Experiencias pasajeras Por: Marieli A. De Jesús Gordils
[email protected] La parte más difícil de montarse en el tren es esperar, especialmente si llegas tarde. La vi correr desde las escaleras eléctricas. Andaba con su pelo en un moño y una mochila, apresurándose. No importó cuanto corrió, cuanto sudó, el tren la dejó. Entre refunfuños y pasos fuertes, se sentó en el banco, sacó su celular y marcó un número. “Me fui corriendo del trabajo y se me olvidó ponchar”, decía recuperando su aliento. “Sí, me perdí el tren como quiera. Luis ponchó por mí”. La estación se empezó a llenar, persona por persona, minuto por minuto. Personalidades tan diversas como los murales que adornan Santurce se ven a simple vista. Miran la pantalla que avisa cuantos minutos le falta al tren por llegar, conversan con el extraño de al lado, verifican sus celulares y arreglan sus cabellos. Somos dueños de un momento dentro de un monumental espacio en la vida de la isla y ni cuenta nos damos. Todo tiene que ser al instante, y todos se quieren montar en el tren para llegar a su destino lo antes posible. Mientras tanto la joven madre amamanta a su bebé, el señor se balancea de su bastón, la adolescente “textea” como si no existiera mañana, el guardia te pide que te despegues de la línea negra en el piso. Miles de cosas pasan mientras esperamos el tren. Solo falta que alguien las diserte para aprender más de nosotros mismos, somos nuestra propia escuela.
Cualquier cosa podría pasar en esa estación del tren. Alguien podría ser apuñalado por un segundo, la policía podría emitir un arresto, podría suceder un terremoto, pero aquí estamos. Disfrutándonos el minutito sentados y sintiendo la brisa que caracteriza las dos principales estaciones del tren: Sagrado Corazón y Bayamón. Salen y entran del tren a toda prisa personas coloridas, habladoras, con prisa y con todo el tiempo del mundo. “No te conozco, pero gracias por hacerme reír”, le dice la chica al muchacho que está sentado a su lado en el banco, el que ha estado haciendo sonreír a unas doñitas por igual con uno que otro chiste, tratando de hacer el viaje más llevadero. Cada parada es casi un mundo diferente con su propio dialecto. El mundito que es el área Metropolitana se ve en el tren, la vía que los une a todos como gente que llegarán tarde o temprano. Muchos rostros se reconocen, algunos se ignoran, otros se descubren. La gente es una paleta de colores. Si, las cosas están difíciles, si la economía va de mal en peor. Pero la estación del tren recibe a todos por igual y los despide con el mismo gusto, deseándoles un buen día y prometiéndoles llegar temprano mañana.