1 Fragilidad natural … con Él, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
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e pie y solo en el banco propiedad de su familia en St…, Darcy recitó la plegaria del primer domingo de Adviento, con el libro de oraciones cerrado sobre el pulgar. La mañana había clareado con cierta lentitud y la neblina que surgía de la tierra cubierta de nieve parecía decidida a penetrar con su escasa luz. La bruma se metía, fría e inclemente, en los huesos, y parecía aferrarse a las propias piedras del santuario. Darcy sintió un escalofrío. Había estado a punto de no asistir a los servicios, pues su ánimo no había mejorado nada durante la noche, pero la costumbre lo sacó de la cama y, sabiendo que sus empleados se habían levantado temprano esperando que él asistiera a la ceremonia religiosa, se había vestido, había desayunado y se había marchado. Con la levita verde oscuro abrochada hasta arriba para defenderse del frío, Darcy observó el magnífico lugar; la arquitectura y la decoración lo animaron a levantar la mirada hacia el techo abovedado y al es9
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plendor de la luz que entraba por las grandes vidrieras de colores. Al bajar la vista, Darcy no se sorprendió al ver que, a pesar de que ese día representaba el primer domingo de las fiestas de Navidad, la iglesia no estaba llena. Rara vez lo estaba. Sólo algunas de las familias cuyos apellidos adornaban los suntuosos paneles, vidrieras o placas, se dignaban a honrar con su presencia al depositario de su generosidad. Sin embargo, ésa no había sido la costumbre de la familia Darcy. Y, aunque ahora estaba solo, mentalmente veía a sus progenitores sentados en el banco de al lado, sumidos en una serena reflexión. Se anunció la lectura de la primera Escritura de la mañana y Darcy abrió el libro de oraciones en la página señalada. «Con nadie tengáis más deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley…». El sonido de los tacones de unas botas y el tintineo de una espada enfundada resonaron detrás de Darcy, distrayéndolo del texto. Al instante, fue empujado hacia el centro del banco por un hombre ataviado con una casaca roja. —¡Dios mío, qué tiempo tan horrible! Pensé que te quedarías en casa hoy. Necesito hablar contigo —susurró el coronel Richard Fitzwilliam al oído de su primo. —¡Silencio! —susurró Darcy de manera tajante, medio divertido y medio mortificado por la irreverencia característica de Richard. Luego hundió en el brazo de su primo una esquina del libro de plega10
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Deber y Deseo rias, hasta que éste se rindió y lo tomó en sus manos—. ¡Mira… lee! «… todos los demás mandamientos, se resumen en uno: amarás a tu prójimo como a ti mismo…». —¡Maldición, Fitz! ¿Te parece que esto es «amar a tu prójimo»? —Fitzwilliam lo miró con gesto de reproche, mientras se frotaba el brazo dolorido. —¡Richard, modera tu lenguaje! —murmuró Darcy—. Sólo lee… Aquí. —Señaló el lugar exacto y Richard inclinó la cabeza para poder leer, con una sonrisa en el rostro. «… Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de desenfreno o embriaguez…». —Eso deja fuera al ejército —señaló Richard de manera cómica, torciendo la boca—. A la marina también. «… nada de lujuria y libertinaje…». —Ahí va la nobleza. —¡Richard! —exclamó Darcy con voz amenazante. «… nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias». —Eso último acaba con toda la clase alta. —Richard miró por encima del hombro—. Pero como no hay nadie en la iglesia, hasta aquí llega el sermón. Darcy entornó los ojos y luego le dio un pisotón a su primo. Como recompensa por esa forma de estimular la piedad, Darcy recibió un codazo en el costado. 11
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Los dos hombres se sentaron y Darcy se separó un poco de Richard. Otra sonrisa traviesa cruzó por el rostro del coronel y los dos dirigieron su atención al sermón del reverendo basado en el Evangelio de san Mateo, capítulo 21. Cuando el buen reverendo llegó al pasaje en que el pueblo de Jerusalén comienza a extender mantos y ramas por el camino, Richard se deslizó un poco en el banco con los brazos cruzados y adoptó una postura que bien podía tomarse por una siesta. Darcy movió las piernas, puso las botas más cerca de los calentadores y trató de prestar atención al sermón, que se había alejado del texto y ahora derivaba al campo del discurso filosófico. Era más o menos el mismo tipo de llamamiento a la racionalidad y la moralidad de los intereses personales que Darcy había oído en innumerables ocasiones. El reverendo se lamentaba por la «debilidad de la naturaleza humana», mientras que apenas mencionaba las «caídas ocasionales y las sorpresas» de las pequeñas transgresiones de las cuales el hombre era heredero y que obedecían a la «fragilidad natural» que residía en el corazón de los hombres. ¡Fragilidad natural! Darcy se estremeció al oír aquella expresión que le resultaba tan familiar y se miró la punta de las botas, con los labios apretados en un gesto inflexible, mientras trataba de imponerle ese apelativo a sus propias experiencias a manos de cierta persona. Semejante ejercicio se vio traducido en una serie de implicaciones indeseadas. ¿Acaso debería aceptar dócilmente que la explicación —no, en reali12
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Deber y Deseo dad, la excusa— del comportamiento injurioso que George Wickham había tenido con su hermana Georgiana y con él mismo era la «fragilidad»? ¿Se esperaba que compadeciera a Wickham por su debilidad y lo ayudara? Un resentimiento tan amargo como frío volvió a encenderse en su pecho y comenzó a escuchar las palabras del reverendo con un oído más crítico. —En esos momentos —decía el pastor— debemos recurrir a la clemencia infinita del Ser Supremo, que de ninguna manera nos somete a un juicio tan estricto que nos condene a la desilusión, sino que nos ofrece, por medio de Jesucristo, el bálsamo de una justicia divina moderada y racional. Si vuestro lema ha sido la sinceridad y vuestro credo la realización de vuestros deberes, entonces podéis descansar con justificada complacencia en la evidencia de vuestra vida. ¡Evidencia! ¿Qué placer podía brindarle a Wickham la evidencia de su vida? Con seguridad, ¡él había sobrepasado los límites de la clemencia! El resentimiento de Darcy se hizo palpable una vez más y una tenaz inquietud se deslizó por los límites de su certeza. Se recostó contra el banco y cruzó los brazos sobre el pecho, imitando la postura en que su primo dormitaba alegremente, pero sin perderse ni una sílaba del sermón. —Y si estáis libres al menos de todos los grandes vicios —continuó el reverendo—, o habéis tenido sólo un desliz accidental, pero no caéis habitualmente en ellos, podéis felicitaros por ser inofensivos para el Creador y la sociedad en general. O si no es así 13
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—dijo y se aclaró la garganta con delicadeza— pero el balance está a vuestro favor o no es muy malo en general, cuando se sopesan con justicia vuestras acciones buenas y malas, teniendo en cuenta la fragilidad humana, podéis considerar con seguridad que habéis cumplido vuestra parte del contrato de la humanidad con el Todopoderoso y estar seguros de la recompensa. Darcy miró al púlpito. Su mente y su cuerpo le transmitían otra vez la aversión por las acciones de Wickham, y su rabia se volvía a encender, forjando nuevos eslabones en la cadena de su profundo resentimiento. ¿Acaso Wickham escaparía también de la justicia eterna? «Si el balance… no es muy malo… cuando se sopesan con justicia… teniendo en cuenta…». ¡El propio Wickham no podría haber planteado su caso con más elocuencia y de manera más favorable! Darcy apretó la mandíbula y adoptó una actitud fría y férrea, pero el brillo de sus ojos traicionó sus sentimientos. El reverendo continuó: —Con ese fin, «Conoceos a vosotros mismos», como dice el filósofo, y conducíos con prudencia, de acuerdo con el consejo del apóstol Santiago sobre la utilidad de las buenas obras y, ciertamente, cumpliendo con vuestro deber. Pero siempre, queridos feligreses, de manera moderada, tal y como corresponde a los seres racionales. Palabra de Dios. Amén. El reverendo cerró la Biblia sobre sus notas, pero Darcy no pudo cerrar tan fácilmente la rabia y la indignación que lo estremecían. Todo su ser exigía 14
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Deber y Deseo acción, pero no se podía mover para aliviar esa necesidad, ni sabía qué acción podría satisfacer sus exigencias. El coro se puso de pie para empezar a cantar y el murmullo de sus movimientos acompasados, sumado a las triunfales notas del órgano, despertó a Richard. Se sentó recto y parpadeó, como un búho, mirando a su primo. —¿Me he perdido algo? —Bostezó mientras se levantaba. —Lo mismo de siempre —contestó Darcy, girando la cabeza, pues con una simple ojeada, su primo se daría cuenta de que algo andaba mal. Aprovechando el ritual de Richard para despejarse de su somnolencia, Darcy recogió lentamente su sombrero y su libro de plegarias. Necesitaba distraerse. Con estudiada despreocupación, se volvió hacia su primo y dijo—: Excepto cuando su excelencia, el duque de Cumberland, salió corriendo por el pasillo y confesó haber asesinado a su ayuda de cámara. —¡Cumberland! —Richard abrió los ojos como platos y dio media vuelta, cuando se detuvo y miró a Darcy—. ¡Así que Cumberland! Mal hecho, Fitz, aprovecharte de un pobre soldado agotado por los servicios prestados a… —¡A las damas de Londres, para salvarlas de los horrores de un minuto de aburrimiento! —resopló Darcy—. Sí, tienes toda mi compasión Richard. Éste se rió y salió al pasillo. —¿Te importaría que hoy estirara mis piernas debajo de la mesa de tu comedor, Fitz? Su señoría, el 15
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conde de Matlock, y el resto de la familia partieron para Matlock la semana pasada y yo necesito con urgencia una tranquila comida lejos de las tropas. Me parece que me estoy haciendo demasiado viejo para embarcarme en travesuras todo el tiempo. —Suspiró—. Creo que la felicidad no es más que estar establecido y gozar de tranquilidad. En realidad, eso está empezando a parecerme muy atractivo. —«Establecido y tranquilo». Así has pasado la mayor parte de los servicios de esta mañana —dijo Darcy, esbozando una sonrisa mientras su primo comenzaba a protestar—, pero no te reprenderé por eso. —Además tu dijiste que «ha sido lo mismo de siempre». —Sí, en líneas generales —replicó Darcy, arrastrando las palabras—. Pero mejor dime el nombre de la «muy atractiva» dama con quien aspiras a establecerte y gozar de tranquilidad. —Bueno, Fitz, ¿acaso he mencionado alguna dama? —El rubor que cubrió el cuello de Richard pareció contradecir el tono indiferente de su pregunta. —Primo, siempre ha habido una dama. —En ese momento ya habían llegado a la puerta de la iglesia y Darcy saludó al reverendo con un gesto más serio de lo habitual. Cuando salieron del atrio, el cochero de Darcy, Harry, que los estaba esperando, hizo avanzar el carruaje, que se deslizó hacia la acera. —¡Qué tiempo más espantoso! —Richard se estremeció mientras esperaba a que Harry abriera la portezuela—. Espero que no tengamos todo el invier16
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Deber y Deseo no así. Me alegra que mi padre y mi madre se hayan marchado a casa. —Se subió al coche detrás de Darcy y rápidamente se echó sobre las piernas una de las mantas del carruaje—. A propósito, Fitz —dijo, entrecerrando los ojos mientras miraba a su primo y el coche arrancaba—, ¿ése es el nudo de Fletcher que humilló a Brummell en casa de lady Melbourne? Enséñale a tu pobre primo cómo se hace. El roquefort, ¿no es así? —El roquet, Richard —replicó Darcy—. ¿Tú también? ¡No, por favor!
—¿Fitz? Fitz, no creo que hayas oído ni una palabra de lo que acabo de decirte. —El coronel Richard Fitzwilliam bajó el vaso de oporto que su primo le había ofrecido después del almuerzo y se unió a él en la ventana—. Y creo que fue muy brillante, si me permites decirlo. —Te equivocas en las dos cosas, Richard —contestó Darcy secamente, mirando todavía por la ventana. —¿En las dos cosas? —Su primo se recostó contra el marco de la ventana para mirar mejor su rostro. Darcy se giró hacia él, con una sonrisa condescendiente. —He oído cada palabra y no fue nada inteligente. Tal vez entretenido, pero nada que se pudiera calificar de brillante. —Darcy levantó su propio vaso y terminó el contenido, mientras esperaba la reacción de Richard a su ataque. 17
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