Aviva su conciencia, ablanda su corazón, ilumina su mente?; en síntesis, ¿lo convierte en un hombre mejor?, pues sólo por medio de tales influencias podrá estar capacitado para vivir una vida verdaderamente humana. Muchos de los habitantes de la Inglaterra Oscura han llegado a ella gracias a defectos de carácter que aun en las condiciones más favorables los habrían relegado a la misma posición. En consecuencia, a menos que seáis capaces de cambiar su carácter, vuestro trabajo se verá desperdiciado. Podéis vestir al borracho, llenar sus bolsillos con oro, acomodarle en un hogar bien amueblado, pero en tres, seis o doce meses volverá a estar en el Embankment, ese paseo que bordea el río Támesis, atormentado por el delirium tremens, sucio, indecente y desharrapado. Por ende, en aquellos casos en que el propio carácter y defectos del hombre constituyen las causas de su caída, debéis cambiar ese carácter y alterar esa conducta si aspiráis a lograr resultados positivos permanentes. Si el hombre en cuestión es un borracho, ha de hacérsele sobrio; si es ocioso, laborioso; si es criminal, honesto; si es impuro, limpio; y si se halla sumido en el vicio y lo ha estado por un tiempo tan largo que ya ha perdido su valor, esperanza y capacidad de autoayuda, y rehúsa cambiar, entonces hemos de insuflarle esperanza y crear en él la ambición de surgir, de lo contrario nunca saldrá de ese horrible sumidero. En segundo lugar, el remedio, para ser eficaz, debe cambiar las circunstancias en que se halla el individuo cuando ellas sean la causa de su desgraciada condición y se encuentren fuera de su control. Entre los que han llegado a su actual y perversa dificultad por culpa de la autoindulgencia o de algún defecto de carácter moral, ¿cuántos hay que estarían en una situación completamente distinta hoy si su entorno hubiese sido distinto? Charles Kingsley describe esta situación descarnadamente cuando pone en boca de la mujer del Cazador Furtivo las siguientes palabras dirigidas al Malvado Caballero: “Nuestras hijas, con bebés nacidos bastardos, Han escapado del hogar por vergüenza. Si vuestras hijas hubiesen dormido, Caballero, donde ellas durmieron, Vuestras hijas harían lo mismo.” Expuestos a una situación igual o similar, ¿cuántos de nosotros estaríamos mejor que esta pobre, abandonada y agobiada multitud? Muchas de estas gentes no han tenido nunca la oportunidad de mejorar; han nacido en una atmósfera envenenada, han sido educadas en circunstancias que han hecho imposible la modestia y han sido traídas al mundo en condiciones que hacen del vicio una segunda piel. Por lo tanto, para administrar un remedio eficaz contra estos males que nos encontramos deplorando, dichas circunstancias han de alterarse y, a

menos que mi programa genere un cambio, de nada servirá. Hay multitudes, miríadas de hombres y mujeres que se hunden en esta horrible ciénaga bajo el peso de una carga demasiado pesada de soportar; cada intento de escapar los hunde más profundamente; algunos incluso han cesado de luchar y yacen boca abajo en el inmundo lodo, sofocándose lentamente, su humanidad a punto de anegarse por completo. De nada sirve estar sobre una isla en medio de las arenas movedizas y anatemizar a los pobres desdichados; si habéis de serles útiles, debéis darles otra oportunidad para que se pongan de pie, debéis ofrecerles una base firme sobre la cual puedan volver a levantarse y debéis construir puentes sobre la ciénaga que les permitan alcanzar sin riesgo la otra orilla. Las circunstancias favorables no cambiarán el corazón del hombre ni transformarán su naturaleza, pero las circunstancias poco propicias harán que su escape sea absolutamente imposible, sin importar lo mucho que pueda ansiar liberarse. El primer paso respecto de estas criat uras desesperanzadas y agobiadas es crear en ellas el deseo de escapar y luego proporcionarles los medios para hacerlo. En otras palabras, dad al hombre una nueva oportunidad. En tercer lugar, todo remedio que merezca ser considerado debe guardar la debida proporción con mal que pretende combatir. De nada sirve intentar vaciar el océano con una cuchara de té. Este mal tiene millones de víctimas. El ejército de los perdidos que nos rodea supera en número a esa hueste multitudinaria que Jerjes condujo desde Asia en su intento de conquistar Grecia. Haced marchar a aquellos que componen el décimo sumergido; contad a los indigentes en el interior y en el exterior, a los sin hogar, a los hambrientos, a los criminales y lunáticos, a los borrachos y rameras — ¡y aun así no os deis por vencidos! Incluso el intento de salvar a un décimo de esta hueste exige que dediquemos a esta empresa mucho más esfuerzo y coraje de lo que hasta ahora hemos exhibido. No ha de haber más timidez filantrópica, como si este vasto océano de miseria humana estuviese contenido dentro de un estanque de jardín. En cuarto lugar, el programa no sólo ha de implementarse a una escala apropiada, sino también de manera permanente. Esto significa que no debe constituir un mero esfuerzo espasmódico por lidiar con la miseria hoy día, sino que implementarse de manera duradera, para seguir combatiendo la miseria mañana y pasado mañana, y mientras quede miseria en el mundo. En quinto lugar, junto con ser permanente, el Plan también debe ser factible de inmediato. Cualquier Plan, para ser útil, debe poder ser implementado y arrojar resultados positivos al instante. En sexto lugar, las ramificaciones del Plan no deben perjudicar a las personas que pretende beneficiar. Por ejemplo, la caridad pura y simple calma el hambre, pero concurrentemente desmoraliza al receptor. Cualquiera que sea el remedio que utilicemos, debe hacer el bien sin causar al mismo tiempo el mal. De nada nos sirve beneficiar a un hombre en seis peniques si al mismo tiempo le perjudicamos en un chelín. En séptimo lugar, no debe ayudar a una clase de la comunidad y al mismo tiempo interferir gravemente con los intereses de otra. Al levantar a un segmento de los caídos, no debemos con ello poner en riesgo la seguridad de los que con dificultad mantienen su equilibrio.

Estos son los requisitos que os pido consideréis para evaluar el Plan que me encuentro por exponer. Son lo suficientemente estrictos como para disuadir a muchos de siquiera intentar hacer algo. No los he inventado yo. Son obvios para todo el que considere el asunto. Son las leyes que rigen el quehacer del reformador filantrópico, al igual que las leyes de la gravitación universal, de los vientos y de las mareas rigen las operaciones del ingeniero. De nada sirve decir que si no fuera por el viento, podríamos construir un puente sobre el río Tay o que podríamos construir una línea férrea sobre un pantano si sólo la ciénaga nos ofreciese una fundación sólida. El ingeniero considera estas dificultades y las convierte en su punto de partida. El viento soplará, en consecuencia el puente debe ser lo suficientemente fuerte como para resistirlo. La superficie musgosa de la ciénaga es inestable y, por lo tanto, debemos apoyar las fundaciones de nuestra línea férrea en el fondo mismo del pantano. Lo mismo sucede con las dificultades sociales que enfrentamos. Si acatamos estas leyes, triunfaremos; pero, si las ignoramos, nos colmarán de destrucción y nos cubrirán de vergüenza. No obstante, por difícil que sea la tarea, es una que no podemos soslayar. Cuando Napoleón se vio obligado a replegarse en circunstancias que hacían imposible llevar a sus enfermos y heridos, ordenó a sus médicos que envenenaran a todos los hombres que yacían en el hospital. Más de un general ha sacrificado a sus prisioneros para evitar que escapen. Estas almas Perdidas son los Prisioneros de la Sociedad; son los Enfermos y Heridos que yacen en nuestros Hospitales. Que clamor se elevaría en el mundo civilizado si propusiésemos administrar esta misma noche, a cada uno de estos millones, una dosis de morfina para inducirles un sueño del que no despertarían jamás. En lo que a ellos concierne, ¿no sería mucho menos cruel poner fin así a sus vidas que dejarles seguir arrastrándose día tras día, año tras año, en la miseria, la angustia y el pesimismo, empujándolos al vicio y al crimen, hasta que finalmente la enfermedad los conduzca a la tumba? No me engaño con respecto a la posibilidad de inaugurar un milenio con mi Plan; pero tantos triunfos de la ciencia se relacionan con la utilización de material de desecho que no descarto la posibilidad de lograr eficazmente la utilización de este producto de desecho humano. Los desechos que eran una droga y una maldición para nuestros fabricantes se han convertido, gracias al tratamiento químico, en una fuente de abastecimiento de tintes que compiten en hermosura y variedad con los colores del arco iris. Si la alquimia de la ciencia puede extraer colores maravillosos del alquitrán, ¿no puede acaso la alquimia Divina permitirnos extraer felicidad y brillo de los corazones agonizantes y de las vidas oscuras, monótonas e infelices de estas miríadas condenadas? ¿Es demasiado esperar que en el mundo de Dios Sus hijos sean capaces de hacer algo, si se lo proponen, para implementar un plan de campaña contra estos grandes males que son la pesadilla de nuestras existencias? Es posible que el remedio sea más simple de lo que imaginamos. La clave del enigma podría encontrarse más cerca de ser descifrada de lo que pensamos. Hemos probado con un sinfín de aparatos y, por cierto, muchos han fallado. La única esperanza de éxito radica en la perseverancia tenaz y arrojada; y es positivo que reconozcamos este hecho. ¿Por cuántos siglos intentó el hombre fabricar pólvora sin éxito? Probó mezclar salitre y carbón, azufre y carbón, salitre y azufre, y nunca fue capaz de hacer que la mezcla explotara. Bastó, sin embargo, que unos cien años atrás se descubriera la necesidad de mezclar estos tres elementos, para obtener la fórmula deseada. Con anterioridad a ello, la pólvora era pura imaginación, una fantasía de los alquimistas. ¡Qué fácil es hacer pólvora ahora que se conoce el secreto de su fabricación!

Tomad un ejemplo más simple, uno que reside incluso en la memoria de muchos de los que leen estas páginas. Desde el principio del mundo hasta el principio de este siglo, la humanidad, a pesar de su deseo de crear un medio de transporte barato y fácil, no había descubierto la milagrosa diferencia que podría significar la instalación de dos líneas de metal paralelas. Los ilustres sabios del pasado vivieron y murieron sin llegar a conocer nunca este hecho. Los más grandes mecánicos e ingenieros de la antigüedad, los hombres que construyeron puentes sobre todos los ríos de Europa, los arquitectos que construyeron las catedrales que todavía maravillan al mundo nunca fueron capaces de concebir lo que a nosotros nos parece una proposición tan simple y obvia: que dos líneas paralelas de riel reducen el costo y la dificultad del transporte al mínimo. Sin ese descubrimiento, la máquina a vapor, ella misma un invento bastante reciente, no habría sido capaz de transformar a la civilización. Lo que debemos hacer en el ámbito filantrópico es encontrar algo análogo a las barras paralelas del ingeniero. Creo haber hecho tal descubrimiento y por esa razón he escrito esta obra.

S ECCIÓN 2 — MI PLAN ¿Cuál, entonces, es mi Plan? Es uno muy simple, aunque por sus ramificaciones y extensiones abarque a todo el mundo. En la presente obra no intento más que esbozar, tan simple y sencillamente como me sea posible, los elementos fundamentales de mis propuestas. Propongo dedicar el grueso de esta obra a exponer las iniciativas prácticas que permitan solucionar los aspectos más urgentes del problema, a saber, los que se relacionan con los desocupados, quienes, como resultado de ellos, se encuentran en mayor o menor grado en la indigencia. Tengo muchas ideas respecto de lo que podría hacerse con los que actualmente se hallan en alguna medida bajo la tutela del Estado, más por el momento dejaré esas ideas de lado. No reviste ninguna urgencia que explique cómo puede reformarse el sistema que establece nuestra Ley de Pobreza, como tampoco lo que desearía que se hiciese por los Lunáticos internados en Asilos o por los Criminales que están en nuestras Cárceles. De momento, dejaremos de lado a las personas que se encuentran en manos del Estado. Los indigentes albergados, los convictos, los lunáticos internados en asilos ya están siendo cuidados, en cierta forma. Pero, además de éstos, existen cientos de miles que no son albergados por el Estado, sino que viven al filo de la desesperación y que en cualquier momento, por circunstancias desafortunadas, podrían verse obligados a exigir algún tipo de ayuda o respaldo. Por lo tanto, de momento me limitaré a aquellos que no cuentan con ayuda. Si las propuestas que expondré a continuación se implementasen exitosamente en lo que concierne a la población perdida, sin hogar y desamparada, es posible, y tal vez probable, que muchos de los que actualmente se encuentran en una situación algo mejor llegarían a exigir que se les permitiese acceder a los beneficios del Plan. Sobre esta posibilidad, nada voy a decir. Sólo deseo señalar que en el reconocimiento de la importancia que revisten la disciplina y la organización tenemos lo que podríamos llamar una cooperación regimentada, un principio este que se hallará útil para la resolución de muchos problemas sociales además del de la indigencia. A esos programas, que están siendo estudiados actualmente con miras a una implementación cuando el momento sea propicio y se presente la oportunidad, me referiré más adelante. ¿Cuál es la forma visible y exterior del Problema de los Desocupados? ¡Ay!, nos es lo suficientemente fa miliar como para no requerir de una descripción exhaustiva. El problema social se nos presenta cada vez que llega ante nuestras puertas un hombre hambriento, sucio y desharrapado pidiendo un pedazo de pan duro o un trabajo. Esa es la problemática social. ¿Qué hemos de hacer con ese hombre? No tiene dinero en sus bolsillos y todo lo que tenía para empeñar ya lo ha empeñado hace mucho tiempo; su estómago está tan vacío como su bolsillo y las ropas que lleva sobre sus espaldas, aun si las vendiera a buen precio, no alcanzarían a reportarle un chelín. Allí se encuentra, vuestro hermano, cubriéndose su desnudez con unos harapos que no valen ni seis peniques y sin alimentos a su alcance. Solicita un trabajo, que realizará incluso con su estómago vacío y su deshilachado uniforme si tan sólo estáis dispuestos a pagarle algo a cambio; pero sus manos están ociosas, porque nadie quiere emplearle. ¿Qué habéis de hacer con ese hombre? Esa es la gran interrogante que enfrenta la Sociedad hoy día. No sólo en la sob repoblada Inglaterra, sino en países jóvenes allende los mares, donde la Sociedad aún no ha proporcionado los medios que permitan asentar a los hombres en las tierras, para que esas tierras alimenten a los hombres. El problema de qué hacer con este

hombre es justamente el Problema de los Desocupados. Para solucionar el problema con eficacia, debéis abordarlo inmediatamente; al hombre debéis proporcionarle de una forma u otra, pero inmediatamente, alimento, techo y calor. Acto seguido, debéis encontrarle algo que hacer, algo que ponga a prueba su real deseo de trabajar. Esta prueba debe ser más o menos breve y de naturaleza tal que lo prepare para ganarse permanentemente el sustento. Luego, habiéndole entrenado, debéis proporcionarle los recursos suficientes para que inicie una nueva vida. Me propongo hacer todas estas cosas. Mi Plan se divide en tres secciones y cada una de ellas es indispensable para garantizar el éxito del Plan completo. En esta estructura tripartita reside el secreto a voces de la solución del Problema Social. El Plan que ofrezco consiste en la agrupación de estas gentes en comunidades autosustentables y autónomas, constituyendo cada una de ellas una suerte de sociedad cooperativa, o familia patriarcal, regida y organizada por los principios que ya han demostrado ser eficaces en el Ejército de Salvación. A estas comunidades las llamaremos, a falta de un mejor término, Colonias. Ellas serán:— (1) La Colonia Urbana (2) La Colonia Rural (3) La Colonia de Ultramar LA COLONIA URBANA Por Colonia Urbana me refiero al establecimiento, en el mismísimo centro de este océano de miseria del que hemos estado hablando, de diversas Instituciones que funcionen como Puertos de Refugio para todo el que haya zozobrado en la vida, carácter o circunstancia. Estos Puertos reunirán a las pobres criaturas indigentes, satisfarán sus necesidades urgentes e inmediatas, proporcionarán empleo temporal, inspirarán en ellas esperanza para el futuro y comenzarán sin demora un curso de regeneración moral e influencia religiosa. En estas Instituciones, que se describen a continuación, se rescatará a las personas y, tras un corto período, se las colocará en empleos permanentes o se las enviará a casa de amigos dispuestos a recibirlas cuando se enteren de su reformación. Los que permanezcan bajo nuestro cuidado serán puestos a prueba, a través de diversos métodos, en cuanto a su sinceridad, laboriosidad y honestidad; tan pronto como los resultados sean satisfactorios, se les transferirá a la Colonia de la segunda clase. LA COLONIA RURAL Ella consistirá en el asentamiento de Colonos en una hacienda de provincia. El trabajo de la tierra les proporcionará a los Colonos empleo y sustento. Puesto que la emigración del Campo a la Ciudad ha sido la causa de muchos de los problemas que debemos combatir, proponemos encontrar una parte sustancial del remedio en la devolución de estas mismas gentes al campo, esto es ¡el regreso “al Jardín”! En ella, el proceso de reformación del carácter se llevaría a cabo a través de los mismos métodos laborales, morales y religiosos instituidos en la Colonia Urbana, incluyendo particularmente aquellas formas de trabajo y conocimientos agrícolas que, en caso de no obtener el Colono empleo en el país, le habiliten para buscar fortuna bajo condiciones más favorables en otros territorios.

Al igual que en la Colonia Urbana, habrá un gran número de personas que tras su permanencia en el campo, resucitadas en salud y carácter, podrán ser restituidas a amigos a lo largo y ancho del país. Alg unas encontrarán empleos que satisfagan sus vocaciones; otras se asentarán en chalets construidos en pequeñas parcelas de tierra proporcionadas por nosotros, o en Granjas Cooperativas, que pretendemos promocionar; mientras que el grueso, después de un período de prueba y entrenamiento, será transferido al Asentamiento Extranjero que constituirá nuestra tercera clase, a saber, la Colonia de Ultramar. LA COLONIA DE ULTRAMAR Los que han meditado el tema concuerdan en que nuestras Colonias de Sudáfrica, Canadá, Australia Occidental y otras tienen millones de acres de tierra fértil disponibles por casi nada, capaces de sustentar a nuestra población excedente en salud y comodidad, aunque ésta se multiplicase por mil. Proponemos adquirir un terreno en alguno de dichos países, habilitarlo para el asentamiento, establecer en él un sistema de autoridad, gobernarlo con leyes justas, prestarle ayuda en tiempos de necesidad, poblarlo gradualmente con gentes preparadas y así crear un hogar para las multitudes desposeídas. En conjunto, este Plan podría ser comparado con Una Gran Máquina, instalada en los barrios marginales más pobres de nuestras grandes ciudades, que dé cabida a los depravados y desposeídos de toda clase, recibiendo por igual a ladrones, rameras, mendigos, borrachos y despilfarradores, con la única condición de que estén dispuestos a trabajar y a respetar la disciplina. Organizar a estos pobres marginados, reformarlos y crear en ellos los hábitos de la laboriosidad, honestidad y veracidad; enseñarles métodos que les permitan ganarse el pan de hoy y el que perdura hasta la Vida Eterna; enviarlos de la Ciudad al Campo y continuar allí el proceso de su regeneración y luego embarcarlos a las tierras vírgenes que aguardan su llegada en otros países; mantenerlos bajo control con un gobierno fuerte y, al mismo tiempo, hacerlos hombres y mujeres libres; y así, tal vez, establecer las bases de otro Imperio de grandes proporciones futuras. ¿Por qué no?

CAPÍTULO II ¡AL RESCATE! — LA COLONIA URBANA La primera sección de mi Plan contempla el establecimiento de una Casa de Acogida para los Desposeídos en cada distrito urbano densamente poblado. Hemos de comenzar, recordémoslo, por el individuo desharrapado, sin dinero y hambriento que se nos presenta con desesperadas necesidades de alimento, techo y trabajo. Ahora bien, poseo unos dos o tres años de experiencia con hombres de esta clase. Creo que actualmente el Ejército de Salvación entrega más alimento y albergue a los desposeídos que ninguna otra organización londinense, y es la experiencia y el estímulo que he adquirido en el funcionamiento de nuestros Centros de Albergue y Comida lo que me ha motivado a proponer este plan.

SECCIÓN 1 — COMIDA Y TECHO PARA TODOS Hace unos tres años, mientras viajaba por Canadá y los Estados Unidos, quedé muy impresionado por la abundancia de alimentos que vi por doquier. ¡Cómo ansíe que los niños y adultos hambrientos del Este de Londres y de otros centros nuestros de gentes desposeídas hubiesen podido vivir en medio de esta abundancia! Mas, como me pareció imposible traerlos hacia ella, resolví íntimamente que intentaría llevárselas. Señalo agradecido que ya he podido hacerlo en pequeña escala y que espero lograrlo a una escala aún mayor antes de que transcurra mucho tiempo. Con esta visión, hace dos años y medio se abrió el primer Centro de Alimentos De Bajo Costo en East London. Después vinieron otros y ahora tenemos tres establecimientos; se organiza la apertura de más. Desde su inauguración en 1888 hemos entregado más de tres millones y medio de raciones. Podréis apreciar la medida en que estos Centros de Albergue y Comida de Acogida han echado raíces en el estrato de la Sociedad al que pretenden beneficiar, a través de las siguientes cifras, las que indican las cantidades de alimentos vendidos durante el año en nuestros Centros. ALIMENTOS VENDIDOS EN CENTROS Y ALBERGUES DURANTE 1889 Artículo Sopa Pan Té Café Chocolate Azúcar Patatas Harina Harina de arvejas Avena Arroz

Peso ……. 192½ toneladas 2½ ” 30 quintales 6 toneladas 25 ” 140 ” 18 ” 28½ ” 3½ ” 12 ”

Medida Comentarios 116.400 galones 106.964 hogazas de 4 libras 46.980 galones 13.949 ” 29.229 ” ……. . 300 bolsas ……. . 2.800 ” ……. . 180 sacos ……. . 288 ” ……. . 36 ” ……. . 120 ”

Frijoles Cebollas y nabos Jalea Mermelada Carne Leche

12 12 9 6 15 ……. .

” ” ” ” ”

……. . ……. . ……. . ……. . ……. . 14.300 litros

240 ” 240 ” 2.880 frascos 1.920 ”

Esto incluye resultados obtenidos de tres Centros de Alimentos y cinco Albergues. Propongo multiplicar su cantidad, ampliar su utilidad y convertirlos en el umbral de todo el Plan. Los que ya han visitado nuestros Centros entenderán exactamente lo que esto significa. Sin embargo, la mayoría de quienes leen estas páginas aún no los conocen y, por ende, es necesario explicarles lo que son. En cada uno de nuestros Centros, los que pueden ser visitados por cualquier persona que se dé la molestia de hacerlo, existen dos departamentos: uno responsable por los alimentos y otro por el albergue. Ambos departamentos funcionan de manera conjunta y atienden a las mismas personas. Muchos acuden a ellos en busca de alimentos y no de albergue, aunque la mayoría de los que busca albergue también desea alimentos, los que se venden con la finalidad de cubrir, lo mejor posible, su costo y los gastos administrativos del establecimiento. En este sentido, nuestros Centros de Comida difieren de los comedores comunes. No hay distribución gratuita de víveres. La siguiente es nuestra Lista de Precios:

LO QUE SE VENDE EN LOS CENTROS DE ALIMENTOS

PARA UN NIÑO Sopa ……………… Sopa ……………… Café o chocolate ….. Café o chocolate con

Por recipiente ¼ p. Con pan Por taza pan y jalea

½ p. ¼ p. ½ p.

PARA UN ADULTO Sopa ………………. Por recipiente ½ Sopa ………………. Con pan Patatas …………….. ½ Col…………………. ½ Habichuelas………… ½ Postre de ciruelas ….. Cada uno Postre de Arroz …… ½ Postre de ciruelas al horno

p. p p. p.

1 p.

1 p.

p. ½ p.

Pastel de jalea ……….

½ p.

Pastel de carne y patatas

3 p.

Carne de vacuno a la olla

2 p.

Carne de cordero a la olla 2 p. Café, por taza, ½ p.; por jarra 1 p. Chocolate, por taza, ½ p.; por jarra 1 p. Té, por taza, ½ p.; por jarra 1 p. Pan y mantequilla, jalea, o Mermelada, por rebanada ½ p. Sopa en recipientes propios, 1 p., por litro. Listo para servir a las 10 a.m. Los Oficiales encargados de los Centros tienen algunas facultades de decisión y en casos de extrema necesidad pueden entregar alimentos gratuitos, pero la regla es que se debe pagar por el alimento y los resultados financieros demuestran que apenas si se cubren los costos administrat ivos. No tengo duda alguna respecto a que estos Centros de Alimentos de Bajo Costo han sido y son de gran ayuda para los cientos de hombres, mujeres y niños hambrientos, a los precios recién mencionados, los que deben estar al alcance de todos, salvo para aquellos en la pobreza absoluta; no obstante, son los Albergues de Acogida lo que considero más útil para nuestra empresa, porque si hemos de hacer algo por llegar hasta quienes utilizan el Centro, debemos dar oportunidades más favorables que las ofrecidas por el sólo hecho de acudir al Centro para obtener, quizás, sólo un plato de sopa. Propongo ampliar considerablemente esta parte del Plan. Suponed que sois un trabajador ocasional en las calles de Londres, sin hogar, sin amigos, angustiado por la búsqueda diaria un trabajo que no encontráis. Llega la noche. ¿Dónde podéis acudir? Quizás sólo os quedan algunas monedas de vuestro pequeño capital. Os horroriza tener que dormir a la intemperie, como también ir a una hospedería barata, donde, en medio de compañía extraña y enemiga, podríais perder el poco dinero que os queda. Mientras os encontráis sin saber qué hacer, alguien os sugiere que acudáis a un Albergue Temporal. Sin duda, no podéis ir al Albergue Temporal mientras tengáis algo de dinero. Aparecéis por uno de nuestros Albergues. Al ingresar, pagáis cuatro peniques y podéis quedaros a pasar la noche. Podéis llegar a cualquier hora, tarde o temprano. La compañía empieza a reunirse a eso de las cinco de la tarde. En el Albergue para mujeres veréis que muchas llegan temprano y se sientan a coser, leer o conversar en la sala, escasamente amoblada, pero cálida y cómoda, desde las primeras horas de la tarde y hasta que llega la hora de ir a dormir. Entráis y recibís una gran jarra de café, té o chocolate, y una hogaza de pan. Podéis ir a la sala de baño para asearos gratuitamente con agua caliente, jabón y toallas. Después de daros un baño y de comer algo, podéis poneros cómodos. Podéis escribir cartas a vuestros amigos, si tenéis amigos a quien escribir, o leer o sentaros tranquilamente y no hacer nada. A las ocho el Albergue está razonablemente lleno y es entonces cuando comienza lo que consideramos el aspecto fundamental de la institución. En una gran sala del Albergue masculino se reúnen doscientos o trescientos hombres, o la misma cantidad de mujeres en el femenino, la mayoría

extraños entre sí. Todos están en la más completa miseria — ¿qué has de hacer con ellos? Esto es lo que hacemos con ellos. Organizamos una motivadora reunión de Salvación. El Oficial encargado de la Bodega, con la ayuda de los destacamentos de las Centros de Entrenamiento, dirige una alegre y relajada noche social. Las muchachas tocan sus banyos y sus panderetas, y por un par de horas no hay reunión más entretenida en todo Londres. Se dice una oración, corta y que va directo al grano; hay discursos, algunos ofrecidos por los líderes de la reunión, pero la mayoría testimonios de las personas que han sido salvadas en reuniones anteriores y quienes dejan sus asientos y se ponen de pie para contar sus experiencias a otros compañeros. Son a menudo extrañas experiencias estas las de las personas que han estado sumidas en las profundidades infinitas del pecado, del vicio y de la miseria, pero que han encontrado finalmente una base firme sobre la cual pararse y que son, según ellos afirman con toda honestidad, “inconmensurablemente felices”. Existe una sensación de jovialidad y un genuino sentimiento de bienestar en algunas de estas reuniones, lo que revive el alma. Se reúnen hombres de todo tipo y condición: trabajadores ocasionales, ex- presidiarios, Desocupados que han venido por primera vez y que encuentran a hombres que, la semana o el mes anterior, estaban igual que ellos: pobres todavía, pero regocijándose en el sentido de hermandad y en la conciencia de no ser ya los parias y desamparados de este vasto mundo. Hay hombres que finalmente han visto revivir ante sí una esperanza de escapar de esa terrible vorágine a la que los han arrastrado sus pecados y desdichas, y que han recuperado las comodidades que habían creído perder para siempre; no, más bien, han alcanzado la dicha de una vida verdadera y recta. Ellos relatan a sus compañeros cómo ha sucedido esto y emplazan a los que les escuchan que lo intenten y descubran lo bueno y regocijante que es ser salvados. En los intervalos de los testimonios — y estos testimonios, como corroborará cualquiera que haya asistido a alguna de nuestras reuniones, no son discursos lánguidos, santurrones y prolongados, sino confesiones sencillas de experiencias personales — estallan canciones llenas de sentimiento. El conductor de la reunión comenzará con una estrofa o dos de un himno ilustrativo de las experiencias mencionadas por el último orador, o una de las muchachas del Centro de Entrenamiento cantará un solo, acompañándose con su instrumento, y todos se le unirán en un animado y alegre coro. No es obligación para ninguno de nuestros albergados participar en estas reuniones; pueden ingresar al Albergue después de que éstas han terminado, pero el hecho es que suelen asistir a ellas. Cualquier noche, entre las ocho y las diez, podemos encontrar a estas personas sentadas allí, escuchando las exhortaciones y participando en los cantos, muchos de ellos, indudablemente, sin mayor interés, pero prefiriendo de todas maneras compartir la música y la calidez, animándose tímidamente, aunque no sea más que por la curiosidad, a medida que se ofrecen los diversos testimonios. A veces, estos testimonios son suficientes para conmover al más incrédulo de los observadores. Tuvimos en uno de nuestros Albergues al capitán de un barco, que se había sumido en las profundidades de la indigencia por causa del alcohol. Llegó una noche totalmente desesperado y nuestro personal se hizo cargo de él — y hacerse cargo no es una simple expresión, ya que al final de las reuniones nuestros oficiales se acercan a cada asiento y, si ven a alguien que muestre signos de estar afectado por los discursos o el canto, se sientan inmediatamente a su lado y comienzan a trabajar con él para la salvación de su alma. Esto significa que ellos pueden llegar a

los hombres y saber exactamente dónde radica la dificultad, cuál es el problema y, aunque no lleguen más allá, al menos tienen éxito en convencer a esos hombres de que alguien se preocupa por sus almas y de que harían todo lo que estuviera en sus manos para ayudarles. El capitán de quien hablaba anteriormente fue acogido de esta manera. Él estaba profundamente impresionado y fue inducido a dejar de una vez por todas sus hábitos de intemperancia. De esa reunión, emergió un hombre nuevo. Se reincorporó a su puesto en la marina mercante y doce meses después nos sorprendió a todos cuando apareció en su uniforme de capitán de un gran barco a vapor, para testimoniar ante todos los que estaban allí cuán bajo había caído, cómo había perdido toda su confianza en la Sociedad y toda su esperanza en el futuro, cuando afortunadamente llegó al Albergue, encontró amigos, consejo y salvación y, desde ese entonces, no había descansado hasta recuperar el trabajo que había perdido por su alcoholismo. La reunión termina; las muchachas que cantan vuelven al Centro de Entrenamiento y los hombres se preparan para ir a la cama. Nuestros dormitorios son algo primitivos; no ofrecemos camas de plumas y, al ingresar en ellos, os sorprenderá ver el suelo cubierto por lo que parece un sinfín de cajas de embalaje. Esas son nuestras camas y cada una de ellas forma un cubículo. Hay un colchón tendido en el piso y sobre él un delantal de cuero, que es toda la ropa de cama que podemos proporcionar. Los hombres se desvisten, cada uno junto a su caja de embalaje, y duermen bajo su cobertor de cuero. El dormitorio se calefacciona con tuberías de agua caliente a una temperatura de 60 grados Fahrenheit y nunca ha habido un reclamo respecto a falta de calor por parte de los que se alojan en los Albergues. El cuero se puede mantener perfectamente limpio y los colchones, cubiertos con paño americano, son revisados cuidadosamente todos los días, de manera que no haya ni un solo parásito en el lugar. Los hombres se acuestan alrededor de las diez de la noche y duermen hasta las seis. Nunca hemos tenido desórdenes de ningún tipo en nuestros Albergues. Hemos ofrecido alojamiento a varios miles de hombres venidos a menos de Londres, muchos de ellos criminales, pordioseros y vagabundos, a todos aquellos que se encuentran entre la basura y la escoria; pero tan grande es la influencia que ejercen las reuniones y tan grande la fuerza moral de nuestros funcionarios que nunca hemos tenido una pelea en las instalaciones y muy pocas veces hemos escuchado una palabra fea u obscena. En ciertas ocasiones ha habido problemas en las puertas de los Albergues, cuando los hombres insisten en entrar borrachos o se muestra n violentos, pero una vez que ingresan y se integran, no tenemos problemas con ellos. En la mañana se levantan y toman desayuno y, después de un servicio breve, retoman sus caminos. Vemos que, por cuatro peniques por cabeza, podemos ofrecer café y pan para el desayuno y cena, y una cama improvisada sobre el piso en las cajas de embalaje que he descrito, en un dormitorio temperado. Propongo desarrollar estos Albergues hasta ofrecer a cada hombre una gaveta donde pueda guardar las pequeñas cosas de valor que pudiese poseer. También se les permitiría el uso de una caldera en la sala de baño, con una estufa de secado, para que pudiesen lavar sus camisas en la noche y tenerlas secas por la mañana. Sólo quienes han experimentado en carne propia la dificultad de buscar trabajo en Londres pueden apreciar las ventajas que representa la oportunidad de lavar así la camisa — si es que tienen una. En la Plaza Trafalgar, en 1887, hubo pocas cosas que escandalizaran más al público que la escena de los pobres acampando en ella y lavando sus ropas en las fuentes temprano por la mañana. Si hablamos con un

hombre que ha estado en la calle por un tiempo prolongado, nos dirá que nada hiere más su autoestima o que nada es más perjudicial para encontrar un trabajo que la imposibilidad de tener sus pocas cosas ordenadas y limpias. En nuestro “Hogar” para hombres pobres, todos podrían al menos asearse y tener una camisa limpia sobre sus espaldas, de manera sencilla, sin duda, pero no menos efectiva que si estuviese en uno de los hoteles del Oeste de Londres, y podrían así asegurar igualmente las necesidades básicas de la vida mientras encuentran algo mejor. Esta es la primera etapa. ALGUNOS TROFEOS DE LOS ALBERGUES De los resultados prácticos que han arrojado nuestros métodos para trabajar con los desposeídos que llegan a nuestros albergues tenemos muchos ejemplos sorprendentes. He aquí unos pocos, cada uno de ellos una trascripción de la experiencia de un hombre que es ahora miembro activo y útil de la comunidad, la cual, de no ser por estos Centros, sería hasta el día de hoy su territorio de caza. A.. S. — Nació en Glasgow, en 1825. Recibió salvación en Clerkenwell, el 19 de mayo de 1889. Sus padres, pobres, vivían en un Barrio Marginal de Glasgow. Fue dejado en la calle a los siete años, se convirtió en compañero y socio de ladrones, y desembocó en el crimen. Las siguientes son sus condenas a prisión:— 14 días, 30 días, 30 días, 60 días, 60 días (tres veces consecutivas), 4 meses, 6 meses (dos veces), 9 meses, 18 meses, 2 años, 6 años, 7 años (dos veces), 14 años; 40 años, 3 meses y 6 días en total. Fue azotado 8 veces por conducta violenta en prisión.

W. M. (“Buff”). — Nació en Deptford en 1864; recibió salvación el 31 de marzo de 1889 en Clerkenwell. Su padre era un viejo Marino, que vivía decentemente como administrador. Era sobrio, respetable y de confianza. Su madre era una mujer alcohólica y de mala reputación: un problema y una desgracia para el marido y para toda la familia. Los padres se separaron y el pequeño Buff quedó bajo las malignas influencias de su depravada madre. El regalo que le dio su madre para su cumpleaños número siete fue un “litro de ginebra”. Recibió algo de educación en One Tun Alley Ragged School, pero a los nueve fue sorprendido robando manzanas y enviado a la Escuela Industrial de Ilford por siete años. Tras cumplir su pena, vivió en las calles, en los Asilos Temporales y en las cárceles metropolitanas, cuyos interiores él conoce muy bien. Se convirtió en el líder de una pandilla que aterrorizó a Londres; en un mendigo bueno para nada; en una peste para la sociedad. Es líder nato y uno de esos espíritus que atraen seguidores; en consecuencia, cuando encontró su Salvación, atrajo a la mayoría de sus seguidores hasta el Albergue y, con el tiempo, hasta Dios. Desde la conversión, su comportamiento ha sido muy satisfactorio y ahora es Ayudante en Whitechapel y todos le consideran un “perfecto caballero”. C. W. (“Frisco”) — Nació en San Francisco, en 1862. Recibió salvación el 24 de abril de 1889. Dejó su hogar a los ocho años y emprendió rumbo hacia Texas. Allí trabajó en los Ranchos como vaquero, adoptando ocasionalmente la vida de mar, convirtiéndose en el típico hombre impertinente y pendenciero. Fue sentenciado a 2 años por amotinarse en alta mar; a 4 años por robo de mulas; a

5 años por robo de ganado; en total, ha estado en prisión por trece años y once meses. Viajó a Inglaterra, se mezcló con ladrones y desocupados, y cumplió varias condenas breves de prisión. Cuando salió de Millbank, lo aguardaban un antiguo camarada (Buff) y el Capitán del Albergue; vino al Albergue, se salvó y se ha mantenido firme.

H. A. — Nacido en Deptford, 1850. Recibió salvación en Clerkenwell, el 12 de enero de 1889. Perdió a su madre prema turamente; le fue difícil superar la presencia de una madrastra; y una tendencia a apropiarse indebidamente de pequeños objetos pronto desembocó en el robo. Se hizo a la mar y se convirtió en un bebedor empedernido, blasfemo soez y flagrante partidario de la infidelidad. Anduvo a la deriva por años hasta que eventualmente llegó al Albergue. Allí buscó a Dios, y lo ha hecho bien. Este año estuvo a cargo de una cuadrilla de enfardadores enviada al campo, y superó satisfactoriamente la tarea. Parece honesto en su profesión, y sigue pacientemente buscando a Dios. Ahora trabaja en los talleres.

H. S.— Nació en A——, en Escocia. Como la mayoría de los muchachos escoceses, él pensaba tener una buena educación, a pesar de la situación de pobreza en que vivían sus padres. Cuando era un adolescente, entró a trabajar a los periódicos y conoció los detalles de la profesión de reportero en varios periódicos importantes de N. B. Con el tiempo, obtuvo un puesto en un periódico de provincia e ingresó a un curso en la Universidad de Glasgow, donde se graduó con el título de bachiller. Después de esto, formó parte del personal de un periódico de Gales. Se casó con una muchacha decente y tuvo varios hijos, pero se dio a la bebida y por ello perdió su puesto, a su esposa, a su familia y a sus amigos. A veces, lucha consigo mismo y se recupera y parece ser capaz de mantenerse sobrio, pero una y otra vez su mal hábito lo supera y cada vez se hunde más. Durante un tiempo, realizó trabajo administrativo en una importante Institución de Caridad de Londres, pero cayó repetidas veces, hasta que finalmente fue despedido. Se acercó a nosotros desesperado, fue enviado a un Albergue y Taller y allí recibió salvación; ahora se encuentra en buena situación. Promete, y aquellos que mejor pueden juzgarlo parecen muy optimistas de que finalmente se ha hecho un buen trabajo con él. F. D. — Nació en Londres y entró al comercio del hierro. Tuvo una serie de buenos puestos y los perdió uno tras otro debido al alcoholismo y a la irregularidad. En una ocasión, con £20 en su bolsillo, partió para Manchester, se emborrachó, fue encerrado y multado con cinco chelines y condenado a pagar costas de quince chelines; pagó y cuando salía del Tribunal un caballero le detuvo y le dijo que conocía a su padre y le invitó a su casa; sin embargo, con £10 en su bolsillo, se sentía independiente y rechazó la invitación; el caballero le dio su dirección y se fue. En unos días derrochó su dinero y poco después vendió sus ropas, todo por la bebida, y entonces, sin una moneda en los bolsillos, se presentó en la dirección que le había dado el caballero, a las diez de la noche. Esa persona resultó ser su tío, quien le dio £2 para volver a Londres, pero este dinero también se evaporó en alcohol. Regresó tambaleándose a Londres, completamente desamparado. Pasó varias noches en el Embankment y en una ocasión un

hombre le regaló un boleto de ingreso al Albergue; sin embargo, lo vendió por 2 chelines y se compró una jarra de cerveza y deambuló toda la noche. Eso lo hizo pensar y tomó la determinación de conseguir 4 chelines al día siguiente y ver cómo era un Albergue. Llegó a Whitechapel, se convirtió en cliente regular; hace ocho meses se salvó y ahora está bien.

F. H. — Nació en Birmingham, en 1858. Se salvó el 26 de marzo de 1890, en Whitechapel. Su padre murió cuando él era un niño y su madre se volvió a casar. Su padrastro era marino y alcohólico, y golpeaba a su mujer; el muchacho fue abandonado en las calles. A los 12 años dejó su hogar y enfiló hacia Liverpool, pidiendo limosna y durmiendo a la verja del camino. En Liverpool vivió cerca de los Muelles durante algunos días, durmiendo donde podía. La policía lo encontró y lo envió de vuelta a Birmingham; su padrastro borracho lo recibió con una golpiza despiadada. Trabajó como recadero, hurtando sin que nadie lo notara, y dos años después se largó con cincuenta chelines robados; llegó caminando hasta Middlesborough. Consiguió trabajo en una fábrica de clavos, se quedó allí por nueve meses; robó nueve chelines de la gaveta de un compañero y nuevamente emprendió rumbo. Llegó a Birmingham, donde supo que lo buscaba la policía, por lo que se enlistó en la Marina. Estuvo en la nave de entrenamiento Impregnable durante tres años, con buen comportamiento, haciéndose merecedor de “una docena” solamente, y fue transferido con una hoja de servicio que indicaba “buena conducta” al Iron Duke en los mares de China. Pronto cayó en el alcohol y fue detenido y encarcelado por conducta rebelde en casi todos los puertos de recalado. Abandonó barco y desertó varias veces, y se convirtió en el típico marino buscapleitos. Conoció la prisión de Singapur, Hong Kong, Yokohama, Shanghai, Cantón y otros lugares. Regresó a casa tras cinco años y, después de un permiso, se unió al Belle Isle en la estación irlandesa. Nuevamente el whisky se apoderó de él y el exceso destruyó su cuerpo. Durante su permiso se casó y al ser dado de baja se reunió con su esposa en Birmingham. Durante algún tiempo trabajó como barrendero en el mercado, pero hace dos años dejó a su esposa y a su familia y vino a Londres, donde vivió una vida de holgazán, en las calles, e hizo su hogar en los Albergues Temporales. Con el tiempo, llegó al Albergue de Whitechapel y se salvó. Ahora es un muchacho confiable; se ha reconciliado con su esposa, quien vino a Londres a verlo, y es muy probable que se convierta en un hombre útil a la sociedad. J. W. S. — Nació en Plymouth. Sus padres son personas respetables. Es un inteligente hombre de negocios y tiene buena situación. Hace dos años llegó a Londres, cayó en malos caminos y se dedicó a la bebida. Perdió un empleo tras otros, pero siguió bebiendo; lo perdió todo y quedó en la calle. Encontró nuestro Albergue de Westminster y con el tiempo se salvó; se informó a sus padres, quienes le brindaron apoyo y ropas; con la Salvación llegó la esperanza y la energía; obtuvo un buen puesto en Lewisham (7 chelines por hora) en su campo de experiencia profesional. Lleva cuatro meses, y es un prometedor Soldado y un mecánico respetable.

J. T. — Nació en Irlanda; con buena educación (comercial); oficinista y contador. Muy joven se unió al Ejército de Su Majestad y gracias a su buen comportamiento logró promociones importantes. Fue secretario del cuartel de ordenanzas y asistente del encargado de pagos de su regimiento. Llevó una vida estable

mientras estuvo en servicio, al término del cual pasó a la Reserva con un “muy bueno” en su hoja de vida. Estuvo desempleado por mucho tiempo y esto parece haberle llevado a la desesperación y a la bebida. Se hundió a lo más profundo y llegó a Westminster en una condición deplorable: sin abrigo ni camisa ni sombrero, completamente sucio; una muestra horrible de lo que puede llegar a ser un hombre de buena familia. Después de estar un tiempo en el Albergue, se salvó, pasó a formar parte de los Talleres y nos dio muchas satisfacciones. Actualmente, trabaja como oficinista y cumple satisfactoriamente con su labor; es una buena influencia en el lugar.

J. S. — Nació en Londre s, hijo de una familia decente. Desde niño mostró propensión al robo; pronto cayó en manos de la policía, y entró y salió de prisión constantemente. Llevó una vida sin rumbo y recorrió todo el Reino Unido. Ha sido condenado a trabajos forzados en tres ocasiones y su última sentencia fue por siete años, con supervisión policial. Después de su liberación se casó con una muchacha respetable e intentó reformarse, pero las circunstancias estuvieron en su contra; no tenía más recomendaciones que una carrera en prisión, por lo que muy pronto él y su esposa terminaron en la indigencia. Llegaron al Albergue y pidieron ayuda; fueron recibidos y él presentó una solicitud de empleo ante el Juez de Clerkenwell para saber qué podía hacer. El Juez lo ayudó y agradeció al Ejército de Salvación por los esfuerzos realizados en su nombre y en el de otros en situación similar, y nos pidió que cuidásemos al postulante. Se le asignó algo de trabajo y, transcurrido un tiempo, surgió un empleo. Hoy pasan por un buen momento; él tiene empleo estable y ambos sirven a Dios; mantienen el respeto y la confianza de sus vecinos, etc. E. G. — Vino a Inglaterra para trabajar con una familia de buena posición y posteriormente fue mayordomo y sirviente principal en varias casas de la nobleza. Enfermó y por largo tiempo no estuvo en condiciones de trabajar. Había ahorrado una suma considerable de dinero, pero el costo de los doctores y las necesidades de su enfermedad pronto agotaron su pequeña reserva y quedó reducido a penuria y a necesidad absoluta. Durante un tiempo estuvo en un Asilo para Pobres, pero cuando fue dado de alta, se le aconsejó que se acercara a nuestro Albergue. Ni su salud ni su situación eran buenas, y tenía el espíritu quebrantado, casi en la desesperación. Con amor, se le aconsejó que entregara su cuidado a Dios y eventualmente se convirtió. Después de algún tiempo consiguió un empleo como portero en una bodega Municipal. La constancia y la fe demostradas en un año lo llevaron al puesto de viajante. Hoy día, prospera en cuerpo y alma, y se ha ganado el respeto y la confianza de todos quienes se relacionan con él.

Podríamos multiplicar estos registros, aunque los que aquí presentamos son indicativos de los resultados logrados. No hay razón para pensar que las influencias que han sido bendecidas por Dios para la salvación de estos pobres hombres no serán igualmente eficaces si se aplican a una escala mayor y en un área más amplia. En todos estos casos, ha de notarse que el simple hecho de dar alimentación no fue lo único que influyó en los resultados: fue la combinación de alimentación y trabajo personalizado orientado al alma. En

cualquier caso, si no les hubiésemos alimentado, no nos habríamos acercado lo suficiente a ellos como para influir en sus cora zones. Si sólo les hubiésemos alimentado, se habrían marchado al día siguiente para reanudar, con más energía, la vida predatoria y vagabunda que estaban llevando. No obstante, cuando nuestros Centros de Albergue y Comida los acercaron a nosotros, nuestros funcionarios fueron literalmente capaces de abrazarlos y de apelar a ellos como a hermanos descarriados. Les dijimos que sus pecados y tristezas no les excluían del amor del Padre Eterno, Quien nos había enviado hacia ellos para ayudarles con todo el poder de nuestra gran Organización, de la Divina autoridad de la cual nunca nos sentimos tan seguros como cuando salimos en busca de las almas perdidas para salvarlas.

SECCIÓN 2 — TRABAJO PARA LOS DESOCUPADOS — LA FÁBRICA Podrá señalarse que lo antedicho funciona muy bien para un marginado que tiene unas monedas en su bolsillo, pero, ¿qué sucede si no las tiene? ¿Qué sucede si nos encontramos con una multitud hambrienta y desesperada, sin un centavo en los bolsillos, pidiendo alimentos y techo? Esta objeción es comprensible y ha sido debidamente considerada desde el principio. Junto con cada Centro de Albergue y Comida, propongo establecer un Taller o Centro Laboral, en el que toda persona indigente y hambrienta que se acerque a él obtendrá un trabajo razonable que le reporte esas pocas monedas que necesita para alojamiento y comida. Este es uno de los elementos principales del Plan y, en mi opinión, uno que recomendaría a todos aquellos que están ansiosos por beneficiar a los pobres permitiéndoles ayudarse a sí mismos sin la desmoralizadora intervención de una limosna. Detengámonos por un momento ante las puertas de uno de nuestros Albergues. Vemos acercarse a un vagabundo sucio, harapiento, con los pies adoloridos, ya que sus zapatos le quedan chicos; sus ropas están rasgadas, su camisa está inmunda y su cabello enmarañado. Nos cuenta que ha estado deambulando durante las últimas tres semanas, buscando trabajo sin ningún resultado, que ha dormido en el Embankment y desea saber si podemos darle un pedazo de pan y un plato de sopa y albergue durante la noche. ¿Tiene dinero? No lo tiene; probablemente gastó los últimos peniques que mendigó o ganó en pagar por una pipa de tabaco, que le ayudó a acallar los reclamos de su hambriento estómago. ¿Qué ha de hacerse con este hombre? Recordemos que esta no es una representación caprichosa — es un caso común y frecuente. Hay cientos y miles de casos como éste. Quienquiera que esté familiarizado con la vida de Londres y de nuestras grandes ciudades reconocerá a esa figura desolada parada allí, pidiendo pan y techo o un trabajo mediante el cual obtener ambos. ¿Qué ha de hacerse con él? Frente a él, la Sociedad está paraliza, acallando su conciencia mediante una limosna ocasional de pan y sopa, alternada con el tratamiento semicriminal del Albergue, hasta extraerle a ese hombre su humanidad, cuyo resultado es una criatura irresponsable, desesperada, con el espíritu quebrantado, que no tiene siquiera la aspiración de salir de su situación de miseria, cubierto de parásitos y suciedad, hundiéndose cada vez más y más, hasta que finalmente lo quita de su vista depositándolo en un tosco cajón que lo lleva a la fosa común. Propongo acoger a ese hombre, abrazarlo fuertemente y sacarlo de la ciénaga que lo sofoca casi por completo. Como primer paso, le diremos: “Estáis hambriento, aquí tenéis comida; no tenéis hogar, aquí hay un techo para vuestra cabeza; pero recordad, debéis ganaros la comida con vuestro trabajo. Esta no es caridad; es trabajo para los que no lo tienen, ayuda para quienes no pueden ayudarse a sí mismos. Ese es el taller laboral, id hacia allá y ganad unas cuantos peniques y, luego, dejad el frío y la humedad y venid al cálido albergue; aquí está vuestra jarra de café y vuestra gran hogaza de pan; y cuando hayáis terminado de comer, habrá una reunión, con música alegre y convivencia humana honesta y cariñosa. Hay personas que oran por vos y con vos, y que os harán sentir un hermano entre los hombres. Hay una cama improvisada sobre el piso, donde po dréis dormir tranquilo y abrigado, sin ser molestado por los gritos obscenos con los que habéis convivido por tanto tiempo. Hay una sala de baño, en la que podréis asearos después de todos

esos días viviendo en la suciedad. Hay mucho jabón y agua caliente y toallas limpias; allí también podéis lavar vuestra camisa y secarla mientras dormís. Cuando os levantéis en la mañana, habrá un desayuno esperándoos y vuestra camisa estará limpia y seca. Entonces, cuando hayáis descansado y estéis limpio y ya no desfallezcáis de hambre, podéis ir a buscar trabajo, o volver al Taller hasta que encontréis algo mejor”. Pero, ¿dónde y cómo? Ahora, permitidme presentaros las Instalaciones Laborales. Aquí no existe la pretensión de caridad más allá de la caridad que el trabajo remunerado da a un hombre. Nuestro negocio no es pagar un salario a los hombres. Lo que proponemos es permitir que hombres y mujeres necesitados se ganen sus raciones o trabajen lo suficiente como para pagar por su hospedaje hasta que sean capaces de salir al mundo y ganar sus propios salarios. Para nadie es obligatorio concurrir a nuestro Albergue, pero si un hombre pobre desea alimento debe, como regla, trabajar lo suficiente para pagar su comida y alojamiento. Digo como regla porque, sin duda, nuestros Oficiales estarán autorizados para hacer excepciones en casos extremos; pero la regla siempre será trabajar antes de comer. Y esa cantidad de trabajo será rigurosamente exigida. Esto es lo que diferencia a nuestro Plan de una simple limosna caritativa. Por ningún motivo deseo establecer un nuevo centro de desmoralización. No deseo humillar a mis clientes dándoles algo que no han ganado. Es de importancia fundamental hacer que el hombre desarrolle su autoestima, hacerle sentir que finalmente ha puesto sus pies en el primer peldaño de la escalera que lo lleva hacia una mejor vida, y esto no es posible a menos que el trato que acordemos él y yo sea estrictamente cumplido. Le entrego tanto café, pan, albergue, calor y luz, pero a cambio recibo de él una cantidad equivalente de trabajo. ¿Qué trabajo?, es la pregunta. Para responderla me gustaría invitaros a nuestros Talleres Industriales de Whitechapel. Allí veréis el Plan en funcionamiento experimental. Lo que hacemos allí es lo que proponemos hacer en todas partes donde exista la necesidad, y no hay razones para que fracasemos si aquí hemos tenido éxito. Nuestra Fábrica Industrial en Whitechapel se estableció en la primavera. La abrimos a muy pequeña escala. Se ha desarrollado hasta tener casi noventa hombres trabajando. Algunos son trabajadores calificados, que se dedican a la carpintería. El trabajo específico que realizan por estos días es la fabricación de bancas para el Ejército de Salvación. Otros se dedican a fabricar esterillas; algunos son zapateros, otros pintores y así sucesivamente. Hasta el momento, esta iniciativa de prueba ha dado resultados admirables. Ninguno de los albergados se encuentra aquí en forma permanente. Mientras esté dispuesto a trabajar por sus raciones, recibe materiales y se le asigna un supervisor capacitado. Se trabaja ocho horas al día. Las siguientes son las normas y reglamentos según los cuales se realiza actualmente el trabajo:— DEPARTAMENTO DE REFORMA SOCIAL DEL EJÉRCITO DE SALVACIÓN Cuartel T emporal— 36, UPPER THAMES STREET, LONDRES, E. C.

TALLERES INDUSTRIALES EN LA CIUDAD OBJETIVOS — Estos talleres se crean para ayudar a los desocupados y necesitados. Su objetivo es que los hombres sin hogar y sin trabajo no se vean obligados a acudir a un Asilo para Pobres o Albergue Temporal, proporcionándoseles alimento y techo a cambio de trabajo hasta que puedan conseguir un empleo por sí solos o se les consiga uno en otro lugar. P LAN DE FUNCIONAMIENTO — A todas las personas que soliciten ayuda se les ubicará en lo que se denomina la primera clase. Deberán estar dispuestas a realizar cualquier trabajo que se les asigne. Mientras estén en la primera clase, tendrán derecho a tres comidas al día y a alojamiento por la noche, y se esperará que a cambio realicen con buena voluntad el trabajo que se les asigne. Se promoverá de la primera a la segunda clase a todos aquellos considerados idóneos por los Directores Laborales. Además del alimento y alojamiento mencionados anteriormente, recibirán montos de hasta de 5 chelines al término de la semana, con el objeto de ayudarles a adquirir herramientas que les permitan conseguir trabajo en otros lugares. REGLAS — En las instalaciones de la fábrica no se permitirá fumar, beber, usar malas palabras ni tener conductas orientadas a desmoralizar. No se admitirá el ingreso a personas que se hallen bajo la influencia del alcohol. Todo aquel que se niegue a trabajar o que tenga mala conducta deberá abandonar las instalaciones. HORAS DE TRABAJO — 7:00 a.m. a 8:30 a.m. horas; 9:00 a.m. a 13:00 p.m. horas; 14:00 p.m. a 17:30 p.m. horas. Las puertas se cerrarán cinco minutos después de las 7:00, 9:00, 2:00 p.m. horas. Todos recibirán Cupones de Alimentos para los turnos de comidas. Los Alimentos y el Alojamiento se proporcionarán en la calle Whitechapel 272. Nuestra experiencia práctica nos indica que podemos ofrecer el trabajo que permita a un hombre ganarse sus raciones. Tendremos cuidado de no vender los productos que allí se fabriquen por menos que e l precio de mercado. Por ejemplo, en lo que respecta a la leña, hemos preferido ofrecerla por sobre el promedio de mercado y no bajo él. Según lo señalado, nos oponemos categóricamente a perjudicar a una clase de trabajadores mientras ayudamos a otra. Hasta ahora, tentativas similares a las descritas han originado un profundo sentimiento de celos en los Sindicatos y representantes de los trabajadores. Consideran injusto que se inserte en el mercado mano de obra parcialmente pagada con nuestros Impuestos, o con Contribuciones de Caridad, a un valor inferior al de mercado y, por ende, que compita deslealmente con la producción de aquellos que en primera instancia han debido aportar una cuota importante de los fondos con los que se mantiene a estos trabajadores Criminales o Indigentes. No pueden justificarse tales sentimientos de celos respecto a nuestro Plan, puesto que nuestra intención es mejorar el estándar de trabajo y estamos comprometidos en una guerra a muerte contra la explotación laboral en todos sus tipos y formas. No obstante, se preguntará, ¿cómo se comportan estas personas Desempleadas cuando se las lleva a la Fábrica? En relación con este punto, les puedo ofrecer un informe muy satisfactorio. Sin duda, muchos están disminuidos, mal alimentados y enfermos, o sufren las consecuencias del alcoholismo. Muchos también son

ancianos, que han sido desplazados del mercado laboral por las generaciones más jóvenes. Pero, sin hacer demasiadas concesiones por estas causas, puedo afirmar que estos hombres no sólo se han mostrado ansiosos y deseosos de trabajar, sino que tienen la capacidad para hacerlo. El Superintendente de nuestra Fábrica informa: — Prácticamente no ha habido pérdida de tiempo desde la apertura, el 29 de junio. Durante su permanencia, cada hombre, salvo unas pocas excepciones, se ha presentado puntualmente a la hora de apertura y ha trabajado más o menos dedicadamente durante toda la jornada laboral. La conducta moral de estos hombres ha sido buena; en no más de tres casos se han producido actos explícitos de desobediencia, insubordinación o pleito. En conjunto, los hombres han exhibido buenas maneras, voluntad y satisfacción; todos ellos son muy trabajadores y algunos, que no son pocos, son dedicados y energéticos. Los Capatac es no han presentado reclamos graves ni han informado de problemas.

El 15 de agosto recibí un informe con los nombres, las actividades y el modo de empleo de los hombres que trabajaban en la Fábrica. A esa fecha, entre los cuarenta empleados en los talleres, había ocho carpinteros, doce operarios, dos sastres, dos marineros, tres oficinistas y dos ingenieros; entre el resto había un zapatero, dos almaceneros, un tonelero, un fabricante de velas, un músico, un pintor y un albañil. Diecinueve de ellos estaban empleados en actividades de aserrado, corte y amarrado de leña; seis fabricaban esterillas; siete hacían sacos y el resto realizaba trabajos diversos. Entre ellos había un carpintero ruso que no hablaba una sola palabra de inglés. Todo el lugar es una colmena de trabajo, que aviva el corazón de todo aquel que lo visite con la esperanza de que algo está por hacerse para resolver las dificultades de los desocupados. Aunque nuestras Fábricas están concebidas como instituciones permanentes, no serán nada más que lugares de descanso temporal para los que se beneficien de sus ventajas. Son puertos de Albergue donde los trabajadores azotados por la tormenta pueden acudir a reponerse, hasta que nuevamente puedan hacerse a la mar común del trabajo y gana r su sustento. El establecimiento de estas Fábricas Industriales parece ser uno de los deberes más obvios de aquellos que efectivamente lidian con el Problema Social. Son un vínculo tan indispensable en la cadena de salvación como lo son los Albergues, pero son sólo un vínculo y no un lugar de descanso permanente. Y no proponemos que se consideren más que como peldaños para acceder a cosas mejores. Estos Talleres también servirán a hombres y mujeres que estén temporalmente desocupados, que tengan fami lias y que posean algún tipo de vivienda. En numerosos casos, si estos desafortunados pudiesen encontrar pan y dinero durante

algunas semanas, podrían superar sus dificultades y se les evitaría una cantidad inimaginable de miseria. En tales casos, se les proporcionaría Trabajo en sus propias casas, si así lo prefirieran, en especial a las mujeres y niños, y se aspiraría a entregarles una remuneración que les permitiese satisfacer sus necesidades inmediatas. Para aquellos que deben pagar una renta y mantener a una familia, sería indispensable algo más que las raciones. Los Talleres Laborales nos permitirán llevar a cabo nuestros experimentos Contra la Explotación. Por ejemplo, proponemos comenzar a fabricar cajas de fósforos, para lo cual debemos procurar ofrecer casi el triple del monto pagado actualmente a las pobres criaturas hambrientas que realizan este trabajo. En todos estos talleres, nuestro éxito dependerá de la medida en que seamos capaces de establecer y mantener en las mentes de los trabajadores sentimientos morales sólidos y de cultivar un espíritu de esperanza y superación. Buscaremos recordarles continuamente el hecho de que mientras deseamos alimentar a los hambrientos y vestir a los desnudos y proporcionar un techo a quien no tiene d ónde cobijarse, nuestra aspiración primordial es lograr esa regeneración del corazón y de la vida que es esencial para su felicidad y bienestar futuros. Sin embargo, no habrá obligación religiosa alguna. El hombre que profese amar y servir a Dios recibirá ayuda debido a ello, y quien no lo haga también recibirá ayuda, con la esperanza de que, tarde o temprano, agradecido a Dios, hará lo mismo; pero esto no significará ningún padecimiento para nadie. En el Ejército no hay rostro santurrón. Hablamos lib remente acerca de la Salvación, porque para nosotros en la única luz y regocijo de nuestra existencia. Somos felices y queremos que otros compartan nuestra alegría. Por nuestra experiencia, sabemos que la vida es algo muy diferente cuando hemos encontrado la paz de Dios y trabajamos junto a Él para la salvación del mundo, en lugar de afanarnos por realizar una ambición mundana o acumular ganancias terrenales.

S ECCIÓN 3 – LA REGIMENTACIÓN DE LOS DESOCUPADOS Cuando hemos proporcionado al vagabundo pobre y sin hogar un baño y un techo para dormir, y cuando le hemos alimentado en el Refugio y asegurado un medio para que gane sus cuatro peniques cortando leña, fabricando esterillas o reparando los zapatos de sus compañeros en la Fábrica, debemos abordar entonces el problema de cómo ayudarle a reincorporarse en las filas permanentes de la industria. El Refugio y la Fábrica no son más que puentes que ofrecen esta ventaja: nos dan el tiempo para mirar a nuestro alrededor y ver qué hay en un hombre y qué podemos hacer de él. Lo primero que debemos hacer, y lo más obvio, es averiguar si existe demanda en el mercado laboral para el trabajador que tenemos en el Refugio. Con este propósito, he creado una Agencia de Empleo, cuyas operaciones ampliaré de inmediato, donde los empleadores pueden registrar sus necesidades y los trabajadores inscribir sus nombres y el tipo de trabajo que pueden realizar. En la actualidad, no existe una bolsa de trabajo en el país. Las columnas de los periódicos son el único sustituto para este tipo de registro tan necesario. Es una de las tantas consecuencias dolorosas que trae consigo el crecimiento excesivo de las ciudades. En una aldea, donde todos se conocen, esta necesidad no existe. Si un granjero necesita de la ayuda de dos hombres para la siega o de algunas mujeres para que trabajen en tiempos de cosecha, repasa en su mente los nombres de todas las personas disponibles en la comarca. Inclusive en un pueblo pequeño no es difícil saber quién desea empleo. Pero en las ciudades no es posible saberlo; constantemente escuchamos de personas que estarían muy contentas de contratar mano de obra temporal para diversas tareas en un período de mucho trabajo, cuando al mismo tiempo hay cientos de personas que mueren de hambre por falt a trabajo en el otro extremo de la ciudad. Para superar este mal, las leyes de la Oferta y Demanda han creado a los Intermediarios de la Explotación, quienes subcontratan a los desafortunados y lucran de ellos cobrándoles una comisión tan alta que los pobres infelices que realizan el trabajo reciben apenas lo suficiente para subsistir. Propongo cambiar esta situación estableciendo Registros que nos permitan tender prestamente una mano a los hombres sin trabajo de un distrito y oficio específicos. De esta manera, nos convertiremos en los intermediarios universales entre los que no tienen empleo y los que necesitan trabajadores. En este punto, no nos proponemos reemplazar a los Sindicatos ni interferir con su labor. Donde existan Sindicatos, nos pondremos siempre en contacto con sus funcionarios. Sin embargo, los más necesitados y miserables se encuentran entre los trabajadores no organizados, que no tienen Sindicatos y que, por ende, son las víctimas naturales de los intermediarios. Considerad, por ejemplo, a una de las clases más abandonadas de la comunidad: a los pobres infelices que deambulan por las calles como Hombres-Anuncio. Son subcontratados por algunas empresas. Si deseáis hacer circular por Londres a cincuenta o cien personas que anuncien la excelencia de vuestros productos, os dirigís a una empresa de publicidad que se comprometerá a proporcionar tantos Hombres- Anuncio como deseéis por dos chelines o media corona al día. Sobran hombres para hacer este trabajo; vuestros productos se public itan y vosotros pagáis por el servicio, pero ¿cuánto de ese dinero reciben realmente los hombres- anuncio? Alrededor de un chelín o un chelín y tres centavos; el resto es para los intermediarios. Propongo eliminar a estos intermediarios formando una Asociación Cooperativa de Hombres- Anuncio. En cada Albergue habría una Brigada de Hombres- Anuncio preparada para satisfacer

cualquier posible demanda. El costo de registro y organización, que ellos estarían felices de pagar, no requeriría ser superior a un pen ique. Todo lo que se necesita es establecer un centro confiable y desinteresado en el que se puedan agrupar los desocupados y el que conformará el núcleo de una gran Asociación de Autoayuda Cooperativa. Las ventajas de una Agencia de este tipo son más bien obvias. Y no me refiero en este punto a consideraciones teóricas. Me respaldan siete meses de experiencia tanto en Inglaterra como en Australia. En Londres contamos con una oficina de registro laboral en la calle Upper Thames, donde todas las mañanas llegan masas de desocupados a inscribir sus nombres y a ver dónde pueden obtener un puesto. Veo que en la Cámara Baja de Australia se señaló que nuestros Oficiales habían sido instrumentales en encontrar empleo para no menos de ciento treinta y dos “Desocupados” en unos pocos días. Aquí, en Londres, hemos logrado obtener empleo para un gran número de personas, aunque, sin duda, no nos es posible ayudar a todos los que necesitan uno. Hemos enviado recolectores de heno al campo y hay muchas razones para creer que cuando se conozca mejor a nuestra Organización, y cuando amplíe sus operaciones, tendremos un gran intercambio de trabajadores entre la ciudad y el campo. Así, cuando haya escasez en un lugar y congestión en otro, se enviará información de manera inmediata, para que la sobreabundancia de mano de obra de un lugar pueda ser absorbido por aquellos distritos que necesitan trabajadores. Por ejemplo, en las temporadas de cosecha, con su clima cambiante, es común que los cultivos resulten dañados por la falta de trabajadores y, concurrentemente, hay miles de personas deambulando por las grandes ciudades en busca de trabajo, pero sin la suerte de encontrar alguien que los contrate. Extendamos este sistema a todos los lugares del mundo, e implementémoslo no sólo para la transferencia de trabajadores entre las ciudades y las provincias, sino entre Países, y resulta imposible no visualizar la enorme ventaja que ello acarrearía. El Oficial a cargo de nuestra Oficina de Empleo experimental me envía las sigu ientes notas en cuanto a lo que ya se ha hecho a través de la agencia de la calle Upper Thames: DEPARTAMENTO DE REFORMA SOCIAL DEL EJÉRCITO DE SALVACIÓN OFICINA DE EMPLEO La Oficina se abrió el 16 de junio de 1890. Los siguientes son los detalles de la s transacciones realizadas hasta el 26 de septiembre de 1890:— Postulaciones de empleo — Hombres …………………. 2.462 ” ” — Mujeres …………………. 208 —— 2.670 Solicitudes de empleadores para trabajadores Hombres … ” ” ” Mujeres …. 59 Enviados a trabajar— Hombres …………………….. ” — Mujeres ……………………… 68 Puestos permanentes ………………………………… Empleo temporal, a saber: hombres- anuncio, limpiadores, etc. …………………………… 223

128 187

301 —— 146

369

Enviados al Taller de Hanbury Street …………………………

165 ——

S ECCIÓN 4 — LA BRIGADA DE RESCATE FAMILIAR Es evidente que tan pronto se empieza a encontrar trabajo para la fuerza laboral desempleada de la comunidad, y sin importar lo que se haga en cuanto al registro y a la convergencia de quienes buscan trabajo y de los que necesitan trabajadores, siempre queda un gran residuo de desocupados, y será deber de aquellos que asuman esta problemática el encontrar los medios para asegurarles empleo. Muchas cosas son posibles cuando existe inteligencia administrativa en los cuarteles y disciplina en las filas, las que serían totalmente imposibles si cada uno fuese donde se le antojase, si hubiese diez hombres tras un único puesto de trabajo y si no se pudiese contar con las personas cuando se las necesita. Una vez que se implemente mi Plan, habrá en cada centro poblado importante un Capitán de Industria, un Oficial especialmente a cargo de la regimentación de la fuerza laboral no organizada, quien estará en permanente alerta, analizando las mejores alternativas para utilizar el material humano desaprovechado de su distrito. La suposición de que no hay beneficio en la suma de muchas mentes capacitadas para asegurar la colocación de un producto que actualmente es una droga en el mercado es contraria a toda experiencia previa. Robertson, de Brighton, comentaba con frecuencia que toda verdad se compone de dos proposiciones aparentemente contradictorias. De la misma manera puedo decir que la solución a cada dificultad social debe encontrarse en la integración de dos dificultades equivalentes. Es como un rompecabezas para niños. Cuando lo armamos, aparece de pronto una pieza extraña que no encaja en ninguna parte, pero no rompemos ni tiramos la pieza por disgusto o desesperación. Al contrario, la mantenemos a mano, sabiendo que muy luego descubriremos varias otras piezas que no será posible calzar sino hasta que encajemos en el centro la pieza que antes parecía inútil. Ahora bien, en el trabajo de unir los fragmentos que se encuentran dispersos en la base de nuestro sistema social no debemos desesperarnos porque tengamos trabajadores no organizados y no capacitados que parecen no encajar en ninguna parte. Debe haber algo recíproco, que nos parecerá igualmente inservible hasta que se encuentre la correspondencia entre ellos. En otras palabras, al tener una dificultad en el caso de los Sin Trabajo, debemos buscar otra que le sea correlativa, y de las dos dificultades surgirá la solución al problema. No tendremos que buscar mucho para descubrir en cada ciudad y en cada país el elemento correlativo a nuestros trabajadores desocupados. Por una parte, tenemos mano de obra desaprovechada y, por la otra, productos excedentes. Me referiré a la tierra baldía en el siguiente capítulo. Ahora sólo me interesan los productos excedentes. Tenemos en ellos un medio para emplear de forma inmediata a un gran número de hombres bajo condiciones que nos permitirán mantener de forma permanente a muchos de aquellos que nos preocupan ahora.

Propongo establecer en cada gran ciudad lo que yo llamaría “Una Brigada de Rescate Familiar”, una fuerza civil de recolectores organizados, que recorrería la ciudad regularmente en rondas designadas, tal como lo hacen los policías, y a quienes se les encomendará la tarea de recoger los desechos de los hogares que estén en sus distritos. Esto ya se hace en ciudades pequeñas y pueblos, y se advertirá que la mayoría de las sugerencias que he planteado en este libro se basan en un principio central que es devolver a las masas de población, que han crecido en exceso en nuestras ciudades y que, por lo tanto, están desinformadas, el conocimiento y la cooperación en cuanto a las mutuas necesidades de todos y cada uno de ellos que existen en las ciudades pequeñas y en los pueblos. Dichos pueblos son una unidad manejable, porque sus dimensiones y sus necesidades no han excedido el nivel de conocimiento y habilidades de quienes los habitan. En las grandes ciudades los problemas surgen principalmente porque las masas poblacionales han hecho que el volumen físico de la Sociedad exceda su conocimiento. Es como si de pronto nuestro cuerpo desarrollara nuevos miembros que no estuviesen conectados por algún sistema nervioso a la materia gris de su cerebro. Algo así es imposible en el ser humano, pero desafortunadamente es más que posible en la sociedad humana. En el cuerpo humano ningún miembro puede sufrir sin que en forma simultánea se envíe un telegrama, por así decirlo, a la central de la inteligencia; el dedo o el pie gritan cuando sufren y el cuerpo entero sufre con ellos. Por lo tanto, en una comunidad pequeña, ricos y pobres son más o menos conscientes de los sufrimientos de la comunidad toda. En la gran ciudad, donde las gentes han deja do de ser buenos vecinos, sólo existe una masa congestionada de población establecida en una determinada área sin lazos humanos que la interconecte. Aquí es perfectamente posible, y sucede con frecuencia, que personas mueran de hambre a pocos pasos de otros que hubiesen estado dispuestos a entregar la ayuda necesaria de haber estado informados acerca de las condiciones de sufrimiento existentes a corta distancia de sus confortables viviendas. Lo que tenemos que hacer, por lo tanto, es desarrollar un nuevo sistema nervioso para nuestra nación, crear un rápido y casi automático medio de comunicación entre la comunidad toda y cada uno de sus miembros, por insignificante que sea, con el objeto de devolver a la ciudad lo que un pueblo posee. No estoy diciendo que el plan que sugiero sea el único o el mejor plan concebible. Lo que afirmo es que es el único plan que puedo concebir como posible en este momento y que de hecho abarca todo el campo, ya que hasta donde he podido investigar nadie ha propuesto reconstituir la conexión entre lo que yo he llamado la materia gris del cerebro de la comunidad municipal y las unidades individuales que conforman la nación. Al elaborar esta idea me encuentro con el problema de los desechos de las ciudades, y lo tomaremos como una señal del funcionamiento del principio general. Los pueblos producen muy pocos desechos. Con las aguas residuales se riega la tierra y de esta forma se convierten en una fuente de riqueza, en lugar de ser vaciadas a los grandes centross subterráneos, para generar gases tóxicos, los que, gracias a un ingenioso sistema, son luego enviados al centro mismo de nuestros vecindarios, como sucede en las grandes ciudades. En los pueblos ni siquiera se desperdicia la comida descompuesta. Quien vive en un pueblo tiene cerdos o aves de corral y, si no es así, su vecino los tiene, y la recolección de víveres descompuestos se realiza con la misma regularidad que la entrega del correo. Lo mismo sucede con los trapos viejos y los huesos, con la chatarra metálica y con el material de desecho de las viviendas. Cuando yo era un niño, uno de los personajes más familiares en los pueblos rurales era el hombre que recorría las calles una vez a la semana con su

carretilla de mano o con una carreta tirada por un burro, retirando trastos viejos, huesos y cualquier material de desecho, comprándolos de sus jóvenes recolectores no por dinero, sino a cambio de unos dulces llamados “Caramelos” o “masticables”. Tan pronto oían su familiar bocina, los niños sacaban sus tesoros para negociar de la mejor forma posible con el mercader ambulante. El resultado de este intercambio era que la despensa, que en las ciudades de hoy se han convertido en receptáculos de todo tipo de trastos viejos e inservibles, se mantenían limpios y ordenados. Ahora quisiera saber ¿por qué no podemos establecer en nuestras grandes ciudades un comercio de este tipo a una escala proporcional a nuestras vastas necesidades? Me parece indiscutible que hay mucho que ganar con una recolección de este tipo. Si lo había en un pequeño pueblo rural del norte o en un villorrio de la región central, ¿por qué no habría de ganarse incluso más en áreas donde hay mayor densidad de viviendas lujosas y donde tanto ha crecido el derroche que proporcionalmente debe haber mucho más trastos viejos, superfluos y en desuso y, por lo tanto, más material que recolectar que en las áreas rurales? Al revisar la basura de Londres, se me ha ocurrido que en el material de desecho de nuestras viviendas hay suficiente comida como para alimentar a muchos de los pobres hambrientos y para emplear a algunos miles de ellos en su recolección, y, además, para apoyar en gran parte nuestro Plan general. Propongo que nos aboquemos a trabajar en algo similar al siguiente plan: Londres se dividiría en distritos, empezando con el sector que probablemente proveería la mayor cantidad de material a recolectar. Este distrito sería encargado a dos hombres o a un hombre y a un niño. A las familias se les pediría permiso para instalar un receptáculo en algún lugar apropiado, en el cual los sirvientes depositarían los alimentos desechados, y también se les entregaría un saco de algún tipo para desechar papel, ropas, etc. La recolección podría realizarse una o dos veces por semana, o con mayor frecuencia según las estaciones o las circunstancias, y se trasladaría a centros ubicados lo más central posible en los diferentes distritos. En la actualidad, muchos de estos desechos se tiran a los tarros de basura, donde se descomponen creando enfermedades. Luego están los periódicos viejos, los libros rotos, las botellas, las latas y tarros, etc. Todos sabemos que la condición de muchos de estos artículos no es tan mala como para tirarlos a la basura y sin embrago no nos sirven. Los dejamos a un lado con la esperanza de que algo se presentará y como ese algo raramente ocurre, ahí quedan. Instrumentos musicales quebrados, juguetes viejos, coches para niños, ropa vieja; todas las cosas, en resumen, que ya no nos sirven y para las cuales no hay un mercado a nuestro alcance, pero cuya destrucción nos hace sentir culpa y vergüenza. Una vez que organice bien mi Brigada de Rescate Familiar, comenzando, como ya lo señalé, por algún distrito donde sea más probable encontrar una gran cantidad de material, nuestros recolectores uniformados harían su recorrido una o dos veces a la semana con sus carretas. Puesto que estos recolectores se regirían por una estricta disciplina y estarían perfectamente individualizados, las familias estarían a salvo de ser importunadas. Hoy día, el recolector de desechos, que subsiste de manera más o menos precaria con visitas intermitentes, es mirado con recelo por las prudentes dueñas de casa. En

muchos casos, ellas temen que retire el material desechado para tener la oportunidad de encontrar algo más valioso que “recoger” y, en caso de que sea negligente o atrevido, no hay autoridad alguna a quien reclamar. En el caso de nuestra Brigada, cada distrito estaría a cargo de oficial registrado, el que a su vez estaría subordinado a un superior a quien se le plantearía cualquier reclamo y cuya tarea sería asegurar que los oficiales bajo su mando realicen sus rondas y cumplan con sus deberes sin importunar. Permítanme negar aquí toda intención de interferir con la labor de las Hermanitas de los Pobres o con cualquier otra persona que con fines de caridad recolecte desechos de hoteles u otros establecimientos. No es mi objetivo inmiscuirme en los dominios de mis vecinos, ni nunca seré parte de alguna disputa contenciosa por el control de esta o aquella fuente de abastecimiento. Considero que todo lo que ya se realiza en este campo está fuera de mi ámbito de injerencia. Las tierras vírgenes de los desperdicios es un área suficientemente amplia para las operaciones de nuestra Brigada. No obstante, en la práctica se verá que no tenemos competencia. A pesar de que los desechos de algunos grandes hoteles se recolectan en forma regular, las cosas antes enumeradas, y muchas más, aún no han sido tocadas porque no se las busca. Pocas personas tienen noción de la enorme cantidad de Comida que se desperdicia, salvo aquellas han realizado experimentos prácticos. Algunos años atrás, Lady Wolseley estableció un sistema de recolección de casa en casa en Mayfair con el propósito de conseguir alimentos para una olla común que había organizado junto a la Baronesa Burdett-Coutts en Westminster. Recolectó una enorme cantidad de comida. A veces, piernas de cordero a las cuales se les había cortado sólo una o dos tajadas se tiraban al basurero, donde quedaban hasta que una carreta las recolectaba. No exagero al estimar que las sobras de las cocinas del Oeste de Londres proporcionarían suficiente sustento para todos los Sin Trabajo que serán empleados en nuestros centros industriales. Todo lo que se necesita es una recolección pronta y sistemática por parte de hombres disciplinados, que cumplirán sus deberes con puntualidad y cortesía, y cuyas irresponsabilidades podrán informarse directamente a la autoridad. Me referiré más adelante a la utilización de la comida que se recolecte de esta manera, cuando describa la segunda gran división de mi Plan, a saber, la Colonia Rural. Gran parte de los alimentos recolectados por la Brigada de Rescate Familiar no será apta para consumo humano. En esto se adoptará el mayor cuidado; el resto se despacharía, si es posible, por barcas río abajo hasta la Colonia Rural, donde los recibiremos posteriormente. Los alimentos, sin embargo, son sólo uno de los materiales que debiésemos manejar. Tenemos en nuestra fábrica de Whitechapel un zapatero que recogimos de la calle en condiciones de indigencia. Se salvó, está contento y repara los zapatos de sus compañeros. Preveo que ese zapatero es el pionero de todo un ejército de zapateros que repararán constantemente las botas y zapatos desechados en Londres. En algunas ciudades de provincia ya existe un gran negocio de renovación de zapatos viejos. A los hombres así empleados se les llama “traductores”. Como bien sabemos todos los usuarios, los zapatos no se arruinan por completo de una vez. A menudo, la suela se gasta por completo, mientras que el cuero de la parte superior sigue en buenas condiciones, o bien, la parte superior se echa a perder y la suela todavía sirve. Sin embargo, consideramos inservible un par de zapatos o botas cuando alguna de sus partes está en mal estado. Mas, démosle a nuestro zapatero y

a su ejército de asistentes un par de miles de botas y zapatos y no cejarán hasta recuperar unos quinientos pares, que, aun cuando no queden perfectos, serán mucho mejores que los zapatos que cubren los pies de tantos mendigos, para no hablar de los miles de niños pobres que asisten a nuestras escuelas públicas en estos momentos. En algunas ciudades ya se han organizado Fondos de Botas y Zapatos para entregarle a los niños un calzado que no se moje por dentro en el trayecto de la casa a la escuela. Al recordar a los 43.000 niños que, según el Consejo Escolar, asisten a las escuelas de Londres en condiciones de inanición y hambre, ¿no habrá también unos cuantos miles que podrían usar, y con tantas ventajas, los zapatos resucitados en nuestra Fábrica de Botas? Esta es, sin embargo, sólo una rama de la industria. Pensemos en los paraguas viejos. Todos conocemos al reparador ambulante de paraguas, cuya presencia en las cercanías de las granjas hace que la dueña de casa se preocupe por sus aves de corral y se asegure de que el perro guardián ande cerca. No obstante, ese hombre es prácticamente la única agencia que existe para rescatar los paraguas del montón de basura. Junto con la Fábrica de Botas tendremos un gran taller de reparación de paraguas. El armazón de un paraguas servirá para otro, e incluso encontraremos muchos usos para los que ya no sirvan como tales, aprovechando las partes que están en buen est ado. Prosigo. Las botellas son una causa importante de complicación doméstica. Cuando compramos una botella, pagamos un penique por ella; cuando está vacía, no recibimos nada a cambio, ni siquiera un cuarto de penique. Tiramos la botella o la dejamos apilada por ahí. Pero, si todos los días pudiésemos recolectar todas las botellas vacías de Londres, sería posible recuperar esos peniques lavándolas, seleccionándolas y dándoles un nuevo uso. Sólo el lavado de botellas viejas mantendría activas a un buen número de personas. Puedo imaginar las objeciones que plantearán algunas personas miopes, las que dirán que con la reutilización de material de segunda mano estaríamos disminuyendo la demanda por material nuevo y que de esta manera estaríamos reduciendo los empleos y los salarios en un extremo de la cadena mientras intentamos crearlos en el otro extremo. Esta objeción me recuerda el comentario de un constructor naval nórdico quien, al referirse a la deprimida actividad de su industria, decía que lo único que podría reactivarla sería una fuerte tormenta que enviara un número considerable de barcos al fondo del mar. El reemplazo de esos barcos naufragados, según el razonamiento de este economista político, crearía un auge de pedidos para los astilleros. Esta, sin embargo, no es la mejor forma de crear trabajo. La economía es un gran aliado para el comercio, pero sólo en la medida que el dinero ahorrado se gaste en otros productos de la industria. Hay un material cuyo volumen aumenta constantemente y que se ha transformado en la desesperación de las familias y de las Autoridades Sanitarias Locales. Me refiero a las latas en que se envasan los víveres. Hoy día, todo viene en latas. Tenemos café en lata, carne en lata, salmón en lata y latas ad nauseam. Las latas se están convirtiendo en el envase universal de las raciones alimenticias que consume la humanidad. No obstante, cuando hemos extraído el contenido de las latas, ¿qué hacemos con ellas? Podemos encontrar montañas de latas vacías en los basurales, ya que, hasta ahora, ningún hombre ha descubierto una forma de utilizarlas cuando se encuentran en grandes cantidades. El precio de mercado es de alrededor de cuatro o cinco chelines por tonelada, pero son tan livianas que se necesitaría media docena de camiones para hacer una tonelada. Antiguamente, se

quemaban para recuperar la soldadura, pero gracias a un nuevo proceso ahora son ensambladas sin soldadura. El problema de la utilización de las latas lo podemos solucionar nosotros mismos, y de ninguna manera me siento abatido en cuanto a los resultados. Veo en las latas vacías de Londres al menos una forma de crear una industria que hoy se encuentra casi monopolizada por nuestros vecinos. La mayoría de los juguetes que se venden en Francia el día de Año Nuevo están hechos casi completamente de las latas de sardinas recolectadas en la capital francesa. Actualmente, el mercado de la juguetería en Londres dista mucho de estar sobreabastecido, ya que hay miles de niños que no tienen un buen juguet e con qué entretenerse. Veo en estas latas vacías un medio de emplear a un gran número de personas, para transformarlas en juguetes baratos que darán alegría a los hogares de los más pobres — los pobres para quienes cualquier chelín es importante—, no los ricos — los ricos siempre pueden conseguir juguetes—, sino para los hijos de los pobres, que viven en un cuarto y que no tienen otra cosa con qué distraerse que no sea su propio barrio marginal o la calle. Estos pequeños desolados necesitan nuestros juguetes, y si los proporcionamos a un costo suficientemente bajo, los comprarán en cantidades suficientes como para que valga la pena fabricarlos. Se podría escribir un libro entero sobre la utilización de los desechos de Londres. No obstante, no lo haré. Espero poder hacer dentro de poco algo mejor que escribir un libro, es decir, establecer una organización para aprovechar los desechos; y si luego puedo describir lo que se está haciendo será mucho mejor que explicar ahora lo que pretendo hacer. Sin embargo, existe todavía otro material de desecho que es necesario mencionar. Me refiero a los diarios, revistas y libros viejos. Los diarios se acumulan tanto en nuestras casas que terminamos quemándolos de puro disgusto. Las revistas y los libros se amontonan en nuestras repisas hasta que ya no sabemos dónde guardar un volumen más. Mi Brigada resolverá las dificultades de los dueños de casa y, de ese modo, se convertirá en una gran agencia distribuidora de literatura a bajos precios. Cuando una revista haya cumplido su misión en los hogares de la clase media, puede pasar a las salas de lectura, a los asilos para pobres y a los hospitales. Cada publicación que salga de la Prensa y que en cualquier medida sea útil para hombres y mujeres tendrá, según nuestro Plan, una doble cuota de utilidad. Será leída en primer lugar por sus dueños y luego por muchas otras personas que de otra manera no habrían accedido a ella. Organizaremos una gran tienda de libros usados. Los mejores libros que lleguen a nuestras manos serán puestos a la venta, no sólo en nuestras bodegas centrales, sino también en los carretones de nuestros recolectores ambulantes, los que recorrerán las calles con folletos de mejor calidad que los que reciben los pobres actualmente. Una vez que hayamos vendido la mayor cantidad posible de libros y que hayamos donado lo que se necesite a las instituciones públicas, llevaremos lo que sobre a nuestra gran Fábrica de Papel, a la cual nos referiremos más tarde cuando hablemos sobre nuestra Colonia Rural. La Brigada de Rescate Familiar constituirá una agencia capaz de ser utilizada en cualquier medida para la distribución de paquetes, diarios, etc. Una vez que tengamos a un hombre confiable, que recorra cada casa con la regularidad de un cartero y que realice sus rondas con la puntualidad de un policía, será posible lograr grandes cosas con él. No necesito elaborar este punto. Será un Cuerpo de Commisaires universal, creado para el servicio público y el interés de los pobres, que nos pondrá en contacto directo con cada familia de Londres y que se convertirá de

esta forma en un medio inigualable de distribución de publicidad y de recolección de información. No se requiere de una imaginación fértil para ver que, una vez que se establezca dicho sistema regular de visitas casa a casa, éste se desarrollará en todas las direcciones, y que, trabajando paralelamente con nuestros Talleres Antiexplotación y con nuestra Colonia Industrial, como debiera ser, este sistema pronto se convertirá en un medio para contratar reparaciones domésticas, desde ventanas quebradas hasta calcetines rotos. Si se necesitara un portero para mover un mueble o a una mujer para la limpieza, o a alguien para lavar vidrios o realizar cualquier otra tarea menuda, el omnipresente Sirviente de Todos que vino a recoger los desechos recibirá la solicitud, verbalmente o por escrito, y quienquiera que se necesite aparecerá en el momento deseado sin que el dueño de casa tenga que incurrir en ninguna complicación ulterior. Una palabra en relación con el costo. Existen quinientas mil viviendas en el distrito Policial Metropolitano. Entregar a cada hogar un cubo y un saco para depositar los desechos significaría una inversión inicial que no podría ser menor a un penique por casa. Londres es tan grande y los números con los que tendríamos que lidiar son tan elevados que este simple aspecto preliminar representaría un costo de veinticinco mil libras esterlinas. Por cierto, no propongo comenzar con algo a tan gran escala. Ese monto, que es sólo uno de los muchos gastos incurridos, servirá para ilustrar la extensión de las operaciones que requerirá la Brigada de Rescate Familiar. Por ende, la empresa sólo está al alcance de una organización poderosa, que disponga de capital y que asegure un servicio leal, disciplinado y bien dispuesto.

CAPÍTULO III ¡AL CAMPO! — LA COLONIA RURAL Dejo de lado por un momento las diversas características de las operaciones que serán indispensables pero complementarias a la Colonia Urbana, tales como los Hogares de Rescate para Mujeres Perdidas, los Refugios para Alcohólicos, los Hogares para Presidiarios Liberados, la Oficina de Búsqueda de Personas Desaparecidas y la Oficina de Asistencia Legal, la que con el tiempo se convertirá en una institución muy valiosa en su calidad de Tribuna de los pobres. Todas estas instancias para rescatar a los perdidos y ayudar a los pobres, aun cuando son elementos esenciales de la Colonia Urbana, se tratarán con mayor detalle una vez que haya explicado la relación que existirá entre la Colonia Urbana y la Rural, y la forma en que esta última actuará como proveedora de la Colonia de Ultramar. Ya he descrito cómo me propongo abordar, en el primer caso, el problema de la mano de obra excedente, la que inevitablemente se generará tan pronto como establezcamos más Albergues y ellos estén funcionando a capacidad plena. Pero admito sin reservas que, una vez que hayamos hecho todo lo que hasta ahora está a nuestro alcance para que en la ciudad no haya hombres y mujeres desocupados, todavía quedarán muchos que no podrán ser asignados a la Brigada de Rescate Familiar, ni a los que tampoco nos será posible encontrarles empleadores, a pesar del hecho de hallarse debidamente registrados. Entonces, ¿qué ha de hacerse con ellos? La respuesta me parece obvia: ¡deben ser asentados en los campos! La tierra es la fuente de todos los alimentos; sólo a través del trabajo puede la tierra alcanzar su plena productividad. Hay una gran cantidad de tierras sin cultivar en el mundo, no en Continentes remotos o cerca del Polo Norte, sino aquí, exactamente ante las puertas de nuestras casas. Por ejemplo, ¿habéis calculado alguna vez las millas cuadradas de tierra no utilizada que se encuentran a orillas de nuestras vías férreas? Sin duda, algunos terraplenes están construidos con materiales que desafiarían las artes agrícolas de un chino o la cuidadosa ganadería de un montañés suizo; pero ellas son excepciones. Cuando se habla de recuperar la Llanura de Salisbury o de cultivar los terrenos pantanosos y áridos del frío Norte, pienso en los cientos de millas cuadradas de tierras baldías que se extienden a los costados de nuestras vías férreas, las cuales podrían rellenarse, sin ningún costo de transporte, con las innumerables toneladas de estiércol que produce la Ciudad, y los cultivos que allí se produzcan podrían transportarse de inmediato al mercado más cercano, sin otro costo que el cargarlos en camiones adecuados. Estos terraplenes de las vías férreas constituyen una vasta propiedad, con capacidad para cultivar fruta suficiente como para producir toda la mermelada que ha salido de la fábrica Crosse & Blackwell desde su creación. En casi todos los condados de Inglaterra hay granjas abandonadas y una cantidad aún mayor de granjas que sólo se cultivan a medias, las que sólo requieren del esfuerzo de una población trabajadora para multiplicar, con el debido incentivo, por dos, tres o cuatro su producción actual. Soy consciente de que pocos temas provocan mayor controversia que la posibilidad de ganarse el sustento con un minifundio. No obstante, los pequeños agricultores irlandeses lo hacen, y en regiones infinitamente menos aptas para este fin que nuestros campos de maíz de Essex, y sin ninguna de las ventajas que la civilización y cooperación ofrecen a un grupo de agricultores inteligentemente dirigidos. ¡Hablemos de tierra que no se considera apta para la agricultura! Visitad los valles suizos y observad vosotros mismos las precarias terrazas agrícolas, virtualmente

talladas en las montañas de granito, que el pequeño agricultor trabaja para ganarse el sustento. Sin duda, tiene Los Alpes, donde sus vacas pastan durante el verano, además de otras ocupaciones que le permiten complementar el escaso rendimiento de sus huertos emplazados entre los riscos; pero, si el montañés suizo, que habita en medio de las nieves eternas y a una gran distancia de los mercados, puede vivir del cultivo de esos suelos pobres en el corto verano de las cumbres alpinas, es imposible creer que los ingleses, que trabajan tierras fértiles, cercanas a los mercados, y que gozan de las ventajas de la cooperación, no puedan ganar el pan diario con su trabajo. La tierra inglesa es amable y, pese a todo lo que se diga en contra de nuestro clima, éste es, como lo hace notar el Sr. Russell Lowell, buen conocedor de muchos países y climas, “el mejor del mundo para el trabajador agrícola”. Comparativamente, en el año calendario inglés hay más días en los que un hombre puede trabajar al aire libre con una pala y con más comodidades que en ningún otro país bajo el firmamento. No estoy diciendo que los hombres vayan a hacer fortunas con el trabajo de la tierra, como tampoco pretendo que algún día, bajo los grises cielos ingleses, podamos siquiera competir con la productividad de las granjas de Jersey; pero estoy preparado para rebatir a cualquiera que piense que un trabajador esforzado no es capaz de asegurarse su ración de alimento, siempre que se le entregue una pala con la cual cavar y tierra donde hacerlo. Este será particularmente el caso cuando se cuente con una dirección inteligente y con las ventajas de la cooperación. ¿No es acaso una suposición razonable? Siempre me parece extraño que los hombres deban insistir en que primero debe transportarse la mano de obra a miles de millas de distancia, a un país desolado e inhóspito, para luego ponerla a trabajar y extraer de la tierra su sustento, en circunstancias que hay cientos de miles de acres cultivados a medias o sin cultivar en nuestro país. ¿Es razonable pensar que sólo podéis empezar a ganaros la vida trabajando la tierra cuando ésta se encuentra a varios miles de millas del mercado más cercano, y a una distancia similar del lugar donde el agricultor compra sus herramientas y se procura los productos esenciales que no puede cultivar por sí mismo? Si un hombre puede ocupar sin título legítimo las praderas de Australia y hacer que su cultivo sea rentable, en circunstancias que cada grano que produce tiene que transportarse por ferrocarril a lo largo del continente y luego en barcos a vapor a través del vasto océano, ¿no es posible igualmente que su trabajo llegue a ser lo suficientemente rentable como para asegurarse el sustento si se le instala en el mismo suelo, pero a una hora de tren de los mercados más grandes del mundo? Se responderá que en nuestro caso no puede entregársele a ese hombre tantas tierras como las que posee en las praderas australianas o en las regiones forestales canadienses. Esto, sin duda, es verdad; sin embargo, el colono que ocupa a título precario los remotos bosques canadienses no habilita esas vastas tierras de inmediato. Primero habita una pequeña parcela y poco a poco va limpiándola y labrándola y ampliándola, hasta que, después de muchos años de trabajo hercúleo, se forja él, y más tarde sus hijos, la propiedad de pleno derecho sobre sus tierras. Reconozco que este tipo de propiedad no se puede adquirir en suelo inglés por el simple hecho de labrar la tierra, pero si un hombre trabajara en Inglaterra igual como lo hace en Canadá o Australia, le sería tan fácil asegurar su sustento aquí como allá. Puedo estar equivocado, pero cuando viajo al extranjero y veo la lucha desesperada que libran los pequeños propietarios agrícolas y minifundistas de los distritos montañosos por un poco de tierra adicional — la sola idea de cultivar esas tierras

haría que nuestros trabajadores agrícolas fruncieran la nariz en mudo desprecio — no puedo sino pensar que nuestra tierra inglesa tiene capacidad para sustentar a una cantidad mucho mayor de almas por acre que la que sustenta en la actualidad. Supongamos, por ejemplo, que Essex repentinamente se desprendiera de nuestro territorio y que se le remolcase a través del Canal hacia Normandía, o, para no imaginar milagros, supongamos que una Armada china estuviese a punto de invadir la Isla de Thanet, tal como lo hicieran los reyes vikingos Hengist y Horsa, ¿dudaría alguien por un momento que Kent, fértil y cultivado como está, no sería considerado como el verdadero Jardín de Edén y que nuestros invasores de ojos rasgados harían todo lo posible por extraer de sus tierras el suficiente alimento para mantener su vigorosa salud? Sólo sugiero esta posibilidad para aclarar el hecho de que la dificultad no radica en el suelo ni en el clima, sino en la falta de aplicación de trabajo suficiente a la tierra de manera verdaderamente científica. “¿Cuál es la manera científica?”, se me preguntará con impaciencia. No soy agrónomo, pero tampoco dogmático. He leído a muchos autores y he observado las experiencias de muchas colonias, aprendiendo de ello que es la escuela del trabajo práctico la que entrega el conocimiento más valioso. No obstante, el grueso de mis propuestas se basa en la experiencia de muchas personas que han dedicado sus vidas al estudio de este tema, las cuales cuentan con el respaldo de especialistas cuya trayectoria les da autoridad para hablar con pleno conocimiento de causa.

SECCIÓN 1 — LA GRANJA PROPIAMENTE TAL Mi idea actual es obtener una propiedad de quinientos a mil acres, situada a una distancia razonable de Londres. Sus suelos deberán ser aptos para el desarrollo de huertos comerciales, y contener algo de arcilla para la fabricación de ladrillos y para los cultivos que requieren de tierras más densas. En lo posible, deberá emplazarse cerca de una vía férrea administrada por directores inteligentes y progresistas, como también tener acceso a aguas marítimas y fluviales. Deberá contar con título de dominio pleno y estar a una distancia considerable de cualquier ciudad o pueblo. El motivo de esta última condición es obvio. Debe estar cerca de Londres por consideraciones de mercado y transporte de los materiales que recopile nuestra Brigada de Rescate Familiar, pero a una distancia prudente de cualquier pueblo o ciudad para que la Colonia quede fuera del radio de ingerencia de las tabernas, ese venenoso árbol upas de nuestra civilización. Una condición sine qua non de la nueva Colonia Rural es que bajo ningún pretexto se permitirá el consumo de licores intoxicantes en su interior; los médicos se verán obligados a recetar estimulantes no alcohólicos a sus residentes. Pero de nada serviría prohibir el alcohol con mano dura y reglamentos draconianos si los Colonos sólo tuviesen que dar un corto paseo para encontrarse frente a los “Leones Rojos”, “Dragones Azules” y “Jorges Quintos” que abundan en cada ciudad del país. Una vez que haya obtenido la propiedad, procederé a habilitarla para los Colonos. Esta operación es prácticamente la misma en todos los países: se requiere abastecerla de agua, provisiones y refugios. En un principio, todo ello se haría en el estilo más simple posible. Nuestra brigada de pioneros, seleccionados cuidadosamente de entre los Desempleados competentes de la Colonia Urbana, sería enviada para planificar las obras y construir las instalaciones para los futuros colonos. En cuanto a esto, permítanme decir que es un gran error imaginar que entre la escoria del mercado laboral no se puede conseguir más que a inútiles. Son inútiles, sí, bajo las actuales circunstancias; expuestos constantemente a las tentaciones de la intemperancia sin duda lo son, pero algunos de los hombres más brillantes de Londres, con las manos más diestras y cerebros más inteligentes de la ciudad, están en este preciso instante revolcándose desesperadamente en el fango del que nos proponemos rescatarles. No estoy hablando sin conocimiento de causa en esta materia. Algunos de mis mejores Oficiales fueron, una vez, como ellos. Existe un infinito potencial de habilidades que yace latente en nuestros Bares y Tabernas, y si sólo pudiésemos salvarlos verdaderamente, y ni siquiera eso, si tan sólo pudiésemos insertarlos en un ambiente que les impida ser atraídos nuevamente a sus antiguos y desastrosos hábitos, podríamos hacer grandes cosas con ellos. Puedo imaginar muy bie n la sonrisa incrédula que provocará mi propuesta. Se dirá “¿Cómo? ¿Acaso pensáis que podéis convertir a la escoria de la Gentuza en pioneros agrícolas?” Examinemos por un momento los ingredientes que componen a esta llamada “escoria de la Gentuza”. Después de un cuidadoso estudio y de un riguroso interrogatorio a los Desempleados, a los cuales ya hemos registrado en nuestra Oficina Laboral, encontramos que al menos el sesenta por ciento son campesinos: hombres, mujeres, niños y niñas que han abandonado sus casas en los condados rurales para venir a la ciudad con la esperanza de mejorar sus vidas. En ningún sentido de la palabra puede catalogárseles como Gentuza. Tampoco representan la escoria del país, sino más bien sus espíritus más brillantes y denodados, que han intentado audazmente abrirse camino en esferas nuevas y hostiles, cayendo terriblemente en la desgracia. De los treinta casos seleccionados al azar en los diferentes Refugios durante la semana que finalizó el 5 de julio de 1890, veintidós

habían nacidos en el campo; dieciséis eran hombres que habían llegado hacía mucho tiempo a la ciudad, mas, al parecer, nunca lograron establecerse en un empleo permanente; y cuatro eran ex militares. De los sesenta casos que se estudiaron en la Oficina y en los Refugios durante la quincena que finalizó el 2 de agosto, cuarenta y dos eran campesinos, veintiséis eran hombres que habían vivido en Londres por períodos que fluctuaban entre seis meses y cuatro años, nueve eran muchachos menores de dieciocho años que se habían fugado de sus casas y que habían llegado a vivir a la ciudad, y cuatro eran ex militares. De los ochenta y cinco casos que correspondían a vagabundos, con los que se habló durante la noche cuando dormían en las calles, sesenta y tres eran campesinos. En consecuencia, una proporción muy pequeña de los verdaderos Desempleados sin hogar eran personas que habían nacido y crecido en Londres. El tema involucra otro elemento, cuya existencia será una novedad para la mayoría de la gente: entre los indigentes desvalidos y sin esperanzas hay una enorme proporción de ex- militares. El Sr. Arnold White, tras pasar muchos meses en las calles de Londres interrogando a más de cuatro mil hombres, a los cuales encontró durmiendo a la fría intemperie del invierno como verdaderos animales, tiene la convicción de que al menos el 20 por ciento de ellos son Reservas del Ejército. ¡Veinte por ciento! Es decir, uno de cada cinco de los hombres con que habremos de tratar ha estado al servicio de la bandera de Su Majestad la Reina. Esta es la recompensa que obtienen después de haber entregado la flor de sus vidas al servicio de la nación. Si bien esto puede deberse en gran medida a su propia conducta derrochadora y perversa, su situación es un escándalo y una desgrac ia que remece nuestra conciencia patriótica. Veo en ellos un gran recurso. Un hombre que ha estado en el Ejército de la Reina es un hombre que ha aprendido a obedecer. Es además un hombre al que se le ha enseñado en la más severa de las escuelas a ser hábil y sagaz, a soportar sin chistar la adversidad y a superarla, y a no considerarse un mártir si se le envía a una misión imposible. A menudo digo: ¡si tan sólo pudiéramos lograr que los cristianos tuviesen la mitad de la devoción y del sentido práctico del deber que anima hasta al más humilde de los soldados, cuántos cambios se producirían en el mundo! ¡Mirad al pobre soldado! Un joven campesino que se mete en problemas con las autoridades, se fuga de casa y, al final, se encuentra sumido en un abismo cada vez más profundo, sin ninguna esperanza de empleo, sin amigos que lo aconsejen o alguien que le tienda una mano para ayudarlo. Como se siente profundamente desesperado, acepta el penique de la Reina e ingresa a sus filas. Queda bajo el mando de un sargento despiadado, se le obliga a dormir en unos cuarteles donde se desconoce la privacidad, y debe mezclarse con hombres mayoritariamente viciosos, de los cuales sólo elegiría a unos pocos como compañeros. Recibe su ración y, si bien se le promete que ganará un penique al día, hay tanta burocracia que a menudo no consigue más que un penique a la semana. Se le entrena, exprime y manda de aquí para allá como si fuera una máquina, a todo lo cual obedece sin considerar las penurias de su destino; y aguanta estoicamente por su Reina y su país, esforzándose al máximo, pobre muchacho, para sentirse orgulloso de su uniforme escarlata; y cultiva su autoestima, diciéndose que es un defensor de la patria, un héroe de cuyo coraje y resistencia depende la seguridad del reino británico. Un buen día, en el otro extremo del mundo, un engreído procónsul decide que es necesario destruir una máquina asesina que se alza ominosa en sus fronteras, o aplastar al jefe guerrero que ha hecho una incursión a territorio de una colonia británica, o sofocar el salvaje estallido de fanatismo musulmán liderado por un Mahdi

en África Central. De un momento a otro, al soldado se le ordena embarcar en un buque de transporte — en el que atraviesa los mares tormentosos, atemorizado, mareado y con una desdicha extrema — para luchar contra los enemigos de la Reina en tierras remotas. A su arribo, se le empuja a tierra para unirse a las tropas; marcha hacia el frente, cegado por el resplandor del sol tropical, por pantanos venenosos en los cuales sus camaradas enferman y mueren, hasta que, al final, debe hacer frente al ataque de decenas de miles de salvajes furiosos. Lejos de todos los que lo aman o se preocupan por él, con los pies adoloridos y agotado por el viaje, habiendo comido apenas un mendrugo de pan seco en las últimas veinticuatro horas, debe mantenerse de pie para matar o morir. A menudo cae ante la lanza o la gruesa y afilada espada del enemigo que carga. Terminada la batalla, sus camaradas recogen el cuerpo del desdichado y, cual un bulto, depositan sus pobres huesos en una fosa poco profunda, y lo dejan allí, olvidado, sin poner siquiera una cruz que sirva para marcar su tumba solitaria. Quizás es afortunado y sobrevive a la batalla. Con todo, el soldado padece sin quejarse todas estas dificultades y privaciones, sin que se le pase por la mente que es un mártir, sin adoptar aires de superioridad por sus victorias o derrotas; y se repliega sin reclamo alguno a nuestros Refugios y Fábricas, y sólo pide como bendición del cielo que alguien le dé un trabajo honesto. Ese es el destino del soldado inglés. Si en nuestras iglesias y capillas hubiese un sólo individuo que tuviese que padecer y enfrentar para el beneficio de su especie y la salvación de los hombres lo que cientos de miles de soldados padecen sin quejarse, considerando que es sólo el trabajo cotidiano que deben realizar para ganar su ración y su chelín (con retraso), ¿no creéis que podríamos transformar la faz del mundo? Sí, y radicalmente. Pero descubrimos que una devoción de este tipo es algo poco frecuente; no, no en Israel. Espero hacer un excelente uso de estas Reservas del Ejército, entre los que hay ingenieros, soldados de artillería e infantería; soldados de caballería, que saben qué es lo que necesita un caballo para mantenerse sano; y hombres del departamento de transporte, para quienes encontraré suficiente trabajo en la transferencia de las grandes cantidades de desperdicios londinenses desde los Centros de Acopio de nuestra ciudad a la lejana Granja. Entre paréntesis, esto no es sino una digresión. Después de haber dado una cierta organización a la Granja, debemos abocarnos a seleccionar en las Colonias Urbanas a todas las personas que prometan tener éxito como nuestros primeros colonos. Estos serían hombres que han trabajando durante varias semanas o días en la Fábrica, o que han estado bajo observación durante un tiempo razonable en los Refugios o en las Barriadas y que han dado muestras de su disposición hacia el trabajo, la disciplina y la ambición de perfeccionarse. Una vez que lleguen a la Granja, se les instalará en cuarteles y, de inmediato, se les pondrá a trabajar. Durante el invierno se llevarán a cabo los trabajos de drenaje, la construcción de caminos y cercos, así como muchas otras tareas que podrían realizarse cuando los días son cortos y las noches largas. En primavera, verano y otoño, a algunos se les destinará a trabajar la tierra, realizando principalmente tareas de labranza, en lo que se conoce como sistema de agricultura “intensiva”, tal como el que predomina en los suburbios de París, donde los horticultores comerciales literalmente crean el suelo, logrando un rendimiento productivo muy superior al del arado convencional. Espero que nuestra Granja sea tan productiva como un gran huerto comercial. En la Colonia habrá un Superintendente, quien será un hortelano experimentado, conocedor de los mejores métodos de la pequeña agricultura y de todo lo que la ciencia y la experiencia indiquen como necesario para el manejo provechoso de la

tierra. Enseguida, habrá una variedad de otras labores en desarrollo permanentemente, de manera que se puedan dar empleos en función de la capacidad y habilidad de cada uno de los Colonos. Cuando se requieran edificaciones agrícolas, serán los Colonos quienes deberán construirlas. Si quieren invernaderos, ellos mismos deberán erigirlos. Consideremos, por ejemplo, la construcción de casas campestres. Una vez que el primer destacamento se haya instalado en sus cuarteles y que, en alguna medida, haya logra do cultivar los campos, surgirá la demanda por viviendas. Serán los propios Colonos quienes las construyan y quienes fabriquen los ladrillos para ello. Todos los trabajos de carpintería y ebanistería se harán dentro de la Colonia y así se creará una dema nda sostenida de trabajo. Luego surgirá la necesidad de muebles, ropas y muchas otras cosas, cuya fabricación creará más trabajo para los Colonos. En el futuro, el Ejército de Salvación podrá consumir todas las verduras y productos agrícolas que se cultiven en las Colonias. Es una de las ventajas de estar involucrado en una empresa tan grande y con tanto potencial de crecimiento como la nuestra; la mano derecha ayudará a la izquierda y seremos capaces de hacer muchas de las cosas que para aquellos que se dedican exclusivamente a la colonización es imposible lograr. Hemos visto las grandes cantidades de provisiones que se requieren para abastecer los centors de Comidas en sus actuales dimensiones, y con las futuras ampliaciones el consumo aumentará enorme mente. En esta Granja, propongo experimentar cada uno de los conceptos de la “pequeña agricultura”. Todavía no me he referido al elemento femenino de nuestras operaciones; para ellas he reservado un capítulo aparte. Sin embargo, es necesario traerlas a colación para explicar que se creará empleo tanto para las mujeres como para los hombres. Los cultivos frutícolas ofrecen una gran oportunidad para el trabajo femenino. Para las pobres prostitutas de Londres, el cambio de las calles de Piccadilly por los plantíos de fresas de Essex o Kent equivaldrá a dejar Tophet para irse a vivir al Jardín de Edén. En la Granja no sólo se llevará a cabo el cultivo de verduras y frutas de todo tipo; creo que en los anexos más pequeños de ésta podrían hacerse también grandes cosas. Con toda seguridad, entre la masa de las personas que nos preocupan habrá un remanente de enfermos mentalmente y de incapacitados físicos que no podrán realizar las tareas más arduas. Es preciso encontrar trabajo para ellos, y creo que un buen campo para sus disminuidas energías es la caza de conejos, la alimentación de las aves de corral, el cuidado de las abejas; en resumen, todas esas pequeñas tareas cuya realización es necesaria pero que no compensa la labor de los hombres en la plenitud de sus capacidades físicas. Una de las ventaja de la naturaleza cosmopolita del Ejército es que tenemos Oficiales en casi todos los países del mundo. Cuando este plan se encuentre en estado avanzado de implementación, se exigirá a los Oficiales de Salvación de todas las tierras, como una de las obligaciones de su vocación, que mantengan los ojos abiertos en torno a cada idea útil y a cada invento diseñado para aumentar el rendimiento del suelo y potenciar la utilización de mano de obra ociosa. Con esto espero que no quedará ninguna idea en el mundo que nuestro Plan no pueda aprovechar. Si un Oficial de Suecia puede entregarnos indicaciones prácticas acerca de cómo se administran en ese país las ollas comunes para pobres; o si un Oficial en

el sur de Francia puede explicarnos cómo los campesinos de ese país pueden criar aves de corral y producir huevos no sólo para su propio sustento, sino que además para su exportación masiva a Inglaterra; o si un Sargento en Bélgica comprende a qué se debe que los criadores de conejos puedan alimentarlos y engordarlos, y abastecer nuestro mercado con millones de ejemplares, les mandaremos traer y aprovecharemos sus conocimientos, poniéndoles a trabajar en beneficio de nuestra gente. Junto con el establecimiento de esta Colonia Rural debemos crear una gran escuela de educación técnico-agrícola. Será una Universidad Agrícola para los Trabajadores, donde se capacitará a las personas para la vida que emprenderán en los nuevos países que van a colonizar y poseer. Los hombres ingresan a nuestra Colonia Rural no para hacer fortuna, sino para aprender un oficio y para dominar las herramientas que les permitirán ganar su batalla por la vida. Se les entregará un uniforme barato, que rescataremos sin dificultad de entre la ropa vie ja de Londres. Dudo que tengamos peor suerte que el horticultor comercial ordinario, por lo que estoy convencido de que obtendremos una utilidad suficiente para cubrir los gastos de la Colonia, e incluso para generar un remanente adecuado que nos permita mantener a los menos competentes y, dicho en buen castellano, también a los buenos para nada que nunca serán capaces de ganar su sustento. En la Colonia Rural se enseñará a cada persona la lección elemental de la obediencia, se la instruirá en las artes necesarias de la agricultura y en algún otro método para ganarse el pan. La Sección Agrícola aprenderá la lección de las estaciones y la del mejor tipo de semillas y plantas. Los que pertenezcan a esta Sección aprenderán a cercar y a cavar, a construir caminos y puentes y, en general, a cultivar la tierra y a hacerla producir las riquezas que nunca escatima a los trabajadores esforzados y hábiles. Pero la Colonia Rural, más que la Colonia Urbana, si bien será una institución estable, no se hará cargo de manera permanente de las personas que aquí nos preocupan. Está concebida como una Escuela de Entrenamiento para Emigrantes, como un lugar que impartirá el conocimiento práctico necesario que habilitará al Colono para emprender una nueva vida donde sea que haya tierra para labrar, ganado que criar y cosechas que cultivar. La paz y prosperidad de la Colonia dependerán grandemente del sentido de hermandad que imperará entre todos sus residentes, desde el más importante hasta el más humilde. Si bien no habrá un sistema de salarios sistemático, existirán formas de recompensa y remuneración para el trabajo honesto, las que se acumularán para beneficio del trabajador, tal como se explica más adelante. En cuanto al trabajo, se aplicará principalmente el concepto de uno para todos y todos para uno, y, por lo tanto, se satisfarán las necesidades de todos; y todo excedente se destinará a ayudar a cualquier pobre desamparado a escapar de la horrible ciénaga de la que nuestros propios colonos han sido anteriormente rescatados. La monotonía y quietud de la vida campestre, sobre todo en las Colonias, lleva a que muchos hombres prefieran la existencia más animada, aunque llena de penurias y privaciones, de las barriadas Urbanas. Pero en nuestra Colonia ellos vivirán cerca los unos de los otros, y gozarán tanto de las ventajas de la vida campestre como de la sociabilidad y compañerismo de la vida urbana.

SECCIÓN 2 —LA VILLA INDUSTRIAL Al describir las operaciones de la Brigada de Rescate Familiar, me referí a las grandes cantidades de comida en buenas condiciones que se recolectarán de puerta en puerta todos los días del año. Gran parte de este alimento será apto para el consumo humano, y su despilfarro constituiría casi un pecado. ¡Imaginad, por ejemplo, las grandes cantidades de sopa que podrían prepararse al hervir los huesos frescos y carnosos de la gran Ciudad! Pensad en los exquisitos platos que podría elaborar un cocinero francés con las sobras de una sola cocina del Oeste de Londres. La buena cocina no es una extravagancia sino una economía, y algunos de los platos más sabrosos de nuestros amigos del continente se elaboran con ingredientes que hasta el más pobre vagabundo de Whitechapel rechazaría con indignación. Sin embargo, una vez que hagamos esto, sobrará n cosas que el hombre no puede consumir, pero que pueden convertirse en alimento por el simple proceso de pasarlas a través de otro aparato digestivo. El pan añejo de Londres, las cortezas de pan rancio se pueden aprovechar para alimentar a los caballos que se usarán en la recolección de desechos. Podrá servir para alimentar a los conejos, cuyas jaulas estarán muy cerca de las casas de la granja; y las gallinas de la Colonia se deleitarán con las migas que caen de la mesa de los Ricos. No obstante, después de alimentar a los caballos, conejos y aves de corral, seguirá quedando material comestible, el cual será provechoso para alimentar a los voraces y necesarios cerdos. En relación con el nuevo Plan Social, preveo la creación de un criadero de cerdos que opacará a todos sus similares de Gran Bretaña e Irlanda. Nos asiste la ventaja de poder recurrir a la experiencia de todo el mundo en cuanto a selección de razas, construcción de instalaciones y crianza de porcinos. Gran parte de los alimentos se conseguirá prácticamente al precio de su recolección y podremos adoptar los más modernos métodos aplicados en Chicago para la matanza, cura y venta de nuestro cerdo, jamón y tocino. Hay pocos animales tan útiles como el cerdo: se alimenta de cualquier cosa, vive en cualquier lugar y prácticamente cada una de sus partículas, desde la punta de su nariz hasta la punta de la cola, puede transformarse en productos comerciables. El cerdo es además un gran productor de estiércol y, después de todo, la agricultura no es sino un asunto de estiércol. Tratemos bien a la tierra y ella nos devolverá la mano. Con nuestro criadero de cerdos, concebido como anexo a la Colonia Rural, no nos faltará estiércol. Junto con el criadero de cerdos se desarrollaría una gran industria de cura de tocino, la que significaría más trabajo. En cuanto a las salchichas, habría literalmente millas y millas de producción, y se fabricarían con la mejor carne y no con los ingredientes dudosos que a menudo se le agregan a esta ración preferida del hombre pobre. El alimento, sin embargo, no es más que uno de los materiales que recopilará la Brigada de Rescate Familiar. Las barcazas que flotan río abajo, cargadas hasta el tope con los desechos de medio millón de hogares, transportarán una cantidad tan grande de materiales que ni siquiera los cerdos podrán dar cuenta de ellos. Habrá, por ejemplo, restos de huesos. En la actualidad, es rentable para los especuladores dirigirse a las praderas de Norte América a recoger los huesos blanqueados por el sol de los búfalos muertos, que luego se procesan como abono. Es rentable para nuestros fabricantes traer huesos desde los confines de la tierra con el objeto de molerlos y usarlos en nuestros campos. Pero los huesos desechados en Londres, ¿quién los recolecta? Veo, cual una visión, miles de barcazas repletas de huesos navegando por el Támesis en dirección a la gran Fábrica de Huesos. Los mejores servirán de materia prima para la confección de cachas de cuchillos y botones, y de

un sinnúmero de otros artículos que ofrecerán una gran oportunidad para que nuestros Colonos aprendan el arte de tallar en las largas tardes de invierno, mientras que el resto de los huesos se destinará a la Fábrica de Abono. Habrá una demanda constante por abono de parte de nuestras Colonias y Granjas Cooperativas, donde a cada hombre se le educará en la gran doctrina de que no existe una buena agricultura sin abundante abono. Y con los huesos tendremos una fuente de suministro inagotable. Entre los materiales que nos lleguen habrá una gran cantidad de materia grasa: trozos de grasa, cebo y manteca, así como toda la grasa rancia de una gran ciudad. Para todo ello debemos encontrar un uso. El mejor material se aprovechará como grasa para carretas; el resto, tras ser hervido y colado adecuadamente, constituirá el núcleo de la materia prima que permitirá a nuestro Jabón Social ser conocido en todos los hogares del reino. Después de la Fábrica de Abono, la de Jabón será un complemento natural de nuestras operaciones. El cuarto desecho que se recolectará diariamente en Londres será el papel viejo y de descarte, que, una vez tratado químicamente y procesado en máquinas, se devolverá al mundo como albos pliegos de papel nuevo. El Ejército de Salvación consume no menos de treinta toneladas de papel a la semana. Aquí, por lo tanto, habría un cliente para todo el papel que la nueva fábrica sea capaz de producir en su etapa inicial: en este papel podremos imprimir las buenas nuevas de gozo, y transmitir a los pobres del mundo las notic ias de salvación para la tierra y el Cielo, completa, inmediata y gratuita para todos los hijos de los hombres. A continuación vienen las latas. No tendremos dificultad para utilizarlas, ya sea fabricando con ellas maceteros esmaltados o transformándolas en ornamentos o juguetes, o para algún otro propósito. Mis oficiales han recibido instrucciones de elaborar un informe exhaustivo sobre la forma en que las latas de sardinas de París son utilizadas por sus recolectores. La fabricación de juguetes a partir de latas se podrá desarrollar de mejor forma en la Colonia Rural que en la Urbana. Si es necesario, traeremos un artesano experimentado desde Francia, quien enseñará a nuestra gente los secretos de su oficio. Respecto de todo esto, es obvio que se creará una demanda constante por cajas de embalaje, cuerdas, cordeles y cartones de todo tipo; de carros y vehículos; en síntesis, en el corto plazo deberíamos contar con una comunidad que desarrollaría prácticamente todos los oficios que se ejercen en Londres, con la excepción de la distribución de alcohol. Todas estas actividades se llevarían a cabo sobre la base de principios cooperativos, pero dicha cooperación no iría en beneficio del cooperador individual, sino en el de la gran masa anónima que hay tras ella. NORMAS Y REGLAMENTOS PARA EL GOBIERNO DE LOS COLONOS Antes de admitir a un Colono, éste deberá aceptar y firmar un documento que contenga las Normas y Reglamentos para el Gobierno de la Colonia. Entre otras cosas, establecerá lo siguiente:— 1. Se tratará con respeto y se obedecerá sin cuestionamientos a los Oficiales. 2. Se prohíbe estrictamente el uso de intoxicantes, no permitiéndose su ingreso a la Colonia. La violación de esta norma se penará con la expulsión del Colono ante la primera infracción.

3. Se expulsará a quien por tercera vez sea hallado culpable de ebriedad, deshonestidad o falsedad. 4. Se prohíbe estrictamente el uso de lenguaje vulgar. 5. Se prohíbe estrictamente practicar la crueldad en hombres, mujeres, niños o animales. 6. A los que atenten gravemente contra la castidad de las mujeres o niños de cualquier sexo, se les penará con la expulsión inmediata. 7. Después de un tiempo de prueba y de mucha paciencia, toda persona que no trabaje será expulsada. 8. La decisión del Gobernador de la colonia, ya sea Urbana, Rural o de Ultramar, deberá acatarse en todos los casos. 9. Con respecto a las penas, se aplicarán de las siguientes normas. Tal como se ha señalado anteriormente, el mantenimiento del orden dependerá principalmente del espíritu de amor que prevalecerá en toda la comunidad. Pero como no se puede esperar que este precepto tenga éxito universal, será necesario establecer algunas penas:— (a) Se tomará nota de la primera infracción, salvo en casos de delito flagrante. (b) La segunda infracción será dada a conocer públicamente. (c ) La tercera infracción se penará con la expulsión del inculpado o su entrega a las autoridades. A medida que se vaya desarrollando el Plan, se requerirá de nuevos reglamentos. No se tratará de imponer a los Colonos las normas y reglamentos que se aplican a los Soldados de Salvación. Los que hayan alcanzado la salvación y que voluntariamente deseen convertirse en Salvacionistas quedarán, ciertamente, sujetos a las reglas del Servicio. Los Colonos que deseen trabajar y obedecer las reglas del Oficial Directivo sólo quedarán sujetos a las normas precedentes y otras similares que pudiesen dictarse; en todos los demás aspectos tendrán libertad de acción. Por ejemplo, no se les prohibirá que realicen actividades de recreación o ejercicios físicos al aire libre, que ayuden al mantenimiento de la salud y el espíritu. Se habilitará una sala de lectura y una biblioteca, junto con una sala en la que podrán entretenerse durante las largas noches de invierno y cuando haya malas condiciones climáticas. Los Soldados del Ejército de Salvación quedan excluidos de estas actividades, puesto que tienen otros deberes que cumplir. Los juegos de azar y cualquier actividad de carácter inmoral serán penados igual que el robo. Probablemente se realizará una Exposición Anual de frutas y flores, en la cual podrán participar todos los Colonos que tengan una huerta propia. En ella exhibirán sus frutas y verduras, así como también sus conejos, aves de corral y otros animales de la granja.

Se hará el máximo esfuerzo posible para establecer industrias artesanales y no pierdo las esperanzas de que seremos capaces de recuperar algunas que se han perdido o se han visto desplazadas por la maquinaria a vapor. Mientras más autosustentable sea la Colonia, mejor. Y, aunque el telar manual, una labor que aún mantiene ocupadas a las dueñas de casa durante las largas noches de invierno, nunca podrá competir con las hilanderías de Manchester, éste no debe descartarse como parte de la economía de nuestra Colonia. Si bien Manchester y Leeds están en condiciones de manufacturar artículos ordinarios a un precio muy inferior que los tejidos en casa, a estas fábricas, con sus grandes y modernas maquinarias, les resultaría hoy muy difícil competir con los telares caseros en la línea de artículos más finos. Por ejemplo, todos sabemos que las botas cosidas a mano todavía superan en calidad incluso al calzado más perfecto que sea capaz de fabricar una máquina. En el centro de la Colonia se edificará una Escuela Pública Primaria, donde los niños recibirán educación. Próxima a ella, se emplazará una Escuela Agrícola Industrial, tal como se explica en un capítulo aparte. El bienestar religioso de la Colonia estará a cargo del Ejército de Salvación, pero los Colonos no tendrán obligación de participar en los servicios. El día de reposo se observará estrictamente; durante ese día no se realizará ningún trabajo prescindible en la Colonia, pero más allá de la prohibición de trabaja r, los Colonos estarán autorizados para pasar el domingo como deseen. Si los Colonos no hallan nuestros Servicios Dominicales lo suficientemente atractivos como para asistir a ellos, será por culpa exclusiva del Ejército de Salvación.

S ECCIÓN 3— VILLAS AGRÍCOLAS Esto me lleva al siguiente componente del Plan: la creación de asentamientos agrícolas en las inmediaciones de la Granja, emplazados alrededor de la propiedad original. Espero conseguir tierras para distribuirlas a razón de unos cuantos acres por cada Colono competente que desee permanecer en el país en lugar de ir al extranjero. Las parcelas tendrán entre tres y cinco acres, y contarán con un chalet, una vaca y las herramientas y semillas indispensables para su autosustentación. Se aplicará un cargo semanal para cubrir el costo de habilitación y de los animales. Obviamente, el parcelero podrá ejercer sus derechos de arrendatario, pero se adoptarán medidas preventivas para evitar el subarriendo y otras formas mediante las cuales se practica la explotación del trabajador agrícola. Al tomar posesión de la parcela, el arrendatario será responsable tanto de su manutención como de la de su familia. Ya no tendré con él la relación de padre de familia que mantengo con los otros miembros de la Colonia; sus obligaciones hacia mi persona se extinguirán, salvo en lo que respecta al pago de su renta. La creación de un gran número de parcelas agrícolas exigirá el establecimiento de una fábrica de productos lácteos, donde se llevará diariamente la leche para convertirla en mantequilla, en el menor tiempo posible y usando los más modernos métodos de producción. La industria lechera, que en algunos lugares del Continente ha llegado a ser un verdadero arte, se halla muy atrasada en nuestro país. Sin embargo, mediante la cooperación entre los parceleros y un personal directivo inteligente se podría avanzar mucho en aspectos que en la actualidad parecen imposibles. El arrendatario tendrá la posesión permanente de su parcela contra el pago de una renta anual o impuesto a la tierra, sujeto, obviamente, a las reglas necesarias para evitar la ebriedad y la inmoralidad, como también para conservar las características fundamentales de la colonia. Así, a partir de la Colonia Rural se crearán colonias más pequeñas a su alrededor, hasta que el predio original se torne en el centro de toda una serie de pequeñas granjas, donde vivirán todos aquellos a quienes hemos rescatado y capacitado, si bien no bajo su propio parrón e higuera, al menos en una pequeña granja frutícola propia, rodeados de sus aves y animales. Los chalets serán residencias aisladas, cada uno emplazado en su propio terreno, y no tan lejos de sus vecinos como para privar a sus ocupantes del beneficio de las relaciones humanas.

S ECCIÓN 4 — GRANJA COOPERATIVA Junto con la Colonia Rural, sugeriría reflotar el experimento del Sr. E. T. Craig, que tan bien funcionó en Ralahine. Cuando los miembros de la Colonia estén lo suficientemente restablecidos y deseen iniciar una nueva vida por cuenta propia, los agruparé como socios en una Granja Cooperativa, y así veré si el éxito logrado en el Condado Clare puede repetirse en Essex o Kent. No creo tener en mis manos un material más desfavorable que el relacionado con los incivilizados irlandeses de la finca del Coronel Vandeleur, y ciertamente adoptaré las precauciones necesarias para evitar una desgracia como la que destruyó las posibilidades de éxito original de Ralahine. Consideraré que este es uno de los experimentos más importantes de la serie y si, como anticipo, llegase a funcionar exitosamente, es decir, si pudiese lograr los resultados de Ralahine a mayor escala, consideraré que el problema del empleo, del uso de la tierra y de la producción de alimentos para el mundo ha sido incuestionablemente resuelto, aun si el número de sus habitantes superase muchas veces el actual. Sin decir más, será fácil formarse una idea en cuanto a mi propuesta basada en el ejemplo de Ralahine, cuya historia se relata brevemente al final de esta obra.

CAPÍTULO IV NUEVA BRETAÑA — LA COLONIA DE ULTRAMAR Hemos llegado a la tercera y última etapa del proceso regenerativo: la Colonia de Ultramar. Basta mencionar la palabra Ultramar para que algunas personas rechacen el Plan. Los que han reconocido abiertamente que no desean reducir las filas del Ejército de Descontentos del país se han dedicado a divulgar a diestra y siniestra el prejuicio contra la emigración, puesto que mientras más descontentos haya en la nación, más problemas le pueden causar al Gobierno, que es su camino de esperanza para el futuro. A su vez, otros rechazan la emigración aduciendo que se trata de una mera deportación. Confieso que simpatizo con quienes rechazan la emigración en la forma en se ha aplicado hasta ahora, y si puede servir de consuelo para algunos de mis críticos, puedo declarar en el acto que, en cuanto expatriación obligatoria de un ciudadano inglés, me negaré a participar siempre en la emigración de un hombre o mujer que no desee voluntariamente ser enviado al extranjero. Viajar allende los mares es hoy día algo muy distinto a lo que solía ser cuando una travesía a Australia demoraba más de seis meses, cuando los emigrantes eran hacinados por cientos en barcos a vela y las escenas de pecados y brutalidad abominables eran los incidentes normales del viaje. El mundo se ha empequeñecido desde que se descubrió el telégrafo eléctrico y junto con ese empequeñecimiento de nuestro planeta, gracias a la influencia del vapor y la electricidad, se ha generado un sentimiento de hermandad y creado una conciencia de comunidad de intereses y nacionalidad entre la personas de habla inglesa de todo el mundo. Trasladarse de Devon a Australia no es, en muchos sentidos, lo mismo que cruzar de Devon a Normandía. En Australia, el Emigrante se encuentra con hombres y mujeres que comparten sus hábitos e idioma y, de hecho, vive entre connacionales, salvo que ahora se halla bajo la Cruz del Sur en lugar de las latitudes septentrionales. Con el abaratamiento del franqueo postal entre Inglaterra y las Colonias, el que espero pronto llevará al establecimiento del Franqueo Universal de Un Penique entre las tierras de habla inglesa, tenderá a reducirse aún más la sensación de distancia. El constante ir y venir de los Colonos hacia y desde Inglaterra hace que sea absurdo referirse a las Colonias como si fueran tierras extranjeras. Son simplemente secciones de Gran Bretaña distribuidas alrededor del mundo, lo cual permite a los británicos tener acceso a las regiones más ricas de la tierra. Otra objeción que se formulará a este Plan es que los colonos que ya están instalados en el extranjero verán con infinita alarma la posibilidad de transferir nuestra mano de obra excedente a sus países. Es fácil comprender la razón de este prejuicio, pero no hay mucho peligro de oposición al respecto. El trabajador que lleva la voz cantante en Melbourne se opone a la llegada de nuevos trabajadores a su mercado laboral por el mismo motivo que el Sindicato de Estibadores rechaza la presencia de manos nuevas en las puertas de sus muelles, a saber, por temor a que los recién llegados entren en una competencia desleal con ellos. Pero ninguna Colonia, ni siquiera Victoria, gobernada por los Sindicalistas y Proteccionistas, podría racionalmente objetar la llegada de Emigrantes capacitados para colonizar la tierra. Verían que estos hombres se transformarían en una fuente de riqueza por el sólo hecho de que, instantáneamente, se convertirían tanto en productores como en consumidores, y, en lugar de incidir en la reducción de los salarios, tenderían directamente a mejorar el comercio y, de esta manera, a aumentar las oportunidades de empleo para los trabajadores que se encuentran actualmente en la

Colonia. La emigración que se ha llevado a cabo hasta ahora se ha desarrollado sobre principios claramente opuestos a los referidos. Hombres y mujeres han sido simplemente sembrados a la buena de Dios por las colonias, sin considerar si poseen o no la capacidad y habilidad para ganarse el sustento y, por consiguiente, se convierten en una pesadilla para la comunidad, generándole descrédito y gastos imposibles de sobrellevar. El resultado de esto es que invaden las ciudades y compiten con los trabajadores de la colonia y, por lo tanto, hacen caer los salarios. Deberemos evitar este error. No debemos sorprendernos que los australianos y otros Colonos se opongan a que sus países se conviertan en una especie botadero de hombres y mujeres completamente desadaptados e inútiles para hacer frente a las nuevas circunstancias en que se encuentran. Además, mirándola desde el punto de vista de la clase, ¿tiene tal emigración un valor perdurable? Estas multitudes no sólo requieren de circunstancias más favorables, sino de hábitos de trabajo, de honestidad y de autocontrol, que les permitan sacar provecho de esas mejores condiciones. Lamentablemente, de acuerdo con la información más confiable de que se dispone, ya existen muchos de las mismas clases a las que deseamos ayudar en países que supuestamente son un paraíso para los trabajadores. ¿Qué se puede hacer con una persona cuya primera averiguación al llegar a una tierra extranjera es la dirección de la taberna más cercana para beber un whisky, y que desconoce por completo las formas y hábitos de trabajo que son absolutamente indispensables para ganarse el sustento bajo las difíciles condiciones de vida que lleva el Emigrante? Una persona así no será capaz de soportar el sacrificio que demandan esas nuevas circunstancias y, en lugar de sufrir los inconvenientes que conlleva la vida de un colono, probableme nte se hundirá en la desesperación total o se irá a vivir a las barriadas de la primera ciudad que encuentre. En mi opinión, estas dificultades invalidan la posibilidad de emigración del “décimo sumergido” en proporciones significativas. Con todo, comparto la opinión de la mayoría de los que han enseñado y escrito sobre economía política en cuanto a que la emigración es la única solución para este gran problema. Ahora, creo que el plan de la Colonia de Ultramar puede resolver estas dificultades:— (1) Preparando la Colonia para los emigrantes, (2) Preparando a los emigrantes para la Colonia, (3) Organizando el transporte de los emigrantes una vez que estén preparados. Aspiro a adquirir una gran extensión de tierra en un país que reúna las condiciones para este propósito Inicialmente, hemos pensado en Sudáfrica. Valga la salvedad de que bajo ninguna circunstancia estamos comprometidos con esa parte del mundo o con ese país en particular. No hay nada que nos impida instalar asentamientos del mismo tipo en Canadá, Australia o alguna otra región. Se nos ha sugerido insistentemente la provincia British Columbia. En realidad, si este Plan tiene el éxito que anticipamos, la primera Colonia será una precursora de comunidades similares en otras partes del mundo. Sin embargo, por ahora es África la que nos ofrece las mejores ventajas. Dispone de grandes extensiones de tierras que cumplen nuestros requerimientos, lo que nos permitiría alcanzar nuestro propósito sin mayores dificultades. El clima es saludable. Hay una gran demanda de Mano de Obra y, en consecuencia, si por alguna razón escaseara el trabajo en la Colonia, habría grandes oportunidades de conseguir buenos salarios para los colonos en las Empresas cercanas.

SECCIÓN 1 — LA COLONIA Y LOS COLONOS Antes de adoptar cualquier decisión, sin embargo, se obtendrá información en cuanto a la ubicación y topografía de la región, la accesibilidad a los mercados para los productos básicos, las comunicaciones con Europa y otros datos de importancia. El siguiente paso consistirá en obtener por donación, o a otro título, una extensión de tierra apta para establecer una Colonia, con características que satisfagan sus necesidades actuales y futuras. Una vez que se obtenga el título de dominio sobre la tierra, la siguiente tarea será instalar en ella un asentamiento. Para cumplir este objetivo, mi idea es enviar a un equipo de personas competentes, con supervisión experimentada, que identifique el lugar más adecuado para el primer asentamiento, y que edifique las construcciones necesarias, cerque y parcele la tierra, siembre los primeros cultivos y, finalmente, almacene suficientes provisiones para el futuro. Luego se enviará un primer grupo de Colonos, a los que seguirán periódicamente otros destacamentos, en la medida que la Colonia esté preparada para recibirlos. Se irá eligiendo nuevos emplazamientos y parcelando más tierra. Antes de que transcurra mucho tiempo, la Colonia estará habilitada para recibir y absorber un flujo de emigración continua de grandes proporciones. El siguiente paso consistirá en instaurar un gobierno fuerte y eficiente, preparado para dictar y aplicar las mismas leyes y disciplina a las que los Colonos estaban habituados en Inglaterra, con las modificaciones y adiciones que exijan las nuevas circunstancias. Los Colonos asumirían la responsabilidad de autosustentarse; es decir, comprarían y venderían, establecerían comercios, contratarían sirvientes y efectuarían las transacciones económicas típicas de la vida cotidiana. Nuestro Cuartel en Inglaterra representaría a la Colonia en este país. Con el dinero que los colonos enviarían, una vez que estén relativamente bien establecidos, se comprarían para sus agentes lo que inicialmente no pudiesen producir ellos mismos, maquinarias y otros elementos similares, por ejemplo. También nos encargaríamos de vender sus productos en las condiciones más ventajosas posibles. Todas las tierras, bosques, minerales y otros parecidos se arrendarían a los Colonos; los incrementos no devengados y mejoras en la tierra serían retenidos en nombre de toda la comunidad y utilizados para su beneficio exclusivo, reservándose un cierto porcentaje para la extensión de sus fronteras y el traslado continuo y creciente de Colonos desde Inglaterra. Se adoptarán medidas para albergar a los recién llegados. Habrá Oficiales que estarán a cargo de recibirlos y orientarlos, y de controlarlos en general. En la medida de lo posible, ingresarán al mundo laboral sin dilación, y habrá empleos ya dispuestos para ellos a su arribo. En todo caso, estaremos preparados para satisfacer sus necesidades mientras así se requiera. Habrá amigos que los recibirán y se preocuparán de ellos, no sólo en aras del principio de pérdida y ganancia, sino por motivos de amistad y religión, que los emigrantes probablemente habrán conocido en su país natal, junto con las

influencias y restricciones sociales y los goces religiosos a los que los Colonos estarán acostumbrados. Después de abocarnos a la preparación de la Colonia para los Colonos, nos dedicaremos a preparar a los COLONOS PARA LA COLONIA DE ULTRAMAR. Se les preparará enseñándoseles honestidad, verdad y dedicación al trabajo, sin lo cual no podríamos contemplar ninguna esperanza de éxito. Si bien a los hombres y mujeres se les recibirá en la Colonia Urbana sin referencia alguna, no se enviará al extranjero a nadie que no haya dado pruebas de merecer esa confianza. •

Se les inspirará el deseo de trabajar en provecho propio y en el de sus compañeros Colonos.



Se les enseñará todo lo que se relaciona con su futura carrera.



Se les enseñará los trabajos que puedan reportarles los mejores beneficios.



Se les habituará a las dificultades que tendrán que padecer.



Se les habituará a practicar las economías con las que habrán de vivir.



Se les dará información acerca de los camaradas con los que habrán de convivir y trabajar.



Se les habituará al Gobierno, Normas y Reglamentos que tendrán que respetar y obedecer.



Se les enseñará, en la medida de lo posible, los hábitos de la paciencia, tolerancia y afecto, los cuales redundarán de manera importante en su propio bienestar y en el de la implementación exitosa de esta parte de nuestro Plan.

TRANSPORTE HACIA LA COLONIA DE ULTRAMAR Ahora llegamos a la cuestión del transporte. Esto ciertamente encierra un elemento de dificultad si la solución ha de aplicarse a gran escala. Pero será menos significativo si consideramos que:— Su magnitud reducirá el costo individual. Los emigrantes pueden ser transportados a Sudáfrica, a un lugar como el que tenemos en mente, individualmente o en parejas por £8 por persona, incluido el viaje por tierra. Sin duda, si se transportara a una gran cantidad de personas, esta suma se reduciría considerablemente. Muchos Colonos tienen amigos que los ayudarían a solventar el costo del pasaje y equipo personal. Los solteros habrán ganado algo en las Colonias Urbana y Rural, lo que les servirá para costear parte de su pasaje. Con el correr del tiempo, los parientes que estén cómodamente asentados en la Colonia, ahorrarán dinero y ayudarán a los demás a costear su viaje. Tenemos a la vista los ejemplos de Australia y Estados Unidos, en

cuanto a que, aplicando el método descrito, esos países han podido absorber a millones de europeos pobres. Los Colonos y emigrantes en general se comprometerán, mediante un instrumento legal, a devolver los dineros, gastos de pasaje, valor del equipo u otros que se les proporcione, recursos que se utilizarán a su vez para el envío de nuevos contingentes. Basándonos en este plan —si se implement a con prudencia y se respalda con generosidad — no sólo podemos transferir a toda la población excedente de este país, sino que, con el correr del tiempo, creemos que redundaría en grandes ventajas para los propios involucrados, para Inglaterra y para el país de adopción. La historia de Australia y los Estados Unidos da cuenta de ello. Es muy cierto que en este último país los primeros colonos fueron en todo sentido personas superiores al grueso de los que hoy nos proponemos enviar al extranjero. Pero es igualmente cierto que incontables de los más ignorantes y viciosos europeos llegaron con posterioridad a ese país sin afectar su prosperidad. Y nuestra Colonia de Ultramar tendrá desde el principio la gran ventaja de contar con un gobierno y una disciplina cuidadosamente adaptada a sus circunstancias particulares, la que será rígidamente impuesta en todos sus detalles. Para no inducir a errores en lo que respecta a esta Colonia de Ultramar, quiero dejar en claro que las propuestas que formulo aquí son necesariamente tentativas y experimentales. No hay intención de mi parte de apegarme a ninguna de estas sugerencias si las mismas, sobre la base de una mayor reflexión y consulta con los expertos, se pueden mejorar. El Sr. Arnold White, que ya condujo a dos grupos de Colonos a Sudáfrica, es uno de los pocos en este país que tiene experiencia práctica en las dificultades reales de la colonización. Gracias a un amigo común, he tenido la ventaja de intercambiar impresiones con él muy a fondo, y me aventuro a pensar que no hay nada en este Plan que no sea compatible con el resultado de su experiencia. En un par de meses esta obra será leída en todo el mundo. Gracias a ella cosecharé una gran cantidad de sugerencias y espero recibir ofertas de servicio de muchos Colonos valiosos y experimentados de cada país. En el debido orden de las cosas, la Colonia de Ultramar es el último eslabón de la cadena. Mucho antes de que nuestro primer grupo de Colonos esté listo para cruzar el océano, me encontraré en condiciones de corregir y revisar las propuestas de este capítulo basándome en la sabiduría y conocimientos prácticos de los expertos de cada una de las Colonias del Imperio.

S ECCIÓN 2 — EMIGRACIÓN UNIVERSAL En nuestras observaciones acerca de la Colonia de Ultra mar, nos hemos referido al consenso generalizado entre los que han estudiado la Problemática Social en cuanto a que la Emigración es la única solución para la hacinada población de este país. Al mismo tiempo, hemos señalado los obstáculos implícitos en dicha solución; la aversión que tiene la gente a un cambio tan grande, el cual significa trasladarse de un país a otro; el costo de su transferencia y su incapacidad general para adaptarse a la vida de emigrante. Estas dificultades, como creo que ya lo hemos analizado, se resuelven completamente en el Plan de la Colonia de Ultramar. Sin embargo, con excepción de aquellos que motivados por su abyecta pobreza estarán dispuestos a participar inmediatamente en nuestro Plan, hay miles de otras personas en el país que posiblemente emigrarían si se les ayudara a hacerlo. A esas personas nos proponemos ayudarlas de la siguiente manera:— 1. Creación de una Oficina en Londres y nombramiento Oficiales, cuya tarea será obtener todo tipo de información respecto de los países aptos para la colonización, la forma de adaptarse a ellos y la demanda por los diversos oficios o profesiones, la posibilidad de conseguir tierras y empleo en dichos países, los niveles salariales y otros datos afines. Se brindará también información acerca del costo del pasaje, las tarifas de ferrocarril y el costo de los equipos, así como toda otra que requiera un emigrante. 2. En esta Oficina cualquier persona podrá obtener la información necesaria. 3. Se negociarán condiciones especiales con las compañías navieras, ferrocarriles y agentes de transporte terrestre, las cuales se ofrecerán a los emigrantes que usen los servicios de la Oficina. 4. En la medida de lo posible, se proporcionarán cartas de presentación para los agentes y amigos de las localidades de destino de los emigrantes. 5. Las personas interesadas en emigrar y que deseen ahorrar dinero para tal propósito podrán depositar sus dineros en el Banco del Ejército por intermediación de esta Oficina. 6. Se espera que los contratistas del gobierno y otros empleadores de mano de obra que requieran Colonos de confianza, los solicitarán a esta Oficina, ofreciendo condiciones favorables en relación con el dinero del pasaje, empleo y otras ventajas. 7. Respecto de una solicitud que provenga del extranjero y en la que se ofrezca costear los gastos del emigrante, no se enviará a persona alguna sin antes contar con referencias de carácter, hábitos de trabajo y capacidad física e intelectual. Pensamos que esta Oficina será especialmente útil para las mujeres y niñas adolescentes. Debe haber una gran cantidad de ellas en este país que, de cualquier modo, vive al borde de la inanición y sin mayores expectativas. Ellas serían muy bien recibidas en el extranjero, habiendo disposición por parte de empleadores y gobiernos de costearles o ayudarles a costear el viaje si tan sólo ambas partes recibieran garantías de los beneficios que encierra tal transacción. Tan extendidas se encuentran las operaciones del Ejército, y tanto multiplicará esta Oficina sus agencias, que rápidamente podrá hacer pesquisas personales respecto de

ambas partes, para interés mutuo del emigrante y del posible empleador de cualquier parte del mundo. S ECCIÓN 3 — EL BARCO DE SALVACIÓN Cuando hayamos seleccionado a un grupo de emigrantes que creamos esté lo suficientemente preparado como para asentarse en las tierras que se han dispuesto para ellos en la Colonia de Ultramar, no será una expatriación triste la que les aguarde. Nadie que haya estado en la Costa Oeste de Irlanda en el momento en que los emigrantes emprenden su viaje y que haya escuchado los llantos acongojados entre aquellos que se dan el último adiós, puede dejar de compadecerse del horror que despierta en muchas mentes el sentido profundo de la palabra emigrac ión. Pero cuando nuestro grupo se marche al extranjero, no será arrebatado de los lazos familiares, puesto que nuestro barco llevará al extranjero a toda la familia —al padre, la madre y los hijos. A los emigrantes se les agrupará por familias y las familias, cuando lleguen a la Colonia Rural, estarán durante algunos meses más o menos cerca de sus vecinos, y todos ellos se conocerán en el campo, en los talleres y en los Servicios Religiosos. Será igual que se si desprendiera una pequeña parte de Inglaterra y se la remolcara a través de los mares para que encuentre un anclaje seguro en un clima más benigno. El barco que transporte a los emigrantes traerá a su regreso la producción de las granjas, y los constantes viajes de ida y vuelta provocarán más que nunca el sentimiento de que nosotros y nuestros hermanos separados por el océano somos miembros de una sola familia. Nadie que haya cruzado el océano puede dejar de impresionarse con la violencia que sufren los emigrantes cuando van rumbo a su destino. Infinidad de niñas se han dado cita con la ruina, producto de las tentaciones que las asedian mientras viajan a una tierra donde esperaban encontrar un futuro más prometedor. “Satanás se las ingenia para causar daño incluso por medio de las personas que están ociosas”, y él debe tener sus manos muy ocupadas a bordo de un barco de emigrantes. Miremos la cubierta del barco en cualquier momento y en las caras de las personas allí reunidas veremos reflejado un tedio indescriptible. Los hombres no tienen nada que hacer y un incidente sin mayor importancia, como la aparición de una nave en el lejano horizonte, es un suceso que da que hablar a todo el barco. No veo por qué esto tiene que ser así. Obviamente, si se tuviera que transportar pasajeros y carga a una corta distancia, y con la mayor premura posible, sería vano pensar en gastar tiempo o energías para emplear y educar a los pasajeros. Pero el caso es muy diferente cuando, en lugar de dirigirse a América, el emigrante decide ir a Sudáfrica o a la remota Australia. En ese caso, incluso con los vapores más rápidos, deben permanecer durante varias semanas o meses en alta mar. Y, como consecuencia de esto, adquieren hábitos de ocio, crean malas juntas y, muy a menudo, se pierde el trabajo moral y religioso de toda una vida. Para evitar estas consecuencias nefastas, creo que estamos obligados a proveernos de un barco de nuestra propiedad lo antes posible. Una nave a vela podría ser la más indicada para esta labor. Dejando de lado el problema del tiempo, el cual será obviamente muy secundario para nosotros, la construcción de una nave a vela ofrecería un mayor espacio para acomodar a los emigrantes y hacerles trabajar a bordo, e implicaría gastos laborales considerablemente menores, además de un costo inicial muy inferior, incluso si no se nos donara uno, lo cual pienso que sería muy probable.

Los emigrantes estarán a cargo de los Oficiales del Ejército y en lugar de realizar un viaje desmoralizante, éste sería instructivo y provechoso. Desde que los colonos abandonen Londres y hasta que lleguen a su destino, estarán bajo una vigilancia atenta y permanente, se les podrá educar en los temas específicos que aún no dominan y someter a influencias que les serán beneficiosas en todo sentido. Hemos visto que una de las grandes dificultades para la implementación de la emigración es el costo del transporte. El costo que significa transportar a una persona de Inglaterra a Australia, empleando, como ocurre en la actualidad, siete a ocho semanas, no se debe tanto al gasto relacionado con el funcionamiento del navío que la transporta, sino a la cantidad de provisiones que ella consume durante la travesía. Ahora bien, con este plan, pienso que los emigrantes pueden ganar con su trabajo al menos una parte de estos gastos. No hay ningún motivo que justifique que una persona no trabaje a bordo de un barco del mismo modo como lo hace en tierra firme. Por supuesto, no hay nada que se pueda hacer cuando el clima es turbulento; pero el promedio de días que los pasajeros no podrían ocupar provechosamente durante la travesía entre el Canal y Ciudad del Cabo o Australia es comparativamente bajo. Cuando el barco se zangolotee o tambalee, será difícil trabajar; pero incluso en ese caso, cuando los Colonos se acostumbren a los movimientos del barco y desaparezcan los mareos, cosa que ocurre a las personas cuando por primera vez se hacen a la mar, no veo por qué no deberían realizar algún trabajo mucho más provechoso que bostezar y repantigarse por toda la cubierta, para no mencionar el hecho de que trabajando reducirían el costo de su viaje. Los marineros, bomberos, ingenieros y toda la tripulación del navío tienen que trabajar, y no hay ninguna razón para que nuestros Colonos no lo hagan también. Obviamente, este método requerirá de arreglos especiales en el acondicionamiento del navío, los cuales, si el barco nos perteneciera, no serían difícil de implementar. A primera vista puede parecer difícil encontrar empleos útiles a bordo del barco, y puede que se considere que no es posible asignar uno inmediatamente a cada individuo; pero pienso que entre nuestros emigrantes, habiendo recibido entrenamiento previo, habría muy pocos que no estuviesen habilitados para efectuar un trabajo útil antes de que termine el viaje. Para empezar, en un barco hay una gran cantidad del trabajo rutinario que los Colonos podrían efectuar, como, por ejemplo, preparar y servir los alimentos, limpiar las cubiertas y acondicionar el barco en general, además de las operaciones de carga y descarga. Todas estas operaciones podrían hacerse rápidamente bajo la dirección de supervisores permanentes. Luego, se podría empezar a confeccionar zapatos, tejidos, ropas; realizar trabajos de sastrería y otras ocupaciones afines. Me parece que podría usarse máquinas de coser y, de una u otra forma, se podría confeccionar una cantidad importante de prendas, que podrían venderse en el puerto de destino a los propios Colonos o a la población local, con ganancias inmediatas al momento de desembarcar. Un barco con estas características no sólo sería una perfecta colmena de trabajo, sino además un templo flotante. El Capitán, los Oficiales y cada uno de los miembros de la tripulación serían Salvacionistas y, por lo tanto, todos por igual tendrían el mismo interés en la empresa. Más aún, existen probabilidades de contratar los servicios de la oficialidad y tripulación del barco por una módica suma, según las costumbres universales del Ejército, con arreglo a las cuales los hombres

sirven por amor y no por mero negocio. El efecto que producirá nuestro barco en su lenta travesía hacia el sur, dando testimonio de la realidad de una Salvación para ambos mundos cada vez llegue a los puertos de recalada, constituiría un nuevo tipo de trabajo misionero y en todas partes provocaría un gran gesto de calurosa solidaridad práctica. En la actualidad, la influencia de aquellos que cruzan los mares en barco no siempre es favorable para fomentar la moral y religión de las poblaciones que encuentran en sus lugares de destino. Aquí, sin embargo, habría al menos un barco cuya aparición no daría lugar a desórdenes ni fomentaría el libertinaje, y desde su espacioso casco emergería un Ejército de hombres que, en lugar de agolparse en las tabernas y buscar otras indulgencias licenciosas, se ocuparía de explicar y proclamar la religión del Amor de Dios y la Hermandad de los Hombres.

CAPÍTULO V MÁS CRUZADAS He esbozado brevemente los aspectos principales del Plan tripartito mediante el cual creo que puede abrirse un camino de salida a la “Inglaterra Oscura”, un camino que permita a sus desolados habitantes escapar hacia la luz y la libertad de una nueva vida. Sin embargo, no es suficiente trazar un camino ancho y despejado que conduzca fuera de las entrañas de esta densa y tupida selva; en muc hos casos, sus habitantes están tan degradados, tan desesperanzados, tan terriblemente desesperados que tendremos que hacer algo más que construir caminos. Como lo dice la parábola, con frecuencia no es suficiente preparar el festín y esperar a los invitados: debemos salir a las carreteras y caminos para llamarlos y obligarlos a entrar. Por lo mismo, no es suficiente cuidar de nuestras Colonias Urbana y Rural, para luego descansar si hemos hecho nuestro trabajo. Ese tipo de cosas no salvará a los Perdidos. Es necesario organizar expediciones de rescate para liberar a los pobres miserables errantes de su cautiverio, y conducirlos a una libertad más amplia y a una vida más plena. ¡Hablemos de Stanley y Emin! No hay ninguno entre nosotros que no tenga un Emin en algún lugar de las profundidades de la Inglaterra Oscura, por el cual no debamos salir al rescate. Nuestros Emin tienen al Demonio por Mahdi, y cuando llegamos a ellos descubrimos que son sus amigos y vecinos los que los detienen, y ellos son, ¡oh, tan irresolutos! Se requiere que cada uno de nosotros sean tan indomable como Stanley, para superar todos los obstáculos, para abrirnos paso hasta el mismísimo corazón de las cosas, y luego para trabajar con el pobre prisionero del vicio y del crimen con todas nuestras fuerzas. Sin embargo, si el Comité Expedicionario no hubiese proporcionado los medios financieros que permitieron abrir un camino hacia el mar, tanto Stanley como Emin todavía permanecerían en el corazón de la África Oscura. Este Plan es nuestra Expedición Stanley. La analogía es idónea. Propongo abrir un camino que conduzca al mar. Pero, ¡ay de nuestro pobre Emin! Aun cuando el camino se extiende ante él, se detiene y vacila. Primero quiere y luego ya no, y nada excepto la presión irresistible de un propósito más amable y fuerte lo impulsará a tomar el camino que se ha construido para él con tanta sangre, sudor y lágrimas. Por ello, a continuación procedo a delinear algunos de los métodos mediante los cuales intentaré salvar a los perdidos y rescatar a aquellos que perecen en la “Inglaterra Oscura”.

SECCIÓN 1—LA CRUZADA DE LOS BARRIOS MARGINALES — NUESTRAS HERMANAS DE LOS BARRIOS MARGINALES Cuando el Profesor Huxley se desempeñó como funcionario de sanidad en el Este de Londres, conoció la situación real en que vive gran parte su población y esto lo llevó tiempo después a declarar que el entorno de los salvajes de Nueva Guinea era mucho más propicio para una existencia humana digna que aquel en que viven muchos de los londinenses del Este de la ciudad. Pero no sólo en Londres existen madrigueras en las que los salvajes de la civilización pululan y se multiplican. Las grandes ciudades del Viejo y del Nuevo Mundo, sin excepción, tienen sus Barrios Marginales, en las que hombres, mujeres y niños se hacinan y conviven con una suciedad fétida y malsana. Ellos equivalen a los leprosos que en la Edad Media se apiñaban en los lazaretos. Al igual que en esos tiempos San Francisco de Asís y la heroica banda de santos de su Orden estaban dispuestos a acudir y dormir con los leprosos ante las puertas de la ciudad, las almas devotas que se han enlistado en el Ejército de Salvación erigen sus cuarteles en el corazón de los peores barrios marginales. Hay cientos de ellos bajo mis órdenes, mayoritariamente jóvenes mujeres, destacadas en puestos de avanzada en el corazón de las tierras del Demonio. La mayoría son hijas de familias pobres, que han conocido la dificultad desde su temprana adolescencia. Otras son grandes damas por nacimiento y educación, pero no han temido cambiar la comodidad de sus salas en el Oeste de Londres por el servicio dedicado al más miserable de los miserables y por una residencia en cuartos pequeños y fétidos con paredes infestadas de parásitos. Viven la vida del que fue Crucificado por amor a los hombres y mujeres, por quienes Él vivió y murió. Ellas forman una de las ramas de actividad del Ejército por la que yo siento la más profunda conmiseración. Están en el frente; están muy cerca del enemigo. Para los habitantes de los hogares acomodados que ocupan bancos acolchados en iglesias elegantes, hay algo extraño y singular en el lenguaje que escuchan leer de la Biblia, un lenguaje que habitualmente hace referencia al Demonio como si de un personaje real se tratara, y a la lucha contra el pecado y la impiedad como si se tratara de una lucha cuerpo a cuerpo con las legiones del Infierno. Para nuestras pequeñas hermanas que viven en una atmósfera cargada de lenguaje soez, entre gentes empapadas en licor, en áreas donde el pecado y la impiedad son universales, todo este lenguaje Bíblico es tan real como lo es la cotización de las acciones del ferrocarril para el hombre de la Bolsa. Viven en medio del Infierno, y en su guerra cotidiana contra cientos de demonios les parece increíble que alguien pueda dudar de la existencia del uno o de la otra. Las Hermanas de los Barrios Marginales son precisamente lo que indica su nombre: Hermanas de los Barrios Marginales. Salen en actitud Apostólica, de dos en dos, viviendo en parejas en el mismo tipo de covachas y cuartuchos que habitan las gentes del barrio, diferenciándose de aquéllos sólo en cuanto a orden y limpieza y en los pocos elementos de mobiliario que contienen. Aquí viven durante todo el año, visitando a los enfermos, cuidando a los niños, enseñando a las mujeres cómo mantenerse decentemente ellas y sus hogares, asumiendo con frecuencia las tareas de una madre enferma, cultivando la paz, promoviendo la sobriedad, ofreciendo consejos temporales y predicando incansablemente la religión de Jesucristo a los Marginados de la Sociedad.

No quisiera hablar de su trabajo. Me faltan las palabras, y lo que diga no le hará honor a su empresa. Prefiero citar dos descripciones dadas por Periodistas que han visto a estas jóvenes realizando su trabajo en terreno. La primera descripción corresponde a un largo artículo escrito por Julia Hayes Percy para el New York World , en el que relata su visita al refugio del Ejército de Salvación en los barrios marginales de Cherry Hills Alleys, en Whitechapel, Nueva York. Veinticuatro horas en los barrios marginales — apenas una noche y un día — y, sin embargo, en ellas se hacinan tales revelaciones de miseria, depravación y degradación que, una vez presenciadas, la vida cambia para siempre. Alrededor y por encima de este ruinoso vecindario fluye la marea de una vida activa y próspera. Hombres y mujeres pasan por encima de él al viajar en los tranvías que circulan por la Vía Férrea Elevada y el puente, y no le dedican ni el menor pensamiento a su miseria, ni a los criminales que allí se multiplican, ni a las enfermedades que engendra su suciedad. Es una inquietante amenaza para la salud pública, tanto moral como física, y, sin embargo, la multitud no tiene conciencia del peligro, al igual que no la tiene el campesino que construye su casa y planta viñedos y olivos sobre los fuegos del Vesubio. Mostramos la misma despreocupación y desconocimiento cuando cruzamos el puente al caer la tarde. Nuestro destino inmediato son los Cuarteles del Ejército de Salvación en la calle Washington, donde encontraremos a las Oficiales de Salvación — dos jóvenes mujeres que han estado viviendo y realizando un noble trabajo misionero durante meses en uno de los peores rincones del área más miserable de Nueva York. Sin e mbargo, las Oficiales no viven bajo la égida del Ejército. La bandera ribeteada de azul se quita de la vista, los uniformes y bonetes se guardan, y no hay ni tambores ni panderetas. “El estandarte que las guía es el amor” hacia sus semejantes, entre los que viven en igual condición de pobreza, sin llevar ropas mejores que los demás, comiendo pobre y escasamente, y durmiendo en duros camastros o sobre el piso. Sus vidas están consagradas al servicio de Dios entre los pobres de nuestro planeta. Una es una mujer en la plenitud de su vigorosa vida; la otra, una muchacha de dieciocho años. La mayor de estas devotas mujeres nos espera en los cuarteles para servirnos de guía en el reino del Barrio Marginal. Es alta, delgada y lleva un vestido burdo de color marrón, remendado con parches. Un gran delantal a cuadros, con varios cortes artísticos, se anuda a su cintura. Completan su atuendo un raído chal escocés de lana y un antiquísimo sombrero de paja color marrón. Su vestimenta delata pobreza extrema y su rostro, una paz perfecta. “Ella es Em”, nos dice la Sra. Ballington Booth y, tras esta presentación, emprendemos la marcha. La miseria aumenta a medida que nos internamos por el barrio. Em se detiene frente a una ventana quebrada y sucia con hollín, a través de la cual se divisa un cuartito habitado por un grupo de hombres rudos, de apariencia tenebrosa, que beben y chillan sentados a una mesa. “Son nuestros vecinos de enfrente”. Entramos al pasillo y nos dirigimos al cuarto trasero. Es diminuto, pero limpio y temperado. Hay un fuego encendido en una pequeña estufa resquebrajada, que se yergue valientemente sobre tres patas, apuntalada con un ladrillo en el lugar de la cuarta. Sobre la mesa descansa una lámpara de estaño; media docena de sillas, una de ellas una mecedora que dejó de serlo hace mucho tiempo, y una caja de embalaje, sobre la cual depositamos nuestros chales, constituyen todo el mobiliario. A este cuarto da un pequeño y oscuro dormitorio, con un camastro tendido en el piso y otro plegado contra la pared. Contra una puerta, que debe comunicarse con el cuarto delantero donde vimos sentados a los hombres de aspecto desagradable, se

arrima la mesa de madera para situar el lavamanos. Un pequeño baúl y un barril de ropas completan el inventario. La hermana de Em en las labores de la barriada nos saluda amable y cohibida. Es una joven sueca, con la tez clara y fresca y el pelo rubio característico de las escandinavas. Su cabeza me recuerda un Grenze que está en el Louvre, con su pelo rizado, anudado en un moño bajo, que cae sobre su frente y enmarca su bello rostro infantil: nariz respingada, boca diminuta, como un capullo de rosa, y melancólicos ojos azules. Esta joven lleva dos años como Salvacionista. Durante ese tiempo ha aprendido a hablar, leer y escribir inglés, además de trabajar incansablemente entre los pobres y desdichados. La casa en la que nos encontramos fue antiguamente conocida como una de las peores del distrito de Cherry Hill. Fue el escenario de algunos crímenes memorables, entre ellos el del hombre chino que asesinó a su esposa irlandesa, al estilo de “Jack el Destripador”, en las escaleras que conducen al segundo piso. Se ha producido un cambio notable en los inquilinos desde que Mattie y Em se mudaron acá, y su suave influencia también se hace sentir en las casas contiguas. Son casi las ocho cuando salimos. Cada una de nosotras lleva un puñado de impresos con un texto de las Escrituras y unas pocas palabras de advertencia para llevar una vida mejor. “Esto nos da una excusa para entrar a lugares que de otra forma nos estarían vedados”, explica Em. Luego de fijar un punto de reunión, nos separamos. Mattie y Liz se alejan en una dirección y Em y yo en otra. A partir de entonces, nuestro avance parece un descenso hacia el Tártaro. Em se detiene frente a un salón de aspecto miserable, empuja la pequeña puerta de vaivén y entramos. Es un cuarto de cielos bajos, inmundo, velado por el humo, nauseabundo por el olor de cerveza rancia y licor. Una barra de mala muerte se extiende por un costado; en el extremo opuesto hay un largo mesón sobre el que descansan comidas indescriptibles y aquí y allá copas vacías, sombreros destartalados y colillas de cigarrillos. Un grupo de variopintos de mujeres y hombres se amontonan en el reducido espacio. Em le habla al que parece más sobrio del grupo. Éste escucha las palabras de Em, los demás se agolpan a su alrededor. Muchos aceptan el impreso que les alargamos y, gradualmente, a medida que se apartan para dejarnos pasar, llegamos al fondo del cuartucho. Sigo el rostro serio, dulce y angelical de Em como a una estrella. Todo sentimiento de temor desaparece en mí, y me sobrecoge una gran lástima al contemplar los diversos tipos de miseria. A medida que va haciéndose de noche, los apartamentos parecen despertar. La luz se enciende en cada uno de los hogares; las estrechas callejuelas e inmundas calles se van llenando de gentes. Pequeños niños miserables, con el pecado marcado en el rostro, se deslizan como ratas; pequeños que deberían estar en sus cunas deambulan solos de un lado para otro, duermen en las puertas e inmediaciones de los sótanos, y bajo vagones; unos pocos vendedores aparecen con sus mercancías, pero la mayor parte del tráfico corresponde a una descripción distinta. A lo largo de la calle Water hay mujeres conspicuamente vestidas de colores chillones. Sus rostros demasiado maquillados están hinchados o picados; tiemblan en el gélido aire nocturno. Liz habla con una de ellas, que responde que le gustaría conversar, pero que no se atreve, y, en cuanto lo dice, aparece una vieja bruja en la puerta que grita:—

“¡Moveos; no entorpezcáis su trabajo! ” Durante la tarde, un hombre con el que Em ha estado hablando, le ha dicho: — “Deberíais uniros al Ejército de Salvació n; son las únicas buenas mujeres que se preocupan por nosotros aquí. No quiero llevar ese tipo de vida; pero debo ir donde hay luz y calor y limpieza después de trabajar todo el día, y no hay otro lugar así más que éste”, expresó el hombre. “Entenderá mi excusa mañana cuando vea cómo vive la gente”, señala Em, mientras regresamos a su apartamento, el que parece un oasis de paz y pureza en comparación con el lúgubre desierto por el que hemos caminado. Em y Mattie preparan un cocido de avena, el que tomamos para sacudirnos el frío y la fatiga. Liz y yo compartimos un camastro en el cuarto exterior. Estamos a punto de caer dormidas cuando unos gritos agónicos penetran la noche, seguidos por una voz de mujer que implora lastimeramente. No es imposible entender sus palabras, pero el tono encoge el corazón. Proviene de una de esas horribles casas de la calle Water, y presentimos que se está desarrollando una tragedia. Hay ruidos de golpes y de cosas que se quiebran, y luego silencio. Es una costumbre en los barrios marginales mantener las puertas de los edificios abiertas, lo que es conveniente para los vagos, que se cuelan a los pasillos para pasar la noche, ahorrándose con ello los pocos centavos que cuesta ocupar un “espacio” en las hospederías baratas. Em y Mat mantienen el pasillo que conduce a su apartamento inmaculadamente limpio y por eso se ha convertido en el lugar favorito de los vagos. Me enteré de ello cuando Mattie cerró y aseguró la puerta, y luego amarró la llave a la manija. Eso explica o l s pasos, los golpes contra los paneles de la puerta y las respiraciones entrecortadas que escucho en el pasillo durante las interminables horas nocturnas. Todo el día Em y Mat han trabajado arduamente entre sus vecinos, y anteanoche velaron el sueño de una mujer moribunda. Están exhaustas y duermen profundamente. Liz y yo despertamos y esperamos la llegada del alba; nos sentimos demasiado oprimidas por lo que hemos presenciado y escuchado. En la mañana, Liz y yo echamos un vistazo hacia las casas del fondo, desde donde provinieron los espantosos gritos durante la noche. No hay señales de vida, pero descubrimos mugre suficiente como para cultivar difteria y tifoidea en escala industrial. Bajo nuestra ventana hay varios centímetros de aguas estancadas, en las que flotan zapatos viejos, hojas de repollo, basura, madera podrida, huesos, harapos y desechos, y unas cuantas ratas muertas. Entendemos ahora por qué Em mantiene al cuarto lleno de desinfectantes. Ella nos dice que no se atreve a hacer una denuncia ante las autoridades sanitarias, ya sea por cuenta propia o en nombre de otros vecinos, por temor a crear antagonismos con las gentes, para quienes tales funcionarios son sus enemigos naturales. Nuestra primera visita nos obliga a subir varios pisos de escalones pequeños y excéntricos en una escalera inestable que va desembocando en pasillos tortuosos. El piso está lleno de agujeros. La escalera ha sido apuntalada aquí y allá, pero se ve peligrosa y se cimbra bajo nuestros pies. En el rellano, un bulto sucio y harapiento abre una puerta baja; desde dentro nos llega la voz ronca de una mujer invitándonos a entrar. Tiene La grippe. Debemos mantenernos muy juntas porque el cuarto es pequeño y en él ya hay tres mujeres, un hombre, un bebé, una cama, una cocina y

una cantidad indescriptible de suciedad. El aire está viciado. A todas luces, el hombre está muriendo. Siete semanas atrás “se agripó”. Actualmente está en la fase terminal de una neumonía. Em ha intentado convencerle de que vaya al hospital, pero él con voz ahogada expresa su deseo de “morir en la comodidad de mi propia cama”. ¡Comodidad! La “cama” es una armazón tapada con trapos viejos. Sábanas, fundas y ropa de noche no son parte de la moda de los barrios marginales. Una mujer yace dormida sobre el sucio piso con su cabeza bajo una mesa. Otra, que se ha turnado durante la noche con la mujer del moribundo para cuidarlo, está terminando su comida matutina, en la que destacan ostras asadas en su concha. Una niña, que parece no haber conocido nunca el agua y el jabón, gatea por el cuarto y tropieza con la mujer que duerme en el piso. Em le da algo de mazamorra, y descubre que su nombre es “Christine”. La suciedad, el hacinamiento y el hedor de este lugar son también característicos de la otra media docena que visitamos. Entramos por buhardillas y descendemos a sótanos. Las “casas del fondo” son especialmente horrorosas. Por todos lados hay basura en descomposición, y las ratas y gatos muertos son prueba de que hay astutos cazadores entre los golfillos del Bloque Cuatro. Encontramos a muchos con gripe y sus enfermedades derivadas. Ninguno de los enfermos consideraría siquiera acudir a un hospital. Uno expresa lo que probablemente es la opinión de la mayoría al señalar que “allí, os lavarían hasta morir”. Para estas gentes el baño encierra más terror que las galeras o la tumba. En un cuarto con una minúscula ventana, yace una mujer agónica por la tisis; consumida, macilenta y sufriente, acostada sobre trapos viejos e infestada de parásitos. Su pequeño hijo, un niño de ocho años, se acurruca a su lado. Sus mejillas están arreboladas; sus ojos, febriles; y tiene una fea tos. “Son los escalofríos, mamá”, dice el pequeño. “Seis camas se alinean una junto a la otra en un cuarto; otro cuarto está vacío. Hace tres días, una mujer murió en este lugar y su cuerpo recién ha sido retirado. La presencia de la muerte no ha inquietado al resto de los ocupantes. Una mujer yace sobre una cama destartalada, los resortes y pilares del dosel proyectados en todas direcciones entre las frazadas harapientas sobre las que descansa. “Cedió con mi peso y se quebró durante la noche”, explica. Una mujer está enferma y desea que Liz diga una plegaria. Nos arrodillamos en el inmundo piso. Pronto todas mis facultades se concentran en especular qué llegará primero: el “Amén” o el chinche que se arrastra hacia mí. Esta vez, el insecto no alcanza a llegar, y me complazco aplastándolo bajo mi zapato de los Barrios Marginales cuando terminamos de orar. En otro cuarto encontramos lo que parece un cadáver. Es una mujer sumida en el estupor del opio. Un grupo de hombres vociferantes se agolpa a su alrededor. De regreso al apartamento, Liz y Em se nos unen por el camino, y volvemos a nuestra experiencia. Los detalles varían un poco, pero en esencia la historia es el mismo cuento lastimero de infortunio por doquier, y de crimen, situaciones que sólo sufren cambios con la prisión, el salto en el río o el camposanto. El Continente Oscuro no puede exhibir mayores simas de degradación que las que encarnan los habitantes de los oscuros callejones de Cherry Hill. No hay vicio que no

esté presente en este distrito. Cada uno de los pecados del Decálogo florece en ese alimentador de penitenciarías y prisiones. Y al igual que su hedor moral penetra en nuestra vida social y envenena sus arterias, la suciedad portadora de malaria que inunda la localidad propagará tarde o temprano la enfermedad y la muerte. Una visión atroz, verdaderamente, pero una que para mí está alumbrada por la luz del amor que brilla en los ojos del rostro “serio, dulce y angelical de Em”. He aquí la segunda. Fue escrita por un Periodista que recién había presenciado la escena de Whitechapel. Nos relata:— Recién había pasado por la iglesia del Sr. Barnett cuando me detuvo un pequeño grupo de gente en la esquina. Eran unos treinta o cuarenta hombres, mujeres y niños que andaban más o menos juntos, y otros que estaban enfrente, cerca de la puerta de una taberna. En el centro había una muchacha pequeña y sencilla que vestía el uniforme del Ejército de Salvación, con los ojos cerrados, orando “¡Oh, Dios, bendice a estas queridas gentes y sálvalas, sálvalas ahora!” Llevado por la curiosidad, me abrí paso por el círculo exterior de la gente y al hacerlo noté a una mujer de otra clase, también invocando a los Cielos, pero de una manera totalmente distinta. Dos vagos inmundos fumaban sus pipas y escuchaban impertérritos la reprimenda que les lanzaba la mujer. Por alguna razón la habían ofendido y ella les estaba increpando. Se mantuvieron estólidamente callados mientras la mujer los subía y bajaba. Había sido bien parecida una vez, pero ahora estaba terriblemente embotada por el licor y acalorada por la pasión. Escuché ambas voces al mismo tiempo. ¡Qué contraste! La plegaria había terminado, y ahora la muchacha se dirigía implorante y ardorosa a su público. “Estáis equivocados”, dijo la voz en el centro; “sabéis bien que lo estáis; toda esta miseria y pobreza lo prueban. Sois todos vosotros unos derrochadores. Os habéis alejado de la casa del Padre, y os rebeláis contra Él diariamente. ¿Podéis sorprenderos de que tanta hambre y opresión e infelicidad se cierna sobre vosotros? A pesar de todo, el Padre os ama. Desea que volváis a Él; que deis a l espalda a vuestros pecados; que abandonéis vuestras malas acciones; que abandonéis el licor y el servicio del demonio. Él ofreció a su Hijo Jesucristo para que muriera por vosotros. Desea salvaros. Venid a sus pies. Os espera con los brazos abiertos. Sé que el demonio se ha apoderado de vosotros; pero Jesús os otorgará la gracia para que podáis derrotarlo. Os ayudará a superar vuestros perversos hábitos y vuestro amor por el alcohol. Pero venid a Él ahora. Dios es amor. Él me ama. Él os ama a vosotros. Nos ama a todos. Desea salvarnos a todos.” La voz clara y fuerte, elocuente con el fervor del sentimiento intenso, retumbó entre la multitud, más allá de la cual la marea de la vida del Este de Londres seguía su incesante movimiento. Al mismo tiempo que escuchaba esta voz pura y apasionada invocando el amor de Dios y la fidelidad al hombre, me llegó otra, más lejana, que decía: “¡Vos, ——— malandrín! Os voy a cortar los genitales. No os aguanto vuestro ——— descaro. ——— vuestros ——— ojos, ¿qué me queréis decir? Sabéis bien lo que habéis hecho, y ahora os vais al Ejército de Salvación. Les haré saber lo que sois, inmundo desgraciado.” El hombre movió su pipa. “¿Cuál es vuestro problema?” “¿Problema?”, grito como furia la mujer. “——— vuestra vida, ¿no sabéis cuál es el problema? Ya os lo digo yo, ——— infeliz. ¡Por Dios! Que os lo diré de seguro. ¿Problema?, ya sabéis cuál es el problema”. Y así siguió, los hombres parados en silencio, fumando, hasta que ella decidió marcharse, escupiendo insultos, a la taberna. Parecía como si la presencia, el espíritu, las palabras de la

Oficial, que siguió pronunciando su mensaje de piedad, hubiesen tenido un extraño efecto sobre ellos, que hacía a estos pobres infelices insensibles a los hirientes, a margos sarcasmos de la mujer enfurecida. “Dios es amor.” ¿Acaso no fue, entonces, la entonación de la voz de Dios lo que apagó allí en las calles los insultos de los barrios marginales? Sí, sin duda, y esa voz no calla y no callará mientras las Hermanas de los Barrios Marginales luchen bajo el estandarte del Ejército de Salvación. Para formarse una idea de la inmensa cantidad de bondad, temporal y espiritual, que realizan las Hermanas de los Barrios Marginales, necesitamos seguirlas a las perreras en que viven, predicando el Evangelio con el trapero y la escoba en las manos, alejando al demonio con agua y jabón. En uno de nuestros puestos en los Barrios Marginales, donde los cuartos de las Oficiales se hallaban en el primer piso, vivían unas catorce otras familias en el mismo edificio. Un pequeño WC en el patio trasero era compartido por todos los inquilinos. En cuanto a la suciedad, una Oficial escribe: “Es imposible fregar los Hogares; algunos están así de inmundos. Cuando encienden un fuego, dejan que las cenizas se acumulen por días y días. La mesa rara vez se limpia debidamente, por no decir jamás; los platos y tazas sucias encima, junto con restos de pan; y si han comido arenque, las espinas y cabezas quedan tiradas sobre ella. A veces encontramos pedazos de cebolla mezclados con los restos. Los pisos están en peores condiciones que los pavimentos de las calles y, cuando se supone que deben limpiarlos, apenas si usan medio litro de agua sucia. Cuando lavan, lo que es casi nunca, porque el lavado les parece trabajo inútil, lo hacen en uno o dos litros de agua, y a veces hierven las ropas en la misma vieja cacerola donde cocinan sus alimentos. Lo hacen así simplemente porque no cuentan con un recipiente grande donde lavar. Los insectos caen del techo y paredes mientras uno se encuentra en el cuarto. Algunas paredes están cubiertas con las marcas que han dejado al ser aplastados. En el verano, mucha gente permanece sentada en las puertas durante toda la noche; la razón de ello es que sus cuartos son tan agobiantes por el calor y tan insoportables por los parásitos que prefieren permanecer fuera, al fresco de la noche. Pero como no pueden permanecer demasiado tiempo en ningún lugar sin beber, mandan pedir cerveza a la taberna del barrio — ¡la que nunca está demasiado lejos! — y se la pasan de puerta en puerta. El resultado son cantos, gritos y riñas hasta las tres o cuatro de la mañana”. Podría llenar volúmenes y volúmenes con estas historias de la guerra contra los parásitos, que es parte de esta campaña en los barrios marginales, pero el tema es demasiado desagradable para quienes sienten a menudo indiferencia ante las agonías que sufren sus semejantes, en la medida que sus delicados oídos no se vean horrorizados ante la mención de tan doloroso tema. A continuación ofrezco un ejemplo del tipo de región en la que viven las Hermanas de los Barrios Marginales: — “En una calle aparentemente respetable, cerca de la calle Oxford, las Oficiales hacían una visita cuando vieron una oscura escalera que conducía a un sótano y, pensando que era posible que alguien estuviese allí, intentaron bajar. Pero la escalera estaba tan oscura que lo creyeron imposible. Igualmente, intentaron de nuevo y dando traspiés descendieron en la oscuridad por unos minutos, hasta que finalmente encontraron una puerta e ingresaron a un cuarto. Al principio, no podían ver nada debido a la oscuridad. Una vez que sus ojos se acostumbraron, pudieron apreciar que se trataba un cuartito inmundo. No había fuego en el hogar, pero sí un montón de cenizas, acumuladas por espacio de varias semanas. En uno de los extremos

había un viejo saco de trapos y huesos parcialmente desparramados por el piso, del que emanaba un olor muy desagradable. En el otro extremo yacía un anciano muy enfermo. La suerte de cama en la que yacía estaba inmunda y no tenía ni frazadas ni sábanas. Se cubría nada más que con trapos viejos. Su pobre mujer, que lo cuidaba, parecía desconocer completamente el agua y el jabón. Las Hermanas de los Barrios Marginales atendieron a los ancianos, y en una ocasión decidieron hacerles el lavado, llevando las ropas hasta su propia casa para tal propósito, pero estaban tan infestadas de bichos que no supieron cómo lavarlas. La casera, que casualmente las vio, les prohibió volver a traer ese tipo de cosas. El anciano, cuando estuvo lo suficientemente repuesto, se dedicó a su oficio, que era el de sastrería. Recibían dos chelines y seis peniques semanales de la parroquia”. He aquí el informe enviado por el cuartel genera l de la Brigada de los Barrios Marginales en lo que respecta al trabajo que han realizado las Hermanas. Han pasado casi cuatro años desde que se inició el Trabajo en los Barrios Marginales de Londres. Las principales tareas de nuestros Oficiales son visitar a los enfermos, limpiar los hogares de los vecinos y alimentar a los hambrientos. Los siguientes son algunos de los casos que dan cuenta de las personas que se han beneficiado temporalmente, y también espiritualmente, de nuestro quehacer: — Sra. W.— De la Barriada Haggerston. Bebedora empedernida, destruyó su hogar; marido alcohólico; el lugar inmundo, terriblemente pobre. Fue salvada hace más de dos años a la fecha; hogar A1, suficiente empleo enjuncando sillas; marido también fue salvo. Sra. R.— Barriada Drury Lane. Marido y mujer, alcohólicos; marido muy holgazán, solo trabaja cuando el hambre lo obliga. Los encontramos a ambos cesantes, sin mobiliario en su hogar, en deuda. Ella fue salvada, y nuestras jóvenes oraron por que él consiguiera trabajo. Lo consiguió y se dedicó a él. reincidió nuevamente unas pocas semanas más tarde, y le dio una paliza a su mujer. Ella buscó empleo en servicio doméstico y limpieza de oficinas, consiguiéndolo; ha trabajado regularmente desde entonces. El también consiguió un trabajo y ahora es totalmente abstemio. El hogar luce confortable ahora, y están ahorrando dinero en el banco. A.M. de Dials. Era un gran bebedor, derrochador, no se daba ni la molestia de buscar trabajo. Asistió a una reunión en los Barrios Marginales, escuchó decir al Capitán “¡Buscad primero el Reino de Dios!”, habló él y dijo: “¿Queréis decir con eso que si le pido trabajo a Dios, Él me lo dará?” Ciertamente, dijo el Capitán. Resultó convertido esa misma noche, encontró trabajo, y ahora se encuentra empleado en la Compañía de Gas, en Old Kent Road. Jimmy es un soldado en los Barrios Marginales Boro’. Se estaba muriendo de hambre cuando recibió salvación por estar sin trabajo. Por unirse al Ejército, perdió su hogar. Encontró trabajo, y ahora posee un puesto de café en el Mercado Billingsgate; los negocios marchan bien. Sargento R.— Del Barrio Marginal Marylebone. Solía beber, vivía en un lugar miserable en la famosa calle Charles. Cuando recibió salvación, tenía dos trabajos; en uno ganaba 5 chelines por semana y en el otro, 10 chelines. Este era un salario de hambre, con el que debía mantener a su mujer, cuatro hijos y a sí mismo. El trabajo de 10 chelines a la semana consistía en entregar licor para un mercader de bebidas alcohólicas; sintiéndose condenado por ello, renunció y estuvo semanas sin

trabajo. Los agentes iniciaron su quehacer, pero el Señor lo rescató justo a tiempo. El empleador de los 5 chelines a la semana lo recontrató por 18 chelines, y ahora gana 22 chelines y se ha mudado del apartamento en los Barrios Marginales a un hogar mejor. H.— Barrio Marginal Nine Elms. Recibió salvación el lunes de Semana Santa, sin trabajo por varias semanas con anterioridad; es un obrero, parece muy tenaz, en terrible estado de angustia. Damos a su mujer 2 chelines y 6 peniques semanales por limpiar la sala (para ayudarlos). Además, ella gana otros 2 chelines y 6 peniques por cuidar enfermos, y con ese dinero, el marido, la mujer y un par de niños pagan la renta de 2 chelines semanales y se las arreglan para vivir. He tratado de conseguir un trabajo para este hombre, sin éxito. T .— Del Barrio Marginal Rotherhithe. Era un gran bebedor; es carpintero; recibió salvación unos nueve meses atrás, pero, renunció a su trabajo dominic al en una taberna. No ha podido encontrar otro empleo, y no tiene nada más que lo que nosotros le damos por construir sillas. Emma Y.— Es ahora soldado en el puesto del Barrio Marginal Marylebone; cuando abrimos en Boro’, era una rebelde muchacha de los Barrios Marginales; se la veía generalmente en las calles, vestida miserablemente, con la camisa arremangada, ociosa, sólo trabajaba ocasionalmente; fue salvada hace dos años, sufrió una terrible persecución en su hogar. Le encontramos un empleo; lo ha mantenido por casi dieciocho meses y es ahora una buena sirvienta. Frank, de la hospedería— A los veintiuno entró en posesión de £750, pero los perdió en licor y juego en seis u ocho meses, y por más de siete años transitó entre Portsmouth y el sur de Inglaterra y Gales de una hospedería a otra, con frecuencia hambriento y bebiendo cuando podía conseguir algo de dinero; derrochador, ocioso, ningún interés por el trabajo. Lo encontramos en una hospedería seis meses atrás, viviendo con una muchacha caída; los salvamos a ambos y los casamos; cinco semanas más tarde consiguió trabajo de carpintero por 30 chelines semanales. Ahora tiene hogar propio, y promete mucho como futuro Oficial. El Oficial que proporcionó los anteriores informes continúa: — No puedo l amar hogar al miserable cuartucho al que la bebida llevó al Hermano y Hermana X. De una vida de lujo fueron cayendo gradualmente hasta llegar a un apartamento de un cuarto en los Barrios Marginales, rodeados de borrachos y los más infames personajes. Sus adorables pero hambrientos hijos se vieron forzados a escuchar el lenguaje más soez imaginable, así como las riñas y discusiones, y ¡ay!, ¡ay!, no sólo escucharlas en el cuarto contiguo sino además presenciarlas en el propio. Por más de dos años han estado librados del poder del maldito licor. El antiguo tugurio quedó atrás, y ahora poseen un hogar cómodamente amueblado. Sus hijos dan muestras de haber sido verdaderamente convertidos y sólo expresan una vivaz gratitud por la salvación de su padre. Uno de los niños, de ocho años, dijo la Navidad pasada: “Recuerdo cuando sólo teníamos pan duro para Navidad; pero hoy tenemos ganso y dos pasteles de ciruela”. El Hermano X. fue despedido deshonrosamente de su puesto como vendedor viajante antes de su conversión; hoy es el jefe, sólo subordinado a su empleador, de una gran casa comercial. Dice: —

Me siento absolutamente satisfecho de que muy pocos en las clases más bajas de la Sociedad se muestren reacios a trabajar si pueden conseguir un empleo. La miserable y hambreada existencia que muchos de ellos deben vivir, los descorazona y hace que la vida con ellos sea un festín o una hambruna, y lleva a los que tienen suficiente inteligencia al crimen. Los resultados de nuestro trabajo en los Barrios Marginales puede resumirse de la siguiente manera: — 1ero. Un notorio mejoramiento en lo que respecta a la limpieza de los hogares y niños; erradicación de parásitos y una disminución considerable de los niveles de ebriedad. 2do. Un gran respeto por la verdadera religión, y particularmente por la del Ejército de Salvación. 3ero. Se está realizando una cantidad mucho mayor de trabajo ahora que antes de que llegáramos. 4to. El rescate de muchas jóvenes caídas. 5to. El trabajo de en los Albergues nos parece una ramificación del trabajo en los Barrios Marginales. En lo que respecta a nuestro Plan, proponemos aumentar inmediatamente el número de estas Hermanas de los Barrios Marginales y potenciar su utilidad estableciendo una conexión directa entre sus operaciones y la Colonia, lo que les permitiría ayudar a estas pobres gentes a alcanzar condiciones de vida más favorables en lo que respecta a salud, moral y religión. Esto se lograría consiguiendo empleos en la Ciudad para algunos de ellos, cuyo resultado necesario sería mejores hogares y entornos, o bien estableciendo para otros un enlace directo entre los Barrios Marginales y la Colonia Rural.

S ECCIÓN 2 — EL HOSPITAL AMBULANTE Existe, por cierto, un único remedio verdadero para este estado de cosas, y ese remedio es alejar a la gente de las miserables covachas en las que enferman, y mueren, con menos comodidad y consideración que el ganado en los establos y pocilgas de más de un Caballero hacendado. Esta es positivamente nuestra ambición suprema, pero con respecto a la aflicción actual algo podría hacerse en la línea de asistencia a nivel de distritos, que sólo se halla en un estado de operación muy imperfecto. He pensado que si sólo pudiese habilitarse un pequeño Vagón, tirado por un pony, con lo que normalmente se requiere para atender a los enfermos y moribundos, y se le hiciese circular por estas viviendas de desolación con un par de enfermeras entrenadas, podría prestarse un enorme servicio a un costo razonable. Las enfermeras podrían contar con unos pocos instrumentos, que les permitiese sacar una muela o curar un absceso, y lo mínimo necesario para realizar operaciones quirúrgicas sencillas. Podrían fácilmente llevar una pequeña cocinilla de aceite, que permitiese calentar agua para una cataplasma o paños calientes o un lavado con jabón y otras necesidades clínicas. La necesidad de este tipo de servicio sólo podrán apreciarla aquellos que conocen la falta que hacen estos elementos básicos para atender las aflicciones mínimas de las enfermedades que prevalecen en estas viviendas de miseria. Podría sugerirse: ¿por qué la gente, cuando está enferma, no acude a los hospitales? A lo que simplemente respondemos que no lo harán. Se aferran a sus pequeños cuartos y a la compañía de los miembros de sus pro pias familias, por brutales que sean, y prefieren quedarse y sufrir, y morir rodeados por la suciedad y la pobreza en sus propias madrigueras que acudir a la gran casa, que a ellos les parece muy similar a una prisión. El sufrimiento de los pobres ocupantes de los Barrios Marginales que hemos descrito, cuando están enfermos e incapacitados para ayudarse a sí mismos, convierte la organización de un sistema de atención domiciliaria en un deber cristiano. He aquí unos pocos casos, elegidos casi al azar de entre los informes entregados por nuestras Hermanas de los Barrios Marginales, que demuestran el valor de la agencia descrita precedentemente:— Con frecuencia, muchos de los que están enfermos tienen un único cuarto y, a menudo, varios niños. Los Oficiales detectaron varios casos en los que los enfermos, sin nadie que los cuidase, debían yacer por horas sin alimento ni atención de ningún tipo. A veces, los vecinos les llevan una taza de té. Es realmente un misterio cómo viven. Una pobre mujer de Drury Lane estaba paralizada. No tenía quien la cuidase; yacía en el piso, sobre un saco relleno, sin más que un viejo pedazo de paño para cubrirla. Aunque era invierno, rara vez contaba con qué hacer fuego. No tenía nada que ponerse y muy poco que comer. Otra pobre mujer, que estaba muy enferma, recibía de su hija un poco de dinero para pagar la renta y alimentarse; pero, con frecuencia, no tenía la energía para encender un fuego o para prepararse alimento. Se había separado de su marido debido a la crueldad de éste. Muchas veces yacía por horas sin un alma que la visitara o la ayudara.

El Ayudante McClellan encontró a un hombre sobre un colchón de paja, en muy mal estado. El cuarto estaba inmundo; el hedor provocó náuseas al Oficial. El hombre llevaba allí varios días sin recibir asistencia de nadie. A su lado había una taza de agua. Los Oficiales vomitaron a causa los terribles hedores del lugar. Con frecuencia, se encuentran enfermos que necesitan la aplicación permanente de paños calientes, pero que permanecen con uno frío por horas. En Marylebone, los Oficiales visitaron a una pobre anciana que estaba muy enferma. Vivía en el sótano de una cocina interior, en el que rara vez entraba un rayo de luz y nunca uno de sol. Su cama estaba armada sobre unas cajas de huevo. No tenía a nadie que la cuidase, salvo su hija alcohólica, quien, a menudo, cuando estaba ebria, solía darle una brutal paliza a la pobre anciana. Con frecuencia, los Oficiales encontraron que hasta mediodía no había ingerido ningún alimento, ni siquiera una taza de té. El único mobiliario en el cuarto era una pequeña mesa, un antiguo biombo y una caja. Las sabandijas parecían incontables. Una pobre mujer enfermó gravemente pero, como sus hijos eran pequeños, sintió que debía levantarse y lavarlos. Mientras lavaba al bebé, cayó y fue incapaz de moverse. Afortunadamente, una vecina apareció al poco rato a preguntarle algo y la vio tirada allí. Salió corriendo inmediatamente a buscar a otra vecina. Pensando que la pobre mujer estaba muerta, la metieron en la cama y mandaron buscar un médico. Éste diagnosticó tisis y recetó alimentación y reposo, lo que la pobre mujer no podía hacer debido a sus hijos. Se levantó unas pocas horas después y, mientras bajaba la escalera, cayó nuevamente. La vecina la recogió y la puso de vuelta en su cama, donde permaneció postrada por largo tiempo. Los Oficiales se hicieron cargo del caso, la alimentaron y cuidaron, limpiaron su cuarto y en general se preocuparon de ella. En otro barrio marginal osc uro, los Oficiales encontraron a una pobre anciana en el sótano de una cocina interior. Tenía algún tipo de enfermedad. Cuando tocaron a su puerta, ella estaba aterrorizada de pensar que podía ser el casero. El cuarto estaba inmundo, nunca lo habían limpiado. Tenía una lámpara de parafina, que llenaba el cuarto de humo. A veces, la anciana era totalmente incapaz de hacer nada por sí misma. Los Oficiales la cuidaron.

SECCIÓN 3 — REHABILITACIÓN DE NUESTROS CRIMINALES — LA BRIGADA DE LAS PRISIONES Nuestras Prisiones deberían ser instituciones de rehabilitación, que convirtieran a los hombres en mejores personas de lo que eran al ingresar en ellas. De hecho, con frecuencia son todo lo contrario. Hay pocas personas en este mundo que merezcan más compasión que esos pobres hombres que han cumplido su primera sentencia de presidio o que se encuentran fuera de los muros de la cárcel sin una carta de recomendación y, a menudo, sin un solo amigo en el mundo. Aquí, nuevamente, el proceso de centralización, que ha avanzado a un ritmo vertiginoso en los últimos años, por deseable que sea para los intereses del gobierno, se revela con desastrosos efectos en los pobres miserables que son sus víctimas. Otrora, cuando un hombre era enviado a prisión, la cárcel no estaba muy distante de su hogar. Cuando salía de ella, el hombre por lo menos estaba cerca de sus antiguos amigos y conocidos, los que podían acogerle y ofrecerle ayuda para iniciar una nueva vida. Pero, ¿qué ha sucedido a causa del deseo del Gobierno de eliminar cuantas cárceles locales sea posible? A los presidiarios, una vez que son condenados, se los envía por tren a lejanas cárceles centrales y al salir de ellas se encuentran malditos con la marca del presidiario, lejos de casa, sin reputación y sin nadie en quien apoyarse para obtener consejo o ayuda. No son entonces sorprendentes los informes que indican que la vagancia ha aumentado considerablemente en las grandes ciudades, engrosada por los presidiarios liberados, que, por falta de otros recursos, se dedican a mendigar. En la competencia por trabajo, ningún empleador contrataría a un hombre que viene saliendo de prisión; como tampoco las amas de casa contratarían a un sirviente cuya última recomendación corresponde al acta de liberación de una de las cárceles de Su Majestad. Es increíble el daño que con frecuencia causan personas bienintencionadas, las que aspirando a lograr un fin loable — como, por ejemplo, la economía y eficiencia de la administración penitenciaria — olvidan por completo el efecto que dichas reformas tienen en los presidiarios mismos. El Ejército de Salvación está bien calificado, al menos en un aspecto, para abordar este problema. Creo estar en la honrosa posición de dirigir el único organismo religioso que siempre tiene a alguno de sus miembros en prisión por delitos de conciencia. Somos también uno de los pocos organismos religiosos que puede alardear que muchos de sus miembros han cumplido sentencias de trabajos forzados. Nosotros, en consecuencia, conocemos la prisión por dentro y por fuera. Algunos hombres van a la cárcel porque son mejores que sus vecinos, la mayoría porque son peores. Mártires, patriotas, reformadores de todo tipo pertenecen a la primera categoría. Ninguna gran causa ha resultado jamás vencedora sin antes aportar una cierta cuota de población penal. La derogación de una ley injusta rara vez se logra sin que antes algunos de los que han promovido la reforma experimenten en carne propia las dificultades de la multa y el encarcelamiento. La propia Cristiandad no habría triunfado jamás sobre el Paganismo de la antigua Roma si a los primeros cristianos no se les hubiese permitido poner a prueba desde las mazmorras y circos la sinceridad y serenidad del alma con la cual pudieron enfrentar a sus perseguidores; desde entonces y hasta la lucha exitosa de nuestra gente por lograr que se les reconociera el derecho de reunirse públicamente en Whitchurch y otros lugares, la religión Cristiana y los derechos del hombre nunca han dejado de exigir su cuota de mártires de la fe.

Cuando un hombre va a prisión por una buena causa, aprende a considerar el problema de la disciplina carcelaria con ojos mucho más comprensivos hacia quienes fueron enviados allí, incluso por los crímenes más atroces, que los jueces y legisladores que sólo ven la prisión desde afuera. “El sentimiento de compañerismo hace milagros”; y para nosotros constituye una enorme ventaja al tratar con las clases criminales que muchos de nuestros mejores Oficiales hayan estado personalmente en una celda. Nuestra gente, gracias a Dios, nunca ha aprendido a ver a un presidiario como al mero convicto —A234. Siempre es un ser humano para ellos, a quien deben cuidar y asistir al igual que la madre cuida a su hijo enfermo. Actualmente, hay escasas posibilidades de que se lleve a cabo una verdadera reforma al interior de nuestras prisiones. En consecuencia, debemos esperar a que el prisionero salga, para ver qué puede hacerse. Nuestro quehacer empieza allí donde termina el de las autoridades carcelarias. Tenemos una larga experiencia en este tipo de trabajo, tanto aquí como en Bombay, Ceilán, Sudáfrica, Australia y otros lugares, y como resultado neto de nuestra experiencia procedemos ahora a indicar las medidas que pretendemos adoptar, algunas de las cuales se hallan ya exitosamente en funcionamiento. 1. Para esta clase, proponemos crear Hogares lo más cercanos que sea posible a las diversas cárceles. Ya hemos conseguido uno para hombres en King’s Cross, el que recibirá ocupantes tan pronto como quede habilitado. Deberá seguirlo inmediatamente uno para mujeres. Se requerirán otros en las diversas zonas de la Metrópolis, contiguos a cada una de las grandes prisiones. Conectados a estos Hogares habrá talleres en los que pueda darse a los internos trabajo regular hasta que se les consiga empleo en otra parte. Porque esta clase también debe trabajar, no sólo como una forma de disciplina, sino como medio para asegurar su autosustento. 2. Con el objeto de salvar, en la medida de lo posible, a infractores primerizos de la contaminación que supone la vida en la cárcel, y con el de prevenir la formación de malas compañías adicionales y la imprudencia que resulta de la integridad perdida por el encarcelamiento, ofreceríamos, ante la Policía y las Cortes Penales, acoger a los infractores que se muestren dispuestos a venir con nosotros y a aceptar nuestras reglas. La confianza de los jueces y prisioneros se vería, pensamos, pronto ganada; los amigos de estos últimos estarían mayormente de nuestra parte y, en consecuencia, existiría la posibilidad de que pronto tuviésemos un número significativo de casos a nuestro cuidado, bajo la modalidad conocida como “pena de aplicación suspendida”, siendo los antecedentes de la condena eliminados previo informe favorable de buena conducta emitido por el Hogar del Ejército de Salvación. 3. Buscaríamos que se nos diese acceso a las prisiones con el objeto de evaluar a aquellos presidiarios que más pudiesen beneficiarse de nuestro plan a su liberación. Creemos que este privilegio nos sería otorgado por las autoridades penitenciarias una vez que ellas estén familiarizadas con la naturaleza de nuestro trabajo y con los notables resultados que nos ha reportado. El derecho de ingresar a las cárceles ha sido ya concedido a nuestra gente en Australia, donde tienen libre acceso y comunicación con los internos mientras ellos cumplen sus condenas. Las autoridades penitenciarias recomiendan a los presidiarios que se nos acerquen, y también entregan información a nuestra gente respecto de la fecha y hora fijada para su liberación, de manera que puedan estar aguardándolos. 4. Proponemos aguardar a los criminales a las puertas de la prisión con una oferta de admisión inmediata a nuestros Centros de Albergue. Por regla general, los

aguardan amigos y antiguos socios, los que normalmente pertenecen a su misma clase. De cualquier forma, constituiría una excepción a la regla si no creyeran todos ellos en el poder reconfortante y animador de la bebida intoxicante. Por ello, la taberna es su destino inmediato, donde a menudo se crean planes para seguir delinquiendo sin demora, con el resultado de que antes de unas pocas semanas el convicto liberado se ve devuelto a la prisión de la que recién salió. Habiendo adquirido durante el encarcelamiento la costumbre de la sumisión implícita a la voluntad de otro, el recientemente liberado convicto cae fácilmente bajo la influencia de quienquiera que lo encuentre primero. Ahora bien, para adelantarnos a esos antiguos compañeros, proponemos acoger bajo nuestra protección al presidiario y abrir para él una puerta de esperanza en el mismísimo instante en que cruce el umbral de la prisión, asegurándole que si está dispuesto a trabajar y a obedecer nuestras reglas de disciplina, nunca más se verá obligado a conocer la necesidad. 5. Intentaremos obtener de las autoridades el privilegio de supervisar y reportar a aquellos que salen en libertad condicional, para así liberarlos de la humillante y acosadora obligación de reportarse personalmente en las estaciones de policía. 6. Encontraremos un empleo adecuado para cada individuo. oficio o profesión útil, le enseñaremos una.

Si no poseyere un

7. Tras un cierto período de residencia en estos Hogares, y si da pruebas consistentes de su sincero propósito de llevar una vida honesta, el presidiario será transferido a una Colonia Rural, salvo que en el intertanto sus amigos o antiguos empleadores se hagan cargo de él o que obtenga alguna otra forma de ocupación, en cuyo caso será objeto de una cuidadosa vigilancia. Ofreceremos a todos la ulterior posibilidad de ser restituidos a la Sociedad de este país o de ser transferidos a otro para iniciar una nueva vida. Con respecto a los resultados podemos hablar con optimismo, porque los éxitos logrados han sido notables a pesar de que nuestras operaciones se han visto limitadas hasta ahora, excepto por un corto período unos tres años atrás, y no han tenido el respaldo de los importantes accesorios descritos anteriormente. Los siguientes son ejemplos susceptibles de multip licarse:— A J.W. lo esperaba a las puertas de la prisión el Capitán del Hogar para ofrecerle ayuda. Declinó acudir al Hogar en ese momento, puesto que tenía amigos en Escocia, los que él pensaba podrían ayudarlo; pero prometió venir si ese recurso falla ba. Era su primera condena y había cumplido seis meses por robar de su empleador. Su oficio era el de panadero. A los pocos días se presentó en el Hogar y fue recibido. En el transcurso de un par de semanas, se declaró convertido y dio todas las pruebas del cambio. Durante cuatro meses trabajó como cocinero y panadero en la cocina y, finalmente, se presentó una oferta como ayudante de cocina con el Sargento Mayor del Cuerpo “Congress Hall”. Eso fue hace tres años. Actualmente, sigue allí, salvo, y desempeñándose satisfactoriamente; un hombre absolutamente útil y respetable. J.P. era un criminal reincidente. Fue abordado en Millbank al término de su última condena (cinco años) y traído al Hogar, donde desempeñó su oficio — la sastrería. Eventualment e consiguió un empleo y se casó. Cuenta ahora con un buen hogar y la confianza de sus vecinos; su salvación ha sido exitosa y es soldado del Cuerpo de Hackney.

C.M. Criminal reincidente y caso de trabajos forzados. Se le indujo a venir al Hogar, recibió salvación, permaneció allí por largo tiempo, se le ofreció un empleo y salió al Campo de batalla; fue Teniente durante dos años y eventualmente contrajo matrimonio. Es ahora un respetable mecánico y soldado de un Cuerpo en Derbyshire. J.W. Era adminis trador de una importante sombrerería del Oeste de Londres. Le fueron encomendadas veinte libras de plata, contenidas en dos paquetes, para su cambio. En el camino se encontró con un compañero, quien le convenció de tomar un trago. En la taberna, el compañero dio una excusa para salir a la calle y no volvió. W. se encontró con que uno de los paquetes había desaparecido de su bolsillo exterior. Temió regresar y se largó al campo con el otro paquete. Encontrándose en un pequeño pueblo, entró a un Salón de la Misión; sucedió que allí había un problema con la ceremonia: el organista estaba ausente. Se pidió un voluntario y W., siendo un buen músico, se ofreció a tocarlo. Al parecer la música sacudió su conciencia. Salió en medio del himno y se dirigió a la estación de policía para entregarse. Le dieron seis meses. Al salir, vio que se anunciaba a Jorge el Feliz, un ex- presidiario, en el Salón “Congress Hall”. Acudió a la reunión y fue inducido a venir al Hogar. Eventualmente recibió salvación y hoy dirige el trabajo de una Misión en las provincias. “El Viejo Dan” era un caso de trabajos forzados y había cumplido varias largas condenas. Vino al Hogar y recibió salvación. Allí estuvo por largo tiempo a cargo de la fabricación de botas. En el tiempo transcurrido hasta ahora, armó su propio negocio en Hackney y contrajo matrimonio. Lleva en ello cuatro años y es un comerciante muy respetado y un Salvacionista. Charles C. ha cumplido un total de veintitrés años de trabajos forzados. Estaba en libertad condicional, y recibió salvación en las Barracas Hull. En ese momento, no había cumplido con reportarse ante la policía y había destruido sus papeles, asumiendo un nombre falso. Cuando recibió salvación, se entregó y fue conducido ante el juez, quien, en lugar de enviarlo de regreso a la cárcel para terminar de cumplir su condena, lo entregó al Ejército. Llegó a nosotros enviado por nuestro representante, y está ahora trabajando en la fábrica con buenos resultados. Debe permanecer bajo supervisión policial por los próximos cinco años. H. Kelso. También un hombre en libertad condicional. No se había reportado y se le arrestó. Ante el juez declaró que estaba cansado de la deshonestidad y que iría al Ejército de Salvación si le liberaban. Se le envió nuevamente a trabajos forzados. Presentamos una solicitud ante el Ministro de Asuntos Interiores en su nombre, y el Sr. Matthews ordenó su liberación. Fue entregado a nuestros Oficiales en Bristol, traído a Londres, y ahora está en la Fábrica, recibió salvación y le va bien. E. W. pertenece a Birmingham, tiene cuarenta y nueve años de edad y ha pasado toda su vida entrando y saliendo de prisión. Estuvo cinco años en el Reformatorio de Redhill y su última condena fueron cinco años de trabajos forzados. El Capellán de Pentonville le aconsejó que si realmente buscaba reformarse acudiese al Ejército de Salvación en cuanto fuese liberado. Vino a la calle Thames, fue enviado al Taller y se declaró salvo el siguiente domingo en el Albergue. Eso fue hace tres meses. Está satisfecho, es laborioso, se muestra contento y aparentemente piadoso.

A.B. Un caballero ocioso, de buena situación; el licor y el ocio destruyeron su hogar, asesinó a su esposa y fue enviado a prisión. El ministro presbiteriano, amigo de la familia, intentó reclamarlo, mas sin éxito. Ingresó al Centro de la Brigada de las Prisiones, recibió completa salvación, distribuyó panfletos por cuenta del Hogar y finalmente consiguió un trabajo en una gran imprenta y editorial, donde, luego de tres años de servicio, tiene ahora un cargo de responsabilidad. Es dirigente laico de la Iglesia Presbiteriana; ha sido restituido a su familia y posee un hogar feliz. W.C., un nativo de Londres, un muchacho bueno para nada, ocioso y disoluto. Al dejar Inglaterra, su padre le advirtió que si no enmendaba su conducta terminaría en la horca. Cumplió varias condenas por todo tipo de cargos. Unos seis años atrás nos hicimos cargo de él; lo admitimos en el Centro de la Brigada de las Prisiones, donde realmente consiguió su salvación; obtuvo un trabajo como pintor, oficio que había aprendido en la cárcel, y se ha casado con una mujer que antiguamente era alcahueta, pero ha pasado por nuestro Hogar de Pecadores Rescatados y allí se convirtió completamente. Juntos han enfrentados las dificultades de la vida, ambos trabajando diligentemente por su sustento. Poseen ahora un pequeño pero feliz hogar y se encuentran en buen pie. F.X., hijo de un funcionario de Gobierno, un borracho, jugador, falsificador y rufián de tomo y lomo; cumplió varias condenas por falsificación. Después de su última salida de prisión fue admitido en el Centro de la Brigada de las Prisiones, donde permaneció por cinco meses y fue verdaderamente salvo. A pesar de que su salud estaba completamente quebrantada por los efectos de su pecaminosa vida, resistió férreamente todas las tentaciones del licor y se mantuvo fiel a Dios. Por medio de avisos en el periódico el Grito de Guerra, encontró a su hijo e hija perdidos, los que están encantados con el maravilloso cambio que ha sufrido su padre. Asisten regularmente a nuestras reuniones en el Salón de la Temperancia. Él tiene ahora un café, le está yendo bien, y se encuentra debidamente salvo. G.A., 72 años, pasó 23 en la cárcel; su última condena fue a dos años por robo; era un borracho y jugador mal hablado. Fue encontrado cuando su liberación por la Brigada de las Prisiones, se le admitió en el Hogar, donde permaneció por cuatro meses, y logró una verdadera salvación. Lleva una vida sobria y piadosa, y se encuentra trabajando. C.D., 64 años de edad, fumador de opio, jugador, rufián; separado de su mujer y familia; eventualmente, terminó en la cárcel. Fue esperado al ser liberado y admitido al Centro de la Brigada de las Prisiones; recibió sa lvación y ahora ha sido restituido a su mujer y familia; rinde satisfactoriamente en su trabajo. S.T. era un joven ocioso, ladrón, mal hablado y de mala reputación, que vivía, cuando no estaba en prisión, con las peores prostitutas de la calle Little Bourke. Los Oficiales de la Brigada de las Prisiones se hicieron cargo de él, lo salvaron y le encontraron un trabajo. Después de unos pocos meses, expresó su deseo de trabajar para Dios, y, aunque es lisiado y debe usar muletas, era tal su entusiasmo que fue aceptado y ha realizado un buen trabajo como oficial del Ejército. Sus referencias son buenas y su vida estable. Es, verdaderamente, una maravilla de la gracia Divina. M.J., un joven de elevada posición en Inglaterra; empezó a llevar una vida disipada; pensó que le sería ventajoso mudarse a las Colonias. Se embarcó para Australia con £200, buena parte de las cuales gastó en bebida durante la travesía; tras su

desembarco, se esfumó el resto y una mañana despertó en la cárcel, con delirium tremens, sin dinero, el equipaje perdido y sin un amigo en todo el continente. A su salida de prisión, ingresó a nuestro Hogar de las Prisiones, se convirtió y ahora tiene un cargo de responsabilidad en un Banco de las Colonias. B.C., hombre de buena precedencia, educación y posición; se entregó a la bebida, razón por la cual su familia lo echó de casa, perdió a sus amigos y terminó en la cárcel, al salir de la cual acudió a nuestro Centro para Alcohólicos; recibió salvación, y demostró en la seriedad y consistencia con que vivió su vida la profundidad de su conversión. Gracias a ello, la obra que realizó junto a nosotros fue imprescindible para la salvación de muchos que, como él, habían caído en el desamparo y el crimen debido a su alcoholismo. Actualmente se encuentra en una situación de primera clase, recibe ingresos de £300 al año, vive nuevamente con su esposa y su familia, es el dueño de una casa propia y un hogar feliz, y el amor de Dios es visible en todo ello. No reproduzco estos ejemplos, que no son más que unos pocos elegidos al azar de entre muchos, con el propósito de hacer alardes. El poder que ha forjado estos milagros no está en mí ni en mis Oficiales; es un poder que nos llega desde arriba. Pero considero que puedo con propiedad usar estos casos, en los cuales nuestra instrumentalidad ha sido bendecida, en cuanto a rescatar a los involucrados del fuego, para dar alguna justificación a la súplica de que se nos permita seguir adelante con este trabajo a una escala mucho mayor. Si cualquier otra organización, religiosa o secular, puede exhibir trofeos similares a los logrados en nuestras limitadas operaciones entre la población penal, estoy más que dispuesto a cederle el lugar. Todo lo que deseo es que el trabajo se lleve a cabo.

S ECCIÓN 4 — LIBERTAD EFECTIVA PARA EL BORRACHO El número, la miseria y la desesperanzadora situación de los esclavos del licor, de ambos sexos, ya han sido analizados exhaustivamente. Hemos visto que en Gran Bretaña son unos quinientos mil hombres y mujeres los que se encuentran completamente dominados por este cruel apetito. La absoluta ineptitud de la Sociedad para lidiar con los borrachos ha sido demostrada una y otra vez, y además admitida por todos aquellos que han tenido experiencia en el tema. Como lo hemos señalado anteriormente, el sentimiento general de los que han intentado solucionar este tipo de asunto es uno de pesimismo. Creen que la actual raza de borrachos debe dejarse morir; que habiendo demostrado ser en vano todo tipo de esfuerzo, las energías gastadas en la empresa de rescatar a los padres estarían mejor aprovechadas si se orientasen a los hijos. Lo anterior contiene su buena dosis de verdad. Nuestros propios esfuerzos han sido exitosos hasta un punto notable. Algunos de los más valientes, devotos y exitosos trabajadores de nuestras filas son hombres y mujeres que una vez fueron los más abyectos esclavos de la bebida intoxicante. Ya se han ofrecido ejemplos al respecto. Y podemos multiplicarlos por miles. Aun así, cuando se los compara con la horrorosa formación que significa actualmente el ejército de los borrachos, los rescatados con pocos. La gran razón de ello es el simple hecho de que la vasta mayoría de los adictos a la bebida son verdaderos esclavos de la misma. Ningún tipo de razonamiento, ni consideración religiosa o terrenal, puede tener efecto alguno sobre un hombre que tan completamente dominado ésta por esta pasión que no puede liberarse de ella, aunque ve las más terribles consecuencias mirándole a la cara. El borracho promete y jura, pero las promesas y juramentos son en vano. Ocasionalmente hará esfuerzos desesperados para superar su hábito, sólo para ceder nuevamente ante la presencia de la oportunidad. El ansia insaciable lo controla. No puede alejarse de ella. Lo lleva a beber, quiéralo o no, y, a menos que sea salvado por una mano Todopoderosa, beberá hasta que el alcohol lo conduzca a la tumba o al infierno del alcohólico. Nuestros anales abundan en rescates exitosos efectuados entre las filas del ejército de borrachos. Los siguientes no serán únicamente ejemplos de ello, sino que tenderán a ilustrar la fuerza y locura de la pasión que domina a los esclavos del licor. Bárbara.— Se había hundido hasta las profundidades más absolutas cuando la encontramos. Desde que tenía dieciocho años, cuando sus padres la obligaron a dejar a su amado, un marinero, para casarse con un hombre “de buen futuro”, se había estado hundiendo más y más. No amaba a su marido y pronto encontró consuelo en la pequeña taberna que se encontraba a sólo unos pocos pasos de su puerta. Las discusiones en casa pronto se tornaron en riñas, insultos y groserías, y su vida no tardó en ser una de las más desdichadas del lugar. Su marido ni se preocupaba por aparentar que ella no le importaba para nada, y cuando estaba enferma y se veía incapaz de ganar dinero con la venta de pescado en las calles, él desaparecía por unos meses, dejándola que se encargara sola de la manutención del hogar y de su bebé como mejor pudiese. De los veinte años de vida matrimonial, diez transcurrieron en este estado de

continuas separaciones. Y así llegó a vivir por una sola razón — la bebida. Esa era su vida; y el deseo enfermizo llegó a ser irresistible. La mujer que la atendió en el nacimiento de su bebé se negó a darle whisky; cuando hubo hecho todo lo que podía y dejó a la madre descansar, Bárbara se levantó de la cama y se arrastró lentamente escalera abajo hacia la cervecería, donde permaneció bebiendo durante horas, con el bebé recién nacido en sus brazos. Así transcurrió su vida, hasta que llegó a ser tan insoportable que decidió terminarla. Con sus dos hijos mayores se dirigió a la bahía y deliberadamente los arrojó a ambos al agua, saltando luego ella misma. “¡Oh, mamá, mamá, no me ahogues!” lloró la pequeña Sarah de tres años, pero Bárbara estaba decidida a sujetarlos bajo el agua, hasta que, viendo un pequeño bote enviado a rescatarlos, se dio cuenta de que la habían descubierto. Demasiado tarde para llevarlo a cabo, pensó, y sosteniendo a ambos niños nadó rápidamente hasta la orilla. La historia inventada de haber caído al agua dejó satisfecho al botero y Bárbara regresó a casa, empapada y aturdida. Pero la pequeña Sarah no se recuperó del incidente y unas semanas más tarde murió y fue enterrada en el Cementerio. En otra oportunidad, incitada por la desesperación, Bárbara intentó quitarse la vida colgándose, pero un vecino la vio y la bajó de la soga, inconsciente, pero aún viva. Se convirtió en el terror de todo el vecindario y su nombre fue sinónimo de acciones atrevidas y desesperadas. Sin embargo, nuestra Reunión al Aire Libre concitó su atención, vino a los cuarteles, fue salvada y liberada de su amor por el licor y el pecado. Su hogar pasó de ser un lugar temido a una suerte de refugio en la pequeña callejuela donde vive; otras esposas tan desdichadas como Bárbara acudían a ella por consejo y ayuda. Todos sabían que había cambiado y que adoraba hacer todo lo que estuviese a su alcance por sus vecinos. Pocos meses atrás se acercó al Capitán muy preocupada acerca de una mujer que vivía enfrente. Había sido cruelmente golpeada e insultada por su marido, el que finalmente la había arrojado de casa, y ella había acudido a Bárbara como último recurso. Y, por cierto, Bárbara la acogió; con su gentileza ruda pero presta la metió en la cama y mantuvo fuera a las otras mujeres que se agolpaban para ofrecerle consuelo y condenar la brutalidad del marido; fue tanto enfermera como doctor para la pobre mujer, hasta que su hijo nació y fue entregado a los brazos de la madre. Y luego, para angustia de Bárbara, nada más pudo hacer, porque la mujer, no atreviéndose a prolongar más su ausencia, se levantó como pudo, bajó gateando las escaleras, cruzó la calle y volvió a su casa. “¡Pero, Bárbara!”, exclamó el Capitán horroriz ado, “debiste haberla cuidado y mantenido contigo hasta que estuviese lo suficientemente repuesta.” A lo que Bárbara respondió recordándole al Capitán el espantoso genio de “John”, y cómo podría costarle la vida a la mujer si se ausentaba del hogar por más de un par de horas. El segundo es el caso de— Maggie. — Tenía un hogar, pero rara vez estaba lo suficientemente sobria como para llegar a él por las noches. Se dejaba caer en cualquier puerta hasta que la encontraba un transeúnte cualquiera o la policía. En una de sus endemoniadas borracheras, un compañero de juerga la ofendió. Era un pequeño jorobado y también borracho pero, sin vacilar por un momento, Maggie lo agarró y arrojó cabeza abajo por la antigua y ancha cloaca de un pueblo escocés.

Si alguien no lo hubiese visto zapateando en el aire y lo hubiese rescatado, de seguro habría muerto ahogado. Una noche de invierno Maggie había estado bebiendo sin parar, peleando también, como de costumbre, y en su camino a casa llegó tambaleándose hasta el estrecho muelle. Allí tropezó y cayó al suelo, quedando tendida en la nieve, la sangre fluyendo de sus heridas y el pelo desparramado en una maraña enredada. A las 5 de la mañana, unas muchachas, al cruzar el puente hacia la fábrica en que trabajaban, la encontraron, entumecida y tiesa en la nieve y la oscuridad. Les fue difícil despertarla de su sueño de borracha, pero más difícil les resultó levantarla del suelo. El pelo enmarañado y la sangre se habían congelado contra el suelo y Maggie era una prisio nera. Luego de intentar diversas maniobras de liberación y de recibir como recompensa una andanada de insultos y groserías, una de las muchachas corrió a buscar una tetera de agua hirviendo y, al rociar el agua alrededor de Maggie, lograron gradualmente levantarla por “derretimiento”. Pero ella acudió a nuestras Cuarteles y fue debidamente convertida, y la Capitana vio sus noches y días de esfuerzos recompensados por la sobriedad y salvación de esta mujer. Todo marchó bien hasta que un amigo la invitó a su casa para beber a su salud y a la de su joven esposa. “No te pediré que bebas nada fuerte”, le dijo. “Brinda por mí con esta limonada.” Y Maggie, sin sospechar nada, bebió, y a medida que iba tragando sintió en la copa el sabor de su antiguo enemigo: ¡el whisky! El hombre rió ante su estupor, pero un amigo corrió a informar la Capitana. “Podría llegar a tiempo, antes de que ella haya regresado a la bebida”; y la Capitana corrió a la taberna, amarrando los lazos de su bonete en la carrera. “No hay caso — alejaos — no quiero verla, Capitana”, gritó Maggie; “Denme un poco más — Oh, me siento encendida por dentro.” Pero la Capitana fue firme y, llevándola a su casa, se encerró con la mujer y se sentó con la llave en su bolsillo mientras Maggie, medio demente por los deseos de beber, se paseaba de arriba abajo, como un animal enjaulado, amenazando y adulando alternadamente. “Sobre mi cadáver”, fue toda la respuesta que pudo obtener; de manera que se acercó a la puerta y se entretuvo allí por unos momentos. Un sonido metálico. La Capitana se levantó — ¡para ver la puerta abierta y a Maggie saliendo apurada por ella! Acostumbrada a robar y a todas las “mañas” complementarias, había sacado la chapa de la puerta y arrancado hacia la taberna más cercana. Escalera abajo salió corriendo la Capitana en su persecución; entró a la taberna y, antes que los asombrados clientes pudiesen darle a Maggie el trago que pedía a gritos, el “bonete” estaba a su lado: “Si osáis servirle, quebraré la copa antes que

toque sus labios. ¡No tomará ni un solo sorbo!”, y así convenció a Maggie que desistiera y la escudó hasta que la pasión cesó y recuperó el sentido. Pero el hombre que le había dado el licor no se atrevió a asomar ni la nariz fuera de casa durante semanas. Los más rudos se enteraron de la trampa que había tendido a Maggie y lo habrían linchado si lo hubiesen encontrado. El tercer caso es el de Rose. Rose fue mancillada y abandonada en las calles cuando era sólo una niña de trece años, por un hombre que alguna vez tuvo buena situación y que ahora, creemos, termina sus días en un Asilo de Pobres en el norte de Inglaterra. Huérfana de padre y madre, y también podríamos decir de amigos, Rose caminó por la senda de la destrucción, con toda su miseria y vergüenza, por doce largos años. Su espíritu salvaje, apasionado, aplastado por la ofensa sufrida, buscó el olvido en la copa intoxicante, y pronto se transformó en una borracha notoria. Setenta y cuatro veces durante su carrera se vio arrastrada ante un juez, y las setenta y cuatro veces estuvo igualmente lejos de la salvación. La única excepción se produjo en el Día del Jubileo de la Reina. Al ver el rostro tan familiar nuevamente frente a él, el juez preguntó: “¿Cuántas veces ha estado ya aquí esta mujer?” El Superintendente de Policía respondió: “Cincuenta veces.” El juez replicó con sarcasmo: “Entonces es su Jubileo”, y, conmovido por la coincidencia, la dejó ir. Así, Rose pasó su Jubileo fuera de prisión. Fue un milagro que la vida horrible, borracha, temeraria y disipada que ella había vivido no la llevara prematuramente a la tumba; sí afectó su juicio, y durante tres semanas estuvo encerrada en el Asilo para Lunáticos de Lancaster, habiendo realmente perdido la razón a causa de la bebida y el pecado. Como prueba de su naturaleza temeraria, se dice que tras su segundo encarcelamiento ella juró que no volvería jamás a caminar hasta la estación de la policía; en consecuencia, cuando por causa de sus desbocadas orgías la policía consideró necesario arrestarla, tuvieron que llevarla como mejor pudieron, a veces requisando una carretilla o carro o usando una camilla, y otras veces simplemente en andas. En una oportunidad, hacia el fin de su carrera, recurriendo al último de los métodos mencionados, cinco policías la llevaban a la estación; ella se mostraba inusualmente violenta, gritando, arrojándose al suelo y mordiendo, cuando, por accidente o intencionadamente, uno de los policías soltó su cabeza, que fue a dar en la vereda, causando una herida de la que fluía un torrente de sangre. Tan pronto como la dejaron en la celda, la pobre criatura cogió sangre en sus manos y, literalmente, se lavó con ella el rostro. A la mañana siguiente presentaba un aspecto lamentable y, antes de llevarla a la corte, la policía quiso lavarla, pero ella manifestó que le sacaría sangre a cualquier hombre que intentase ponerle la mano encima; ellos habían derramado su sangre y la llevaría tal cual ante la corte como prueba en contra de ellos. Al salir la última vez de la cárcel, se encontró con un grupo de Salvacionistas tocando el tambor y cantando “¡Oh! El Cordero, el sacrificado Cordero; Él fue merecedor.” Rose, sorprendida con la canción e impresionada con los rostros de la gente, los siguió, diciéndose a sí misma: “Nunca antes escuché algo como eso, o vi a gentes tan felices.” Vino a los cuarteles; su corazón estaba destrozado; se encontró en el Banco de Penitentes, y Cristo, con Su preciosa sangre, lavó sus pecados. Se levantó de su postración y le dijo al Capitán: “Todo está bien ahora.”

Tres meses después de su conversión, se realizó una gran reunión en el mayor edificio del pueblo, donde era conocida de casi todos los habitantes. Había unas trescientas personas. Se le solicitó a Rose que ofreciera testimonio del poder de salvación de Dios. Nunca antes una mayor ola de compasión había recibido a orador alguno que la que encontró Rose en esta multitud, todos familiarizados con su pasado. Después de unas pocas palabras enunciadas con voz quebrada, en las que hizo alusión al maravilloso cambio que se había producido en ella, un primo, que, al igual que ella había llevado una vida notoriamente perversa, se acercó a la Cruz. Rose es actualmente sargento del Grito de Guerra. Acude a los burdeles y tabernas y otras madrigueras de vicio, de las cuales fue rescatada, y vende más ejemplares que ningún otro Soldado. El Superintendente de Policía, corto tiempo después de su conversión, señaló al Capitán de los Cuerpos que al rescatar a Rose se había realizado el más maravilloso de los trabajos que él había visto en todos los años anteriores. S. era nativo de Lancashire, el hijo de una familia pobre pero piadosa. Recibió salvación cuando tenía dieciséis años. Primero fue Evangelista, luego Misionero Urbano por cinco o seis años, y más tarde Ministro Bautista. Cayó bajo la influencia del alcohol, renunció, y se convirtió en vendedor viajante, pero perdió el camino por culpa de la bebida. Trabajó entonces como corredor de seguros y llegó a ser superintendente, pero fue nuevamente despedido por causa de la bebida. Durante su alcohólica carrera sufrió cuatro veces de delirium tremens, tres veces intentó suicidarse, seis veces vendió su casa, terminó en el Asilo de Pobres, con su esposa e hijos, tres veces. Su última treta para obtener licor fue predicar sermones falsos y ofrecer oraciones falsas en las cervecerías. Tras una de estas actuaciones blasfemas en una taberna, al pronunciar las palabras “¿Eres salvo?”, fue conminado a ir al Cuartel de Salvación. Lo hizo, y el Capitán, que lo conocía bien, se le acercó inmediatamente para orar por su alma, pero S. lo golpeó y volvió corriendo a la taberna por más licor. Sin embargo, emocionado por lo que había escuchado, fue incapaz de llevarse la copa de licor a los labios, aunque lo intentó tres veces. Regresó a la reunión y nuevamente la abandonó para volver a la taberna. No podía estarse quieto y por tercera vez regresó a los cuarteles. Cuando entró la última vez, los Soldados cantaban:— “Profundidades de piedad, ¿puede haber Piedad aún reservada para mi ser? ¿Puede mi Dios su ira dominar? ¿A mí, el más grande Pecador, salvar?” Este canto lo impresionó aún más; lloró y permaneció en los cuarteles en estado de profunda convicción hasta la medianoche. Pasó todo el día siguiente ebrio, intentando vanamente ahogar sus convicciones. El Capitán lo visitó durante la noche, y oró y conversó con S. por casi dos horas. El pobre S. estaba desesperado. Insistió en que no había piedad posible para él. Tras una larga lucha, sin embargo, surgió la esperanza, cayó de rodillas, confesó sus pecados y obtuvo el perdón. Cuando esto sucedió, su mobiliario consistía en una caja de jabón que hacía las veces de mesa y cajas de almidón por sillas. Su mujer, él mismo y sus tres hijos, no habían dormido en una cama en tres años. Tiene ahora una familia feliz, un hogar

confortable y ha sido el instrumento para llevar a un sinnúmero de otros esclavos del pecado al Salvador, y a una vida verdaderamente feliz. Casos similares, que describen la salvación de los alcohólicos de la esclavitud del licor, podrían citarse indefinidamente. Actualmente, hay Oficiales en nuestras filas que una vez estuvieron cautivos de esta perversa fascinación, pero que han roto sus cadenas y ahora son hombres libres del Ejército. Aun así, el poderoso torrente del Alcohol, alimentado por diez mil destilerías, sigue corriendo, llevando consigo, y lo digo sin vacilaciones, el caudal más perverso y sangriento que jamás haya fluido desde la tierra a la eternidad. La Iglesia del Dios viviente no debería — y para no decir nada acerca de la religión, la gente que tiene algo de humanidad no debería descansar sin antes hacer algo urgente por salvar a este medio millón que se halla en el torbellino. Proponemos, en consecuencia, alejar de la tentación a la gente que no puede resistirla. Por Dios que quisiéramos que la tentación fuese alejada de ellos, que cada establecimiento con patente para enviar la negra corriente de amarga muerte fuese clausurado y para siempre; pero tememos que ello no será así, al menos por ahora. Mientras en un caso la ebriedad podría constituir un hábito, en otro debe ser considerada una enfermedad. Lo que se requiere en el primer caso, por lo tanto, es un método para sustraer al hombre de la esfera de la tentación y, en el segundo, para tratar la pasión como una enfermedad, al igual que trataríamos otras afecciones físicas, atacándola con todos los medios disponibles, sanitarios o no, concebidos para lograr su curación. Los Centros Dalrymple, en los cuales puede confinarse, por orden de un juez o por su propia voluntad, a los Intemperantes durante un cierto tiempo, han sido un éxito parcial en cuanto a tratar con esta clase en los dos aspectos indicados; pero debemos admitir que son demasiado costosos como para ser de alguna utilidad a los pobres. Nunca podrá esperarse que los hombres de la clase obrera por sí mismos, o con la asistencia de sus amigos, sean capaces de pagar dos libras semanales por el privilegio de ser alejados de la tentación lícita de beber que los rodea por doquier. Adicionalmente, aun si pudiesen conseguir la admisión, no se sentirían cómodos entre la clase que normalmente hace uso de estas instituciones. Proponemos establecer Centros que contemplen la salvación no de uno o dos, sino de multitudes, y que sean asequibles para el pobre o para las personas de cualquier clase que opten por usarlos. Este es nuestro vicio nacional y exige nada menos que un remedio nacional —o, en todo caso, uno de magnitud suficientemente grande como para ser considerado a nivel nacional. 1. Para empezar, habrá Centros Urbanos, en los cuales un hombre pueda ser cuidado, vigilado, alejado de la tentación y, posiblemente, salvado de este terrible hábito. En algunos casos se admitirá a personas que efectúan negocios en la Ciudad durante el día, las que serán acompañadas por un asistente desde y hacia el Centro. En este caso, naturalmente, se exigirá una remuneración adecuada por este servicio adicional. 2. Centros Rurales, que se regirán por el principio de Dalrymple; esto es, recibir personas para internación obligatoria, comprometiéndose ellas, con confirmación de un juez, a permanecer en el Centro por un período determinado.

El reglamento para ambos tipos de establecimiento será en líneas generales como el siguiente:— (1) Habrá una sola clase por cada establecimiento. Si se determina que el rico y el pobre no se sienten cómodos trabajando en conjunto, deberá ofrecerse instituciones separadas. (2) Todos por igual tendrán que realizar alguna forma de trabajo remunerado. Se preferirá el trabajo al aire libre, pero podrá organizarse trabajo dentro de los establecimientos cuando éste sea más apropiado, como también cuando las condiciones climáticas o la estación del año no hagan posible el trabajo de jardinería. (3) Se efectuará un cobro de 10 chelines semanales. Éste podrá condonarse cuando no exista la capacidad de pago. La utilidad de dichos Centros es demasiado evidente para requerir de un análisis. Existe una clase de desafortunadas criaturas que debe ser objeto de compasión para todos los que conozcan de su existencia: los hombres y mujeres que se ven constantemente arrastrados ante el juez, sobre los cuales leemos permanentemente en los informes policiales y que se pasan la vida entrando y saliendo de prisión, con un costo enorme para el país y sin que ello les reporte ningún beneficio. Entonces podremos solucionar el problema que representa esta clase. Para un juez será posible, en lugar de condenar a las pobres ruinas humanas de la sociedad a cumplir la sexagésimo cuarta o centésimo vigésima pena de encarcelamiento, enviarlas a esta Institución, mediante el simple recurso de hacerlas comparecer para ser notificadas de la sentencia cuando llegue el momento. ¡Cuánto más económico sería este sistema para el país!

S ECCIÓN 5 — UNA NUEVA FORMA DE ESCAPE PARA LAS MUJERES PERDIDAS LOS HOGARES DE RESCATE No hay quizás un mal más devastador para los intereses de la Sociedad, o uno admisiblemente más difícil de combatir, que el que se conoce como Mal Social. En parte, ya hemos podido apreciar la magnitud que ha adquirido esta terrible plaga y la forma alarmante en que afecta a nuestra civilización moderna. Hemos hecho ya un intento de resolver este mal, materializado en unos trece Hogares en Gran Bretaña, que acomodan a 307 muchachas a cargo de 132 Oficiales, y otros diecisiete Hogares en el extranjero, habilitados para los mismos propósitos. En su conjunto, es una iniciativa pequeña si se la compara con la magnitud de la necesidad, pero aun así constituye el mayor y más eficiente esfuerzo de este tipo en el mundo. Es difícil estimar los resultados logrados. Gracias a nuestras diversas operaciones, anexas a estos Hogares, hemos salvado a cientos o acaso a miles de muchachas de una vida de vergüenza y miseria. No contamos con estadísticas precisas respecto de las muchachas que han pasado por nuestros Hogares en el extranjero, pero en lo que respecta al trabajo realizado en este país, unas 3.000 han sido rescatadas y llevan vidas virtuosas. Este éxito no es sólo gratificante en términos de la bendición que ha significado para estas jóvenes mujeres, de la felicidad que ha llevado a los hogares a los cuales han sido restituidas y de los beneficios que ha rendido a la Sociedad, sino también porque nos demuestra que en este ámbito pueden alcanzarse resultados mucho más significativos por medio de operaciones realizadas a mayor escala y bajo condiciones más favorables. Con ese objetivo en mente, nos proponemos remodelar y aumentar considerablemente el número de Hogares tanto en Londres como en las provincias, estableciendo uno en cada gran centro de este infame tráfico. Nos proponemos convertirlos en amplios Hogares de Acogida, donde las muchachas se iniciarán en el sistema de reformación, donde se probará la realidad de sus deseos de salvación y se las encaminará por la senda de la verdad, la virtud y la religión. Tras su permanencia en estos Hogares, muchas de ellas serán restituidas a sus amigos y parientes, mientras otras serán retenidas y entrenadas para el servicio doméstico o transferidas a la Colonia Rural. En ésta última, se les asignarán diversos quehaceres: en la Fábrica, la Encuadernación de Libros o el Tejido; en el Jardín e Invernaderos, el cultivo de frutas y flores; en la Lechería, la fabricación de mantequilla; y en todos los casos se les impartirá un curso de Trabajos del Hogar, que les habilite para el servicio doméstico. En cada etapa se las someterá al mismo proceso de entrenamiento moral y religioso, en el que depositamos gran confianza. Habrá posiblemente un número significativo de matrimonios entre los Colonos y de esta forma la Sociedad absorberá a muchas de estas jóvenes mujeres. Muchas de ellas, también, serán enviadas al extranjero como sirvientas. En Canadá, las muchachas salen de los Hogares de Rescate para trabajar en el servicio

doméstico sin otra recomendación que la ganada en unas pocas semanas de residencia en ellos, y su salario mensual es de hasta £3. La escasez de servicio doméstico en las Colonias Australianas, en los Estados Occidentales de América del Norte, en África y otros territorios es bien conocida. Y no nos asisten dudas respecto a que nuestras muchachas, con las recomendaciones correspondientes a una permanencia de 12 meses en nuestros Hogares, serán bien recibidas en todas partes, y que sus empleadores estarán dispuestos a adelantarles el coste del pasaje y ajuar, con el compromiso de que este dinero se deduzca de sus primeros sueldos. Luego, tenemos la Colonia de Ultramar, que requerirá de los servic ios de muchas personas. Habrá pocas familias que no deseen llevar consigo a una de estas muchachas, ya no como sirvientas, sino como compañeras y amigas. Con estos métodos podremos realizar nuestro trabajo de Rescate a una escala mucho mayor. Actualment e existen dos dificultades que impiden significativamente nuestro quehacer. Una es el alto costo. El gasto de rescatar a una muchacha en el contexto del actual plan no puede ser inferior a las £7, el que incluye el costo de los casos que terminan en fracaso y que significan un gasto inútil de dinero. Siete libras no son ciertamente una gran cantidad de dinero si se piensa en el beneficio que supone para una muchacha el ser rescatada de las calles, y el que supone para la Sociedad que se la aparte de la senda del mal. No obstante, cuando este trabajo involucra a miles de personas, el monto requerido es considerable. En nuestro plan, calculamos que desde el momento de su llegada a la Colonia Rural serán capaces de ganar casi todo el monto requerido para su sustento. La segunda dificultad que se interpone en la expansión de este departamento es la falta de empleos adecuados y permanentes. Aunque hasta ahora hemos tenido un éxito increíble, habiendo conseguido colocar a unas 1.200 muchachas en el servicio doméstico, todavía la dificultad en este respecto es grande. Las familias se muestran naturalmente reacias a recibir a estas pobres desafortunadas, teniendo como tienen la oportunidad de contratar sirvientes con recomendaciones impecables; y no podemos culparlas por ello. Igualmente, nos resulta fácil comprender que la monotonía del trabajo doméstico en este país no se compadece completamente con el carácter de muchas de estas jóvenes, acostumbradas a una vida de diversiones y libertad. Podemos comprenderlo. Verse encerradas durantes los siete días de la semana, con poco o ningún contacto con amigos o con el mundo exterior, excepto por el servicio religioso dominical o la “noche libre” sin tener donde ir, puesto que muchas están comprometidas con las Reuniones del Ejército de Salvación, puede volverse muy monótono, y en momentos de depresión no es de extrañar que unas pocas pierdan su determinación y vuelvan a sus antiguos hábitos. Nuestro plan contiene algo que animará a estas muchachas a perseverar. La vida en el campo será atractiva. Desde allí podrán encaminarse a un nuevo país y empezar una vida nueva, con la posibilidad de contraer matrimonio y poseer algún día un pequeño hogar. Con estas expectativas, en nuestra opinión, les será mucho más fácil seguir luchando durante las temporadas de pesimismo y tentación que lo que actualmente es. Este plan también hará más agradable para los Oficiales la tarea de rescatar a las muchachas. Este futuro les ofrecerá ánimos renovados para perseverar con las muchachas, y les ahorrará al menos uno de los elementos de la tristeza que sienten

cuando una chica retorna a sus antiguos hábitos, a saber, que ella ha ganado una parte significativa del dinero que se ha gastado en su reformación. Tenemos muchas pruebas notables de que las muchachas pueden ser rescatadas y salvadas completamente incluso ahora, a pesar de sus entornos. Los siguientes son algunos ejemplos:— Unos Oficiales trajeron a J.W. de un vecindario que, por causa de las atrocidades que allí se perpetran, ha adquirido una fama poco envidiable, incluso entre distritos igualmente infames. Tenía sólo dieciséis años. Una muchacha del campo. Había empezado a temprana edad la lucha por la vida en una gran lavandería y a los trece años fue llevada a la senda del mal por un bruto inhumano. Tras dar el primer paso en falso, su descenso fue rápido y, ansiosa por ampliar el pequeño campo de acción que le ofrecía la aldea, vino a Londres. Por algún tiempo vivió la vida de la extravagancia y la farándula, que muchas otras chicas de su clase conocen por un corto tiempo — teniendo abundancia de dinero, ropas finas y entornos lujosos hasta que la terrible enfermedad invadió su cuerpo. Pronto se encontró abandonada, sin hogar ni amigos, una paria de la Sociedad. Cuando el Oficial la encontró, era introvertida e impenitente, difícil de alcanzar incluso con una mano amorosa. Pero el amor pronto venció y desde entonces ha tenido dos o tres empleos y es una Soldada confiable de los Cuerpos del Ejército y vendedora estrella del Grito de Guerra. UNA MUJER EN LIBERTAD CONDICIONAL A.B. era hija de una respetable familia obrera — Católica Romana — pero quedó huérfana a temprana edad. Cayó en malas compañías y se hizo adicta a la bebida, yendo de mal en peor hasta que el alcoholismo, el robo y la prostitución la hundieron a lo más profundo. Pasó siete años en prisión y, después de su último crimen, fue liberada pero con siete años de supervisión policial. No habiendo cumplido con su obligación de reportarse, se la condujo ante el juez. El juez preguntó si había tenido la oportunidad de acudir a un Hogar de algún tipo. “Es demasiado vieja, nadie la acogería”, fue la respuesta; sin embargo, el Detective que la custodiaba, que poco sabía del Ejército de Salvación, se adelantó al estrado y explicó al juez que él pensaba que el Ejército de Salvación no rechazaba a ningún postulante. Nos fue formalmente entregada en una condición deplorable, vestida escasa y suciamente. Por más de tres años ha dado pruebas de una reformación verdadera y durante el mismo tiempo se ha ganado laboriosamente el sustento. UNA MUJER SALVAJE Durante una visita a las barriadas de un pueblo del Norte de Inglaterra, nuestros Oficiales ingresaron a un agujero, al que ni siquiera podríamos llamar habitación humana — era más bien similar a la guarida de un animal salvaje. Su único mobiliario eran una inmunda cama de hierro, una caja de madera que hacía las veces de mesa y silla, y un tacho viejo de hojalata por basurero.

El habitante de esta miserable guarida era una pobre mujer, que arrancó a esconderse en el rincón más oscuro cuando ingresó nuestro Oficial. Esta pobre desdichada era la víctima de un brutal hombre, que nunca le permitió traspasar el umbral de su puerta, manteniéndola apenas viva con la más mezquina ración de alimento imaginable. Todo lo que llevaba por vestimenta era un saco atado alrededor de su cuerpo. Sus pies estaban descalzos; su cabello, enmarañado e inmundo. Parecía un objeto y era difícil imaginar que vivía en un país civilizado. Había abandonado un hogar respetable, con marido y familia, y se había hundido tan profundamente que el hombre que entonces la acogió se jactó ante el Oficial de haber mejorado su condición al rescatarla de las calles. Nos llevamos a la pobre criatura, la aseamos y vestimos. Con un nuevo corazón y una nueva vida, ella es una más entre aquellos que se levantan para aplaudir a los Salvacionistas.

S ECCIÓN 6 — UN HOGAR PREVENTIVO PARA MUCHACHAS EN PELIGRO DE CAER Se cuenta una historia, que posiblemente sea verdad, acerca de una muchacha que una noche solicitó ser admitida en un hogar creado para rescatar a mujeres caídas. La directora naturalmente indagó si había perdido su virtud; la muchacha respondió negativamente. Se había salvado de esa infamia, pero era pobre, no tenía amigos y buscaba un lugar donde reposar su cuerpo hasta que pudiese conseguir un empleo y encontrar un hogar. La directora debió sentir lástima por ella, pero no podía acogerla puesto que la muchacha no correspondía a la clase para cuyo beneficio se había creado la institución. La muchacha rogó, pero la directora no podía cambiar la regla ni se atrevía a romperla; tenían grandes dificultades para dar refugio a sus propias desdichadas y no podían recibir a la muchacha. La pobre chica se alejó renuente, pero retornó al poco tiempo y dijo: “Ahora que he caído, ¿podéis acogerme?” Me cuesta creer la veracidad de este incidente; en todo caso, su espíritu es real e ilustra el hecho de que mientras existen hogares para acoger a toda ra mera pobre, arruinada y degradada, sólo aquí y allá hay un rincón donde una muchacha pobre, sin amigos ni dinero ni hogar, pero todavía virtuosa, puede buscar refugio de la tormenta que amenaza arrastrarla, voluntaria o involuntariamente, al mortal vórtice de ruina que se abre bajo sus pies. En Londres y en todas nuestras grandes ciudades debe haber una cantidad considerable de muchachas pobres que, por diversas causas, se ven repentinamente arrastradas a esta condición de abandono: una riña con la patrona y el repentino despido; una larga enfermedad y la alta, sin un penique, del hospital; el robo del bolso; la espera por un empleo hasta que se gasta el último penique; y muchas otras que dejarán a las muchachas en una posición de presa para los villanos ojos de lince que rondan permanentemente buscando la oportunidad de aprovecharse de la inocencia en peligro. Por lo mismo, en una gran ciudad como Londres debe haber una gran cantidad de muchachas enfrentadas permanentemente a la alternativa de ser echadas a las calles si rehúsan doblegarse ante las infames proposiciones de quienes las rodean. Por lo que sé, la Sociedad Para la Protección de Niños enjuició el año pasado a una cantidad increíble de padres por cometer pecados contra natura en la persona de sus hijos. Si tantos fueron llevados ante la justicia, ¿cuántos más habrá por ahí que el mundo no conoce? Sólo tenemos que imaginarnos cuántas pobres muchachas enfrentan la terrible alternativa de ser literalmente echadas a las calles por sus empleadores y parientes o por aquellos en cuyo poder lamentablemente se encuentran. Ahora bien, deseamos un verdadero hogar para ellas — un hogar al que cualquier muchacha pueda acudir, a cualquier hora del día o de la noche, para recibir alojamiento, cuidados y protección del enemigo, como también ayuda para encontrar la seguridad. El Refugio que propongo se regirá por los mismos principios que los Hogares para Indigentes ya descritos. Aceptaremos a todas las muchachas, digamos de catorce años o más, que no tengan medios visibles de sustento, pero que estén dispuestas a trabajar y a obedecer la disciplina. Se les asignarán diversas formas de trabajo, tales como lavandería, costuras, tejido a máquina, etc. Ejerceremos toda influencia beneficiosa que esté en nuestro poder para rectificar y formar su carácter. Haremos esfuerzos permanentes para conseguir empleos a las muchachas de acuerdo con sus destrezas, como también para restituir a las vagabundas a sus hogares, y otros

necesarios para encargarnos del resto. De éste como de otros Hogares las muchachas podrán ser transferidas a las Colonias Rural y de Ultramar. Multiplicaremos estas instituciones de acuerdo con nuestro medios y las necesidades, y los haremos autosustentables en la medida de lo posible.

S ECCIÓN 7 — OFICINA DE BÚSQUEDA DE PERSONAS DESAPARECIDAS Es posible que nada sea capaz de sugerir con tan vividez las diversas formas de miseria descorazonadora de la gran Ciudad como las 18.000 personas extraviadas anualmente en ella; respecto de 9.000 de éstas, el mundo pierde toda noticia irremisiblemente y para siempre. Suponemos que la estadística londinense se aplica con la debida proporción al resto del país. Maridos, hijos, hijas y madres desaparecen constantemente sin dejar el menor rastro. En los casos que revisten alguna importancia para los parientes, éstos podrían lograr que las autoridades policiales se interesasen lo suficiente como para realizar algunas pesquisas en el país, las que, sin embargo, no siempre arrojan resultados positivos; o en caso de contar con los medios económicos, pueden recurrir a los servicios de un detective privado, quien continuará con las investigaciones no sólo en casa sino también en el extranjero. No obstante, cuando los parientes del desaparecido son humildes, en nueve de cada diez casos se encuentran en situación de total impotencia para realizar una búsqueda eficaz y exitosa. Considerad, por ejemplo, el caso de un aldeano cuya hija deja el hogar para ocupar un puesto de sirvienta en un gran pueblo o en la ciudad. Al poco tiempo, los padres reciben una carta en la que la hija les informa que se encuentra satisfecha en su empleo. El ama es gentil, el trabajo fácil y le agradan sus compañeros de labores. Asiste a la capilla o a la iglesia, y la familia se muestra conforme. Se suceden las cartas de contenido similar pero, al tiempo, dejan de llegar repentinamente. Preocupada, la madre escribe para saber la razón; no recibe respuesta; y trascurrido un lapso las cartas le son devueltas con la indicación “ya no vive aquí, no se conoce dirección del destinatario” en el sobre. La madre escribe al ama o el padre viaja a la ciudad, pero no logra conseguir otra información más que “la niña se ha comportado algo misteriosa últimamente; su trabajo se volvió descuidado; se la vio en compañía de un joven; renunció y desapareció por completo.” Ahora bien, ¿qué pueden hacer los padres? Acuden a la policía, pero ésta nada puede hacer. Indagan, tal vez, con el sacerdote de la parroquia, que tampoco puede ayudar, y al padre sólo le queda agachar la cabeza y a la madre llorar hasta caer rendida — añorar y esperar, rogar por una información que quizás nunca llegue y temer lo peor. Pues bien, nuestro Departamento de Búsqueda ofrece un recurso para este tipo de situaciones. Ante un caso de desaparición, no se necesitará más que presentar una solicitud al Oficial del Ejército de Salvación más cercano — probablemente en su propia aldea o en todo caso en el pueblo más próximo —, quien pedirá a los padres que escriban a la Oficina Central en Londres y envíen retratos y los datos de la persona extraviada. Se iniciarán de inmediato las pesquisas correspondientes, las que posiblemente finalicen con la devolución de la muchacha. Los logros de este Departamento, que sólo ha funcionado por un corto tiempo y a una escala limitada como extensión de la Obra de Rescate, han sido maravillosos. No encontraréis historias más románticas en las páginas de nuestros ilustres escritores que las contenidas en nuestros registros. Os ofrezco tres o cuatro casos ilustrativos de fecha reciente.

PESQUISA UN MARIDO DESAPARECIDO

La Sra. S., de New Town, Leeds, escribió para informar que ROBERT R. viajó de Inglaterra a Canadá, en julio de 1889, con el objeto de mejorar su situación. Dejó a una esposa y cuatro hijos pequeños. Al irse les dijo que si tenía éxito los enviaría a buscar; de lo contrario, regresaría. Como no tuvo éxito, abandonó Montreal en el barco “Oregón” de la Compañía Dominion, el 30 de octubre, pero salvo por una que otra carta al principio, ni su mujer ni sus amigos habían vuelto a tener noticias de él desde esa fecha. Habían escrito a la compañía Dominion, la que respondió que el hombre en cuestión “había desembarcado sin novedad en Liverpool”. Pensando que había desaparecido tras su arribo, pusieron el caso en manos de la Policía de Liverpool, la que, después de varias semanas, emitió el reporte habitual:— “No ha sido hallado”. RESULTADO Inmediatamente nos abocamos a buscar a algún pasajero que hubiese arribado en el mismo barco y en breve tiempo conseguimos ubicar a uno. En nuestra primera entrevista con el pasajero, supimos que Robert R. no desembarcó en Liverpool, sino que aquejado por una depresión se lanzó por la borda tres días después de zarpar de América y se ahogó. Adicionalmente, descubrimos que tras su muerte los marineros se apoderaron de sus ropas y equipaje y los repartieron entre ellos. Escribimos a la Compañía para reportar este hecho y se nos prometió que harían las averiguaciones pertinentes y que repararían el daño. No obstante, como sucede habitualmente, al informar a los familiares de nuestros resultados, ellos decidieron hacerse cargo del caso y tratar directamente con la Compañía; al hacerlo, probablemente perdieron la suma de la compensación que podríamos haber obtenido para ellos.

UNA ESPOSA DESAPAREC IDA

F. J. L. nos solicitó buscar a su esposa, que lo había abandonado el 4 de noviembre de 1888. Temía que su esposa hubiese emprendido una vida inmoral. Nos proporcionó dos direcciones en las cuales podrían tener noticias de ella y una descripción. Tenían tres hijos. Las pesquisas en las direcciones proporcionadas no arrojaron información alguna, pero se descubrió el paradero de la mujer gracias a las observaciones realizadas en el vecindario. Tras superar algunas dificultades, nuestros Oficiales lograron entrevistarse con la mujer, que se sorprendió mucho de que la hubiésemos encontrado. Se la trató con rectitud y firmeza: se le planteó la verdad de Dios pura y simple, con lo que la mujer se sintió colmada de vergüenza y remordimiento, y prometió regresar a su hogar. Nos comunicamos con el Sr. L. A. unos días después de que él nos informara que su mujer le había enviado un telegrama, que la había perdonado y se habían reunido.

Poco tiempo más tarde, ella nos escribió para expresar su profunda gratitud hacia la Sra. Bramwell Booth por la preocupación mostrada en su caso. UNA NIÑA EXTRAVIAD A

A LICE P. fue secuestrada por Gitanos diez años atrás y ansía encontrar a sus padres para volver con ellos. Cree que su hogar está en Yorkshire. La Policía manejó este caso por un tiempo, pero no logró resolverlo. Con los datos proporcionados, publicamos un anuncio en el Grito de Guerra. El Capitán Green, al ver el anuncio, escribió el 3 de abril desde C. S., M. H., que su Teniente conocía a una familia del apellido indicado, asentada en Gomersal, Leeds. El 4 de abril, escribimos a la dirección señalada para obtener una confirmación. El 6 de abril, recibimos noticias del Sr. P— en el sentido de que esta niña era hija suya, y expresa su gratitud y felicidad diciendo que enviará dinero para que la niña retorne a casa. En el intertanto, obtuvimos de la Policía, que había buscado por largo tiempo a la niña, una descripción completa y una fotografía, las que remitimos a la Capitana Cutmore. El 9 de abril, ella nos escribió para informarnos que la niña correspondía exactamente a la descripción. Recibimos de los padres 15/- para el pasaje y Alice fue devuelta a su familia. Alabado sea Dios. UNA HIJA DESAPARECIDA

E. W. Diecisiete años de edad. Solicitud de su madre y hermano, quienes perdieron todo rastro de ella en julio de 1885, cuando se fue a Canadá. Recibieron cartas en una o dos ocasiones, fechadas en Montreal, pero dejaron de llegar. Se nos proporcionó una fotografía, una descripción completa y muestras caligráficas. Descubrimos que gentes relacionadas con una Iglesia habían ayudado a E. W. a emigrar, pero ellas no tenían ninguna información respecto de sus movimientos tras el arribo. Enviamos los datos completos y la fotografía a nuestros Oficiales en Canadá. La muchacha no fue hallada en Montreal. Se envió la información a Oficiales en otras ciudades de esa zona de la Colonia. Las indagaciones prosiguieron durante algunos meses y, finalmente, a través de nuestro Mayor Divisional, se nos informó que la muchacha había sido reconocida en uno de nuestros Cuarteles e identificada positivamente. Cuando repentinamente se la llamó por su nombre, la chica casi se desmayó de la impresión. Se encontraba en una terrible situación de miseria y vergüenza, pero al saber de las gestiones de su madre, consintió inmediatamente en acudir a uno de nuestros Hogares de Rescate canadienses. Está bien. Podéis imaginaros la alegría de la madre. UNA SIRVIENTA EXTRAVIADA

La Sra. M., de Clavendon, antigua ama de Harriet P., nos escribió para expresar su gran preocupación por esta muchacha. Señaló que había sido una buena sirvienta,

pero que el joven que la cortejaba la había mancillado y desde entonces había tenido tres hijos. Ocasionalmente, pasaba unas pocas semanas de alegría, pero volvía a recaer en “la senda nefasta”. La Sra. M. nos informa que Harriet tenía buenos padres, que ya murieron, y conserva un hermano respetable en Hampshire. Lo último que supo de ella fue que tres semanas atrás estaba en un Albergue de Niñas en Bristol, el que había abandonado y ya nada se había vuelto a saber de la chica. Nos solicitó encontrarla y agregó con mucha fe: “Si logran dar con su paradero, creo que son ustedes los únicos que pueden rescatarla y hacerle un bien permanente.” Inmediatamente nos abocamos a indagar y en el período de unos pocos días descubrimos que había salido de Bristol, tomando el camino a Bath. Siguiendo su pista, nos enteramos que en un pequeño lugar llamado Bridlington, en la ruta de Bath, se había encontrado con un hombre al que le pidió direcciones. Habiendo escuchado una parte de su historia, el hombre la llevó a una taberna y la convenció de quedarse a vivir con él, puesto que había perdido a su esposa. En esa etapa nos apersonamos en el lugar y, habiendo conversado con ambos el tema, obtuvimos de la muchacha la promesa de venir con nosotros si el hombre no se casaba con ella, concediéndole a éste dos días para pensarlo. Transcurridos los dos días y no most rándose él dispuesto a contraer matrimonio, la chica vino con nosotros y fue enviada a uno de nuestros Hogares, donde actualmente goza de paz y penitencia. Cuando informamos al ama y hermano de nuestras exitosas gestiones, se mostraron muy felices y nos abrumaron con sus agradecimientos. UN MARIDO EXTRAVIADO

La Navidad pasada, en una casa de la costa, se encontraba una apesadumbrada esposa, lamentándose por la vil deserción de su marido. Deambulando y bebiendo de lugar en lugar, él la había dejado abandonada con cuatro pequeños hijos que mantener. Conociendo su angustia, el capitán del cuerpo nos escribió implorando que publicásemos un aviso en el Grito respecto de este hombre. Lo hicimos, mas por un tiempo no logramos ningún resultado. Varias semanas más tarde, un Salvacionista ingresó a una cervecería, encontrando allí a un grupo de hombres que bebían alcohol. Comenzó a distribuir copias del Grito de Guerra entre ellos, hablándoles de la eternidad que todos enfrentamos. En la barra había un hombre con una gran jarra en la mano, que aceptó uno de los periódicos y mirando distraídamente las columnas se encontró con su propio nombre. Tanto le impresionó que dejó caer la jarra al suelo. “Volved a casa”, decía el párrafo, “y todo os será perdonado.” Su pecado le miró a la cara. La idea de una esposa con el corazón destrozado y unos hijos hambrientos le conquistaron por completo y en ese mismo instante

abandonó la taberna e inició su regreso a casa — distante muchas millas. Llegó ese mismo día cerca de la medianoche, tras una ausencia de once meses. En su carta anunciando las buenas nuevas del regreso, su esposa también se refirió a la determinación del hombre de reformarse con la ayuda de Dios. Ahora ambos asisten a los Cuarteles del Ejército de Salvación. UN SEDUCTOR OBLIGADO A PAGAR

Una mañana, entre las cartas recibidas en la Oficina de Búsqueda llegó la de una muchacha que nos solicitaba ayuda para buscar al padre de su hijo, que había dejado de pagar hacía un tiempo la pensión de alimentos. El caso había sido referido al Juez de Policía Local, con sentencia favorable para ella, pero el culpable no era hallado y el padre de éste se negaba a revelar su paradero. Visitamos al padre y le planteamos el asunto, pero no pudimos convencerle de que pagara las obligaciones del hijo ni que nos pusiera en contacto con él. No obstante, las respuestas a un anuncio en el Grito de Guerra, indicaron el paradero del hijo y esa misma mañana nuestro Oficial de Búsqueda se comunicó con la policía, quien le notificó al joven la demanda por los dineros adeudados. El joven también recibió una carta de su padre aconsejándole arrancar del país al instante. Había presentado la renuncia a sus empleadores; fue obligado a entregar a la madre de su hijo las £16 del salario y otro dinero que había recibido de su padre para el frustrado viaje. HALLADA EN LAS SABANAS DEL Á FRICA

Uno o dos años atrás, se vio a una joven holandesa de apariencia respetable cruzando rápida y furtivamente unas tierras de altos pastizales en direc ción a los bosques situados a orillas de un distante río. Tras ella dejaba un pueblo sudafricano, traicionada, deshonrada, expulsada de su hogar con hirientes palabras de desprecio, sin tener ya un solo amigo en el ancho y vasto mundo que le tendiera una mano. ¿Qué más podía hacer sino saltar a ese río distante para terminar con esta vida — sin importar lo que sucediese después? Pero Greetah temía al “futuro” y decidió pasar la noche en la oscuridad, desdichada y sola. Transcurrieron siete años. Un inglés que viajaba por África del Sur se detuvo a pasar el Día de Reposo en una pequeña aldea. Una caminata por los bosques lo llevó inesperadamente ante una choza, en cuya puerta estaba agazapado un anciano hotentote, vigilando a un niño de tez blanca que jugaba cerca de él. El viajero aceptó complacido la invitación a resguardarse del ardiente sol y entró en la choza. Le sorprendió encontrar en su interior a una muchacha blanca, evidentemente la madre del travieso niño. Sintiendo compasión por la extraña pareja, particularmente por la muchacha, que irradiaba un aire de refinamiento inesperado en este remoto rincón del mundo, se sentó sobre el piso de tierra y les habló de la maravillosa Salvación de Dios. La muchacha era Greetah y el inglés lo hubiese dado todo por salvarla de su miserable suerte. Pero fue imposible y con renuencia se despidió de ella. Era un hogar inglés. Una noche, sentado cerca del brillante fuego de la chimenea estaba un hombre solo, perdido en sus pensamientos. En su mente evocó la figura de la muchacha que había conocido en la choza del hotentote y se preguntó si sería posible rescatarla. Luego recordó haber leído, a su regreso, el siguiente párrafo en el Grito de Guerra:—

“A LOS DESESPERANZADOS “El Ejército de Salvación invita a los padres, parientes y amigos alrededor del mundo interesados en mujeres o muchachas de las que se sepa o tema que viven en la inmoralidad o en riesgo de caer bajo el control de personas inmorales, a escribirnos, proporcionando los datos completos, incluyendo nombres, fechas y direcciones de las afectadas y, de ser posible, una fotografía de ellas. Las cartas de las personas interesadas o de las propias mujeres o muchachas serán tratadas con estricta confidencialidad. Podrán escribirse en cualquier idioma y ser remitidas a la Sra. Bramwell Booth, calle Reina Victoria 101, Londres, E. C.” “Nada pierdo con intentar”, exclamó el hombre, “este asunto me atormenta”, y sin dilación relató en papel su aventura africana, con todos los detalles que le fue posible recordar. El siguiente correo africano llevaba instrucciones para el Oficial Responsable de nuestra obra en Sudáfrica. Al poco tiempo, uno de nuestros “Jinetes de Salvación” se hallaba explorando las sabanas y, con alguna dificultad, encontró la choza. La muchacha fue rescatada y salvada. El hotentote se convirtió posteriormente y ahora ambos son Soldados de Salvación. Además de las agencias independientes utilizadas para investigar este tipo de casos, las que nos proponemos aumentar significativamente, el Ejército posee ventajas únicas para realizar este tipo de pesquisas. Su modo de operación es el siguiente:— Hay una Oficina Central bajo la dirección de un Oficial competente y asistentes, a los que se envían los datos respecto de maridos, hijos, hijas y esposas extraviados, según corresponda. Salvo cuando se estima que no es aconsejable, las desapariciones se publicitan en el Grito de Guerra inglés, con una circulación de 300.000 ejemplares. Las versiones inglesas se copian en los veintitrés otros “Gritos de Guerra” que publicamos en diversos lugares del mundo. A los Oficiales locales del Ejército se les envía información especialmente preparada respecto de cada caso cuando se estima pertinente, o se asigna de inmediato a Oficiales Investigadores especialmente entrenados, para que se dediquen a seguir cualquier pista que hayan proporcionado los parientes y amigos del desaparecido. Cada uno de los 10.000 Oficiales, o más bien casi cada soldado en las filas, dispersos como están por los cuatro rincones del planeta, es considerado un Agente. Se cobra una pequeña suma por cada caso y, cuando existe la capacidad de pago, el costo total de la investigación es asumido por el solicitante.

S ECCIÓN 8 — REFUGIOS PARA LOS NIÑOS DE LA CALLE Por los niños abandonados de las calles de Londres expresamos mucha conmiseración, y merecen más compasión de la que reciben. No es nuestro propósito directo iniciar una cruzada en nombre de ellos, salvo por nuestro intento de cambiar sus corazones y vidas, y de mejorar la situación de sus padres. Nuestra principal esperanza para estos indomables y jóvenes marginados apunta en esa dirección. Si podemos localizar y beneficiar, moral y materialmente, a sus tutores, estaremos adoptando la vía más efectiva para beneficiar a los propios niños. Aun así, nos veremos obligados a cuidar de muchos de ellos; y estamos bien preparados para asumir esta responsabilidad, calculando que nuestra organización nos permitirá hacerlo no sólo con facilidad y eficiencia, sino con un costo ínfimo para el público. Para empezar, estableceremos Jardines Infantiles y Hogares Diurnos para Niños en centros poblados pobres, en los cuales por un cargo reducido se cuidará a lactantes y niños pequeños durante el día mientras las madres trabajan, para así evitar exponerlos a los riesgos de las calles y al peligro aún mayor de perecer calcinados en sus propios miserables hogares. Este plan no sólo beneficiará a los niños pobres, aunque no sea más que con un poco de agua y jabón y una frugal pero nutritiva comida, sino que además ejercerá una influencia humanizadora en las madres. En la Colonia Rural podremos cuidar de los infantes hijos de Sindicalizados y otros. Las madres de nuestros Chalets, con dos o tres hijos propios, no tendrán inconvenientes en recibir a uno extra, en los términos habituales que se aplican a internos diurnos, y no habrá nada más simple o fácil para nosotros que designar a una dama experimentada y confiable para que supervigile constantemente las condiciones de sanidad y bienestar general en que se encuentran los niños. Tendremos una Granja Infantil en los más favorables entornos.

S ECCIÓN 9 — ESCUELAS INDUSTRIALES Propongo también probar la idea de ofrecer entrenamiento industrial a los muchachos, tan pronto como sea posible. Si resulta exitoso, se hará algo similar para las niñas. Me parece que si rescatamos a los niños de la calle, digamos a los ocho años de edad, y los retenemos, por ejemplo, hasta los veintiuno, ellos, con una educación razonable y una debida utilización de sus fortalezas y habilidades, serían capaces de satisfacer adecuadamente sus necesidades, convirtiéndose en buenos y útiles miembros de sus comunidades. Más allá del aspecto meramente benevolente de esta problemática, me parece que el sistema actual de educación es antinatural y un derroche vergonzoso de las energías infantiles. La mitad del tiempo que los niños y niñas pasan obligadamente sentados en la escuela sirve escaso o ningún propósito o, peor aún, se pierde por completo. Las mentes infantiles sólo son capaces de concentrarse por espacio de un número determinado de minutos y, por consiguiente, el método racional debería contemplar una distribución sensata de su tiempo: por ejemplo, destinar la mitad del trabajo matutino a los libros y la otra mitad a algún trabajo manual; el jardín sería lo más natural y saludable en días cálidos, mientras que el taller sería lo adecuado para los días fríos. Con este método se promovería la salud, los niños amarían la escuela, se reduciría el costo de la educación y se permitiría descubrir y cultivar las inclinaciones y habilidades naturales de los niños. En lugar de egresar de las escuelas o de abandonar la enseñanza de un oficio — dejando atrás para siempre la etapa más preciosa de la vida en lo que a aprendizaje se refiere, encadenado a una ocupación por la cual el niño no siente ni el menor interés y que no promete nada más que mediocridad y tal vez fracaso —, se habrá descubierto el trabajo para el que su mente está singularmente adaptada y, en consecuencia, para el que tiene una habilidad innata, permitiendo cultivar esa habilidad y elegir así el oficio para el que el niño está mejor capacitado en la vida. No me corresponde intentar reformar nuestro sistema de Educación sobre la base de este modelo. Pero sí creo que se me debe permitir probar mi teoría en la práctica, estableciendo una Escuela Industrial dentro de la Colonia Rural. Probablemente comenzaría con niños elegidos por su bondad y capacidad, con miras a impartirles una educación superior que les habilitase para ocupar el cargo de Oficiales en todos los rincones del mundo, con el propósito específico de crear un cuerpo de hombres cuidadosamente entrenados y educados para que, entre otras cosas, lideren las ramas de la obra Social que se expone en este libro y, por qué no, para instruir a otras naciones en este ámbito.

S ECCIÓN 10 — ASILOS PARA LOS LUNÁTICOS MORALES Una vez que todo se haya dicho y hecho, seguirá existiendo un problema más que debemos abordar. Podéis minimizar diariamente las dificultades y es vuestro deber hacerlo, pero ninguna medida de esperanza puede soslayar la circunstancia de que cuando todo se ha hecho y ya se ha ofrecido toda posible oportunidad, cuando habéis perdonado a vuestro hermano no siete sino setenta veces siete, cuando le habéis rescatado de la ciénaga y conducido a tierra firme sólo para verle nuevamente caer y recaer hasta que ya no os queda fuerza para rescatarlo una vez más, todavía quedará un residuo de hombres y mujeres que, ya sea por herencia o hábito o desmoralización irreversible, se han convertido en réprobos. Los científicos postulan que después de un tiempo esa persistencia de hábitos tiende a convertir al hombre de acción y voluntad libre en un simple autómata. Conocemos algunos casos que parecen confirmar este terrible veredicto según el cual un hombre parece ser un alma en pena a este lado de la tumba. Hay hombres tan incorregiblemente holgazanes que ninguna razón o amenaza les hará trabajar, tan corroídos por el vicio que las virtudes les son odiosas y tan inveteradamente deshonestos que el robo es para ellos una pasión suprema. Cuando un ser humano ha alcanzado esa etapa, hay un solo camino posible a seguir. Con tristeza pero sin remordimiento debe reconocerse que ese ser humano se ha convertido en un lunático, moralmente demente, incapaz de autogobernarse y, en consecuencia, debe ser sentenciado a reclusión perpetua para apartarlo de un mundo en el que no está capacitado para vivir en libertad. El destino último de estos pobres desdic hados debe ser un establecimiento penal donde se les pueda confinar por el tiempo que Su Majestad determine, al igual que lo son los criminales lunáticos en Broadmoor. Es un crimen contra la raza humana permitirles a aquellos que son tan inveteradamente depravados la libertad de caminar por el mundo, de infectar a sus congéneres, de acechar a la Sociedad y de multiplicarse. Independientemente de lo que la Sociedad pueda hacer y sufrir para hacerlo, esto no puede permitirlo, al igual que no puede permitir la libre deambulación de un perro rabioso. Pero antes de llegar a este extremo, desearía que se implementasen todos los medios posibles para lograr la restauración de estos hombres. Dejad que la Justicia los castigue y que la Misericordia los envuelva; permitid apelar a ellos a través del castigo y la razón, y a través de toda influencia, humana y Divina que posiblemente pueda ejercerse sobre ellos. Y luego, si todos los anteriores intentos fracasan, deberá eliminarse de raíz su capacidad de seguir maldiciendo a sus congéneres y a sí mismos. Seguirán siendo merecedores de compasión infinita. Deben llevar una vida tan humana como le sea posible a uno que ha caído bajo tan terrible juicio. Deben tener sus propios pequeños chalets, con sus propios jardincitos bajo el cielo azul y, si es posible, rodeados de verdes campos. No les denegaré ninguna de las ventajas morales, mentales y religiosas que pudiesen curar sus mentes enfermas y restablecerlos a un mejor estado. Mientras les quede un soplo de vida, no debemos cesar de trabajar y luchar por su salvación. No obstante, cuando han alcanzado un cierto punto, debe prohibírseles todo acceso a sus congéneres. Entre ellos y el ancho mundo debe construirse una barrera insalvable, la que una vez traspasada nunc a más pueda volver a cruzarse. Esta solución es más sabia que el permitirles caminar entre sus congéneres, llevando con ellos el contagio de la lepra moral y engendrando descendientes condenados desde antes de nacer a heredar los vicios y ansias perversas de sus infelices padres. Ante estas propuestas se formularán con toda probabilidad tres objeciones fundamentales:

1. Se podrá decir que sería cruel denegar a hombres y mujeres esa libertad que constituye un derecho humano universal. A lo que sería suf iciente respuesta señalar que esto ya ha sucedido: veinte años de presidio es una sentencia habitual para los infractores y, en algunos casos, la ley llega incluso a condenarlos a trabajos forzados de por vida. Podemos agregar que sería un tratamiento mucho más piadoso que el que se les da actualmente, y uno que con mayor probabilidad les aseguraría una vida placentera. Conociendo su destino, pronto se resignarían a él. Los hábitos de laboriosidad, sobriedad y gentileza les avivarían el espíritu, lo que les aportaría una cierta medida de felicidad; y si agregásemos la religión, la felicidad sería completa. Para recompensar su buena conducta, se les ofrecería constantemente una generosa ración de libertad y una interacción más frecuente con el mundo en la forma de correspondencia, periódicos e incluso la ocasional entrevista con parientes. Y, en la vejez y enfermedad, podrían terminar sus últimos años confortablemente. De hecho, en lo que concierne a esta clase de gente, podemos apreciar que estarían en una situación infinitamente mejor de felicidad en esta vida y en la venidera que la que les significa su actual libertad — si acaso podemos llamar libertad a una vida que transcurre alternadamente entre la ebriedad, la orgía y el crimen, por una parte, y la prisión por la otra. 2. Podría decirse que la implementación de esta propuesta sería demasiado costosa. A esta objeción respondemos que efectivamente tendría que ser muy costosa para superar el gasto que significa este tipo de personas para la nación con las actuales leyes sobre el vicio y el crimen. No es necesario ningún gasto mayor si construimos la primera institución para reclusos de este tipo en tierras que les permitan ganarse el sustento. 3. Podrá decirse que esto es imposible. Ciertamente sería imposible, a menos que se lleve a cabo por ley. Y seguramente no habrá mayores dificultades para promulgar una ley que decrete que después de ser sentenciado a un cierto número de penas por crimen, ebriedad o vagancia, un individuo debe renunciar a su libertad de transitar por el mundo y maldecir a sus congéneres. Si incluyo la vagancia en la lista es porque me fundamento en la suposición de que actualmente existe oportunidad y capacidad para trabajar. De lo contrario, me parece muy cruel castigar a un individuo hambriento que mendiga comida porque no puede obtenerla de otra forma. No obstante, existiendo la oportunidad y capacidad para trabajar, consideraré que la mendicidad caritativa es un crimen y la castigaré como tal. De cualquier forma, si un hombre no trabaja por iniciativa propia, le obligaré a hacerlo.

CAPÍTULO VI ASISTENCIA EN GENERAL Hay muchos que no están perdidos pero que sí necesitan ayuda. Un poco de asistencia hoy evitará tal vez la necesidad de tener que salvarlos mañana. Hay algunos que, después de ser rescatados, todavía necesitan una mano amiga. El propio servicio que les hemos brindado al principio nos obliga a finalizar la buena obra. Se podría criticar que hasta ahora el Plan ha abordado casi exclusivamente a aquellos más o menos infames y desesperados. Ello era inevitable. Obedecemos a nuestro Maestro Divino y buscamos salvar a los que están perdidos. No obstante, como lo señalé al principio, que la prioridad recaiga y con justicia en aquellos que no cuentan con ayuda alguna no significa que olvidamos las necesidades y aspiraciones de las gentes decentes y trabajadoras que son pobres pero que se mantienen de pie, que no han caído y que se ayudan a sí mismas y a los demás. Ellas constituyen el grueso de la nación. Existe una clase privilegiada y un décimo sumergido. Pero, en todos los países, los pobres y trabajadores, que ganan una libra o menos a la semana, constituyen la mayoría de la población. No podemos olvidarlos, porque compartimos con ellos nuestra tierra natal. Siempre estamos estudiando cómo ayudarles y creemos que dicha ayuda puede prestarse de muchas maneras, algunas de las cuales procedo a describir a continuación.

S ECCIÓN 1 — MEJORES ALOJAMIENTOS Ya hemos notado la necesidad de una categoría superior de alojamientos para los pobres rescatados en nuestros Albergues. Esta necesidad merece nuestra atención. Una de las primeras cosas que sucede cuando, rescatado de la miseria, un hombre obtiene un empleo y gana decentemente su sustento es anhelar un alojamiento mejor que el que puede ofrecerle el Refugio. Actualmente, tenemos a varios cientos bajo nuestro cuidado que pueden pagar por un mayor confort y privacidad. Constantemente, ellos nos relatan historias como la siguiente:— “Los Refugios están muy bien cuando a un hombre lo ha abandonado la suerte. Nos han sido muy útiles; de hecho, si no hubiésemos tenido acceso a ellos, todavía nos encontraríamos sin un amigo, durmiendo en el Embankment, ganándonos el sustento deshonestamente o no ganándolo del todo. Ahora tenemos trabajo y deseamos dormir en una cama, y un cuarto propio, y una caja o algo donde guardar nuestras pequeñas posesiones. ¿Podéis ayudarnos a conseguirlo?” Les hemos respondido que hay alojamiento en otros lugares, donde podrían obtener el confort que desean. A esto contestan: “Sí, está bien. Sabemos que existen esos otros lugares y que podríamos ir a ellos. Pero, ¿sabéis?”, dicen, “aquí en los Albergues están todos nuestros compañeros, que piensan lo mismo. Y tenemos aquí las plegarias y las reuniones, y la gentil influencia cada noche que nos ayudan a mantenernos en la senda correcta. Desearíamos un lugar mejor, pero si no podéis encontrarnos uno, preferimos venir al Refugio y dormir, como lo hemos venido haciendo, sobre el piso que ir a otro lugar mejor habilitado, entrar en malas compañías y volver a caer donde nos encontrábamos anteriormente”. Aunque natural, esto no es deseable, porque, si este proceso continúa, con el tiempo todos los Albergues se verán ocupados por personas que han ascendido socialmente y que ya no pertenecen a la clase para la cual fueron originalmente concebidos. Propongo, en consecuencia, instalar a los que han mejorado su situación pero que desean continuar en contacto con el Ejército en una hospedería de mejor calidad, una suerte de HOTEL METROPOLE PARA POBRES ,

administrado según los mismos principios que los Refugios, pero que ofrezca un mejor equipamiento en todo sentido; me aventuro a pensar que sería autosustentable desde el principio. En esos hogares habría dormitorios individuales, buenos salones, cocinas, salas de baño, una sala para reuniones y otras muchas comodidades, y estarían disponibles para todos por un precio mínimo sobre el costo, que nos permitiría no sólo obtener intereses sobre la inversión original, sino también evitar la reducción de capital. Se requeriría del mismo tipo de establecimiento superior para las mujeres. Habiendo empezado, no nos queda más que proseguir. Hasta ahora, he propuesto abordar el caso de hombres y mu jeres solteros, pero una de las consecuencias de cuidar de estos hombres se deja sentir prestamente. Casi sin excepción, nuestros Desempleados harapientos, hambrientos e indigentes están casados. Cuando acuden a nosotros, acuden solteros y los tratamos como tal; mas, una vez que creamos en ellos la aspiración a cosas mejores, recuerdan a la mujer, a quien probablemente abandonaron o dejaron por su completa incapacidad de proporcionarle alimento. Tan pronto como estos hombres se encuentran bajo una influencia benigna y con un trabajo relativamente bueno, su primer pensamiento es

salir a buscar a la “Vieja”. Luego de una real transformación, no hay hombre casado que no se vuelque con simpatía y anhelo hacia su mujer, y mientras más éxito tenemos con estas gentes, más inevitable es que nos veamos enfrentados al problema de las parejas de casados que nos exigen les proporcionemos alojamiento. Nos proponemos hacerlo también a escala comercial. Veo grandes avances en este sentido, uno de los cuales describiré en el capítulo relativo a los Chalets Suburbanos. El Alojamiento Modelo para Casados es, sin embargo, una de las cosas que debe proporcionarse como anexo a los Centros de Albergue y Comida.

SECCIÓN 2 — ALDEAS SUBURBANAS MODELO Como ya lo he señalado repetidamente — pero volveré a hacerlo una vez más, puesto que es lo suficientemente importante como para admitir una repetición sin fin —, uno de los primeros pasos que debemos adoptar inevitablemente en nuestros esfuerzos por reformar a esta clase es proporcionales hogares decentes, saludables y placenteros, o bien ayudarles a que ellos los consigan por sí mismos, lo que, si cabe, es incluso mejor. Considero que la institución de alojamientos de primera, segunda o tercera categoría no es sino un paliativo para las necesidades actuales. Sustituir la vida en un alojamiento por la vida en las calles es, sin duda, un gran avance, pero bajo ningún punto de vista es la aspiración suprema. La vida en un alojamiento es mejor que la calle, pero dista mucho de ser la mejor forma de existencia humana. Por ello, el objetivo al que aspiro constantemente es lograr que las personas que están nuevamente de pie gracias a los Centros de Albergue y Comida, y que han obtenido un empleo en la Ciudad, lleguen a poseer sus propios hogares. Tampoco considero que el cuarto, o como máximo los dos cuartos, en que la gran mayoría de los habitantes de nuestras grandes ciudades se ven obligados a pasar sus días constituya una solución a este problema. El hacinamiento que en un edificio colma cada cuarto individual con basura humana, y que obliga a la familia a vivir desde la cuna hasta la tumba dentro de las cuatro paredes de un minúsculo apartamento de un ambiente, seguirá reproduciendo en sucesión interminable los terribles males que dicha situación inevitablemente genera. Tampoco puedo sentirme satisfecho con las enormes, horribles pilas de edificios con apariencia de cuarteles, que son un mejoramiento apenas superior a la Bastilla de la Unión — los apodados Complejos Habitacionales Modelo, tan de moda hoy en día—, que se han construido como respuesta a la candente problemática de la vivienda para los pobres. Como aporte a esta problemática, propongo el establecimiento de una serie de Asentamientos Industriales o Aldeas Suburbanas en el campo, a una distancia razonable de nuestras grandes ciudades, compuestas de chalets apropiados en cuanto a tamaño y construcción, y que contengan todas las comodidades e instalaciones básicas para las familias de clase obrera. Su renta, así como el billete de ferrocarril y otras consideraciones económicas, deberán estar al alcance de una familia de ingresos modestos. La propuesta está levemente fuera del ámbito de esta obra, de lo contrario estaría dispuesto a elaborar el proyecto en más detalle. Puedo decir, sin embargo, que lo que propongo aquí ha sido cuidadosamente meditado y por su naturaleza es perfectamente factible. Para su planificación, he recibido la valiosa asistencia de un amigo que cuenta con una larga experiencia en la industria de la vivienda y él se juega su reputación profesional por defender la factibilidad del proyecto. Lo siguiente, sin embargo, puede considerarse como un bosquejo general:— La Aldea debe estar situada a no más de doce millas de la ciudad; debe estar emplazada en terreno seco y saludable, cercano a una línea férrea. No es absolutamente necesario que se encuentre cerca de una estación ferroviaria, puesto que la Compañía, en consideración a sus propios intereses, pronto construirá una. Los Chalets deberán construirse con el mejor material y factura. Esto se logrará satisfactoriamente si sólo se contrata la mano de obra; la adquisición de los materiales correrá por cuenta de los responsables del Plan, quienes se encargarán también de entregarlos directamente de los fabricantes a los constructores. Los

chalets tendrán tres o cuatro cuartos, una cocina y un retrete aislado en el jardín. Los chalets se construirán en bloques y cada uno tendrá un jardín de tamaño razonable. Al principio, el plan contemplará construir entre mil y dos mil viviendas. En la Aldea deberá establecerse un Almacén Cooperativo, que provea a los aldeanos de todas las mercaderías necesarias a un precio económico. La venta de bebidas alcohólicas estará estrictamente prohibida dentro del Complejo y, de ser posible, el propietario de quien se adquiera el terreno deberá comprometerse a no otorgar o permitir patentes en el resto de las tierras contiguas. Creemos que podría inducirse a la Compañía de Ferrocarriles, como compensación por las inconveniencias y sufrimientos que ha infligido a los pobres, y por interés propio, a realizar las siguientes obras: (1) El transporte de cada miembro de la familia que viva en la aldea hacia y desde Londres, a una tarifa de seis peniques semanales. Los pases llevarán la fotografía del titular y se adherirán a una prenda de vestir. Estos pases serán válidos únicamente para los Trenes de Obreros que circulen temprano y tarde, y a algunas horas del día en las que los trenes van casi sin pasajeros. (2) Por el transporte de mercadería y paquetes se cobrará la mitad de la tarifa normal. Es razonable suponer que los terratenientes donarán cien acres de tierra en vista de la gran revalorización que experimentarán inmediatamente las propiedades circundantes, por cuanto la construcción de mil o dos mil chalets constituirá el núcleo de un Asentamiento mucho más vasto. Finalmente, la renta de un chalet de cuatro dormitorios no deberá superar los 3 chelines semanales. Agréguese a ese monto los seis peniques del billete hacia y desde Londres, y tenemos 3 chelines y 6 peniques; si la compañía insiste en cobrar 1 chelín, el total ascenderá a 4 chelines, los que pagarán por todas las ventajas de un chalet confortable — existiendo la posibilidad de que el arrendatario llegue a convertirse en su propietario —, un jardín de dimensiones razonables, entornos placenteros y otras influencias promotoras de la salud y felicidad familiar. No es necesario comentar que con respecto a la Aldea habrá completa libertad de opinión. Una simple inspección de las casas que normalmente habitan los pobres de esta gran Ciudad nos confirma que una Aldea de estas características será un verdadero Paraíso para ellos y que si pudiésemos construir cuatro, cinco o seis asentamientos inmediatamente, ellos no serían suficientes para acomodar ni a un décimo de las gentes que harían cola para ocuparlos.

S ECCIÓN 3 — EL BANCO DE LOS POBRES Si el amor al dinero es la raíz de todos los males, la falta de dinero es la causa de una inmensidad de males y dificultades. En el momento en que empezáis a implementar medidas prácticas para aliviar las miserias de las gentes, descubrís que la eterna falta de dinero es una de sus mayores dificultades. Ni en mis momentos más optimistas he soñado siquiera aminorar esta dificultad humana, pero ciertamente no es un ideal inalcanzable establecer un Banco de los Pobres, que ofrecerá a la clase media baja y a la obrera las ventajas del sistema de crédito que constituye el cimiento de nuestro boyante comercio. Tal vez, sería mejor que no existiera el crédito, que nadie prestase dinero, que todos se viesen obligados a vivir día a día exclusivamente con el dinero que tuviesen a mano. En tal caso, debemos generalizar la aplicación de este principio; no glorifiquemos nuestro comercio internacional ni nos jactemos de nuestras riquezas, obtenidas, en tantos casos, en contravención de este principio. Si se permite que un gran comerciante tenga tratos con su banquero; si para los negocios del hombre rico es indispensable que éste tenga acceso al sistema de crédito que le permite disponer periódicamente de préstamos para hacer frente a la presión de demandas inesperadas, que de otra forma lo arruinarían, entonces, mayor es la justificación para ofrecer un recurso similar al hombre más pobre y débil. Actualmente, la Sociedad se rige demasiado por el principio de dar al que tiene para que tenga más y de quitar al que no tiene lo poco que posee. Si realmente hemos de beneficiar al pobre, sólo podemos hacerlo a través de medidas prácticas. No tenemos más que mirar a nuestro rededor para ver el tipo de ventajas que los hombres ricos consideran indispensables para la administración de sus negocios, y preguntarnos si acaso no puede ofrecerse a los hombres pobres las mismas oportunidades. La razón de que los pobres no cuenten con esas mismas oportunidades es obvia. La satisfacción de las necesidades del rico es un medio para haceros vosotros mismos ricos; la satisfacción de las necesidades del pobre os acarreará problemas tan desproporcionadamente grandes en relación con la ganancia que no vale la pena hacer el menor esfuerzo en dicha dirección. Si los hombres se dedican a la banca y a otros negocios es para obtener lo que el humorista norteamericano identificó como el fin último del hombre en estos tiempos modernos, a saber, “el diez por ciento”. Para ganar un diez por ciento, ¿de qué no serían capaces los hombres? Penetrarían en las entrañas de la tierra, explorarían las profundidades del océano, escalarían las cumbres nevadas más altas o navegarían por el aire, si ello les garantizara un diez por ciento. No me aventuro a sugerir que el negocio del Banco de los Pobres generará un diez por ciento, ni siquiera un cinco, pero creo que generaría lo suficiente como para cubrir los gastos, y, para la comunidad toda, las ganancias resultantes serían inconmensurables. Preguntad a cualquier comerciante amigo dónde estaría su negocio si no tuviese a un banquero y, luego, cuando tengáis su respuesta, preguntaos si no sería una empresa útil ofrecer a la gran masa de vuestros compatriotas, sobre la base de sólidos principios comerciales, las ventajas de un sistema de crédito que tan bien funciona en beneficio de los pocos “adinerados”. Espero que algún día el Estado logre una medida suficiente de ilustración como para emprender por sí mismo el negocio. Actualmente, reside en manos de los prestamistas y las agencias de créditos, y en las de un grupo de buitres que depreda cruelmente los intereses de los pobres. El establecimiento de bancos en zonas

rurales, donde el hombre pobre es casi siempre un campesino, ha sido una de las características de la moderna legislación rusa, alemana y otras. Espero que en el corto plazo la institución del Banco de los Pobres sea una de las obras reconocidas de nuestro gobierno. Quedando esa empresa pendiente, y sin comprometerme en lo absoluto a agregar la siguiente rama de actividad a la ya colosal gama de operaciones que se anticipa en esta obra, me aventuro a sugerir: — ¿No sería posible que un filántropo con capital estableciese, sobre la base de principios claramente definidos, un Banco de los Pobres para otorgar modestos préstamos bien garantizados o adelantar dinero a aquellos que están en riesgo de verse agobiados por presiones financieras repentinas? En otras palabras, ¿no le sería posible hacer por el “pequeño hombre” lo que todos los bancos hacen por el “gran hombre”? En el intertanto, si un benevolente poseedor de riquezas está dispuesto a invertir el valor de un caballo de carreras o de un “gran maestro”, para formar el núcleo del capital necesario, me atrevería, por cierto, a promover esta empresa. Puedo anticipar el gesto socarrón del cínico, burlándose de lo que él llama mi glorificada casa de empeño. Su burla me es indiferente. Un Monte de Piedad — su mismo nombre indica que el Banco de los Pobres no es una institución objetable allende el Canal — sería una institución excelente para Inglaterra. No obstante, debido a los intereses creados de nuestros hombres de negocio, para el Estado podría resultar imposible su establecimiento, salvo a un costo exorbitante. No habría dificultad, sin embargo, para instituir un Monte de Piedad privado, que significaría una bendición incalculable para los pobres en apuros. Adicionalmente, no tengo reparos en reconocer la necesidad de discutir este tema con la Dirección del Trabajo, a condición de que se pueda actuar sobre la base de un principio claramente reconocido. Ese principio es que el hombre tendrá la libertad de constituirse personalmente como garante del préstamo, es decir, podrá obligarse a trabajar a cambio de la comida, hasta haber pagado el capital y los intereses. Un ejemplo o dos explicarán lo que quiero decir. Un carpintero llega a nuestros Talleres Laborales; es un hombre honesto y decente, que por causa de su mala salud u otra calamidad ha quedado reducido a la indigencia. Poco a poco ha ido empeñado sus pertenencias para sobrevivir, hasta que finalmente se ha visto obligado a empeñar sus herramientas de trabajo. Lo inscribimos y aparece un empleador que requiere de un carpintero al que podamos recomendar. Proponemos inmediatamente a este hombre, pero surge la siguiente dificultad: el carpintero no tiene herramientas. ¿Qué hemos de hacer? Tal como están las cosas, el hombre pierde la oportunidad de trabajo y continúa bajo nuestro cuidado. Por cierto, es altamente deseable en interés de la comunidad que este hombre pueda recuperar sus herramientas de la casa de empeño; pero, ¿quién se hará cargo de adelantarle el dinero para recuperarlas? Creo que esta dificultad puede solucionarse si el hombre se compromete legalmente a entregarnos su salario, o una parte razonable de él, a cambio de que nosotros nos comprometamos a encontrarle alimento y techo hasta que haya devuelto el dinero prestado. Sería un acto de bondad exigir el cumplimiento de dicha obligación con severidad radamantina. Hasta que el hombre no haya pagado su deuda, no es dueño de sí mismo. Todo lo que pueda entregar del dinero ganado pertenecerá al acreedor. Naturalmente, este tipo de compromisos será susceptible de infinitas variaciones contractuales; las cuotas de pago podrán distribuirse a lo largo de un plazo más largo o más corto, pero el principio general será la celebración de un contrato legal, en términos del cual el hombre se obligue a

entregar al Banco los ingresos que le reporte su trabajo, hasta haber pagado la totalidad de su deuda. Tomad otro ejemplo. Un oficinista lleva varios años en su puesto; posee una numerosa familia, a la que ha criado y educado respetablemente. Sus expectativas son retirarse en unos pocos años con una jubilación, pero repentinamente surge una dificultad involuntaria y se ve enfrentado a la necesidad de disponer de una suma de cincuenta o cien libras, la que escapa completamente a sus posibilidades. Ha sido un ahorrante cuidadoso, que nunca ha pedido un centavo a nadie, y no sabe a quién acudir en esta emergencia. Si no puede reunir el dinero, sus bienes le serán embargados, su familia quedará repartida, su empleo y su futura pensión se evaporarán; lo aguarda la ruina completa. Ahora bien, si tuviese un sueldo diez veces mayor, probablemente tendría una cuenta bancaria y, en consecuencia, podría conseguir un préstamo de su banquero. ¿Por qué no podría hipotecar su salario, o una parte de él, en favor de una institución que le adelantase el dinero que necesita para pagar su deuda, en unas condiciones que, siendo lo suficientemente rentables para el banco, no pusiesen al deudor en aprietos innecesarios? Actualmente, ¿qué hace el pobre hombre? Consulta con sus amigos, los que muy posiblemente estén tan apretados como él; o acude a una agencia de créditos y con toda probabilidad cae en manos de buitres, que le prestan el dinero pero a un interés absolutamente desproporcionado respecto del riesgo en que incurren, y se aprovechan de la situación para exprimirle hasta el último centavo que posee. Podría escribirse un enorme libro negro con los lamentos y penurias que acarrean los negocios de estos usureros para sus víctimas en todo el mundo. De poco sirve denunciar a estos extorsionadores. Han existido y existirán siempre; mas, lo que sí podemos hacer es limitar su ámbito de operaciones y el número de sus víctimas. Esto sólo será posible si prestamos una ayuda legítima y piadosa a estas pobres criaturas en su hora de desesperación, previniendo de esa forma que caigan en manos de estos miserables despiadados, que han arruinado a miles y llevado a muchos hombres decentes al suicidio o a una muerte prematura. Este principio conlleva infinitas ramificaciones que no necesito describir aquí. Sin embargo, antes de dejar el tema, desearía referirme a una cruel realidad, ¡oh!, a una multitud de desafortunados hombres y mujeres. Esa realidad es el funcionamiento del Sistema de Compra a Plazos. El hombre o mujer pobre pero decente que ansía ganar un penique honestamente con, por ejemplo, una planchadora, máquina de coser, torno u otro instrumento indispensable, y que no posee el dinero necesario para comprarlo, lo debe adquirir a través del Sistema de Compra a Plazos — esto es, pagando por la máquina en cuotas. Bajo esta modalidad, además del precio de su compra, se le cobra diez o veinte veces el monto de lo que constituiría una tasa de interés justa; y lo que es peor: si en algún momento, debido a la mala fortuna, no puede pagar la cuota, se le retiene el monto ya cancelado, se le confisca la máquina y pierde todo el dinero. Nuevamente, recurrimos a nuestra analogía de lo que sucede en una pequeña comunidad, en la que todos los vecinos se conocen. Considerad, por ejemplo, el caso de un muchacho, reconocidamente inteligente, prometedor, honesto y laborioso, que desea hacerse su propia vida, para lo cual requiere de un modesto desembolso. Con frecuencia, su vecino, con mayores medios económicos, le ayudará, proporcionándole el capital necesario que le permita abrirse un camino en el mundo. El vecino le presta ayuda porque conoce al muchacho, porque al menos

está relacionado con su familia por lazos de vecindad y el honor de ella es una garantía de que el muchacho responderá por la pequeña suma que le preste. El mismo caso se aplicaría a una viuda desposeída, a un artesano que se encuentra repentinamente sin trabajo, a una familia de huérfanos y otros similares. En la gran Ciudad, esta ayuda gentil desaparece, y con ella todos los pequeños favores que, en cierto modo, actúan como salvavidas para los hombres en riesgo de ser aplastados hasta morir contra los muros de hierro de las circunstancias. De algún modo, debemos intentar suplir estas redes de ayuda si hemos de regresar no ya al Jardín de Edén, sino a las condiciones normales de la vida, tal como existen en comunidades pequeñas y saludables. Ninguna institución, es verdad, podrá reemplazar jamás el vínculo mágico de la amistad personal, pero si logramos que la masa de la Sociedad quede impregnada de lazos fraternos, establecidos para efectos de ayuda mutua y consejo compasivo, no es imposible pensar que seremos capaces de hacer algo por restituir este elemento ausente de la civilización moderna.

SECCIÓN 4 — EL ABOGADO DE LOS POBRES En el momento que comenzáis a abordar las necesidades de los pobres, descubrís que muchas de las dificultades no son de carácter material, sino moral. No hay mayor equivocación que imaginar que sólo tenéis que llenar el estómago de un hombre y cubrir su desnudez, para garantizarle su seguridad. El hombre es mucho más que un simple aparato digestivo susceptible de echarse a perder. En consecuencia, aunque es importante recordar que el hombre tiene estómago, también es necesario considerar que tiene un corazón y una mente, que con frecuencia se halla profundamente alterada por dificultades que desaparecerían si viviera en un mundo fraternal. Con frecuencia, un hombre, y todavía más una mujer, necesita más un consejero confiable que una comida o un abrigo. Más de una pobre alma vive en permanente estado de miseria, y se ve arrastrada más y más profundamente a las simas del pecado y de la tristeza y del pesimismo por falta de un amigo compasivo, que le pueda ofrecer consejo y hacerla sentir que alguien en el mundo se preocupa por ella, y que la ayudará si puede. Si hemos de resucitar el sentido de hermandad en el mundo, debemos enfrentar esta dificultad. Dios, se decía en los viejos tiempos, sitúa a los desola dos dentro de sus familias; pero, de alguna manera, en nuestros tiempos, el desolado camina solo en medio de un mundo indiferente y despiadado. “No hay nadie que se preocupe por mi alma. No hay criatura alguna que me ame y si muero, nadie llorará por mí”, es seguramente uno de los más amargos lamentos en que puede prorrumpir un corazón destrozado. Uno de los secretos de nuestro éxito es que los que no tienen amigos en el mundo encuentran uno en el Ejército de Salvación. No hay un solo pecador en el mundo — sin importar lo degradado o contaminado que pueda estar — al que mi gente no acogerá con alegría, para orar con él y trabajar por él, si de esa forma pueden rescatarlo como a una brasa de la hoguera. Ahora bien, deseamos usar más este expediente para convertir al Ejército de Salvación en el núcleo de una gran agencia que proporcione confort y consejo a los que están al borde de sus capacidades, sintiendo que no tienen en el mundo a nadie a quien recurrir. Lo que deseamos hacer es ofrecerle al mundo la idea de familia. “Padre Nuestro” es la piedra angular. Uno es el Padre Nuestro, luego todos somos hermanos. En una familia, si uno de sus miembros tiene la mente o conciencia inquieta, no hay dificultades. La hija acude al padre o el hijo a la madre, y descarga los problemas de su alma, aliviándose. Si hay un problema grave, se convoca un consejo de familia y todos aúnan sus voluntades y recursos para solucionarlo. Esto es lo que pretendemos hacer en la Nueva Organización de la Sociedad por la que estamos trabajando. No podemos saber mejor que Dios Todopoderoso lo que hará bien al hombre. Nos contentamos con seguir Su ejemplo, y para aliviar al mundo aspiraremos a restituir algo de la idea de familia a los cientos de miles — ¡ay!, a los millones — que no cuentan con una figura más sabia o más experimentada que ellos mismos a quien exponer sus penas o con quien conversar acerca de sus dificultades. Por cierto, esto sólo podemos hacerlo imperfectamente. Sólo Dios puede crear una madre. Pero la Sociedad necesita mucho cuidado maternal, mucho más de lo que efectivamente recibe. Y al igual que un niño necesita de una madre a la que acudir en sus momentos de inquietud y tristeza para aliviar las penas de su corazón, los hombres y mujeres, preocupados y cansados por las batallas de la vida, necesitan a alguien a quien acudir cuando se sienten agobiados por las injusticias recibidas o infligidas, como también saber que su confidencialidad no será jamás violada y que sus problemas serán escuchados con conmiseración. Me propongo intentar

satisfacer esta necesidad. Estableceré un departamento, que encargaré a la dirección de los más sabios, compasivos y sagaces hombres y mujeres que pueda encontrar entre mis funcionarios, al que toda persona en dificultades pueda acudir por ayuda y consejo. De nada sirve decir que amamos a nuestros congéneres si no intentamos ayudarles; como tampoco sirve que hagamos alarde de comprender cómo las pesadas cargas oscurecen sus vidas si no tratamos de reducirlas y aliviar sus existencias. En la misma medida que tenemos mayor experiencia práctica en la vida que otros hombres, estamos obligados a ayudar a los inexpertos y a compartir nuestro talento con ellos. No obstante, si verdaderamente creemos que son nuestros hermanos y que Uno es nuestro Padre, el mismo Dios que vendrá a juzgarnos por las obras que hemos realizado en este mundo, entonces debemos instituir, con los medios que estén a nuestro alcance, esa oficina paternal. Debemos estar dispuestos a recibir las cuitas de nuestros apesadumbrados congéneres, a escuchar los más recónditos secretos que afligen el corazón humano, y a acoger y no rechazar a los que obedecen el precepto Apostólico: “Confesaos vuestros pecados unos a otros.” No dejemos que la palabra confesión escandalice a nadie. La más abierta de las confesiones: la confesión desde un estrado público, ante la presencia de todos nuestros antiguos compañeros de pecado, ha sido por largo tiempo una de las armas más potentes utilizadas por el Ejército de Salvación para ganar sus victorias. Ese es el tipo de confesión que hemos impuesto por largo tiempo a nuestros convertidos y nos parece que es la única que representa una condición para la Salvación. Pero mi sugerencia es de otro tipo. No se impone como un medio de gracia. No se propone como condición preliminar para obtener la absolución, que sólo puede otorgarla Nuestro Señor. Es simplemente una respuesta nuestra a una de las necesidades más profundas y a los deseos más secretos de los hombres y mujeres de carne y hueso que encontramos en nuestro quehacer diario. ¿Por qué habría de dejárseles sufrir la miseria de sus pecados en secreto, cuando una conversación abierta, con un hombre o mujer elegido por su sentido común, sensibilidad y experiencia espiritual, podría aliviarles la pesada carga que los abruma y desespera? No con miras a la absolución, sino a la comprensión y orientación, propongo establecer oficialmente mi Oficina de Asistencia Legal, puesto que informalmente ha existido por algún tiempo y se han hecho cosas maravillosas en los ámbitos en que contemplo que su trabajo se lleve a cabo. No me produce placer inventar estos departamentos. Todos conllevan un arduo trabajo y una gran medida de ansiedad. No obstante, si hemos de propagar el amor de Dios por los hombres, debemos abordar todas las carencias y necesidades del corazón humano. Y los servicios de esta Oficina no se limitarán a los asuntos del corazón. Será tanto o más útil para los asuntos de la mente. En la forma que la concibo, la Oficina de Asistencia Legal será EL ABOGADO Y LA TRIBUNA DEL POBRE .

Por lo que sé, en Londres no existen instancias donde el pobre y necesitado pueda obtener asistencia legal respecto de las diversas injusticias y dificultades que sufre permanentemente por causa de su pobreza o relaciones. Mientras las clases “acomodadas” pueden recurrir a sus educados y hábiles amigos por consejo, o pagar por el conocimiento y experiencia de la profesión legal, el hombre pobre no cuenta con nadie calificado que le aconseje en dichas materias. En caso de enfermedad, puede recurrir al doctor del distrito o a un gran hospital y recibir una o dos palabras de consejo, junto con una botella de medicina, que puede

servirle o no. Sin embargo, en casos de dificultad que signifiquen el riesgo de llevarlo a la indigencia o a la cárcel, no tiene a nadie a quien recurrir que posea la voluntad o capacidad de ayudarle. Ahora bien, deseamos crear una Corte de Asesoría o Apelación, a la cual pueda recurrir todo el que sufra exacciones relacionadas con su persona, libertad, propiedad o cualquier otro aspecto de importancia, para obtener no sólo consejo, sino también asistencia práctica. Entre aquellos para los cuales he concebido esta Corte están las Viudas vergonzosamente abandonadas, de las cuales existen 6.000 en el Este de Londres en condiciones de absoluta indigencia. En todo Londres debe haber por lo menos unas 20.000 y se estima que en toda Inglaterra y Gales hay 100.000, la mitad de ellas probablemente pobres y sin amigos. El tratamiento que da la nación a estas pobres mujeres es manifiestamente escandaloso. Considerad el caso de la viuda típica, aun cuando se encuentre en una situación relativamente holgada. Con frecuencia se ve inmersa a un mar de confusión, aunque sea capaz de obtener asesoría y consejo. Mas, pensad en las miles de mujeres pobres que, tras cerrar los ojos de sus maridos, pierden al único amigo que sabe algo acerca de su situación. Podrá haber un poco de dinero, un pequeño negocio o una reducida renta generada por una propiedad u otro patrimonio, exigiendo todo ello atención inmediata y especializada, para permitirle a la pobre criatura capear el temporal y evitar caer en el vórtice de la completa indigencia. Todo lo anterior se aplica igualmente a los huérfanos y gentes solitarias en general. Nada que no sea una institución de carácter nacional podría abordar las necesidades derivadas de estos casos. No obstante, algo podemos hacer, y en cuanto a los asuntos mencionados, como, por ejemplo, los que dicen relación con pérdida de propiedades, enjuiciamientos maliciosos, criminales o civiles, podemos ofrecer asistencia contundente. En la realización de esta idea, no será parte del plan fomentar la iniciación de pleitos legales ni hacernos parte de ellos. Todo recurso legal será evitado, tanto en las instancias de consejo como en la práctica, a menos que sea estrictamente necesario. No obstante, cuando se haya cometido una falta o injusticia manifiesta, y fracase todo otro método de reparación, usaremos los recursos que la Ley establece. La utilidad que vemos en este Departamento, sin embargo, radica en la prevención. El conocimiento de que los pobres oprimidos tienen en nosotros un amigo capaz de defenderlos evitará con frecuencia la injusticia que de otra forma podrían infligirles personas cobardes y avariciosas; y la misma consideración podría inducirles a respetar o reconocer voluntariamente los derechos de los débiles y desamparados. También vislumbro una amplia esfera de utilidad en el arbitraje e intervención amigable. Habrá al menos un tribunal desinteresado, aunque modesto, ante el cual puedan presentarse asuntos comerciales, domésticos y otros de naturaleza contenciosa, sin que ello signifique un alto costo. Los incidentes que relato a continuación fueron recopilados en actuaciones realizadas dentro de un marco similar al que propongo. Servirán para explicar e ilustrar el tipo de obra que contemplo y algunos de los beneficios que espero obtener de ella.

Cuatro años atrás, llegó hasta nosotros, muy perturbada, una joven y delicada muchacha, hija de un piloto. Su historia era la misma de otras miles. Había sido traicionada por un hombre de buena posición, residente del Oeste de Londres, y ahora era madre de un bebé. Justo antes de dar a luz, su seductor la había llevando ante sus abogados, obligándola a firmar una declaración jurada en el sentido de que él no era el padre del niño que esperaba. Acto seguido, le entregó un puñado de libras como compensación. La muchacha se encontraba en la pobreza y la desesperación. A través de nuestros abogados, nos pusimos inmediatamente en contacto con el hombre y tras negociar con él, para evitar procedimientos posteriores, le convencimos de otorgar un documento por el que se comprometía a dar una pensión adecuada a su desafortunada víctima para la manutención del niño. PERSEGUIDO Y HALLADO A—— fue inducida a dejar un hogar confortable para convertirse en institutriz de los hijos sin madre del Sr. G——, quien demostró ser un empleador gentil y considerado. T ras un tiempo de servicio, él le sugirió que hiciera un viaje a Londres, a lo que ella accedió de buena gana, especialmente porque su empleador se ofreció a llevarla a una hospedería respetable que él mismo había elegido. En Londres, la sedujo y la mantuvo como querida, hasta que se cansó de ella y la echó diciéndole que fuese e hiciese “lo que las otras mujeres”. En lugar de caer en esta infamia, la muchacha consiguió un empleo y así logró mantener a su hijo y a ella misma con cierta holgura. El hombre volvió a ella y nuevamente la degradó. Nació un segundo hijo y otra vez la abandonó a su suerte. Fue entonces que la muchacha recurrió a nuestra gente. Le seguimos la pista al hombre y lo encontramos en el campo. Le amenazamos con desenmascararle públic amente y obligamos a pagar a su víctima £60 en el acto, más una pensión de £1 semanales, y tomar a favor de la muchacha un seguro de vida por £450. £60 DESDE ITALIA C. fue seducida por un italiano de buena posición social, quien prometió casarse con ella. No obstante, pocos días antes de la ceremonia le informó que tenía que atender un asunto urgente en el extranjero. Le aseguró que regresaría en el plazo de dos años y que entonces la haría su esposa. Escribió con alguna regularidad y finalmente le destrozó el corazón informándole que había contraído matrimonio con otra mujer. No contento con ello, le sugirió que se fuese a vivir con él y su mujer como sirvienta, ofreciéndose a pagar por la manutención del hijo hasta que éste tuviese edad suficiente para enrolarse como marinero en un barco de su compañía. No cumplió ninguna de estas promesas, y C., con la ayuda de su madre, se las arregló por un tiempo para mantenerse a sí misma y a su hijo. Pero la madre, afectada por la edad y los problemas, no pudo seguir ayudándola, y la pobre muchacha se vio arrastrada a la desesperación. Se nos presentó su caso e inmediatamente nos abocamos a asistirla. Contactamos al Cónsul de la ciudad donde su seductor vivía lujosamente. Hicimos gestiones ante el padre del muchacho, quien, para salvarse de la deshonra que significaría la revelación del caso, envío £60 a la muchacha. Esto ayuda a mantener al niño; la muchacha trabaja como sirvienta y le va bien.

EL SISTEMA DE COMPRA A PLAZOS

Con frecuencia, son los más pobres de los pobres los que sufren las injusticias más crueles de esta modalidad de adquisición de Mobiliario, Máquinas de Coser, Máquinas de Planchar y otros artículos. Atrapados por el encanto de una publicidad engañosa, los pobres son inducidos a comprar artículos pagaderos en cuotas semanales o mensuales. Batallan para efectuar la mitad de los pagos, tal vez, sacrificándose de mil formas, hasta que un retraso se torna en la oportunidad para embargar los artículos, que ellos han llegado a considerar como suyos y de los cuales depende su mismísima existencia, y además para aplicar algún resquicio contractual que les significa perder todo lo pagado. En esas circunstancias, las pobres criaturas, sin tener ningún amigo que les ayude, deben sufrir estas extorsiones infames en silencio. Nuestra Oficina estará abierta para todos ellos. PRESTAMISTAS, USUREROS Y SINVERGÜENZAS

Nuevamente tenemos aquí a una clase que se aprovecha de la pobreza de la gente, induciéndoles a comprar cosas para las que no tienen uso inmediato — y que no necesitan realmente — a través de todo tipo de promesas jugosas en cuanto a las facilidades de pago. Y una vez que los pobres incautos caen en sus redes, los arrastran a la miseria y, con frecuencia, a la ruina total, siendo muy difícil, si acaso no imposible, escapar de ellas. Proponemos ayudar a las víctimas de estos Negociados, en la medida de lo posible. Esperamos que nuestra Oficina sea de gran utilidad para los Ministros de todas las denominaciones religiosas, Visitantes Distritales, Misioneros y otros que interactúan libremente con los pobres, considerando que habitualmente deben recibir solicitudes de asistencia legal, la que son incapaces de proporcionar e igualmente incapaces de obtener. Estaremos siempre dispuestos a prestárselas. LA DEFENSA DE LOS INDEFENSOS

Cada vez le asiste mayor convicción al público de que un número significativo de personas son condenadas por crímenes y ofensas que no cometieron, por la simple razón de que les es imposible conseguir una defensa eficaz. Aunque en Londres y en las provincias existen diversas sociedades que se encargan de los criminales y muy especialmente de prisioneros liberados, no parece haber una que preste asistencia a prisioneros en espera de condena definitiva. Nos proponemos asumir este rol con valentía. A través de éste y otros medios ayudaremos a los acusados de actos criminales respecto de los cuales nos asistan razones fundadas para creer que son inocentes, pero que por falta de recursos no pueden contratar asistencia legal y presentar la evidencia necesaria para una adecuada defensa. No pretenderemos juzgar de plano quién es inocente y quién culpable, pero si tras una completa explicación y pesquisa podemos suponer razonablemente que la persona acusada es inocente y que no está en situación de defenderse, nos sentiremos libres de intervenir en el caso, con la esperanza de salvar a la persona en cuestión y a su familia y amigos de esta miseria y posiblemente de la ruina. El Juez Field señaló recientemente:—

“Que un hombre asista a otro sobre el que pesan cargos criminales, es un hecho loable y digno de alabanza. Si un hombre se encontrase sin amigos y apareciese un inglés capaz de defender su caso legítima y honestamente ante el Tribunal, ese sería un acto loable, y e l acusado sería el último hombre en el país que reclamaría por tal gesto”. Estos comentarios cuentan con la aprobación de la mayoría de los Jueces y Magistrados, y nuestra Oficina de Asistencia Legal los llevará a la práctica. En cada caso se intentará asegurar no sólo la rehabilitación externa, sino que también la regeneración real de todos a los que brindemos ayuda. Se prestará especial atención, según lo descrito en la sección “Departamento de Reforma Criminal”, a los infractores primerizos. También pretenderemos ayudar, en la medida de nuestra capacidad, a las Mujeres e Hijos de las personas que cumplen sentencias, para lo cual intentaremos conseguirles empleos o prestarles ayuda de otra forma. Cientos de personas de esta clase caen en la desesperanza y pesimismo más profundos por falta de una ayuda solidaria en las difíciles circunstancias que genera la condena de parientes de los cuales dependen para su sustento o protección o asistencia en los asuntos cotidianos de la vida. Este Departamento también estará encargado de reunir y difundir información, y de promover toda medida que pueda significar la realización de los tan necesarios cambios de nuestra Administración Penitenciaria. En dos palabras, aspirará a convertirse en un verdadero amigo y salvador de las Clases Criminales en general, y en este quehacer desearíamos coordinar nuestras actuaciones con las sociedades afines existentes. La siguiente lista enumera algunos de los temas que podrán consultarse ante la Oficina de Asistencia Legal: — Accidentes, Demandas por Administraciones patrimoniales Adulteración de Alimentos y Medicinas Albaceas Testamentarios, Obligaciones de Alguaciles Alteración del Orden Público, Acusación de Animales, Crueldad con Arrendadores y Arrendatarios, Casos entre Arre stos, Injustos Arriendos, Expiración y Renovación de Asaltos Bancarrotas Bonos, Embargados Casas de Empeño, Boletas de Casos de Tribunales Condales Casos Policiales Compensación por Accidentes Compensación por Despido Laboral, etc.

Compensación por Difa mación Compensación por Lesiones Confiscación por parte de Caseros Contratos, Controversias de Contratos, Incumplimiento de Contribuciones e Impuestos Derechos de Autor, Infracción a Derechos de Reversión sobre Inmuebles Desalojo, Casos de Despido Injustificado de Sirvientes Deudas Difamación con Publicidad Divorcio Extractos de Garantías Facturas de Venta Fideicomisarios y Fideicomisos Filiación, Disputas de Fraude, Intento de Garantía, Embargo de Herederos Legales Herencia Intestada, Casos de Hipotecas Infantes, Curatela de Legados, Impugnación de Letras de Cambio Ley de Matrimonio, Asuntos Relacionados con Ley de Servicio Doméstico Ley Industrial, Incumplimiento de Ley Laboral Licencias Marcas Registradas, Infracción a Maridos y Mujeres, Disputas entre Mujeres, Crueldad hacia Negligencia, Acusación de Niños, Crueldad hacia Niños, Tutela de Notificación de Sentencias Obreros, Reclamos de, etc. Parientes, Búsqueda de Patentes, Registro e Infracción de Patrimonio, Venta de Perturbación, Ilegal

Presidio, Injusto Quebrantamiento de Promesa Representación, Problemas de Retención de salarios Reuniones Públicas, Derechos de Seducción, Casos de Sociedades, Ley de Tenencia de Inmuebles, Disputas de Testamento, Otorgamiento de Testamentos, Impugnados y No Probados Violación de Derechos, Casos de En resumen, la Oficina de Asistencia Legal será principalmente un lugar donde hombres y mujeres en dificultades puedan acudir cuando deseen conversar confidencialmente acerca de la causa de su ansiedad, con la certeza de que serán escuchados con comprensión y que recibirán el mejor consejo posible. En segundo lugar, será el Abogado de los Pobres, ofreciéndoles la mejor asesoría legal en cuanto al curso que deberán adoptar según las circunstancias que los afecten. En tercer lugar, funcionará como la Tribuna de los Pobres y asumirá la defensa de los prisioneros abandonados y supuestamente inocentes, junto con la resistencia ante extorsiones ilegítimas y el enjuiciamiento de infractores que se nieguen a reparar legalmente las injusticias que han cometido. En cuarto lugar, intervendrá como Tribunal de Arbitraje entre los litigantes que así lo soliciten, emitiendo sus decisiones de acuerdo con la equidad. Los costos se reducirán a la menor suma posible. Un Depa rtamento de estas características no puede improvisarse, pero ya se encuentra en un estado aceptable de desarrollo y difícilmente fracasará en prestar un buen servicio. S ECCIÓN 5 — NUESTRO DEPARTAMENTO DE INTELIGENCIA Un anexo indispensable de este Plan será la institución de lo que podríamos llamar el Departamento de Inteligencia del Cuartel General. Se dice que el poder pertenece a los mejor informados, y si hemos de ser eficaces en nuestra lucha contra los males sociales, debemos tener acceso inmediato a la experiencia e información que ha acumulado el mundo acerca de este tema. La recopilación de datos y su registro sistematizado será invaluable, poniendo a nuestra disposición los resultados de experimentos afines realizados en generaciones pasadas. No existe actualmente institución centralizada alguna, de carácter estatal o privado, en nuestro país o en el extranjero, encargada de recopilar y cotejar las ideas y conclusiones de la Economía Social, en cuanto éstas puedan ser útiles para solucionar el problema que nos concierne. El Ministerio del Interior de Inglaterra ha

empezado recién a catalogar sus propios archivos. El Consejo de Gobierno Local está en una situación similar y, aunque individualmente cada Libro Azul está admirablemente bien organ izado, no hay un catálogo de la serie completa. Si este es el caso del Gobierno, es poco probable que el sinfín de organizaciones privadas, que picotean la cuestión social aquí y allá, posean un método sistematizado para efectos de cotejar notas y almacenar información. Este Departamento de Inteligencia que me propongo crear, a pequeña escala en un principio, será susceptible de ampliación y con el apoyo debido se convertirá en una suerte de Universidad, en la cual la experiencia acumulada de la raza huma na será amasada, digerida y puesta a disposición de todos los involucrados en el quehacer de la reforma social, por humildes que sean. En este momento, ¿qué museo o universidad nuestra puede producir siquiera un índice clasificado de publicaciones relativas a uno de los cientos de títulos bajo los cuales he abordado este vasto tema? ¿Quién entre nuestros ilustres hombres y reformadores sociales puede enviarme una lista de los mejores tratados sobre establecimiento de colonias agrícolas o de experimentos relacionados con ebrios, por ejemplo, o de los mejores planos para la construcción de chalets destinados a la clase obrera? Respecto del desarrollo de este Plan, deseo crear una Oficina, en la cual, bajo el título de los diversos temas que se exponen en esta obra, pueda tener organizado un resumen de los mejores libros que se han escrito al respecto, con indicación de los nombres y direcciones de aquellos cuyas opiniones merecen la pena, junto con una nota relativa al tenor de dichas opiniones y los resultados de los experimentos que se han realizado sobre la base de ellas. Deseo establecer un sistema que no sólo me permita usar los ojos y las manos de los Oficiales de Salvación, sino también los de los amigos comprensivos de todo el mundo, con el propósito de observar e informar sin dilación todo experimento social de importancia, y cualquier palabra sabia relacionada con la problemática social, ya sea que se trate de la cría de conejos, la organización de un servicio de emigración, el mejor método para administrar una Granja Artesanal o la mejor receta para cocinar patatas. No hay aspecto alguno en nuestro vasto ámbito de operaciones respecto del cual no debamos acumular y registrar los resultados de la experiencia humana. Lo que deseo es que la esencia del conocimiento y experiencia que en estas áreas han acumulado los sabios esté inmediatamente disponible hasta para el más humilde de los trabajadores de la Fábrica de Salvación o de la Colonia Rural, como también para otros trabajadores en campos afines del progreso social. Puede hacerse y debe hacerse para servir a la gente. Busco voluntarios para este departamento entre los que hasta ahora no les ha importado el Ejército de Salvación, pero que desde la soledad de sus estudios y bibliotecas podrán brindarnos asistencia en la compilación de este gran catálogo de Experimentos Sociológicos y que de dicha forma estarán dispuestos a apoyar a este Plan, en calidad de Socios, para mejorar la situación de la gente, aunque no sea más que usando sus ojos y oídos y ofreciéndome sus cerebros para indicarme dónde reside la información y cómo puede usársela de la mejor manera. Para poner este proyecto en marcha, propongo instalar a dos hombres capacitados y a un niño en una oficina, con instrucciones de recortar, conservar y verificar todo registro contemporáneo que aparezca en diarios y semanales de prensa y que tenga alguna importancia para el quehacer de nuestros departamentos. Confío en que alrededor de estos dos hombres y este niño crecerá una gran organización de dedicados voluntarios, que cooperarán para convertir a nuestro Departamento de Inteligencia en un gran almacén de información — una biblioteca universal, donde cualquier hombre pueda tener acceso a la suma del

conocimiento humano en cualquiera de los campos de estudio relacionados con el tema que nos concierne.

S ECCIÓN 6 — DE LA COOPERACIÓN EN GENERAL Si alguien me pidiera que explicara en una palabra la posible clave de la solución del Problema Social, respondería sin vacilar: Cooperación. Y me refiero a una Cooperación brindada sobre la base de principios legítimos, y para fines sabios y benevolentes; de lo contrario, no se puede esperar que la Asociación genere más fruto útil que el Individualismo. La Cooperación es asociación aplicada — asocia ción para propósitos de producción y distribución. Cooperación significa la combinación voluntaria de individuos para lograr un propósito común mediante la ayuda, el consejo y el esfuerzo mutuos. Actualmente, en el mundo se escucha demasiado discurso vacío acerca del capital, como si éste fuera un enemigo del trabajo. Es innegable que hay capitalistas, y varios, que pueden considerarse como enemigos no ya del trabajo solamente, sino también de la raza humana; pero el capital en sí, lejos de ser un enemigo natural del trabajador, es su gran aspiración y una que nunca deja de tener en mente. Por mucho que el agitador vocifere contra el capital, su verdadero motivo de agravio es que no lo posee en cantidad suficiente. El capital, por lo tanto, no es perverso en sí mismo; todo lo contrario, es una virtud — y tan virtuoso es que una de las grandes aspiraciones del reformador social debería ser facilitar su distribución de la manera más amplia posible entre sus congéneres. La perversidad radica en la concentración de capital, y la problemática del trabajo no se solucionará sino hasta que cada trabajador sea su propio capitalista. Esto no es más que trivialidad, y ha sido dicho mil veces antes, pero, lamentablemente, el asunto no se soluciona por el simple hecho de decirlo. Como forma de distribución, la cooperación ha sido puesta en práctica con considerable éxito, pero como forma de producción no ha llegado ni cerca del éxito que se anticipaba. Una y otra vez se han creado empresas sobre las bases de la cooperación, con buenas proyecciones de éxito, en la opinión de sus promotores; no obstante, transcurridos uno, dos, tres o diez años, la empresa que se inició con tan grandes expectativas se viene abajo, ya sea en un fracaso parcial o total. Actualmente, muchos proyectos cooperativos no son más que enormes Sociedades Anónimas, cuyas acciones están mayoritariamente en manos de trabajadores, pero no necesariamente, y muchas veces no del todo, en las de los que laboran en el llamado negocio cooperativo. Ahora bien, ¿por qué sucede esto? ¿Por qué las firmas cooperativas, las fábricas cooperativas y las Utopías cooperativas terminan hundiéndose tan frecuentemente? Me parece que la causa es un secreto a voces y está a la vista de todos los que examinan el tema c on algún grado de detención. El éxito o fracaso de una empresa es ante todo un problema de gestión. La gestión significa gobierno y éste implica autoridad, y la autoridad es lo último que los cooperadores del sistema Utópico están dispuestos a reconocer como elemento esencial para el éxito de sus Planes. La institución cooperativa que se rige por los principios Parlamentarios, con un derecho irrestricto de debate y obstrucción, nunca será capaz de competir exitosamente con instituciones dirigidas por un cerebro hegemónico, que controle el recurso cohesionado de un ejército disciplinado y obediente de trabajadores. En consecuencia, para lograr que la cooperación sea exitosa, debéis sobreañadir al principio del consentimiento el de autoridad; debéis investir a aquellos a los que confiáis la gestión de vuestro establecimiento cooperativo con la misma libertad de acción que posee el propietario de las fábricas del otro lado de la calle. No hay autoengaño más común entre los hombres que creer que la libertad — que es una virtud en sí misma — es tan excelente que permite a quienes la poseen eliminar todas las demás cosas virtuosas. No obstante, al igual que ningún hombre puede vivir exclusivamente de pan, ni las naciones ni las

fábricas ni los astilleros pueden existir exclusivamente de la libertad ilimitada de hacer lo que se les antoje. En lo que respecta a la cooperación, nos encontramos en un lugar similar al que se hallaba la nación francesa inmediatamente después del estallido de la Revolución. En el entusiasmo de la proclamación de los derechos del hombre, y del derrocamiento del corrupto y débil régimen Borbón, el campesinado y los obreros franceses imaginaron que estaban inaugurando un nuevo milenio cuando garabatearon las palabras Libertad, Igualdad y Fraternidad por todas las iglesias de todas las ciudades de Francia. Llevaron los principios de libertad y permisibilidad hasta su extremo lógico, e intentaron manejar su ejército de acuerdo con los principios Parlamentarios. No funcionó; sus tropas indisciplinadas fueron repelidas; el desorden reinó supremo en los campos de la República; y la Revolución Francesa habría sido sofocada en su cuna de no ser por el instinto que tuvo la nación para discernir a tiempo el punto débil de su armadura. Amenazada por guerras extranjeras y revueltas internas, la República instauró en su ejército una disciplina férrea e impuso la obediencia por medio del proceso sumario del pelotón de fusilamiento. La libertad y el entusiasmo que nació del estallido de las largamente amordazadas fuerzas revolucionarias proporcionaron la fuerza motivadora, pero fue la disciplina de los ejércitos revolucionarios, la estricta e inquebrantable obediencia que se impuso a todos los soldados, desde el más bajo hasta el más encumbrado, lo que creó para Napoleón el admirable instrumento militar con el que hizo añicos todos los tronos europeos y demolió victorioso toda resistencia desde París hasta Moscú. En lo que respecta a los asuntos industriales, nos encontramos en una posición similar a la República Francesa antes de que suavizara su doctrina de los derechos del hombre exigiendo obediencia de parte de los soldados. Tenemos que implantar la disciplina en el ejército industrial, tenemos que sobreañadir el principio de la autoridad al de la cooperación, para así permitir que el obrero se beneficie al máximo de la mayor productividad que genera el trabajo realizado de buena gana cuando labora en talleres y fábricas de su propiedad. No hay necesidad de clamar por grandes planes de Socialismo Estatal. Todo se puede hacer simple, económica y prestamente si tan sólo los obreros ejerciesen la misma cuota de sacrificio, en aras a convertirse en capitalistas, que los Soldados del Ejército de Salvación practican cada año durante la Semana de la Abnegación. ¿Cuál es el sentido de nunca hacer una contribución sino durante las huelgas? En lugar de pedir un chelín o dos chelines semanales para mantener a hombres que se mueren de hambre en el paro motivado por una disputa con sus patrones, ¿por qué no podrían los obreros hacer una contribución durante semanas o meses, para efectos de establecerse con un negocio propio? Ya no habría un propietario capitalista frente a frente a las masas del proletariado, sino que los medios de producción, la planta, todos los recursos acumulados de capital estarían realmente a disposición de la clase obrera. Sin embargo, esto no se logrará jamás mientras los experimentos cooperativos se llevan a cabo en su actual forma arcaica. Porque creo que la cooperación es la solución suprema, si a ella podéis agregar subordinación, estoy dispuesto a intentar algo en este sentido en mi nuevo Plan Social. Intentaré iniciar una Granja Cooperativa, que se rija por los principios de Ralahine, y crearé mi Colonia Rural sobre cimientos Cooperativos. Al concebir esta pequeña Mancomunidad Cooperativa, los que siempre están cerca del hombre para amedrentarlo con profecías de desastre me recuerdan que contemple los fracasos, a los que recién me he referido, que conforman la historia del intento de hacer realidad mancomunidades ideales en este mundo pragmático. Ahora bien, he leído la historia de los muchos intentos cooperativos que se han

llevado a cabo para crear asentamientos de carácter comunista en los Estados Unidos, y estoy perfectame nte familiarizado con el lamentable destino de casi todos ellos; pero la historia de sus fracasos no me detiene en lo absoluto, puesto que los considero una simple advertencia para evitar ciertos errores, balizas para ilustrar la necesidad de seguir una táctica distinta. Haciendo una generalización, debo señalar que vuestras comunidades experimentales fracasan porque vuestras Utopías están basadas en un sistema de igualdad y de gobierno de la mayoría, y, como consecuencia necesaria e inevitable de ello, vuestros Utópicos se trenzan en disputas insalvables y la Utopía se hace trizas; yo evitaré ese obstáculo. La Colonia Rural, al igual que todo el resto de los departamentos de mi Plan, estará gobernada no por el principio de contar narices, sino exactamente por el principio contrario de no admitir en ella narices que no estén dispuestas a ser guiadas por un cerebro hegemónico. Será administrada de acuerdo con el principio que dicta que el más apto debe gobernar, y se encargará ella misma de seleccionar a los más aptos; una vez que éstos se instalen arriba, se insistirá en la obediencia universal y ciega de los que están abajo. Si a alguien le disgusta trabajar para ganarse su ración y rehúsa acatar las órdenes de sus Oficiales superiores, puede marcharse. No tiene ninguna obligación de permanecer. El mundo es ancho y vasto, y mi autoridad no se extiende más allá de los confines de nuestra Colonia y de las operaciones de nuestros Cuerpos. No obstante, a juzgar por nuestra breve experiencia, no es por culpa de la insurrección contra la autoridad que el Plan está destinado a fracasar. No puede haber mayor error en el mundo que imaginar que los hombres se oponen a ser gobernados. Al contrario: les agrada ser gobernados, siempre que el gobernador tenga “la cabeza bien atornillada” y que esté dispuesto a escuchar, a ver y a reconocer los intereses superiores de la mancomunidad. De manera que, lejos de existir una oposición innata de parte de la humanidad a ser gobernada, el instinto de obedecer es tan universal que incluso cuando los gobiernos se han tornado ciegos, sordos y paralíticos, podridos por la corrupción e irremediablemente retrógrados, todavía se las arreglan para seguir existiendo. Nunca el pueblo se ha rebelado contra un Gobierno competente; sólo cuando la estupidez y la incompetencia se apoderan del poder, estallan insurrecciones.

S ECCIÓN 7 — UNA AGENCIA MATRIMONIAL Hay otra línea respecto de la cual debe hacerse algo para restituir las ventajas naturales de que gozan las comunidades rurales, ventajas que han sido destruidas por la creciente tendencia de la humanidad a reunirse en grupos masivos. Me refiero al que después de todo es uno de los elementos más importantes de la vida humana: contraer y dar en matrimonio. En la vida cotidiana de las aldeas rurales, muchachos y muchachas crecen juntos, se reúnen en asociaciones religiosas, en sus empleos diarios y en sus horas de recreación en los campos de la aldea. Juntos han aprendido su abecedario y caligrafía, y cuando llega el tiempo de formar parejas han tenido excelentes oportunidades de conocer las cualidades y defectos de la persona que eligen como compañero en la vida. En estas comunidades, todo se presta naturalmente para los actos preliminares del amor y del cortejo, los que, por mucho que se los menosprecie, contribuyen más que ninguna otra cosa a la felicidad de la vida matrimonial. No obstante, en la gran ciudad esto se ha destruido. Actualmente, en Londres, ¡cuántos cientos, por no decir miles, de hombres y mujeres jóvenes, que viven en hospederías, se encuentran prácticamente privados de la oportunidad de conocerse o de conocer a representantes del sexo opuesto! La calle es por cierto el sustituto urbano de los campos rurales, ¡y vaya qué sustituto! Uno que sabía de lo que hablaba ha dicho con amargura: “Actualmente, hay miles de hombres jóvenes que no tienen el derecho de dirigirse a una mujer por su nombre de pila, excepto por las muchachas que encuentran ofreciendo sus espantosos oficios en las calles”. Mientras este sea el caso, el vicio aventajará a la virtud; este esquema social anormal pone a la moralidad en entredicho y otorga una enorme ventaja a la prostitución. Si hemos de solucionar esta terrible perversidad, debemos regresar a la naturaleza. Debe crearse mayores oportunidades para permitir una interacción humana saludable entre hombres y mujeres jóvenes; la Sociedad no puede soslayar su gran responsabilidad hacia las ruinas humanas, femeninas y masculinas, que llenan nuestras calles, y para asumirla debe intentar salvar este horrendo abismo que divide en dos a la humanidad. Mientras más viejo me hago, más contrario soy a todo lo que viole las leyes fundamentales de la familia. La humanidad está compuesta de dos sexos, ¡y que la desgracia recaiga en aquellos que intenten separarla en dos grupos distintos, haciendo de cada mitad un todo! Ha tratado de hacerse en conventos y monasterios, con poco éxito, y sin embargo nuestros fervientes Protestantes no parecen ver que estamos trasladando este mismo esquema erróneo a nuestros jóvenes, sin las salvaguardas y restricciones de las paredes del convento o la influencia santificadora de la convicción religiosa. Las condiciones de la vida Urbana, la ausencia del compañerismo obligatorio que prima en el pueblo y en la aldea, las dificultades de los jóvenes para encontrar oportunidades inocentes de interacción social, todas ellas tienden a crear clases de célibes que no son castos, cuya indulgencia irregular y desordenada en un instinto universal es una de las características más penosas de nuestra sociedad moderna. Esto goza de tan vasto reconocimiento que el término popular con el que se describe una de las consecuencias de este estado anormal es “mal social”, como si todos los demás males sociales fuesen comparativamente inmerecedores de preocupación. Mientras me encontraba ocupado elaborando mi Plan para el registro de trabajadores, se me ocurrió más de una vez que un plan similar podría adoptarse en relación con hombres que buscasen una esposa y mujeres que deseasen un marido. Para muchas gentes, el matrimonio es principalmente un asunto de oportunidad. Más de un hombre o mujer, que de haberse conocido podrían haber formado un hogar feliz, llevan en este momento vidas miserables y solitarias, sufriendo en

cuerpo y alma las consecuencias de su exclusión del estado natural del matrimonio. Por cierto, el registro de solteros que deseen casarse sería un asunto mucho más delicado que el de albañiles en búsqueda de trabajo. Pero no es una empresa imposible. En mi trayectoria, he encontrado repetidamente que más de un hombre o mujer recibiría con dicha una sugerencia amigable respecto de hacia dónde dirigir su atención o de quién recibir proposiciones. En relación con una agencia de este tipo, si llegase a establecerse — porque no me comprometo a realizar esta tarea; sólo estoy planteando una sugerencia en cuanto a solucionar una gran necesidad — podrían implementarse adicionalmente cursos de preparación para el matrimonio. Mi corazón llora por las muchas jóvenes parejas que se embarcan en la aventura del matrimonio sin poseer ninguna experiencia en las labores y manejo domésticos. Las muchachas que egresan de nuestras escuelas públicas para trabajar en fábricas nunca han recibido educación doméstica alguna y, sin embargo, cuando contraen matrimonio, se espera que ellas desempeñen adecuadamente la difícil labor de dueñas de casa y madres de familia. Un mes antes del matrimonio dedicado al entrenamiento doméstico podría ser conducente a mucha más felicidad marital que la luna de miel que le sigue inmediatamente. Este caso se aplica particularmente a quienes contraen matrimonio para viajar y asentarse en lejanas tierras extranjeras. Con frecuencia me maravillo al pensar acerca de la completa inutilidad de la mujer moderna, comparada con la eficiencia que caracterizaba a su abuela. ¿Cuántas de nuestras muchachas saben siquiera hornear una hogaza de pan? El panadero hizo desaparecer uno de nuestros artes domésticos más básicos. Pero si os encontráis en medio de la Selva o de las Praderas o de las Sabanas de una tierra exótica, no tendréis el carro del panadero llamando a vuestra puerta diariamente con el pan recién horneado; y he pensado a menudo con lástima el tipo de alimento que la pobre ama de casa sirve a su hambriento marido a la hora de la cena. El ama de casa se enfrenta en las mismas condiciones de ignorancia al lavado de ropas, a la ordeña de las vacas, al telar, y a las demás artes y ciencias domésticas, que antiguamente eran parte rutinaria de la enseñanza de todas las hijas de este mundo. Hablando de los derechos de las mujeres, uno de los primeros es recibir educación en su oficio de reina de la casa y madre de sus hijos. La referencia a los colonos me ha sugerido si acaso no podría implementarse un sistema bien organizado para ofrecer a los cientos de mineros solteros, o a la enorme hueste de hombres sin compromiso que batallan en las tierras vírgenes de los confines de nuestra civilización, esposas competentes de entre el superávit de mujeres casaderas que pueblan nuestras grandes ciudades. La oferta adecuada de mujeres es el gran moralizador de la Sociedad, pero la falta de ellas en lugares como el Lejano Oeste o las praderas australianas, a razón de una por cada diez o más hombres, es un caldo de cultivo para el vicio y el crimen. Aquí nuevamente debemos regresar a la naturaleza, cuyas leyes básicas han sido desplazadas por nuestros esquemas sociales, a un costo que la propia Naturaleza no olvida exigir con severidad despiadada. En el mundo siempre han nacido y continúan naciendo niños y niñas en la misma proporción, pero la colonización y el ejército reclaman a los hombres, dejando atrás un creciente superávit de mujeres casaderas que terminan siendo solteronas, imposibilitadas de encontrar un marido. Este es un amplio tema de discusión en el que no debo entrometerme. Me limito a señalarlo como uno de los departamentos que una filantropía inteligente podría considerar dentro de su esfera de preocupación; pero sería mejor no abordarlo siquiera que hacerlo con precipitación irresponsable y sin considerar debidamente las dificultades y peligros

que encierra. No obstante, los obstáculos existen para ser superados y transformados en victorias. La dificultad y el peligro están incluso rodeados de una cierta aura de fascinación, que atrae fuertemente a los que saben que es la aparentemente insalvable dificultad la que contiene dentro de sí misma la clave del problema que se intenta solucionar.

SECCIÓN 8 — WHITECHAPEL JUNTO AL MAR Al considerar las diversas avenidas de que disponemos para mejorar las condiciones de las masas trabajadoras, no podemos omitir la recreación. Siempre he creído que sería deseable ofrecerles la oportunidad de pasar unas pocas horas junto al mar, o incluso tres o cuatro días consecutivos. A pesar de los bajos precios y la amplia oferta de excursiones, hay miles de pobres que jamás salen de las congestionadas ciudades, salvo para acarrear a sus hijos a los parques en días feriados o durante las calurosas tardes veraniegas. La mayoría de ellos, particularmente los habitantes del Este de Londres, nunca salen de las sombrías callejuelas en las que viven año tras año. Es cierto que unos pocos adultos aquí y allá, y algunos niños también, gozan de la excursión anual de caridad al Bosque Epping, al Palacio de Hampton Court o, quizás, a la costa. Pero ellos son una minoría. La gran mayoría de estas gentes, aunque siente un amor apasionado por el mar, que sólo los que se han mezclado con ellas pueden apreciar, pasan toda su vida sin ver jamás las azules aguas del mar o las olas rompiendo a sus pies. Ahora bien, no soy tan ingenuo como para soñar que es posible introducir en nuestra Sociedad los cambios que permitirían al hombre pobre llevar de vacaciones a su mujer e hijos por quince días durante los opresivos días estivales, o a una excursión invernal, por mucho que esto sea tan deseable en su caso como en el de sus privilegiados congéneres. No obstante, haré posible que todo hombre, mujer y niño pueda tener, de vez en cuando, un refrescante cambio de 24 horas visitando esa fuente de interés constante que es el mar. En la implementación de este proyecto, nos encontramos de partida con una dificultad de no despreciable magnitud: la necesidad de un costo fuertemente reducido para la excursión. Si queremos hacer algo eficaz, debemos poder transportar a un hombre ida y vuelta entre Whitechapel o Stratford y la costa por menos de un chelín. Lamentablemente, Londres está situado a sesenta millas del mar. Supongamos que está a setenta. Esto signific aría un viaje de ciento cuarenta millas por la pequeña suma de 1 chelín. ¿Es posible hacerlo? Creo que sí, y pagando a las compañías de ferrocarril; de lo contrario, no tendría base para esperar que esta sección de mi Plan llegue a realizarse jamás. Me parece que puede concederse esta gran bendición a los pobres sin que los dividendos se vean significativamente afectados. Me han informado que el costo de transporte en un tren ordinario, con quinientos a mil pasajeros a bordo, es de 2 chelines y 7 peniques por milla; una compañía de ferrocarril podría llevar setenta millas a seiscientos pasajeros y traerlos de regreso otras setenta millas por 18 libras, 1 chelín y 8 peniques. Seiscientos pasajeros a un chelín por cabeza da £30, de manera que para la compañía habría una ganancia neta de casi £12 por concepto de transporte, lo que permitiría cubrir el pago de intereses sobre capital, desgaste de las líneas, etc. Pero calculo, usando un número modesto, que cada temporada podrían viajar unas doscientas mil personas. Un ingreso adicional de £10.000 no es una cantidad despreciable para las arcas de la compañía de ferrocarril, y esta suma sería una bagatela en comparación con las utilidades indirectas que generaría el establecimiento de una pequeña comunidad, que necesaria y rápidamente se convertiría con el tiempo en un asentamiento de gran crecimiento y actividad. Este sería el planteamiento ante la compañía de ferrocarriles, y para la ejecución de esta sección de mi Plan deberé esperar hasta que encuentre a un administrador con suficiente conciencia cívica para llevar a cabo el experimento. Cuando encuentre a un hombre de estas características, me propongo iniciar sin dilación mi

Establecimiento Costero. Conllevaría las siguientes ventajas especiales, que confío serán debidamente apreciadas por los más pobres de Londres:— Se adquiriría un terreno de unos trescientos acres. Allí se construirían edificios, diseñados para satisfacer las necesidades de esta clase de excursionistas. Se ofrecería refrescos a precios similares a los que tenemos en los Centros de Comida de Londres. Habría, por cierto, más y mejores instalaciones en cuanto a cuartos y hospedaje en general. Se ofrecería el hospedaje para inválidos, niños y otros que requieran de una corta estadía a la tarifa más económica posible. Por el alojamiento para hombres y mujeres solteros se podría cobrar la módica suma de seis peniques diarios, con una tarifa proporcional para los niños, y para los matrimonios se organizaría hospedaje adecuado a sus necesidades por un precio económico. No se permitirá la existencia de tabernas dentro del terreno. Se ofrecería un parque, jardín de juegos, música, botes, facilidades techadas para el baño, sin el costo de contratar una máquina, y otros arreglos y actividades para la comodidad y entretención de las gentes. El terreno conformaría una de las Colonias de la empresa en general, y en él se cultivarían frutas, vegetales, flores y otros productos para el consumo de los visitantes, vendidos al menor precio posible. Una de las primeras comodidades para los excursionistas sería la construcción de una gran sala, que proporcionara abrigo en caso de mal tiempo, y en ésta y otras partes habría instalaciones a disposición de ministros de todas las denominaciones para celebrar servicios religiosos destinados a los excursionistas. Habría tiendas para comercio, casas para residentes, un museo con un acuario y una ballena embalsamada; se arrendaría botes a precios módicos y habría un barco a vapor para pasear a las gentes mar adentro, por una tarifa de un penique, con un posible episodio de mareos, por el cual no se cobraría nada. De hecho, el costo del ferrocarril y servicio de refrescos sería tal, que un marido y su esposa podrían hacer un viaje de 70 millas por verdes praderas, campos de heno recién cortado y huertos frutales; pasear por horas junto al mar, tomar un bocado refrescante y nutritivo; y regresar a casa sobrios, animados y vigorizados, por la módica suma de 3 chelines. Un par de niños de 12 años significarían 1 chelín y 6 peniques adicionales —la familia completa, marido, mujer y cuatro niños, suponiendo que uno de ellos sea un lactante, podrían pasar un día junto al mar, sin obligación ni caridad, por 5 chelines. Los demacrados y hambrientos habitantes de los Barrios Marginales ahorrarían su medio penique y vendrían por miles; los clérigos verían que es posible traer a la mitad de los pobres y necesitados de sus parroquias; escuelas, reuniones de madres y sociedad filantrópicas de todas las descripciones podrían venir en masa; en resumen, este lugar sería para los pobres del Este de Londres — o más bien, de toda la Metrópolis — lo que Brighton es para los habitantes del Oeste de la capital y la clase media: un Whitechapel junto al mar.

Ahora bien, este proyecto debe llevarse a cabo independientemente de mi Plan general. Las ricas corporaciones encargadas de los asuntos de esta gran Ciudad, y los millonarios, que no habrían amasado sus fortunas si no fuera por el trabajo de los pobres, deberían apoyar su realización. Suponed que la Compañía de Ferrocarril se niega a facilitar para esta empresa las grandes carreteras, respecto de las cuales poseen el monopolio, sin una subvención; en ese caso, deberá conseguirse la subvención. Si tan sólo fuese posible lograr que los pobres obreros salgan de las guaridas de explotación o de las agobiantes fábricas; si la costurera pudiese dejar sus agujas, y la madre alejarse del agotador círculo de crianza y labores domésticas por uno o dos días, y beneficiarse de las frescas, vigorizantes y animadoras influencias del mar, el proyecto debería realizarse aunque efectivamente costase unas cuantas mezquinas miles de libras. Dejad que los hombres y mujeres que cada año derrochan pequeñas fortunas en periplos en el Continente, en excursiones alpinas, en cruceros marítimos y tantas otras formas de viajes lujosos, apoyen este proyecto y se expresen a favor de estas masas de hermanos menos afortunados y les den la oportunidad de pasar un día en el año junto al mar.

CAPÍTULO VII ¿SE PUEDE HACER ESTE TRABAJO? ¿Y EN QUÉ FORMA? SECCIÓN 1 — LAS CREDENCIALES DEL EJÉRCITO DE SALVACIÓN ¿Se puede hacer este gran trabajo? Creo que sí se puede. Además, creo que lo puede hacer el Ejército de Salvación porque tiene a la mano una organización de hombres y mujeres suficientemente numerosa y entusiasta como para lanzarse a esta enorme empresa. Es posible que el trabajo supere nuestra capacidad. Pero esto no es tan evidente como para impedir que deseemos intentarlo. En este momento, esa es una calificación que no compartimos con ninguna otra organización. Si podemos hacerlo, la vía está completamente libre para nuestra organización. Las iglesias acaudaladas no muestran inclinación alguna por competir por el dudoso privilegio de hacer el experimento en esta forma definida y práctica. Independientemente de que tengamos la capacidad o no, por lo menos tenemos la voluntad, la ambición de hacer esta gran cosa a favor de nuestros hermanos, y en ello radica nuestra primera credencial para que se nos confíe la empresa. Nuestra segunda credencial radica en el hecho de que, si bien utilizamos todos los medios materiales, dependemos del poder coadyuvante de Dios. Nos aseguramos de mantener seca la pólvora, pero confiamos en Jehová. No avanzamos en esta batalla confiados en nuestra propia fuerza, sino que dependemos de Él que puede influir en el corazón de los hombres. No cabe duda de que el modo más satisfactorio de elevar a un hombre es lograr un cambio tal en sus sentimientos y su modo de pensar que voluntariamente abandone sus conductas perniciosas, se dedique a actividades productivas y bondadosas en medio de las tentaciones y las malas compañías que anteriormente lo llevaron por mal camino, y que ahora lleve una vida cristiana, siendo un ejemplo en sí de lo que se puede lograr gracias al poder de Dios frente a las circunstancias más insalvables. Pero en esto radica la gran dificultad a la que se ha hecho referencia tantas veces: que los hombres carecen de aquella fuerza de carácter que les permite valerse a sí mismos de los métodos para alcanzar su propia liberación. Nuestro Plan se basa en la necesidad de ayudar a esos hombres. Nuestra tercera credencial es el hecho de que, casi a partir de la nada, hemos logrado un éxito tan considerable que pensamos que es razonable que se nos encargue esta tarea adicional. Las funciones habituales del Ejército de Salvación ya han logrado cambios maravillosos en las condiciones de los más pobres y miserables. Multitudes de esclavos del vicio en todas sus forma s no sólo han sido liberados de dichas costumbres sino también de la indigencia y miseria que producen. Se han proporcionado ejemplos y se pueden dar muchos más. Nuestra experiencia, que es casi a nivel mundial, siempre ha demostrado que no sólo el crimi nal se vuelve honrado, el borracho se convierte en sobrio, la ramera se vuelve casta, sino que la pobreza más abyecta e insalvable desaparece. Nuestra cuarta credencial es que solamente nuestra Organización, de todas las entidades religiosas de Inglaterra, se basa en el principio de obediencia implícita. Por la Disciplina puedo responder. El Ejército de Salvación, reclutado principalmente entre los más pobres de los pobres, recibe reproches de sus enemigos por la severidad de sus reglas. Es la única organización religiosa fundada en nuestra época

que se basa en el principio del sometimiento voluntario a una autoridad absoluta. Nadie está obligado a permanecer en el Ejército un día más de lo que desee. Mientras permanezca en la organización, está obligado a respetar las condiciones del servicio. La primera condición de dicho servicio es la obediencia implícita e incondicional. Al Salvacionista se le enseña a obedecer igual que al soldado en el campo de batalla. Desde la época en que el Ejército de Salvación comenzó a adquirir fuerza y a crecer a partir de un grano de mostaza hasta el presente, cuando sus ramas se extienden por todo el mundo, se nos ha advertido constantemente en contra de los males que implicaría este sistema autocrático. Se nos dijo, particularmente, que en una época democrática la gente no toleraría el establecimiento de algo que se describía como despotismo espiritual. Esto iba en contra del espíritu de los tiempos, iba a ser un obstáculo y una gran ofensa a las masas a quienes nos dirigíamos, etcétera, etcétera. Sin embargo, ¿cuál ha sido la respuesta en los hechos a estas predicciones de los teóricos? A pesar de la supuesta impopularidad de nuestra disciplina, quizás debido al rigor de la autoridad militar en la que hemos insistido, el Ejército de Salvación ha crecido de año con año con una rapidez sin paralelo en la Cristiandad moderna. Hace sólo veinticinco años que se creó. En este momento es la Sociedad Misionera Nacional y Extranjera más grande en el mundo Protestante. Tenemos casi 10.000 oficiales a nuestro mando — número que aumenta día a día —, cada uno de los cuales ha asumido el servicio bajo la condición expresa de que obedecerá sin cuestionar ni contradecir las directrices impartidas por el Cuartel General. De estos oficiales, 4.600 se encuentran en Gran Bretaña. Fuera de las islas británicas y en un solo país, el mayor número se encuentra en la República Americana, donde contamos con 1.018 oficiales, y en la democrática Australia, donde hay 800 oficiales. El sometimiento a nuestra disciplina no es simplemente una lealtad en el papel. Estos oficiales están en el terreno y se encuentran expuestos constantemente a privaciones y a maltratos de todo tipo. Un telegrama de mi parte les enviará a los confines del mundo, mandaría a cualquiera de ellos desde las barriadas de Londres a San Francisco, o los despacharía para ayudar a abrir misiones en Holanda, Zululandia, Suecia, o América del Sur. Por lo que, en lugar de sentir resentimiento por el ejercicio de la autoridad, el Ejército de Salvación se alegra de reconocerla como uno de los grandes secretos de su éxito, un pilar de fortaleza en el que todos sus soldados pueden confiar, un principio que la distingue de todas las demás organizaciones religiosas fundadas en nuestra época. Con diez mil oficiales, entrenados para obedecer e igualmente entrenados para mandar, considero que ni siquiera la organización de los moradores desorganizados, sudorosos, desesperados y empapados en alcohol de la Inglaterra Oscura es imposible. Es posible, porque ya ha sido logrado en el caso de miles quienes, antes de ser salvos, estaban en las mismas condiciones que aquellos cuya suerte estamos intentando ahora abordar. Nuestra quinta credencial es la extensión y la universalidad del Ejército de Salvación. ¡Qué agencia poderosa para poner en práctica el Plan se encuentra en el Ejército de Salvación en este sentido! Este hecho es evidente si consideramos que ya se ha extendido a treinta países y colonias diferentes, con ubicación permanente en alrededor de 4.000 lugares distintos, que cuenta con soldados o amigos que simpatizan lo suficiente como para brindarle asistencia en cada lugar que cuente con

una población considerable en el mundo civilizado y en gran parte del mundo no civilizado, y que cuenta con casi 10.000 oficiales por separado, cuyo entrenamiento, deseos e historia los habilita para convertirse en colaboradores entusiastas y fervientes. En efecto, nuestra gente lo señalará como el eslabón faltante en el gran Plan para la regeneración de la humanidad, que les permitirá expresar los impulsos de sus corazones que permanentemente incentivan a hacer el bien tanto para el cuerpo como para el alma de los hombres. Veamos el caso de las reuniones. Con pocas excepciones, cada uno de estos cuatro mil centros tiene una Sala en la cual todas las tardes, los días de semana y desde temprano hasta casi la medianoche cada día de reposo, se realizan oficios de culto; cada oficio que se realiza al interior va precedido por uno que se efectúa al exterior, en el que la intención especial de cada uno es la salvación de estas muchedumbres desdichadas. En efecto, cuando este Plan se haya perfeccionado y esté funcionando relativamente, cada reunión y cada procesión serán vistos como un anuncio de las condiciones tanto terrenales como celestiales de felicidad. Asimismo, cada Cuartel de la Oficiales se convertirá en un centro donde los pobres hombres y mujeres sufrientes y pecadores podrán encontrar solidaridad, consejo y ayuda práctica para c ada desventura que les pueda aquejar, y cada Oficial de nuestras filas en todo el mundo se convertirá en un colaborador. Ved cuán útiles serán nuestras gentes en recolectar a esta clase. Están en contacto con ellos. Viven en la misma calle, trabajan en a l s mismas tiendas y fábricas y entran en contacto con ellos en cada momento ante cada giro de la vida. Si no viven junto a ellos ahora, lo hicieron anteriormente. Saben dónde encontrarlos; son sus antiguos amigos, sus compañeros de la cervecería y camaradas del crimen y de fechorías. Esta clase representa la dificultad perpetua de la vida del Salvacionista. Este último siente que no hay manera de ayudarlos en las condiciones en que se encuentran actualmente. Están tan desesperadamente débiles y sus tentaciones son tan tremendamente fuertes que se rinden ante ellas. El Salvacionista siente esto cuando los enfrenta en las tabernas, en las patéticas hospederías o en sus propios hogares sombríos. En consecuencia, el Cruzado se ha desanimado por completo con muchos de ellos. Lo ha intentado tantas veces. Pero este Plan, que contempla alejarlos inmediatamente de sus antiguas guaridas y tentaciones, le insuflará nueva vida y él recogerá a estas pobres ruinas sociales al por mayor, las dejará a nuestro cuidado y saldrá a buscar más. Entonces, ved cuán útil este Ejército de Oficiales y Soldados será para la regeneración de esta masa supurante de vicio y crimen cuando se encuentre, por así decirlo, en nuestras manos. Todos los miles de borrachos, rameras, blasfemos y holgazanes tendrán que ser hechos de nuevo, deberán ser renovados en el espíritu de sus mentes, es decir, habrá que convertirlos en personas buenas. ¡Qué huestes de trabajadores de la justicia se necesitará para lograr tan gigantesca transformación! En el Ejército de Salvación tenemos algunos miles ya preparados; o en todo caso tenemos todos los que se puedan requerir al principio y el Plan mismo irá fabricando más. ¡Observad las calificaciones de estos guerreros para esta obra! Ellos ya han sido capacitados, están organizados y son ejemplos del tipo de persona que queremos producir.

Ellos comprenden a sus pupilos porque han sido rescatados del mismo pozo. Se necesita un bribón para atrapar a un bribón reza el dicho, es decir, suponemos que se formaron como bribones. De todas formas, ese es nuestro caso. Estos guerreros rudimentarios pero efectivos trabajarán hombro con hombro con ellos en las mismas labores manuales. Harán el trabajo por amor. Esta es una parte importante de su religión, el instinto que los mueve tras la nueva naturaleza celestial que les ha inundado. Quieren dedicar sus vidas a hacer el bien. Esta es su oportunidad. A continuación, ¡ved cuán útiles serán estos soldados para la distribución! Cada Oficial y Soldado de la Salvación en cada uno de estos 4.000 centros, repartidos en más de treinta países y colonias, con sus corresponsales y amigos y sus camaradas que viven en otros lugares, estarán siempre vigilando para encontrar hogares y trabajos para que estos hombres y mujeres rescatados puedan instalarse en forma provechosa; les cuidarán hasta que se fortalezcan moralmente y supervisarán en general hasta que sean capaces de transitar solos por los difíciles y resbalosos caminos de la vida. Por lo tanto, mi confianza en la posibilidad de hacer grandes cosas no es injustificada si el problema considerado irremediable durante tanto tiempo se enfoca con inteligencia y determinación a una escala que se condiga con la magnitud del mal con el que tenemos que lidiar.

S ECCIÓN 2 — ¿QUÉ COSTO TENDRÁ? Se necesitará una cantidad considerable de dinero para lograr lanzar medianamente este Plan y es posible que se necesite algún ingreso para mantenerlo durante una temporada; pero, una vez que se encuentre razonablemente implementado, creemos que existen buenas razones para pensar que todas sus ramas serán capaces de mantenerse independientemente, a menos que su área de operación sea muy amplia, hecho con el cual contamos. Evidentemente, el costo de la iniciativa dependerá directamente de su magnitud. Si ha de lograrse algo que guarde proporción con la extensión del mal, necesariamente requerirá un desembolso correspondiente. Si solamente se emprende el drenaje de un jardín, se cubrirá el costo con unas pocas libras; pero si se trata de un enorme y tenebroso pantano de varios kilómetros de superficie que alberga todo tipo de sabandijas y en el cual se reproducen muchas variedades de malaria mortal, que debe ser recuperado y cultivado, no sólo se necesitará una cantidad de dinero muy diferente sino que, además, se considerará una inversión económica. Considerando que el país desembolsa una cantidad cercana a los diez millones por año correspondientes a la Ley de Pobreza y Beneficencia Caritativa sin lograr una verdadera disminución del mal, no dudo que el público se apresurará a proporcionar un décimo de dicha suma. Si uno calcula que del décimo sumergido tenemos que manejar a un millón, esto significará solamente una libra esterlina por cabeza para cada uno de aquellos a quienes se busca beneficiar, es decir UN MILLÓN DE LIBRAS ESTERLINAS

para darle al presente Plan una buena oportunidad de comenzar a operar en términos prácticos. Inevitablemente, nuestras operaciones deberán concordar con el monto suministrado. Hemos calculado cuidadosamente que con cien mil libras esterlinas se puede iniciar el Plan con éxito y que se puede mantener en operación con un ingreso anual de £30.000, lo cual equivale aproximadamente a 3,25% del saldo del millón de libras, para lo cual pido sinceramente que el público tenga la intención de aportar a este asunto con seria determinación; nuestro juicio no se basa en meras imaginaciones sino en el resultado efectivo de experimentos que ya se han realizado. No obstante, es necesario recordar que un resultado tan vasto y deseable no puede siquiera concebirse sin un gran desembolso financiero. Supongamos, sin embargo, que mediante el aporte de esta cantidad la empresa quede medianamente a flote. Se podría plantear la pregunta: “¿Qué fondos adicionales se requerirán para que se mantenga en el tiempo?” Procederemos a responder esta pregunta. Analizaremos las tres colonias por separado y luego algunas de las circunstancias que se aplican en general. Para comenzar, tenemos lo siguiente: EL ASPECTO FINANCIERO DE LA COLONIA URBA NA

En este caso se requerirá, evidentemente, un desembolso considerable para la adquisición y equipamiento de la propiedad, la adquisición de maquinaria, muebles, herramientas y la planta necesaria para realizar estas operaciones diversas. Una vez adquiridas, no se necesitarán desembolsos adicionales, con excepción de las reparaciones de rigor.

Los Hogares para Indigentes serán casi, aunque no totalmente, autofinanciados. Los Hogares Superiores para Solteros y Casados no sólo se autofinanciarán sino que producirán algo de interés respecto del monto invertido, que se podría destinar a poner en práctica otros aspectos del Plan. Los Albergues para Niñas Caídas requerirán cantidades considerables de fondos para su funcionamiento. Pero el público nunca se ha demorado en expresar su simpatía en términos prácticos por esta clase de trabajo. Los Hogares y las Operaciones en las Prisiones requerirán de ayuda permanente, pero no en grandes cantidades. Luego, el trabajo en los barrios marginales es algo costoso. Las ochenta jóvenes que actualmente se ocupan de esto cuestan, en promedio, unos 12 chelines en términos de su manutención personal, incluyendo su vestimenta y otros artículos personales, existiendo además otros gastos relacionados con las Salas y algo de ayuda que no se puede evitar de manera alguna, con lo cual nuestro gasto anual en los Barrios Marginales supera las £4.000. Pero la gente pobre entre las cuales trabajan las jóvenes, a pesar de su extrema pobreza, ya está contribuyendo más de £1.000 por año para cubrir esta cantidad, con lo cual el ingreso aumentará. No obstante, dado que según este Plan tenemos la intención de agregar cien más inmediatamente al número ya comprometido, se requerirá dinero para lo grar que este departamento siga funcionando. Calculo que el Hogar para Ebrios se autofinanciará. Todos sus habitantes tendrán que realizar algún tipo de trabajo remunerado y estimamos, además, que recibiremos dinero de varios de los que obtengan sus beneficios. Pero para ayudar en términos prácticos al medio millón de esclavos de la botella debemos contar con dinero, no solamente para empezar sino para mantener nuestras operaciones en funcionamiento. Los Centros de Comidas, una vez abastecidos, cubren sus propios gastos de operación. Las Oficinas de Emigración, Asesoría y Consultas deben mantenerse a sí mismas o ser casi autosuficientes. Los Talleres de Trabajo, Antiexplotación y otras operaciones similares indudablemente requerirán dinero para poder cubrir los gastos. No obstante, en términos generales, solamente se necesitará una cantidad muy pequeña de dinero, en relación con el inmenso trabajo efectuado, para lograr una enorme cantidad de bienestar. LA COLONIA RURAL DESDE UN PUNTO DE VISTA FINANCIERO

Dirijamos nuestra atención ahora a la Colonia Rural y considerémosla desde un punto de vista monetario. En este caso también será necesario desembolsar una cierta cantidad de dinero al inicio; algunos de los principales gastos serán la adquisición de terrenos, la construcción de edificios, el aprovisionamiento de ganado y la producción de las primeras cosechas. Actualmente, hay una abundancia de terrenos en el mercado a precios muy bajos. Es de suma importancia para el experimento inicial que se obtenga un predio que no esté muy alejado de Londres, cuyos terrenos sean adecuados para el cultivo inmediato. Indudablemente, un predio de esa naturaleza sería costoso. No tengo dudas de que, después de un tiempo, seremos capaces de trabajar con tierra de casi cualquier calidad (y que se encuentre en casi cualquier parte del país), debido al exceso de mano de obra que poseeremos. Indiscutiblemente, si el Plan progresa, se requerirán predios en todas

nuestras ciudades y centros urbanos. No me faltan las esperanzas en cuanto a que nos cederán suficientes terrenos o que de algún modo se nos venderán en términos sumamente favorables. Una vez adquirido y aprovisionado, se calcula que este terreno, si la tierra se cultiva mediante actividades de labranza intensiva, proporcionará el sustento para por lo menos dos personas por acre. El cálculo habitual de quienes tienen experiencia con este tipo de asignaciones indica tres acres para cinco personas. Pero, incluso si suponemos que este cálculo es demasiado optimista, de todos modos podemos estimar que un predio agrícola de 500 acres dará sustento, sin ayuda externa, a alrededor de unas 750 personas. No obstante, en este Plan debiéramos tener una serie de ventajas que no posee el simple campesino, como aquellas que resultan de la combinación de cultivo de huertos y otras formas de cultivo ya mencionadas y, en consecuencia, quisiéramos colocar el doble o el triple de ese número de personas en dicha extensión de terreno. Mediante una combinación de Colonias Urbanas y Villas Agrícolas habrá un mercado para por lo menos gran parte de los productos. De acuerdo con la tasa actual de consumo que tenemos, tan solo para los Centros de Comida y los Hogares de Indigentes de Londres se necesitarán al menos 50 acres para las patatas y cada integrante de una Colonia sería un consumidor adicional. No habrá que pagar renta, ya que se propone adquirir la tierra. En caso de que se produzca una gran demanda por las asignaciones de terrenos mencionadas anteriormente, se podría arrendar terreno adicional, con opción de compra. Por supuesto, el cambio continuo de la mano de obra actuaría en contra de la rentabilidad de la empresa. Pero esto sería proporcionalmente beneficioso para el país debido a que cada persona que pase por la institución y se distinga en ella significará una persona menos en la multitud de los desvalidos. El dinero del arriendo de los Chalets y las Asignaciones constituiría un pequeño ingreso y serviría para pagar intereses por el capital invertido. La mano de obra usada en la Colonia aumentaría constantemente su valor monetario. Se construirían chalets, se plantarían árboles frutales, la tierra se enriquecería, se construirían fábricas y bodegas, mientras otras mejoras se realizarían progresivamente. Toda la mano de obra y una parte considerable del material serían proporcionadas por los habitantes mismos de las Colonias. Podría señalarse que el trabajador tendría que ser mantenido durante el tiempo que duren estas construcciones y manufacturas y que el costo mismo sumaría un monto considerable. Muy cierto; y para ello se necesitaría el primer desembolso. Pero luego de esto, cada chalet y cada camino que se construya, en resumen, cada estructura y cada mejora, sería una forma de llevar adelante el proceso de regeneración y, en muchos casos, se espera que se convierta en una fuente de ingresos. A medida que el Plan avance, no es poco razonable esperar que el Gobierno o alguna de las diversas Autoridades locales ayuden a elaborar algún tipo de proyecto que, de manera notoria, alivie los impuestos del país.

Los salarios de los Oficiales serían concordantes con aquellos otorgados en el Ejército de Salvación, que son muy modestos. No se pagarían sueldos a los integrantes de las Colonias, como se ha señalado, más allá del dinero destinado a gastos menores y un poco más por sus servicios. Si bien no se aceptaría, a sabiendas, a ningún minusválido permanente en las Colonias, es razonable suponer que habrá una cierta cantidad de inválidos como también un residuo considerable de personas naturalmente indolentes y con deficiencias mentales, incapaces de mejorar, que irán a parar a nuestras manos. Sin embargo, se piensa que mejorando los hábitos, la diversidad de empleo y la supervisión cuidadosa, se podría lograr que ganen su propio sustento, particularmente si se toma en cuenta que, a menos que trabajen en la medida de sus capacidades, no podrán permanecer en la Colonia. Si el Plan de Rescate Familiar explicado en el Capítulo II resulta ser un éxito, tal como esperamos, no habrá duda que brindará gran asistencia financiera al Plan en su conjunto una vez que esté funcionando debidamente en todos sus aspectos. EL ASPECTO FINANCIERO DE LA COLONIA DE ULTRAMAR

Veamos ahora el tema de la Colonia de Ultramar y considerémoslo también desde el punto de vista financiero. Aquí debemos ocuparnos principalmente del desembolso preliminar, dado que no podríamos considerar por un momento la posibilidad de encontrar financiamiento para ayudarle una vez que esté relativamente establecida. El gasto inicial seguramente será significativo, pero será una cantidad razonable. El terreno que se requiere probablemente tendría que ser cedido, ya sea que nos dirijamos a África, Canadá, o a algún otro lugar; en todo caso, se adquiriría de acuerdo con condiciones tan favorables que se parecería muchísimo a una donación. Indudablemente, se necesitaría una suma significativa para efectuar los primeros asentamientos. Sería necesario erigir edificios provisorios, desbrozar tierras y preparar sembradíos; adquirir ganado, implementos de labranza y muebles y otros gastos similares. Pero esto no se realizaría a gran escala ya que confiamos que, en cierta medida, los grupos sucesivos de Colonos serán relativamente capaces de lograr su propio sustento, trabajando en este sentido a favor de su propia salvación. Los montos anticipados para pasajes, dinero para equipo e instalación sería reembolsado en cuotas por los Colonos, que a su vez servirían para pagar el costo de transportar a otros al mismo destino. El dinero para pasajes y equipos seguiría presentando, indudablemente, cierto grado de dificultad. A £8 por persona, a África, digamos— £5 por el pasaje y £3 por el viaje a través del país — es un monto importante cuando hay una cantidad considerable de personas involucradas y me temo que no sería posible llegar a Colonia alguna por un precio mucho menor. Pero no me faltan esperanzas de que el Gobierno pudiera ayudarnos en ese sentido. Considerando el tema en su conjunto, es decir las tres Colonias, estamos satisfechos de que la suma señalada será suficiente para poner en funcionamiento una instancia que probablemente logre rescatar de la degradación y la inmoralidad a una cantidad enorme de gente, y de que un ingreso de alrededor de £30.000 la mantendrá a flote. Pero suponiendo que se necesitara una cantidad considerablemente mayor, debido a operaciones mucho más avanzadas que las que hemos descrito en este documento — hecho que consideramos altamente probable — no es poco razonable esperar que

se nos facilitarán los fondos, en vista de que cuidar a los pobres no es solamente una obligación universal, un principio básico de toda religión, sino también un instinto de la humanidad que es poco probable que desaparezca en nuestra época. No nos oponemos a la caridad propiamente tal, sino a la forma en que se administra, la cual, en lugar de producir alivio permanente, solamente desmoraliza y sumerge más hondo en el lodo a quien la recibe, echando por tierra de este modo su mismísimo propósito. “¡Cómo!” creo oír exclamar a algunos, “¡Un millón de libras esterlinas! ¿Cómo puede un hombre que viene saliendo del manicomio soñar con juntar esa cantidad de dinero?” ¡Deteneos un momento! Es posible que un millón parezca mucho dinero si se paga esa cantidad por un diamante o por un palacio, pero no es casi nada comparado con las sumas que Gran Bretaña gasta dispendiosamente cada vez que debe pagarse rescate por un británico capturado en el extranjero. El Rey de Ashanti había capturado a unos ciudadanos británicos — que ni siquiera habían nacido en Inglaterra — en 1869. Gran Bretaña despachó al General Wolseley con lo mejor del Ejército Británico, el cual aplastó a Kofi Kalkali, liberó a los cautivos y quemó Cumasi y ni se inmutó cuando le llegó la cuenta por £750.000. Pero eso fue una pequeñez. Cuando el Rey Teodoro de Abisinia capturó a un par de representantes británicos se despachó a Lord Napier a rescatarlos. Éste marchó con su ejército hacia Magdala, trajo de vuelta a los prisioneros, dejando tras de sí al Rey Teodoro muerto. El costo de esa expedición fue superior a los nueve millones de libras esterlinas. La Campaña de Egipto, que aplastó a Arabi, costó cerca de cinco millones. El asalto a Jartum, que se produjo demasiado tard e para rescatar al General Gordon, costo una cifra parecida. La guerra de Afganistán costó veintiún millones de libras esterlinas. ¿Quién se atreve a decir que Gran Bretaña no es capaz de proporcionar un millón de libras esterlinas para rescatar no a uno o dos cautivos, sino a un millón, cuya suerte es tan lastimera como la de los prisioneros de reyes salvajes, pero que se encuentran no en la tierra del Sudán ni en los pantanos de Ashanti ni en las Montañas de la Luna, sino aquí, en nuestras propias puertas? No me habléis de la imposibilidad de juntar el millón. Nada es imposible cuando Gran Bretaña se toma las cosas en serio. Hablar de imposibilidad solamente significa que vosotros no creéis que a la nación le importe iniciar una campaña en serio contra el enemigo que se encuentra a nuestras puertas. Cuando Gran Bretaña va a la guerra, no se fija en gastos. Y, ¿quién se atreve a negar que ha llegado el momento para declararle frontalmente la guerra a los Males Sociales que parecen mantener a Dios alejado de nuestro mundo?

SECCIÓN 3 — ENUMERACIÓN DE ALGUNAS VENTAJAS Este Plan toma en consideración a todos los tipos y clases de hombres que pueden encontrarse en circunstancias de indigencia, independientemente de su carácter o su conducta, y asume la responsabilidad de cubrir inmediatamente sus necesidades temporales; y luego se propone colocarlos en una posición permanente de comodidad relativa con la única condición de que los que reciban este beneficio estén dispuestos a trabajar y a someterse a la disciplina. Si bien al inicio tendremos que imponer ciertos límites en cuanto a la edad y las condiciones de salud, esperamos que, una vez que nos encontremos trabajando relativamente bien, podamos incluso eliminar estas restricciones y recibir a cualquier persona desafortunada que tenga como recomendación solamente su propia miseria y un deseo honesto de salir de esa situación. Se verá que, en este sentido, el Plan supera con mucho a cualquier plan discutido anteriormente, en vista de que casi todas las demás propuestas caritativas destinadas a remediar la situación confiesan más o menos abiertamente su total incapacidad para beneficiar a aquellos que no caben dentro de la clasificación de lo que ellos denominan hombres trabajadores “decentes”. Este Plan trata de ubicar, a través de diferentes medios maravillosamente adecuados para la tarea, a las clases cuyo bienestar desea lograr, y mediante medidas y motivos diversos, adaptados a sus circunstancias, los obliga a aceptar sus beneficios. Nuestro Plan contempla nada menos que una revolución en el carácter de aquellos cuyos defectos son la causa de su propia indigencia. Hemos observado que, en un cincuenta por ciento de los casos, su propia conducta perjudicial es la causa de su desgracia. Detenerse en el caso de ellos antes de lograr un verdadero cambio es incitar y garantizar el fracaso. Pero tenemos confianza en lograr este resultado — al menos en la gran mayoría de los casos —, usando el razonamiento y la persuasión, el convencimiento tanto respecto de las ventajas terrenales como las celestiales, mediante el poder del hombre y el poder de Dios. Por medio de este Plan cualquier hombre, sin importar cuán bajo haya caído en cuanto a su autoestima y el respeto que los demás le tengan, podrá reingresar nuevamente a la vida, con la posibilidad de reestablecer su carácter cuando se sienta perdido o quizás de establecer un carácter por primera vez, y obtener de ese modo un empleo decente y lograr ser admitido en la sociedad como un buen ciudadano. Mientras muchos de este grupo carecen absolutamente de un amigo decente, otros tendrán, en ese plano superior de respetabilidad que ocuparon alguna vez, algún pariente o amigo, o empleador que ocasionalmente se acuerde de ellos y que, con sólo saber con certeza que se ha producido un verdadero cambio en el pródigo, no sólo estará dispuesto sino que además encantado de ayudarle nuevamente. Con este Plan, pensamos que lograremos enseñar hábitos de economía, administración del hogar, frugalidad, y otros. Hay muchos hombres quienes, a pesar de sufrir los peores embates de la pobreza, saben poco o nada acerca del valor del dinero o de cómo utilizarlo en forma prudente, y existen cientos de mujeres pobres que desconocen lo que es un hogar administrado en forma decente y que no podrían hacerlo si tuvieran medios de sobra y se esforzaran sobremanera, puesto que no han visto más que suciedad, desorden y miseria en su historia doméstica. No serían

capaces de preparar una comida decente si sus vidas dependieran de ello, pues nunca tuvieron la oportunidad de aprender a hacerlo. Pero, con este Plan esperamos poder enseñarles estas cosas. A través de este Plan se generarán hábitos de limpieza y se impartirán ciertos conocimientos de cuestiones sanitarias. Este Plan modifica las circunstancias de aquellos cuya pobreza es causada por su desgracia. Para comenzar, encuentra trabajo para los desempleados. Esta es la necesidad principal. El gran problema que durante años ha sido un enigma para los economistas políticos y filántropos es “¿Cómo podemos encontrar trabajo para esta gente?” Independientemente de qué otras ayudas se descubran, sin trabajo no hay motivos fundados para tener esperanzas. La caridad y los miles de otros mecanismos solamente son recursos temporales, totalmente incapaces de cubrir la necesidad. El trabajo, aparte del hecho de que es el método de Dios para cubrir las necesidades de la naturaleza compleja del hombre, es esencial para su bienestar en todas las formas — y este Plan incluye trabajo, trabajo honrado, no el trabajo desmoralizante de partir piedras o desmenuzar estopa que exaspera e insulta a la pobreza. Cada trabajador sentirá que no sólo está ocupado en una labor que redunda en su propio beneficio, sino que cualquier ventaja cosechada por encima de lo que obtenga para sí mismo servirá para rescatar a algún otro desdichado. Habría trabajo acorde con la capacidad de cada uno. Se podrá utilizar cada don. Tomemos, por ejemplo, a cinco personas en la granja: un panadero, un sastre, un zapatero, un cocinero y un agricultor. El panadero haría el pan para todos, el sastre las vestimentas de todos, el zapatero los zapatos para todos, el cocinero cocinaría para todos y el agricultor haría las tareas de labranza para todos. Aquellos que saben cualquier cosa que sea de utilidad para los habitantes de la Colonia serían asignados a desempeñarse en esa actividad, y se entrenaría a quienes no tienen oficio ni profesión. Este Plan saca a las clases viciosas y criminales de la esfera de aquellas tentaciones ante las cuales invariablemente han sucumbido en el pasado. Nuestra experiencia demuestra que cuando uno ha logrado producir, sea por Gracia Divina o por cualquiera de las ventajas de una buena vida o las desventajas de una mala vida, en un hombre de circunstancias como las ya señaladas, la determinación de comenzar de nuevo, las tentaciones y dificultades que deberá enfrentar normalmente lo dominarán y dejaran en nada lo que se ha logrado si continúa rodeado de sus antiguos compañeros y las tentaciones que lo inducen al pecado. Ahora, fijaos en la fuerza de las tentaciones contra las cuales debe luchar esta clase. ¿Qué es lo que induce a la gente a irse por el mal camino — gente de todas las clases, tanto ricos como pobres? No es el deseo de pecar. No desean pecar; muchos de ellos no saben lo que es el pecado, pero tienen ciertos apetitos o inclinaciones naturales que les resulta placentero saciar y, cuando surge el deseo de esta gratificación ilícita, sin consideración de los llamados de Dios, de sus propios intereses o del bienestar de sus compañeros, se ven arrastrados por sus impulsos y, de este modo, todas sus anteriores buenas resoluciones terminan mal. Tomemos, por ejemplo, la tentación que proviene del apetito natural, el hambre. Un hombre que ha estado en una reunión religiosa o que ha recibido unos buenos consejos o que, quizás, acaba de salir de la cárcel, con los recuerdos de las dificultades que acaba de pasar todavía bien claros en su memoria, o los consejos del capellán resonando aún en sus oídos. Ha decidido no volver a robar, pero no

tiene manera de ganarse la vida. Le empieza a dar hambre. ¿Qué puede hacer? Un trozo de pan lo tienta o, más probablemente, una cadena de oro que podría convertir en pan. Se inicia una lucha en su interior; trata de mantener su propio compromiso pero el hambre sigue asediándolo e incluso es posible que tenga esposa e hijos que están tan hambrientos como él mismo, razón por la que cede ante la tentación, se lleva la cadena y, a su vez, el policía se lo lleva a él. Ahora bien, este hombre no desea hacer el mal y mucho menos desea ir a la cárcel. En forma sincera y nebulosa desea ser bueno y, si el camino le resultara un poco más fácil, probablemente lo tomaría. Por otra parte, existe el apetito por el alcohol. Ese hombre no tiene intención de pecar cuando bebe su primer vaso. Mucho menos desea emborracharse. Es posible que todavía tenga un recuerdo vívido de las desagradables consecuencias de su última parranda, pero el antojo lo acecha, la taberna está cerca, sus compañeros lo presionan; él cede y cae, y, quizás cae para no levantarse nunca más. Podríamos extendernos sobre el tema pero nuestro Plan se propone alejar a los pobres esclavos inmediatamente de las tabernas y a los compañeros que los tientan a acudir a ella, motivo por el cual pensamos que las posibilidades de reformarlo son aún mayores. Luego pensad en el gran beneficio que este Plan implicará para los niños, al sacarlos de las barrios marginales, las miserables casuchas y los repugnantes ambientes en los cuales se les cría para llevar vidas abominables de todo tipo, y llevarlos al campo, entre verdes árboles a vivir en hogares ubicados en cabañas, donde podrán crecer teniendo la oportunidad de salvar tanto su cuerpo como su alma. Pensad nuevamente en el cambio que este Plan implicará para aquellas pobres criaturas provenientes de ambientes sórdidos, desmoralizantes, de los desagradables e inmundos barrios en que viven hacinados, trasladados al aire puro y las vistas y sonid os del campo. Se habla mucho de la influencia benéfica que el arte, la literatura y la música tienen sobre las multitudes. Se está proporcionando dinero, como si fuera agua, para facilitar estas atracciones en los Museos, los Palacios del Pueblo y lugares similares, para el mejoramiento de la condición social y la educación de las masas. Pero “Dios creó el campo, y el hombre creo la ciudad”; y si llevamos a la gente a morar en medio de la obra de manufactura divina que es el campo, ese es el plan superior. Nuevamente, el Plan tiene posibilidades de aplicación ilimitada. El emplaste se puede hacer del tamaño de la herida. Indudablemente, la herida es muy grande y, a primera vista, parece casi ridículo que una empresa privada intente afrontarla. Es necesario llegar a tres millones de personas, que viven en poco menos que la miseria perpetua, y rescatarlas de esta terrible situación. Pero es posible lograrlo y este Plan lo logrará si se le da una oportunidad. ¿Que no se hará todo de una vez? ¡Cierto! Se necesitará tiempo, mas pronto empezará a notarse en las multitudes sufrientes. Dentro de un plazo mensurable debiéramos lograr sacar de este mar negro al menos a cien individuos por semana y no hay razón por la cual esta cifra no pueda seguir aumentando. De inmediato ello dejaría una marca perceptible en este fondeadero de miseria, no solamente en quienes sean rescatados de sus oscuras aguas, sino también en los que permanezcan en ellas, al ver que por cada cien personas rescatadas solamente

queda el trabajo adicional que ellos realizaban para los que quedan. Puede que no sea mucho; no obstante, de a poco se irá sumando. Suponiendo que hay tres carpinteros que se mueren de hambre en un trabajo que ocupaba un tercio de su tiempo; si dos se retiran, el que queda tendrá un empleo de tiempo completo. Pero quedará en manos del público el hecho de establecer, mediante sus aportes, el alcance de nuestras operaciones. Los beneficios que implica este Plan serán de duración permanente. Se verá que este no es un recurso temporal como, lamentablemente, lo ha sido casi todo esfuerzo efectuado hasta ahora a favor de estas clases. Los Trabajos de Emergencia, los Programas de Comidas, las Consultas sobre el Carácter, los Proyectos de Emigración, métodos a los cuales ningunos de ellos recurre, la Caridad en sus múltiples formas, el Albergue Temporal, el Hospicio y cientos de otras panaceas que pueden servir en el momento pero que son, en el mejor de los casos, meros paliativos. Pero este Plan, me atrevo a decir, ofrece un remedio substancial y permanente. Al aliviar a un segmento de la comunidad, nuestro plan no estará interfiriendo con el bienestar de ningún otro segmento. (Véase el Capítulo VII. Sección 4, “Objeciones”.) Este Plan elimina la omnipresente e insuperable barrera que impide llevar una vida hacendosa y devota. Significa no solamente sacar a esas multitudes perdidas fuera de la “Ciudad de la Destrucción” y llevarlas hacia el Canaán de la abundancia, sino que levantarlas al mismo nivel de ventaja que ostentan algunos de los más favorecidos de la humanidad, para asegurar la salvación de sus almas. Observad las circunstancias de cientos y miles de las clases de las cuales estamos hablando. De la cuna a la tumba, ¿no podría resumirse su influencia sobre la inclinación a las Creencias Religiosas en una sola frase: “Manual de ateísmo”? Imaginen los lectores que su suerte fuese similar a la de estas personas de las cuales hablamos. ¿No es posible acaso que, en tales circunstancias, hubiesen tenido serias dudas acerca de la existencia de un Dios benevolente, si Éste permitiese que sus criaturas murieran de hambre o estuvieran tan preocupadas por sus miserias temporales que no fueran capaces de ocuparse de la vida del más allá? Tomemos, por ejemplo, a un ho mbre, que tiene hambre y frío, que no sabe dónde conseguirá su próximo alimento, es más, que piensa que es poco probable que consiga algo de comer. Sabemos que sus pensamientos pueden estar totalmente ocupados con el pan que necesita para su organismo. Lo que desea es una cena. Los intereses de su alma deben esperar. Consideremos a una mujer cuya familia está hambrienta y que sabe que en cuanto llegue el lunes debe pagar la renta pues, de lo contrario, ella y sus hijos serán lanzados a la calle y sus escasas pertenencias serán embargadas. En este momento no tiene dinero para la renta. ¿Acaso no es probable que sus pensamientos vayan en esa dirección si se detiene en una Iglesia o en una Misión o en el Cuartel del Ejército de Salvación? Tengo algo de experiencia en este tema y he estado haciendo observaciones al respecto desde el día en que por primera vez intenté llegar a estas multitudes hambrientas y famélicas — hace solamente cuarenta y cinco años — y estoy bien seguro de que estas multitudes no se salvarán en sus actuales circunstancias. Los Clérigos, Misioneros Nacionales, Repartidores de Folletos Religiosos, Visitadores de

Enfermos y todos los demás a quienes les importa la Salvación de los pobres deben convencerse en este sentido. Si estas gentes han de creer en Jesucristo, convertirse en Siervos de Dios y escapar la miseria de la ira que vendrá, es necesario ayudarles a salir de sus actuales penurias sociales. Es necesario colocarlos en una situación en la que puedan trabajar y comer, tener una habitación decente para vivir y dormir, y ver algo más que una ronda continua y agotadora de trabajo pesado y monótono junto con una dedicación ansiosa para mantenerse a sí mismos y a sus seres queridos vivos a duras penas, sin esperar nada más al final que el Hospital, el Hospicio o la Casa de Orates. Si los Trabajadores y Filántropos Cristianos se unen para efectuar este cambio, se logrará; y la gente se alzará y los bendecirá y se salvará; de lo contrario, la gente los maldecirá y morirá.

SECCIÓN 4 — ALGUNAS OBJECIONES QUE SE HAN PLANTEADO Las objeciones son de esperar. Son una necesidad en relación con cualquier Plan que aún no se ha puesto en práctica y simplemente reflejan las dificultades previsibles de su ejecución. Admitimos libremente que hay abundantes dificultades para ejecutarlo con facilidad y éxito. Sin embargo, nos imaginamos que muchas desaparecerán cuando lleguemos a implementarlo y el resto se resolverá con valor y la paciencia. No obstante, si este plan resultara ser el éxito que nosotros prevemos, eventualmente llegará a revolucionar la condición de las secciones hambrientas de la Sociedad, no solamente en esta gran metrópolis, sino en toda la civilización. Por lo tanto, no sólo merece una consideración cuidadosa sino intentos perseverantes. Inicialmente, algunas Considerémoslas.

de

estas

dificultades

parecen

relativamente

serias.

Objeción I. — Se ha sugerido que la clase de gente en cuyo beneficio se ha diseñado el Plan no haría uso del mismo. Cuando la fiesta había sido preparada y se había enviado la invitación, se dijo que las multitudes hambrientas no vendrían; que, aunque se les ofrecía trabajo en la Ciudad o en la Granja, preferían pudrirse en sus actuales miserias en lugar de recurrir al beneficio proporcionado. Para recabar las opiniones de los más interesados, consultamos una noche, mediante un Censo efectuado en nuestros Albergues de Londres, a doscientos cincuenta hombres desempleados, todos los cuales estaban sufriendo severamente las consecuencias de esta situación. Les proporcionamos un conjunto de preguntas y obtuvimos respuestas de todos. Ahora bien, es necesario tener presente que estos hombres no tenían obligación alguna de contestar nuestras preguntas y mucho menos de responder favorablemente a nuestro plan, respecto del cual no sabían casi nada. La mayoría de estos 250 hombres se encontraba en la flor de la vida, siendo la mayor parte obreros calificados; un recuento de las respuestas entregadas demostró que del total, doscientos siete estaban capacitados para trabajar en su oficio si tuvieran la oportunidad. Naturalmente, el número de oficios era variado. Había de todos tipos: maquinistas, funcionarios de Aduanas, maestros de escuela, relojeros, marineros y hombres de distintas ramas de la industria de la construcción, además de varios hombres que habían trabajado en forma independiente. El promedio de salarios recibidos por los mecánicos con experiencia, cuando tenían un empleo estable, era de 33 chelines por semana; el salario promedio que ganaban los que carecían de entrenamiento era de 22 chelines por semana. No se les podía acusar de pereza, puesto que la mayoría, cuando no estaban empleados en su propio oficio u ocupación, había demostrado su voluntad de trabajar obteniendo ocupación en cualquier cosa que se presentara. Al examinar la lista, vimos que uno que había sido Funcionario de Aduanas había trabajado recientemente como Carpintero; un Fundidor de Tipos se había contentado al trabajar como Deshollinador; el Maestro de Escuela, que hablaba cinco idiomas y que en sus tiempos de prosperidad había sido dueño de una Granja, se contentaba con

ocuparse ocasionalmente como Albañil; un Valet personal, que en una época ganaba £5 por semana, había descendido tanto en el mundo que se conformaba con trabajar como “Hombre- Anuncio” por la increíble suma de catorce peniques por día y, más encima, solamente en forma temporal. La lista incluía un tintorero y un lavandero, casado, con mujer y nueve hijos, que había logrado ganar 40 chelines por semana, pero que no había trabajado en forma regular durante tres de los últimos diez años. A todos les formulamos la siguiente pregunta: “Si os encontrarais en una Granja y tuvierais que hacer cualquier cosa, a cambio de que se os entregara alimento, comida y vestimenta, con miras a vuestra recuperación, ¿estaríais dispuestos a hacer todo lo que pudierais?” La respuesta de los 250 entrevistados fue afirmativa, con una excepción y, al consultar el motivo, el interrogado explicó que, siendo marinero, temía que no sabría cómo hacer el trabajo. Al preguntárseles acerca de su voluntad para hacer frente a la dura labor que significa la labranza dijeron: “¿Por qué no habríamos de estar dispuestos? Miradnos. ¿Es posible que haya alguna situación peor que la nuestra?” Efectivamente, ¿por qué no? Una sola mirada haría que cualquier persona pensante considerara irracional un posible rechazo: harapientos, llenos de parásitos, hambrientos, muchos de ellos alimentándose de restos de comida obtenida al mendigar o de las maneras más extrañas, carentes de ropa suficiente para cubrir sus extremidades flacuchentas, muchos de ellos sin camisa. Tenían que partir a la mañana siguiente, sin saber a dónde dirigirse, para obtener un pan para la cena o los cuatro peniques que necesitaban para poder pagar el humilde albergue que los había protegido esa noche. La idea de rechazar un empleo que cubriría abundantemente las necesidades de la vida y les otorgaría la posibilidad de convertirse, con el tiempo, en propietarios de un hogar, con sus comodidades y compañerismos, resulta inimaginable. Es casi indudable que esta clase no solamente aceptará el Plan que les queremos presentar, sino que con gratitud hará todo lo posible por lograr que sea un éxito. II.— Vendrían demasiados. Esto es muy probable. Seguramente habría muchos postulantes. Pero no debiéramos tener la obligación de aceptar más que la cantidad que sea conveniente. Cuanto mayor sea el número de postulantes, mayor será el campo de selección y la necesidad de ampliar nuestras operaciones. III.— Se fugarían. Se plantea, además, que si efectivamente vinieran, con la monotonía de la vida, lo extraño del trabajo, además de la falta de actividades estimulantes y las entretenciones que han tenido en las ciudades y pueblos, su existencia se haría insoportable. Incluso cuando son abandonados en las calles, hay una efervescencia y una acción en la ciudad que les resulta muy atractiva. Indudablemente, algunos se fugarían, pero creo que no sería un gran número. El cambio sería tan grande y tan evidentemente ventajoso que pienso que encontrarían en él una buena compensación por privarse de los escasos placeres que dejaron atrás en la ciudad. Encontrarían, por ejemplo: Una alimentación satisfactoria.

La amistad y simpatía de sus nuevos compañeros. Habría una cantidad numerosa de compañeros de gustos y circunstancias similares, no todos los cuales serían piadosos. Sería muy distinto que ingresar individualmente a una Granja o a una familia melancólica. Luego existiría la posibilidad de mejorar sus perspectivas para el futuro, junto con la vida religiosa, la música y la libertad que ofrece el Ejército de Salvación. Pero, ¿qué nos enseña nuestra experiencia? Si existe una clase que ocasiona la desesperación del reformador social, es la que ha sido descrita de diversas maneras pero que podemos denominar las mujeres perdidas de nuestras calles. Desde el punto de vista del organizador industrial, sufren de casi todos los defectos que el material humano puede poseer. Salvo algunas excepciones, carecen de entrenamiento como mano de obra, han sido desmoralizadas por una vida de libertinaje, y están acostumbradas al mayor desenfreno, emancipadas de toda disciplina excepto la de la inanición, y, en general, el deterioro de la salud. Por lo tanto, si se logra que un número considerable de quienes forman esta clase esté dispuesta a someterse voluntariamente a la disciplina, a soportar la privación del alcohol y a aplicarse firmemente a una actividad industriosa, el ejemplo serviría de mucho para demostrar que incluso la humanidad en su peor expresión, cuando se la maneja en forma inteligente e integral, acepta la disciplina y está dispuesta a trabajar. En nuestros Hogares de Socorro en las Islas Británicas recibimos mucho más de mil desdichadas por año, mientras que en todo el mundo el promedio anual es de dos mil. Esta obra ha estado en operación durante tres años — tiempo suficiente para que hayamos podido comprobar ampliamente la capacidad de la clase en cuestión para reformarse. Con nosotros no existe la compulsión. Si una muchacha desea quedarse, puede hacerlo. Si desea irse, está libre para hacerlo. No se retiene a nadie por una hora ni por un día más que el que desee quedarse. Sin embargo, nuestra experiencia demuestra que, en general, nadie se evade. Más inquietas e irreflexivas y dadas al cambio que los hombres, como clase, las muchachas no suelen desertar en cantidades considerables. Durante los últimos tres años, el promedio de nuestros Hogares en Londres registra que solamente un 14 por ciento se retiró por su propia cuenta, mientras que en el año 1889 sólo el 5 por ciento abandonó el Hogar, en tanto que el total que se retiró o que fue expulsado durante dicho año llegó solamente al 13 por ciento. IV.— No serían capaces de trabajar. Por supuesto, para quienes han estado llevando una vida de ocio durante años cualquier cosa que se parezca al trabajo y a una tarea agotadora sería muy difícil y fatigante y posiblemente se requeriría algo de paciencia y persuasión para convencerlos de trabajar en esta forma. Quizás algunos ya no tendrían posibilidades de salvación y, hasta que llegue el momento — hasta que llegue, si es que llega — en que el gobierno decrete que es un crimen que un hombre sano se dedique a mendigar existiendo la oportunidad de que realice trabajo remunerado, esta clase deambulará por ahí viviendo a costa de un público generoso. Sin embargo, bastará con saber que cualquier hombre puede tener trabajo si lo desea para que aquellos que, mediante su generosidad, han mantenido a hombres y mujeres ociosos, dejen de hacerlo y, cuando esto suceda, cuando un hombre ya no pueda comer sin

trabajar, de los dos males escogerá el segundo, prefiriendo el trabajo, sin importar cuán desagradable le resulte, antes que mo rirse de hambre. Es necesario tener presente que la sanción indudable de expulsión, que se le haría entender a todos, se impondría estrictamente, lo cual tendría un efecto favorable en inducir a los más holgazanes a hacer un buen intento por trabajar y, una vez dedicados al trabajo, no deberían perder las esperanzas de superar por completo su aversión al trabajo, con lo cual eventualmente serían capaces de transformarse y pasar a ser miembros industriosos de la sociedad en lugar de vagabundos holgazanes. Nuevamente, quienes tengan dudas sobre este punto podrán calmarlas haciendo un contraste entre los variados y cambiantes métodos laborales que intentaríamos y las formas monótonas y poco interesantes que se utilizan en muchos de los empleos de los pobre s, y las circunstancias que los rodean. En este caso, otra vez recurrimos a nuestra experiencia en el trabajo de recuperación. En nuestros Hogares para la Salvación de Mujeres Perdidas no tenemos dificultad alguna para lograr que trabajen. La holgazanería de este segmento del estrato social ha sido mencionada anteriormente; no se está negando en ningún momento y es indudable que constituye la causa de su pobreza y aflicción. Pero desde temprano en la mañana hasta que se apagan las luces de noche, todo es un bullir de actividades y, en gran medida, de trabajo muy poco interesante; mientras que las muchachas tienen como estímulo solamente el servicio doméstico — actividad que no les fascina particularmente y, sin embargo, no hay sublevación alguna, ni objeción, ni falta de disposición para trabajar; en realidad, parecen bien dispuestas a que se les mantenga trabajando de manera constante. A continuación presento un informe que nos enseña la misma lección. Una pequeña Fábrica de Encuadernación opera como anexo a los Hogares de Rescate en Londres. Las dobladoras y cosedoras son muchachas salvadas de la calle quienes, por diversas razones, no fueron consideradas adecuadas para el servicio doméstico. La fábrica ha resuelto el problema de empleo en algunos casos sumamente difíciles. Actualmente, dos de las muchachas que trabajan ahí son lisiadas y una de ellas está criando a dos niños. Mientras aprenden su trabajo, viven en Hogares de Rescate y los pocos chelines que ganan se ingresan a los fondos del Hogar. En cuanto comienzan a ganar 12 chelines por semana, se les encuentra alojamiento (con Salvacionistas, si es posible) y están plenamente a merced de sus propios recursos. La mayoría de las muchachas que trabajan en este oficio en Londres están viviendo en familia, y 6 chelines, 7 chelines u 8 chelines por semana constituyen una contribución aceptable al ingreso del Hogar, pero nuestras muchachas que dependen enteramente de sus propios ingresos deben obtener un sueldo promedio mínimo de 12 chelines por semana. Para que ellas puedan hacerlo, estamos obligados a pagar sueldos más elevados que otros empleadores. Por ejemplo, les pagamos desde 2 y medio peniques hasta 3 peniques por mil más que en el comercio por la encuadernación de pequeños folletos; sin embargo, después de pagarle al Gerente, un hombre casado, por la vigilancia de las máquinas, se ha obtenido una ganancia de alrededor de £500 y el trabajo está mejorando. A todas se les paga por unidad producida. Actualmente, 18 mujeres se mantienen de esta forma y se comportan de una manera sumamente admirable. Una de ellas ejerce como capataz y dirige la Reunión

de Oración a las 12:30, los Dos Minutos de Oración después de las Comidas, etc. Su permanencia en la fábrica está sujeta a su buena conducta — tanto en el hogar como en el trabajo. Solamente en un caso hemos tenido problemas y, en dicho caso, la muchacha estaba tan arrepentida que se le perdonó y se ha portado bien desde entonces. Creo que, sin excepción, son Soldados de Salvación y se las encontrará en casi todas las reuniones de los días de resposo, etc. La encuadernación de las publicaciones del Ejército de Salvación – “The Deliverer”, “All The World”, los “Penny Song Books”, etc., casi nos mantienen a flote. Se acepta algo de trabajo externo para los fines de mes pero, en general, no logramos obtener una ganancia, ya que se paga tan mal. Se verá que esta es una fábrica en miniatura, pero sigue siendo una fábrica que opera sobre la base de principios que permiten una expansión sin límites, por lo que pienso que podría ser considerada con justicia como un estímulo y un ejemplo de lo que es posible lograr con innumerables variaciones. V.— Por otra parte, se aduce que la clase a la cual intentamos beneficiar carece de las habilidades físicas para trabajar en una Granja o al aire libre. Se pregunta, ¿cómo podrán los sastres, oficinistas, hiladores, costureras e indigentes, personas que nacieron y crecieron en los barrios marginales y en las casuchas de la pobreza en los villorrios y ciudades, ser capaces de hacer trabajo agrícola o cualquier otro trabajo que tenga que ver con la tierra? Se dice que el trabajo al aire libre, la exposición al tipo de clima que lo acompaña, los liquidaría inmediatamente. Nuestra respuesta es que la división del trabajo descrita anteriormente haría innecesario y también indeseable y poco económico que mucha de esta gente se dedicara a excavar o plantar. Tampoco forma parte de nuestro plan hacer eso. En nuestro Plan hemos demostrado cómo cada uno sería asignado al tipo de trabajo para el cual sus conocimientos previos y su experiencia y fuerza lo hacen más idóneo. Además, no puede haber comparación posible entre las condiciones de salud que tienen los hombres y las mujeres que vagan por ahí, sin hogar y durmiendo en las calles o en los afiebrados refugios o hacinados en una sola habitación, o trabajando de doce a catorce horas en talleres de explotación de mano de obra, comparado con la relativa comodidad de casas amplias, bien ventiladas y calefaccionadas, ubicadas a campo abierto, con abundancia de comida sana. Llevad a un hombre o a una mujer al aire fresco, ordenadle hacer una cantidad adecuada de ejercicio y alimentadle bien. Proporcionadle un hogar cómodo y una buena perspectiva de alcanzar una posición de independencia en este país u otro, y uno de los primeros grandes beneficios será una completa renovación de su salud y un asombroso incremento de su vigor. VI.— Se ha objetado de que nos quedaríamos con un residuo de gente desvalida y mentalmente débil. Indudablemente, esto sería una verdadera dificultad y tendríamos que prepararnos para ello. Ciertamente, al principio tendríamos que protegernos ante la posibilidad de que demasiados casos de esta clase quedaran en nuestras manos, aunque no debiéramos vernos en la obligación de quedarnos con nadie. Sin embargo, sería doloroso tener que obligarlos a regresar a la horrorosa vida de la cual los hemos rescatado. No obstante, esto no sería un riesgo tan espantoso, visto desde un punto

de vista financiero, como algunos podrían imaginar. Pensamos que podríamos mantenerlos por una suma de 4 chelines por semana, y ellos tendrían que ser realmente muy débiles corporalmente y muy carentes en términos mentales, para no ser capaces de ganarse siquiera esa cantidad en una de las muchas formas de empleo que se abrirían en la Colonia. VII. — Nuevamente, se planteará la objeción de que esfuerzos de naturaleza similar han fracasado. Por ejemplo, los emprendimientos agrícolas cooperativos no han tenido éxito. Efectivamente, pero hasta lo que he podido determinar, nunca se ha intentado algo como lo que estoy describiendo aquí. Se han establecido un gran número de comunidades de tipo Socialista y han terminado mal en Estados Unidos, en Alemania y en otras partes del mundo; pero todas, tanto en principio como en la práctica tenían una diferencia fundamental con lo que proponemos nosotros. Tomemos un ejemplo en particular: la gran mayoría de estas sociedades no solamente han sido organizadas sin consideración alguna por los principios de la Cristianismo sino que, en la gran mayoría de los casos, han sido directamente contrarias a ellos y solamente las comunidades basadas en principios cooperativos que han sobrevivido los primeros meses de su existencia se han basado en la verdad Cristiana. Si bien no han sido éxitos rotundos, han logrado algunos éxitos bastante notables al compartir parcialmente la naturaleza de la que yo he descrito (Véase el caso de Ralahine, narrado en el Apéndice). VIII.— Una objeción adicional es que resultaría imposible mantener el orden e imponer una buena disciplina entre esta clase de gente. Nuestra opinión es precisamente la contraria. Nosotros pensamos que es posible — no, en realidad estamos seguros de ello, y lo decimos como personas que han tenido considerable experiencia en tratar con las clases más bajas de la Sociedad. Ya hemos enfrentado esta dificultad. Podemos ir más allá, incluso. No pretendemos comenzar con mil personas en estado salvaje e indómito, ni en el país ni en el extranjero. A la Colonia de Ultramar mandaríamos solamente a aquellos que han tenido un largo período de entrenamiento en el país. La mayor parte de los enviados a la Granja Provincial tendrían que haber pasado por un período de prueba en los Establecimientos Urbanos. Solamente reclutaríamos para la Granja a grupos pequeños, a medida que estuviésemos preparados para tratar con ellos y estoy plenamente seguro que, sin los métodos legales de imposición del orden que se utilizan con tal libertad en los asilos para desamparados e instituciones similares, lograríamos una obediencia perfecta de la Ley, un gran respeto por la autoridad y un espíritu tan fuerte de compasión en todos los rangos de la comunidad como el que podría encontrarse en cualquier otra institución del país. Debe tenerse presente que nuestro sistema militar de gobierno nos prepara en buena medida, si bien no nos califica, para realizar esta tarea. En todo caso, nos da una buena ventaja inicial. Toda la gente está capacitada según los hábitos de la obediencia y todos nuestros Oficiales han sido entrenados para ejercer la autoridad. Los Oficiales de toda la Colonia se reclutarían casi exclusivamente de las filas del Ejército de Salvación, y cada uno de ellos acudiría al trabajo, tanto teórico como práctico, ya en conocimiento de los principios que forman la esencia de la buena disciplina.

Luego podemos argumentar el caso, con mucha fuerza, sobre la base de nuestra real experiencia en tratar con los integrantes de esta clase. Tomemos, por ejemplo, nuestra experiencia en el Ejército de Salvación mismo. Veamos el orden de nuestros Soldados. Aquí tenemos a hombres y mujeres que no tienen involucrado interés temporal alguno, que no reciben remuneración, que con frecuencia sacrifican sus intereses mundanos por unirse a nosotros y, sin embargo, observad cómo se alinean, obedecen órdenes de la manera más expedita incluso cuando dichas órdenes atentan contra sus intereses temporales. “Sí”, responderán algunos, “eso está muy bien en la medida que se refiere a aquellos que piensan completamente de esa manera. Podéis darles órdenes y comandarlos a vuestro antojo y ellos obedecerán, pero ¿qué pruebas habéis dado de vuestra capacidad de controlar y someter a disciplina a aquellos que no piensan como vosotros? “Podéis hacer eso con vuestros Salvacionistas porque ellos han recibido salvación, como vosotros decís. Cuando los hombres vuelven a nacer, se puede hacer cualquier cosa con ellos. Pero, a menos que convirtáis a todos los moradores de la Inglaterra Oscura, ¿qué oportunidad tenéis de que ellos sean receptivos a vuestra disciplina? Si hubiesen recibido salvación, indudablemente se podría hacer algo, pero no la han recibido. ¿Qué razón tenéis para creer que se dejarán convencer por la disciplina?” Debo reconocer la validez de esta objeción; pero tengo una respuesta que, a mi parecer, considero completa. La disciplina, y me refiero a la más férrea posible, se impone a las multitudes de esta gente incluso ahora. No hay nada que una organización, incluso la con mayor autoridad de la industria, pudiera diseñar en el ejercicio del poder absoluto que se pueda comparar, por un momento, con la esclavitud impuesta cotidianamente en los talleres de trabajo. Lo que enfrentan estos desdichados no es una opción entre la libertad y la disciplina, sino que una elección entre la disciplina impuesta sin misericordia por la hambruna e inspirada por la codicia fútil y la disciplina acompañada de raciones regulares e impuesta exclusivamente para su propio beneficio. ¿Qué libertad existe para los sastres que deben coser durante dieciséis a veinte horas por día en un agujero infecto con el fin de ganar 10 chelines por semana? No hay disciplina tan brutal como la del taller de explotación; no hay esclavitud tan implacable como aquella de la cual deseamos liberar a las víctimas. Comparada con sus condiciones normales de existencia, la disciplina más rigurosa que se necesitaría para garantizar el éxito de cualquier organización nueva equivaldría a un escape desde la esclavitud a la libertad. Podríais responder que “puede muy bien ser así, si la gente entendiera lo que redunda en beneficio de sus propios intereses. Pero en la práctica no lo entienden y nunca serán suficientemente precavidos como para valorar las ventajas que se les ofrecen.” Ante esto yo respondo que tampoco estoy hablando desde un punto de vista meramente teórico. Os estoy presentando los hechos comprobados de años de experiencia. Hace más de dos años, impulsado por la miseria y desesperanza de los desempleados, abrimos los Centros de Albergue y Comida en Londres que describí anteriormente. Aquí se encuentran un gran número de hombres cada noche, muchos de los cuales son del tipo más bajo de los jornaleros que reptan por las calles, cierta proporción de criminales y de la clase más difícil de manejar que yo podría imaginar, de los cuales se juntan unos 200 en un solo edificio, noche tras

noche y, desde que recién se abren las puertas al atardecer hasta que el ultimo hombre se va en la mañana, casi no ha habido una sola palabra de insatisfacción; de todos modos, nada que implique mal humor o malas palabras. No se necesitan policías y, en realidad, dos o tres noches de experiencia serán suficientes para convertir a los habituales del lugar, por voluntad propia, en Oficiales del Orden, felices no solamente de hacer respetar los reglamentos del lugar, sino de hacer que otros cumplan con la disciplina. Nuevamente, cada Colono, ya sea en la ciudad o en otros lugares, sabrá que aquellos que se toman en serio los intereses de la Colonia, que son leales con su autoridad y principios, y que trabajan industriosamente para promover sus intereses, serán recompensados de manera acorde mediante promociones a puestos de influencia y autoridad, lo cual también acarrearía ventajas temporales, tanto actuales como futuras. Pero una de nuestras principales esperanzas será que los Integrantes de las Colonias capten el hecho de que todos nuestros esfuerzos han sido realizados a favor de ellos. Cada hombre y mujer del lugar sabrá que esta empresa se inició y realizó exclusivamente para el beneficio de ellos y los demás miembros de su clase, y que solamente su propia buena conducta y cooperación garantizarán que obtengan una participación personal en dicho beneficio. No obstante, nuestras expectativas se basarán principalmente en la creación de un espíritu desinteresado en la comunidad. IX.— Nuevamente, se objeta que el Plan es demasiado vasto como para ser emprendido por una organización voluntaria, por lo que debiera ser asumido y llevado a cabo por el Gobierno mismo. Quizás sea así, pero no hay muchas probabilidades de que ello ocurra y no estamos muy seguros de que tal intento tendría éxito si se llevara a la práctica. Sin embargo, considerando que ni los gobie rnos, ni la sociedad, ni las personas han dado un paso adelante para llevar a cabo lo que Dios nos ha dado a entender que es un trabajo tan vitalmente importante y, en vista de que Él nos ha dado la voluntad y en sentidos importantes la capacidad para hacerlo, estamos dispuestos, si se nos proporciona la ayuda financiera para realizarlo, a hacer un esfuerzo decidido, no solamente para intentar sino también para llevarlo a cabo de manera de que sea un éxito. X.— Se plantea la objeción de que las clases que intentamos beneficiar son demasiado ignorantes y depravadas para que el esfuerzo Cristiano o para que el esfuerzo de cualquier tipo les llegue y logre reformarlas. Mirad a los vagabundos, a los borrachos, a las rameras, a los criminales. Cuán asentados están en sus costumbres inútiles y viciosas. Se dirá — es más, ya ha sido dicho por aquellos con quienes he conversado — que no los conozco, afirmación que creo no se puede mantener, porque si yo no los conozco, ¿quién los conoce? Debo reconocer, sin embargo, que miles de personas de esta clase están muy alejadas de todo sentimiento, principio y práctica de la conducta correcta. Pero yo afirmo que estas pobres gentes no pueden ser sujetos menos favorables para el trabajo de regeneración que muchos de los salvajes y de las tribus de infieles para quienes se piden grandes sumas de dinero y a quienes se destina la gente mejor y más valiente. Estas pobres gentes están indudablemente incluidas en el plan Divino de la misericordia. Cuando estaba en la tierra, el Salvador les prestó especial atención, particularmente cuando Él murió en la Cruz.

Algunos de los mejores ejemplos de la práctica y la fe Cristianas y algunos de los trabajadores de mayor éxito que han actuado en beneficio de la humanidad han surgido de esta clase, respecto de la cual se han registrado muchos ejemplos tanto en la Biblia como en la historia de la Iglesia y del Ejército de Salvación. Podría plantearse la objeción de que, si bien este Plan indudablemente ayudaría a una clase de la comunidad al forjar a trabajadores estables e industriosos, perjudicaría a otra clase al introducir tantas manos nuevas al mercado laboral, que ya se encuentra gravemente sobredotado. A esto debemos responder que ciertamente hay una apariencia de verdad en esta objeción; no obstante, creo que ya ha sido respondida en las páginas precedentes. Asimismo, si el aumento de la cantidad de trabajadores, que este Plan indudablemente ocasionará, fuera el inicio y el fin del tema, obviamente presentaría una problemática bastante seria. Pero incluso basándose en ese supuesto, no veo cómo un trabajador capacitado podría dejar que sus hermanos se pudran en su actual miseria aunque su rescate implicara compartir una parte de su salario. (1) Sin embargo, tal peligro no existe, considerando que el número de manos extra que ingresan al mercado laboral británico es necesariamente poco cuantioso. (2) El aumento de la producción en nuestra Granja y las operaciones en las Colonias beneficiarán indirectamente al trabajador. (3) Al retirar del mercado laboral a una cantidad considerable de individuos que actualmente sólo tienen un trabajo inestable, mientras que simultáneamente se los beneficia, inevitablemente les significará mayores posibilidades laborales a los que permanecen allí. (4) Mientras tanto, cada pobre individuo sin trabajo, al convertirse en asalariado, inevitablemente incrementará sus necesidades en forma proporcional. Por ejemplo, el borracho que se las ha tenido que arreglar con unos ladrillos, una caja y unos harapos, va a querer una silla, una mesa y una cama y por lo menos algunos otros accesorios para equipar un hogar, por austero que éste sea. No cabe duda de que cuando nuestro Plan de Colonización esté medianamente a flote va a absorber no solamente a muchos de aquellos que se encuentran en el pantano, sino también a una gran cantidad que se encuentra al borde del mismo. Mejor dicho, incluso artesanos, que ganan lo que se considera buenos salarios, se sentirán estimulados a alejarse del viejo país por el deseo de mejorar sus circunstancias, o por criar a sus hijos en un ambiente más favorable, o por motivos aun más nobles. Se espera, entonces que el obrero agrícola y el artesano de la aldea, que siempre tienden a emigrar a las grandes ciudades, le darán preferencia a la Colonia de Ultramar, impidiendo de tal modo la acumulación de mano de obra barata que se considera que interfiere de forma tan material con la conservación de un alto nivel de salarios.

S ECCIÓN 5 — RECAPITULACIÓN He efectuado una revisión de las principales características del Plan, que presenté como un programa calculado para contribuir de manera considerable a mejorar la condición en que vive el estrato más bajo de nuestra Sociedad. No pretende estar completo en todos sus detalles. En cualquier momento alguien puede hacer señalamientos a esta o aquella característica del Plan y demostrar que es necesario llenar algún vacío para que funcione eficazmente. Sin embargo, hay una cosa que se puede señalar para excusar las deficiencias del Plan: me refiero concretamente a que si uno espera hasta contar con un plan ideal y perfecto, deberá esperar hasta el Milenio y entonces ya no será necesario. Mis sugerencias, aunque burdas, contienen un elemento que, con el tiempo, cubrirá todas las deficiencias. Tienen vida y la vida contiene la promesa y el poder de adaptación a todas las innumerables y variadas circunstancias de la clase con la cual debemos trabajar. Donde hay vida existe el infinito poder de la adaptación. Este no es un Plan forjado en hierro, fraguado por un solo cerebro para luego ser presentado como una norma a la cual todos deben adaptarse. Es una planta robusta, que tiene sus raíces bien asentadas en la naturaleza y las circunstancias de los hombres. Más aún, creo que en el corazón de Dios mismo. Ya ha crecido mucho y, si se le nutre y cuida adecuadamente, crecerá aún más, hasta que de este Plan brote, al igual que en la parábola del Grano de Mostaza, un gran árbol cuyas ramas cubrirán la tierra entera. Permitidme señalar una vez más que no reclamo derecho alguno de autoría sobre este Plan. Efectivamente, desconozco qué partes de él son originales y cuáles no lo son. Desde que formulé algunos de sus componentes, que yo pensé que eran completamente nuevos, he descubierto que han sido probados en otras partes del mundo y en forma muy promisoria. Puede que este sea el caso con otros planes y en este sentido me alegro. No deseo exclusividad alguna. La cuestión es demasiado seria como para andar con tonterías de esa naturaleza. Aquí hay millones de nuestros congéneres que mueren entre las oleadas del mar de la vida, hechos trizas contra rocas filosas, succionados por los remolinos, sofocados incluso cuando creen que han llegado a tierra firme por las traicioneras arenas movedizas; para salvarlos de esta inminente destrucción es que sugiero que se hagan estas cosas. Si vosotros tenéis un plan mejor que el mío para lograr este propósito, en el nombre de Dios permitid que lo conozcamos rápidamente y que se lleve a la práctica con celeridad. Si no tenéis tal plan, entonces ayudadme con el mío, ya que yo estaría feliz de ayudaros con el vuestro si tuviera mayores posibilidades de éxito que el mío. En un Plan destinado a buscar la salvación social, la gran prueba, la única prueba que vale la pena es el éxito con el cual se logra el objetivo para el cual ha sido diseñado. Una vieja batea que logre poner en tierra firme a un marinero náufrago tiene más valor para él que el mejor yate que haya salido de un puerto cuando no es capaz de lograr el mismo objetivo. Los refinadísimos devotos de la cultura podrán espantarse con las sugerencias burdas que he formulado para manejar al Décimo Sumergido, pero el mero hecho de espantarse no es una solución. Si los cultos y los respetables y los ortodoxos y los dignatarios establecidos y las convenciones de la Sociedad pasan de largo, no podemos seguir su ejemplo. Quizás no seamos sacerdotes ni Levitas, pero al menos podemos desempeñar la parte del Buen Samaritano. El hombre que viajaba a Jericó y que cayó en medio de una banda de ladrones seguramente era un individuo muy descuidado e imprudente que debiera haber sabido que no se puede andar por los desfiladeros de los bandidos, a quienes incluso indujo a la tentación debido a la forma descuidada en que expuso sus bienes y su persona a su mirada codiciosa. Indudablemente, fue principalmente su culpa

que yaciera allí, inconsciente y magullado, a punto de morir, igual como es mayormente la culpa de aquellos a quienes deseamos ayudar que se encuentren en apuros y en la situación desvalida en la que se hallan. No obstante, debemos curar sus heridas con lo que podamos obtener y montarlos en nuestro asno, y llevarlos a nuestra Colonia, donde tendrán tiempo de recuperarse y emprender una vez más el viaje de la vida. Y ahora, habiendo dicho esto como parte de mi respuesta a algunos de quienes me critican, haré una recapitulación de las principales características del Plan. Al principio señalé ciertos puntos que era necesario tener presente como aspectos que representaban aquellas leyes o principios invariables de la economía política, sin consideración de los cuales ningún Plan puede esperar siquiera tener posibilidades de éxito. Sujeto a estas condiciones, creo que mi Plan resultará adecuado. Tiene la magnitud suficiente como para abordar las dificultades que se nos presentarán; es factible porque ya se encuentra en vías de aplicación y es posible ampliarlo indefinidamente. Pero sería mejor hacer una revisión nuevamente de las principales características del Plan en su conjunto. El Plan intentará beneficiar a las clases indigentes de varias maneras, aparte de su ingreso a las Colonias. Hombres y mujeres pueden ser muy pobres y encontrarse en situaciones de gran aflicción, incluso al punto de morir de hambre y, sin embargo, es posible que sus circunstancias sean tales que no les sea posible enrolarse en las Colonias. Para ellos, nuestros Centros de Comidas Económicas, nuestras Oficinas de Asistencia, los Talleres Laborales y otras organizaciones resultarán un beneficio inimaginable y es probable que dicha ayuda temporal les ayude a salir del profundo agujero en el cual están luchando. Aquellos que necesiten ayuda permanente serán transferidos a la Colonia Urbana y quedarán directamente bajo nuestro control. Allí se emplearán como se ha descrito anteriormente. Muchos serán enviados a casa de amigos; se encontrará trabajo para otros en la ciudad o en otros lugares, mientras que la gran mayoría, luego de someterlos a una prueba razonable en cuanto a su sinceridad y disposición de contribuir a su propia salvación, serán enviados a las Colonias de la Granja, en las cuales continuará el mismo proceso de reforma y entrenamiento y, a menos que se les obtenga empleo de otra forma, se les transferirá en última instancia a la Colonia de Ultramar. Todos los que se encuentren en circunstancias de indigencia, vicio, o criminalidad recibirán asistencia ocasional o serán aceptados en la Colonia, bajo la sola condición de desear su salvación y estar dispuestos a trabajar a cambio de ello, como también a someterse a la disciplina correspondiente, cualquiera que sea su carácter, capacidad, opiniones religiosas u otros aspectos. No se conferirá beneficio alguno a ningún individuo, excepto en circunstancias extraordinarias, sin que de él se obtenga a cambio algo en forma de trabajo. Incluso en los casos en que parientes y amigos proporcionen dinero a quienes viven y trabajan en las Colonias, ellos deberán realizar su cuota de trabajo con sus camaradas. No tendremos lugar para ningún holgazán dentro de nuestras fronteras. El trabajo asignado a cada individuo será seleccionado tomando en consideración su anterior oficio o capacidad. Aquellos que tienen conocimientos de agricultura naturalmente trabajarán la tierra; el zapatero hará zapatos; el hilandero hará tela, etc., y en el caso de los que carezcan de oficio, las aptitudes del individuo y las necesidades del momento sugerirán el tipo de labor que sería más provechoso enseñarles a esas personas.

Los trabajadores realizarán trabajo de todo tipo en la medida de lo posible. La fascinación actual con la maquinaria ha producido demasiada indigencia al reemplazar la mano de obra con una rapidez tal que se ha desplazado al ser humano en favor de la máquina. Nosotros deseamos, en la medida de lo posible, hacer una transición a la inversa, desde la máquina hacia el ser humano. Cada integrante de la Colonia recibiría alimentación, vestimenta, alojamiento, medicina y todo el cuidado necesario en caso de enfermedad. No se pagarán salarios, excepto cantidades mínimas como un estímulo por el buen comportamiento y la industriosidad, o a los que ocupen posiciones de confianza, parte de lo cual se ahorrará en vista de las exigencias de nuestro Banco Colonial, y el remanente se usará como dinero para gastos menores. El Plan de las tres Colonias será, para fines prácticos, considerado como uno solo. En consecuencia, el entrenamiento tendrá presente la calificación de quienes trabajan en las Colonias para que en última instancia puedan ganar su sustento en el mundo en forma totalmente independiente de nuestra ayuda o, en su defecto, se les entrenará para desempeñar un trabajo permanente dentro de nuestras fronteras, ya sea en el país o en el extranjero. Un resultado adicional de esta unidad entre las Colonias Urbanas y las Villas será la eliminación de una de las dificultades que siempre ha estado relacionada con el producto de la mano de obra desempleada. Los alimentos producidos en la Granja serán consumidos en la Ciudad, mientras que muchas de las cosas fabricadas en la ciudad serán consumidas en la Granja. El esfuerzo continuo de todos los que se involucran en la reforma de estas personas consistirá en inspirar y cultivar esos hábitos, cuya carencia ha sido en forma tan significativa la causa de la indigencia y el vicio del pasado. La disciplina estricta, que implica una supervisión cuidadosa y rigurosa, será necesaria para la conservación del orden entre un grupo tan grande de gente, muchos de los c uales habrán vivido hasta ese momento una vida alocada y licenciosa. En ese sentido, nuestra principal confianza estará dada por el interés mutuo que deberá prevalecer. Probablemente, la Colonia entera estará dividida en secciones, cada una bajo la supervisión de un sargento — uno de ellos mismos — que trabajará junto a los demás y que será responsable de la conducta de todos. Los principales Oficiales de la Colonia serán los individuos que se hayan entregado al trabajo no a cambio de un sueldo, sino por su deseo de ser útiles a los pobres en su sufrimiento. Se les seleccionará desde un principio de entre las filas del Ejército de Salvación y, a partir de eso, por el hecho de poseer ciertas aptitudes, tales como el conocimiento de cierto tipo particular de trabajo que tuvieren que supervisar, o porque tuvieren habilidades especiales para la disciplina, para controlar a los hombres y porque ellos mismos estuvieren motivados por un espíritu de amor. Por último, los Oficiales, no tenemos duda, serán, como en el caso de todas nuestras otras operaciones, hombres y mujeres que han surgido de entre los Integrantes de las Colonias mismas y que consecuentemente poseen algunas calificaciones especiales para dirigir a aquellos a quienes deben supervisar.

Los individuos que vivan y trabajen en las Colonias se dividirán en dos clases: la primera clase, que no recibirá salarios, estará compuesta por los siguientes:— (a) los recién llegados, cuyas habilidades, carácter y hábitos son aún desconocidos; (b) los que tienen menor fuerza, calibre mental u otra capacidad; (c ) los indolentes y aquellos cuya conducta y carácter parezcan dudosos. Estos permanecerán en esta clase hasta que mejoren lo suficiente para avanzar a la siguiente o hasta que se dictamine que su caso es tan sin esperanzas como para justificar que se los expulse. La segunda clase contará con una pequeña asignación adicional de dinero, parte de la cual será entregada a los trabajadores para su uso particular, guardándose la otra para futuras continge ncias, el pago de gastos de viajes, etc. De esta clase reclutaremos a los suboficiales, despacharemos a los obreros contratados, los emigrantes, etc., etc. Este es el Plan que he ideado. Aplicado en forma inteligente y si se persiste con diligencia en su aplicación, no dudo que puede producir un cambio enorme y saludable en la condición de muchos de los más desesperados de nuestros compatriotas. No solamente se puede aplicar entre nuestros compatriotas. Sus características principales, con las modificaciones necesarias, atendidas las diferencias de clima y de raza, pueden ser adoptadas en cada ciudad del mundo, dado que es un intento por devolverle a las masas hacinadas en las ciudades la humanidad y los elementos naturales de la vida que poseían cuando vivían en la unidad más pequeña del pueblo o la villa. De la magnitud de la necesidad no hay duda. Quizás es en Londres donde la necesidad es mayor, donde las masas de población son más densas que en cualquier otra ciudad, pero existe igualmente en cualquier otro centro importante de población en las nuevas Inglaterras que han surgido en ultramar, como también en las principales ciudades de Europa. Es un hecho notable que, hasta la fecha, la mejor acogida que ha recibido este Plan provenga de Melbourne, donde nuestros oficiales se han visto obligados a comenzar las operaciones debido a las presiones ejercidas por la opinión pública y en cumplimiento de las urgentes súplicas del gobierno por una parte y de los dirigentes de las clases trabajadoras por la otra, antes de que el Plan hubiera sido elaborado o se pudieran haber enviado instrucciones para orientarlos. Resulta algo extraño escuchar que la penuria llega al extremo de la hambruna en una ciudad como Melbourne, la capital de aquel gran nuevo país en el cual abundan las riquezas naturales de todo tipo. Pero Melbourne también tiene sus desempleados y en ninguna ciudad del Imperio hemos tenido más éxito en abordar el problema social que en la capital de Victoria. Durante varias semanas, los periódicos australianos han estado llenos de reportajes sobre el Ejército de Salvación y la forma en que abordamos el problema de los desempleados de Melbourne. Esto fue antes de la gran Huelga. El gobierno de Victoria prácticamente le impuso a nuestros oficiales la tarea de tratar con los desempleados. El tema se debatió en la Cámara Baja y al final del debate uno de nuestros más firmes opositores solicitó una contribución, entregándose la suma de £400 a nuestros oficiales para que fuera utilizada para evitar que los hambrientos murieran de hambre. Nuestra gente ha encontrado ocupación para nada menos que 1.776 personas y están repartiendo alimentos al ritmo de 700 comidas por día. Durante mucho tiempo, el gobierno de

Victoria ha sido el primero en reconocer el uso secular del Ejército de Salvación. La siguiente carta, enviada por el Ministro del Interior al Oficial encargado de la supervisión de esta parte de nuestras operaciones, refleja la estima que nos tiene:

Gobierno de Victoria, Oficina del Secretario Principal Melbourne. 4 de julio de 1889. Superintendente de Obra de Rescate del Ejército de Salvación Señor, — En cumplimiento con vuestra solicitud de una carta de presentación que os pueda ser de utilidad en Inglaterra, me complace manifestar que, sobre la base de informes entregados por los Oficiales de mi Departamento, me asiste el convencimiento de que el trabajo que habéis realizado durante los últimos seis años ha sido de suma importancia para la comunidad. Habéis rescatado del crimen a personas quienes, si no fuera por la asesoría y la ayuda que les habéis brindado, habrían sido una carga permanente para el Estado e igualmente habéis impedido que otras personas prosiguiesen trayectorias criminales tras sufrir el castigo legal por sus actividades ilícitas. Me ha resultado sumamente grato recibir del Consejo Ejecutivo la autoridad para conferir a vosotros facultades de arrestar y asumir la tutela de las niñas encontradas en los Prostíbulos, luego de su acusación formal. No cabe duda del gran valor de este aspecto de vuestro trabajo. Es evidente que vuestra presencia en las cortes policiales y en los calabozos ha arrojado resultados positivos y la invitación para que acudáis a nuestras mayores cárceles cuenta con la completa aprobación del Jefe del Departamento. En términos generales, puedo señalar que vuestra política y procedimientos han sido elogiados por las más altas Autoridades del gobierno de esta Colonia, que han podido observar vuestro trabajo. Me despido, Señor, Su Affmo. y S.S. (Firmado) ALFRED DEAKIN. El Parlamento de Victoria ha votado un subsidio anual para nuestros fondos, no como una asignación religiosa sino en reconocimiento del servicio que prestamos en la rehabilitación de los criminales y también por lo que se podría denominar, si se me permite utilizar una palabra que ha sido tan corrompida por su abuso en el Continente, nuestra labor como policía moral de la ciudad. Nuestro Oficial en Melbourne tiene un puesto oficial que le abre las puertas a casi todas las instituciones estatales y a casi todos los antros de vicio donde resulte necesario que él ingrese para buscar a muchachas que han sido alejadas mañosamente de sus casas o que han caído en caminos desviados. También es en Victoria que predomina un sistema que consiste en entregar a los infractores primerizos al cuidado de Oficiales del Ejército de Salvación, bajo la obligación de comparecer ante el tribunal cuando así se les ordene. Hay un Oficial del Ejército de Salvación presente en cada Estación de Policía, y la Brigada de las Prisiones siempre está de guardia en las puertas de la cárcel aguardando a los prisioneros que salen en libertad. Nuestros Oficiales tienen además libre acceso a las prisiones, para realizar servicios religiosos y trabajar con los reclusos en pos de su Salvación. Dado que Victoria es probablemente la más democrática de nuestras colonias y aquella en que la clase trabajadora tiene el control supremo, el grado al

cual el gobierno ha reconocido el valor de nuestras operaciones es suficiente para indicar que no tenemos nada que temer de la oposición democrática. En la vecina colonia de Nueva Gales del Sur, una señora ya nos donó una Granja de trescientos acres, plenamente equipada, en la cual se pueden iniciar operaciones con una Colonia Rural y parece haber ciertas perspectivas de que el Plan comenzará a funcionar activamente al otro extremo del mundo antes de que empiece a operar en Londres. Esta entusiasta acogida, que ha obligado a nuestros Oficiales en Melbourne a implementar el plan anticipadamente, tiende a estimular la expectativa de que el mismo no será considerado como una aplicación basada en la charlatanería sino que rápidamente se adoptará e implementará en todo el mundo.

CAPITULO VIII UNA CONCLUSIÓN PRÁCTICA A lo largo de esta obra he usado la primera persona más que en ninguno de mis otros escritos. Lo he hecho deliberadamente, no por egoísmo, sino para enfatizar que esta es una propuesta definitiva de una persona que está decidida, si se le proporcionan los medios, a llevarla a cabo. Al mismo tiempo, quiero que quede totalmente en claro que no es para mi propio beneficio, ni por mi cuenta y cargo, que pretendo embarcarme en esta gran empresa. A menos que Dios desee que yo desarrolle la idea que creo me fue inspirada por Él, lo único que podría obtenerse con su ejecución sería confusión, desastre y desencanto. Pero si ese es Su deseo  y si es así, pronto recibiremos señales visibles y manifiestas que nos lo confirme  ¿quién puede oponerse a ese deseo? Confiando en Su guía, aliento y apoyo, pretendo abocarme de inmediato a esta formidable campaña. No participo sin haber sido llamado. No me apresuro a cerrar esta brecha sin haber sido enérgicamente impelido a hacerlo. Sea como sea, he sido llamado por Dios, y por el clamor agonizante de los hombres y mujeres que sufren, Él me lo manifestará a mí y a todos nosotros inequívocamente. Al igual que Gedeón buscó una señal, a instancias del mensajero celestial, antes de asumir el liderazgo del pueblo elegido para combatir a las huestes madianitas, yo también busco una señal. La señal de Gedeón fue arbitraria. Él la eligió. Él impuso sus propios términos; y, por compasión, para disipar su falta de fe, Dios le envió no una, sino dos señales. Primero, su vellón quedó seco cuando toda la tierra alrededor estaba empapada de rocío; y, luego, su vellón quedó empapado cuando toda la otra tierra estaba seca. La señal que yo pido para animarme a seguir adelante es una sola, no dos. Es una señal necesaria y no arbitraria, y es una que hasta los más escépticos o los más cínicos materialistas reconocerían como suficiente. Si he de implementar el Plan que he delineado en este libro, debo contar con todos los medios para hacerlo. No tengo ni la más remota idea de cuánto es lo que se necesitaría para llevar a cabo este Plan de Campaña en su totalidad, abarcando toda la tierra con ramas cargadas de toda clase de frutos deliciosos. Pero sí tengo una idea clara de cuánto es lo que se requeriría para implementarlo a escala modesta pero plenamente funcional. ¿Por qué hablo de comenzar? Ya hemos comenzado, y con resultados significativos. Nos hemos visto forzados por las circunstancias. El rumor de nuestra empresa llegó hasta las Antípodas, como describiera anteriormente, y generó tal respuesta de aprobación que mis Oficiales se vieron obligados a iniciar las acciones sin esperar órdenes de sus superiores. En este país hemos estado trabajando al borde de un pantano mortal durante algunos años y no sin un estupendo resultado. Tenemos nuestros Albergues, nuestra Agencia de Empleo, nuestra Fábrica, nuestros Oficiales de Investigación, nuestros Hogares de Rescate, nuestras Hermanas de los Barrios Marginales y otras agencias afines, todos ellos funcionando perfectamente. Puede que el ámbito de estas operaciones sea limitado; sin embargo, lo que hemos hecho hasta ahora demuestra ampliamente que al proponer hacer aún más, no hablo sin mi libro; y aunque no reciba la señal que pido, seguiré luchando sobre la base de los mismos lineamientos. No obstante, para poder realizar seriamente el trabajo que he descrito  para establecer esta Colonia tripartita, con todas sus agencias anexas — debo tener, al menos, cien mil libras.

¡Cien mil libras! Ese es el rocío en mi vellón. No es mucho si consideramos el dinero que reúnen mis pobres para la obra del Ejército de Salvación. Sólo el producto de la Semana del Esfuerzo de Abnegación del año pasado ascendió a £20.000. Este año no reuniremos menos de £25.000. Si nuestra gente pobre puede reunir tanto a pesar de su pobreza, no creo estar pidiendo mucho al querer reunir de los millones de ricos del mundo cien mil libras como primera cuota; y debo agregar que no puedo considerarme a mí mismo como llamado a asumir este trabajo a menos que logre reunirlo. No es por capricho ni arrogancia que espero una señal. Es por necesidad. Ni siquiera Moisés hubiese podido conducir a los Hijos de Israel a pie enjuto a través del Mar Rojo si las aguas no se hubiesen dividido. Esa fue la señal que trazó su deber, reforzó su fe y determinó su acción. La señal que yo busco es algo similar. El dinero no lo es todo. En ningún caso es lo más importante. Ni Midas podría llevar a cabo este trabajo; a pesar de sus riquezas, tendría las mismas probabilidades de hacerlo que de ganar la batalla de Waterloo o de defender el Paso de las Termópilas. Pero millones de Midas son capaces de lograr cosas grandes y extraordinarias, si tan sólo son enviados a hacer el bien bajo la dirección de la sabiduría Divina y del amor Cristiano. ¡Qué difícil será para aquellos que tienen riquezas entrar en el Reino de los Cielos! Es más fácil lograr que cien hombres pobres sacrifiquen su vida que inducir a un hombre rico a que sacrifique su fortuna, o una parte de ella, en pro de una causa en la cual, sin mucho entusiasmo, parece creer. Cuando veo a todos los hombres y mujeres que han dejado sus amigos, parientes, hogares y todo lo que poseen, para caminar descalzos bajo el sol ardiente de la lejana India, para vivir de un puñado de arroz y morir en medio de los paganos en aras de Dios y del Ejército de Salvación, me maravilla a veces el hecho de que estén tan ansiosos de renunciar a todo, incluso a su propia vida, por una causa que carece de suficiente poder para inducir a un número razonable de personas ricas a sacrificar por ella las trivialidades y lujos de sus existencias. Se espera mucho de los que tienen mucho; ¡pero, ay de mí, desafortunadamente, es poco lo que se obtiene de ellos! Sigue siendo la viuda quien lo entrega todo al tesoro del Señor  cuando aludimos al diezmo del Señor, los ricos lo consideran una sugerencia absurda, y si solicitamos sólo las migajas que caen de sus mesas, nos rechazan con fastidio. Aquellos que me han seguido hasta ahora decidirán por sí mismos si deben ayudarme o no a realizar este Proyecto y, en el primer caso, en qué medida deben hacerlo. No creo que deban mezclarse en esta cuestión las diferencias sectarias o los sentimientos religiosos. Suponiendo que no os agrade mi Salvacionismo, ¿no es acaso mejor que estas miserables y desdichadas muchedumbres tengan alimentos para comer, ropas que vestir y un hogar donde poder reposar sus cansados huesos después de haber realizado su trabajo diario, aun cuando el cambio vaya acompañado de ciertas peculiares nociones y prácticas religiosas, que pasar hambre, andar desnudos, no tener hogar, como tampoco una religión? Me parece que es infinitamente preferible que digan la verdad y que sean virtuosos, laboriosos y felices, aun cuando efectivamente le oren a Dios, canten salmos y anden con chalecos rojos, fanáticamente, como vosotros decís, “buscado el milenio”  antes que seguir siendo ladrones o rameras que no creen en Dios, y una carga para el Municipio, una maldición para la sociedad y un peligro para el Estado. Me atrevo a decir que el hecho de que no os agrade el Ejército de Salvación no es justificación para negarnos vuestro apoyo y cooperación en la realización de un Plan que promete tantas bendiciones para vuestros congéneres. Puede que no os agrade nuestro gobierno, nuestros métodos, nuestra fe. Vuestros sentimientos hacia

nosotros tal vez coincidan con la observación que se le escapó a un conocido líder del mundo evangélico hace un tiempo atrás, quien, al preguntársele qué pensaba del Ejército de Salvación, manifestó que “no le agradaba en absoluto, pero creía que a Dios Todopoderoso sí le agradaba”. Quizás, como agencia, no contamos con vuestra aprobación, pero ese no es el punto. Mirad hacia el oscuro océano, lleno de ruinas humanas debatiéndose en medio de la angustia y la desesperación. El punto es cómo rescatar a esos infortunados. El carácter particular de los métodos empleados, los típicos uniformes que lleva la tripulación de los botes salvavidas, el ruidos de los cohetes y la mezcla de gritos de los rescatados y sus rescatadores pueden ser contrarios a vuestros gustos y tradiciones. Pero, en mi opinión, todas estas objeciones y antipatías no son nada comparadas con el hecho de liberar al pueblo de ese oscuro océano. Si alguno de mis lectores pensara por un momento que he propuesto este plan por motivos interesados, que se niegue a contribuir un centavo siquiera para lo que sería, cuando menos, un ardid desvergonzado. Quizás algunos imaginen que los hombres que han sido literalmente martirizados en esta causa han encontrado la muerte por las insignificantes monedas que recolectan para vivir. A los mismos, seguramente, no les será difícil convencerse de que este es sólo otro intento de recolectar dinero para aumentar la mítica fortuna que yo supuestamente estoy acumulando, aunque jamás he tomado dinero de los fondos del Ejército de Salvación más que para mis gastos menores. De ellos sólo deseo el tributo de su abuso, en el convencimiento de que lo peor que podrían decir de mí sería poco para describir la infamia de mi conducta si acaso estuvieran en lo cierto en lo que respecta a mis motivos. Creo que sólo hay dos buenos motivos que justificarían que un hombre, con un corazón en su pecho, se negase a cooperar conmigo en este Plan:  1. Que le asista la sincera y profunda convicción de que no puede implementarse con un grado razonable de éxito; o 2. Que él (el objetor) dispone de otro plan que alcanzará con el mismo éxito el fin que en el mío se contempla. Quisiera partir analizando el segundo motivo. Si sucede que tenéis un plan que promete rescatar a estas multitudes en forma más directa que el mío, os imploro que lo deis a conocer de inmediato. Dejad que vea la luz del día. Exponed no sólo la teoría de vuestro plan, sino también las evidencias que confirman su carácter práctico y garantizan su éxito. Si vuestro plan resiste el examen, os liberaré de la obligación de ayudarme  es más, si después de analizar detenidamente vuestro plan llego a la conclusión de que es mejor que el mío, renunciaré a él y abrazaré el vuestro y os ayudaré con toda mi energía. Pero si no tenéis nada que ofrecer, exijo vuestra ayuda en nombre de aquellos por cuya causa imploro. Ahora bien, respecto a vuestra primera objeción, supongo que puede sintetizarse en una sola palabra: “imposible”. Esa apreciación, si está bien fundamentada, es igualmente adversa para mi plan. No obstante, en respuesta, puedo decir  ¿Cómo sabéis que es imposible? ¿Habéis efectuado las averiguaciones correspondientes? Supondré que habéis leído y meditado cuidadosamente esta obra. Seguramente no descartaríais un tema tan importante sin haberlo pensado. Y aunque es posible que mis argumentos no sean lo suficientemente sólidos como para convenceros, debéis admitir que sí son lo suficientemente importantes como para ameritar investigación.

En consecuencia, ¿vendríais personalmente a ver lo que hemos realizado hasta ahora o, más bien, lo que estamos realizando actualmente? Si no os es posible venir, ¿enviaríais a alguien capaz de juzgar nuestro quehacer en vuestro nombre? Me da lo mismo a quién mandéis. Es cierto que las cosas del Espíritu deben ser juzgadas espiritualmente, pero las cosas humanas pueden ser juzgadas por cualquier hombre, ya sea un santo o un pecador; basta con que tenga una inteligencia promedio y un poco de compasión. Sin embargo, si pudiese elegir, preferiría un investigador que tuviese conocimientos prácticos de economía social, y me complacería aún más si dicho investigador hubiese dedicado algo de su tiempo y dinero a tratar de realizar personalmente el trabajo. Estoy seguro de que, concluida su investigación, el resultado podrá ser solamente uno. Me queda un último recurso para apelar a quienes buscan excusarse de prestar ayuda financiera a mi Plan. ¿No vale la pena al men os intentarlo como un experimento? Se invierten miles de libras anualmente en “intentos” de encontrar minerales, carbón y agua, y creo que muchos piensan que vale la pena experimentar, a un costo de cientos de miles de libras, métodos para determinar la factibilidad de construir un túnel bajo el mar entre nuestro país y Francia. Y si estos aventureros fracasan en sus diversas operaciones, tienen, al menos, la satisfacción de saber que las cientos de miles de libras gastadas no se derrocharon; y no se queja rán, porque al menos intentaron hacer lo que pensaban que debía hacerse; y siempre es mejor intentar y fracasar que nunca intentar siquiera. Creemos haber presentado en esta obra un motivo suficiente para justificar la inversión de dinero y esfuerzo que demandará la realización de este experimento. Y aunque la iniciativa no llegase a tener el rotundo éxito que le he pronosticado, y que todos debiésemos desear ardientemente, nos quedaría la satisfacción de haber intentado rescatar a estas desdichadas gentes, como también la de haber logrado ciertos resultados que compensarán ampliamente cada moneda invertida en el experimento. Tengo actualmente sesenta y un años. Los últimos dieciocho meses — en los que mi esposa, quien me ha acompañado incansablemente en todas mis actividades a lo largo de casi cuarenta años, ha padecido un sufrimiento indescriptible — han contribuido más que todos los anteriores juntos a acercarme a la hora final de mi período de servicio. Siento ya algo de la opresión que indujo al emperador de Alemania a decir en su lecho de muerte: “No tengo tiempo para sentirme fatigado”. Si en cierto grado he de ver cumplidas las esperanzas de toda una vida, debo poder iniciar esta empresa de inmediato; y puesto que sobrellevo la carga permanente de la misión universal de nuestro Ejército, no se me puede pedir que libre solo esta batalla. Pero confío en que las clases alta y media están finalmente despertando de su largo sopor en lo que respecta al mejoramiento constante de aquellos que desde siempre hemos considerado abandonados y desesperanzados. Vergüenza debiera darle a Inglaterra si, con el ejemplo que nos da el Emperador y Gobierno de Alemania, simplemente nos encogiésemos de hombros y reanudásemos sin más nuestros negocios y placeres, dejando a estas miserable multitudes en las cloacas donde han yacido por tanto tiempo. ¡No, no y no!, el tiempo se agota. Levantémonos en nombre de Dios y de la humanidad y borremos el triste estigma de los estandartes británicos en cuanto a que nuestros caballos reciben un mejor trato que nuestros obreros.

Se podrá apreciar que este Plan tiene diversas ramas. Es probable que algunos de mis lectores no apoyen el plan en su totalidad, pero que sí aprueben entusiastas algunos de sus aspectos, y que no estén dispuestos a apoyar aquellos que desaprueban. Si este fuese el caso, nos alegraría que nos apoyasen en la realización de aquellas partes de la empresa que más suscitan su interés y se comprometiesen a financiarlas. Por ejemplo, una persona puede creer en la Colonia de Ultramar, pero no tener interés alguno en el Hogar para Alcohólicos; otra, a quien no le interesase la emigración, podría querer habilitar una Fábrica o un Hogar de Rescate; una tercera persona podría desear donarnos una propiedad o ayudarnos en los Centros de Albergue y Comida, o en la ampliación de la Brigada de las Barriadas. Ahora bien, aunque considero que el Plan es único e indivisible  ninguna parte del cual puede ser eliminada sin afectar las expectativas del conjunto  es más que posible destinar las donaciones monetarias para los fines señalados por cada benefactor. Por lo tanto, las donaciones podrán ser efectuadas al fondo general del Plan Social o ser destinadas a cualquiera de los siguientes fondos individuales:  1. La Colonia Urbana 2. La Colonia Rural 3. La Colonia de Ultramar 4. La Brigada de Rescate Familiar 5. Los Hogares de Rescate para Mujeres Caídas 6. La Salvación de los Alcohólicos 7. La Brigada de las Prisiones 8. El Banco de los Pobres 9. El Abogado de los Pobres 10. Whitechapel Junto al Mar O a cualquier departamento anexo a los anteriores. Al hacer este llamado me he dirigido, hasta el momento, a aquellos que tienen dinero principalmente; pero el dinero, por indispensable que sea, nunca ha sido lo más necesario. El dinero es la savia de la guerra; y, debido a la organización que ha adoptado nuestra sociedad contemporánea, sin dinero no es posible llevar a cabo ni guerras carnales ni espirituales. Pero hay algo que es aún más necesario. No podemos librar una guerra sin soldados. Un Wellington puede lograr mucho más en una campaña que un Rothschild. Más que dinero  mucho, mucho más  necesito hombres; y cuando digo hombres me refiero también a las mujeres  hombres experimentados, hombres inteligentes, hombres bondadosos y hombres de Dios. Aunque en esta gran expedición me interno en un territorio que me es relativamente familiar, en cierto sentido estoy aventurándome en una tierra desconocida. Mi gente no tendrá experiencia. Hemos entrenado a nuestros soldados para salvar almas, les hemos enseñado “Ejercicios de Rodillas”, les hemos educado en el arte y en los misterios de las conciencias y corazones humanos, y esa seguirá siendo la principal tarea de sus vidas. Salvar el alma, regenerar la vida e inspirar el espíritu con el eterno amor de Cristo es la obra a la cual deben estar totalmente subordinados los otros quehaceres de los Soldados del Ejército de Salvación. Pero este nuevo campo de acción al que estamos ingresando exige otras destrezas, distintas de las que hemos cultivado hasta ahora, como también conocimientos de otra naturaleza; y necesitaremos desesperadamente a aquellos que posean dichos dones y que dominen esa información práctica.

Actualmente, nuestra obra internacional de Salvación consume toda la energía de los Oficiales bajo nuestro mando. Al ampliar nuestra obra, tendremos dificultades para mantener el ritmo; y, cuando debamos llevar este Plan a la práctica, nuestras dificultades serán aún mayores. Sí, el Plan encontrará uso para un sinfín de energías y talentos que de momento están inactivos; pese a ello, esta ampliación significará una prueba extrema para nuestros recursos. Por ese motivo, nos será indispensable contar con refuerzos. Necesitaremos a las personas más inteligentes, con mayor experiencia y necesitare mos también la energía inagotable de la comunidad. Deseo Reclutas, pero no puedo suavizar las condiciones con el objeto de atraer hombres a servir a nuestra Bandera. No quiero camaradas bajo esos términos; quiero a aquellos que conocen nuestras reglas y que están dispuestos a someterse a nuestra disciplina: a los que se identifiquen con los grandes principios que determinan nuestro accionar y a los que deseen dedicarse de todo corazón a esta gran obra tendiente a mejorar las duras condiciones de los marginados y perdidos. A ellos los integraré gustoso al servicio. Quizás no podáis hacer un discurso en público o conducir una reunión bajo techo. Hasta ahora, la labor espiritual pública no ha estado incluida en nuestras prácticas. En la viña del Señor, sin embargo, hay muchos trabajadores y no todos necesitan realizar la misma labor. Si tenéis experiencia práctica en cualquiera de las diversas operaciones que he mencionado en esta obra, si estáis interiorizados con la agricultura, si conocéis el oficio de la construcción o si tenéis conocimientos prácticos en cualquier tipo de manufactura, tenemos un lugar para vosotros. No podemos ofreceros un gran sueldo ni posición social, como tampoco el resplandor y oropel de la gloria humana; de hecho, podemos prometeros apenas algo más que raciones, mucho trabajo duro y probablemente no poco desprecio mundano; pero si creéis que no hay otra forma mejor de ayudar al Señor y de hacerle el bien a la humanidad, entonces venceréis la oposición de vuestros amigos, abandonaréis las expectativas terrenales, dejaréis de lado el orgullo y os enrolaréis en esta Nueva Cruzada para seguirlo a Él. A vosotros que creéis en la solución propuesta en esta obra y en la eficacia de estos planes, y que tenéis la capacidad de ayudarme, os pido que deis una prueba concreta de vuestra fe. La responsabilidad ya no es sólo mía. Es tanto vuestra como mía. Es más vuestra que mía si disponéis de los recursos que me permitirán implementar el Plan. Yo doy lo que tengo. Si dais lo que tenéis, el trabajo se realizará. Si no se realiza y el oscuro río de desdicha seguirá fluyendo más ancho y profundo que nunca, las consecuencias se presentarán a vuestras puertas, a las de vosotros que os habéis negado a cooperar. No soy más que un hombre entre mis congéneres, y también vosotros sois uno entre millones. La obligación de cuidar a estas multitudes perdidas y moribundas no sólo es mía, también es vuestra. Yo tuve la idea, pero vosotros tenéis los recursos para materializarla. El Plan ha sido ya divulgado al mundo; a vosotros corresponde ahora decidir si permanecerá yermo o si fructificará en incontables bendiciones para todos los hijos de los hombres.

APÉNDICE 1. El Ejército de Salvación — Una Visión General — La Posición de las Fuerzas, octubre de 1890 2. Circular, Formularios y Notificaciones emitidas por la Agencia de Empleo 3. La Experiencia del Conde Rumford en Baviera 4. El Experimento Cooperativo de Rahaline 5. El Sr. Carlyle y la Regimentación de los Desocupados 6. “Cristianismo y Civilización”, por el Rev. Dr. Barry

APÉNDICE EL EJÉRCITO DE SALVACIÓN LA POSICIÓN DE NUESTRAS FUERZAS Octubre de 1890 Oficiales Cuerpos o o Personas Sociedades AvanzadasComprometidas con la Obra El Reino Unido .............. 1375 Francia ..........................106 Suiza ......................... Suecia...........................103 Estados Unidos ...............363 Canadá .........................317 Australia  Victoria.................. Australia del Sur ..... Nueva Gales del Sur ...270 Tasmania ............... Queensland ............ Nueva Zelanda ................ 65 India .......................... Ceilán ............................ 80 Holanda ......................... 40 Dinamarca ...................... 33 Noruega ......................... 45 Alemania ........................ 16 Bélgica............................. 4 Finlandia .......................... 3

 72

4506 352

41 57 78

328 1066 1021

465

903

99

186

51 8  7 6  

419 131 87 132 75 21 12

República Argentina............ 2 Sudáfrica y Sta. Elena....... 52 ____ Total en el extranjero1499 ____ Total general......... 2874

 12 ____ 896 ____ 896

15 162 ____ 4910 ____ 9416

DEPARTAMENTO DE SUMINISTROS (“INTENDENCIA”) Localmente Edificios ocupados  localmente: 8; En el extranjero: 22.

En el extranjero

Oficiales ........................................53 Empleados ................................... 207 ____ Total.................................... 260

15 55 ____ 70

DEPARTAMENTO DE PROPIEDADES Propiedades actualmente del Ejército:  Reino Unido ......................... £377.500 Francia y Suiza .........................10.000 Suecia.....................................13.598 Noruega .................................. 11.676 Estados Unidos .......................... 6.601 Canadá ................................... 98.728 Australia .................................. 86.251 Nueva Zelanda .........................14.798 India ........................................ 5.537 Holanda ................................... 7.188 Dinamarca ................................ 2.340 Sudáfrica................................. 10.401 ______ Total....................... £644.618 Valor de los instrumentos comerciales, acciones, maquinarias y bienes disponibles, £130.000 adicionales. OBRA SOCIAL DEL EJÉRCITO Hogares de rescate (mujeres caídas).. 33 Puestos en los Barrios Marginales ......33 Brigadas de las Prisiones ..................10 Centros de Comidas ......................... 4 Albergues para Indigentes................. 5 Hogares para alcohólicos ................... 1 Fábrica para los “Desocupados” .......... 1 Agencia de empleo ........................... 2 Oficiales y otros que administran dichas Ramas ...................................... 384 LITERATURA SOBRE SALVACIÓN Y REFORMA SOCIAL Local Extranjera 3 24 3 12 __ __ Total.................................. 6 36

Periódicos semanales Revistas mensuales

Circulación 31.000.000 2.400.000 _________ 33.400.000

Circulación anual total de los periódicos y revistas mencionados precedentemente.............................. 33.400.000 Circulación anual total de otras publicaciones.............. 4.000.000 .......................................................................... _________ Circulación total anual de literatura del Ejército ........... 37.400.000 REINO UNIDO ....................................................... “The War Cry” .................................................... 300.000 semanales “The Young Soldier” ............................................. 126.750 “ “All the World”.................................................... 50.000 mensuales “The Deliverer” ................................................... 48.000 “

TOTAL DE ESTADÍSTICAS Guarniciones de Entrenamiento para Oficiales (Reino Unido) ...................... 28 400 OD. OD. (Extranjero) ....................... 38 760 Furgones grandes para la evangelización de Villas (conocidas como Unidades Móviles)…… 7 Casas de Descanso para Oficiales ........... 24 240 Reuniones semanales bajo techo ............... 28.241 Reuniones semanales al aire libre (principalmente en Inglaterra y las Colonias) .................. 21.467 ______ Total de reuniones semanales ................... 49.818 Número de casas visitadas semanalmente (sólo en Gran Bretaña).......................... 54.000 Número de países y colonias ocupadas ....... Cantidad de idiomas en que se imprime la literatura Cantidad de idiomas en que la Salvación es predicada por los Oficiales ................................... Cantidad de Oficiales No Comisionados y Músicos........................................... Cantidad de Escribas y Empleados Administrativos Promedio semanal de telegramas recibidos: 600 y de cartas: 5.400 en Cuartel de Londres Suma reunida anualmente de todas las fuentes del Ejército..........................................

£11.500

10.000

34

15

29 23.069 471

£750.000

Los BALANCES GENERALES del Cuartel Internacional debidamente auditados por contadores colegiados se publican anualmente en c onexión con el Cuartel Internacional. Ver Memoria Anual de 1889  “Guerra Apostólica”. Cada Cuerpo en el mundo publica también balances trimestrales, los que son auditados y firmados por los Oficiales Locales. Los balances de las Divisiones son publicados mensualmente y auditados por un Departamento Especial en el Cuartel. También se publican balances generales auditados independientes por cada Cuartel Territorial. LA LIGA AUXILIAR La Liga Auxiliar Internacional del Ejército de Salvación está compuesta: 1.  De personas que, sin necesariamente respaldar o aprobar cada método usado por el Ejército de Salvación, admiran lo suficiente su gran labor de salvar a los alcohólicos, rescatar a los caídos  en una palabra, salvar a los perdidos  como para tenerlos presentes en sus ORACIONES. INFLUENCIA Y DINERO 2.  De personas que, si bien están totalmente de acuerdo con el Ejército, no pueden unirse a él, porque trabajan activamente para sus propias denominaciones religiosas, o bien, por motivos de salud u otras circunstancias, que les impiden tener una participación activa en la labor cristiana. Estas personas se han registrado como Auxiliares de Cobranza.

La Liga está compuesta de personas influyentes y alto rango social, miembros de casi todas las denominaciones religiosas, y un sinnúmero de ministros. PANFLETOS.  Cuando lo solicitan en el Cuartel, a los auxiliares se les proporcionan ejemplares gratis de la Memoria Anual y el Balance General, como también de otros panfletos para su distribución. Algunos de nuestros Auxiliares nos han ayudado activamente a distribuir nuestra literatura en las zonas costeras y en otras partes, gestionando la entrega periódica de esta literatura en salas de espera, termas y hoteles, ayudándonos así a combatir el prejuicio de muchas personas que no están familiarizadas con el Ejército. “ALL THE WORLD” se distribuye mensual y gratuitamente a nuestros Auxiliares. Para mayor información y para obtener detalles acerca de la labor del Ejército de Salvación, presente su solicitud personalmente o envíela por correo al GENERAL BOOTH o al Secretario de Finanzas del Cuartel Internacional, 101, Queen Victoria St., London, E.C., a quien también deberán remitirse las contribuciones. Los cheques y los giros postales deberán emitirse cruzados a la orden de “City Bank”.

EL EJÉRCITO DE SALVACIÓN: UNA VISIÓN GENERAL POR UN OFICIAL CON 17 AÑOS DE SERVICIO ¿Qué es el Ejército de Salvación? Es una Organización creada para llevar a cabo una revolución radical en cuanto a la condición espiritual de la gran mayoría de los pueblos del mundo. Su objetivo es generar un cambio no sólo en las opiniones, sentimientos y principios de estas vastas poblaciones, sino también alterar el curso de sus vidas, para que en vez de invertir su tiempo en frivoli dades y en la búsqueda del placer, y quizás en las más perversas formas de vicio, lo inviertan en servir a su generación y en adorar a Dios. Hasta ahora ha operado principalmente en países que se reconocen cristianos, en los cuales la gran mayoría de sus gentes han dejado de adorar a Jesucristo, al menos públicamente, o de someterse a Su autoridad. ¿Hasta qué punto ha tenido éxito el Ejército? Actualmente su bandera ondea en 34 países o colonias, donde, bajo el liderazgo de aproximadamente 10.000 hombres y mujeres, cuyas vidas están totalmente dedicadas a esta labor, se realizan casi 49.800 reuniones religiosas semanales, a las cuales asisten millones de personas que hace diez años se habrían reído de la sola idea de orar. Y estas operaciones son sólo medios para expandirnos aún más, como veremos, especialmente si consideramos que el Ejército cuenta con 27 periódicos semanales, con una venta de casi 31.000.000 copias en las calles, tabernas y balnearios populares que frecuentan la mayoría no creyente. Estamos ciertos que eventualmente rescataremos a un creciente número de hombres y mujeres de sus filas. El que todo esto no es una racha pasajera de sentimientos queda quizás demostrado por el hecho de que el Ejército ha acumulado no menos de £775.000 en bienes, paga arriendos que ascienden a £220.000 anuales por sus lugares de reunión y tiene un ingreso anual total que asciende a tres cuartos de millón. Analicemos ahora cuál es la fuente de todo esto. Hace sólo veinticinco años el autor de esta obra se encontraba parado absolutamente solo en el Este de Londres, tratando de cristianizar a las multitudes irreligiosas, sin siquiera pensar en la creación de una organización semejante. Considerad también toda la oposición que ha tenido que enfrentar el Ejército de Salvación durante su existencia. En cada país tiene que enfrentar el prejuicio, desconfianza y desprecio universales, y con frecuencia una antipatía incluso peor. Esta oposición se ha reflejado generalmente en una sistemática persecución gubernamental y policíaca, seguida muchas veces del encarcelamiento y de los pronunciamientos condenatorios de obispos, clérigos, periodistas y otros; y de improperios y maldiciones, abucheos e insultos del pueblo. A todo esto ha tenido que enfrentarse el Ejército en cada país para llegar a ganarse el respeto universal, ese respeto que se les tiene a los conquistadores. ¿Y quién integra esta hueste conquistadora?

Dondequiera que vaya el Ejército, en sus primeras reuniones congrega a los hombres más viles, brutales y blasfemos que pueda encontrarse, quienes, si se les permite, interrumpen los servicios y, si ven la menor señal de tolerancia de parte de la policía, frecuentemente asaltan con violencia a los oficiales del Ejército o sus bienes. Sin embargo, un par de Oficiales enfrentan este tipo de audiencia con la absoluta seguridad de que reclutarán a más de alguno para los Cuerpos del Ejército. Muchos miles de los que actualmente ocupan cargos importantes en las filas del Ejército no sabían lo que era orar antes de asistir a los servicios, y un gran número de ellos estaba sinceramente convencido que todo lo relacionado con la religión era absolutamente falso. Es con estos hombres que Dios ha construido lo que actualmente se reconoce como uno de los organismos que cuenta con los más fervientes creyentes que jamás haya visto la tierra. Muchas de las personas que han visto el progreso del Ejército han mostrado una extraña falta de discernimiento al hablar y escribir acerca de él, como si todos sus logros fuesen el resultado del azar o como si una persona pudiese generar en las vidas de otros dichos cambios a voluntad. Una mínima reflexión, estamos seguros, será suficiente para convencer a un hombre imparcial de que los gigantescos resultados alcanzados por el Ejército de Salvación sólo pudieron obtenerse mediante procesos continuos e inalterables adaptados para este fin. ¿Y cuáles son los procesos gracias a los cuales se ha formado este gran Ejército? 1. La base de todos los éxitos del Ejército, aparte del divino recurso de su fortaleza, es un ataque continuo y directo contra aquellos a los que pretende atraer hacia la influencia del Evangelio. El Oficial del Ejército de Salvación — en lugar de subirse a un pedestal digno para describir la condición caída de sus congéneres, en la esperanza de que, a pesar de estar lejos de él, ellos podrían, mediante algún misterioso proceso, tener una mejor vida — va por las calles de puerta en puerta, de habitación en habitación, posando sus manos en aquellos que se encuentran espiritualmente enfermos y los guía hacia el Sanador Todopoderoso. En sus formas de hablar y escribir, el Ejército constantemente refleja esta misma característica. En vez de promover teorías religiosas o pretender enseñar un sistema teológico, se dirige a cada individuo como lo hicieran los antiguos Profetas o Apóstoles, refiriéndose a su pecado y deber, dando así a cada corazón y conciencia la luz y el poder del cielo, que son los únicos que podrán transformar al mundo. 2. Y, paso a paso, este contacto humano lleva consigo algo que sin lugar a dudas es divino. La confusión y autocontradicción de la mayoría de los que critican al Ejército procede indudablemente del hecho de encontrarse en la obligación de explicar este éxito sin admitir que un poder sobrehumano interviene en su ministerio, y sin embargo día a día, noche a noche, estos eventos milagrosos se multiplican. El hombre que anoche estaba ebrio en una barriada de Londres, hoy está pregonando a Cristo desde una de las plataformas del Ejército. El escéptico astuto, que hace algunas semanas interrumpía a los oradores en Berlín y que manifestaba su desprecio hacia las afirmaciones de éstos de conocer personalmente al Salvador invisible, es hoy en día un creyente tan fiel como cualquiera de ellos. La pobre niña avergonzada y desesperanzada, que hace un mes era una marginada social en París, es hoy una devota y modesta seguidora de Cristo que trabaja en condiciones humildes. Para aquellos que admiten que tenemos razón al decir que “esta es la obra del Señor” todo es muy simple, y nuestra certeza de que la hez de la sociedad puede llegar convertirse en una de sus glorias no requiere de mayores explicaciones.

3. Todos estos milagros modernos serían, sin embargo, comparativamente inútiles si no fuese por el sistema del Ejército de aprovechar al máximo los dones y la energía de nuestros convertidos. Supongamos que, sin recurrir al poder Divino, el Ejército hubiese tenido éxito en sacar de la pobreza a miles de personas antiguamente desconocidas e inadvertidas por la comunidad, convirtiéndolas en Cantores, Oradores, Músicos y Asistentes; ello habría sido de por sí un hecho notable. Pero esas personas no sólo se han dedicado a diversas tareas que benefician a la comunidad. A ellas se les ha insuflado también la poderosa ambición de llegar a ser lo más útiles posible. Nadie debería sorprenderse de que esperamos ver que el mismo proceso sea llevado a cabo con éxito entre nuestros nuevos amigos del Albergue Temporal y de los Barrios Marginales. Y si el Ejército ha sido capaz de usar estos talentos humanos para los más altos propósitos, a pesar de la práctica contraria casi universal entre las Iglesias ¿qué sería capaz de lograr su Rama Social si tomase como ejemplo al Ejército? 4. El mantenimiento de todo este sistema se debe en gran parte a la aceptación total del gobierno y disciplina militar. Si no fuera por ello, no podríamos desconocer el hecho de que incluso en nuestras filas surgirían a diario dificultades respecto de la promoción a primer plano de aquellos que otrora fueron perseguidores e injuriadores. El antiguo sentimiento de recelo que hubiese mantenido a Pablo en segundo plano después de su conversión es, desafortunadamente, parte de la herencia conservadora de la naturaleza humana que sigue existiendo en todas partes, y que tiene que ser superada mediante una rígida disciplina para poder garantizar que siempre y en todas partes se aproveche al máximo al nuevo converso en beneficio de Cristo. Pero el sistema de nuestro Ejército es un hecho grande e indiscutible, tanto así que nuestros enemigos nos lo reprochan. El hecho que sea posible crear una Organización Militar que garantice la ejecución de los deberes diarios es indudablemente una maravilla, pero una maravilla lograda tanto por los Republicanos de Norteamérica y Francia como por los entrenados militarmente en Alemania o los súbditos de la monarquía británica. Es notable que podamos enviar a un oficial de Londres, quien no tiene una habilidad extraordinaria, a asumir el mando de cualquier cuerpo del mundo, con la seguridad de que encontrará soldados ansiosos de cumplir sus mandatos sin cuestionarlos, siempre que observe fielmente las normas y reglamentos con arreglo a los cuales recluta a sus hombres. 5. Pero demuestran una curiosa ignorancia aquellos que atribuyen nuestro éxito a esta disciplina, como si se tratase de un régimen carcelario, aunque impuesto sin el poder que tiene el celador de la prisión o el sacerdote católico. Por el contrario, en aquellos lugares en que la disciplina del Ejército se ha visto en peligro y el éxito de su labor interrumpido por un tiempo, ello se ha debido al intento de imponerla sin la necesaria dosis de amor y alegría que es su principal fuente. Los que conocen a nuestros soldados, dondequiera que se hallen, no pueden dejar de sorprenderse inmediatamente de su extraordinaria alegría, y esa dicha es en sí uno de los elementos más contagiosos e influyentes del éxito del Ejército. Pero si este es el sentimiento que surge entre aquellos que comparativamente se encuentran en buena situación, ¡pensad los resultados que se alcanzarían entre los más pobres y los más miserables! Para aquellos que nunca han tenido días felices, ver una cara alegre es como una revelación y una inspiración. 6. Pero el Ejército no ha alcanzado su éxito con rapidez mágica; el éxito depende, al igual que en todo trabajo real, de una infinita perseverancia.

Y eso sin mencionar la perseverancia del Oficial que ha dedicado toda su vida a la salvación de los hombres y de quien, por estar entregado y dedicado a esta gran obra, se esperaría que mantuviese su fe, y la de muchos de nuestros Soldados que, después de un arduo día de trabajo para ganarse el pan, tienen sólo unas pocas horas de descanso, pero las dedican generosamente al servicio de la Guerra. Una y otra vez, cuando sepultamos a uno de nuestros Soldados, en medio del respeto casi universal del pueblo que una vez lo conoció como un maleante, escuchamos decir que este hombre, desde su conversión hace unos cinco o diez años, rara vez se ausentó de su puesto y nunca sin una buena razón. Sus deberes pueden haber sido comparativamente insignificantes, “sólo un portero”, “sólo un vendedor del Grito de Guerra”, pero domingo a domingo, noche tras noche, ha estado presente, independiente de quien haya sido el Oficial superior, para realizar su labor, entregando un aliento de esperanza a los necesitados y mostrando una fidelidad constante hacia todos. La continuidad de estos procesos de misericordia depende en gran parte del liderazgo, y la creación y mantenimiento de ese liderazgo ha sido una de las maravillas del Movimiento. Contamos hoy en día con hombres que son respetados y reverenciados en gran parte del país, que estimulan a multitudes a unirse al servicio más devoto, a pesar de que sólo hace algunos años eran campeones de la iniquidad, notables en casi todas las formas de vicio y algunos incluso cabecillas de una violenta oposición al Ejército. Tenemos derecho a creer que de acuerdo a los mismos lineamientos Dios va a crear justamente a ese tipo de líderes en forma ilimitada e irrestricta. Debajo, detrás, e inserta en los éxitos del Ejército de Salvación se encuentra una fuerza en contra de la que el mundo se podrá burlar, pero sin la cual no se podrían eliminar las miserias del mundo: es la fuerza del amor Divino que envolvió el Calvario y que Dios es capaz hoy de comunicar a través de Su espíritu a los corazones humanos. Es triste ver cómo hombres inteligentes pretenden explicar, sin admitir este gran hecho, el autosacrificio y éxito del Ejército de Salvación y sus Soldados. Si aquellos que quieren entender al Ejército, se tomasen la molestia de pasar veinticuatro horas con su gente, las conclusiones a las que llegarían casi siempre serían otras muy distintas. Media hora en las habitaciones de muchos de nuestros oficiales convencería, incluso a un hombre acomodado, de que la vida no puede ser disfrutada en tales circunstancias sin algún poder sobrehumano que apoye y alegre el alma, independientemente de las cosas terrenales que se encuentren o que falten a su alrededor. El Plan que ha sido propuesto en este volumen no tendría, por cierto, ninguna posibilidad de éxito si no fuese por el hecho de que contamos con tantos hombres y mujeres que, a través del amor de Cristo que gobierna sus corazones, están dispuestos a vivir una vida de autosacrificio, considerando un privilegio el trabajo en beneficio de los más viles y perversos. Con tal fuerza bajo nuestro mando, nos atrevemos a decir que, si se obtiene el apoyo material que el Ejército no posee, el éxito de esta grandiosa empresa será un hecho cierto.

DEPARTAMENTO DE REFORMA SOCIAL DEL EJÉRCITO DE SALVACIÓN Cuartel Temporal— 36, UPPER T HAMES S TREET, LONDRES , E.C. OBJETIVOS — Poner en contacto a empleadores y trabajadores para su beneficio mutuo. Dar a conocer las necesidades de unos a otros, proporcionándoles un método eficaz de comunicación. P LAN OPERATIVO — Creación de una Oficina Central de Registro, que de momento estará ubicada en la dirección que se indica. En ella se llevarán registros gratuitos, que contendrán las necesidades de empleadores y trabajadores. Los registros estarán a disposición de cualquier parte interesada para su consulta. Salas de Espera Públicas (femeninas y masculinas), en las cuales los desempleados podrán revisar periódicos y solicitar la publicación de avisos de empleo, a la tarifa más económica posible. Los usuarios tendrán a su disposición escritorios, etc. para redactar sus solicitudes de empleo. En estas salas los trabajadores desempleados también podrán recibir las cartas de respuesta a sus solicitudes. Las Salas de Espera funcionarán también como Centros de Reunión, en los cuales podrán entrevistarse y negociar empleadores y Trabajadores, con cita previa o no. De esta manera se pretende evitar que el desempleado tenga que aguardar en tabernas, las que actualmente son los únicos “centros de reunión” para hombres desocupados. El plan operativo también contempla la difusión entre el público general de las ofertas de empleo, por medio de avisos, circulares y solicitudes directas a los empleadores; la publicación de estadísticas laborales, incluyendo información respecto del número de desempleados en busca de trabajo, sus oficios y ocupaciones, etc., etc. Creación de sucursales de la Agencia de Empleo, en la medida que se cuente con los fondos y oportunidades necesarios, en grandes pueblos y centros industriales de Gran Bretaña. En lo que respecta a la Agencia de Empleo, nos proponemos cubrir las necesidades de trabajadores calificados y no calificados. Para estos últimos, se crearían agencias tales como la Asociación de Hombres- Anuncio, Lustrabotas, Limpiadores de Alfombras, Lavanderos y Blanqueadores, Limpiadores de Vidrios, Leñadores y otras Brigadas, todas las cuales, y muchas más, se impleme ntarán en cuanto dispongamos de la ayuda del público (en lo que respecta a su demanda por este tipo de trabajadores). La Agencia de Empleo también tendrá como rama una Oficina de Empleo Doméstico. Se contempla además crear un Hogar para Sirvientes Domésticos desempleados. En lo que respecta a éste y otros servicios, sólo se espera disponer de los fondos requeridos para iniciar las operaciones. La correspondencia y donaciones deberán remitirse a la “Agencia de Empleo”, a la dirección arriba indicada.

AGENCIA CENTRAL DE EMPLEO DEPARTAMENTO DE AGENTES LOCALES Y CORRESPONSALES Estimado Camarada: La carta adjunta, que ha sido enviada a todos nuestros Oficiales en el Campo de Batalla, explicará nuestro propósito. Se nos ha proporcionado su nombre en atención a su simpatía por la causa de los pobres de la humanidad. Deseamos que cada uno de nuestros Cuerpos, en cada localidad del Reino Unido, cuente con un camarada solidario y práctico que actúe como nuestro Agente Local o Corresponsal, a quien podamos recurrir permanentemente como fuente de información confiable y que acepte como una tarea de amor comunicarnos periódicamente información útil respecto de la condición social que impera en su vecindario. Agradeceríamos su pronta respuesta, dándonos a conoc er su opinión acerca de este tema, por cuanto deseamos organizar inmediatamente un plan de acción en esta área. Nuestra primera tarea es obtener información acerca de las personas desempleadas y de los empleadores que requieran trabajadores, con el propósito de incluirlos en nuestros registros y dar a conocer las necesidades de ambos. Nos complacería recibir una comunicación de su parte, en la que nos indicase la situación en que se encuentra su localidad, como también las ideas o sugerencias que este asunto le merecen en lo que respecta a apoyar este quehacer nuestro. Me permito señalarle que nuestro Departamento Social no está a cargo del tema del empleo solamente, sino también del rescate de presidiarios y otros aspectos del obra de Salvación, el que aborda los problemas del desamparo humano en general. Comprenderá, entonces, la bendición que su cooperación podría significar para el obra de Dios. Su afectuoso, etc., etc. amigo por los Sufrientes y Perdidos, etc.,

DEPARTAMENTO DE AGENTES LOCALES Y CORRESPONSALES PRESENTACIÓN DE AGENTES LOCALES, CORRESPONSALES, ETC. Nombre Dirección Ocupación Si es Soldado, ¿a qué Cuerpo pertenece? Si no es Soldado, ¿a qué Denominación pertenece? Al hablársele del tema, ¿cuáles fueron sus respuestas? Firmado Cuerpo Fecha

189 .

Sírvase remitir a la brevedad. A la recepción de este formulario nos comunicaremos con el Camarada que ha sido propuesto para este cargo.

CARTA A EMPLEADORES Sr. Nos permitimos informaros que el Ejército de Salvación ha abierto, en la dirección antes indicada y como anexo al Departamento de Reforma Social, una Agencia Empleo para el Registro de las necesidades laborales de toda clase de empleadores y trabajadores, de Londres y del resto del Reino Unido. Su propósito es poner en comunicación, para beneficio mutuo, a quienes requieren de empleados y a quienes buscan trabajo. En la dirección indicada, se dispone de salas de espera, en las cuales los empleadores pueden entrevistarse con los hombres y mujeres desempleados que buscan trabajo. A los últimos se les ofrece las comodidades necesarias para escribir cartas, revisar los anuncios en los periódicos, etc. En caso de requerir de trabajadores de cualquier tipo, agradeceríamos que llenaseis el formulario adjunto y que lo remitieseis a nuestra oficina. Vuestros requerimientos serán debidamente ingresados en nuestros registros, tras lo cual haremos todas las gestiones posibles para suplir vuestras necesidades. Permitidme aseguraros que vuestra solicitud recibirá la atención que merece, ya sea que diga relación con un puesto de trabajo temporal o permanente. Nos complacería, asimismo, enviaros información adicional, a través de nuestro Departamento Laboral, respecto de nuestros planes, etc., o bien concertar una visita por parte de nuestros Oficiales para recibir vuestras instrucciones referentes a posibles trabajadores, si así lo deseáis. Puesto que el registro de empleadores y de trabajadores desempleados se realiza sin cargo alguno, naturalmente este tipo de operación demandará recursos considerables, por lo que se requerirá de una significativa ayuda financiera. Estaremos muy agradecidos de recibir donaciones, aunque no sean más que unas pocas monedas, las que nos permitirán cubrir el costo operativo de este departamento. Creemos pertinente señalar que daremos recomendaciones personales únicamente en casos especiales. Sin duda, comprenderéis esta posición nuestra, habida cuenta del gran número de personas que nuestra oficina procesará, las que nos son completamente desconocidas. Agradeceríamos remitir correspondencia y Empleo”, a la dirección arriba indicada, etc.

donaciones

a

“Agencia

Central

de

INTENTAMOS INICIAR UNA CRUZADA CONTRA LA “EXPLOTACIÓN”. ¿NOS AYUDARÉIS? Muy Señor Nuestro: Como anexo al Departamento de Reforma Social, hemos abierto una Agencia de Empleo, que incluirá un departamento encargado de abordar el problema de la llamada mano de obra “no calificada”, bajo la cual se clasifican los HOMBRES- A NUNCIO , M ENSAJEROS , DISTRIBUIDORES DE FACTURAS, REPARTIDORES DE CIRCULARES, LIMPIADORES DE VIDRIOS, LAVANDEROS Y BLANQUEADORES, LIMPIADORES DE ALFOMBRAS, etc., etc. Es de vital importancia que el salario de estos hombres, y otros no enumerados aquí, esté sujeto a las menores deducciones posibles por parte de los Contratistas o por quienes actúan como intermediarios entre estos trabajadores y sus empleadores. En las operaciones que realicemos en esta área, no es nuestra intención lucrar de aquellos a quienes deseamos beneficiar, sino más bien asegurarnos que reciban el salario completo menos una pequeña deducción de, por ejemplo, medio penique en el chelín, u otra módica cantidad similar, la que se destinará a cubrir los gastos que significa proporcionar los carteles a los “hombres-anuncio”, el arriendo de carretillas de mano, la adquisición de herramientas necesarias, etc., etc. Deseamos ayudar a la clase más necesitada, la de los “hombre-anuncio”, muchos de los cuales son “explotados” con salarios de hambre, recibiendo con frecuencia apenas un chelín por su trabajo diario. APELAMOS A TODOS LOS QUE SOLIDARICEN CON LAS GENTES QUE SUFREN, particularmente a las

gentes y Sociedades Religiosas y Filantrópicas, para que nos asistan en nuestros esfuerzos, solicitando por nuestro intermedio a Hombres- Anuncio, Mensajeros, Repartidores de Facturas, Limpiadores de Vidrios y otras clases de oficios. Nuestro cargo por la contratación de “hombres-anuncio” será de 2 chelines y 2 peniques, incluyendo los carteles, la asignación y la debida supervisión de estos trabajadores, etc. Se pagará al menos dos chelines directamente al trabajador. Muchos de quienes emplean a estos hombres pagan esos mismos dos chelines y a veces más, pero lo que llega al bolsillo del trabajador es con frecuencia la mitad de ese monto. Nos complacerá enviaros mayor información acerca de nuestros planes, o, previa solicitud vuestra, a uno de nuestros representantes que os los explicará en detalle nuestra oferta o recibirá vuestra orden de contratación. Permanezco siempre vuestro atento y seguro servidor, etc. etc.

AGENCIA CENTRAL DE EMPLEO A LOS DESEMPLEADOS – HOMBRES Y MUJERES

NOTIFICACIÓN En la dirección antes mencionada, se ha abierto un Registro Gratuito para todas las personas que no tienen trabajo. Si desea trabajar, visítenos para entregarnos sus datos personales e informarnos acerca de sus necesidades. Ingrese en los Registros su nombre, dirección y necesidades, o bien llene el formulario adjunto y entréguelo en la dirección mencionada anteriormente. Revise las páginas de clasificados en los periódicos a su disposición. En nuestra oficina disponemos de mesas, provistas de plumas y tinta, para que escriba solicitudes de empleo. Si vive lejos, llene este formulario indicando los datos personales solicitados y adjunte recomendaciones. Remítalo al Comisionado Smith, en la Agencia de Empleo. Nombre Dirección Tipo de trabajo deseado Pretensión salarial

Nombre Edad Durante los últimos 10 años, ¿ha tenido usted un empleo regular? ¿Por cuánto tiempo? ¿Qué tipo de trabajo? ¿Qué trabajos sabe hacer? ¿En qué ha trabajado en tiempos difíciles? ¿Cuánto ganaba cuando tenía empleo regular? ¿Cuánto ganaba cuando no tenía empleo regular? ¿Es usted casado? ¿Está su esposa con vida?

¿Cuántos hijos tiene y de qué edades? Si se le enviara a una Granja para trabajar en lo que pudiera, y recibiera alimentos, alojamiento y vestimenta, ¿se esforzaría usted al máximo ante la perspectiva de prosperar?

CÓMO EL CONDE RUMFORD ABOLIÓ LA MENDICIDAD EN BAVIERA

El Conde Rumford fue un oficial estadounidense que prestó servicios distinguidos en la Guerra Revolucionaria de ese país, estableciéndose posteriormente en Inglaterra. De Inglaterra se fue a Baviera, donde fue ascendido a comandante en jefe del ejército y también desempeñó cargos de importancia en el Gobierno Civil. En ese entonces, Baviera estaba literalmente inundada de mendigos, los que no sólo ofendían la vista y desacreditaban a la nación, sino que significaban un perjuicio real para el Estado. El Conde decidió eliminar esta miserable ocupación, y los siguientes extractos de sus obras describen el método aplicado para lograr su objetivo:— “Por el descuido del Gobierno y el abuso de la nobleza y la caridad de su amistosa población, Baviera se había infestado de mendigos, a los que se unían vagabundos y ladrones. Ellos eran para la nación lo que los parásitos y las sabandijas son para la gente y sus viviendas — y se multiplicaban igualmente por descuido y pereza”. — (Página 14) “En Baviera había leyes que contemplaban formas de ayuda para los pobres, pero se las hizo caer en desuso. La pobreza se había generalizado”. — (Página 15) “En síntesis”, afirma el Conde, “estos detestables parásitos hormigueaban por doquier; y no sólo su descaro y atrevimiento eran ilimitados, sino que además recurrían a los ardides más diabólicos y a los delitos más horrendos en el ejercicio de su infame profesión. Exponían y torturaban a sus propios hijos, y a los que secuestraban para sus propósitos, con el fin de extraer unas monedas de los ciudadanos caritativos”. — (Página 15) “En las grandes ciudades la mendicidad era un fraude organizado, con una suerte de gobierno y policía propios. Cada mendigo tenía un lugar asignado de acuerdo con su jerarquía, con órdenes de precedencia y ascensos establecidos, al igual que en otros gobiernos. Habían batallas para solucionar los asuntos contenciosos; y no era infrecuente que una buena esquina equivaliera a una dote o a una generosa herencia”. — (Página 16) “Se dio cuenta de que no bastaba con prohibir la mendicidad por ley o castigarla con prisión. A los mendigos no les preocupaba ninguna de las dos. El vitalísimo estadista yanqui abordó la cuestión como si se tratara de un problema científico. Estudió la mendicidad y a los mendigos. ¿Cómo lidiaría con un solo mendigo? ¿Lo enviaría a prisión durante un mes para que volviera a mendigar apenas quedara en libertad? Esa no era la solución. El camino evidente era prohibirle mendigar, pero al mismo tiempo debía dársele la oportunidad de trabajar, debía enseñársele a trabajar, incentivársele a realizar una labor honesta. Y el sabio gobernante se propuso dar alimento, comodidades y trabajo a cada mendigo y vagabundo de Baviera, y lo logró”. — (Página 17) “El Conde Rumford, sabio y justo, se abocó a reformar a todos los mendigos y vagabundos, para convertirlos en ciudadanos útiles, incluso a aquellos que se encontraban sumidos en el vicio y el delito. “‘¿Cuál’, se preguntó, ‘es la primera condición de comodidad, después de las necesidades básicas de la vida?’. La limpieza, tan valorada por animales e insectos, que afecta la condición moral del hombre y que está relacionada con la santidad.

Por siglos ha prevalecido la idea de que el alma se contamina y corrompe con todo aquello que es sucio. La virtud nunca comparte un lugar con la suciedad. Nuestros cuerpos le han declarado la guerra a todo lo que los contamina. “Lo primero que hizo, después de un estudio y consideración acuciosos del tema, fue establecer en Munich, y en otros puntos necesarios, Establecimientos Laborales amplios, ventilados e incluso elegantes, y los dotó de las herramientas y materiales requeridos para los procesos de manufactura más necesarios y útiles para el país. Cada establecimiento tenía un gran comedor y una cocina debidamente equipada para ofrecer una cena modesta a cada trabajador. Se contrataron profesores para cada tipo de labor. Calidez, luz, comodidad, limpieza y orden, dentro y alrededor de estos establecimientos, los hacían atractivos. La comida diaria era gratuita, solventada inicialmente por el Gobierno y posteriormente mediante contribuciones de los ciudadanos. Los panaderos donaban pan añejo; los carniceros, la carne de descarte; los ciudadanos, sus alimentos sobrantes — todos agradecidos por haberse librado de la molestia que representaban los mendigos. Los profesores de artesanía eran enviados por el Gobierno. Y, aunque todo esto era gratuito, cada persona recibía una paga completa por su trabajo. No mendigaréis; pero aquí tenéis comodidades, alimento, trabajo y salario. No había mal comportamiento ni lenguaje inapropiado; en cinco años no se conoció el castigo físico, ni siquiera una bofetada de un instructor a un niño. “Cuando silenciosamente se terminaron los preparativos para este experimento, el ejército — el brazo derecho del poder gobernante, que había sido preparado para este trabajo a través de una profunda reforma — fue llamado a la acción para asistir a la policía y a los magistrados civiles. Se destacaron regimientos de caballería en cada ciudad, y patrullas en todos los caminos, y escuadrones en las aldeas, que observaron el más estricto orden y disciplina, y la mayor deferencia hacia las autoridades civiles, evitando además toda ofensa a los pobladores. Sus instrucciones eran arrestar, en cuanto recibieran la orden, a todos los mendigos, vagos y desertores, y conducirlos ante los magistrados. Esta policía militar no significó ningún costo extra para el país, salvo algunos acuartelamientos, gasto que representó para el país completo menos de £3.000 al año. “El 1 de enero de 1790 — el Día de Año Nuevo es desde tiempos inmemoriales el mejor feriado para los mendigos, un día en que atestan las calles a la espera que todos les den una limosna — los oficiales comisionados y no comisionados de tres regimientos de infantería se distribuyeron temprano en la mañana por diferentes distritos de Munich a esperar las órdenes. El Teniente General Conde Rumford reunió en su residencia a los oficiales superiores del ejército y a los principales magistrados de la ciudad y les comunicó sus planes para la campaña. Entonces, vistiendo el uniforme de su rango, con sus medallas y condecoraciones vistosas en el pecho, sirviendo de ejemplo hasta para el soldado más humilde, los condujo a la calle. No alcanzó a dar un paso cuando se le acercó un mendigo, le deseó ‘Feliz Año Nuevo’ y esperó su limosna. ‘Me acerqué a él’, dijo el Conde Rumford, ‘y depositando gentilmente mi mano sobre su hombro, le dije que a partir de ese momento no se permitiría la mendicidad en Munich; que si estaba necesitado, se le prestaría ayuda; y que si se le sorprendía mendigando de nuevo, sería severamente castigado’. Luego, se le envió al Ayuntamiento de la ciudad, se registró su nombre y residencia, y se le instruyó a que se reportara en el Establecimiento Laboral Militar Ejército a la mañana siguiente, donde encontraría comida, trabajo y dinero. Cada oficial, cada magistrado, cada soldado siguió el ejemplo del Conde; todos los

mendigos fueron arrestados y, en un solo día, se suprimió la mendicidad en Baviera. Fue exiliada del reino. “Y ahora veamos cuál fue el desarrollo y el éxito de este experimento. Parecía un riesgo confiar las materias primas de la industria — lana, lino, cáñamo, etc. — a las manos de mendigos comunes; convertir a una clase viciosa y corrupta en una disciplinada y útil, fue una empresa ardua. Por cierto, la mayoría trabajó mal al principio. Por meses, costaron más de lo que producían. La cantidad de cuernos estropeados superó el número de cucharas producidas. Primero, fueron empleados en las manufacturas más toscas y ordinarias, y se les fue ascendiendo a medida que mejoraban en su trabajo; por algún tiempo se les pagó más de lo que producían — pero fue para incentivar su buena disposición, esfuerzo y perseverancia. Esas cualidades eran invaluables. Los pobres vieron que se les trataba con algo más que justicia: se les trataba con amabilidad. Era evidente que lo único que se buscaba era su bienestar. Al principio, hubo confusión, pero insubordinación nunca. Eran torpes, pero no insensibles a la amabilidad. A los ancianos, débiles y niños se les asignaban las tareas más fáciles. A los pequeños se les pagaba por el sólo hecho de mirar, hasta que ellos mismos rogaron que se les permitiese unirse al trabajo, el que les parecía un juego. Todo a su alrededor era limpio, tranquilo, ordenado y placentero. Vivían en sus propios hogares y llegaban a una hora fija todas las mañanas. Al mediodía, recibían una comida caliente y nutritiva de sopa y pan. Las provisiones se conseguían mediante donaciones o se compraban al por mayor, y la economía de la cocina llegó a un grado de máxima perfección. El Conde Rumford había planificado tan bien el proceso de cocina que tres mujeres cocinaban una cena para mil personas, a un costo de 4 ½ peniques de combustible, aunque se usaba leña; y el costo total de la comida para 1.200 personas era de sólo £1, 7 chelines y 6 ½ peniques, o aproximadamente ¡un tercio de penique por cada persona! Se mantenía un orden perfecto — en el trabajo, en las comidas, en todas partes. Cada vez que un grupo se sentaba a la mesa, con la comida previamente servida, sus integrantes repetían una breve oración. ‘Quizás’, señala el Conde Rumford, ‘deba pedir disculpas por mencionar una costumbre tan anticuada, pero yo mismo soy muy anticuado y me agrada ese tipo de cosas’. “Estas pobres gentes recibían una generosa paga por su trabajo, pero se necesitaba algo más que dinero. Se necesitaba el sentido de emulación, el deseo de sobresalir, el sentido del honor, el amor por la gloria. Además de la paga, los más meritorios recibían recompensas, premios y distinciones. Especial cuidado se adoptó con los niños. Primero, se les pagaba simplemente por estar presente, como observadores pasivos, hasta que con lágrimas imploraron que se les permitiera trabajar. ‘Lo dulces que esas lágrimas eran para mí’, indica el Conde Rumford, ‘es fácil de imaginar’. Los niños pasaban algunas horas en la escuela, para lo cual se contaba con profesores. “El efecto de estas medidas fue muy notable. Aunque las personas eran torpes, no eran estúpidas, y aprendían a trabajar con inusitada rapidez. Más increíble fue el cambio que hubo en sus modales, en sus apariencias y en la expresión de sus rostros. La alegría y la gratitud reemplazaron a la tristeza de la miseria y al malhumor del abandono. Sus corazones se ablandaron; estaban agradecidos de su benefactor por lo que se hacía por ellos, pero más por lo que se hacía por sus hijos. Estos últimos trabajaban con sus padres, formando pequeños grupos industriales, cuyo afecto encendía el interés de todos los visitantes. Los padres estaban felices por el trabajo y creciente inteligencia de sus hijos, y los niños estaban orgullosos de sus propios logros.

“El gran experimento fue un éxito rotundo, un gran triunfo. Cuando el Conde Rumford escribió su informe al respecto, ya llevaba cinco años funcionando. Financieramente, fue una especulación extremadamente rentable, y no sólo había suprimido la mendicidad, sino también provocado un cambio total en los modales, los hábitos y la apariencia de las personas más abandonadas y degradadas del reino”. — (“Conde Rumford”, páginas 18- 24). “¿Acaso los pobres son desagradecidos? El Conde Rumford descubrió que no lo eran. Cuando cayó gravemente enfermo, debido al agotamiento que le produjo su gran obra, estas pobres gentes a quienes había rescatado de la vergüenza y la miseria se unieron espontáneamente, formaron una procesión y se encaminaron todos juntos hacia la Catedral a orar colectivamente por su recuperación. Cuando viajó a Italia, y se pensó que estaba gravemente enfermo en Nápoles, los pobres se reunían a una hora determinada todos los días, después de la jornada laboral, para orar por su benefactor. Tras una ausencia de quince meses, el Conde Rumford volvió a Munich con su salud renovada — volvió a una ciudad en la que había trabajo para todos y nadie pasaba penurias. Cuando visitó el establecimiento militar laboral, la recepción que le dieron los pobres provocó lágrimas en los ojos de todos los presentes. Algunos días después, ofreció una recepción para mil ochocientos pobres en el jardín inglés — un festival al que asistieron 30.000 ciudadanos de Munich”. — (“Conde Rumford”, páginas 24-25).

EL EXPERIMENTO COOPERATIVO DE RALAHINE “Los atropellos de los ‘Pies Blancos’, los ‘Chicos de Lady Clara’ y los ‘Terry Alts’ (trabajadores agrícolas) excedieron en gran medida a los que acababan de producirse; sin embargo, no se intentó sofocarlos más que por la fuerza, a excepción de un terrateniente irlandés, el señor John Scott Vandeleur, de Ralahine, condado Clare, difunto alguacil de su condado. A principios de 1831, su familia se vio obligada a huir, bajo escolta armada de un destacamento policial, y su mayordomo fue asesinado por uno de los trabajadores, previamente seleccionado al azar durante una reunión celebrada para decidir quién debía perpetrar el crimen. El señor Vandeleur llegó a Inglaterra en busca de alguien que lo ayudara a organizar a los trabajadores en una asociación agrícola y manufacturera, la que se regiría por principios cooperativos, y se le recomendó al señor Craig, quien, sacrificando su empleo y expectativas, consintió en prestarle sus servicios. “Sólo un hombre de gran fervor y coraje se habría embarcado en una tarea tan aparentemente difícil como la que emprendió el señor Craig. Ni los hombres que él debía manejar — los Terry Alts, quienes habían asesinado al mayordomo de su amo — ni el entorno parecían dar la más mínima confianza respecto del éxito del plan. Los homb res hablaban mayoritariamente el dialecto irlandés, que el señor Craig no entendía, y ellos lo veían con desconfianza, como a una persona enviada para extraerles el secreto del asesinato que se había cometido recientemente. En consecuencia, fue tratado con frialdad y a veces mucho peor. En una ocasión, trazaron las líneas de su tumba en la pradera cercana a su hogar, y el Sr. Craig vivía con el alma en un hilo. No obstante, después de un tiempo, ganó la confianza de estos hombres embrutecidos a causa del maltrato. “La granja fue dada en arriendo por el señor Vandeleur a una renta fija, que se pagaría con cantidades específicas de la producción de la granja, la que, a los precios que regían en 1830- 31, equivaldría a £900, incluyendo el interés por los edificios, la maquinaria y el ganado proporcionado por el señor Vandeleur. La renta en sí era de £700. Como la granja contenía 618 acres y sólo 268 estaban bajo cultivo, esta renta era muy alta — un hecho que era reconocido por el terrateniente. Las utilidades que quedaban después de pagar la renta y los intereses pertenecían a los socios, divisibles al final del año si así se deseaba. Establecieron una tienda cooperativa para proveerse de alimentos y vestimentas, y la propiedad era administrada por un c omité de miembros, quienes pagaban salarios a cada socio, hombre y mujer, que trabajaba en la granja, en vales laborales que se podían canjear en la tienda por productos o por dinero en efectivo. Estaban prohibidos el tabaco y las bebidas alcohólicas. El comité asignaba diariamente las tareas a los hombres. Los miembros trabajaban una parte de la tierra como huerta hortícola y frutícola, y la otra como granja lechera, la que contenía tanto los establos ganaderos como los sembradíos de forraje. Se criaban cerdos, aves de corral, etc. Los salarios nacionales en ese entonces ascendían a 8 peniques diarios los de los hombres y a 5 peniques los de las mujeres, y los miembros recibían esos valores como paga. Pero, como vivían con las patatas y la leche que producía la granja, las que, al igual que la carne de res y cerdo, se les vendían a precios extremadamente bajos, ahorraban dinero o más bien vales. Su salud y apariencia mejoraron rápidamente, tanto así que, a pesar de las epidemias que prevalecían, no hubo casos de muerte ni enfermedades graves entre ellos mientras duró el experimento. Los hombres solteros vivían juntos en un gran edificio, y las familias en cabañas. Ayudado por su esposa, el Sr. Craig había implementado un progresista sistema de educación para los jóvenes; los que tenían

edad suficiente alternaban el trabajo en la granja con los libros de la escuela. Las instalaciones sanitarias eran muy modernas y se prestaba cuidadosa atención a la salud física y moral. En relación con éstas y otras disposiciones sociales, el señor Craig fue un hombre muy de avanzada para su época, y desde entonces ha adquirido fama por la aplicación de medidas sociales progresistas en varias partes del país. “El ‘Nuevo Sistema’, como se denominó al experimento de Ra lahine, aunque al principio fue mirado con burla e incredulidad, rápidamente ganó la admiración en el distrito, tanto que los afuerinos estaban extremadamente ansiosos por convertirse en miembros de la asociación. En enero de 1832, la comunidad se componía de cincuenta adultos y diecisiete niños. El número total creció posteriormente hasta ochenta y uno. Todo prosperaba y los miembros de la asociación no sólo se beneficiaban personalmente, sino que sus mejoras ejercieron una positiva influencia en las personas que vivían en las inmediaciones. Se esperaba que otros terratenientes siguieran el excelente ejemplo del señor Vandeleur, en especial porque este experimento le fue rentable y llevó paz y tranquilidad a la conturbada Irlanda. Justo cuando estas esperanzas florecían, la felicidad de la comunidad de Ralahine se vio descalabrada por la ruina y la fuga del señor Vandeleur, quien había perdido su propiedad en el juego. Todo fue vendido y los vales laborales que habían acumulado los miembros de la cooperativa no hubieran valido nada de no ser porque el señor Craig, en un noble gesto de sacrificio personal, los canjeó por dinero de su propio bolsillo. “Hemos hecho una descripción muy breve del sistema que se estableció en Ralahine. Las ideas fueron admi rables en muchos sentidos y reflejaron las grandes dotes del señor Craig como organizador y administrador. El éxito de este experimento se debió en gran medida a su sabiduría, energía, tacto y dedicación, y lamentamos enormemente que él no estuviera en posición de repetir el experimento en circunstancias más favorables”. (“Historia de una granja cooperativa”)

CARLYLE Y LAS OBLIGACIONES SOCIALES DE LA NACIÓN HACE 45 AÑOS Reflexiones insertadas a solicitud de un amigo que se impresionó por la coincidencia de algunas ideas, similares a las de este volumen, planteadas hace tanto tiempo, pero que aún no han sido llevadas a la práctica y que yo nunca había leído.

EXTRACTOS DE “PASADO Y PRESENTE”

“Un Primer Ministro, incluso aquí en Inglaterra, que se atreva a creer en los presagios celestiales y a preocuparse como hombre y héroe del gran corazón mudo de Inglaterra, y a abogar por éste y materializar en su nombre el deseo de la Justicia de Dios que este corazón lucha por expresar y en cuya búsqueda perece, — sí, él también verá que a su alrededor despierta el corazón de Inglaterra, con una lealtad apasionada, ardiente y desafiante, y un “apoyo” tan masivo como jamás hombre alguno haya logrado convocar de un Partido o Mayoría Parlamentaria. Aquí como allá, ahora como entonces, aquel que pueda confiar en las Inmensidades celestiales, y se atreva a hacerlo, tendrá todos los Distritos terrenales bajo su poder. Oraremos por un hombre y Primer Magistrado así; — sí, y más aún, ¡nos esforzaremos y nos prepararemos incansablemente, cada uno de nosotros, para ser dignos de servir y de seguir a ese Primer Magistrado! Estaremos entonces seguros de su llegada; seguros de muchas cosas, sea que llegue o no. “¿Quién que pase por delante de un cuartel militar o se encuentre en la calle con un rojo uniforme puede recelar de los Gobiernos? Que pueda reunirse a un grupo de hombres para matar a otros hombres cuando así se les ordena: ¿no parece ser ésta, a priori, una de las cosas más imposibles? Sin embargo, vean, observen con atención; en los más inertes de los Gobiernos Buenos Para Nada, esa imposibilidad no es tal, todo lo contrario, es más que una posibilidad: es un hecho cierto”. — (Carlyle, “Pasado y Presente,” pág. 223.) “Un tema de reflexión peculiar, interesante, y sin embargo, muy lúgubre. De todas las cosas para las cuales la humanidad tenía algún talento, ¿fue esto lo más importante de dominar y perfeccionar, este hecho de matarnos los unos a los otros en forma exitosa? Efectivamente, lo habéis aprendido bien y habéis llevado el asunto a la más alta perfección. Es incalculable lo que se puede hacer de los hombres si se les organiza, manda y regimenta. Estos miles de individuos en posición firme, que llevan armas al hombro, que marchan, giran, avanzan, retroceden; y que son, para vuestra conveniencia, un contingente entrenado para matar a fuego, en sublime condición de actividad potencial. ¿Qué eran estos hombres unos pocos meses atrás, antes de que llegara el persuasivo sargento? Inútiles desharrapados variopintos, aprendices fugitivos, tejedores hambrientos, mayordomos cleptómanos; una población completamente abatida, encaminada inexorablemente hacia las puertas de la prisión. Sin embargo, el persuasivo sargento llegó, los enlistó al son del tambor, o hizo listas de ellos, y se abocó a entrenarlos de todo corazón. ¡Y tanto él como vosotros los habéis convertido en lo que son! El elemento más poderoso y eficaz para cualquier tipo de trabajo es la planificación sabia, firme, combinada y obligatoria entre los hombres. Que ningún

hombre que vea a estos dos centinelas de la Guardia Montada y a nuestros clubes de los Servicios Unidos recele de los Gobiernos. Podría concebir un Servicio de Emigración, un Servicio de Educación, innumerables variaciones de Servicios Unidos e Independientes, integrados por los consabidos dos mil miembros, todos igualmente eficientes que este Servicio de Combate, todos haciendo su trabajo tal como este último — ¡pero cuyo trabajo, mucho más que combatir, es en lo sucesivo responder a las necesidades de estos nuevos tiempos a los que estamos ingresando! Mucho es lo que nos depara el futuro, luchando convulsionado, casi desesperadamente, por nacer”. — (“Pasado y Presente,” pág. 224.) “Todo esto estaba bien, lo sabemos; y, sin embargo, no lo estaba. Se me dijo que cuarenta soldados dispersarían al mayor grupo de manifestantes que se haya reunido en Spitalfields; cuarenta contra diez mil, esa es la proporción entre los que tienen y los que no tienen instrucción militar. Todavía hay mucho en este mundo que no es posible organizar, pero algo también que puede y debe organizarse. Cuando pensamos, por ejemplo, en los libros existentes y los que han de publicarse en el futuro, en el auge de los pobladores de Lancashire, en el advenimiento del Cuarto Estado y en otras innumerables realidades en potencia que aún no son hechos, es posible ver suficientes organismos en el enorme y difuso futuro, y unos “Servicios Unidos” bastante diferentes al que viste uniforme rojo; y mucho más, incluso en estos años, ¡luchando por nacer!” — (“Pasado y Presente,” pág. 226.) “Considero que debe existir un “Servicio de Educación” eficiente, con un secretario de educación, un capitán general de los profesores, que realmente se las ingenien para que seamos ed ucados. Además, ¿por qué no habría de haber un “Servicio de Emigración” con un secretario y asistentes, con fondos, fuerzas, buques de la marina no utilizados y una institucionalidad siempre creciente, en resumen, un sistema efectivo de emigración, de manera que mucho antes de que venzan nuestros 20 años de respiro cada trabajador honesto y bien dispuesto, que considerara que Inglaterra es demasiado rígida y que la ‘organización laboral’ no está lo suficientemente avanzada, pudiera encontrar igualmente un puente construido para llevarlo a nuevas tierras occidentales, donde pudiera ‘organizar’ más libremente a la clase obrera por sí mismo? Un lugar que fuera una verdadera bendición, donde pudiera cultivar nuevo maíz para nosotros, comprándonos nuevas redes y hachas, dejándonos al fin en paz, en vez de permanecer aquí como agitador social, como un infortunado y un infortunio? ¿No es escandaloso que un Primer Ministro pueda reunir a lo largo de los años ciento veinte millones de libras esterlinas para acribillar a los franceses, como yo lo he visto, mientras que nosotros no podemos obtener ni la centésima parte de esa suma para mantener con vida a los ingleses? Los cuerpos y las almas de los ingleses, estos dos “Servicios”, un Servicio de Educación y un Servicio de Emigración, junto con otros, tendrán que ser finalmente organizados. “¡Un puente franco para los emigrantes! Vamos, estaríamos entonces a la par con Estados Unidos, la más favorecida de todas las tierras que no tienen gobierno; y tendríamos tantas más tradiciones y recuerdos de cosas inapreciables que Estados Unidos ha desechado. Podríamos proceder en forma deliberada a organizar la fuerza laboral, que no estaría destinada a perecer si dentro de un año y un día hubiera un puente construido para ofrecerle una salida a cada trabajador físicamente capacitado, pero superfluo, del país. Esto tendrá que hacerse; pero el tiempo se agota. Nuestra pequeña isla nos va quedando estrecha; pero el mundo es lo suficientemente ancho y seguirá siéndolo por otros seis mil años. Inglaterra tendrá mercados garantizados en las nuevas colonias que los ingleses establezcamos en los cuatro rincones del Globo. Todos los hombres negocian entre sí cuando les es

mutuamente conveniente, e incluso el Creador de los Hombres les obliga a hacerlo. Nuestros amigos de China, quienes equivocadamente rehusaron negociar con nosotros bajo estas condiciones, ¿acaso no tuvimos que discutir con ellos, a tiro de cañón finalmente, para convencerles de que tenían que negociar? Se instaura rán ‘aranceles hostiles’ para excluirnos, y luego se las desmantelará para darnos la entrada; pero los hijos de Inglaterra — aunque nada más sea por hablar la lengua inglesa — tendrán siempre la innata predisposición a negociar con la Madre Patria. Mycale fue la Panjonia de la antigua Grecia, el centro de convergencia de todas las tribus jónicas; ¿por qué no podría Londres continuar en el tiempo la tradición del Hogar de todos los Sajones, el punto de encuentro de todos los ‘Hijos de Harz-Rock’, llegando, en grupos seleccionados, desde las Antípodas y otros lugares, por barcos a vapor u otros medios, a pasar aquí una ‘temporada’? ¡Qué futuro! Ancho como el mundo, si para ello tenemos el corazón y el heroísmo, que por la gracia Celestial sí tendremos. “No permanezcas fijo y enraizado, Aventúrate rápidamente, recorre rápidamente; Dondequiera que pongas tu mente y tus manos, El corazón resuelto se encuentra siempre en casa. En cualquier tierra que el sol visite Seamos enérgicos, ocurra lo que ocurra; Para que haya espacio para recorrer Es para lo cual el mundo fue creado tan amplio. “Hace mil cuatrocientos años el ‘Servicio de Emigración’ era sin duda considerable, con tal nivel de alistamiento, discusiones y aparataje que nosotros mismos llegamos a esta notable tierra, y nos buscamos las actuales dificultades en buena compañía.” — (“Pasado y Presente,” págs. 228—230.) “El gran tema de este inmenso problema que es la organización de la fuerza laboral, y el manejo de la clase trabajadora en primer lugar, claramente tendrá que ser resuelto por aquellos que se encuentran prácticamente en el medio de él: los que trabajan y al mismo tiempo presiden el trabajo. Para que una ley en dicho sentido pueda ser promulgada por un Parlamento, es necesario que sus gérmenes potenciales estén contenidos en esas dos clases que a la larga deberán obedecerla. Es vano intentar irradiar alguna luz sobre cualquier caos humano e n el cual no haya luz alguna: en esas condiciones, nunca surgirá allí el orden.” — (“Pasado y Presente,” págs. 231—32.) “Mirad a vuestro alrededor. Los anfitriones de vuestro mundo se encuentran amotinados en confusión, en la miseria, en las vísperas de la destrucción y la locura. Sobre la base de 6 peniques al día y del principio de oferta y demanda, ellos no marcharán más por vosotros. No lo harán; no deben hacerlo; no pueden hacerlo. Deberéis reducirlos al orden. Comenzad por reducirlos al orden, a lo que es una justa subordinación: lealtad noble a cambio de un gobierno noble. Sus almas se han vuelto casi locas: mantened la vuestra sana, más sana que nunca. No como una masa desconcertada y desconcertante, sino como una masa firmemente regimentada, con verdaderos capitanes que la dirija, y estos hombres volverán a marchar. Todos los intereses humanos, la combinación de los esfuerzos humanos y el crecimiento social han requerido de organización en algún momento de su desarrollo; y el trabajo, el mayor de los intereses humanos, ¿no lo requiere?

“Dios sabe que la tarea será ardua, pero una tarea noble nunca ha sido fácil. Esta tarea desgastará vuestras vidas y las vidas de vuestros hijos y nietos. Sin embargo, ¿para qué otro propósito se les concedió la vida a los hombres sino para tareas como ésta? Dejaréis de contar vuestros cueros cabelludos de miles de libras. Los nobles entre vosotros dejarán de hacerlo. Aún más, los cueros cabelludos, como digo, pronto desaparecerán del todo si sólo os dedicáis a contar los que ya poseéis. Dejaréis de ser los bárbaros y rapaces Choctaws y os convertiréis en nobles europeos del siglo diecinueve. Sabréis que Mammon con sus actuaciones y ‘respetabilidad’ serviles no es el único Dios, sino un demonio e incluso una bestia. “¿Difícil? Sí, será difícil. El algodón de fibra corta, eso también fue difícil. El arbusto de algodón que por largo tiempo fue inservible, rebelde como el cardo a la vera del camino, ¿acaso no lo habéis conquistado, no lo habéis transformado en hermosos pañuelos, en camisas albas, en hermosas y ligeras túnicas multicolores dignas de las diosas? Habéis partido las montañas en dos, habéis transformado el duro hierro en masilla. Los colosos de los bosques — los gigantes de los pantanos — portan gavillas de espigas doradas; Aegir— el propio demonio marino os extiende su espalda, presentándoos una senda despejada, y por ella vosotros os desplazáis raudos sobre Corceles de Fuego y Corceles de Viento. Vosotros sois muy poderosos. Thor, el de la cobriza barba y penetrantes ojos azules, el de corazón alegre e violento martillo de fuego; él y vosotros habéis prevalecido. Sois muy poderosos, vosotros, los Hijos del gélido Norte, del Lejano Oriente, marchando a paso redoblado de vuestras escabrosas y salvajes Tierras Orientales, ¡alejándoos de la gris aurora del Tiempo! Vosotros sois Hijos de la tierra de los Gigantes, de la Tierra de las Dificultades Conquistadas. ¿Difícil? Debéis intentarlo. Intentarlo por una vez, con el entendimiento de que será y deberá ser realizado. Intentadlo como intentáis la cosa más insignificante: ¡hacer dinero! ¡Apostaré una vez más por vosotros en contra de todos los Colosos, Dioses Improvisados, Magistrados de Doble Estándar y Ciudadanos del Caos, sean quienes sean!” — (“Pasado y Presente,” págs. 236—37.) “Surge aquí una interrogante: si es que en alguna etapa posterior y tal vez no lejana de esta ‘Caballería del Trabajo’, vuestro Artesano Maestro no consideraría posible o necesario otorgar a sus Aprendices una participación permanente en su empresa y la de ellos. Para que, en términos práctic os, sea lo que en esencia y justicia debe ser, una empresa conjunta: para que todos los hombres, desde el Jefe Maestro hasta el más simple de los obreros y capataces, se preocupasen, con economía y lealtad, por ella. Una pregunta que no respondo. Aquí y acullá, tal vez la respuesta sea Sí; y sin embargo, ya conocemos las dificultades. El despotismo es esencial en la mayoría de las empresas. Se me ha dicho que no se tolera la libertad de opinión a bordo de un setenta y cuatro. Ni un senado republicano ni los plebiscitos funcionarían bien en las fábricas de algodón. Y sin embargo, poned atención allí también: la Libertad — no la libertad del nómada o del simio, sino la Libertad del hombre — es indispensable. ¡Debemos tenerla y la tendremos! Reconciliar el Despotismo con la Libertad — bueno, ¿es eso tan misterioso? ¿Acaso no conocéis ya el camino? El camino es hacer que vuestro Despotismo sea justo. Riguroso como el Destino, pero también justo, como el Destino y sus Leyes. Las Leyes de Dios: todos lo s hombres las obedecen y no tienen más ‘Libertad’ que la obediencia de estas leyes. El camino es conocido. Parte del camino; y lo que se necesita es valentía y algunas cualidades para recorrerlo.” — (“Pasado y Presente,” págs. 241— 42.) “Esta vida humana no es un juego, sino una batalla y una marcha, una guerra con principados y poderes. No es un despreocupado paseo por naranjos aromáticos y jardines en flor, atendidos por Musas corales y Horas sonrosadas. Es un peregrinaje

duro a través de soledades arenosas y ardientes, a través de regiones cubiertas de hielos eternos. Camina entre los hombres, ama a los hombres con compasión suave y silenciosa, que ellos no pueden corresponder, pero su alma habita en soledad en las regiones más remotas de la creación. Descansa en paz bajo las palmeras de los verdes oasis, pero dentro de poco debe retomar su viaje, escoltado por los Terrores y los Esplendores, por los Archidemonios y los Arcángeles. Los Cielos, el Pandemonio son sus escoltas. Las estrellas lo vigilan con atención desde las Intensidades y le envían noticias; las tumbas, silenciosas con sus muertos, lo hacen desde las Eternidades. Las Profundidades lo llaman hacia las Profundidades.” — (“Pasado y Presente,” pág. 249.)

LA IGLESIA CATÓLICA Y EL TEMA SOCIAL El reverendo Dr. Barry leyó un documento en la Conferencia Católica del 30 de junio de 1890, del cual he tomado los siguientes extractos como ejemplos del creciente sentimiento sobre este tema al interior de la Iglesia Católica. El reverendo Dr. Barry comenzó por definir al proletariado como aquellas personas que tienen una sola posesión: su trabajo. Aquellos que no tienen tierra ni participación sobre la tierra; que no tienen hogar, excepto por los pocos trastos que ellos llaman muebles; que no tienen derecho al empleo, sino a lo más el derecho a una mezquina asistencia social; y que hasta hace 20 años ni siquiera tenían derecho a la educación, excepto por la caridad que les dispensaban sus “mejores”. La clase que, dejando de lado las metáforas y figuras retóricas, no tiene hogar, ni tierra, ni propiedades en nuestras principales ciudades — la clase a la que yo llamo el proletariado. Acerca del proletariado, el Reverendo declaró que había cientos de miles de ellos multiplicándose lejos del alcance de todas las iglesias. Prosiguió: es horrorosamente evidente que el Cristianismo no ha mantenido el paso con la población, que se ha quedado muy atrás, que, simple y llanamente, estamos rodeados por una nación de paganos para quienes los ideales, las prácticas y los mandamientos de la religión son temas desconocidos — se les observa y respeta tan poco en sus millas y millas de poblaciones y en sus fábricas, que pareciera que Cristo nunca vivió o nunca murió. ¿Cómo podría ser de otra forma? La gran masa de hombres y mujeres nunca ha tenido tiempo para la religión. No podemos esperar que trabajen en dos frentes. Con un arduo trabajo físico de sol a sol, realizado en los lugares que vemos y conocemos, ¿cuánta energía y tiempo libre queda en la semana para las cosas del espíritu? . . . Debemos enfrentar este problema. No pretendo establecer la proporción que corresponde dedicar a cada una estas secciones. Menos aún pretendo culpar a los que no tienen casa, tierra o propiedades. Lo que afirmo es que si el gobierno de un país permite que millones de seres humanos lleguen a tales condiciones de vida y de trabajo como las que vemos, estas son las consecuencias que deben esperarse. El Obispo Anglicano South dijo: “Un niño tiene derecho a nacer, pero no a ser condenado a vivir en el mundo”. Aquí ha habido millones de niños literalmente “condenados a vivir en el mundo,” sin que sus manos o sus mentes hayan sido entrenadas para fines útiles; teniendo que luchar por una subsistencia miserable; sus casas: madrigueras fétidas sujetas a unas leyes de arrendamiento que han producido el Londres marginal y el horrible Glasgow; sus juegos y diversión: limitados a las calles de los barrios marginales; y su gran “modelo” en la vida: padres alcohólicos que tan a menudo terminan en la cárcel, en el hospital o en el asilo. No debemos sorprendernos si estas gentes no sólo no son cristianas, sino que nunca han comprendido por qué debieran serlo . . . La condición social ha creado este paganismo nacional. Por lo tanto, la condición social debe ser modificada. Necesitamos un credo público — de carácter social, y si pueden entender la palabra, de naturaleza cristiana laica. El clero no puede hacer este trabajo, ni tampoco puede realizarse dentro de las cuatro paredes de una iglesia. El campo de batalla se encuentra en la escuela, en el hogar, en la calle, en la taberna, en el mercado, y en cualquier otro lugar en que se reúnan los hombres. Para hacer que las personas se vuelvan cristianas, ellas deben ser restituidas a sus hogares, y éstos a ellas.