Fabián Levitt. “Ahora sueño con estar con mi familia y con mi hija”

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SOCIEDAD | 25

| Viernes 3 de octubre de 2014

1924-2014

Máximo Gainza

Casi 20 años al comando del diario La Prensa A los 90 años, murió ayer en esta ciudad el arquitecto Máximo Gainza, el último integrante de esa familia dedicada al periodismo durante más de un siglo, que supo estar al frente del diario La Prensa entre 1978 y mediados de la década de 1990, cuando se produjo la venta de la empresa. Arquitecto graduado en la Universidad Nacional de Buenos Aires con medalla de oro en 1946, Máximo Gainza había nacido en esta ciudad el 26 de julio de 1924 y fue el bisnieto de José C. Paz, fundador de La Prensa en 1869. Hasta la década del 90, cuando se retiraron del diario, la familia Paz había mantenido la dirección de La Prensa y algunos de sus integrantes cumplían otras funciones allí. Máximo Gainza había ingresado como arquitecto consultor. La clausura y posterior confiscación de La Prensa lo obligó a irse del país en 1951 y ejercer la profesión en Montevideo hasta 1955. De regreso en el país, la Revolución Libertadora le devolvió La Prensa a la familia y Máximo Gainza se convirtió en gerente y apoderado general hasta 1974, cuando fue designado subdirector. Cuatro años más tarde, fue nombrado director. Su hermano, el ingeniero José Gainza, ocupó la gerencia general.

LA NACioN

Un mensaje enviado a las 15.18 llegó a mi celular: “Claudio: falleció Maxi Gainza”. Lo firmaba quien había sido su médico, Juan Antonio Mazzei. Como estaba al tanto de la proximidad del desenlace, la emoción natural por la muerte del amigo se superpuso, en el mismo momento de conocerla, con la reflexión profesional de lo que eso significaba desde la perspectiva de este diario: quedaba clausurado, en cuanto a las relaciones humanas, un ciclo que se remonta a 1870, cuando la nacion, fundada por Mitre, comenzó una larga competencia con La Prensa. Se involucrarían así varias generaciones de periodistas en la lucha diaria por el sitial de mayor relevancia entre los diarios argentinos. Desde 1869, en que apareció La Prensa, hubo otros periódicos nacionales de alta jerarquía e indiscutible raigambre popular. Ninguno, sin embargo, pujó con la nacion por tanto tiempo como el que José C. Paz, su primer director, cerró un día de 1874 para ponerse, “en el terreno de los hechos”, al servicio de la revolución que Mitre había encabezado en nombre de la pureza del sufragio. La revolución fracasó y un consejo de guerra condenó a Mitre, por seis votos sobre ocho, a la pena de muerte, que perdonó el presidente Nicolás Avellaneda. Sobraban, pues, los elementos, hasta por raíces históricas comunes, para vincular como pares a dos diarios que profesaban por igual el ideario liberal, con más dogmatismo aun en La Prensa, es cierto, pero cuyos estilos diferían de modo tan categórico para expresarlo, que se traducía en un tipo de rivalidad que ha sido irrepetible. Seca en el lenguaje, como si Azorín, o su maestro Gabriel Miró, la hubieran escrito desde la primera a la última página. Sin concesión alguna en las crónicas a contenidos subjetivos, que los volcaba con exclusividad en el rotundo aplomo del do de pecho cotidiano de su opinión editorial, La Prensa de los Paz se erguía en un dechado de austeridad periodística. Se podría igualar el empeño feroz que puso en sus mejores épocas por la objetividad y reconstrucción exacta de los hechos de que informaba; haberle pedido más a su gente habría sido inhumano. Puede asombrar hoy, desde luego, que con esa severidad consigo misma, como si el calvinismo se hubiera encarnado en imprenta, La Prensa alcanzara tiradas descomunales, que en la primera parte del siglo XX superaban a la nacion en la relación de tres a uno. Cómo podría, entonces, comprender el fenómeno de inmensa popularidad de La Prensa, un terráqueo adiestrado en la escuela de producciones audiovisuales que asocian el éxito sólo al grado de temeridad para exponer lo falso, lo vacuo, lo procaz, lo que descerebra con estridencia y frivolidad.

Fabián Levitt. “Ahora sueño con estar con mi familia y con mi hija” Texto Víctor Andrés Álvarez C. El Tiempo-GDA

E Fue presidente de la Sociedad interamericana de Prensa (SiP) y fue distinguido con el premio anual de The Americas Foundation, con sede en Nueva York, en 1996. La distinción se otorga, desde 1943, a personalidades que contribuyen a mantener los valores morales y democráticos. Cuarenta y seis años antes, en 1950, ese mismo galardón había sido otorgado a su padre, Alberto Gainza Paz. La familia Gainza se desvinculó de La Prensa en 1993. La empresaria Amalia Lacroze de Fortabat adquirió la mayoría accionaria, que vendió dos años más tarde. Estaba casado con Elisa Figueroa Bosch, con quien conformó una amplia familia: tuvieron seis hijos, 12 nietos y ocho bisnietos. Sus restos serán despedidos hoy, a las 13.30, con una misa en el Parque Memorial de Pilar.ß

El cierre de un ciclo histórico en el periodismo argentino José Claudio Escribano

Su familia lo buscó por 12 años, lo encontraron en Colombia y contactaron a la Red Solidaria

La Prensa nunca se recuperó de la confiscación que padeció con el peronismo, entre 1951 y 1955, años en que perdió parte de su bastión de avisos clasificados. Volvió con más énfasis en algunas de sus notas dominantes en el pasado, flaqueó en otras y sufrió por una pérdida de percepción de la necesidad de cambios, sobre todos lo que se aceleraban por vía de la imagen, privilegiada en la fuerte irrupción de lo televisado, o que impondrían, desde la apertura de los sesenta, las nuevas revistas, al captar lectores con voluntad de encontrar más material de análisis e interpretación de los temas de actualidad. El arquitecto Máximo Gainza fue administrador de La Prensa después de haber estado exiliado en Uruguay y haber protagonizado un hecho valeroso en aguas del Río de la Plata. Lo hizo como integrante de un grupo que procuró la liberación de militares detenidos en Martín García. Sólo en 1963, la nacion alcanzó por primera vez a su viejo competidor en la cifra de circulación de ejemplares; seis años más tarde, con la aparición de su revista dominical, nuestro diario aumentó distancias que ya nada acortaría. Aun antes de que Máximo Gainza tomara la conducción del diario de familia en reemplazo de su padre, Alberto Gainza Paz, La Prensa se retiró del instituto Verificador de Circulaciones (iVC). Dolía demasiado a su conducción exponer que había caído por debajo de los 100.000 ejemplares el que había sido en mejores tiempos uno de los diarios de mayor predicamento mundial. Con todo, siguieron exponiéndose por años más, en todos los atriles de nuestra Redacción, como en una anacrónica competencia de River vs. Boca, las colecciones, una al lado de la otra, de la nacion y La Prensa. Las tradiciones tienen su propio impulso y todavía los redactores de este diario recibían alguna recriminación, ya amenguada por las circunstancias, cuando desde el viejo y alicaído adversario se anotaban una primicia o resolvían, con más prestancia que nuestros periodistas, una nota de calle. Entre las viejas rotativas que apenas imprimían en blanco y negro y contenían novedades sobre contiendas libradas semanas o meses atrás, por un lado, y por el otro, la señal de un celular con el aviso inmediato de la muerte de un amigo cuyo cuerpo todavía conservaba el calor de la vida, sobran metáforas sobre el paso de un tiempo compartido. Si he dado un paso al frente para escribir sobre Máximo Gainza, no es sólo porque terminé siendo amigo de alguien con quien había discutido a brazo partido por visiones contrapuestas de nuestros diarios, sino para ocupar el vacío de muchos otros, que ya no están, y se hubieran adelantado a mí desde este mismo lugar a despedir al caballeroso y aguerrido adversario, con cuya desaparición se cierra un ciclo histórico en la vida del periodismo argentino.ß

n los semáforos del centro de Medellín, ganándose la vida como malabarista y limpiando vidrios de automóviles, está Fabián Levitt. En la Argentina su familia lo buscaba desde hacía 12 años sin suerte. De repente, una persona googleó su nombre y descubrió que era buscado en la Argentina. Entonces se contactó con la Red Solidaria y ahí comenzó la segunda historia en la vida de Fabián. Pero la primera parte comenzó cuando Levitt, un fanático de la percusión tropical, un día dijo: vamos a conocer Colombia. Y viajó con varios amigos. Antes hizo una escala en Ecuador y al poco tiempo estaba en Tumaco, en Cali y el Eje Cafetero. Cayó en un retén del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), le quitaron los papeles y quedó indocumentado. No tenía con qué pagar para recuperar los documentos. Alguien le dijo que en Medellín había oportunidades. Viajó, y aunque pensaba en su familia y en la hija de 3 años que había quedado en la Argentina, se enamoró de esta ciudad. Sus familiares, que lo buscaron por más de una década, ahora lo esperan. Él también está feliz, a la espera de subir a un avión que lo lleve a Bogotá y luego de allí a Córdoba, su ciudad. De la prominente barba que tenía cuando dejó la Argentina sólo conserva una parte. El pelo corto lo hace ver diferente de las fotos con que lo buscaba desde hacía 12 años su familia. Acepta que tomó malos

el tiempo / gda

caminos, pero asegura que hace seis meses que cambió. Para poder viajar todavía tiene que resolver una vieja cuenta que tiene con las autoridades colombianas por su ingreso ilegal al país. Una vez solucionado ese problema terminaría de concretarse la deportación y así la posibilidad de ver a su familia, pero sobre todo de poder estar, el 13 de noviembre próximo, en el cumpleaños de 15 de Ámbar, su hija, que no lo ve desde los 3 años. En un centro de día, albergue

de la alcaldía para la atención de habitantes de calle, Fabián Levitt dio su primera entrevista. –¿Qué le gustó de Medellín? –Con la gente interactué bien. Es muy parecido a la Argentina. Me gustó la ciudad, el espíritu de la gente. –¿Cómo se ganaba la vida? –Me hice conocer. Hacía malabares y estuve varios años en el centro. La gente me conocía como el argentino de las piruetas. Además, sé tocar percusión y hacer soldadura en plata.

–¿Cuándo supo de su familia? –Recién hace un mes me comuniqué con ellos. Tengo a mi padre, mi hermana y una hija que cumple 15 años el 13 de noviembre. Estoy ansioso de verla. Ahora sueño con estar con mi familia y, sobre todo, con mi hija. –¿Está cerca el reencuentro? –Me angustio porque estoy enamorado de Colombia, pero quiero regresar. Claro que sería bonito que ellos vinieran algún día a este país. –¿Qué le falta para regresar? –Me dijeron que el plan de repatriación está aprobado y me perdonaron la deuda. Están tramitando para que las autoridades autoricen y me suban al avión de vuelta a la Argentina. Un cantinero arregló el contacto con Levitt. Fabián Vargas, dueño de un bar en el barrio Buenos Aires de Medellín, fue quien lo descubrió, hace un par de meses, en el sitio web de la Red Solidaria, y se dio cuenta de que esa persona que había conocido hacía poco y que se llamaba Fabián Levitt era buscada por su familia desde hacía 12 años. Entonces Vargas decidió contactarse con la Red Solidaria para comentar que sabía dónde estaba Levitt. Ahí la historia dio un vuelco absoluto. “Me contactó y me avisó. Luego me puso al teléfono con mi hermana”, recuerda Levitt, quien con emoción dice que ese momento fue crucial para decidir regresar definitivamente a la Argentina. “Me dijo: apúrate que te estoy esperando, pero yo sé que era Ámbar, mi hija, la que me estaba hablando”, concluyó.ß