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Secretario Ejecutivo MCS. Conferencia Episcopal de Paraguay. PARAGUAY. 34 Excelentísimo Monseñor SEBASTIAN RAMIS. Obispo Prelado de Huamachuco.
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“ENCUENTRO CONTINENTAL DE COMUNICADORES CATOLICOS”

DEPARTAMENTO DE COMUNICACIÓN SOCIAL- DECOS

Presidente: Monseñor Juan Luis Ysern Secretario Ejecutivo: Padre Carlos Santiago Granados Rocha

SERVICIO RADIOTELEVISIVO DE LA IGLESIA EN AMERICA LATINA Y EL CARIBE - SERTAL

Presidente: Monseñor Juan Luis Ysern Secretaria Ejecutiva: Patricia Bustamante Marín

Medellín - Colombia, 26-30 de abril de 1.999

INDICE Introducción Objetivos Lista de participantes Ponencia 1 Doctor José Joaquín Brunner Descripción de la realidad comunicacional en América Latina y sus desafíos 1 Cambios y frustraciones 2 Democracia y mercados 3 Cambio de época 4 La revolución de las comunicaciones 5 América Latina frente al cambio de época 6 Modernidad cuestionada 7 Afirmaciones y preguntas Ponencia 2 Profesor Jesús Martín Barbero Comunicación y solidaridad en tiempos de globalización 1 Globalización comunicacional 2 La comunicación, cuestión de cultura 3 La cultura, cuestión de comunicación 4 Diferencia y solidaridad en la comunicación globalizada Bibliografía Ponencia 3 Doctor Carlos Eduardo Cortés De Medellín a Medellín 30 años después Introducción 1 ¿Desde dónde hablamos de comunicación? 2 En busca de las raíces 3 Nuevos signos de los tiempos 4 Recuperar el “communicare” 5 La buena nueva como comunicación 6 La mirada alerta Bibliografía Conclusión 1 Realidad 1.1 Cambio de época 1.2 Globalización económica 1.3 Mundialización cultural 1.4 Realidad comunicacional 1.5 Realidad eclesial 2 Criterios 2.1 Cambio de época 2.2 Globalización económica 2.3 Mundialización cultural

2.4 Realidad comunicacional 2.5 Realidad eclesial 3 Compromisos 3.1 Cambio de época 3.2 Solidaridad (Globalización Económica) 3.3 Mundialización 3.4 Comunicación 3.5 Iglesia

INTRODUCCION Los representantes de las Comisiones Episcopales de Comunicación Social de las Conferencias de América Latina y el Caribe, junto con los representantes de las Organizaciones Católicas de Comunicación en América Latina y el Caribe y de sus entidades asociadas de los diversos países, así como de representantes de diversos organismos e instituciones de comunicación tanto eclesiales como no eclesiales, reunidos en Medellín (Colombia) en el Encuentro Continental de Comunicadores Católicos, convocados por DECOS-CELAM, SERTAL y las OCLACC (Organizaciones Católicas de Comunicación de América Latina y el Caribe), con la colaboración de UNDA mundial, Catholic Communication Campaign, ADVENIAT, UNESCO y la fundación Konrad Adenauer, durante los días 26 al 30 de abril de 1.999, hemos acordado conjuntamente expresar el propósito de nuestro Encuentro realizado en seguimiento del proceso iniciado en el Encuentro de Caracas de 1.995 y que reafirmamos nuevamente para avanzar en la planificación de la Pastoral de la Comunicación en cada lugar y en coordinación de todos vayamos respondiendo desde la comunicación, cada día mejor a los desafíos que presenta la realidad a la Iglesia. En dicho Encuentro nos hemos detenido en forma especial en el tema de la Comunicación y la Solidaridad en tiempos de globalización y hemos llegado a varias reflexiones que encontraremos a continuación:

OBJETIVO Propiciar un espacio amplio de diálogo y reflexión crítica y constructiva sobre los fenómenos de la globalización y la fragmentación, en una perspectiva eclesial latinoamericana, con el fin de encontrar, desde el Evangelio, criterios comunes y líneas de acción para una comunicación solidaria, de cara al tercer milenio.

LISTA DE PARTICIPANTES COMITÉ ORGANIZADOR 1 Excelentísimo Monseñor JUAN LUIS YSERN DE ARCE Presidente DECOS-CELAM CHILE 2 Excelentísimo Monseñor ROMULO EMILIANI Vicario del Darién Miembro Comisión Episcopal DECOS PANAMA 3 Padre CARLOS SANTIAGO GRANADOS R. Secretario Ejecutivo DECOS/CELAM COLOMBIA 4 Doctora PATRICIA BUSTAMANTE M. Secretaria Ejecutiva SERTAL COLOMBIA 5 Doctor ADALID CONTRERAS Secretario Ejecutivo SCC ECUADOR COMITÉ ORGANIZADOR Y DE APOYO - MEDELLIN 6 Padre CESAR RAMÍREZ Responsable de Comunicaciones de la Arquidiócesis de Medellín Colombia 7 Padre GERMAN ANDRES BUSTAMANTE T. Arquidiócesis de Medellín COLOMBIA 8 Comunicadora MARGARITA OROZCO Arquidiócesis de Medellín COLOMBIA DIRECTIVAS DE LAS ORGANIZACIONES CATOLICAS 9 Padre PIERRE BELANGER Secretario General UNDA Mundial BELGICA 10 Señora MARIA ROSA LOBES

Presidenta de UCLAP PERU 11 Padre ATTILIO HARTMANN SJ Presidente de UCLAP - Brasil Vicepresidente de UCLAP - América Latina BRASIL 12 Señor PEDRO SANCHEZ Vice Presidente UNDA -AL PERU PRESIDENTES Y SECRETARIOS EJECUTIVOS COMISIONES EPISCOPALES DE COMUNICACIÓN SOCIAL DE AMERICA LATINA Y EL CARIBE 13 Excelentísimo Monseñor RAMON STAFOLANNI Miembro Comisión Episcopal Conferencia Episcopal Argentina ARGENTINA 14 Padre MARTIN BERNAL Miembro Comisión Episcopal de Comunicación Conferencia Episcopal de Argentina ARGENTINA 15 Padre HUGO ARA Director Diakonia Delegado del Presidente de la Comisión Episcopal BOLIVIA 16 Licenciado JOSE HOWARD RIVERA Secretario Ejecutivo MCS Conferencia Episcopal de Bolivia BOLIVIA 17 Padre BENEDITO SAPIA SPINOSA, SDB Asesor de Comunicaciones Conferencia Nacional de Obispos de Brasil BRASIL 18 Señor JOSE BECERRA Director Area de Comunicaciones Conferencia Episcopal de Chile CHILE 19 Excelentísimo Monseñor HECTOR GUTIERREZ PABON Obispo de Chiquinquirá Presidente Comisión MCS Conferencia Episcopal de Colombia COLOMBIA

20 Señor OSCAR GERARDO LOBO OCONOTRILLO Secretario Ejecutivo MCS Conferencia Episcopal de Costa Rica COSTA RICA 21 Señor RAUL PAÑELLAS Secretario Ejecutivo MCS Conferencia Episcopal de Cuba CUBA 22 Padre ARISTELIO MONROY Secretario Ejecutivo MCS Conferencia Episcopal de Ecuador ECUADOR 23 Excelentísimo Monseñor MANUEL VALAREZO Obispo de Galápagos Conferencia Episcopal de Ecuador ECUADOR 24 Excelentísimo Monseñor GREGORIO ROSA CHAVEZ Obispo Auxiliar de San Salvador Presidente Comisión MCS Conferencia Episcopal de El Salvador EL SALVADOR 25 Señor CARLOS HERRERA COMISION EPISCOPAL DE COMUNICACION GUATEMALA 26 Padre MARTIN VALMASEDA,S.M. Secretario Ejecutivo MCS Conferencia Episcopal de Guatemala GUATEMALA 27 Monseñor RAÚL CORRIVEAU Presidente Comisión Episcopal de Comunicación HONDURAS 28 Hermano LUIS MIGUEL HERRERO Director Radio Católica de Choluteca Secretario Adjunto Comisión Episcopal de Comunicación HONDURAS 29 Padre ALFONSO LOPEZ L.G. Secretario Ejecutivo MCS Conferencia Episcopal de México MÉXICO 30 Señor MIGUEL AYALA

Comisión Episcopal de Comunicación MEXICO 31 Monseñor BISMARCK CARBALLO MADRIGAL Secretario Ejecutivo MCS Conferencia Episcopal de Nicaragua NICARAGUA 32 Padre ROSENDO TORRES Comisión Episcopal de MCS Conferencia de Obispos de Panamá PANAMA 33 Señor PEDRO KRISKOVICH Secretario Ejecutivo MCS Conferencia Episcopal de Paraguay PARAGUAY 34 Excelentísimo Monseñor SEBASTIAN RAMIS Obispo Prelado de Huamachuco Presidente Comisión MCS Conferencia Episcopal de Perú PERU 35 Licenciado JOSE ANTONIO VARELA Secretario Ejecutivo MCS Conferencia Episcopal de Perú PERÚ 36 Padre NOMAR CALERO Secretario Ejecutivo MCS Conferencia Episcopal de Puerto Rico PUERTO RICO 37 Excelentísimo Monseñor FABIO RIVAS Obispo de Barahona Presidente Comisión MCS Conferencia Episcopal Rep. Dominicana REPUBLICA DOMINICANA 38 Padre LUIS ROSARIO Comisión de MCS Conferencia Episcopal de República Dominicana REPÚBLICA DOMINICANA - Comisiones 39 Excelentísimo Monseñor WILLIAM DELGADO Obispo Auxiliar de Maracaibo Presidente Comisión MCS Conferencia Episcopal de Venezuela VENEZUELA

REPRESENTANTES ORGANIZACIONES CATOLICAS DE COMUNICACIÓN (UNDAAL, OCIC-AL, UCLAP) 40 Señor HUGO ROLETTO ARCA ARGENTINA 41 Señor VICTOR FERNANDEZ CASTILLO Contacto UCLAP COSTA RICA 42 Padre CRISTIAN TAUCHNER Asociación Cristiana de Comunicadores ECUADOR 43 Señor ANDRES LEON Asociación Cristiana de Comunicadores ECUADOR 44 Señor TANIUS KARAM Representante UCLAP - México MÉXICO 45 Licenciado EDUARDO BALDEON Red de Jóvenes Periodistas MEXICO 46 Maestro RODOLFO GUZMAN Contacto OCIC MEXICO 47 Señora EUNICE MENESES ARAUZ Contacto UCLAP PANAMÁ 48 Señora NORIS HERRERA Presidente UNDA - Panamá PANAMA 49 Señorita LOURDES AQUINO Asociación de Comunicadores Católicos del Paraguay PARAGUAY 50 Señora ROSA SOPHIA RODRIGUEZ RUIZ Responsable OCIC PERÚ 51 Padre JUAN SOKOLICH Presidente UCLAP PERÚ

52 Señora MARY ANN LINCH UNDA PERU 53 Señor ALBERTO PIGOLA Contacto OCIC URUGUAY CAMECO 54 Señora DANIELA FRANK Directora de CAMECO ALEMANIA ALER 55 Señora NOEMI TORRES Miembro Comité Directivo ALER ECUADOR WACC 56 Señora AMPARO BELTRAN Miembro Comité Ejecutivo de la WACC COLOMBIA FELAFACS 57 Padre JOAQUIN SANCHEZ Presidente Honorario FELAFACS COLOMBIA TELCAT 58 Padre MIGUEL ANGEL ARRASATE O.P. Secretario Ejecutivo PANAMA CLAR 59 Hermano TELMO MERIONE ARGENTINA CLAI 60 Señor JUAN BALAREZO Colaborador de CLAI ECUADOR RADIO PAZ 61 Padre FEDERICO CAPDEPON Director Radio Paz ESTADOS UNIDOS 62 Señor GONZALO PENAGOS Radio Paz ESTADOS UNIDOS

SEPAC 63 Hermana HELENA CORAZZA Directora SEPAC BRASIL CEDAL 64 Doctora MARGARITA MOISES COLOMBIA INVITADOS ESPECIALES 65 Dom JOSE IVO LORSCHEITER Obispo de Santa María, RS Conferencia Episcopal de Brasil BRASIL 66 Hermana MARIA ELENA MOREIRA Hijas de María Auxiliadora Comisión Continental de Comunicación BRASIL 67 Señor JORGE ALBERTO CAICEDO COLOMBIA 68 Señor RAMIRO HERRERA COLOMBIA 69 Padre RAFAEL GONZALEZ MEXICO 70 Doctor CARLOS CATALAN CHILE 71 Hermana TONI ALDANA VARGAS Hijas de María Auxiliadora Comisión Continental de Comunicación COLOMBIA 72 Señor ADAN MEDRANO JM Communications ESTADOS UNIDOS UNIVERSIDADES PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA 73 Padre GABRIEL JAIME PEREZ, SJ Decano Académico Facultad de Comunicación Social y Lenguaje Pontificia Universidad Javeriana COLOMBIA

74 Doctora GLORIA INES CEBALLOS Facultad de Comunicación y Lenguaje Pontificia Universidad Javeriana COLOMBIA UNIVERSIDAD SANTO TOMAS 75 Padre ADALMIRO ARIAS Decano Facultad de Comunicación Social Universidad Santo Tomás COLOMBIA 76 Señorita LUZ PIEDAD CAICEDO Facultad de Comunicación Social Universidad de Santo Tomás COLOMBIA UNIVERSIDAD MINUTO DE DIOS 77 Doctora GLADYS DAZA Decana Facultad de Comunicación Universidad Minuto de Dios COLOMBIA UNIVERSIDAD CATOLICA 78 Doctor CARLOS ARTURO OSPINA Universidad Católica COLOMBIA 79 Señorita ADRIANA ECHEVERRI Universidad Católica COLOMBIA UNIVERSIDAD POPULAR AUTONOMA DEL ESTADO DE PUEBLA 80 Licenciado VICTOR MANUEL SANCHEZ Director Curso de Comunicación UPAEP MEXICO OTRAS INSTITUCIONES FUNDACION SOCIAL 81 Doctor GERMAN REY Representante OCIC COLOMBIA HERMANAS PAULINAS 82 Hermana GLORIA BORDEGHINI Hermanas Paulinas COLOMBIA 83 Hermana LUZ MARINA PLATA

Hermanas Paulinas COLOMBIA FUNDACION KONRAD ADENAUER 84 Señor HUBERT SEEGERS Fundación Konrad Adenauer COLOMBIA 85 Señora CLAUDIA RIOS Fundación Konrad Adenauer COLOMBIA PONENTES 86 Doctor JOSE JOAQUIN BRUNNER CHILE 87 Doctor JESUS MARTIN BARBERO COLOMBIA 88 Doctor CARLOS EDUARDO CORTES COLOMBIA PRODUCTORES 89 Señor ALEJANDRO GIL Lumen 2000 COLOMBIA 90 Señor MIGUEL ANGEL PEREZ Lumen 2000 COLOMBIA 91 Padre RAFAEL VALL-SERRA SJ Director ECOM COLOMBIA 92 Señor JAIME CARRIL VIDEOCOP Chile ARQUIDIÓCESIS DE MEDELLIN 93 Padre CARLOS ARTURO YEPES COLOMBIA 94 Padre ORLANDO GONZALEZ COLOMBIA 95 Padre ALVARO PIMIENTA COLOMBIA

96 Padre REINALDO SUAREZ COLOMBIA 97 Padre LEONARDO PEREZ COLOMBIA

PONENCIA 1

AMÉRICA LATINA FRENTE A LOS DESAFÍOS DE LA COMUNICACIÓN Y EL CONOCIMIENTO

Dr. José Joaquín Brunner América Latina enfrenta el reto de integrarse a la economía global basada en el conocimiento y a la sociedad de la información. Primero debemos reconocer nuestros rezagos, sin embargo. Enseguida, tenemos que prepararnos para aprovechar la revolución de las comunicaciones y el conocimiento, que es uno de los vectores de la globalización y de las transformaciones en curso. La magnitud del desafío y la velocidad de los cambios empiezan a producir un verdadero malestar frente a la modernidad y al futuro. A medida que se acerca el segundo milenio, sentimos que, de una u otra forma, “el piso se está empezando a cimbrar para todos” y que este drama, cualquiera sea nuestra participación en él, “se representa en un teatro que nos es extraño, en un escenario que apenas podemos reconocer, y en el curso de cambios escenográficos impredecibles, inesperados, que no comprendemos cabalmente”1. De allí, también, ese sentimiento de pérdida de identidad y proyección históricas que se percibe a veces en la región. Y, quizá, a eso se deba asimismo ese agitado debate que muchos de nosotros sentimos se provoca al interior de nuestros propios corazones respecto de cómo discernir los signos de los tiempos y qué hacer para avanzar hacia un mundo

mejor, más humano. A todo esto se refiere mi presentación, mezcla de sociología y reflexión personal; de balance e indagación. 1.

Cambios y frustraciones

Frente a las dimensiones del reto que tenemos por delante resulta oportuno partir recordando que ya antes la región debió enfrentar desafíos similares. En diversos momentos ha tenido que definir, y luego redefinir, su relación con el mundo; su incorporación a, o exclusión de, los procesos históricos más avanzados de la época. Así fue desde el comienzo; así vuelve a ocurrir hoy. Como ha dicho un intelectual mexicano, “hace casi 500 años, América tuvo que aprender modos de vida radicalmente distintos, traídos de un ‘viejo mundo’ que apenas comenzaba a innovarse a sí mismo. Hoy no debe ser imposible fomentar los espacios imaginarios, buscar ideas originales, reconstruirlas con aquel enorme acervo del pasado, junto al legado completo de la modernidad. […] A fin de cuentas, tal vez sea ésta nuestra única forma sensata y sincera de acceder al mundo del próximo siglo y responder sin rezagarnos a la exigencia de la globalización”2. Para no ir más atrás en el tiempo, basta pensar cómo durante el período que va de la posguerra (1945) hasta el inicio de la “década perdida” de los ochenta, América Latina cambió dramáticamente. La estrategia de industrialización “hacia-adentro” aceleró el crecimiento (el PIB per cápita aumentó en casi 3% anual entre 1945-1973); el sector manufacturero pasó al centro del desarrollo; se expandió el Estado y sus funciones de fomento e intervención; la clase media se volvió más numerosa y variada; el analfabetismo se redujo y los indicadores de salud mejoraron notablemente, todo esto a pesar del incremento de la población; las oportunidades educacionales se multiplicaron y, por primera vez, emergió un amplio estrato de profesionales y técnicos asociado al esfuerzo modernizador del sector público. Sin embargo, hacia fines de los años setenta se volvieron evidentes los signos de agotamiento del modelo de industrialización “hacia adentro”. Los efectos netos se sintieron con fuerza durante la siguiente década, la “década perdida”. Todavía durante la primera mitad de los años noventa América Latina vivía bajo el impacto de esos efectos: el porcentaje de hogares bajo la línea de pobreza se incrementó de 35% a 39% entre 1980 y 1994 y el de hogares bajo la línea de indigencia de 9% a 12%; la desigualdad de ingresos es la peor del mundo en desarrollo: el 20% más pobre de la población percibe apenas el 4,5% del ingreso nacional mientras que el 20% del extremo superior de la escala recibe el 55%; entre la mitad y dos tercios de los jóvenes urbanos ven restringidas sus oportunidades futuras ya en su hogar de origen al no alcanzar el umbral educativo básico para acceder al bienestar; una de cada cuatro personas no accede al agua potable, una de cada tres al saneamiento. Mejor que las estadísticas, el siguiente pasaje escrito por Mario Vargas Llosa refleja el costo humano de la década perdida. “Un departamento que conocía bien, antes, era el de Piura. Ahora, no podía creer lo que veía. Esos pueblos [...] parecían haber muerto en vida, languidecer en un marasmo sin esperanza. [...] Habían crecido mucho–se habían triplicado, a veces–, estaban atestados de niños y de desocupados y un aire de ruina y de vejez parecían consumirlos. En las reuniones con los vecinos, oía repetirse el estribillo: ‘Nos morimos de hambre. No hay trabajo’”3.

En suma, un grado importante de frustración ha sido la sombra que acompaña el desarrollo latinoamericano hasta hoy. Ha habido avances pero ellos no han sido suficientes ni satisfactorios. 2.

Democracia y mercados

En contraste con esa realidad, dos hechos nuevos resaltan sobre el paisaje de la región al aproximarse el final de siglo. Primero, la implantación formal de sistemas democráticos en prácticamente todos los países, poniéndose fin así (aparentemente, al menos) al ciclo de caudillos, regímenes autoritarios, guerras internas y ensayos revolucionarios que alimentaron la inestabilidad política del continente desde el comienzo de la guerra fría. Segundo, la gradual adopción de economías de mercado abiertas al mundo que, tras décadas de lento crecimiento hacia dentro, han generado una nueva ilusión de estabilidad, desarrollo y modernización en el continente. Pero necesitamos ser cautos. Pues si bien es efectivo que regímenes democráticos se han instalado prácticamente sin excepción en los países de América Latina, la democracia sin embargo no parece haberse asentado más que débilmente en la conciencia y la cultura de la región y su institucionalidad es aún precaria. Todavía un tercio o más de la población no considera que la democracia sea preferible a cualquier otra forma de gobierno. La confianza en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial es baja. Menos de la mitad de los ciudadanos encuentra indispensables a los partidos políticos en su país4. Por tanto, más que frente a una democracia de ciudadanos comprometidos estamos aquí frente a una cultura política del retraimiento y la desconfianza. De hecho, América del Sur y del Centro muestran las más bajas tasas de participación electoral entre todas las regiones del mundo, tanto en las elecciones parlamentarias como presidenciales5. Esto ha llevado a algunos a hablar de un extendido “cinismo político”, que se combinaría con una baja apreciación del rol desempeñado por los políticos. Como señala Octavio Paz en una metáfora que bien puede generalizarse al resto del continente: “el pueblo mexicano, después de más de dos siglos de experimentos y fracasos, no cree ya sino en la Virgen de Guadalupe y en la Lotería Nacional”6. En efecto, la Iglesia es la institución que por lejos despierta en la actualidad mayor confianza en la población, muy por encima de los tres Poderes del Estado7. Éstos, a su vez, representan la contra-cara de esa democracia culturalmente débil; su precaria estructura: gobiernos sobrecargados de funciones pero que no logran siquiera garantizar los bienes públicos esenciales como seguridad, salud y educación; un proceso legislativo lento y engorroso y sistemas judiciales que se hallan en crónica crisis, sin poder frenar el crimen y la delincuencia, al punto que el costo de la violencia urbana pasó del 0,8% del PIB a comienzos de los años ochenta a 1,6% a mediados de los noventa. Junto al re-establecimiento de las democracias, América Latina adoptó asimismo un nuevo modelo de desarrollo basado en la apertura comercial y cambiaria; en reformas tributarias que buscan la neutralidad, la simplificación legal y administrativa y el aumento de las recaudaciones; en la liberación financiera y las privatizaciones que han servido para

estimular la inversión extranjera y en reformas de los sistemas de pensiones cuyo elemento común ha asido la creación de fondos privados basados en un principio de capitalización individual. Como resultado de esos cambios de orientación, “sin excepción todos los países de la región muestran índices de eficiencia de las políticas mejores en 1995 que diez años atrás”8. A pesar de eso, sin embargo, el desarrollo reciente de América Latina permanece entrampado en un nivel mediocre. El crecimiento promedio en los noventa ha sido un moderado 3,3%. El desempleo ha aumentado. El número de pobres permanece en torno a 150 millones de personas. El nivel promedio de escolaridad de la fuerza de trabajo continúa siendo bajo (4,9 años si se pondera por población) y, durante los noventa, sólo ha aumentado a una modesta tasa de 0,9%, inferior a la de los años sesenta (1,6%) y muy debajo de la tasa de un 3% anual observada durante más de tres décadas en Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong. No debe extrañar que, en tales condiciones, se extienda por la región un clima finisecular de aprehensión y de incertidumbre. Sólo un 10% de la población estima que la situación económica actual de sus países es buena; menos de un tercio piensa que su país está progresando; un 76% cree que ahora hay más pobres en su país que hace cinco años y alrededor de un 40% se declara muy preocupado de quedar sin trabajo o estar desempleado durante los próximos doce meses. Dos tercios o más de las personas cree que en su país están aumentando la delincuencia, el narcotráfico, la drogadicción y la corrupción. 3.

Cambio de época

Al decir de numerosos analistas, el fin de siglo coincide esta vez, además, con un cambio de época. Efectivamente, al aproximarnos al siglo XXI el capitalismo avanzado experimenta una revolución semejante o mayor a la industrial. Está dando paso a un nuevo tipo de organización social–del trabajo, de los intercambios, de la experiencia y las formas de vida y poder—que se ha dado en llamar una sociedad global de redes, sustentada por una economía cuya base es la utilización del conocimiento. La globalización es la fuerza clave que propulsa esa transformación. Comprende no sólo el movimiento transnacional de bienes y servicios sino que, además, de personas, inversiones, ideas, valores y tecnologías más allá de las fronteras de los países. En general, los analistas coinciden en señalar que la globalización se halla propulsada por la apertura y la desregulación de los mercados, la difusión de las tecnologías de información y comunicación electrónicas y la integración de los mercados financieros. Algunos indicadores que dan cuenta de estos cambios son los siguientes: • el comercio mundial ha venido creciendo últimamente a una tasa dos veces superior al producto mundial y la inversión directa externa global ha aumentado más de tres veces que el producto interno; • las exportaciones globales, que en 1950 representaban menos de un 8% del PIB mundial alcanzan a más de 14% al comienzo de la presente década; • en la actualidad las transacciones de divisas superan un billón (millón de millones) diarios, lo que en su momento llevó al Presidente del Gobierno de

España a decir: “si la cola de ese potente huracán que circula cada día, veinticuatro horas del día, por los mercados de cambio, pasara un día por mi país, sólo rozarlo significaría la liquidación de nuestras reservas de divisas en media hora de entretenimiento”9; • las migraciones internacionales, así como el turismo masivo, están creando todo un nuevo entramado de relaciones inter-étnicas, inter-religiosas e interculturales, sin que eso signifique, sin embargo, el fin de las querellas locales. Más bien, como ha dicho alguien, puede vaticinarse que las fallas que separan a las civilizaciones y etnias–sus diferentes concepciones “sobre las relaciones entre dios y el hombre, el individuo y el grupo, el ciudadano y el estado, los padres y los hijos, el esposo y la esposa, la libertad y la autoridad, los derechos y las responsabilidades, la igualdad y la jerarquía”--serán en adelante la principal fuente de conflictos10; • la difusión de las nuevas tecnologías de información y comunicación, por su parte, está comprimiendo el espacio y el tiempo, junto con provocar un masivo impacto en las estructuras tradicionales de la sociedad. Así, por ejemplo, hay quienes temen que la globalización cultural termine liquidando las identidades nacionales. En la feliz expresión mexicana: “nomás eso nos faltaba: un McDonald’s en lo alto de la pirámide”; • por último, con la globalización han aparecido también los problemas globales, como son los de la sustentabilidad medio ambiental del desarrollo, el narcotráfico a nivel internacional, el SIDA, el calentamiento global, la volatilidad de los mercados financieros, el tráfico de pornografía en las redes globales como Internet, etc. 4.

La revolución de las comunicaciones

Un buen foco para entender el orden global emergente es la explosión que ha estado ocurriendo en el manejo de la información, impulsada en parte por la constante caída en los costos que ha trae consigo la revolución electrónica de las comunicaciones. En efecto, el costo real de almacenar, procesar y transmitir una unidad de información ha venido cayendo a una tasa de 20% anual durante los últimos cuarenta años. Compárese esto con la declinación en los costos de energía que alimentó a la revolución industrial; sólo un 50% durante un período de tres décadas11. Otra manera de apreciar el cambio es reparar en el hecho de que hace 25 años un semiconductor de un megabyte de memoria costaba 550 mil dólares mientras hoy cuesta alrededor de cuatro. En 1997 los microprocesadores eran 100 mil veces más rápidos que sus antecesores de 1950. De seguir estas tendencias, y hay muchos expertos que así lo preven, hacia el año 2020 una sola computadora de mesa será tan poderosa como todas las computadoras actualmente existentes en Silicon Valley12. Sobre la base de estos dispositivos se está creando un nuevo tipo de sociedad cuyos rasgos emergentes son: (i) el crecimiento económico se torna cada vez más dependiente de la producción, distribución y aplicación del conocimiento; (ii) el sector de servicios intensivos en conocimiento--como la educación, las comunicaciones y la información--

adquiere una creciente importancia; (iii) la progresiva digitalización de las transmisiones impulsada por la convergencia de las comunicaciones y la computación; (iv) reconocimiento al valor estratégico del conocimiento incorporado en personas (“capital humano”), en tecnologías y en las prácticas asociadas al trabajo con información; y (v) la necesidad de asegurar un rápido desarrollo y difusión de las infraestructuras de comunicación. En definitiva, estamos ante una verdadera revolución, que cambia por completo el contexto cultural en que vivimos13. En primer lugar, el conocimiento y la información dejan de ser escasos y estables. Por el contrario, están en permanente proceso de expansión y renovación. Se estima que “la riqueza global de conocimiento acumulado se duplica actualmente cada cinco años”. La Universidad de Harvard demoró 275 años en completar su primer millón de volúmenes; reunió el último en sólo cinco años. Las revistas científicas pasaron de 10 mil en 1900 a más de 100 mil en la actualidad. En el caso de las matemáticas, un analista señala que se publican anualmente 200.000 nuevos teoremas. Y las publicaciones de historia de sólo dos décadas--entre 1960 y 1980--son más numerosas que toda la producción historiográfica anterior, desde el siglo IV a.C. También la especialización es cada vez más pronunciada y pulveriza el conocimiento hasta el infinito. Un estudio de comienzos de los años noventa identifica 37 mil áreas activas de investigación científica; todas ellas en plena ebullición. Sólo en la disciplina de las matemáticas existen más de 1.000 revistas especializadas, las cuales califican la producción de la disciplina en 62 tópicos principales divididos a su vez en 4.500 subtópicos. En segundo lugar, los canales de información y comunicación se multiplican. De un lado, los medios tradicionales se han vuelto más potentes. Así, por ejemplo, se estima que a comienzos de la presente década se publicaban anualmente, en el mundo, cerca de 900 mil títulos de libros; un 80% más que veinte años antes. Aún sin considerar los medios electrónicos la escena es una verdadera Torre de Babel. La televisión presenta 3.600 imágenes por minuto, por canal. Cada emisora de radio, en promedio, genera alrededor de 100 palabras por minuto. Un diario puede contener unas 100 mil palabras y varios cientos de imágenes. Las revistas y los libros agregan un flujo de escala similar. Además, cada persona está expuesta a unos 1600 avisos publicitarios por día y recibe varios miles de palabras adicionales a través de las comunicaciones telefónicas y de fax. De otro lado, se agrega ahora la información electrónicamente transmitida. Ya en 1980 un ciudadano promedio de una sociedad industrializada estaba expuesto a cuatro veces más palabras/día que en 1960; durante ese tiempo, la información electrónica creció a una tasa anual compuesta de más de un 8%, aumentando al doble cada diez años. Luego, si ayer el problema era la escasez de información, o la lentitud de su transmisión, el peligro ahora es la "saturación informativa". Con el arribo de las nuevas tecnologías de información y comunicación está ocurriendo pues una revolución de significado comparable a aquélla provocada por la imprenta. “Hemos descubierto cómo emplear pulsaciones de energía electromagnética para incorporar y transmitir mensajes que antes se enviaban por medio de la voz, la imagen y el texto”. Según ha dicho el Director del Laboratorio de Medios del MIT, “el lento manejo humano de la mayor parte de la información en forma de libros,

revistas, periódicos, y videocasetes, está por convertirse en la transferencia instantánea y a bajo costo de datos electrónicos que se mueven a la velocidad de la luz”. 5.

América Latina frente al cambio de época

Miradas las cosas bajo este ángulo, el principal desafío que enfrenta América Latina reside en generar las capacidades e instituciones necesarias para la sociedad de la información, esforzarse por hacerlo en el menor tiempo posible y usar esas capacidades e instituciones para promover el crecimiento y la cohesión social. Y qué duda cabe: América Latina se encuentra rezagada en el desarrollo de esas vitales capacidades. Para constatarlo basta con considerar que el peso de la región en el mundo— medido por su población—disminuye a medida que aumentan las exigencias de conocimiento envueltas en diversas actividades o inversiones estratégicas. Así mientras nuestra región representa un 8,5% de la población mundial, en cambio producimos alrededor del 6% del PIB mundial–sólo un poco más que Francia y menos que Alemania--; gastamos un 5,5% del total mundial en educación; participamos con menos de un 5% de las exportaciones globales; tenemos menos del 4% de los ingenieros y científicos trabajando en labores de I & D; nuestras exportaciones de manufacturas llegan a menos del 3% mundial, nuestra participación en el mercado global de tecnologías de la información es de sólo un 2%, nuestros autores científicos contribuyen con menos del 2% de las publicaciones registradas a nivel mundial, tenemos sólo un 1% de los hosts de Internet y las patentes industriales registradas por latinoamericanos en los Estados Unidos apenas llegan al 0.2%. Luego, mientras mayores son las exigencias de conocimiento envueltas, menor es nuestra gravitación en el mundo emergente14. Podrían considerarse otras cifras complementarias; todas revelan nuestros rezagos. En comparación con los países desarrollados, cuyo ingreso promedio per cápita es 3,5 veces superior, gastamos en educación 8 veces menos por habitante; 13 veces menos en los niveles preescolar a secundario y 6 veces menos en el nivel de la educación superior. En la región, menos de dos de cada diez jóvenes del grupo de edad se encuentran matriculados en la enseñanza superior; en los países desarrollados, en cambio, uno de cada dos se halla cursando estudios de nivel pos-secundario. Considerando el total de la población, aquí la escolaridad promedio es 5,5 años, allá 10. Similares diferencias se observan en otras dimensiones claves de la infraestructura de información. En relación a la población, circula en América Latina sólo un tercio de los diarios comparado con los países desarrollados; hay la tercera parte de receptores de radio y televisión; los subscriptores de cable y los usuarios de telefonía móvil están en proporción de 1 a 9, los de computadoras personales de 1 a 10 y el número de ellos conectados a la red mundial se halla en relación de 1 a 58. A la luz de estos antecedentes resulta evidente que América Latina necesita hacer un esfuerzo de gran magnitud para ponerse al día. Necesita ampliar su infraestructura de comunicaciones y elevar la calidad de sus recursos humanos; modernizar su sistema escolar y universitario; incorporar las tecnologías de información y comunicación a la

escuela y difundir su uso; aumentar la inversión destinada a producir conocimientos y para aprovecharlos productiva y socialmente; elevar el gasto por alumno para asegurar mayor equidad en el sistema educativo, en todos sus niveles, y una educación de mayor calidad; multiplicar las conexiones con la información que fluye por las redes electrónicas a nivel global e integrarse más aceleradamente a los procesos mediante los cuales las empresas, los Estados y las personas aprovechan esa información en contextos de solución de problemas y para la formulación de políticas. 6.

Modernidad cuestionada

Como resultado de todos estos cambios—en la esfera de la producción y de las comunicaciones, del conocimiento y la globalización—pareciera instalarse en muchos puntos de nuestra cultura un difundido sentimiento de malestar con la modernidad contemporánea. ¿En qué consiste, en último término, la modernidad y de dónde arranca ese malestar? Como ha dicho Ortega y Gasset, en contraste con la antigüedad, el término modernidad va referido siempre a un explosivo incremento de las posibilidades en todas las esferas de la vida. Él ilustra esa apertura con una cita de Tito Livio sobre el año 212, donde en plena segunda guerra púnica, según el historiador romano, “invadió la ciudad una muchedumbre de formas de religión, principalmente extranjeras, de suerte que parecía como si de repente o los hombres o los dioses se hubiesen vuelto otros”15. Con la globalización esa confusión de hombres y dioses se acentúa de manera radical. Pues se produce una incontenible y continua multiplicación de las opciones. Aventura de las opciones, por un lado; desventura de tener que optar en más y más esferas de la vida, por el otro. De aquí proviene también el malestar. Pues frente a ese horizonte siempre en expansión de opciones y alternativas, los hombres y mujeres “se ven desafiados a elegir; pueden elegir, tienen que elegir,; deben acreditarse ante sí y ante otros en lo que han elegido, son competentes y responsables en cómo se han elegido”16. Entonces debemos preguntamos, ¿hacia dónde inclinar la balanza? ¿Hacia el lado de las libertades, radicalizando la aventura, las opciones, las novedades, los inventos y las interpretaciones, como postulan algunos pensadores posmodernos? ¿O, más bien, deberíamos ir hacia el lado del orden y la conservación, para así reducir la incertidumbre y el miedo frente al vacío, como proponen los tradicionalistas? La respuesta libertaria, por llamarla así, tiene efectivamente un precio en previsibilidad y orden. Y plantea, además, una cuestión radical: la cuestión de dónde poner los límites. Pues podría ser, como plantea el sociólogo alemán Ralf Dahrendorf, que exista “un umbral más allá del cual el coste de la modernidad comienza a exceder sus beneficios”17. Esos costes son bien conocidos: sustitución de la comunidad orgánica por los contratos; aumento de los grados de indeterminación de la acción social; erosión de las restricciones normativas y las tradiciones; pérdida de fijeza de todas las posiciones sociales en favor de una creciente movilidad de las personas, las cosas y las ideas; secularización y pluralismo de los valores;

privatización de los deseos y las satisfacciones; retraimiento de las responsabilidades públicas, etc. Más allá de ese umbral, entonces, las fuerzas liberadoras de la modernidad podrían amenazar las regulaciones sociales que hacen posible tener raíces y mantener una identidad en medio del cambio. Al fondo, lo que preocupa a muchos es la disolución de aquellos vínculos sociales “más sólidos que trascienden a los cambios sociales a corto plazo y anclan a la gente en las más profundas corrientes de la cultura”. De ser concebido como un proyecto de emancipación, la modernidad pasa entonces a ser entendida como “una fuerza de incertidumbre y anomia”, bajo cuya presión empezarían a desaparecer esos vínculos sociales--ligaduras-que anclan a las personas a ciertas unidades básicas “a las que los individuos pertenecen, más que por elección, en virtud de fuerzas fuera de su alcance”. Precisamente en este punto se anudan muchas de las preocupaciones contemporáneas respecto al destino de la familia, la comunidad, la moral colectiva, las virtudes, las identidades sexuales, la religión, los valores últimos y la naturaleza humana. En efecto, se difunde la sospecha de que la revolución de las opciones podría terminar invadiendo relaciones que antes parecían inmunes a la elección individual, de modo tal que una creciente movilidad rompería los vínculos locales y sociales, las vocaciones se transformarían en ocupaciones, el matrimonio se vería debilitado por un divorcio más fácil, las relaciones familiares tenderían a contractualizarse y a tornarse temporales. “Al final, incluso las distinciones biológicas de edad y sexo han sido puestas, por así decir, a subasta...” reclama Dahrendorf con pasión. Hay muchas personas que, más allá de sus diferentes ideologías, sienten que ese mundo sin vínculos profundos y estables, sin organicidad comunitaria, es como una “tierra baldía” donde nada puede fructificar; donde los hombres y los dioses se hallan confundidos; donde las certezas se han perdido y reina por ende la inseguridad. Es un mundo hobbesiano, además, donde el hombre es un lobo para el hombre. Pues en ausencia de normas asumidas en común, reina la anomia. Dado que la regla cultural básica consiste en la libre elección, los comportamientos dejarían de estar prescritos y pierden previsibilidad y certeza. “Es éste un estado de extrema incertidumbre en el cual nadie sabe qué comportamiento esperar de los demás en cada situación...”. Incluso, en el extremo, las personas perderían confianza en los otros, produciéndose un generalizado estado de temor. Efectivamente, las sociedades modernas, contractualistas, atomizadas, sin un fondo común de creencias, encuentran dificultad para regular normativamente el comportamiento de la gente. En vez de integración moral y un orden aceptado de sanciones, tiende a imperar una ambigüedad normativa. El pensamiento conservador suele achacar esos males a la televisión, como hace un autor cuando sostiene que este medio “se ha convertido en un instrumento para la diseminación de valores corruptivos, desmoralizadores y destructivos”, habiendo reemplazado las agencias tradicionales de socialización y transmisión de valores”18. No es efectivo, sin embargo, de que unos medios hayan sustituido a otros. Lo que sucede es que ahora todos coexisten en un espacio multi-dimensional, creando la sensación de que

nada es fijo y que todo depende del punto de vista del observador. Esto plantea problemas adicionales. Pues se produce una suerte de “subjetivación” de la conciencia, donde la gente se ve forzada a veces, incluso, a preguntarse qué es real y qué no lo es. La información disponible se extiende y sobrepone como una pantalla sobre las cosas, llevando a dudar sobre la realidad. 7.

Afirmaciones y preguntas

Permítanme concluir con una serie de afirmaciones e interrogantes que pueden servir, tal vez, para abrir la conversación. He sostenido que América Latina se encuentra rezagada frente a los desafíos que le plantea el nuevo orden mundial emergente, basado en la sociedad global de la información y en una economía que funciona esencialmente con conocimientos. Particularmente agudos son esos rezagos en el campo de la educación, de la ciencia y la tecnología y de todas aquellas capacidades e instituciones necesarias para hacerse parte de ese nuevo orden mundial. La alternativa, en este caso, me parece clara: o damos un salto o, de lo contrario, corremos el riesgo de quedar excluidos. Si se piensa bien, el riesgo es en verdad todavía mayor: consiste en que sólo una delgada capa de nuestras sociedades se integre a la sociedad de la información y a los mercados internacionalizados de capital, ideas y conocimientos, mientras el resto de la población permanece atrapado en el fatal circuito de la falta de capital escolar, físico y de conocimientos, condenado a una vida urbana cruel y azarosa, al desempleo o al subempleo, a la falta de horizontes vitales y a la pobreza de condiciones materiales y culturales. Sabemos, por otra parte, que el crecimiento es la base de cualquier desarrollo de capacidades nacionales. Y que, hoy día, no hay crecimiento sin apertura económica, sin integración al comercio internacional, sin estabilidad política y, sobre todo, sin un enorme esfuerzo de trabajo, de ahorro y de inversión. ¿A qué valores comunes podemos recurrir para sustentar el desarrollo? ¿Estamos dispuestos y en condiciones de sostener ese enorme y prolongado esfuerzo? ¿O bien, por el contrario, buscaremos atajos -por ejemplo populistas- que en el pasado nos condenaron a un espejismo de desarrollo para luego salir peor parados? ¿Podemos convivir con las desigualdades de hoy a cambio de una tenue esperanza de ir, paso a paso, superándolas en la perspectiva de sociedades mejor integradas y más cohesionadas? ¿Tenemos otra alternativa que hacer esperar a quienes ya no pueden esperar más? ¿Y qué responsabilidad cabe a los grupos dirigentes en cultivar esa paciencia, esa perseverancia, sin que se transforme en desidia, en postergación y en abandono de los más pobres? Pero, en realidad, no están ahí los principales problemas; en la esfera de la economía, del crecimiento y del desarrollo material. Con todo que ahí está la base del desarrollo enfrentamos, en verdad, cuestiones aún más acuciantes.

Hemos visto que la revolución de la información y de las comunicaciones, y el constante cambio tecnológico en situaciones democráticas de mercado, nos pone frente a una serie de problemas e interrogantes todavía más agudos. ¿Podemos y queremos seguir abriendo nuestras culturas en el sentido de la globalización o aspiramos, más bien, a cerrar las fronteras simbólicas y retornar a nuestras raíces de identidad, donde sea que creemos que ellas se encuentran, en Macondo o en el catolicismo, en Occidente o en el pasado indígena, en las corrientes laicisitas del siglo pasado o en los ideales de la modernización? ¿Y cómo podríamos hacer para combinar todas esas fuerzas y elementos culturales que tan frecuentemente nos tironean en sentido dispares y hasta opuestos? ¿Podemos y queremos seguir avanzando en el sentido de las libertades y de las opciones, sabiendo el costo que ello entraña en términos de las tradiciones y los lazos comunitarios, de los valores heredados y las certidumbres del pasado? ¿O, más bien, nos inclinaremos hacia una suerte de neo-conservadurismo, creyendo que allí podemos encontrar respuesta para la anomia y lo que algunos miran como el hedonismo y el desenfreno de las sociedades democráticas contemporáneas? ¿Estamos dispuestos, o creemos eficaz, impulsar políticas de “tolerancia cero” en todos los campos, desde las conductas delictuales hasta la televisión, o, por el contrario, preferimos correr los riesgos de la libertad y la autonomía y apostar a políticas de autorregulación y de “dejar hacer”? ¿Hasta dónde aceptar el pluralismo en la cultura y en la sociedad y cómo volverlo compatible con los principios de fe, con las propias convicciones morales y con lo que se espera que haga el Estado? O bien, como se pregunta Hans Küng, “¿de dónde el sentido de la vida en un mundo que se está secularizando, desencantado, y en el que el hombre se siente muchas veces extraño y apátrida? ¡Cómo impedir que de una deseclesialización no se sigan luego una pérdida de la religión y al final un nihilismo práctico?”19 Y, más al fondo aún, ¿cómo vivir decentemente en un mundo que contiene tantas y tan feroces contradicciones y es, sin embargo, el mundo que nos toca cuidar, cambiar y proyectar? ¿Y cómo cambiarlo si se desprecia la política, la cosa pública incluso, y se observa esa suerte de escapismo hacia lo privado, de “minimalismo”, de querer hacer bien las pequeñas cosas y ejercer la solidaridad sólo en el ámbito de la caridad? ¿Es suficiente preocuparse del hermano y abandonar la sociedad a su suerte? Y, finalmente, frente a la complejidad de los sistemas en que vivimos, la proliferación de saberes y opciones, y los riesgos inminentes de la civilización tecnológica, ¿podemos soñar todavía con cambiar la vida? Por el contrario, con todos los cambios en curso, ¿podemos, acaso, no cambiar y quedar aferrados a las figuras del pasado? Termino aquí con una cita, tomada de un texto del teólogo Hans Küng: “Ceguera para percibir: la mayoría de las Iglesias europeas necesitaron largo tiempo para captar el significado de la revolución industrial. Pues todas ellas vivían concentradas sobe

sí mismas en el corazón de sus paradigmas tradicionales. Se imaginaban en posesión de las inmutables verdades, instituciones y posesiones eternas. Por eso no observaron al principio que fuera un mundo del todo nuevo, el paradigma moderno, se había convertido en determinante para masas de personas. No notaban que ellos mismos eran arrastrados en el rebufo de la galopante evolución”20. Santiago de Chile, 12 de abril de 1.999 1 Eric J. Hobsbawm, “Crisis de la ideología, la cultura y la civilización”. En Universidad Autónoma de México y Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Coloquio de Invierno: Los Grandes Cambios de Nuestro Tiempo, Volumen I; Fondo de Cultura Económica, México, 1992, p. 53 2 Víctor Flores Olea, “Cultura, tradición y modernidad”. En Universidad Autónoma de México y Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Coloquio de Invierno: Los Grandes Cambios de Nuestro Tiempo, Volumen II; Fondo de Cultura Económica, México, 1992, p.86 3 Mario Vargas Llosa, El Pez en el Agua; Seix Barral, Barcelona, 1993, pp. 213-14 4 Corporación de Estudios de Opinión Pública Latinoamericana, Latinbarómetro 1997 5 IDEA, Voter Turnout from 1945 to 1997: a Global Report on Political Participation; Stockholm, 1997 6 Octavio Paz, El Ogro Filantrópico; Joaquín Mortiz, México, 1979, p. 40 7 Marta Lagos, “La Imagen de la Iglesia: evolución del último cuarto de siglo” (mimeo, no publicado), 1998 8 Eduardo Lora, “Una década de reformas estructurales en América Latina: qué se ha reformado y cómo medirlo. En Revista Pensamiento Iberoamericano, “América Latina después de las Reformas”, Volumen Extraordinario 1998, p. 47. 9 Felipe González, “Siete asedios al mundo actual”; Internacional, número 65, julio 1998 10 Samuel Huntigton, “Las civilizaciones en desacuerdo”. En Nathan P. Gardels (ed.), Fin de Siglo. Grandes Pensadores Hacen Reflexiones sobre Nuestro Tiempo; McGraw-Hill, México, 1996, p. 61 11 World Bank Policy Research Bulletin, Volume 3, Number 2, March-April 1992 12 Riel Miller, Wolfgang Michalski and Berrie Stevens, “The promises and perils of 21st century technologies: an overview of the issues”. En OECD, 21st Century Technologies; OECD, Paris, 1998, p.9 13 Las fuentes para los datos entregados en esta sección se encuentren en José Joaquín Brunner, “La

educación : preguntas desde el siglo XXI”, papel a ser presentado al Seminario sobre “balance y Perspectivas de la Reforma Educacional” a celebrarse en Santiago de Chile, mayo de 1999 14 Para las cifras anteriores y las que siguen, ver José Joaquín Brunner, “América Latina al Encuentro del Siglo XXI”, Banco Inter Americano de Desarrollo, 1999. Papel presentado al Seminario América Latina y el Caribe frente al Nuevo Milenio, París, 1999 15 Tito Livio, XXV, 1, citado en JosJ Ortega y Gasset, Una Interpretación de la Historia Universal. Alianza Editorial, Madrid, 1989, p. 181 16 H. Thiersch, cit. En Hans Küng, El Cristianismo. Esencia e Historia; Editorial Trotta, Madrid,

1997, p. 766 17 Esta y las siguientes citas, hasta la próxima con indicación de fuente, pertenecen a Ralf

Dahrendorf, Ley y Orden. Editorial Civitas, S.A., Madrid 1994 18 Zbigniew Brzezinski, “Las débiles murallas del indulgente Occidente”. En Nathan P. Gardels

(de.), Fin de Siglo. Grandes Pensadores Hacen Reflexiones sobre Nuestro Tiempo; McGraw Hill, México, 1996, p. 54 19 Hans Künk, op.cit., p. 766 20 Hans Küng, op.cit., p. 750

PONENCIA 2

COMUNICACIÓN Y SOLIDARIDAD EN TIEMPOS DE GLOBALIZACION

Dr. Jesús Martín Barbero 1. Globalización comunicacional El globo ha dejado de ser una figura astronómica para adquirir plenamente significación histórica, afirma el sociólogo brasileño O. Ianni. Pero esa significación es aún profundamente ambigua y hasta contradictoria. ¿Cómo entender los cambios que la globalización produce en nuestras sociedades sin quedar atrapados en la ideología mercantilista que orienta y legitima su actual curso, o en el fatalismo tecnológico que legitima el desarraigo acelerado de nuestras culturas?. Identificada por unos con la única gran utopía posible, la de un sólo mundo compartido, y por otros con la más terrorífica de las pesadillas, la de la sustitución de los hombres por las técnicas y las máquinas, la globalización pesa tanto o más sobre el plano de los imaginarios cotidianos de la gente que sobre el de los procesos macrosociales. Hay sin embargo algunas dimensiones de la globalización que sí empezamos a comprender y son justamente aquellas que atañen a la transformación en los modelos y los modos de la comunicación. Entender esas transformaciones nos exige, en primer lugar, un cambio en las categorías con que pensamos el espacio. Pues al transformar el sentido del lugar en el mundo, las tecnologías de la información y la comunicación -satélites, informática, televisión- están haciendo que un mundo tan intercomunicado se torne sin embargo cada día más opaco. Opacidad que remite, de un lado, a que la única dimensión realmente mundial hasta ahora es el mercado, que más que unir lo que busca es unificar (Milton Santos), y lo que hoy es unificado a nivel mundial no es una voluntad de libertad sino de dominio, no es el deseo de cooperación sino el de competitividad. Y de otro lado la opacidad remite a la densidad y compresión informativa que introducen la virtualidad y la velocidad en un espacio-mundo hecho de redes y flujos y no de elementos materiales. Un mundo así configurado debilita

radicalmente las fronteras de lo nacional y lo local, al mismo tiempo que convierte esos territorios en puntos de acceso y transmisión, de activación y transformación del sentido del comunicar. Y sin embargo nos es imposible habitar el mundo sin algún de tipo de anclaje territorial , de inserción en lo local. Ya que es en el lugar, en el territorio, donde se despliega la corporeidad de la vida cotidiana y la temporalidad –la historia- de la acción colectiva, que son la base de la heterogeneidad humana y de la reciprocidad, rasgos fundantes de la comunicación humana. Pues, aun atravesado por las redes de lo global, el lugar sigue hecho del tejido de las vecindades y las solidaridades. Lo cual exige poner en claro que el sentido de lo local no es unívoco. Pues uno es el que resulta de la fragmentación, producida por la des-localización que entraña lo global, y otro la revalorización de lo local como ámbito donde se contrarresta (y complementa) la globalización, su autorrevalorización como derecho a la autogestión y la memoria propia, ambos ligados a la capacidad de construir relatos e imágenes de identidad. Lo que no puede confundirse en ningún modo con la regresión a los particularismos y los fundamentalismos racistas y xenófobos que, aunque motivados en parte por la misma globalización, acaban siendo la forma más extrema de la negación del otro, de todos los otros. El nuevo sentido que comienza a tener lo local no tiene nada de incompatible con el uso de las tecnologías comunicacionales y las redes informáticas. Hoy esas redes no son únicamente el espacio por el que circula el capital, las finanzas, sino un “lugar de encuentro” de multitud de minorías y comunidades marginadas o de colectividades de investigación y trabajo educativo o artístico. En las grandes ciudades el uso de las redes electrónicas está permitiendo construir grupos que, virtuales en su nacimiento, acaban territorializándose, pasando de la conexión al encuentro, y del encuentro a la acción. Estamos entonces necesitados de diferenciar las lógicas unificasteis de la globalización económica de las que mundializan la cultura. Pues la mundialización cultural no opera desde un afuera sobre esferas dotadas de autonomía, como serían las de lo nacional o lo local. “Sería impropio hablar de una ‘cultura-mundo’ cuyo nivel jerárquico se situaría por encima de las culturas nacionales o locales. El proceso de mundialización es un fenómeno social total, que para existir se debe localizar, enraizarse, en las prácticas cotidianas de los hombres”. (R:Ortiz). La mundialización no puede entonces confundirse con la estandarización de los diferentes ámbitos de la vida que fue lo que produjo la revolución industrial. Ahora nos encontramos ante otro tipo de proceso, que se expresa en la cultura de la modernidad-mundo, que es “una nueva manera de estar en el mundo”. De la que hablan los hondos cambios producidos en el mundo de la vida: en el trabajo, la pareja, el vestido, la comida, el ocio. O en los nuevos modos de inserción en, y percepción de, el tiempo y espacio. Con todo lo que ellos implican de una descentralización que concentra poder y de un desarraigo que empuja la hibridación de las culturas. Es lo que sucede cuando los medios de comunicación y las tecnologías de información se convierten en productores y vehículos de la mundialización de imaginarios ligados a músicas e imágenes que representan estilos y valores desterritorializados y a los que corresponden también nueva figuras de la memoria.

Pero esos fenómenos de mundialización comunicativa no pueden ser pensados como meros procesos de homogeneización. Lo que ahí se juega hoy es un profundo cambio en el sentido de la diversidad. Hasta hace poco la diversidad cultural fue pensada como una heterogeneidad radical entre culturas, cada una enraizada en un territorio específico, dotadas de un centro y de fronteras nítidas. Toda relación con otra cultura lo era en cuanto extraña/extranjera y contaminante, perturbación y amenaza en si misma para la propia identidad. Pero el proceso de mundialización que ahora vivimos, es a la vez un movimiento de potenciación de la diferencia y de exposición constante de cada cultura a las otras, de mi identidad a la del otro. Lo que implica un permanente ejercicio de reconocimiento a lo que constituye la diferencia de los otros como potencial enriquecimiento de la nuestra, y una exigencia de respeto a lo que en el otro, en su diferencia, hay de intransferible y no transable, incluso de incomunicable. Mezclar el plano colectivo de las culturas con el de los individuos, que se mueven en planos claramente diferentes, permite sin embargo constatar que lo que pasa en el uno produce efectos sobre el otro: el reconocimiento de las diferencias culturales tradicionales –las étnicas y raciales- tanto como el de las modernas -las de género o de los homosexualespasa sin duda por el plano de los derechos y las leyes, pero éstos sólo se realizan en el cotidiano reconocimiento de los derechos y el respeto de los individuos que encarnan esas culturas. La mundialización de la cultura reconfigura también el sentido de la ciudadanía: “De tanto crecer hacia fuera, las metrópolis adquieren los rasgos de muchos lugares. La ciudad pasa a ser un caleidoscopio de patrones y valores culturales, lenguas y dialectos, religiones y sectas, etnias y razas. Distintos modos de ser pasan a concentrarse y convivir en el mismo lugar, convertido en síntesis del mundo” (O. Ianni). Al mismo tiempo vemos aparecer la figura de una ciudadanía mundial (W.Kymilcka) inaugurando nuevos modos de representación y participación social y política. Pues también las fronteras que constreñían el campo de la política y los derechos humanos hoy no son sólo borrosas sino móviles, cargando de sentido político los derechos de las etnias, las razas, los géneros. Lo cual no debe ser leído ni en la clave optimista de la desaparición de las fronteras y el surgimiento (¡al fin!) de una comunidad universal, ni en la catastrofista de una sociedad en la que la “liberación de las diferencias” acarrearía la muerte del tejido societario, de las formas elementales de la convivencia social. Como lo ha señalado J. Keane existe ya una esfera pública internacional que moviliza formas de ciudadanía mundial, como lo muestran las organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos y las ONGs que, desde cada país, median entre lo transnacional y lo local. En el esfuerzo por entender la complejidad de las imbricaciones entre fronteras e identidades, memorias largas e imaginarios del presente, adquiere todo su sentido la imagen/metáfora del palimsesto: ese texto en el que un pasado borrado emerge tenazmente, aunque borroso, en las entre líneas que escriben el presente. Todo lo cual nos conduce finalmente a los retos que en la gestación de una cultura mundializada están jugando los aprendizajes a la convivencia con los nuevos campos de experiencia que despliegan las tecnologías de la globalización, o en su contrario el ahondamiento de la división y la exclusión social que ellas están ya produciendo. El más grave de los retos que la comunicación le plantea hoy a la educación es que mientras los

hijos de las clases pudientes entran en interacción con el nuevo ecosistema informacional y comunicativo desde su propio hogar, los hijos de las clases populares -cuyas escuelas públicas no tienen, en su inmensa mayoría, la más mínima interacción con el entorno informático, siendo que para ellos la escuela es el espacio decisivo de acceso a las nuevas formas de conocimiento- están quedando excluidos del nuevo espacio laboral y profesional que la cultura tecnológica configura. De ahí la importancia estratégica que cobra hoy una escuela capaz de un uso creativo y crítico de los medios audiovisuales y las tecnologías informáticas. 2. La comunicación cuestión de cultura En América Latina lo que pasa en/por los medios de comunicación no puede ser comprendido al margen de la heterogeneidad, los mestizajes y las discontinuidades culturales que median la significación de los discursos masivos. Pues lo que los procesos y prácticas de la comunicación colectiva ponen en juego no son únicamente desplazamientos del capital e innovaciones tecnológicas sino hondas transformaciones en la cultura cotidiana de las mayorías: en los modos de estar juntos y tejer lazos sociales, en las identidades que plasman esos cambios y en los discursos que socialmente los expresan y legitiman. Cambios que remiten a “la persistencia de estratos profundos de la memoria y la mentalidad colectiva, sacados a la superficie por las bruscas alteraciones del tejido tradicional que la propia aceleración modernizadora comporta” (G. Marramao). Es por lo anterior que en los últimos años los investigadores sociales han comenzado a pensar que los logros y los fracasos de nuestros pueblos en la lucha por defenderse y renovarse culturalmente se hallan estratégicamente ligados a las dinámicas y los bloqueos en la comunicación. Ya sea asociando los procesos de modernización de los países a la revolución de las tecnologías comunicativas por su incidencia sobre la reconversión industrial, la renovación educativa, la nueva cultura organizacional o la descentralización política. O bien haciendo a la comunicación masiva sinónimo de lo que nos engaña y manipula, de lo que nos desfigura como países y nos destruye culturalmente como pueblos. La comunicación es percibida en todo caso como el escenario cotidiano del reconocimiento social, de la constitución y expresión de los imaginarios desde los cuales las gentes se representan lo que temen o lo que tienen derecho a esperar, de sus miedos y sus esperanzas. Los medios han entrado así a hacer parte decisiva de los nuevos modos de percibirnos como latinoamericanos (J.Martín Barbero). Lo que significa que en ellos no sólo se reproduce la ideología, también se hace y rehace la cultura de las mayorías, no sólo se comercializan unos formatos sino que se recrean las narrativas en las que se entrelaza el imaginario mercantil con la memoria colectiva. Son muchos aún los prejuicios que nos impiden sin embargo preguntarnos cuánto del vivir cotidiano de las gentes, rechazado del ámbito de la educación y la cultura con mayúsculas, ha venido a encontrar expresión en la industria comunicativa y cultural. Una expresión interesada y deformada ciertamente, pero capaz de procurar al común de la gente una experiencia moderna de identidad y reconocimiento social. Asumir la complejidad de esa experiencia nos está exigiendo pensar las contradicciones que la atraviesan: el doble movimiento que articula, en el funcionamiento de los medios, las demandas sociales y las

dinámicas culturales a las lógicas mercado; y viceversa, el que vincula el éxito del proceso globalizador a la interacción lograda por su discurso con los códigos perceptivos de cada pueblo, o mejor a la capacidad de apropiarse de las posibilidades ofrecidas por las nuevas tecnologías. La comunicación mediática aparece entonces haciendo parte de las deste-rritorializaciones y relocalizaciones que acarrean las migraciones sociales y las fragmentaciones culturales de la vida urbana, del campo de tensiones entre tradición e innovación, entre el gran arte y las culturas del pueblo, del espacio en que se redefine el alcance de lo público y el sentido de la democracia. Perspectiva en la que deben ser colocados y comprendidos procesos que nos desafían a diario, como estos: a/ Los modos de supervivencia de las culturas tradicionales: Estamos ante una profunda reconfiguración de las culturas -campesinas, indígenas, negras- que responde no sólo a la evolución de los dispositivos de dominación sino también a la intensificación de su comunicación e interacción con las otras culturas de cada país y del mundo. Desde dentro de las comunidades esos procesos de comunicación son percibidos a la vez como otra forma de amenaza a la supervivencia de sus culturas y como una posibilidad de romper la exclusión, como experiencia de interacción que si comporta riesgos también abre nuevas figuras de futuro. Pues hay en esas comunidades menos complacencia nostálgica con las tradiciones y una mayor conciencia de la indispensable reelaboración simbólica que exige la construcción del futuro (Garcia Canclini). Así lo demuestran la diversificación y desarrollo de la producción artesanal en una abierta interacción con el diseño moderno y hasta con ciertas lógicas de las industrias culturales, la existencia creciente de emisoras de radio y televisión programadas y gestionadas por las propias comunidades, y hasta la presencia del movimiento Zapatista proclamando por Internet la utopía de los indígenas mexicanos de Chiapas. b/ Las aceleradas transformaciones de las culturas urbanas: Renovando los modos de estar juntos -pandillas juveniles, comunidades pentecostales, ghetos sexuales- desde los que los habitantes de la ciudad responden a unos salvajes procesos de urbanización que, a la vez que arrasan con la memoria de la ciudad, empatan con los imaginarios de la modernidad de los tráficos y la fragmentariedad de los lenguajes de la información. Vivimos en unas ciudades desbordadas no sólo por el crecimiento de los flujos informáticos sino por esos otros flujos que sigue produciendo la pauperización y emigración de los campesinos, produciendo la gran paradoja de que mientras lo urbano desborda la ciudad permeando crecientemente el mundo rural, nuestras ciudades viven un proceso de des-urbanización, de ruralización de la ciudad devolviendo vigencia a viejas formas de supervivencia que vienen a insertar, en los aprendizajes y apropiaciones de la modernidad urbana, saberes, sentires y relatos fuertemente campesinos. c/ Los nuevos modos de estar juntos: Las generaciones de los más jóvenes se ven hoy convertidos en indígenas de culturas densamente mestizas tanto en los modos de hablar y de vestirse, en la música que hacen u oyen y en las grupalidades que conforman, incluyendo las que posibilita el Internet. Es en el mundo de los jóvenes urbanos donde se hacen visibles algunos de los cambios más profundos y desconcertantes de nuestras

sociedades contemporáneas: ni los padres constituyen ya el patrón de las conductas, ni la escuela es al único lugar legitimado del saber, ni el libro es ya el eje que articula la cultura. Los jóvenes viven hoy la emergencia de nuevas sensibilidades, dotadas de una especial empatía con la cultura tecnológica, que va de la información absorbida por el adolescente en su relación con la televisión a la facilidad para entrar y manejarse en la complejidad de las redes informáticas. Frente a la distancia y prevención con que gran parte de los adultos resienten y resisten esa nueva cultura -que desvaloriza y vuelve obsoletos muchos de sus saberes y destrezas- los jóvenes experimentan una empatía cognitiva hecha de una gran facilidad para relacionarse con las tecnologías audiovisuales e informáticas, y de una complicidad expresiva: con sus relatos e imágenes, sus sonoridades, fragmentaciones y velocidades, en los que ellos encuentran su idioma y su ritmo. Pues frente a las culturas letradas, ligadas a la lengua y al territorio, las electrónicas, audiovisuales, musicales, rebasan esa adscripción produciendo nuevas comunidades que responden a nuevos modos de percibir y narrar la identidad. Estamos ante nueva identidades, de temporalidades menos largas, más precarias pero también más flexibles, capaces de amalgamar y convivir ingredientes de universos culturales muy diversos. “En nuestras barriadas populares tenemos camadas enteras de jóvenes, cuyas cabezas dan cabida a la magia y la hechicería las culpas cristianas y a su intolerancia piadosa, lo mismo que al mesianismo y al dogmas estrecho e hirsuto, a utópicos sueños de igualdad y libertad, indiscutibles y legítimos, así como a sensaciones de vacio, ausencia de ideologías totalizadoras, fragmentaciones de la vida y tiranía de la imagen fugaz, y al sonido musical como único lenguaje de fondo”(F. Cruz Kronfly). d/ Las relaciones entre educativo difuso y descentrado en que estamos inmersos. Los medios de comunicación y las tecnologías de información significan para la escuela ante todo eso: un reto cultural, que hace visible la brecha cada día más ancha entre la cultura desde la que enseñan los maestros y aquella otra desde la que aprenden los alumnos. Pues los medios no sólo descentran las formas de transmisión y circulación del saber sino que constituyen un decisivo ámbito de socialización, de dispositivos de identificación/proyección de pautas de comportamiento, estilos vida y patrones de gustos. Es sólo a partir de la asunción de la tecnicidad mediática como dimensión estratégica de la cultura que la escuela puede insertarse en los procesos de cambio que atraviesa nuestra sociedad. Para lo cual la escuela debe interactuar con los campos de experiencia en que hoy se procesan los cambios: hibridaciones de la ciencia y el arte, de las literaturas escritas y las audiovisuales, reorganización de los saberes desde los flujos y redes por los que hoy se moviliza no sólo la información, sino el trabajo y la creatividad, el intercambio y la puesta en común de proyectos, de investigaciones, de experimentaciones estéticas. Y por lo tanto interactuar con los cambios en el campo/mercado profesional, es decir con las nuevas figuras y modalidades que el entorno informacional posibilita, con los discursos y relatos que los medios masivos movilizan y con las nuevas formas de participación ciudadana que ellos abren especialmente en la vida local, comunicación y educación: Reducidas al uso instrumental de los medios en la escuela se deja fuera lo que sería estratégico pensar: la inserción de la educación en los complejos procesos de comunicación de la sociedad actual, el ecosistema comunicativo que constituye el entorno

3. La cultura cuestión de comunicación Las relaciones de la cultura con la comunicación han sido con frecuencia reducidas al mero uso instrumental, divulgador y endoctrinador. Pero esa relación desconoce la naturaleza comunicativa de la cultura, esto es la función constitutiva que la comunicación ocupa en la estructura del proceso cultural. Pues las culturas viven mientras comunican unas con otras, y ese comunicar conlleva un denso y arriesgado intercambio de símbolos y de sentidos. Toda ortopedia cultural está abocada a terminar en gheto, o lo que es peor en exhibición de exotismos para turistas. Frente al discurso que mira las culturas tradicionales únicamente como algo a conservar, cuya autenticidad se hallaría sólo en el pasado, y para el que cualquier intercambio aparece como contaminación, es en nombre de lo que en esas culturas tiene derecho al futuro que se hace necesario afirmar: no hay posibilidad de ser fiel a una cultura sin transformarla, sin asumir los conflictos que toda comunicación profunda entraña. El desconocimiento del sentido antropológico de esa relación ha conducido a una propuesta de comunicación puramente contenidista de la cultura-tema para divulgación en los medios, y a una política meramente difusionista de la comunicación como mero instrumento de propagación cultural. Existen sin embargo otros modelos de comunicación que, tanto desde la investigación como en la experiencia de los movimientos sociales, convergen sobre el reconocimiento de la competencia comunicativa de las comunidades y la naturaleza negociada, transnacional de la comunicación. Desde esta perspectiva la comunicación de la cultura depende menos de la cantidad de información que circule que de la capacidad de apropiación que ella movilice, esto es de la activación de la competencia cultural de las comunidades. Comunicación significará entonces puesta en común de la experiencia creativa, reconocimiento de las diferencias y apertura al otro. El comunicador deja entonces de tener la figura del intermediario -aquel que se instala en la división social y en lugar de trabajar para abolir las barreras que refuerzan la exclusión defiende su oficio: una comunicación en la que los emisores/creadores sigan siendo una pequeña élite y las mayorías continúen siendo el mero receptor y resignado espectador- para asumir el papel de mediador: que es el que hace explícita la relación entre diferencia cultural y desigualdad social, entre diferencia y ocasión de dominio, y desde ahí trabaja en hacer posible una comunicación que quite piso a las exclusiones al acrecentar el número de los emisores y creadores más que el de los meros consumidores. Esta reubicación y reconfiguración del comunicador como mediador se orienta básicamente a entender la comunicación como la puesta en común de sentidos de la vida y la sociedad. Lo que implica dar prioridad al trabajo de activación, en las personas y los grupos, de su capacidad de narrar/construir su identidad. Pues la relación de la narración con la identidad no es meramente expresiva sino constitutiva (P. Ricoeur): la identidad – individual o colectiva- no es algo dado sino en permanente construcción, y se construye narrándose, haciéndose relato capaz de interpelar a los demás y dejarse interpelar por los relatos de los otros (E. Levinas). Todo lo cual implica una “ética del discurso” que haga posible la valoración de las diferentes “hablas”, de las diversas competencias comunicativas, sin caer en el populismo y el paternalismo del “todo vale si viene de abajo”. Pues lo que la verdadera comunicación pone en juego no es la engañosa demagogia con la

que se conserva a la gente en su ignorancia o provincianismo sino la palabra que moviliza las diferentes formas y capacidades de apropiarse del mundo y de darle sentido. Finalmente los procesos de creciente violencia, intolerancia e insolidaridad que nuestros países atraviesan hacen de la comunicación un espacio fundamental del reconocimiento de los otros (Ch. Taylor). Pues todo sujeto o actor social se construye en la relación que posibilita la reciprocidad: no hay afirmación duradera de lo propio sin reconocimiento simultáneo de lo diferente. Al trabajar en el reconocimiento de las demandas de las mayorías, tanto como en de los derechos de las minorías, en el del valor de la cultura erudita como el de las populares y aun de las masivas, la nueva tarea del comunicador es menos la del manejador de técnicas y más la del mediador que pone a comunicar las diversas sociedades que conforman cada país y nuestros países entre si. Y ello implica trabajar especialmente contra la creciente insolidaridad que acarrean las políticas neoliberales y mercantilistas que, al llevar la privatización a aquellos servicios públicos básicos, como la salud, la educación o las pensiones de vejez, están rompiendo el hilo de la cohesión constitutiva entre generaciones y arrojando a las mayorías a la desmoralización y la desesperanza, mientras las minorías acomodadas se repliegan en su amurallada privacidad, disolviendo de raíz el tejido colectivo y desvalorizando la experiencia de lo colectivo, identificada con el ámbito de la inseguridad, la agresividad y el anonimato. Pese a la fascinación tecnológica, y al relativismo axiológico que predican los manuales del postmodernismo, comunicar ha sido y seguirá siendo algo mucho más difícil y largo que informar, pues es hacer posible que unos hombres reconozcan a otros en un doble sentido: les reconozcan el derecho a vivir y pensar diferentemente, y se reconozcan a si mismos en esa diferencia, es decir estén dispuestos a luchar en todo momento por la defensa de los derechos de los otros, ya que es en esos mismos derechos que están contenidos los propios. 4. Diferencia y solidaridad en la comunicación globalizada Resulta hoy imposible desconocer que en las sociedades latinoamericanas los medios de comunicación, al posibilitar el acceso a otras visiones del mundo y a otras costumbres, han contribuido a enfriar los sectarismos políticos y religiosos, han relajado los talantes represivos y desarmado las tendencias autoritarias. Pero los nuevos vientos de fanatismo y la propagación del fundamentalismo no tienen nada que ver con los medios? No hay en ellos -en la masa de sus discursos y sus imágenes- una fuerte complicidad con esquematismos y maniqueismos, con exaltaciones de la fuerza y la violencia que alimentan secreta y lentamente viejas y nuevas modalidades de intolerancia y de integrismo? Escenario, expresivo como ningún otro eso si, de las contradicciones de esta época, los medios nos exponen cotidianamente a la diversidad de los gustos y las razones, a la diferencia, pero también a la indiferencia, a la creciente integración de lo heterogéneo de las razas, de las etnias, de los pueblos y los sexos en el "sistema de diferencias" con el que, según J. Baudrillad, Occidente conjura y neutraliza, funcionaliza a los otros. Como si sólo sometidas al "esquema estructural de diferencias" que Occidente propone nos fuera posible relacionarnos con las otras culturas. Los medios de comunicación constituyen uno de los dispositivos más eficaces de ese "esquema", y ello mediante los procedimientos más

opuestos. El que busca en las otras culturas lo que más se parece a la nuestra, y para ello silencia o adelgaza los trazos más conflictivamente heterogéneos y desafiantes. Para lo cual no habrá más remedio que estilizar y banalizar, esto es simplificar al otro, o mejor descomplejizarlo volverlo asimilable sin necesidad de descifrarlo. No es con imágenes baratas y esquemáticas de los indígenas, de los negros, de los primitivos, que la inmensa mayoría de los discursos massmediaticos, y especialmente de la televisión, nos aproximan a los otros? Y de forma parecida funciona el mecanismo de distanciamiento: se exotiza al otro, se lo folkloriza en un movimiento de afirmación de la heterogeneidad que al mismo tiempo que lo vuelve "interesante" le excluye de nuestro universo negándole la capacidad de interpelarnos y de cuestionarnos (Muñiz Sodré). Más que opuesto, complementario de la globalización, el mundo vive un proceso expansivo de fragmentación, a todos los niveles y en todos los planos. Desde el estallido de las naciones a la proliferación de las sectas, desde la revalorización de lo local a la descomposición de lo social. Se impone entonces la pregunta; el crecimiento de conciencia de la diversidad no está desembocando en la relativización de toda certeza y en la negación de cualquier tipo de comunidad y aun de socialidad? Y el desarraigo que supone o produce esa fragmentación -en el ámbito de los territorios o los valores- no estará en la base de los nuevos integrismos y fundamentalismos? El elogio de la diversidad habla a la vez de una sensibilidad nueva hacia lo plural en nuestra sociedad, de una nueva percepción de lo relativo y precario de las ideologías y los proyectos de liberación, pero habla también del vértigo del eclecticismo que desde la estética a la política hacen que todo valga igual, confusión a cuyo resguardo los mercaderes hacen su negocio haciéndonos creer, por ejemplo, que la diversidad en televisión equivale a la cantidad de canales así esa cantidad acabe con la calidad y no ofrezca sino el simulacro hueco de la pluralidad. Frente al tramposo pluralismo de los postmodernos que confunden la diversidad con la fragmentación, y al fundamentalismo de los nacionalistas étnicos que transforman la identidad en intolerancia, comunicación plural significa en América Latina el reto de asumir la heterogeneidad como un valor articulable a la construcción de un nuevo tejido de lo colectivo, de nuevas formas de solidaridad. Pues mientras en los países centrales el elogio de la diferencia tiende a significar disolución de la socialidad, en América Latina, como afirma N. Lechner, "la heterogeneidad sólo producirá dinámica social ligada a alguna noción de comunidad". No ciertamente a una idea de comunidad "rescatada" de algún idealizado pasado sino a aquella que asume las ambiguas formas modalidades del presente: desde las comunidades barriales que se unen para darle a su vida un poco de dignidad humana al tiempo que rescatan con sus formas tradicionales -narrativas y musicales- de comunicación las señas de su identidad, hasta esas nuevas comunidades que a traves de las radios y canales comunitarios de televisión conectan las aldeas y las barriadas urbanas en la búsqueda de una información y comunicación que responda a sus verdaderas demandas de justicia social y de reconocimiento político y cultural. Y es que lo que comienza a hacerse visible en las emisoras comunitarias es el nuevo sentido que adquieren las relaciones entre cultura y política cuando los movimientos sociales barriales o locales encuentran, en un espacio público como el que abre la radio, la posibilidad ya no de ser representados sino de ser reconocidos: de hacer oír su propia voz, de poder decirse en sus lenguajes y relatos.

Mirada desde la comunicación la solidaridad desemboca en la construcción de una ética que se haga cargo del valor de la diferencia articulando la universalidad humana de los derechos a la particularidad de sus modos de percepción y de expresión. Estamos proponiendo una ética de la comunicación que, en la línea trazada por J. Habermas y G. Vattimo, tiene mucho menos de certezas y absolutización de valores que de posibilidades de encuentro y de lucha contra la exclusión social, política y cultural, de la que son objeto en nuestros países tanto las mayorías pobres como la minorías étnicas o sexuales. En la experiencia de desarraigo que viven tantas de nuestras gentes a medio camino entre el universo campesino y un mundo urbano cuya racionalidad económica e informativa disuelve sus saberes y su moral, devalúa su memoria y sus rituales, la solidaridad que pasa por la comunicación nos devela un doble campo de derechos a impulsar: el derecho a la participación en cuanto capacidad de las comunidades y los ciudadanos a la intervención en las decisiones que afectan su vivir, capacidad que se halla hoy estrechamente ligada a una información veraz y en la que predomine el interés común sobre el del negocio; el derecho a la expresión en los medios masivos y comunitarios de todas aquellas culturas y sensibilidades mayoritarias o minoritarias a través de las cuales pasa la ancha y rica diversa de la que están hechos nuestros países. Un último plano de solidaridad que pasa por la comunicación es aquel desde el que hacer frente a una globalización que se construye a expensas de la integración de nuestros pueblos. En América Latina, aun estando estrechamente unida por la lengua y por largas y densas tradiciones, la integración económica con que nuestros países buscan insertarse competitivamente en el nuevo mercado mundial, está fracturando la solidaridad regional, especialmente por las modalidades de inserción excluyente de los grupos regionales (TLC, Mercosur) en los macrogrupos del Norte, del Pacífico y de Europa. Las exigencias de competitividad entre los grupos están prevaleciendo sobre las de cooperación y complementariedad regional, lo que a su vez se traduce en una aceleración de los procesos de concentración del ingreso, de reducción del gasto social y deterioro de la esfera pública. Pues la “sociedad de mercado” es puesta como requisito de entrada a la “sociedad de la información” de manera que la racionalidad de la modernización neoliberal sustituye los proyectos de emancipación social por las lógicas de una competitividad cuyas reglas no las pone ya el Estado sino el mercado, convertido en principio organizador de la sociedad en su conjunto. Las contradicciones latinoamericanas que atraviesan y sostienen su globalizada integración desembocan así decisivamente en la pregunta por el peso que las industrias de la información y la comunicación audiovisuales están teniendo en estos procesos, ya que esas industrias juegan en el terreno estratégico de las imágenes que de sí mismos se hacen estos pueblos y con las que se hacen reconocer de los demás. De ahí que la identidad cultural de nuestros pueblos podrá continuar siendo narrada y construida en los nuevos relatos y géneros audiovisuales sólo si las industrias comunicacionales son tomadas a cargo por unas políticas culturales de integración latinoamericana capaces de asumir lo que los medios masivos tienen de, y hacen con, la cultura cotidiana de la gente, y capaces también de implicar explícitamente al sistema educativo en la transformación de las relaciones de la escuela con los campos de experiencia que configuran las nuevas sensibilidades, los nuevos lenguajes y las escrituras informáticas. A comienzos de los años 90 un Grupo de Consulta de la UNESCO sobre el Espacio Audiovisual Latinoamericano,

en ciudad de México, tradujo a preguntas estas preocupaciones: “¿Queremos o no preservar y fortalecer los recursos humanos, tecnológicos y culturales del espacio audiovisual latinoamericano que hemos venido generando desde hace un siglo?. ¿Deseamos sostener e incrementar la capacidad productiva de nuestras propias imágenes o aceptamos convertirnos colectivamente en meros transmisores de imágenes ajenas?. ¿Intentamos vernos en esos espejos socioculturales que constituyen nuestras pantallas o renunciamos a construir nuestra identidad, nuestra posibilidad de ser colectivo y reconocible?”. Y puesto que en una economía cada día más globalizada el ámbito de referencia de las políticas culturales rebasa lo nacional necesitamos que nuestros países se decidan a concertar e intercambiar sus propias producciones, impulsando al mismo tiempo la exportación de lo nuestro y la importación de lo que producido en cualquier lugar del mundo venga a fortalecer y enriquecer la identidad y pluralidad de nuestros pueblos. Creo que las preguntas señaladas enlazan con estas otras tres que, a la vez que condensan el sentido de este documento, permiten su aplicación en el trabajo cotidiano de las instituciones y organizaciones que convocan este evento: - ¿Cómo asumir la nueva relación entre cultura y comunicación en lo global sin que la experiencia que hoy tenemos de la diversidad cultural no desemboque en el estallido de lo social y en un escepticismo radical acerca de las posibilidades de convivir en lo local?. - ¿Cómo hacerse cargo de los profundos cambios que sufren las culturas cotidianas y las sensibilidades de la gente de modo que los procesos de comunicación que movilizan nuestras instituciones sean capaces de traducir a los nuevos “idiomas” y lenguajes los valores y solidaridades que buscamos impulsar? - ¿Qué estamos haciendo en el campo de la comunicación para hacer frente a la fragmentación y la exclusión social que la orientación mercantil de la globalización está produciendo en nuestras sociedades?. - ¿Cómo, a través de que procesos y medios, están trabajando nuestras instituciones en la puesta en comunicación de los pueblos y países que conforman América Latina?

BIBLIOGRAFÍA - Baudrillard,J. (1993), La ilusión del fin,Anagrama,Barcelona. - Cruz Konfly, F (1998), La tierra que atardece. Ensayos sobre la modernidad y la contemporaneidad, Ariel, Bogotá - Garcia Canclini, N. (1990), Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Grijalbo, México, 1990 - Habermas, J. Conciencia moral y acción comunicativa, Península, Barcelona, 1985 - Ianni, O. (1997), A era do globalismo, Civilizacao Brasileira, Rio de Janeiro - Jeane, J. (1995), “Structural Transformation of the Public Sphere”, in The Communication - Rewiew, Vol. 1, ps. 1-22, University of California - Kymlicka, W. (1996), Ciudadania multicultural, Paidos, Barcelona, 1996 - Levinas, E. (1993), Humanismo del otro hombre, Siglo XXI, México - Marramao, G. (1987), Poder y secularización, Península, Barcelona - Martín-Barbero, J. (1997), De los medios a las mediaciones, G. Gili, México - Muñiz Sodré, (1983), A verdade seduzida, Codecrí, Rio de Janeiro, 1983. - Ortiz, R. (1995), Mundialización y cultura, Alianza, Buenos Aires - Santos, M. (1996), A natureza do espaco:técnica e tempo, Hucitec, Sao Paulo - Ricoeur, P. (1983-1985), Temps et récit, 3 vol. , Du Seuil, Paris (1990), Soi-même comme un autre, Du Seuil, Paris - Taylor, Ch. (1992), Multiculturalism and the Politics of Recognition, Princeton University - Press; una síntesis: “Identidad y reconocimiento” in N°7 Revista internacional de Filosofía política, ps, 10-20, México, 1996 - Vattimo, G. Etica de la interpretación, Paidos, Barcelona, 1991 Medellín, 28 de abril de 1999

PONENCIA 3

MEDELLÍN 30 AÑOS DESPUÉS

Dr. Carlos Eduardo Cortés INTRODUCCIÓN El 6 de septiembre de 1968, fueron presentadas las conclusiones de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que se encontraba en busca de “una nueva y más intensa presencia de la Iglesia en la actual transformación de América Latina, a la luz del Concilio Vaticano II”. Era una década de esperanza y contestación, de movimientos estudiantiles y obreros en busca de reivindicaciones sociales; de crisis próxima debida al fracaso de los modelos de desarrollo y la problemática del petróleo en Occidente; de una Iglesia renovada por el aggiornamento del Concilio. El documento de Medellín se centró en tres grandes áreas: • La promoción del ser humano y de los pueblos hacia los valores de la justicia, la paz, la educación y la familia. • La necesidad de una adaptada evangelización y maduración en la fe de los pueblos y sus élites, a través de la catequesis y la liturgia. • Los problemas relativos a los miembros de la Iglesia, que requieren intensificar su unidad y acción pastoral a través de estructuras visibles, adaptadas a las nuevas condiciones del continente. Junto con la referencia a estructuras visibles ligadas a temas como movimientos de laicos, sacerdotes, religiosos, formación del clero, pobreza de la Iglesia y pastoral de conjunto, el documento de Medellín abordó en forma extensa los novedosos “medios de comunicación social”. A la luz del Decreto Inter Mirifica, las conclusiones de Medellín prefiguraron temas esenciales que hoy nos desafían aún con mayor fuerza. En particular, las referencias a “una nueva cultura, producto de la civilización audiovisual que, si por un lado tiende a masificar al hombre, por otro favorece su personalización” (Medellín, Conclusiones 16,1), dejaron clara la urgencia de la reflexión, la capacitación y la organización en todo lo relacionado con el manejo pastoral de la comunicación social:

“La comunicación social es hoy una de las principales dimensiones de la humanidad. Abre una época. Produce un impacto que aumenta en la medida en que avanzan los satélites, la electrónica y la ciencia en general”. “Los medios de comunicación social (MCS) abarcan la persona toda. Plasman al hombre y la sociedad. Llenan cada vez más su tiempo libre. Forjan una nueva cultura, producto de la civilización audiovisual que, si por un lado tiende a masificar al hombre, por otro favorece su personalización. Esta nueva cultura por primera vez se pone al alcance de todos, alfabetizados o no, lo que no acontecía en la cultura tradicional que apenas favorecía a una minoría.” “Por otra parte, estos medios de comunicación social acercan entre sí a los hombres y pueblos, los convierten en próximos y solidarios, contribuyendo así al fenómeno de la socialización, uno de los logros de la época moderna.” (Medellín, Conclusiones 16,1). Tres décadas después, la Iglesia de Latinoamérica continúa en las mismas búsquedas, pero con un agravante: hemos perdido tiempo precioso. El mundo cambió ante nuestros ojos. Términos como globalización, era de la información y digitalización son corrientes en todo análisis que intente explicar el presente. Y todos ellos tienen que ver con la noción de comunicación. La memoria de los siglos, acumulada con el paso de la historia, ha intervenido en la manera como la Iglesia concibe y vive su modo contemporáneo de comunicación. Históricamente, lo que la humanidad entiende por comunicación ha ido adquiriendo una amplitud desmesurada, que puede resultar irritante a los ojos de quien intente acercarse a comprenderla. Cuando hablamos de comunicación encontramos no sólo muchísimas definiciones, sino que a veces se trata de conceptos que se contradicen entre sí. Por eso, intentemos avanzar poco a poco, para no perdernos entre las definiciones. Este texto se dirige a personas interesadas en la comunicación, que desean enriquecer su trabajo pastoral en la Iglesia. Entonces, comencemos por aclarar ese escurridizo concepto de la comunicación, para llegar a hacer una propuesta basada en el camino que la misma Iglesia ha ido trazando. 1. ¿DESDE DÓNDE HABLAMOS DE COMUNICACIÓN? Antes de buscar una respuesta, preguntémonos, cada uno de nosotros, lo que en verdad se viene a nuestra cabeza cuando hablamos de comunicación. ¿Medios modernos como la televisión? ¿Esquemas en donde aparecen emisores, receptores y medios? ¿Tecnologías como el computador, que nos cambian la vida a toda aunque ni siquiera las comprendamos?

En sentido amplio, el término comunicación engloba las diferentes formas de intercambio y circulación de personas, mensajes y bienes (Mattelart, 1995). Es decir, hablar de comunicación puede envolver, al mismo tiempo, vías (carreteras, caminos, canales), intercambio simbólico (relaciones culturales) y, por supuesto, redes de teletransmisión e industrias culturales (medios masivos, bancos y bases de datos, servicios de informática y telecomunicaciones, editoriales y entretenimiento). La historia de la Iglesia no ha podido sustraerse a estos cambios: su relación con la comunicación ha variado por igual en consonancias y disonancias con los tiempos. Por ejemplo, durante 125 años (entre los siglos XIX y XX), la Doctrina acerca de la Comunicación Social se basó en un interés sectorial por cada medio en particular, donde predominaba una actitud defensiva y una concepción instrumentalista - predicacional. Antes de 1957 “no hubo una reflexión sobre la comunicación social como tal, ni sobre los medios en su conjunto, sino que los documentos aparecían como reacción ante los problemas que iba suscitando cada medio con su presencia y evolución específicas” (Pérez, 1996: 9). En tal sentido, la creación de las Organizaciones Internacionales Católicas de Comunicación (UCIP, OCIC y Unda), entre 1927 y 1928, fue estimulada por la Iglesia ante la evolución acelerada de los llamados medios masivos, con el fin de que los católicos influyeran en ese complejo universo de la prensa, el cine, la radio y la televisión. De hecho, Medellín tenía muy clara su recomendación al respecto: A fin de lograr los objetivos específicos de la Iglesia, es necesario crear o fortalecer, en cada país de América Latina, Oficinas Nacionales de Prensa, Cine, Radio y Televisión, con la autonomía requerida por su trabajo y con eficiente coordinación entre las mismas. (Medellín, Conclusiones 16,19). Estas oficinas deben mantener estrecha relación con los Organismos Continentales (ULAPC, UNDA -AL y SALOCIC) e Internacionales. De igual manera, dichos Organismos han de prestar toda su colaboración al Departamento de Comunicación Social del CELAM para estructurar planes a nivel latinoamericano y promover su ejecución. (Medellín, Conclusiones 16,20). Hoy, la mayoría de las definiciones de la comunicación parece supeditada a los llamados “medios de comunicación social”, cuya aparición reciente se ha magnificado con el desarrollo incesante de las tecnologías de punta en informática y telemática. Pero, entre esta maraña de posibilidades, ¿qué tipo de comunicación es el que más interesa a los fines del Cristianismo? ¿Habrá una manera de entender la comunicación, más coherente con la Tradición y la Doctrina que iluminan nuestra labor? 2.

EN BUSCA DE LAS RAÍCES

Consideremos un punto de partida que podría servirnos como acuerdo básico:

“El Cristianismo es una religión de comunicación. (...) La Iglesia es una red mundial de comunicación que busca unir a la familia humana con Dios. La comunicación de la Palabra y los Sacramentos se inscribe plenamente en el corazón del misterio de la Iglesia. La comunicación es una función esencial de la Iglesia, porque sustenta a los cristianos en su peregrinar hacia la realización plena del Reino de Dios” (Granfield, 1994: 1 y 4). Esta unión de la familia humana con Dios nos da una primera pista del sentido original de la palabra comunicación: no hay unión sin comunidad, ni comunidad sin participación. Las raíces latinas son un buen indicio para rastrear estos vínculos; por ejemplo, communis (común) es raíz de communicare (sinónimo de comulgar, con el significado de participar en común, poner en relación) y de sus derivados communio-onis (comunión) y communicatio-onis (comunicación). A la vez, en griego, el vocablo koinos (común) da lugar a koinonía, como acto y realidad que resultan de com-partir, de poner en común. La Iglesia (ekklesia o asamblea convocada) primitiva nació bajo esta concepción. De hecho, desde su origen relacionó la proclamación del Evangelio con la participación en una comunidad (“Lo que hemos visto y oído se lo damos a conocer, para que estén en comunión con nosotros” 1 Jn 1, 1-3) que implicaba compartir el pan y los bienes (Hch 2, 42-47; 4, 32-35). Communicare, con su sentido pleno de hacer común, compartir, tener acceso y participar, ingresó así en la Vulgata, la versión latina de la Biblia, en el siglo IV, traducida por San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia, para ser leída al vulgo o pueblo europeo. Y es con este sentido básico de “participar en” que el vocablo comunicación aparece en lenguas modernas como el francés, el español y el inglés, desde mediados del siglo XIV, aun con acepciones antiguas (a partir del siglo IX) que comprenden incluso la unión de los cuerpos (Pérez, 1996; Winkin, 1982). Hasta el siglo XVI, «comunicar» y «comunicación» están, pues, muy próximos a «comulgar» y «comunión», términos más antiguos (siglos X-XII) pero procedentes también de communicare. (...) en el siglo XVI aparece (en francés) el sentido de «practicar» una noticia. Desde entonces hasta fines del siglo, «comunicar» comienza a significar también «transmitir» (una enfermedad, por ejemplo) (Winkin, 1982: 12). En su Coloquio de los perros, Miguel de Cervantes, en 1613, decía que “el andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos”. Y, en ese mismo siglo XVII, la comunicación ingresó al vocabulario científico, tanto en su acepción de transmitir (“el imán comunica su virtud al hierro”, 1690), como en nuevas significaciones ligadas al desarrollo de las técnicas, el comercio, la construcción de canales (“para comunicar la navegación de los ríos entre sí”, 1699) y caminos, y la racionalización del trabajo (Wilkin, 1982: 12; Mattelart, 1995: 9 y 23). En el transcurso de los siglos XVII y XVIII (cuando no existían todavía “los medios masivos de comunicación”), las primeras ideas sobre el control del movimiento (por ejemplo, de los ejércitos) y la creación de un mercado nacional, a través de un sistema de “vías de comunicación”, cambiaron radicalmente el sentido original del communicare.

Participar y compartir pasaron a un segundo plano, pues el significado original de la comunicación cedió su lugar a la idea de transmisión y medios que predomina en todas las definiciones que manejamos hoy. De hecho, el documento de Medellín le otorgó un papel prioritario a esta visión de la comunicación: “los medios de comunicación social son uno de los factores que más han contribuido y contribuyen a despertar la conciencia de las grandes masas sobre sus condiciones de vida” (n. 16-2); y les atribuyó un optimista papel protagónico en dicho proceso: “Sin estos medios no podrá lograrse la promoción del hombre latinoamericano y las necesarias transformaciones del continente. De esto se desprende (...) la necesidad absoluta de emplearlos a todos los niveles y en todas las formas de la actividad pastoral de la Iglesia” (n. 16-24). Incluso, Medellín se preocupó muy temprano por la formación académica de comunicadores; y las universidades católicas se apresuraron a brindar respuestas con el impulso o la creación de nuevas escuelas y facultades de la especialidad: “Dada la dimensión social de estos medios y la escasez de personal cualificado para actuar en ellos, urge suscitar y promover vocaciones en el campo de la Comunicación Social, especialmente entre los seglares” (n. 16-13). Pero faltaban todavía unos años para ver el panorama completo: la comunicación más allá de los medios técnicos. 3.

NUEVOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS

A partir del siglo XVIII, la comunicación fue adquiriendo la función de garantizar la continuidad entre producción y consumo, entre trabajo y espectáculo, y también asumió la tarea de contribuir a la gestión técnica de la opinión (encuestas, sondeos y opinión pública). Finalmente, al terminar el siglo XX, la comunicación ganó el carácter de motor de la economía y de la sociedad. Veamos unos datos que reflejan nuestra situación actual: Los sectores industriales de televisión por suscripción, telecomunicaciones, televisión e informática representaron, en conjunto, una facturación mundial de casi un trillón (un millón de millones) de dólares, durante el año 1997. Para 1994, en el mundo había cerca de mil millones de televisores en uso, de los cuales 35% estaban en Europa, 32% en Asia, 21% en Estados unidos y tan sólo el 8% en América Latina (ABTA, 1998). En 1995, al tiempo que se alcanzó la cifra de 150 millones de computadores personales instalados en el mundo, se calculaba que Internet, la red de redes, agrupaba dos millones de computadores a través de 21.000 redes, cinco millones de nodos y entre 20 y 40 millones de usuarios distribuidos por un número de países que iba de 60 a 168.

Sin embargo, aunque Internet dobla su tamaño cada 50 días y en 1998 se calculaba que cada cuatro segundos surge un nuevo sitio Web, el 98% de los usuarios fue identificado como el típico varón joven –con promedio de 21 años o menos–, anglosajón, urbano y de clase privilegiada. Por otra parte, su uso por zonas geográficas fue calculado en 73,3% para Estados Unidos; 10,82% para Europa; 8,44% para Canadá y México; 3,63% para Oceanía; 1,81% para Asia; 0,58% para Sudamérica; 0,44 para África; 0,14 para el Caribe y 0,11 para América Central (Litherland, 1995; Ellis, 1995; Millán, 1996; Godoy, 1996; Negroponte, 1998). Ese es el contexto del llamado “proceso de globalización”, que hoy en día ya no podemos seguir mirando como un concepto sino como un hecho constatable, un cambio de época, marcado por la transformación radical de la cultura, la política y la economía, que se ha completado históricamente gracias a la digitalización de las tecnologías de información, el uso generalizado del computador y la expansión de redes telemáticas planetarias. Pero tuvimos que esperar la llegada de la Instrucción Pastoral Aetatis Novae (la llegada de una nueva era), publicada en 1992 por el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, en el vigésimo aniversario de Communio et progressio, para reconocer la dimensión del cambio global: “(...) lo que saben y piensan los hombres y las mujeres de nuestro tiempo está condicionado, en parte, por los medios de comunicación; la experiencia humana como tal ha llegado a ser una experiencia de los medios de comunicación. (...) (Su uso) ha dado origen a lo que se ha podido llamar “nuevos lenguajes” y ha suscitado posibilidades ulteriores para la misión de la Iglesia así como nuevos problemas pastorales” (n. 2). Aetatis novae ofreció, además, un contexto histórico doble, para entender el fenómeno actual de la comunicación social. Por una parte, se refirió al contexto cultural y social: “El cambio que hoy se ha producido en las comunicaciones supone, más que una simple revolución técnica, la completa transformación de aquello a través de lo cual la humanidad capta el mundo que le rodea y que la percepción verifica y expresa”. “(...) El entramado cada vez más estrecho de los medios de comunicación con la vida cotidiana influye en la comprensión que pueda tenerse del sentido de la vida. (...) Para muchas personas la realidad corresponde a lo que los medios de comunicación definen como tal” (n. 4). Por otra, reconoció el nuevo papel de la comunicación en el sistema económico y político global: “Las estructuras económicas de las naciones dependen de los sistemas de comunicaciones contemporáneas. (...) en muchos casos los sistemas públicos de telecomunicaciones y de difusión han sido sometidos a políticas de falta de normativa y de privatización”.

“Del mismo modo que el mal uso del servicio público puede llevar a la manipulación ideológica y política, así, la comercialización no reglamentada y la privatización de la difusión tienen profundas consecuencias. En la práctica, y frecuentemente de forma oficial, la responsabilidad pública del uso de las ondas está infravalorada. Se tiende a evaluar el éxito en función del beneficio y no del servicio”. “(...) Ante el aumento de la competencia y la necesidad de encontrar nuevos mercados, las empresas de comunicaciones revisten un carácter cada vez más “multinacional” (n. 5). Y frente a este contexto, la Instrucción Pastoral nos ofreció un diagnóstico problemático que le abre las posibilidades a otros medios y expresiones fuera de lo masivo: “En la situación actual, ocurre que los medios de comunicación exacerban los obstáculos individuales y sociales que impiden la solidaridad y el desarrollo integral de la persona humana. Estos obstáculos son especialmente el secularismo, el consumismo, el materialismo, la deshumanización y la ausencia de interés por la suerte de los pobres y los marginados” (n. 13). “No se puede aceptar que el ejercicio de la libertad de comunicación dependa de la fortuna, de la educación o del poder político” (n. 15). “Conociendo la situación existente en tantos lugares, la sensibilidad por los derechos y los intereses de las personas frecuentemente puede incitar a la Iglesia a promover otros medios de comunicación. En el campo de la evangelización y la catequesis, la Iglesia deberá tomar medidas a menudo para preservar y favorecer los “medios de comunicación populares” y otras formas tradicionales de expresión, reconociendo que, en determinadas sociedades, pueden ser más eficaces para la difusión del evangelio que los medios de comunicación más modernos, porque posibilitan una participación personal mayor y alcanzan niveles más profundos de sensibilidad humana y de motivación”. “(...) Los medios de comunicación tradicionales y populares no sólo representan un importante cauce de expresión de la cultura local, sino que también posibilitan el desarrollo de una competencia en la creación y en la utilización de los medios de comunicación. (...) Sea cual fuere la situación, es preciso que los ciudadanos puedan tomar parte activa, autónoma y responsable en las comunicaciones, pues influyen, de muchas formas, en sus condiciones de vida” (n. 16). La nueva era descrita por el documento se refiere al hecho de que hoy disponemos de nuevos servicios informativos, financieros, educativos y de entretenimiento, que están cambiando incluso a los medios tradicionales, tal como los conocíamos. La llamada realidad multimedial, se basa en la posibilidad de trasladar libremente de un medio a otro sus respectivas cualidades. Tecnologías hasta ahora dispersas en aparatos y servicios sin relación directa, convergen ahora en un solo lenguaje digital para todos los medios y un único cable para todos los servicios de voz (telefonía), vídeo (programas de

TV) y datos (transacciones bancarias, bancos de datos especializados, navegación en Internet, entre otros). Todas las sociedades humanas se están reestructurando alrededor de un mismo eje: una economía basada en la tecnología de las redes, con muchos centros en incontrolable interacción, y con capacidad para reorganizar las relaciones sociales, culturales y políticas, los modos de producción y distribución, el crecimiento económico, la competitividad empresarial y el empleo. 4.

RECUPERAR EL COMMUNICARE

El retorno a las culturas locales y su expresión, y a la participación de las personas en los procesos de comunicación, tal como lo propone Aetatis Novae, tiene las características de una explícita recuperación del communicare, pero puesta en el contexto contemporáneo de la cultura de la imagen. Por fortuna, la Iglesia de América Latina ha peregrinado en esa dirección y es mucho lo que se ha avanzado con la herencia de Medellín, en Puebla y Santo Domingo. El documento de Puebla, en 1979, dejó rumbos indicados cuya actualidad es permanente. Uno de ellos, referido explícitamente a la comunicación, logró relativizar con claridad la manera de entender este campo, ampliando la solicitud de Medellín, a pesar de mantener subrayada la idea de la transmisión: La evangelización, anuncio del Reino, es comunicación; por tanto, la comunicación social debe ser tenida en cuenta en todos los aspectos de la transmisión de la Buena Nueva (n. 1063). Sin embargo, los Obispos en Puebla también tenían clara una limitación al respecto: “La Iglesia ha sido explícita en la doctrina referente a los Medios de Comunicación Social publicando numerosos documentos sobre la materia, aunque se ha tardado en llevar a la práctica estas enseñanzas” (n. 1075). “La Iglesia de América Latina ha hecho en los últimos años muchos esfuerzos en favor de una mayor comunicación en su interior. Sin embargo, en muchos casos, lo realizado hasta ahora no responde plenamente a las exigencias del momento” (n. 1079). Al concebir la evangelización como comunicación; al advertir que “los medios propios no están integrados entre sí ni en la Pastoral de Conjunto” (n. 1076), y al buscar mayor comunicación en el interior de la Iglesia, el Documento de Puebla relacionó por entero las múltiples dimensiones comunicacionales que están comprometidas en cualquier esfuerzo evangelizador, más allá de los medios masivos. De hecho, reconoció que “La comunicación como acto social vital nace con el hombre mismo y ha sido potenciada en la época moderna mediante poderosos recursos tecnológicos” (n. 1064).

En ese sentido, Puebla mostró una aproximación muy diferente al fenómeno y una gran capacidad de recuperar el communicare original: una cosa es mirar la comunicación sólo como aquello que pasa en y por los medios, y otra muy diferente el reconocer que éstos la potencian para bien o para mal, pero que lo comunicacional va mucho más allá de ellos, tiene como punto de partida el testimonio y es un proceso que abarca la liberación, la comunión y la participación (García, s.f.): “La libertad implica siempre aquella capacidad que en principio tenemos todos para disponer de nosotros mismos a fin de ir construyendo una comunión y una participación que han de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos inseparables: la relación del hombre con el mundo, como señor; con las personas como hermano y con Dios como hijo” (n. 322). “(...) la verdadera comunicación personaliza, integra a la comunidad y transforma al mundo circundante en forma cada vez más amplia (n. 1045). (...) La comunicación profunda no es sólo entrega de mensajes sino de la persona (n. 684). (El diálogo) tiene siempre un carácter testimonial, en el máximo respeto de la persona y de la identidad del interlocutor. El diálogo tiene sus exigencias de lealtad e integridad por ambas partes” (n. 1114). Cuando en Puebla se habla de testimonio, no se trata de un afán presuntuoso de mostrarse o de dar ejemplo. Es dejar obrar a Dios a través de uno, de modo que la iniciativa sea suya. Esto es lo que da una profundidad trascendente a la comunicación (García, s.f.: 9 y 10). Al hacerse parte de la vivencia del evangelio, la comunicación adquiere una dimensión más compleja, pero también más trabajable desde el punto de vista pastoral: además de nuestro testimonio, quienes estamos ejerciendo una labor especializada en el mundo de la comunicación también tenemos otros desafíos por delante. Mucho más si asumimos el llamado de los Obispos de Puebla: “A cuantos ejercen cargos y misiones en los variados campos de la cultura, la ciencia, la política, la educación, el trabajo, los medios de comunicación social, el arte (...) a ser constructores de la Civilización del Amor, según luminosa visión de Paulo VI, inspirada en la Palabra, en la vida, en la donación plena de Cristo y basada en la justicia, la verdad y la libertad” (n. 8). “El amor cristiano sobrepasa las categorías de todos los regímenes y sistemas, porque trae consigo la fuerza insuperable del Misterio Pascual, el valor del sufrimiento en la Cruz y las señales de la victoria y resurrección. El amor produce la felicidad de la comunión e inspira los criterios de participación” (n. 8). Con esas palabras, el Documento de Puebla construye uno de sus más grandes desafíos: la Civilización del Amor como proyecto histórico de nueva sociedad. Lo cual, tiene el significado de vivir el evangelio en tres dimensiones:

• Dando testimonio en nuestra vida personal de que el amor es posible. • Pensando el mundo (reflexión) para transformar la realidad y construir una nueva sociedad conforme a los valores evangélicos. • Actuando en el mundo, para construir, en el proceso, nuevas estructuras que guarden mayor coherencia con el objetivo final de alumbrar una nueva sociedad (Eroles, 1980). Allí ingresa con mayor claridad un trabajo específico con los medios de comunicación: Jesucristo quiso que su acción continuara públicamente y no sólo en el secreto de las conciencias. Por eso envió a sus discípulos no sólo a conversar en privado, sino a anunciar y predicar. Por eso la Iglesia necesita usar medios de comunicación pública. Tiene que publicar el mensaje salvador “desde los tejados” (Mt 10, 27). Ella es un signo perceptible de la comunión que Dios quiere establecer (García, s.f.: 29). Este nuevo lugar y función de los medios también lo plantearía el Papa Juan Pablo II, en 1990: “Hoy en día a nadie se le ocurriría ya pensar en las comunicaciones sociales o hablar de las mismas como simples instrumentos o tecnologías. Más bien ahora se las considera como formando parte de una cultura aún inacabada” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones). Al año siguiente, en su Redemptoris missio, Su Santidad lo expresaría en forma mucho más incisiva, presentando el asunto como un problema complejo y hablando ahora del mundo de la comunicación y su nueva cultura, y no apenas de los medios: “El primer areópago de la sociedad moderna es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola en una “aldea global”, como suele decirse. (...) Quizás se ha descuidado un poco ese areópago: generalmente se privilegian otros instrumentos para el anuncio evangélico y para la formación cristiana” (...). Sin embargo, el trabajo en estos medios no tiene como objetivo solamente multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo. No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta “nueva cultura” creada por la comunicación moderna. Es un problema complejo, ya que esta cultura nace, aún antes que de los contenidos, del hecho mismo que existen nuevos modos de comunicar con nuevos lenguajes, nuevas técnicas, nuevos comportamientos sicológicos (n. 37). Con esta base, la Iglesia avanza hasta manifestar el gran desafío del fin de siglo, promulgado por el Papa Juan Pablo II y el Documento de Santo Domingo: una Nueva Evangelización, basada en la inculturación del Evangelio por vías comunicacionales, en su sentido más amplio:

¿Cómo debe ser esta Nueva Evangelización? El Papa nos ha respondido: Nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión (Santo Domingo, n. 28). “(...) Nuevas situaciones exigen nuevos caminos para la evangelización. El testimonio y el encuentro personal, la presencia del cristiano en todo lo humano (...). Se ha de emplear, bajo la acción del Espíritu creador, la imaginación y creatividad para que de manera pedagógica y convincente el Evangelio llegue a todos. Ya que vivimos en una cultura de la imagen, debemos ser audaces para utilizar los medios que la técnica y la ciencia nos proporcionan, sin poner jamas en ellos toda nuestra confianza”. “Por otra parte es necesario utilizar aquellos medios que hagan llegar el Evangelio al centro de la persona y de la sociedad, a las raíces mismas de la cultura” (...) (n. 29). “Nueva en su expresión. Jesucristo nos pide proclamar la Buena Nueva con un lenguaje que haga más cercano el mismo Evangelio de siempre a las nuevas realidades culturales de hoy. Desde la riqueza inagotable de Cristo, se han de buscar las nuevas expresiones que permitan evangelizar los ambientes marcados por la cultura urbana e inculturar el Evangelio en las nuevas formas de la cultura adveniente”. “La Nueva Evangelización tiene que inculturarse más en el modo de ser y de vivir de nuestras culturas, teniendo en cuenta las particularidades de las diversas culturas, especialmente las indígenas y afroamericanas. (Urge aprender a hablar según la mentalidad y cultura de los oyentes, de acuerdo a sus formas de comunicación y a los medios que están en uso)”. “Así, la Nueva Evangelización continuará en la línea de la encarnación del Verbo. La Nueva Evangelización exige la conversión pastoral de la Iglesia. Tal conversión debe ser coherente con el Concilio. Lo toca todo y a todos: en la conciencia y en la praxis personal y comunitaria, en las relaciones de igualdad y de autoridad; con estructuras y dinamismos que hagan presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz, sacramento de salvación universal” (n. 30). Desde el punto de vista del communicare cristiano, todo creyente es comunicador, porque asume la misión de evangelizar tanto con lo que piensa y dice, como con lo que hace; en tanto el fin primero de su comunicación es la comunión. Si todos los bautizados comunicamos la Buena Nueva, no sólo con palabras sino con obras, actos, gestos, en fin, todo aquello que adquiere un significado en la cultura, todos los bautizados somos corresponsables en la misión comunicadora de la Iglesia. En esta concepción de la comunicación eclesial, pues, se hace visible el porqué Puebla urgía que “(...) la Jerarquía y los agentes pastorales en general conozcan, comprendan y experimenten más profundamente el fenómeno de la comunicación social, a fin de que se adapten las respuestas pastorales a esta nueva realidad, y se integre la comunicación social en la Pastoral de Conjunto” (n. 1084).

Una urgencia que Santo Domingo reforzaría en sus líneas pastorales, con la relación plena entre comunicación, educación, cultura y evangelización: “La Educación es la asimilación de la cultura. La Educación cristiana es la asimilación de la cultura cristiana. Es la inculturación del evangelio en la propia cultura. Sus niveles son muy diversos: pueden ser escolares o no escolares, elementales o superiores, formales o no formales. En todo caso la educación es un proceso dinámico que dura toda la vida de la persona y de los pueblos. Recoge la memoria del pasado, enseña a vivir hoy y se proyecta hacia el futuro” (n. 263). “Así se da una relación muy íntima entre evangelización, promoción humana y cultura, fundada en la comunicación, lo que impone a la Iglesia tareas y desafíos concretos en el campo de la comunicación social. (...) esta comunicación es camino necesario para llegar a la comunión (comunidad) (...) Lo dijo el Papa en el discurso inaugural de esta Conferencia: “Intensificar la presencia de la Iglesia en el mundo de la Comunicación ha de ser ciertamente una de vuestras prioridades” (n. 279). “Se debe poner todo empeño en la formación técnica, doctrinal y moral de todos los agentes de pastoral que trabajan en y con los medios de comunicación social. Al mismo tiempo es necesario un Plan de educación orientado tanto a la percepción crítica, especialmente en los hogares, como a la capacidad de utilizar activa y creativamente los medios y su lenguaje, utilizando los símbolos culturales de nuestro pueblo” (n. 284). Buscaremos también impulsar una eficaz acción educativa y un decidido empeño por una moderna comunicación (n. 300). 5.

LA BUENA NUEVA COMO COMUNICACIÓN

Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha querido ser signo de salvación para el mundo. Por eso, su vivencia de la Communio busca ser modelo para todos los seres humanos y las naciones, así como sacramento, signo e instrumento de unidad y paz. Sus compromisos con la justicia, la paz y la libertad para todas las personas y las naciones, y con la civilización basada en el amor, son su perspectiva fundamental (Kienzler, 1994). “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad […] la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos”. “[…] lo que importa es evangelizar –no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces– la cultura y las culturas del hombre” […].

“La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio […] que comporta presencia, participación, solidaridad y que es un elemento esencial, en general el primero absolutamente en la evangelización” (Evangelii nuntiandi, ns. 18, 20 y 21). De esta manera se va afianzando la evangelización de la cultura como nuevo nombre de la Pastoral, y como misión eclesial única y esencial, que concibe la Buena Nueva como communicare; es decir, un acto de comunicación en el horizonte de la comunión: vida y acción de la Iglesia compartidas en comunidad. El Concilio Vaticano II marcó, pues, un camino tan claro que su pensamiento sobre la pastoral y la comunicación mantiene toda su vigencia. Con su nueva eclesiología, logró reconstituir la comunión como fundamento de la acción pastoral, de manera tal que el communicare eclesial reapareció con toda su fuerza, hasta constituir el mayor desafío comunicacional: “Para ser fiel a su misión de sacramento, el sistema comunicativo de la Iglesia debería ser tan rico, que dejase transparentar, a través de su misma operatividad humana, algo de la plenitud de aquel misterio trinitario de comunicación y comunión del cual la Iglesia es portadora. De otro modo, nadie creerá en él: porque no verán en ella, es decir en su propio estilo de comunicación, ningún signo real de él” (DECOS-CELAM, 1988, n. 209). Estos ejes Conciliares se mantienen en los Lineamenta elaborados por el Vaticano, tras la intención manifestada en 1994 por el Papa Juan Pablo II –en su Carta Apostólica Tertio Millenio Adveniente– de convocar una Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América, cuyas finalidades principales fueron: – – –

promover una nueva evangelización en todo el Continente como expresión de comunión episcopal; incrementar la solidaridad entre las diversas Iglesias particulares en los distintos campos de la acción pastoral; iluminar los problemas de la justicia y las relaciones económicas internacionales entre las naciones de América, considerando las enormes desigualdades entre el Norte, el Centro y el Sur (Sínodo de los Obispos, 1996, n. 2).

Sin embargo, a diferencia de la reflexión sobre la comunicación alcanzada por documentos eclesiales recientes, los Lineamenta limitaron lo comunicacional en dos sentidos: por una parte, lo redujeron a “medios de comunicación social y de los espectáculos”; por otra, reconocieron su acción apenas como “campo para la conversión”, y ni siquiera lo mencionaron entre los “campos y caminos para la comunión” (Sínodo de los Obispos, 1996, ns. 24 y 40). Esta comprensión estrecha llama la atención, si se tiene en cuenta el significativo avance de los conceptos elaborados en Puebla, Santo Domingo y Aetatis novae, en relación con el communicare eclesial, sin olvidar el inmenso aporte de Communio et Progressio:

“La evangelización, anuncio del Reino, es comunicación; por tanto, la comunicación social debe ser tenida en cuenta en todos los aspectos de la transmisión de la Buena Nueva” (Puebla, 1979, n. 1063). “[…] se da una relación muy íntima entre evangelización, promoción humana y cultura, fundada en la comunicación, lo que impone a la Iglesia tareas y desafíos concretos en el campo de la comunicación social. […] esta comunicación es camino necesario para llegar a la comunión” (comunidad) (Santo Domingo, 1992, n. 279). “La comunicación […] es el reflejo de la comunión eclesial y puede contribuir a ella. […] Estamos llamados a traducir esto en palabras de esperanza y en actos de amor, es decir, mediante nuestro modo de vida. En consecuencia, la comunicación debe situarse en el corazón de la comunidad eclesial” (Aetatis Novae, 1992, n. 6). La comunicación eclesial, como camino para la comunión, necesita, hoy más que nunca, reflejarse en palabra y obra, y en toda la acción pastoral. Quizá la principal trampa del modelo de transmisión es que permite reducir la comunicación a mensajes, sin preocuparse porque éstos sean reflejo del communicare. Por el contrario, si colocamos nuestras prioridades en la construcción del Reino, a través de la búsqueda de la communio, los mensajes vendrán por añadidura… 6.

LA MIRADA ALERTA

Una vez que la lógica del mercado se apodera de la circulación del conocimiento y la información científica, aumenta el riesgo de profundización de nuestra infopobreza. Por ejemplo, hoy orbitan el planeta unos 15.000 satélites, muchos de los cuales están dedicados a la generación de datos estratégicos a los que se suma la capacidad de investigación aplicada. ¿Se harán más ricos los ricos en información y más pobres los pobres en información? ¿ Se cerrará o se ampliará la brecha? La pregunta puede también formularse en términos de ricos y pobres en educación. La segunda categoría incluye a cerca de 200 millones de niños que no terminan su educación primaria. El estado del mundo, en cuanto al acceso a las tecnologías digitales, puede verse como una copa a medio llenar o semi-vacía. Los optimistas (como es mi caso) nos alegramos por el gran número de esfuerzos que realizan por los niños en las comunidades rurales activistas educacionales que, en contra de todas las apuestas, están llenando el planeta de experimentos en el área de aprendizaje con base en computadores y en la Red. Los pesimistas encuentran un escenario lóbrego y predestinado al fracaso, agravado por fuerzas económicas que, paradójicamente, se mueven en una dirección equivocada. Las naciones que tienen hoy las peores y más costosas telecomunicaciones son precisamente aquellas que pagarán el precio más alto en términos de desarrollo (Negroponte, 1998b).

Optimista o pesimista, el panorama nos enfrenta a un mundo en el que la comunicación nos desborda por su capacidad de influir la vida de las personas y las naciones. De hecho, la Iglesia apenas ha comenzado a prestar una tímida atención al campo de la producción de información estratégica, cuyos ámbitos de acción están por completo alejados de la órbita de los medios. Campos como la biotecnología y la ingeniería genética, y sus aplicaciones como las patentes sobre seres vivos y la clonación de células, tienden hoy a desarrollarse por encima de las políticas estatales y obedecen más a la ambición científica y corporativa, que no sólo realiza bioprospección sino biopiratería (Shiva, 1995). Bacterias, hongos y plantas están hoy sujetas a patentabilidad biológica de empresas farmacéuticas que adquieren, en la OMC (Organización Mundial del Comercio), derechos de propiedad intelectual. El genoma humano es objeto de competición entre laboratorios y corporaciones transnacionales. Las semillas tradicionales se devalúan frente a variaciones “avanzadas” producidas por laboratorios que, en el futuro, podrán comerciar con el hambre de las poblaciones (Castro Caycedo, 1997; Kimbrell, 1996; Osava, 1996; Otchet, 1995; Hathaway, 1995). Este contexto hace evidente que no es favorable a la búsqueda de comunión. El individualismo competitivo trata de obtener beneficio de todo e, incluso, de todos. Y eso debemos tenerlo en cuenta, con mucha claridad, quienes tratemos de hacer comunicación con el horizonte de la comunión: Se trata de navegar contra corriente y esto necesita mucho coraje. Por otra parte, al ser tan fuerte la corriente en dirección del individualismo y del materialismo con gran fuerza para generar soledad, por ese mismo hecho es más necesaria toda acción que vaya en dirección del encuentro humanizador, pero esto no hace disminuir la fuerza y valentía que se requiere para navegar contra corriente (Ysern, 1995: 5). Puebla (ns. 1075, 1076) diagnosticó con mucha claridad que, pese a los documentos, “en muchos casos, lo realizado hasta ahora no responde plenamente a las exigencias del momento” (n. 1079): Las exigencias del momento nos desafían a aprovechar todas las posibilidades comunicacionales, no sólo presentes en cualquier sociedad, sino actuantes en la Pastoral de Conjunto, como útiles instrumentos para la conversión pastoral de toda la Iglesia. Porque, pese a la evidencia de una concepción de la comunicación renovada desde el Concilio Vaticano II, la mayor parte de las Conferencias Episcopales, diócesis y asociaciones de comunicadores de América Latina y el Caribe todavía no alcanzan una labor coherentemente sustentada en la búsqueda de comunión.

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CONCLUSIÓN 1

REALIDAD

1.1 CAMBIO DE ÉPOCA El cambio de época, característica de nuestros tiempos, nos pone en una situación de replanteamiento de nuestras propuestas, acciones y concepciones que muchas veces, por su lentitud e insignificante participación, nos pueden excluir de la toma de decisiones y así corremos el riesgo de reducir nuestro servicio y misión de evangelización a acciones rituales o aisladas, en un mundo secularizado e injusto. Este mismo momento que se vive, lo recibimos cargados de esperanza, pues a las puertas de un nuevo milenio se ven surgir acciones solidarias en favor del respeto por la dignidad de la persona. Nunca como ahora se percibe el mundo como una aldea global, en la que los problemas y dificultades de personas y pueblos no están solamente restringidas a unos pocos. Y aunque se ve como un hecho positivo la solidaridad global con las penas y los gozos de los demás, no deja de ser preocupante la realidad de una aldea global en donde se ahondan tanto las exclusiones. 1.2 GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA La globalización económica apoyada en la liberalización e integración de los mercados financieros, la revolución tecnológica, el funcionamiento de redes de información y la utilización del conocimiento, conlleva a la vez indicadores de moderado crecimiento que, sin una actitud ética, agrava preocupantes procesos de exclusión, de nuevas relaciones de inequidad entre ricos y pobres en el campo de la informática, con sus lógicas consecuencias de exclusión y de incremento de los índices de pobreza. 1.3 MUNDIALIZACIÓN CULTURAL

La acelerada mundialización de la cultura supone una posibilidad de pertenencia a lugares sin territorio y la existencia de entrecruzamientos de diversos rasgos culturales que ponen en cuestionamiento tradicionales formas de ser y vivir, con predominio de unas culturas sobre otras, a cambio de convertirnos en ciudadanos del mundo que no necesariamente recuperan la diversidad y pluralidad de los pueblos de nuestro continente. Tanto al interior de la Iglesia como al exterior de ella se ve como un logro cada vez mayor el reconocimiento de la diferencia, superando modelos que quieren uniformar las personas, sus comportamientos y acciones. A ello se suma la tolerancia como valor y actitud de este final de milenio. 1.4 REALIDAD COMUNICACIONAL La comunicación ha adquirido una amplitud de inmensas proporciones y la Iglesia no se excluye de definiciones que identifican comunicación con vías o canales, sentidos instrumentalistas, publicistas y tentaciones difusionistas que ponen en entredicho propuestas y prácticas que, a lo largo de la historia, han sustentado la noción de la comunicación como comunión, diálogo y participación. La sobrevalorización del “rating” como criterio de competitividad legitima estilos sensacionalistas, de espectacularización y saturación informativa, cuyas características hacen imprescindible la necesidad de trabajar formas de comunicación que recuperen el comunicare, entendido éste como camino que lleva a la comunión y como expresión de la misión y tarea de la Iglesia que es la Evangelización, y posibiliten de esta manera el derecho a la comunicación. 1.5 REALIDAD ECLESIAL La Iglesia en América Latina ha estado presente en el campo de la comunicación social, tanto a nivel de la reflexión como en el de las realizaciones concretas. Con frecuencia, las comunicadoras y comunicadores cristianos han llevado adelante una lucha heroica, a favor de los más necesitados y en defensa de su dignidad de personas humanas y de hijos e hijas de Dios. A ello se debe sumar la credibilidad de que goza la Iglesia en la mayoría de nuestros países, signo de su tarea profética y evangelizadora, y de reconocerse en las dificultades y luchas de los pueblos. Sin embargo, el “cambio de época” parece que nos está creando muchos desconciertos a todos, cosa, por lo demás, normal en el momento en el que se cambian los referentes culturales. Pero, a veces, se tiene la impresión de que la Iglesia reacciona, replegándose al interior de sí misma, dejando de estar presente con su profecía y su compromiso en situaciones que demandan su aporte insustituible como experta en humanidad. En el fondo de este desconcierto - que en ocasiones algunos ven como una verdadera marcha atrás o involución - puede estar también una conciencia eclesiológica alejada de la visión del Concilio Vaticano II.

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CRITERIOS

2.1 CAMBIO DE ÉPOCA Asumirlo con serenidad y lucidez, en actitud de discernimiento cristiano. Manteniendo un camino de conversión permanente y de escucha para responder a los desafíos que esa realidad de cambio presenta. Verlo en una perspectiva de esperanza porque desde esa realidad Dios nos habla. 2.2 GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA Insistir en que la economía ha de estar al servicio del ser humano. Una globalización que no excluya a nadie, ni a individuos, ni a pueblos. Promover una conciencia y estilo de vida austero, comunitario, culturalmente arraigado en “lo nuestro”, produciendo y creando nuevas relaciones que tengan a la base una “cultura del dar”, contrapuesta a la ya desgastada “cultura del tener”. Unas relaciones dentro de un plan de economía solidaria. Promover la Globalización de la solidaridad. Tener presentes los aspectos positivos de la economía de mercado. Desde el punto de vista ético, la globalización puede tener una valoración positiva o negativa (Eclessia In América 20) Entre los elementos positivos están “el fomento de la eficiencia y el incremento de la producción”, además “puede fortalecer el proceso de unidad de los pueblos”. “Sin embargo, si la globalización se rige por las meras reglas del mercado según las conveniencias de los poderosos, lleva a consecuencias negativas. Tales son, por ejemplo, la atribución de un valor absoluto a la economía, el desempleo, la disminución y el deterioro de ciertos servicios públicos, la destrucción del ambiente y de la naturaleza, el aumento de las diferencias entre ricos y pobres, y la competencia injusta que coloca a las naciones pobres en una situación de inferioridad cada vez más acentuada” (Ibid) Los problemas de la economía globalizada se iluminan desde la doctrina social de la Iglesia: z Por su visión de la dignidad humana, la solidaridad y la subsidiariedad. z Por los principios de la justicia social y de la opción preferencial por los pobres. 2.3 MUNDIALIZACIÓN CULTURAL. La exhortación postsinodal Iglesia en América habla de globalización cultural (mundialización), que “es producida por la fuerza de los medios de comunicación social. Estos imponen nuevas escalas de valores por doquier, a menudo arbitrarias y en el fondo materialistas, frente a los cuales es muy difícil mantener viva la adhesión a los |valores del Evangelio” (E.I.A. 20). Hay que entender este fenómeno de la globalización y discernir sus aspectos positivos y los negativos. Asumir el pluralismo, la diferencia, sin renunciar a los valores de la propia cultura. Asumir la identidad como una tarea permanente, tanto a nivel personal como en el ámbito de la vida en sociedad. 2.4 REALIDAD COMUNICACIONAL. Destacar el fenómeno de la comunicación como una realidad profundamente humana. La persona humana es un ser para la comunicación y se realiza en la comunicación.

Entender la comunicación como un proceso que debe llevar a la comunión y a la solidaridad. Ver este fenómeno desde el misterio de la Trinidad, puesto que Dios, en su más profundo misterio, es comunión. Descubrir toda la potencialidad de una visión de Cristo como el perfecto comunicador, tal como lo presenta Communio et Progressio. Entender las nuevas tecnologías de la comunicación para poder aprovechar sus potencialidades positivas y evitar los efectos negativos que puede producir. Afirmar como principio orientador de toda nuestra acción comunicacional que una comunicación que no sea dialógica no es verdadera comunicación. 2.5 LA REALIDAD ECLESIAL El Concilio Vaticano II tuvo como su aporte más original la eclesiología del Pueblo de Dios que se vive en la comunión. Este modelo de Iglesia está en perfecta sintonía con nuestra concepción de comunicación como camino de comunión. La comunión en la Iglesia dos dimensiones: en primer lugar la unión de los seres humanos con Dios, y en segundo lugar, la comunión de los hombres y mujeres entre sí. La Iglesia, por tanto, existe para comunicar la palabra de Dios, los sacramentos, la salvación integral. Esta abarca tanto el aspecto espiritual como la dimensión de la plena realización humana. En esta perspectiva, la Iglesia no puede limitarse a dar buenas noticias: ella misma debe ser la buena noticia. De ahí que las comunicadoras y comunicadores sociales cristianos y todas las estructuras comunicacionales de la Iglesia deben actuar con fuerza en la construcción de la cultura de la solidaridad. Promover la Vida en todos sus aspectos ante la cada vez más aterradora cultura de la muerte, y promover la Justicia, especialmente entre los más pobres y excluidos. Igualmente, la Iglesia se presenta como espacio de participación, como fruto de la comunión entre sus miembros. La dimensión participativa, inherente a la vida comunitaria, refleja el modelo comunicacional de comunión que la Iglesia debe vivir como ideal y como proyecto.

3.

COMPROMISOS

3.1 CAMBIO DE ÉPOCA • Ante los desconciertos que está produciendo el cambio de época, es necesario realizar atentas investigaciones sobre lo que está sucediendo y sobre lo que se ve venir y establecer observatorios permanentes en distintos niveles y estructuras de la Iglesia, que nos permitan discernir la realidad y definir caminos de intervención. • Diseñar políticas de comunicación que posibiliten intervenir en la realidad con objetivos de impacto social. 3.2 SOLIDARIDAD (GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA) • Tener siempre presente que la solidaridad no es simplemente “un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas (Sollicitudo Rei

Socialis, 38). La solidaridad en su significado más profundo, “es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos, de cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”. (Ibid) • Que la opción por los pobres se realice en actitud abierta a la colaboración con otros grupos cristianos, lo mismo que con personas o asociaciones de hombres y mujeres de buena voluntad. Juntos debemos trabajar por la cultura de la solidaridad. • Buscar caminos para trabajar en fidelidad al Evangelio por la justicia y la paz, lo mismo que para hacer frente a la exclusión social que afecta a tantos hermanos y hermanas. 3.3 MUNDIALIZACIÓN • Prestar atención permanente al discernimiento de los valores que se nos ofrecen a través de los medios de comunicación, sobre todo en mensajes provenientes de culturas dominantes y excluyentes. • Dar especial énfasis a la educación para la comunicación que incluya la formación del perceptor crítico y a la educación en valores, sobre todo en la familia. • Educar sobre todo a los niños, niñas, a los y a las jóvenes en los valores que conforman la cultura propia de nuestros países, a fin de fortalecer su sentido de pertenencia y su sentido de identidad, considerada ésta como proceso de crecimiento que selecciona e integra valores. • Abrirse al diálogo con las demás culturas, tanto con las que existen en el interior del propio país como con las que nos llegan del exterior. • Fortalecer la actitud de diálogo con apertura a los demás en un clima de respeto y tolerancia. 3.4 COMUNICACIÓN • Procurar el fortalecimiento de la planificación de la pastoral de la comunicación, según las necesidades de cada lugar. • Fomentar el funcionamiento de sistemas de comunicación multimediática accediendo al uso de nuevas tecnologías para ponerlas al servicio del proyecto evangelizador de la Iglesia y, en lo posible, organizar la red de los centros de investigación. • Recuperar formas de comunicación interpersonal y grupal posibilitando la participación y protagonismo de los ciudadanos y las ciudadanas, fortaleciendo el valor del individuo y su integración comunitaria. • Formar o consolidar redes de comunicación a nivel nacional, regional y continental que permitan cualificar procesos de producción y difusión con amplios impactos. • Desarrollar procesos de intercomunicación mediante la instalación y funcionamiento de sistemas de bases de datos. • Realizar acciones de promoción comunicacional mediante campañas, concursos y muestras que incentiven la producción para la construcción de la cultura de la solidaridad. • Desarrollar acciones dirigidas a la profesionalización de todos los agentes de pastoral, a través de la capacitación en lenguajes comunicacionales y la formación

en la fe por distintos niveles y modalidades educativas, coordinando con las entidades especializadas de la Iglesia. • Incorporar a los profesionales de los medios comerciales y de entidades académicas en las acciones de comunicación para una cultura solidaria. • Dar continuidad a los procesos de planificación y gestión de la pastoral de la comunicación a nivel nacional, regional y continental. 3.5 IGLESIA z Examinar con humildad y espíritu de conversión los modelos de Iglesia que no corresponden a la visión del Concilio Vaticano II, reafirmada en los documentos de las conferencias generales del Episcopado Latinoamericano (Medellín, Puebla, Santo Domingo) y presente en diversos documentos pontificios. z Sacar todas las consecuencias del misterio de la Iglesia entendida como misterio comunión y su vocación a la profecía. Entre las mismas pueden señalarse las siguientes: - Fortalecer la actitud de comunión y participación, tratando de superar actitudes de separación tanto en sentido vertical entre los pastores y los fieles; como entre unos grupos de fieles y otros. - Propiciar la circulación de información y diálogo al interior de la Iglesia, mediante la consolidación y conformación de redes horizontales. - Capacitar a los agentes de pastoral para que conozcan y aprendan a usar los lenguajes de los distintos medios de comunicación social, incluyendo los de las nuevas tecnologías. - Recuperar la dimensión comunicacional de la liturgia. - Estar siempre a la escucha del clamor de los pobres para ser solidarios con ellos al estilo de Jesús, creando instancias para el ejercicio de una auténtica participación, expresión y reconocimiento. - Definir políticas adecuadas de comunicación en los diferentes campos de la acción pastoral. - Incentivar la formación y asistencia espiritual de los que trabajan en la comunicación social, tanto al interior como hacia afuera de la Iglesia. - Fomentar la participación de los laicos en los niveles de decisión de la pastoral de la comunicación. [Volver a la pagina anterior]