LITERATURA | ENTREVISTA
Historia de amor con traje de astronauta Rodrigo Fresán habla de su nuevo trabajo, El fondo del cielo, al que define como “un libro bastante extraterrestre”
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odrigo Fresán no recuerda en qué año fue ni dónde. “Lo mío no son, las fechas”, comenta desde la capital catalana donde lleva ya diez años asentado. Lo que sí recuerda es que le escuchó a Jonathan Lethem una anécdota sobre Ron L. Hubbard: el momento en que Hubbard, escritor de ciencia ficción de dudosa calidad y menospreciado por sus colegas, amenazaba, a modo de venganza, con fundar una religión y erigirse como un dios moderno. Ese momento, que con los años se ha mitificado, se considera un punto de partida para la creación de la cienciología (que hoy se conoce como la religión de los famosos). Ese momento es uno de los tantos que aparecen en El fondo del cielo (Mondadori), la nueva novela de Fresán después de Jardines de Kensington (2003). Una historia en la que conocemos a Isaac Goldman y Ezra Leventhal, primos y fanáticos de la ciencia ficción, quienes deciden crear su propio club y quedan marcados por una chica que se hace presente una única y mágica vez en sus vidas. La historia, también, en que aparece Jeff, amigo de los pequeños Isaac y Ezra, a quien se le ocurre la idea de fundar un movimiento religioso. Eso más las típicas digresiones de Fresán, que nos llevan por la caída de las Torres Gemelas, la invasión de Irak, apariciones encubiertas de Philip K. Dick y Kurt Vonnegut, y otros destellos de ciencia ficción. Aunque, como el escritor advierte, El fondo del cielo no es una novela “de” ciencia ficción, sino una “con” ciencia ficción. –¿Qué diferencia a ambas? –La diferencia pasa por el trabajo que me interesa hacer con los géneros. No me interesa que el género marche delante de todo, sino que funcione como una atmósfera o un perfume. De hecho, es una novela de ciencia ficción más preocupada por el pasado que por el futuro. –La historia es bastante nostálgica. –Sí. No me interesa la ciencia ficción tecnológica y menos la anticipatoria. Uno de los héroes de El fondo del cielo es Adolfo Bioy Casares en La invención de Morel (otra historia de amor con reflejos de science fiction) y El sueño de los héroes (y ese intento de recuperar un momento
perdido en el tiempo). Enorme escritor que, siempre, pero sobre todo en los últimos tiempos, es criticado y considerado una especie de idiota savant burgués por parte de la intelligentzia de mi país. Otro de esos grandes –pero tan pequeños– misterios argentinos, supongo. –Isaac Goldman comenta la falta de amor en la ciencia ficción. ¿Fue ésta primero una historia de amor a la cual se le agregaron elementos de literatura fantástica o al revés? –La primera idea era escribir una novela de amor de alcances cósmicos. Enseguida se anexó el desafío de invocar cierto espíritu sci-fi. Poner en práctica la teoría de que no hay nada más extraterrestre que la invasión del amor y que, cuando uno está enamorado, también está perdido en el espacio. Ésta es una historia de amor con traje de astronauta. –En la novela el amor funciona como un parche para los personajes... –Sí, pero en El fondo del cielo el amor es más que un parche: es el punto de fuga hacia el reencuentro final y la versión definitiva de todas las cosas. El amor funciona como posibilidad postrera de final feliz para personajes tan infelices. Y, de acuerdo, Ezra e Isaac aman a una mujer, se aman entre ellos y
aman a un género. Pero lo que se impone es ese gran amor que trasciende a ellos y que, como escribió Dante, “mueve el sol y las estrellas”. –¿Qué descubriste sobre Ron L. Hubbard al ahondar en su biografía? –A diferencia de lo que hice con James Matthew Barrie, el creador de Peter Pan, en Jardines de Kensington, donde los aspectos biográficos imponían la investigación de detalles a fondo, en El fondo del cielo las partes en plan true-story no lo son tanto. La realidad funciona en la novela como un ligero telón de fondo o velo casi transparente. Así, Ron L. Hubbard, que en parte inspira a la persona de Jeff, es apenas un punto de partida por el cual comenzar orientándose para, enseguida, ir a cualquier otra parte. Y lo que descubrí en su biografía es lo mismo que uno descubre leyendo la Biblia o Las mil y una noches o Mein Kampf: la desesperada necesidad del ser humano de creer en algo o en alguien y sentirse parte de eso. –¿Por qué la elección de Nueva York como escenario? –El ambiente judeo-sci-fi que se evoca en la primera parte del libro sólo se dio en Nueva York. Igualmente lo del 11 de septiembre de 2001. Siempre es un placer viajar a Nueva York. Más
Fresán vuelve a la narrativa después de seis años
KIKO HUESCA / EFE
POR ANTONIO DÍAZ OLIVA
allá de los lugares de la Tierra donde transcurre, El fondo del cielo es un libro bastante extraterrestre. En ese sentido, también, me considero un escritor cada vez más solitario en lo mío y tan feliz de que así sea. –¿Qué efecto tuvo la muerte de J. G. Ballard y de Kurt Vonnegut en esta novela? Ambos escritores, con sus matices, encajan dentro de esa etiqueta de escribir “con” ciencia ficción... –Y el suicidio de David Foster Wallace entre uno y otro. Sí, siempre fueron tres modelos muy presentes. El modo en que piensan el futuro y los muchos otros planetas. La idea de que, al final, no hay nada más alien que los seres humanos. Y de que nos vamos transformando en nuestros propios extraterrestres. –¿Cómo es eso? –Hoy viajamos al interior del ADN como alguna vez viajamos a la Vía Láctea. No sé si es un buen cambio porque qué sentido tendrá vivir más tiempo si, por el camino, nos lo pasamos restándole años de vida a nuestro planeta. De seguir así, nos convertiremos en inmortales sin Olimpo, en viajeros sin destino. –Recientemente se reeditó Historia argentina, libro que cumple 18 años. ¿Cómo lo ves al lado de tus otros libros iniciáticos, Vidas de santos y Trabajos manuales? –Los veo con afecto y agradecimiento. Historia argentina es mi big bang y fue un parto-debut más que feliz. Vidas de santos fue un libro que desconcertó bastante a muchos e incluso a mí; pero con los años me parece que va envejeciendo bien y hasta mejorando a partir de los reflejos que proyecta sobre cosas que escribí después. Es el libro favorito de mis lectores más freaks, creo. Y Trabajos manuales va en camino de convertirse en mi “eslabón perdido” y está bien que así sea. –Luego de seis años sin publicar, ¿cómo se siente ponerse el traje espacial de la ficción una vez más? –Fueron seis años de no publicar pero de constante escribir. Antes de comenzar El fondo del cielo ya tenía otra novela terminada, que seguirá inédita por un tiempo. No será mi próximo libro. Así que el traje no me lo quité nunca. Todo este tiempo he estado flotando. © EL MERCURIO /GDA
Sábado 26 de diciembre de 2009 | adn | 11