El porvenir del pasado: Gilberto Alzate Avendaño, sensibilidad ...

Ha reaparecido el concepto del héroe, sepultado bajo un siglo de paraguas pequeñoburgueses. No el general a caballo de los textos escolares, cuyo dormán ...
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Conclusiones y reflexiones.

Creemos haber dado luces sobre el primer Gilberto Álzate Avendaño, su generación y la de los Leopardos, que terminaron confluyendo en lo que aquí denominamos la sensibilidad leoparda. Fue nuestro interés mostrar a Álzate Avendaño en colectivo, esto es, no como un genio extraño a su tiempo, formándose a solas, sino como producto de un esfuerzo grupal, intergeneracional. Estuvo entre sus pares —tan capaces como él—, entre sus superiores y entre la gente común de su partido. Se trató de un hombre consecuente y coherente con la cultura política de un colombiano nacido en una familia conservadora, y crecido en una región de fuertes y arraigadas tradiciones ligadas a un universo político tradicional. La sociabilidad familiar y relacional giró alrededor de la gente que venía de las guerras civiles, para quienes las confrontaciones militares no eran asuntos de un siglo pasado, sino que constituían la evocación del día a día. El fantasma de las guerras civiles estuvo presente en el devenir de las primeras décadas del siglo XX. La posibilidad de regresar a esos tiempos, para bien o para mal, estaba en el aire, en el ambiente de la confrontación política. De alguna manera, la ruta sin retorno de la violencia, que escogieron los colombianos para transitar su historia, fue u n a adaptación, a las condiciones del siglo XX, de las guerras del siglo XIX. En ninguna parte como en Colombia la política empezó a hacerse como la continuidad de la guerra por otros medios, al contrario de lo que para Europa había señalado Karl von Clausewitz (1780-1831): "La guerra es la continuación de la política por otros medios". Abonaba este terreno el acontecer mundial. La política colombiana, como mal podría pensarse, no era local, no era una cosa de provincia. Manizales o Medellín no se diferenciaban grandemente de Bogotá en cuestiones culturales e intelectuales. No se

conocían a fondo las realidades locales. La ciencia social en Colombia pendía todavía de la natural, y esta apenas despuntaba. En cambio, Europa, su historia y su historiografía, su política y su politología, su filosofía y todos sus problemas circulaban y e m u l a b a n la cotidianidad colombiana. Álzate y la gente con quienes se intercomunicaba tenían en la historia europea las fuentes de sus conversaciones, de sus escritos y de sus lecturas. Desde su comienzo y, sobre todo, después de la finabzación de la Primera Guerra Mundial, el siglo XX tuvo una vertiginosa globalización. El triunfo de la revolución socialista en Rusia en 1917 y su consolidación en los años veinte después de exorcizar la guerra civil y la intervención extranjera, dividieron al mundo en lo que antes era apenas el punto de una discusión intelectual: Oriente y Occidente. La resistencia al fenómeno ruso, que logró consolidarse y expandirse por todo el universo, fue el fascismo. Por doquier influyó. En los años de la segunda preguerra el mundo parecía fraccionarse entre comunismo y fascismo genérico, no había lugar a un tercer camino, la intensidad de las confrontaciones lo impedía. Colombia ofreció a la influencia del comunismo un modelo de resistencia poco estudiado y, por ende, poco comprendido. Había condiciones excepcionales para que el conservatismo colombiano resistiera como lo hizo. La crisis que vivió Europa después de la Primera Guerra Mundial, que se expresó en las obras de escritores como Spengler, coincidió en Colombia con la crisis de la república conservadora. El conservatismo en el poder daba señales irreversibles de envejecimiento, sus cuadros estaban cansados. La hegemonía gobernaba por inercia. Los cuadros intermedios y jóvenes estaban al margen de la política. Conservatismo e Iglesia Católica se confundían en los mismos intereses. A tientas, respondían sus gobiernos a los clamores sociales que se expresaban desde el Partido Liberal y desde un pujante movimiento obrero y popular que manifestaba sus anhelos por la voz de los partidos socialistas que apenas surgían. Ala movilización de masas de nuevo tipo respondieron a ciegas y con torpeza. La comodidad del poder sólo les permitió resistir con la palabra, como en el caso de los jóvenes nacionalistas que irrumpieron con estrépito, o por la vía de los hechos, a través de normas represivas. Para el conservatismo, empeoró la situación la inesperada derrota en las elecciones de febrero de 1930. Investigaciones sóbdas han dado cuenta de que la debacle era inevitable, pero en nada remedia eso la situación en que se vieron inmersos los conservadores que afrontaron la caída. El ascenso liberal en Colombia iba en correspondencia con el avance del socialismo en el mundo. En la estrategia de supervivencia del liberalismo, fue una constante su acercamiento a los movimientos sociales de izquierda. Esta relación le ha permitido remozarse, actualizarse, estar a tono con las aspiraciones de la población. Para no retroceder hasta el siglo XIX, basta evocar a Rafael Uribe Uribe y a Benjamín Herrera, y no fueron diferentes las cosas en los años treinta, cuando comunistas y liberales coincidieron en el Frente Popular. El conservatismo, joven y viejo, tuvo de dónde sacar argumentos para la resistencia, que había aprendido de los ideólogos eclesiásticos colombianos, verdaderos intérpretes y aplicadores al detalle de las políticas del Vaticano para enfrentar al comunismo y al liberalismo. Especial aplicación tuvo la Iglesia colombiana para adaptar a las condiciones del país las consignas de que el liberalismo era pecado en un país donde una inmensa minoría era liberal por nacimiento, por la sangre derramada en las guerras civiles del pasado, y por un capital axiológico paulatinamente acumulado. La Iglesia, en su alianza con los gobiernos conservadores, dominaba las mentes de

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los colombianos, pues de ella era el monopolio en la educación. El temor que se infundía sobre el comunismo y el liberalismo, que eran en el argumento conservador la misma cosa, tenía un terreno propicio para crecer en Colombia. Ala resistencia conservadora, entonces, se sumará el fenómeno de la naturaleza religiosa, indescriptible para otros países de América Latina. ¿Y los cristeros de México?, se preguntará algún lector. Sí, pero el temple de Obregón y Calles, primero; o el Cárdenas, después, distó kilómetros del de los gobernantes colombianos, que enfrentaron el problema religioso, y, además, la naturaleza de ese movimiento se distanció, también, del de la resistencia conservadora en Colombia. ¿Y Brasil?, indagará otro. Hay que señalar el espacio que ganó el positivismo en la sociedad de este país, que, si bien no disminuyó las mayorías católicas, permitió dialogicidad, la presencia de otras religiones y, sobre todo, la separación de la Iglesia de los asuntos del Estado. Y así sucesivamente. Lo que he querido señalar es que la fuerte resistencia a los cambios que vivía el país durante los gobiernos liberales era correspondiente al peso de la Iglesia Católica en la sociedad colombiana, y al peso también en ella de su vocero: el Partido Conservador. Hoy puede parecer una hipérbole, pero para los conservadores, acostumbrados al dominio del poder, lo que existía en Colombia era una república católica, construida lenta y meticulosamente, de la cual estaban orgullosos, por lo cual no podían asistir impávidos a su desaparición después de 1930. El país no estaba acostumbrado ni al lenguaje ni a las prácticas liberales, y menos a las socialistas, no obstante la sonora y variopinta presencia del socialismo en la década de los veinte. Digamos que, aunque el país recibía el efecto de la globalización cultural del siglo XX, la resistencia a la laicización de la política y de las costumbres era mayor. Y no era una resistencia pasiva, como tampoco eran pasivos los mecanismos a través de los cuales el liberabsmo aspiraba a convertirse en el partido de las mayorías nacionales. Por abajo y por arriba, la revancha liberal a tantos años de semiclandestinidad estaba en el orden del día. De todo hubo: fraude, coacción, amedrentamiento, persecución, desalojo, asesinatos y masacres. La nueva dominación liberal se instauraba no sólo desde las reformas sociales que se impulsaban, todas justas, a nuestro juicio, sino también desde la represión contra una parte considerable de la población, que poco antes constituía el mayor electorado del país. Reformas que se aprobaban en un Congreso homogéneo, inspiradas en un ejecutivo que había llegado al poder sin la participación del adversario histórico. Se juntaban así dos procesos: una ideología que se montaba desconociendo a la otra, imponiéndose sobre la contraria, con sabor revanchistal y una conversión del electorado al liberalismo por la vía de la coacción, entre otras. Sin embargo, en la literatura de la violencia pesa más la contribución de los conservadores que la de los liberales; por ello, tuvimos, entre otros propósitos en este libro, contar, para unos, y recordar, para otros, que la violencia colombiana empezó de manera sólida y sostenida con el advenimiento de los liberales al poder en 1930. De ahí nuestro juego con la máxima de Clausewitz: en Colombia la guerra tuvo su continuidad en el ejercicio de la política. Esta se desarrollaba como no hacía mucho lo había hecho la guerra. No se trataba de una metáfora a secas, del transplante a la política del vocabulario de la guerra, como en efecto se hizo. Era la guerra misma que se vislumbraba en el horizonte. La paradoja de esta historia es que, no obstante las apariencias, fue la Acción Nacionalista Popular, ANP, el movimiento sintetizador

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de las derechas nacionalistas colombianas de la década de los treinta, dirigido por Álzate, el que evitó la guerra, el que la exorcizó. Aquí en este libro hemos descrito este proceso. Fue en este contexto en el que emergió nuestro personaje. No se distinguió solamente por su vocación intelectual de hombre de letras y por su aporte a ellas, como lo afirman sus admiradores y detractores para ocultar una función que nosotros consideramos más fundamental. Del Álzate nacionalista se dice que fueron quimeras de juventud, que era muy joven; cosas de ese estilo. Todo lo contrario, pensamos y demostramos que Álzate entendió su tiempo, y con el acoplamiento de su cultura temprana y ancestral salió al encuentro de la estrategia liberal, casi podríamos decir, con las mismas maneras de hacer la política que a los liberales les había dado y les estaba dando resultados: con una política de masas. Al principio de esta investigación era difícil ubicarle. Otros personajes sobresalían, y otros intelectuales escribían más que él, pero todos escribían e intervenían pensándolo, evocándolo y citándolo. ¿Dónde estaba Álzate?, ¿dónde permanecía? Estaba en la guerra, en el escenario donde se desarrollaba la política: en la calle, en la plaza pública, en las plazoletas, en los atrios de las iglesias, en las convenciones, en las juntas de barrio, en los entierros, en las campañas electorales; crecía como un organizador y como un guerrero. Establecía estrechas relaciones con el electorado: lo organizaba, lo encuadraba, lo insuflaba, lo animaba y lo reanimaba. A él se le reconoció este trabajo, y con este tipo de actividad se fue distinguiendo como el hombre de masas que llegó a ser, el que introdujo en esta dinámica al Partido Conservador del occidente colombiano, hasta convertirse en jefe supremo de la derecha, en desmedro de él mismo. Con sus tácticas y sus estrategias el conservatismo de esta región resistió a las primeras elecciones de la república liberal. Antes de que Álzate movilizara las masas, trabajar con la muchedumbre, como hemos demostrado en el texto, era casi un patrimonio de las culturas liberal y sociabsta. Álzate desechó esta apropiación e hizo reabdad lo que la sensibibdad leoparda pensaba de la movilización popular. Rescató el mesianismo, un poco extraviado para los conservadores, y tomó de los liberales el culto a las personalidades como mecanismo de refuerzo de la doctrina conservadora, experimento que puso a prueba en las manifestaciones políticas e, incluso, en la confección de imágenes de Laureano Gómez, su contradictor interno, repartidas con profusión. Representaba otro modelo de modernidad en el ejercicio de la política que apelaba al campesino godo. Llegaba al hombre del campo, que, desalojado de su lugar de origen y desplazado, lo escuchaba ya no en la aldea, sino en los poblados. Era enérgico en la confrontación, y, gracias a ello, la dialogicidad fluía en un país en el que, si bien era peligroso vivir, resultaba interesante para la polémica política. Con Álzate, el conservatismo no se arrinconó, salió de la madriguera, se desperezó y se expresó por su voz, que se identificaba con la de la sensibilidad leoparda. Sin la experiencia de Álzate en los años veinte y treinta, no hubiera sido posible el Álzate que el país conocerá más adelante, y a él y a la sensibilidad leoparda le deberá el Partido Conservador su presencia y permanencia, en una época en que pudo haber desaparecido. La sensibilidad política e ideológica de la cual hizo parte Gilberto Álzate, combatió el autoritarismo dentro del Partido Conservador y luchó por la democracia interna y

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por un manejo federativo de la colectividad. Serán los ideólogos del nacionalismo los primeros en Colombia en hablar en nombre de la región por encima de las agrupaciones políticas. A través de ellos se expresó la provincia. De su triunfo en la dirección del partido dependía la democratización no sólo del mismo partido, sino también la de la futura administración del Estado. Uno de los temas centrales de la sensibilidad leoparda fue, justamente, el de la descentralización, es decir, la lucha por un sistema federal en términos económicos, en el cual las regiones tuvieran presencia nacional. Estas ansias y estos deseos de los Leopardos, lo mismo que su estilo de concebir y percibir el ejercicio político, colmaron su actuación de una esencia profundamente popular, que hizo posible su continuación en la lucha política colombiana después de la gran derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, y que les permitirá, bien avanzado el siglo XX, no sólo escalar altas posiciones en la administración pública nacional, sino también luchar hombro a hombro con dirigentes y masas de una cultura distinta a la de ellos, pero identificados por causas populares. Entre los abanderados de las reivindicaciones populares y opositores a la política excluyente del bipartidismo de las décadas de los sesenta y los setenta, encontramos no pocos nombres del nacionalismo de los treinta. Era la fuerza de la dialéctica. El resultado de un largo proceso dialógico en el cual Álzate fue contendor y contradictor, copartidario y adversario, destinatario y contradestinatario, pero, ante todo, dinamizador de la política. Era Álzate la política, por excelencia. Él y la sensibilidad leoparda tuvieron razón, en un principio, al plantear el problema desde el tópico de la lucha generacional. Expresaron públicamente, a voz en cuello, uno de los elementos constitutivos más importantes para arribar a la dirección política y desde allí imponer su manera de concebir el desarrollo del país. No bastaba entonces la lucha contra el adversario histórico para el reconocimiento político. Era más ardua aún la lucha en el interior de los partidos, por lo cual posicionarse dentro implicaba un esfuerzo tenaz, no siempre victorioso. Justamente, a Laureano Gómez, que usaba y abusaba de su temprana gloria, el poder del que gozaba le había costado trasegar un arduo itinerario. En su estrategia personal para conquistar la dirección del partido, se había aliado con los liberales en 1916, cuando contaba veintisiete años de edad, para oponerse a la candidatura de Marco Fidel Suárez. De su aguerrida participación en esa campaña electoral, salió con el distintivo de "el hombre Tempestad". 1 Fueron célebres sus debates que terminaron con la caída de Suárez poco después. Su pelea en el interior mismo del conservatismo le permitió acceder al reconocimiento político, al punto de ser llamado al Ministerio de Obras Públicas en la administración de Pedro Nel Ospina. Desafió después al gobierno de Abadía Méndez en las famosas conferencias del Teatro Municipal en 1928. Establecida la república liberal a su regreso de Europa en 1932, se enfrentó al antioqueño Román Gómez, el hombre de mayor prestigio en el conservatismo. El feroz debate contra el romanismo, que le granjeó el mote de "el monstruo", lo llevó a la cumbre directiva de su partido. Sin embargo, un obstáculo le impedía reinar: la naciente sensibilidad leoparda, con la cual había tenido ya puntos de desencuentro en su ascendente y vertiginosa carrera política. Establecido como jefe supremo del Partido Conservador, la adversidad entre ambas partes se profundizará. Para Gómez, derrotar al nacionalismo será prioritario en su agenda de finales de la década de 1930, lo mismo que derrotar a Gómez será el objetivo principal de la sensibilidad leoparda. El triunfo de Gómez al final de 1939 tuvo los visos de una victoria pírrica. Las dos corrientes continuarán en el seno de la 1

Véase : Henderson, James D, Las ¡deas de Laureano Gómez. Bogotá, Tercer Mundo Editores. 1985, p. 43.

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colectividad, fluirán como dos líneas paralelas hasta que la atmósfera de la historia colombiana se encargue de evaporar al Partido Conservador. Abrirse espacio en el interior de los partidos apelando al mecanismo de la lucha generacional tenía sentido tanto en uno como en otro partido. En el Liberal el clamor tuvo, con todo, respuesta positiva. Al fin y al cabo, los liberales estaban en el poder y los presidentes de la república liberal contaron en su estrategia con la participación de las juventudes de su colectividad. En el Partido Conservador, por el contrario, las cosas eran distintas: no estaba en el poder, las divisiones internas lo carcomían, el advenimiento de Laureano Gómez como jefe supremo era reciente y su personalidad y sus intereses iban en contravía del liderazgo de la sensibilidad leoparda. La política posterior se hizo en Colombia con el vocabulario gestado, inventado y fabricado en los años treinta. Durante el establecimiento del Frente Nacional, tiempo después, la nomenclatura política de esta década volvió y jugó. Los personajes eran los mismos, maduros ya, naturalmente, pero equipados con el peso de un pasado compartido que recreaban y reproducían. Las confrontaciones entre los integrantes de la sensibilidad leoparda y Laureano Gómez, surgidas en las primeras décadas del siglo XX, sellaron una irreversible división en el conservatismo. Sus tenaces e irrenunciables disputas —¡oh paradoja!— corrieron en beneficio de su adversario histórico, por lo cual Colombia terminó convertida en un país de electorado liberal. La parábola de la Acción Nacionalista Popular, ANP, fue un episodio importante no sólo para Álzate y la gente que en derredor suyo giraba. A él le brindó los complementos que su formación le exigía. Había llegado a la dirección de la ANP como organizador de masas, y con ella se convirtió en un sofisticado y competente escritor político, en u n escritor público, más exactamente. Con la ANP, Álzate participó de un proceso dialógico en el que estaba en juego la construcción de la democracia moderna colombiana. A él y a toda su sensibilidad, la historia que corría los obligó no sólo a confrontar y resistir, sino también a ceder, a aceptar, a entrar en contacto con el adversario, que en el fondo tenía en la mira el mejoramiento social tanto como ellos, aunque con fórmulas diferentes. Es como decir: era necesaria la democracia orgánica que se proponía desde la ANP, la democracia corporativa, para que se consolidara el proceso democrático de inclusión social que el país necesitaba en ese momento. Los modelos democráticos en juego se complementaron mutuamente, y de una y otra parte terminaban constituyéndose. Combatiendo la democracia liberal, construían otro tipo de democracia con ingredientes de alto contenido corporativista, pero no era ese corporativismo el de las grandes agremiaciones que terminaron dominando la economía nacional, sino un corporativismo de pequeñas asociaciones, un modelo democrático propuesto desde el universo conservador, que, vinculado a la necesidad de poner en práctica las recomendaciones de la doctrina social de la Iglesia, tenía una profunda naturaleza democrática. Así, la Acción Nacionabsta Popular, ANP, (1937-1939) en el conservatismo, correspondió a la Unión Izquierdista Revolucionaria, UNIR, (1933-1935) en el liberalismo. Ambas fueron la expresión de la resistencia a la generación del centenario. Por ello, ambas organizaciones plantearon sus puntos de vista en términos de una lucha de generaciones. Ambas abrigaron corrientes y tendencias distintas, esperanzadas algunas en la

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conformación de un partido independiente de las colectividades históricas tradicionales. Desde los paradigmas de punta, ambas intentaron la modernización de la política en Colombia. Y a ambas las sacó del escenario de la política el escaso respaldo electoral cuando concurrieron al escrutinio de los votos. Las diferencias no estuvieron solamente en la naturaleza de sus orígenes. Gaitán estaba encima de todo, era un caudillo en quien se sentía representado el liderazgo medio de su movimiento. Su personalidad misma opacaba el unirismo, conformado por unidades menores. Álzate, en cambio, era primo entre pares. La ANP, en general, fue un movimiento de caudillos, todos de la misma altura intelectual, todos con la misma envergadura, todos con el mismo afán de reconocimiento y poder, todos dispuestos a resolver de manera inmediata los problemas sociales que afectaban al país. Gaitán entregó y disolvió el movimiento, y se convirtió, como se le llamó, en un "apóstol desnudo". En cambio, ese apóstol de la ANP no fue Álzate. Para Gaitán significó la deserción, el comienzo invencible de su carrera política; para Silvio Villegas, en cambio, su deserción fue la caricatura del proceso unirista. Álzate prefirió esperar. El Partido Conservador no estaba en el poder, y en su interior nada presagiaba un cómodo regreso. Las experiencias de la UNIR y de la ANP en los años treinta, mostraron la fortaleza y la vigencia de los partidos tradicionales.- Si bien el Partido Conservador atravesaba una crisis profunda, su mibtancia no estaba preparada para asimilar un remozamiento en los paradigmas que se le proponían desde el nacionalismo. Es posible que hayan estado dispuestos a cambiar y a adaptarse a nuevas corrientes siempre y cuando estas se ventilaran en el interior mismo de la colectividad, pero nunca por fuera. El partido constituía, además de política, una identidad cultural. Lo mismo ocurrió con la UNIR y el liberalismo. Aquí, con mayor razón, la militancia, que se sentía en el poder y se identificaba con el proyecto de la república liberal, no estaba dispuesta a la aventura de la oposición. En ambos casos, sus planteamientos y propuestas se esbozaban también en el interior de los partidos. Así, el sistema bipartidista colombiano, creemos, estaba en uno de sus mejores momentos. Contar con la presión de disidencias cargadas de propuestas históricamente justas, que, además, podían convertirse en partidos independientes, oxigenaba y llenaba de fuerza interior a los partidos tradicionales. Gracias a la ANP el conservatismo rescató mística y modernizó idearios y formas de hacer la política. Haber aceptado el reto de trabajar con y para las masas hizo que la ANP consiguiera el regreso del conservatismo a las urnas. Se gestaba, muy seguramente, la historia trágica que vendría años después, pero en el proceso histórico de los treinta la ANP ofreció una alternativa distinta a la de "la legítima defensa", y en su lugar activó la participación de las masas conservadoras en los asuntos de la política, propuso la conquista de la calle, la procesión, y la presencia y no la ausencia. Por ello, encontramos a los miembros de la sensibilidad leoparda viéndoselas en la conquista de los lugares sagrados de la democracia. Les interesó el número de personas que concurrieran a sus concentraciones. Entre más gente se contara más se incluía población en la participación política. Se mezclaron con sus copartidarios en calles y plazas de mercado. Ese compartir les permitió una comunicación estrecha entre líderes y masas populares. Fue una especie de "ida al pueblo" que, sin duda, elevó la cultura de las masas. Los líderes de la ANP pusieron en circulación sus propios 2

Véase7 Ayala Diago, César A. "La UNIR7 entre Gaitán y los gaitanistas", en Rodrigo Llano Isaza (edil,I, La división creadora. Influjo de las disidencias en el liberalismo colombiano. Bogotá. Academia Liberal de Historia, 2005, pp. 124-140,

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logros intelectuales, que habían recibido en la universidad, y estimularon la autoestima de las regiones. Ala clandestinidad opusieron la representación de su gente en los cuerpos legislativos. Decían ir en contra de la democracia, pero cada uno de los pasos que daban, por escrito o verbalmente, la enriquecía. Fue este, principalmente, el papel y el mérito de Álzate.

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Anexos. "Aquí llegarán y aquí espero". Cinco documentos clave para comprender al primer Álzate

Documento 1. Bases p a r a u n programa nacionalista. 1 Por Rodrigo Jiménez Mejía 1. La Acción Nacionalista Popular es un movimiento autónomo, por encima de los partidos políticos. 2. Aspiramos a que nuestro movimiento constituya una unidad total en que se integren todos los valores al servicio de la Nación. 3. Profesamos amor entrañable a Colombia y deseo de servirla hasta el sacrificio. Creemos en la suprema realidad de Colombia y en la grandeza e inmortalidad de sus destinos. 4. Somos una revolución nacionalista, en contra de la revolución partidista. 5. Pugnamos por la organización corporativa del Estado. 6. No somos capitalistas. 7. No somos liberales. 8. No somos marxistas. 9. Somos espiritualistas. Pugnamos por construir la unidad del espíritu nacional. 10. Respetamos y defendemos la moral del Cristianismo y la Religión Católica, como bases fundamentales que son de nuestra civilización. 11. Defendemos la propiedad privada en cuanto ésta no se contraponga a los intereses fundamentales de la colectividad. 12. Defendemos y apoyamos la industria privada en cuanto ésta sea útil al interés nacional. 1

Tomado de Tradición, octubre 9 de 1937. No. 29, pp. 540-541.

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13. Declaramos que el trabajo es un deber social. 14. Pedimos instrucción mínima obligatoria, y que ésta se dé a base de moral, de nacionalismo, de higiene y de agricultura. 15. Pedimos que a todo colombiano se le eduque para la producción: intelectual o manualmente. 16. Pedimos alegría, nutrición sana y educación nacionalista para la niñez. 17. Pedimos el establecimiento de la alimentación básica obligatoria para los trabajadores. 18. Pedimos una enérgica política de defensa y formación de la raza. 19. Pedimos devoción permanente hacia nuestros campesinos haciéndolos propietarios de la tierra; y pedimos estímulo para nuestros obreros haciéndolos copartícipes en la fábrica. 20. Pedimos una orientación nacionalista unificada para la Universidad. 21. Pedimos que se eleva el Ejército a la preeminencia nacional a que tiene derecho. 22. Pedimos instrucción militar general obligatoria. 23. Pedimos que el pie de fuerza se eleve a cincuenta mil hombres. 24. Pedimos la reeducación del pueblo por medio del servicio militar. 25. Pedimos que, por medio de la educación militar y de la educación ordinaria, se reaccione contra el relajamiento del país. 26. Pedimos que la memoria del padre de la Patria, don SIMGN BOLÍVAR, sea objeto de veneración y culto permanente. 27. Pedimos amor y compenetración para con nuestra madre patria, ESPAÑA. 28. Pedimos acercamiento y cooperación constante con los países de América. 29. Pedimos intensificación de las relaciones entre los países Bolivarianos y la preocupación por la creación de una cultura latinoamericana. 30. Pedimos que se favorezca la inmigración de razas asimilables y que se prohiba la de pueblos disímiles. 31. Pedimos la incorporación de la mujer colombiana al movimiento cívico y cultural. 32. Pedimos la creación de industrias autóctonas y la creación de la pequeña industria. 33. Pedimos la creación de escuelas e institutos técnicos que capaciten al país para desarrollar su pequeña industria. 34. Pedimos la racionalización de la industria, a base de economía dirigida. 35. Pugnamos por la nacionalización de los grandes servicios públicos. 36. Pedimos la nacionalización de la industria bancaria. 37. Pedimos la repartición de los beneficios de la gran industria. 38. Pedimos que se beneficien nacionalmente las riquezas de nuestro subsuelo. 39. Pedimos que se otorgue créditos con un interés mínimo para las labores agrícolas. 40. Pedimos que el Estado emprenda colectivamente las obras de irrigación que se hacen necesarias para concentrar a la población en regiones adecuadas para a cultura. 41. Pedimos el establecimiento del contrato colectivo de trabajo. 42. Pedimos el establecimiento de los seguros sociales. 43. Pedimos el establecimiento de las instituciones de previsión y asistencia públicas. 44. Pedimos el establecimiento de las cajas de previsión para la desocupación. 45. Pedimos asistencia gratuita para las madres pobres, en los periodos de gravidez y lactancia. 46. Pedimos la creación de las carreras administrativa, diplomática, judicial y del

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profesorado. 47. Pedimos la dignificación de la clase media y su incorporación a la producción. 48. Sobre la base de las corporaciones pedimos una reforma fundamental del parlamento. 49. Sobre esta misma base, pedimos un cambio fundamental en nuestra organización política y administrativa. 50. Pedimos que la escogencia de los candidatos a la Presidencia del Estado se haga por la Asamblea general de Corporaciones y luego se decida entre los candidatos por elección nacional. 51. Juramos por Cristo y por Bolívar darnos íntegramente a este programa de restauración nacional y cumplirlo hasta con el sacrificio de la propia vida.

D o c u m e n t o 2. El conservatismo es hoy un patentado fantasma escocés.2 En el "hall" del Alférez Real el doctor Gilberto Álzate Avendaño departe con sus amigos. El cronista se anuncia. Relator solicita del líder nacionalista unas declaraciones sobre la actualidad política. - Yo estoy ideológicamente en las antípodas de Relator, pero accedo a darle una entrevista, seguro de que se publicará iealmente cuanto diga, con un criterio informativo. - ¿Qué lo trajo a Cali? - Una gestión profesional - ¿Y qué lo llevó a Popayán? - El deseo de aprovechar dos días vacantes. - ¿Cómo se encuentra el movimiento nacionalista en el Cauca? - Hay un estado de efervescencia preparatoria. El mejor conjunto universitario, por su calidad y por su número, está matriculado en el movimiento. Son cien cadetes nacionalistas en las facultades superiores, sin nexos con la vieja política, que hablan el lenguaje auroral de esta cruzada. Los obreros payaneses se aproximan al nacionalismo con curiosidad y simpatía. En todos los municipios de ese departamento unas masas desencantadas de los vetustos partidos hallan en nosotros su centro de gravitación, su polo magnético. Sólo falta encuadrarlas. Después de las vacaciones próximas, al retornar a las aulas, la juventud publicará un semanario como trinchera y portavoz del nacionalismo en el Cauca. - ¿Usted pronunció un discurso político en Popayán? - No tuvo el carácter teatral de un discurso. Hice apenas una plática ante los estudiantes y los obreros acerca de la organización autónoma, el contenido doctrinal, la táctica y el estilo del movimiento.

El nacionalismo en el Valle. - ¿En el Valle tienen ustedes muchos afiliados? - El nacionalismo ha invadido el norte del departamento, cuyas masas se incorporan fervorosamente a nuestros cuadros. En Cali también hay seiscientos trabajadores empadronados y u n estado mayor, un equipo mental de primera magnitud. Ayer - Entrevista a Gilberto Álzate Avendaño publicada en Relator, abril 9 de 1938, pp. 1-2 y 8.

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estuve conferenciando largamente en la Casa Nacionalista con los dirigentes obreros. Ellos divulgan nuestra ideología entre las clases populares con fe, con júbilo, con voluntad misionera. Cali puede ser una central nacionalista para el occidente. Aquí el pueblo está receloso de los desvarios demagógicos y los mitos marxistas, después de las deliberaciones explosivas del congreso sindical, pero tampoco encuentra solución y acomodo dentro de las antiguas estructuras políticas. Nosotros representamos para los de abajo un orden nuevo, justo, fuerte y cristiano, sin lucha de clases, pero sin privilegios de clase. El núcleo inicial de la Acción Nacionalista Popular en Cali, que venía cumpliendo una efectiva tarea catequizadora, se ensancha y se refuerza hoy con nuevas masas y con altos guiones intelectuales. Acabamos de constituir un prestigioso comando provisional del Valle, con un cuerpo consultivo y unas secretarías técnicas, mientras se reúne en mayo la convención nacionalista colombiana, cuyo objetivo es promulgar un programa concreto y establecer una organización definitiva en todo el país.

Doctrina y táctica. — ¿Podría usted decirnos, esquemáticamente, cuáles son la doctrina y la táctica del nacionalismo popular? — Esa pregunta puede ser absuelta mejor en un ensayo o en una conferencia que dentro del breve marco de un reportaje. Sin embargo a riesgo de dar a este diálogo demasiada pesadez académica, aprovecho la oportunidad para esclarecer un poco el sentido histórico de este movimiento, sobre cuyas tesis o propósito se han escrito los más extravagantes folletines, por incomprensión o por perfidia. — A ustedes los acusa la prensa laureanista de importar al país teorías exóticas, novedades políticas europeas sin clima propicio en Colombia. — Ya demostraré la inexactitud de esa aseveración, pero comienzo por advertirle que en Colombia no hay formas políticas, sociales, económicas, jurídicas, artísticas o religiosas de origen nacional. Nuestro idioma es español, romana la iglesia, francesa la jurisprudencia, y el estatuto constitucional una mercancía de contrabando, una colcha de retazos ideológicos o un baúl trotamundos cubierto con las etiquetas multicolores de todas las doctrinas forasteras. No olvide usted que los ideólogos de la independencia quisieron hacer una República a imagen y semejanza de otros pueblos. Sus proyectos sobre el Estado eran versión y plagio de la carta orgánica francesa o norteamericana. La gesta libertadora se hizo con ideas importadas. Es oportuno recordar que Bentham escribía en el siglo pasado constituciones de encargo para las repúblicas tropicales, pues los diletantes políticos de estos confines creyeron siempre en la existencia de un arte de construir Estados, sujeto a reglas mecánicas como la fabricación de relojes o armonios o cerraduras. El país ha vivido siempre de préstamos espiritual y económicamente. ¿Qué replican a esto nuestros sedicentes demócratas criollos? ¿Acaso el acta de fundación de la democracia figura en los protocolos de las sabios de Fontibón o tiene patente colombiana como invento nacional? ¿No vino esa teoría de gobierno por la misma ruta de las carabelas? Las ideas, en cuanto valores puros, no tienen domicilio geográfico. Pero resulta paradójico que estos políticos de gorro frigio, que prolongan más allá de su vigencia histórica el vocabulario demagógico de la revolución francesa, nos acusen de introducir ideologías ultramarinas, cuando nuestro movimiento recoge las concepciones del Libertador, el único estadista original del continente. Era Bolívar quien pedía frente a los leguleyos que saboteaban su obra

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en nombre de los "sacrosantos principios", un código de leyes colombianas. El Libertador decía, con sentido positivista, a la manera de Solón: "¿Cuál es la mejor constitución? ¿Para qué país y en qué momento?". Él propuso formas políticas nuevas para enmarcar el desarrollo histórico de estos pueblos en minoridad, mediante gobiernos paternales y fuertes.

Influencia de Ultramar. - Pero es evidente que la juventud nacionalista recibe un potente influjo de los movimientos políticos de Europa. - No lo niego. Claro que el caso no abarca únicamente a las nuevas promociones, ni a las minorías letradas, sino a todas las gentes. El avión, el radio y otros inventos han acortado las distancias físicas y espirituales entre los pueblos, estableciendo una solidaridad ecuménica. Si dentro de la interdependencia económica del mundo los cafetales de Kenya amenazan la economía colombiana y una crisis en Australia repercute sobre nuestra industria textil también los sucesos políticos universales cambian la mentalidad del país, su criterio y sus hábitos. Los colombianos vivos no pueden pensar con la misma parsimonia de los abuelos de la patria boba o mantenerse confinados espiritualmente dentro de un horizonte parroquial como las masas del siglo pasado. Ya la política no se hace entre jicaras de chocolate santafereño y las ideas no viajan a lomo de muía. En otras épocas la información internacional era privilegio de las altas clases intelectuales y sociales, suscritas a las publicaciones extranjeras. Hoy en la casa más modesta de los suburbios basta mover el botón del aparato de radio para asistir a la marcha triunfal de Hitler hacia Viena o para conocer exactamente el avance cotidiano de las líneas de Franco. Puedo asegurar que la moral del conservatismo, a pesar de su aniquilamiento político en el país, ha sido sostenida por los éxitos del falangismo español. Parece absurdo, pero es exacto. La oposición conservadora siente un vínculo oscuro, una espontánea y total fusión del ánimo con el movimiento rebelde de la península, una razón ínexpresada que la impulsa a seguir con ansiedad la guerra en España como si se estuviera combatiendo dentro de los lindes patrios. Esas masas no ignoran la forma totalitaria del nuevo Estado español, las tangencias y concomitancias de Franco con el fascismo. Sin embargo braman de alborozo cada vez que sus fuerzas rinden una nueva ciudadela del gobierno democrático de Barcelona. ¿Es que han renegado de la democracia, o nunca han visto su huidiza faz, o jamás creyeron en ella [ilegible] bajo un rótulo anacrónico bulle ya una nueva concepción política? Pero es tan patente el caso que el doctor Laureano Gómez ha pedido en un discurso su matrícula en la falange española y usa, metafóricamente, un gorro de requeté para dormir. Es este un dato meteorológico sobre la dirección de los vientos. No quieren ser lógicos, sin embargo, esos fracasados conductores. Se declaran falangistas en España y antifalangistas en Colombia, después de afirmar que este país está señalado con rayas rojas en el mapa político del mundo, lo que exigiría un procedimiento análogo. La misma prensa que nos hostiliza, declarando a su amaño que somos devotos del Estado totabtario no omite propaganda y loas a Hitler, Mussobni y otros dictadores, no obstante los alegatos contra eUos de cierto descuadernado bbraco nombrado El Cuadrilátero. Es una falta escandalosa de probidad mental.

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Explicación necesaria. — ¿Pero ustedes reconocen su identidad o semejanza con el fascismo? — Me explico. Hoy por una generalización abusiva del término se califican de fascistas todos los movimientos contrarrevolucionarios. En el mundo contemporáneo hay una alineación internacional de derechas e izquierdas, cuya controversia básica radica en una concepción espiritualista frente a otra materialista de la vida. En ese sentido filosófico nosotros, adscritos al orden cristiano, somos una filial de la contrarrevolución de derechas. Participamos de unos valores universales. Pudiera hablarse de coordenadas espirituales que traspasan las fronteras y vinculan las fuerzas políticas a través del espacio. Pero el programa de este movimiento surge de la exploración de los hechos nacionales y no es una copia literal de manuales extranjeros, como lo han sido siempre los programas doctrinales de los viejos y los nuevos partidos. Nosotros, por primera vez en la vida del país, tratamos de hallar fórmulas propias para la colombianidad, expresión amorosa que encierra el cuerpo místico de la patria, no sólo como la tierra "donde reposan los huesos de los antepasados y la semilla de los nietos", ni tampoco como un fortuito conglomerado humano, sino también como una sinfonía histórica, un valor del espíritu y un sistema de hazañas.

Definición de democracia. — ¿Cuál es el pensamiento de ustedes sobre la democracia? —Antes conviene alinderar el significado de ese vocablo político. ¿Qué se entiende por democracia? Nadie sabría hoy definir ese concepto deformado por el uso y por el abuso. Es un balón verbal, un poco de viento sonoro, un fíatus vocis. Los más a n t a g ó n i c o s s i s t e m a s se j u s t i f i c a n d e t r á s de la mitología d e m o c r á t i c a . Simultáneamente se declaran demócratas el régimen soviético, la monarquía inglesa, el frente popular francés y los gobiernos totalitarios de Europa. Vallenilla Lanz quiso conciliar dos términos al parecer contradictorios con su teoría del "cesarismo democrático", construida para legitimar las dictaduras tropicales y exaltar a J u a n Vicente Gómez, el gobernante cerrero del llano, como arquetipo del tirano bienhechor. Al doctor Primitivo Crespo, mi ilustre compañero de travesuras políticas en tiempos pronto olvidados, le oyó la última convención nacional conservadora, ligeramente consternada, explicar que a su juicio la única democracia contemporánea era Italia. En verdad no hallábase equivocado nuestro inexorable censor de ahora, que con tanto celo prepara autos de fe contra los cismas fascistas, porque si la democracia consiste en que el poder se ejerza con el consenso colectivo, ninguna nación es más democrática que el Estado italiano, donde el duce se apoya sobre la voluntad unánime y orgánica del pueblo. Mediante el plebiscito, forma solemne de la consulta popular y recurso de cesares, Hitler demuestra que lo acompaña no una precaria mayoría electoral sino la unanimidad germánica. Así pues es un galimatías que nadie esclarece.

La índole del país. — ¿Cómo plantean entonces ustedes el tema en Colombia? — Muy sencillamente. Nosotros no prolongamos hasta el infinito la disputa académica sobre las formas de gobierno. Dialécticamente la democracia puede ser una teoría

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sin rival. El caso es que nunca se ha practicado en Colombia, que no se practica ahora, que no se practicará lealmente jamás, por no encuadrar dentro de la índole de este país. Esto contradice lo que se ha afirmado siempre al respecto, pero es la verdad. Nuestras gentes viven de mentiras consentidas y farsas convencionales, padeciendo aquella perversión psicológica que los ingleses llaman cant. Para juzgar la tradición democrática en Colombia pudiéramos partir de aquella frase de Nitti 3 que le sirve como leitmotiv en su prolija obra sobre los sistemas políticos: "La democracia no existe en las leyes sino en las costumbres". Conforme a ese criterio puede establecerse que entre nosotros siempre estuvieron en desacuerdo las teorías y los hechos, la letra inerte de los códigos y la realidad histórica. Detrás de una fachada constitucional democrática no hubo más que gobiernos facciosos, bandas acampadas en el poder, clanes dominantes que expulsaron de la vida civil a las oposiciones vencidas. El advenimiento de un partido se señala por la revancha contra los grupos antagónicos. Durante sus primeros años, con obstinada voluntad de dominio, sólo se preocupa por hacerse hegemónico. Cuando ha aniquilado las fuerzas rivales y consolidado su poder, se da el lujo moral de la benevolencia. Después sobreviene una pérdida de energía, una laxitud burocrática que prepara o anuncia un cambio o turno de los partidos. Entonces, durante ese breve interregno, hay sí una especie de juego democrático, como ocurrió en los años finales de la hegemonía conservadora, cuando el viejo partido gobernante había deshecho las fuerzas liberales y no temía por su estabilidad en el poder. No fue así en la Regeneración, según el propio testimonio de don Carlos Martínez Silva, quien se dolía de iniquidades y vejámenes contra los adversarios políticos. Algo semejante pasa en la República Liberal de hoy. Los años precedentes han estado consagrados a aniquilar sin piedad la oposición. Ahora que el conservatismo, por la presión coercitiva del gobierno, por el fracaso de sus conductores y por el repliegue de sus masas, no es una colectividad militante sino un patentado fantasma escocés, que hace ruidos nocturnos y se queja lastimero según el reglamento profesional de los fantasmas, sin perturbar el disfrute y la seguridad del régimen, es posible que se le otorguen ciertas garantías inocuas y se le invite a la partija burocrática en el nuevo gobierno. Pero no puede decirse de semejante proceso que sea democrático. Los mismos exegetas de la democracia colombiana convienen en que el sistema tiene un funcionamiento irregular por la falta endémica de garantías y por la ausencia de una masa flotante, neutra, no matriculada en las dos clientelas electorales, cuya actitud decida periódicamente los cambios del poder. Desde luego el curso descrito se refiere a la lucha civil, aparte de las soluciones revolucionarias, que tampoco son democráticas. Ahora, desde otro punto de vista, es evidente que la historia del país sólo ha tenido épocas creadoras y cimeras cuando el gobierno se encarna en individualidades poderosas, como Bolívar, Mosquera, Núñez, Reyes y Ospina. La historia activa la han hecho estos caudillos eficaces, sobrepuestos a la gazapera parlamentaria, a las logias letradas y a los intereses creados de los partidos. El mismo doctor Olaya H e r r e r a fue un dictador legal; gobernando dentro de sucesivas facultades extraordinarias, para salvar el temporal de la crisis económica y del cambio político. Ahora hay un retorno universal al héroe, a la eminencia humana sobre "la vana equidad de la llanura", después de un ciclo de racionalismo y burocracia.

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Francesco Saverio Nitti (1868-1953) fue un destacado político italiano. Presidente del Concilio de Ministros en 1919 y 1920. Jugó un rol decisivo durante la Primera Guerra Mundial y la inmediata posguerra. Hizo parte del movimiento ideológico del meridionalismo. Esta nota y las siguientes fueron agregadas por el autor de la investigación.

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Democracia cristiana. — El conservatismo dice ser intérprete de la "democracia cristiana", cuyo concepto ha incorporado desde el año pasado a su doctrina. — Pero hay allí otro abuso del lenguaje. La "democracia cristiana", según los propios doctores de la iglesia, no alude a formas de gobierno sino a un criterio social. No se puede comprometer a la iglesia en la defensa de principios demo-liberales. La concepción católica del mundo está centrada sobre la persona humana, pero no sobre el ciudadano. Aquella es un valor espiritual y éste es una creación política. Creo que Berdaieff 4 precisa en algún libro la diferencia substancial de ambos conceptos. Este mismo expresa que la democracia es simplemente formal, que no se subordina a fines superiores, que ignora la verdad y entrega su descubrimiento al cómputo mecánico de la mayoría, empadronando a los hombres como en un censo pecuniario.

Cuál aceptan los nacionalistas. — ¿Qué tipo de democracia aceptan ustedes? — La "democracia funcional", que no es individualista y demagógica sino corporativa y técnica. También aceptamos el concepto de "democracia directa", que establece un vínculo activo y espontáneo entre el caudillo y su pueblo. En esta categoría pueden incluirse los gobiernos unipersonales, no parlamentarios, que existen en la España Nacional, el Portugal Mayor, el Tercer Reich y el Imperio Italiano. No es distinta la fórmula bolivariana sobre un poder ejecutivo discrecional, que procede de la voluntad del pueblo, pero con suficiente recaudo coercitivo para no sufrir el vaivén de las mareas populares y la obtusa demagogia. Son regímenes demófilos, más que demócratas. No se gobierna por el pueblo, sino para el pueblo. Claro que el pueblo como tal no gobierna nunca. ¿En qué consiste la soberanía del pueblo?, se preguntaba Luis Latzarus. En una permanente abdicación. Movimiento autónomo. — ¿Ustedes constituyen una disidencia conservadora o un movimiento autónomo? — Un movimiento autónomo. Estamos segregados definitivamente de los viejos partidos. Ellos tuvieron una razón de ser histórica en el siglo pasado, representando el conservatismo las fuerzas centrípetas y el liberalismo las fuerzas centrífugas de la sociedad, este como abanderado de la libertad y aquel como personero del orden. La política de esa época se movía en la órbita de la revolución francesa. Su conflicto central eran las libertades públicas y los derechos del hombre. En nuestro tiempo cuando las masas han entrado en la escena, rencorosas y desesperadas ante los rigores del régimen económico y la indiferencia del Estado abstencionista la política está centrada en el orden social y en el sistema de producción. Nos movemos en el ciclo de la revolución rusa. Entonces si desde ese nuevo ángulo visual se examinan las doctrinas clásicas de los partidos seculares es menester darse cuenta de que el conservatismo no es ideológicamente sino una disidencia liberal y de que ante la economía los dos enemigos históricos resultan hermanos siameses.

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Nicolai Alexandrovitch Berdiaeff, pensador ruso, nació en 1874 y falleció en Paris en 1948. Dos de sus obras. El sentido de la historia (1922) y Una nueva Kdad Media (1924), ejercieron gran influencia en Europa e Hispanoamérica en los años que antecedieron a la Segunda Guerra Mundial.

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Los partidos. - La vieja disputa no tiene doctrinalmente vigencia. En la política colombiana presente los marbetes, rótulos o divisas distintas contienen más o menos el mismo específico. El doctor Jorge Eliécer Gaitán dijo una vez con exactitud ejemplar, aludiendo a las viejas colectividades: "Igualdad ideológica, desigualdad afectiva". Ambos partidos son dos pasiones supérstites Sobre un aluvión de formas yertas, sobre palabras destalonadas, sobre ideas volcadas por la tormenta de los hechos, subsiste en ellos cierto fondo mitológico un virulento complejo sentimental. En Colombia se presentan curiosas situaciones, paradojas colectivas. Muchos conservadores y liberales coinciden en ciertas opiniones políticas, pero nunca se encuadran para una empresa común. Hasta los burgueses apeninos votan por la revolución, contra sus intereses y sus ideas, antes que sumarse a los godos. El rencor ancestral, las repelencias hereditarias los separaran irrevocablemente. Como nuestra historia está cruzada de cruentos acontecimientos y en los bandos no se empadronan los individuos sino los linajes, un oscuro resentimiento que viene del pretérito impide que se entiendan las fuerzas ideológicamente homogéneas, con perjuicio del país. La política no depende en Colombia de las ideas sino de los sentimientos. Desde hace cincuenta años decía Caro que en este pueblo no había partidos políticos sino odios hereditarios. El país tiene una mentalidad "conservadora", no en el sentido político formal del vocablo, sino como actitud del hombre ante la vida. Acaso se explique por su economía pastoril y por sus tradiciones espirituales. Sin embargo esta República deriva cada vez más hacia los desvarios revolucionarios, por los motivos ya expuestos. Es inútil convocar gentes liberales bajo el pabellón azulenco del conservatismo. Lo que se necesita es reagrupar con autenticidad las fuerzas políticas, determinar una nueva alineación nacional. El nacionalismo, con un programa válido, tan exento de utopías como de anacronismos, se propone desempeñar esa función catalítica. Los tradicionalistas más cerriles se quejan de que nuestro movimiento segmente o parta en dos una colectividad contrarrevolucionaria, pues a su juicio apenas nos vamos a surtir de muchedumbres conservadoras. Tal vez eso puede ocurrir transitoriamente, pero a la postre el régimen mismo se tambalea por la dispersión de su clientela heterogénea, pues el liberalismo no es ya un partido unitario sino un cartel de izquierdas, aglutinado negativamente por odio y temor a la restauración conservadora. El c o n s e r v a t i s m o no v o l v e r á a l poder. Además no se necesita tener don profético para anunciar que el conservatismo tal como es no volverá nunca al poder. El derrumbamiento de la hegemonía se debió a que el partido había cumplido su ciclo histórico, no a una fortuita división de sus efectivos electorales. En alguna conferencia explicaba yo la muerte por parálisis de la hegemonía. "La pérdida del poder por los conservadores —escribía- se explica en última instancia porque el viejo partido gobernante no tenía ya ánimo de dominio ni mitos eficaces, sosteniéndose apenas por esa ley de inercia que prolonga el movimiento después de que ha cesado la fuerza motriz. Su quehacer histórico parecía cumplido. Un sistema de hábitos y rutinas reemplazaba la voluntad política que no conoce la

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holganza y el tranquilo disfrute, sino que se encuentra siempre atareada de creación". Era ese un régimen de funcionarios, que confundían el orden con la inmovilidad. Pero como la vida fluye sin pausa y busca cauces imponiendo un continuo reajuste en la estructura del Estado, sobrevino una colisión entre el "país real" y el "país legal"; entre las fuerzas vivas y las formas caducas. Esto produjo el estallido del vetusto andamiaje. La hegemonía no tenía ya estímulos funcionales, prospectos y metas que congregasen sus fuerzas vacantes La elección presidencial fue apenas "el puñetazo a un paralítico", para usar la ruda expresión de León Trotsky. Hoy el conservatismo está más aniquilado que nunca. Los derechistas quisimos antes irrigarlo de savias vivas, pero no nos dejaron. En cuanto a sus actuales cuadros de combatientes y su potencia numérica, digo con conocimiento de causa que sus directivas truculentas ocultan detrás de una cortina de humo verbal y apostrofes contra el régimen una catástrofe política peor que la derrota de 1930. Ese capítulo taciturno podría llamarse "Cómo se evapora un ejército".

Una revelación. ¿Tuvo el conservatismo antes posibilidades de recuperar el poder? — Tuvo varias. Tal vez en el gobierno hubiera conseguido remozarse, actualizarse, tal como aconteció con el liberalismo, que tuvo súbitamente la responsabilidad del poder por la caída de la hegemonía, viéndose en trance de incorporar a sus viejos mitos demagógicos unas concepciones sociales. Hoy se parece al radical-socialismo francés, en su proceso, sus obras y su conjunto humano. Varias coyunturas se le ofrecieron al conservatismo para alcanzar otra vez las palancas de control del Estado. Hay una que no nombro. Otra fue una candidatura de coalición propuesta por el doctor Olaya Herrera en las postrimerías de su período, para evitar el advenimiento del doctor Alfonso López. El doctor Olaya Herrera suministraría u n a terna para que los parlamentarios conservadores escogieran al candidato presidencial. Se formaría un bloque en el Congreso. Los designados a la presidencia serían cambiados. Según entiendo el pacto fue escrito por el doctor Miguel Jiménez López de su puño y letra. Lo firmaron cerca de cuarenta representantes y senadores de la oposición. El doctor Olaya estimó que el número era insuficiente. Entonces recibieron los doctores Primitivo Crespo y Anacreonte González la comisión de recoger nuevas firmas. Cuando hubieron alcanzado la cifra de sesenta, el doctor Jorge Vélez lo llevó al palacio de la carrera. El doctor Olaya dijo que era demasiado tardío. Ese mismo día el doctor Gabriel Turbay era nombrado ministro de gobierno. La candidatura liberal de Alfonso López estaba a salvo. ¿Que había ocurrido? Impuesto el doctor Laureano Gómez, jefe del conservatismo en las Cámaras y lopista fervoroso entonces, sobre el curso de los acontecimientos y la inminente decapitación de su amigo por un cartel nacional, planeó un sabotaje efectivo contra esa maniobra antes de que se llevara a cabo. Esto lo sabe en detalle el doctor Marco Antonio Aulí, senador lopista, quien intervino en las idas y venidas, vueltas y revueltas del director de El Siglo. El doctor Olaya Herrera había exigido previamente que el pacto se hiciera sin conocimiento del doctor Gómez, por creerlo al servicio del presunto candidato decapitado. Entiendo que el doctor José Manuel Mora Vásquez tiene una copia del reservado documento, protocolo de la coabción nonata. El doctor Camilo Muñoz Obando podría, si quisiera, hacer públicos algunos antecedentes. Si esa política se realizara el liberalismo hubiera perdido el poder.

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La cooperación. — ¿Cual será la política oficial del conservatismo con el próximo gobierno? — Es inminente la cooperación, si el doctor Santos la ofrece. En las últimas juntas de notables, efectuadas en Bogotá, se ha deliberado amplia y emocionadamente sobre el tema. Los doctores Esteban Jaramillo y Luis Cuervo Márquez han preconizado con énfasis esa política. Es evidente que el doctor Laureano Gómez está mas allá de cualquier halago burocrático, pero la totalidad de su estado mayor lo presiona a favor de un acuerdo ministerial con Santos. Es muy significativo a este respecto un reciente comentario editorial de El Siglo. Me consta que el general Berrío es partidario del acercamiento con el nuevo gobierno, por una convicción respetable, pues me lo dijo hace unos años en Santa Rosa de Osos, cuando estuve visitándolo como secretario general del partido, en vísperas de la crisis de junio. Me agregó que acaso fuera preciso cambiar las directivas conservadoras, para que pudieran servir como intermediarios de la nueva política quienes no habían participado muy activamente de la oposición agresiva de los últimos años. Supongo yo, sin embargo, que la cooperación sólo se verifique después de las elecciones parlamentarias de 1939, teniendo en cuenta sus resultados. — ¿Le causa sorpresa esa cooperación? - No. Me parece muy lógica. Ya le he dicho que el conservatismo es ideológicamente una disidencia liberal. Nada lo separa del programa de Santos. El candidato del liberalismo es un hombre pulcro, cuyo corazón es una valija de buenas intenciones, con ciertos resabios transaccionales contraídos en el canapé republicano. El único riesgo para ellos consiste en que esa política no la entiendan ni la toleren las masas de ambos partidos, demasiado hostiles. En ese caso las multitudes conservadoras, desempantanadas, buscarán en el nacionalismo la beligerancia contra el régimen. Los liberales se mantendrán recelosos y rabiosos de ese contacto con los "godos".

Oposicionista. — ¿Ustedes harán la oposición a Santos? - ¡Naturalmente! - ¿No hablan pues sobre la concordia nacional? - Pero no en un sentido republicano. Algunos han supuesto que nosotros somos algo análogo al viejo diván de Carlos E. Restrepo. Nada más absurdo. Nos separan no solamente las ideas políticas y el temperamento mansurrón de esa tertulia, sino toda una concepción del mundo. Los republicanos eran relativistas y escépticos, nosotros somos dogmáticos, "ellos actuaban como espectadores neutrales del drama humano, nosotros tenemos una filiación y una fe". Ellos constituyeron una confederación de negaciones, nosotros preconizamos un credo por el cual se pueda vivir y morir. El doctor Eastman, ideólogo del republicanismo, decía que para pertenecer a esa secta no era preciso coincidir en las premisas, sino estar de acuerdo en ciertas conclusiones. Ellos hacían de la política una ecuación mental, una actividad en tiempo lento, sin pasiones ni sobresaltos. La vida era para ellos un dejarse ir a la deriva. Nosotros pretendemos en cambio inaugurar un nuevo estilo histórico, crear, hacer de la política una vivencia tremenda y un vasto deber nacional. Ellos eran críticos y nosotros queremos ser misioneros. Si el republicano se ubicaba en el centro.

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nuestro movimiento está sobre la línea extrema del horizonte. La confusión que se hace estriba en que nosotros repudiamos la mecánica de los partidos, propia de la democracia parlamentaria por creer que ella establece una dispersión inorgánica de la voluntad popular. Pero según ese criterio simplón "republicanos" serían entonces los falangistas, pues la falange española y los movimientos políticos del mismo tipo repudian el sistema artificial de los partidos, no aceptando sino grupos naturales como la familia, la región y el gremio a manera de coágulos dentro del Estado.

La crisis de junio. - ¿Qué es lo que ustedes llaman la crisis de junio? — La disidencia del doctor Laureano Gómez contra el penúltimo directorio nacional conservador, donde yo ocupaba el cargo de secretario general del partido. El doctor Gómez nunca quiso intervenir en las debberaciones, molesto porque su bsta de candidatos para el alto comando había sido modificada por la comisión, en ejercicio de sus atribuciones supremas. Un día le puso una zancadilla al directorio, en torno a la concurrencia a las elecciones municipales. Ya todas las directivas departamentales habían opinado a favor de esa medida, conceptuando además que para no hacer una movilización baldía era menester conseguir inspectores de cedulación que removieran muchas trabas, y vigilantes en los escrutinios. El gobierno ofreció al directorio designar inspectores y consejeros electorales, con candidatos propuestos oficialmente por el partido, seis miembros del directorio nacional, incluyendo al general Berrío estuvieron conformes. El doctor Gómez, que no tenía la investidura formal de jefe supremo, se opuso. Nosotros aceptamos los cargos no remunerados del poder electoral. Entonces hizo contra nosotros un plebiscito colérico declarando que éramos claudicantes y politiqueros. Vino la convención. Los directorios departamentales se replegaron despavoridos ante la violencia combativa de El Siglo. Cuatro meses después ya vencido el partido en las urnas el doctor Gómez y sus consejeros sobcitaron en papel señado los inspectores de cedulación, con suculentos sueldos para premiar a sus amigos políticos. Esa torva conjura rompió la solidaridad afectiva entre los altos conductores del conservatismo, el partido nunca se repondrá de semejante traumatismo interno. Apartir de entonces al doctor Gómez lo rodean, no los bizarros líderes de la oposición sino una tribu nómade de olayistas, romanistas y republicanos renegados.

Lo ocurrido entre Gómez y las derechas. - ¿Qué ocurrió entre el doctor Gómez y las derechas? — Los muchachos de las derechas quisieron en 1933 realizar su movimiento dentro del claustro m a t e r n o de la vieja colectividad. El doctor Gómez se opuso descomedidamente, tratando de decomisarles sus ideales como mercancía clandestina. Se trataba de una generación benemérita que se había alistado en la política luego de la caída del poder, "a pesar de no tener complicidades con el pasado". Esa juventud nunca había conocido políticamente "un día de plenitud, pero ni siquiera de suficiencia". Todo su destino lo comprometieron esos cadetes al pie de una colectividad derrotada, abandonando los claustros universitarios para organizar los cuadros desechos e infundirles a las masas una nueva mística. Ellos convirtieron un montón de empleados cesantes que era el conservatismo por 1930 en un partido de oposición.

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Desde luego ellos estaban al nivel de su tiempo y querían modificar un inerte vocabulario político. Cada generación trae su visión del mundo, su estilo vital y nuevas nociones. Es así como se verifica lo que Núñez llamara "las metamorfosis incesantes de las ideas políticas". Pero el doctor Gómez hizo que el partido rompiera con las nuevas gentes, con pretextos de homogeneidad doctrinal. El tribunal de la inquisición conservadora y los alguaciles del santo oficio requisaban la política de nuestro grupo, encontrando la cuajada de vocablos sediciosos y conceptos cismáticos. Hubo hasta una ortodoxia literaria que consideraba contrarias a la serenidad del partido algunas metáforas vanguardistas. Don Jacinto Ventura fue encargado de ese servicio de policía poética, para preservar los buenos modales literarios de la colectividad. El conservatismo se hacía cada vez más extático, mas inactual, mas enquistado en sus formas pretéritas. En el subiendo de ese conflicto lo que había era la inexorable lucha vital de las generaciones. Los hombres maduros se mostraban impermeables, cerrados y hostiles. La juventud tuvo a la postre que liar su equipaje o irse del vetusto caserón, cara a la vida. Antes creyó transformar los hábitos mentales y sentimentales del viejo partido para ponerlo a la altura de los tiempos. Pero había una pesada atmósfera de recelos seniles. La ubicación de las derechas dentro del conservatismo no ofreció demasiadas dificultades doctrinales. El bolivarianismo se hallaba en el hontanar de nuestra historia política, aunque su influjo apareciese desvirtuado por las compbcidades bberales de las generaciones precedentes. En cuanto a la doctrina social católica, cuyo ápice sería el régimen gremial, estaba destinada a quitarle al conservatismo ciertas trazas de palafrén de la plutocracia. No lograr cumplir ese modesto plan de reformas. La generación vagotónica del centenario, instalada en el comando de la oposición había cambiado sus viejas rebeldías en rigidez autoritaria. Eso ocurre siempre. En todo dogmático hay un heresiarca fracasado. En todo caso, el núcleo de las derechas, perteneciente a la promoción penúltima, fue excomulgado y proscrito de la secta conservadora por los ultramontanos. Luego le tocó el turno al grupo de los "leopardos", que habían sido en la política una especie de "trust del cerebro". Mucho les debía el conservatismo a Silvio Villegas, Eliseo Arango y Augusto Ramírez Moreno, que le habían dado un estilo a la oposición, evitando la fuga de las masas y el abandono de las juventudes. Pero eso nada valía ante la virulencia de las rivalidades y los resentimientos en cuanto a los actuales equipos universitarios, ellos van emergiendo en la vida pública, razón que los ata a las viejas formaciones banderizas.

La culpa es del doctor Gómez. — ¿Entonces ustedes no son conservadores en virtud de esa excomunión mayor, pero sin que encuentren discrepancias básicas con la colectividad matriz? — No quiero decir eso. Le estoy relatando lealmente un proceso de desintegración, por etapas. En el comienzo de esta crisis la culpa pertenece al doctor Gómez. Sin esos antecedentes, tal vez nunca se hubiera producido una ruptura total. Una vez declarados huéspedes incómodos del conservatismo, en virtud de nuestras ideas, porque nuestros hechos siempre le fueron fieles, pudimos examinar con más perspectivas la función política del país, desembarazados de un vocabulario artificial que la deformaba, encontrando entonces nuestra verdad soterrada, nuestro auténtico perfil, nuestra misión nacional.

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Lo que eran dentro del Conservatismo. — ¿Pero no hay en la conducta de ustedes un móvil de revancha y un ingrediente de despecho, como afirman sus enemigos? — En absoluto. Nuestra fuerza en el conservatismo era muy estable y compacta. Manteníamos las palancas de comando en Antioquia y Caldas, donde la organización conservadora es autónoma. Además formábamos un grupo directivo de relevo frente al doctor Gómez, cuyos fracasos sucesivos iban desmoronando su prestigio ya que en política el único cemento es el éxito. Nuestra actitud en la crisis de junio había sido franca y vertical. El país supo entonces que el doctor Gómez tenía popularidad y nosotros personalidad. Volvería a nosotros el péndulo. Estábamos destinados a tallar otra vez. Nuestra juventud nos permitía esperar. Entre tanto nuestro predominio era pleno en algunos departamentos. Si se tratara de ambiciones curuleras, podría garantizarse que Silvio Villegas estaba asegurado como próximo senador y Fernando Londoño encabezaría la lista de candidatos a la Cámara. Pero todas esas expectativas electorales les hemos arrojado por la borda como un lastre.

Lo que ocurre en Caldas. — ¿Qué ocurre en la política conservadora de Caldas? — En las postrimerías de 1936 la asamblea del partido, en uso de sus fueros y prerrogativas designó un directorio compuesto por los doctores Francisco José Ocampo, Fernando Londoño y yo. Mi nombramiento se hizo en virtud de mis servicios políticos y también como personero de las derechas. Puedo referir, sin vanidad, que esa convención quiso elegirme por ingente mayoría jefe único del conservatismo caldense, con un conocimiento previo de mis tesis "heréticas", pues hice ante ella extensa e intensa exposición política, para refutar un alegato "demoliberal" del doctor Aquilino Villegas. No intervine en el directorio de Caldas, porque a poco me nombraron secretario nacional del partido. A mi regreso a Manizales, después de la crisis de junio, me abstuve voluntariamente de participar en el comando conservador de mi departamento, porque ya había aceptado la presidencia de la "Acción Nacionalista Popular", bloque político nuevo. El doctor Fernando Londoño, después de buscar una fusión nacional de las viejas y nuevas corrientes, le hizo saber al director de El Siglo que seguiría la misma ruta política de su generación. El directorio de Caldas convocó entonces una convención conservadora para que le recibiera sus poderes, pero temeroso de los viejos políticos chanchulleros de que esa asamblea se declarara nacionalista —pues es evidente que se han incorporado al movimiento las masas caldenses—, optaron por sabotear la convención y derribar al directorio de Caldas en una encrucijada. La maniobra estaba gobernada desde Bogotá. El Directorio Nacional Conservador quiso destituir la directiva comarcana, cometiendo un colosal disparate, pues nuestro propósito era despojarnos formalmente de la antigua vestidura y abandonar al laureanismo la organización preexistente, para encuadrar aparte nuestros efectivos. Con esa insólita resolución del directorio bogotano, contraria a la autonomía caldense y vejatoria de abnegados conductores locales, se produjo una inmediata reacción popular a favor de Londoño y Ocampo. Los pueblos manifestaron su respaldo al directorio de Caldas y se pusieron al pie de sus jefes naturales. Las m a s a s no p o d í a n o l v i d a r a q u i e n e s h i c i e r o n de C a l d a s u n a f o r t a l e z a

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contrarrevolucionaria, con su prestancia y su intrepidez mientras los vejetes hegemónicos que ordeñaron el poder ser replegaban. En Caldas el directorio nacional ha perdido la primera batalla campal.

Entre generaciones. - ¿Qué hubiera podido evitar la bifurcación total de las fuerzas contrarrevolucionarias? - Tal vez la candidatura presidencial de Ospina Pérez. - ¿Cuáles son las diferencias entre las viejas y las nuevas generaciones, en cuanto al criterio de interpretación de los fenómenos políticos? - La vieja guardia considera que la política es estática en sus formas. Nosotros, al contrario, concebimos al Estado en su vuelo, en su trayectoria histórica, sucediéndose a sí mismo por las mutaciones morfológicas que apareja el tiempo. Para nosotros es un organismo y para ellos un mecanismo. Su concepción del Estado era la de un vasto establecimiento policíaco, una albóndiga enorme para alojar los remanentes de la vida social. Nosotros consideramos que la misma tradición fluye, pues "no es un estado sino un proceso". Si los revolucionarios profesionales divagan a costa del porvenir, los reaccionarios divagan a costa del pasado. Ambos olvidan la gran ejemplaridad del presente. - ¿Y el sentido social? - La vieja guardia niega que en Colombia existan problemas sociales. Nosotros afirmamos que son perentorios y dramáticos. No se trata apenas de jornales y salarios, sino que en este país las masas soportan una existencia infrahumana. Vasta ver la servidumbre rural, el campesino analfabeto, roído por las enfermedades tropicales sin bienestar y sin anhelos. Nosotros encontramos que las reformas laborales del presente régimen son demagógicas, pues sólo tienen en cuenta al proletariado urbano, fuerza de choque y clientela electoral, dejando desamparadas al labriego y al artesano que son la mayoría trabajadora de este país. Los apeninos de ambos partidos rechazan las huelgas, como un desorden social, pero no le ofrecen a los de abajo otra defensa ante la libre concurrencia y el Estado neutral. Nosotros consideramos que la huelga debe ser suprimida de la legislación del trabajo, por ser contraria a la economía y al interés de la nación, pero encuadrando al país dentro de un sistema corporativo que elimine orgánicamente los conflictos entre el capital y el trabajo. Nuestro concepto sobre la propiedad que se nutre de la teoría del bien común de Santo Tomás, aterroriza a la burguesía de ambos partidos. Nos califica de demagogos socialeros si nosotros, dentro de la mayor ortodoxia social catóbca, hablamos de reemplazar, paulatinamente el régimen del asalariado por un contrato mixto de compañía de arrendamiento de servicios. I n i c i a r á n la l u c h a p o r el poder. - ¿Cuántos afiliados tiene ustedes en el país? - No podemos todavía decirle una cifra exacta. Estimo que son cerca de sesenta mil. Se trata de u n guarismo inicial. Confiamos en iniciar la lucha por el poder dentro de cuatro años. No es difícil que un día remoto un candidato nacionalista se encuentre enfrentado a una coalición liberal conservadora. - ¿No dijo usted en la Casa Nacionalista, según el testimonio de El diario del

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Pacífico, que el movimiento no llegaría al poder sino al cabo de una o dos generaciones? — He creído siempre que en una cruzada de esta índole es menester actuar con una voluntad agnóstica y un sentido de misión. Creemos representar un nuevo estilo político que acabará por imponerse al país. Al proyectar nuestra acción en el tiempo, poco nos importaría que el éxito estuviera más lejos de nuestra vida individual. Sabemos que si nosotros no realizamos estos sueños, habrá siempre una generación que los recoja. Eso les dije a mis amigos. La moral del movimiento no puede depender de la próxima vuelta electoral, ni su porfía con tenerse dentro de un breve plazo. No queremos que el movimiento sea un episodio más en la historia del país, como la aventura [unirista] o el interregno [republicano]. Nuestra vasta ambición consiste en que cumpla su función de molde histórico y le de su perfil a una época. Por eso no nos descorazona que el éxito pueda retardarse, que la ciudadela del poder sea esquiva a nuestro asedio, que ninguno de nosotros ponga el talón sobre la tierra prometida, limitándose a ver su relieve monumental sobre el confín del horizonte. Nosotros bautizamos una nueva política y estamos dispuestos a servirla con nuestro aliento humano. Pero para evitar prematuras veleidades y desencantos precoces necesitamos ese sentido misionero de José Martí, apóstol y testigo de la liberación cubana cuando decía : "Tal vez nunca cobije mi caza con las ramas del árbol que siembre". Esto no significa que desconfiemos de la potencia actual del momento y la fatalidad de su victoria. Hoy, mañana, después, no importa el tiempo. Este movimiento está forjado con lo mejor de nosotros mismo. No constituye una herencia sino nuestra propia obra. No es tradición sino creación. Uno no quiere entrañablemente sino lo que engendra. El hombre efímero quiere perpetuarse en la carne o en el espíritu. Por eso crea y procrea. Nosotros no dejaremos nunca perecer este movimiento, que es testimonio fiel de una generación y la más tremenda verdad de nuestras vidas.

Adiós al viejo partido. — ¿Cuál es la actitud sentimental de ustedes frente al viejo conservatismo? —Allí dejamos los mejores años de nuestra juventud combativa. Detrás de esos muros patinados se quedan muchas cosas nobles que hemos amado. Hoy un deber nacional nos obliga a desgarrarnos de un pasado de servicios y sacrificios. Lo hacemos sin sobresaltos, pero con una áspera melancolía. Nosotros conservamos los valores permanentes del orden cristiano, lo que todavía estaba vivo bajo la costra y la resaca sedimentada. Por la ruptura y separación de los antiguos hábitos, incompatibles con el marco social de nuestro tiempo y con la vida en marcha, es el precio necesario y la condición cruel de toda política creadora. Este sentido profundo tienen las palabras de Cristo cuando le dijo al nuevo discípulo que se detuvo a pagar un tributo de piedad sepultando el cadáver de su padre: "Sigúeme tú, y deja que los muertos entierren a sus muertos". — La política que dejamos atrás nos tuvo un día como sus figuras de pelea. El conservatismo nunca podrá quejarse de nosotros. Nunca fuimos oportunista y logreros. Nos vamos con la misma altanera dignidad con que estuvimos. Ojalá se fije en quienes ocupan nuestros puestos vacantes, por respeto a sí mismo. "Nosotros hemos cogido nuestro pasado de la mano, hemos mirado al fondo claro de sus pupilas, hemos visto que no se turba y empujando su espalda hacia el olvido, le hemos dicho: adiós. Puedes irte tranquilo".

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- No podemos hacer menos. Era preciso volver a nacer, conforme al trauma cristiano del segundo nacimiento. Es una metamorfosis que conserva la identidad del ser dentro de la variedad de las formas. Tal vez se trate de sacrificar el accidente para salvar la sustancia, abandonar el frasco y la etiqueta rotos en beneficio del contenido trascendental. Porque los valores supremos del orden cristiano y el espíritu nacional estaban precisamente desguarnecidos dentro de una estructura política yerta e inoperante. - El éxito de este movimiento depende de la sinceridad brutal con que afirme su propio ser, su sentido y su itinerario. No deben presentarse ambigüedades. Si la gente de nuestra responsabilidad mental h a roto con su pasado, es porque no le queda ningún activo nexo y porque sabe que no reculará jamás en sus designios. Puede esperarnos la derrota, la muerte civil, el ostracismo político. Todo lo aceptamos menos una infidelidad con nuestro destino. - Que todos sepan esto, respaldado en la franqueza y dureza de mi vida como combatiente. Hemos quemado las naves. No hay vehículo de regreso. J a m á s retornaremos al malecón reaccionario, menos nos entregaremos al régimen. Nos hemos creado deliberadamente el dilema de Hernán Cortés. El imperio o el aniquilamiento. No existe una fórmula media, una bisectriz del ángulo.

Documento 3 Germinal. Tesis nacionalistas. 5 El 16 de abril de 1938 será una fecha clásica en la historia del movimiento nacionalista colombiano. Ese día la Convención Conservadora de Caldas, oficialmente constituida, adoptó como suya la nueva política, dentro de la fórmula "No hay enemigos a la derecha". Así mismo se constituyó un comando nacionalista para el departamento formado por Fernando Londoño y Londoño, Antonio Alvarez Restrepo, Gilberto Álzate Avendaño, Arturo Arango Uribe y Silvio ViUegas. Este hecho rompe todos los itinerarios que teníamos calculados para nuestro movimiento, porque nos da, de un solo golpe, la mejor organización política del país. Alos jefes sólo les corresponderá ahora integrar y organizar algunos comandos locales. Todo lo demás está hecho. En el seno de la convención Fernando Londoño y Londoño, Gilberto Álzate Avendaño y Joaquín Estrada Monsalve, pronunciaron tres oraciones imperecederas, aclararon el alcance del movimiento, sus razones espirituales, económicas y tácticas. Pasarán muchos años sin que vuelva a escucharse nada semejante. Después de oírlos no era posible en el seno de la convención disidencia alguna; brazo en alto fue aprobada unánimemente la resolución que comentamos. El doctor Estrada Monsalve, en una sintaxis perfecta, con asombroso caudal de ideas, estremecido por el soplo de las profecías, en definir el movimiento dentro de la fórmula "No hay enemigos a la derecha". La convención con profundo sentido táctico, aceptó ese punto de vista, rectificando así las recientes declaraciones de Guillermo Valencia. Hablar de deserciones y apostasías es sencillamente ridículo. Nosotros somos los herederos históricos de los ideales cesáreos de la generación libertadora. 5

Editorial de Silvio Villegas en La Patria, abril 18 de 1938. p. 3. Este documento fue reconocido como la plataforma ideológica de la Acción Nacionalista Popular (ANP).

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Ideológicamente entendemos así los principios animadores del nacionalismo colombiano: El nacionalismo se funda en la concepción cristiana del universo de la Patria; Aspiramos a una República autoritaria que mantenga la disciplina social y el orden político; Creemos en la eficacia libertadora y creadora de la verdad, de la fuerza, de la jerarquía, de la propiedad, de la herencia! Creemos que el orden de las sociedades importa más que la libertad de las personas, puesto que aquél es el fundamento de ésta; Creemos que la historia activa del país la han hecho y harán en el porvenir los caudillos eficaces y no los parlamentos vocingleros; Aceptamos la democracia funcional, que no es individualista y demagógica sino corporativa y técnica; Creemos que la lucha contra el comunismo le corresponde al Estado, que es la encarnación jurídica de la nación; Aspiramos a una justicia social plena; pedimos una elevación gradual de los salarios; Queremos más higiene, más pan, más educación para las clases desvalidas! Creemos que las estirpes aldeanas son el depósito de las energías de la raza, y aspiramos a libertarlas de la servidumbre del agro, por medio de la intervención del Estado, dotándolas de bienestar económico, garantías laborales, defensas higiénicas frente al trópico, cultura y dignificación humana; A los obreros los consideramos como criaturas de Dios y no como instrumentos serviles del proceso económico. Nuestro designio es reemplazar paulatinamente los rigores del salario, por un vínculo mixto de contrato de sociedad y arrendamiento de servicios, que los haga partícipes de los beneficios industriales, elevando sus condiciones económicas y estimulando la producción nacional; Ante el sindicalismo revolucionario proponemos un régimen corporativo, que debe ser la armadura de las nuevas instituciones patrias. La lucha de clases debe desaparecer por medio de una acción enérgica del Estado. Como el gran fenómeno nacional es la producción, hay que eliminar todo lo que tienda a disminuirla o perturbarla. Por eso mismo, aseguradas todas las leyes que amparan a obreros y campesinos, el derecho de huelga debe desaparecer; Lucharemos por colocar a Colombia a la cabeza de América por la cultura, por su economía, por sus instituciones armadas; No somos una sucursal mestiza del fascismo italiano, del nazismo alemán, ni siquiera de la Falange española. Creemos en la colombianidad y en los valores propios, vernáculos, creados en este confín ecuatorial por el aluvión de las generaciones sucesivas. El numen tutelar de Bolívar alienta nuestra visión histórica de la patria. Pero es obvio que no somos indiferentes, no obstante nuestro fiero e insular nacionabsmo, a la lucha descomunal que se libra en el mundo moderno entre derechas e izquierdas, entre una concepción espiritualista y otra material de la vida; Con apasionado fervor seguimos la lucha de todos los que luchan por ideales semejantes en todos los continentes; Queremos la reconstrucción de la Gran Colombia, sobre el marco de los ideales bolivarianos; Creemos en Dios, en Bolívar y en la Patria; Nosotros responderemos con la vida del cumplimiento de estas ideas en el gobierno; Tenemos, pues, una doctrina, la más coherente, la más afirmativa, la más actual

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de nuestro tiempo. El Comando Nacionalista de Caldas esta integrado por un equipo de trabajadores intelectuales y de animales políticos que honra a varias generaciones colombianas. Fernando Londoño y Londoño, el primer tribuno de su raza; Gilberto Álzate Avendaño, un letrado, un pensador y un caudillo; Antonio Alvarez Restrepo, una cultura movilizada por una conciencia; Arturo Arango Uribe, el mejor de los periodistas jóvenes del país. Al lado suyo nosotros no somos sino los evangelistas del nuevo Evangelio; Realizada la primera etapa del movimiento nacionalista, organizados como una colectividad autónoma, invitamos a todas las gentes de nuestro departamento a romper con nosotros las barreras del odio y a inscribirse a las falanges de la colombianidad. Un grupo de hombres proceros,con voluntad heroica, puede cambiar fundamentalmente el rumbo de un país. Las minorías enérgicas arrastran a los dudosos, a los vacilantes, a los tímidos. El pueblo los sigue. Somos las semillas del porvenir. En Caldas estamos viviendo períodos germinantes, es decir, augustos y terribles. El nacionalismo colombiano queda constituido.

D o c u m e n t o 4. La revolución está a la derecha.6 Por Gilberto Álzate Avendaño Compañeros: Aquí, en el umbral del año que empieza, conviene volver la vista hacia atrás, panorámicamente, para abarcar la magnitud de las jornadas cumplidas. Ninguno de nosotros pudo prever el raudo crecimiento de la nueva pobtica, que viene superando los más generosos augurios. Ayer era apenas la semilla de un sueño, pugnando por convertirse en destino. Ahora ese polen mental ha salido de los bodegones universitarios, donde refugiábamos el descontento, hacia las anchas plazas soleadas, en cuyo recinto la muchedumbre hierve con el rumor de un colmenar. El pueblo ha retribuido con creces la porfía de nuestra fe en sus virtudes latentes, soterradas bajo una espesa costra de inercias y supercherías. Nosotros comenzamos a limpiar esa caparazón deleznable buscando los yacimientos vitales del país, el humus histórico en barbecho desde la gesta de los libertadores. Ya el pueblo trasciende a sembradura, a brote germinal, a corazón removido. Tras unos meses de laboreo, nos cabe exclamar con el rapsoda de las falanges españolas: "Qué olor de historia naciente!".

La ruptura con la vieja política. Nuestro movimiento necesitaba afirmarse como una fuerza nueva, con estilo propio y autonomía doctrinal. Era preciso romper los vínculos afectivos que nos ataban a una política sin nivel, cancelando viejos hábitos y querencias. Toda misión creadora exige esos renunciamientos. Hay que tomar el cayado y seguir adelante. Cuando sobrevino la crisis de la hegemonía, mi generación se hallaba en los claustros B

La Patria, enero 17 de 1939, pp. 1-3.

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de la universidad, sumergida entre códices antiguos y cuadernos literarios de v a n g u a r d i a . Nosotros no estábamos adscritos todavía a ningún partido, ni matriculados en los censos políticos, aunque nos inclinara hacia el frente conservador la gravitación de los ancestros. Pero al derrumbarse el poderío hegemónico, nos incorporamos con ademán mosqueteril a la oposición, que era un refugio de colombianos inconformes. Dentro de la vetusta colectividad fuimos el más bizarro equipo de combate, como no lo tiene ni lo tuvo jamás. Durante ocho años montamos guardia al pie de la bandera estrujada, acosando y devastando al régimen con un despliegue de brigadas ligeras. Nuestra beligerancia obtuvo para el conservatismo los postreros triunfos, mientras los que ordeñaron la hegemonía, las siete vacas gordas del presupuesto, buscaban el ámbito regalón de la vida privada o las prebendas óptimas, esas pingües capellanías laicas que repartiera con esplendidez el nuevo gobierno. En 1930 encontramos unas masas en desbandada, un pardo montón de empleados cesantes, los remanentes de un partido desmoralizado por la derrota y huérfano de conductores. Con ellos improvisamos una milicia, un núcleo de resistencia, que se batía a la intemperie contra la nueva iniquidad. Eso es lo que pretenden desconocer los oportunistas veteranos y los oportunistas precoces, los que se vinculan a la oposición cuando ella puede repartir gananciales. Deliberadamente olvidan la altanera dignidad de nuestra conducta. Para nosotros nunca hubo la resortada blandura de las curules, sino el rudo tránsito por la plaza pública, jalonado de riesgos. No hemos vivido de la política sino para ella. Desde nuestras mocedades la entendimos como un servicio, como un deber sin gozo, como una vivencia tremenda. Unos subalternos venidos a más, desde que renunciamos espontáneamente al antipático honor de comandarlos, nos denigran para hacer méritos ante una esquiva clientela electoral. Pero las masas conocen nuestros nombres, nuestros rostros, nuestros motivos, nuestras fidelidades, a través de jornadas innumerables, cuando la atmósfera se cargaba eléctricamente con la proximidad del peligro. Ellas, que no tienen enlace cordial con los fugitivos de la víspera, ni con dirigentes interinos, ni con un anónimo elenco oratorio de aprendices, sabrán comparecer como siempre a nuestra cita, al escuchar este largo toque de alborada. Al pueblo apelamos. No ignoran esas muchedumbres leales que para servirlas verídicamente partimos un día nuestro cordón umbilical con la vieja política. Nosotros no podíamos resignarnos a que se continuaran sacrificando ante el ara de unos mitos yertos, sin potencialidad histórica. Ahora las convocamos bajo un ideario trascendente, que recoge la herencia válida del pasado y se enruta hacia el porvenir, siguiendo el compás del tiempo. No es posible negar que dejamos el vetusto caserón solariego con una áspera melancolía. Allí nos quedaban pertinaces memorias. Pero un imperativo vital nos empujaba hacia afuera, cara al destino. Era menester una nueva alineación política, con ideas, con oriflamas, rutas y estilos diferentes, si las derechas querían rescatar el poder. Por eso emprendimos esta empresa nueva que ya tiene el semblante de nuestros sueños. La ruptura nos produjo un desgarramiento interno, un traumatismo sentimental, pero nos la imponía nuestro itinerario misionero. Nos ocurrió lo que al protagonista de la novela criolla de Güiraldcs, cuando en el cruce de los caminos divergentes hubo de separarse de don Segundo Sombra, testimonio y símbolo de una edad pretérita, con sus viejas virtudes y con devociones supersticiosas. Cada uno de

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nosotros, en el confín insobornable de su espíritu, pudo decir también aquella despedida final: "Me voy, como quien se desangra".

Un cónclave de cardenales protestantes. Antes del rompimiento definitivo, nosotros quisimos irrigar de savias vivas la reseca encina hegemónica. Pero los notables apeninos, los sobrevivientes del diván republicano, los demagogos en tramonto y la oscura galería de figurones que se hicieron fuertes en las directivas, sabotearon nuestro designio con pretextos de homogeneidad doctrinaria. Nuestras ideas nuevas eran decomisadas como mercancía de contrabando, así tuvieran un limpio abolengo bolivariano o fluyesen de los manantiales católicos. Nos asfixiaba una pesada atmósfera de recelos seniles. La gerontocracia que explota a ese partido, se opuso a que le limpiáramos el orín y la carcoma. El conservatismo se hacía cada vez más yermo, más estático, más enquistado en sus formas pretéritas. La generación vagotónica del centenario instalada en el comando de la oposición, había cambiado sus antiguas rebeldías en rigidez dogmática. Eso suele ocurrir. Ciertos ortodoxos no son más que heresiarcas fracasados. Hoy reivindican los hechos del conservatismo y patrullan su doctrina intangible, quienes renegaron de ella y combatieron la hegemonía en el tumulto de sus años mozos. Los "repubbcanos" agnósticos ahora promulgan el dogma conservador y forman la congregación del índice. Max Scheller 7 , al exponer las variedades éticas del resentimiento analiza el tipo del "apóstata" y el fluido rencoroso que emana de sus reacciones vitales. El que ha cambiado radicalmente su ideología o su rótulo, no se fija en el contenido positivo de su nueva fe, si no que busca una serie de revanchas contra su propio pasado, investigando, presumiendo y sancionando las veleidades de los demás. El apóstata mantiene un odio exasperado contra la apostasía. Así se explica que los republicanos, vueltos sigilosamente al arrimo conservador, presten un alerta servicio policivo para vigilar la integridad de su ideario de turno. Esos renegados pidieron para nosotros el desahucio político. Es oportuno dibujar someramente la logia republicana, que conspiró contra la hegemonía en su tiempo, tendiendo puentes levadizos para que el liberalismo se tomara la ciudadela del poder. Su color era el amarillo, tan semejante a estos lilas atediados de la convivencia. Quiso ser una política, pero devino en una tertulia. A merced de coyunturas propicias desertaban sus corifeos. Apenas uno, dos o tres bderes, supieron mantener orgullosamente sus soledades. En un examen sobre las causales de la derrota conservadora, Gonzalo Restrepo Jaramillo se la atribuye parcialmente a la infiltración republicana. Advierte Restrepo que el republicanismo, sin conseguir solidez como partido, se impuso como tendencia, introduciendo su filosofía opiosa en los espíritus. Era el canapé republicano una confederación de negaciones. Sólo sabía "peinar" el pro y el contra, balancearse dubitativamente entre opuestos términos. No manejaba principios, sino fórmulas. Su sistema era el armisticio de las ideas, la complicidad mental y el reparto burocrático. Pudiera filiarse, en la genealogía política, como un liberalismo atemperado. El partido conservador sufrió su contagio, que tenía el poder letal de la anestesia.

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Max Scheller (1874-1928), fue un filósofo alemán de gran importancia para el desarrollo de la filosofía de los valores, la sociología del conocimiento y la antropología filosófica. Simpatizó con las teorías de Henri Bergson y Edmund Husserl. Utilizó la fenomenología para estudiar los fenómenos emocionales.

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La crisis de los partidos. Hemos de agradecer a los viejos clanes políticos su fobia contra nosotros. Tal vez sin esa mezquina incomprensión que nos hizo soltar amarras, hubiéramos permanecido anclados en el malecón reaccionario, las velas al pairo, sin ningún rumbo. Pero la obtusa intransigencia de los notables nos ha puesto en trance de ser nosotros mismos, dueños de nuestro albedrío y dispuestos a ir en pos de quiméricos vellocinos. Ahora el movimiento cobra su plenitud y avanza sin pesos muertos hacia su alto destino. No hay capitulación, ni compromiso, ni tregua. Nos acoraza una mística. Sabemos que nuestro programa es el único que puede darle un rango imperial a Colombia. Nos hemos segregado definitivamente de las decrépitas comunidades que se parten el sol en la República. Ambos partidos tuvieron una razón de ser en el siglo pasado, representando el conservatismo las fuerzas centrípetas y el liberalismo las fuerzas centrífugas de la sociedad, éste como abanderado de la libertad y aquel como personero del orden. La política de esa época se movía en la órbita de la revolución francesa. Su controversia radicaba en las libertades públicas y los derechos del hombre. En nuestro tiempo, cuando las masas han entrado en escena, desesperadas ante los abusos de la libre concurrencia y la neutralidad del Estado abstencionista, la política tiene su centro de gravedad en el sistema económico. Nos movemos en el ciclo de la revolución rusa. Entonces, al examinar desde ese ángulo visual las doctrinas clásicas de los partidos seculares, es menester darse cuenta de que el conservatismo no es ideológicamente sino una disidencia liberal. Ante la economía —dije alguna vez—los dos enemigos históricos resultan hermanos siameses. Los antiguos frentes no tienen vigencia doctrinal. En la política colombiana presente, los marbetes, rótulos y divisas distintas contienen más o menos el mismo específico. Gaitán expuso en cierta ocasión con exactitud ejemplar, aludiendo a las viejas colectividades: "Igualdad ideológica, desigualdad afectiva". Esos partidos son dos pasiones supérstites. Sobre un aluvión de formas caducas, sobre palabras destalonadas, sobre ideas volcadas por la tormenta de los hechos, subsiste en ellos cierto fondo mitológico, un virulento complejo sentimental. El encono larvado, las repelencias ancestrales separan irrevocablemente a liberales y conservadores. Como nuestra historia está cruzada de cruentos acontecimientos y en los bandos no se empadronan los individuos sino los linajes, un oscuro resentimiento que viene del pasado mantiene la feral contienda. Desde hace tiempos decía Miguel Antonio Caro que este país no tenía partidos políticos sino odios hereditarios.

Los ídolos del foro. En un rincón de la memoria guardo todavía fragmentos y pasajes del libro magistral en que Carlos Arturo Torres hizo el estudio de las supersticiones políticas. Era Torres un pensador socrático, por el equilibrio, la amplitud benévola y la claridad de su espíritu. Su obra estuvo dedicada al tiempo, que hoy comparece como testigo de abono para corroborar sus tesis. Los contemporáneos de Torres no quisieron escucharlo, porque estaban acantonados en sectas ávidas de presupuesto y revancha. Pero ahora se actualiza ese ensayo sobre las sombrías divinidades que continúan exigiendo rescate a las generaciones colombianas. Analiza Torres el vago imperio de los ídolos del foro. Se trata de supercherías y prejuicios amontonados que gravitan sobre el pueblo. Unas cuantas fórmulas sin

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substancia histórica, deterioradas por el uso y por el abuso, siguen gobernando el ánimo colectivo, cuando ya la crítica ha establecido su invalidez. Hasta las ideas más vanas perduran tenazmente si se convierten en mitos. Más que doctrinas contrapuestas, los trémulos rizos de una bandera, un vocabulario enfático, un nombre, un pronombre, una interjección, han determinado la histeria de las guerras civiles y prendido las fogatas del vivac en que se consumieron los abuelos. Dijérase que el rencor atávico y los hábitos gregarios mantienen las provectas colectividades en pié a pesar de sus ideologías desmanteladas. Relata el ensayista cierto episodio lancinante, acaecido en una de las periódicas carnicerías colombianas del siglo pasado. Los camilleros transportaron un herido grave al hospital de sangre. Ya en los postreros espasmos de la agonía, un médico quiso conocer los motivos profundos que le habían impuesto la ofrenda de su propia vida. "La defensa de los ideales de mi partido" —repuso el moribundo fieramente—. "¿Cuáles son ellos?" —Insistió el cirujano—. Su interlocutor estuvo un rato suspenso. Luego manifestó con embarazo y amargura: "No lo sé". Poco después su espíritu rompía las amarras terrestres, emproado hacia la eternidad. Torres declara que la mayoría de los sacrificados en los conflictos políticos del país se encuentran en parejo caso. Las masas, no se inmolan por flamantes programas, cuyo laberinto mental apenas conocen los ideólogos, sino por unas cuantas voces hipnóticas que polarizan su voluntad. Es el fanatismo de los rótulos. Ellos constituyen un airón de lucha, pero detrás de tales divisas no yace una razón histórica que justifique los excesos del rito y la cruda brutalidad del holocausto. A esos intangibles fantasmas de la plaza pública se les ha ofrendado más víctimas que a los crueles dioses antiguos.

Juramento por los muertos. Durante estos años de paz legal, pero repletos de represalias y masacres, muchos compañeros anónimos cayeron a nuestro lado. Nosotros los vimos derrumbarse sobre la tierra fiel, cuando sopló sobre ellos el súbito vendaval de la muerte. Eran sencillas gentes aldeanas, cuyas manos callosas no conocían más hierros que los instrumentos de sembradío. Su vida discurría entre un marco geórgico, patriarcal y benévolo. Almas sin abrojos, como los mismos campos que labraban. Sin embargo, alevosamente, un día los inmolaron. Nosotros, con el corazón a media asta, recogimos sus cuerpos exangües, en cuyas retinas había quedado el postrer estupor. Ese duelo viril todavía nos conmueve las raíces del ser. Sobre sus sepulcros recién cavados juramos salvar al país del odio histórico que lo parte en dos y restañar ese tributo secular de sangre ante las viejas supersticiones. No es que nosotros seamos una beata congregación de almas espantadizas, a quienes la violencia pone en fuga. Al contrario, u n a de n u e s t r a s máximas es vivir peligrosamente, en vigilia, ritmo y tensión de combate. Nuestro movimiento trae consigo un estilo agonal y castrense de hacer política. Sabemos que la sangre es el aceite que lubrica los goznes del mundo. Nada se crea históricamente sin un sentido trágico de la vida. Hay que parir con dolor. El nacionalismo restablece los conceptos de sacrificio, fatiga, ofrenda y mérito. Pero si la lucha por el poder comprende incluso los modos cruentos y exige vidas donadas, hay que elevar el nivel de los motivos, haciéndolos más verídicos y nobles. En la política colombiana de hoy no se juega sino el goce del presupuesto. Los partidos

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son agencias de colocaciones para su respectiva clientela. Dentro de tan sórdida disputa, el poder consiste en los empleos. Eso es lo que nosotros abominamos, recordando las cruces humildes de los muertos, cuyas ánimas en pena piden una expiación. No es posible que las gentes continúen matándose por un cupo en la burocracia. El país necesita oráculos más altos que la vigencia fiscal. Es preciso darles a los compatriotas grandes ideales, una voluntad trascendente de servicio, un sentido de misión nacional, una fe histórica por la cual se pueda vivir y morir. En vez de emborrachar las masas con alcoholes sectarios, convocarlas bajo los tres colores de la bandera para una expedición solidaria sobre el futuro.

La nueva mitología política. La concepción del mito ha sido incorporada recientemente al vocabulario político. Así se denominan las ideas-fuerzas, ciertas síntesis o esquemas mentales en los que se condensa dinámicamente la voluntad colectiva. El mito es el pensamiento que se carga con un potencial de fe, la creencia militante, el concepto o principio que abandona su limbo teórico para convertirse en una feraz evidencia del corazón. Ninguna política, por vertebrada y sólida que sea su ideología, puede realizarse sin que sus tesis adquieran la sublimación política. Sólo así los programas, los lemas, los rótulos, albergados en el yo profundo de las masas, tienen fuerza motriz para desencadenar los actos. El pueblo no necesita solamente opiniones, sino convicciones. El encuentro nupcial de las ideas con los sentimientos hace nacer los grandes acontecimientos históricos. Cuando las premisas y conclusiones de los enciclopedistas bajan a la calle y fermentan en la multitud, estalla la revolución francesa. El marxismo, con sus teorías angulosas, su dialéctica tiesa, sus estadísticas de producción, era apenas una utopía más, hasta que creando el mito de la huelga general y la dictadura del proletariado se convirtió en una difusa esperanza mesiánica de los de abajo. La mentalidad popular se prende a las fórmulas simples, a las versiones esquemáticas del pensamiento, pues ella procede por relámpagos intuitivos o representaciones simbólicas. Vico, encuentra, por ejemplo, que las leyendas y los héroes fabulosos de los antiguos tiempos son alegorías e imágenes que traducen la lejana plenitud de la historia, personificando ideas, emociones, virtudes e intereses colectivos. Los materiales históricos se dislocan y descoyuntan para que surja la incandescente levadura del mito. Entre nosotros los tres vivas sacramentales al partido de gobierno, los abajos al conservatismo, la alusión a la vieja iniquidad, el rótulo de República liberal, han venido desatando violentamente la fuerza pasional de las masas. Es el poder mágico de las palabras. Simultáneamente, con remembranzas sobre las glorias hegemónicas, las tradiciones de similor y un orden tartufo, sin contenido, los reaccionarios conmueven las almas recoletas de sus adeptos, a pesar de la oquedad de esa quincallería literaria. Pero ya empieza a ceder y aflojarse el prestigio de esos mitos desarbolados. Las muchedumbres se están dando cuenta de que derás de ellos no hay ideales sino ficciones. Esa literatura de bastión, solemne y patética, que pide la defensa de unos principios desplomados, inanes, sin virtud normativa, se pierde en el viento. Es inminente un reajuste entre las ideas y los hechos. Los valores políticos del pasado

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son corroídos por el ácido de la crítica. Las gentes nuevas se esfuerzan en comprender cómo semejantes fórmulas vacuas tuvieron la palanca de mando de las inteligencias, para usar un término de Francis Delaisi*. La sagrada fraseología pierde su halo místico, su parapeto reverencial. Queda reducida a escombros verbales. Eso demuestra que los viejos mitos han roto su vínculo activo y espontáneo con la vida, que la realidad social se ha desasido de ellos, que ya no subsisten los estados de alma o los hechos colectivos que les dieron origen. Es inútil rehacerlos, reformarlos, sostenerlos. No volverán. Ya las masas sienten latir en su seno otros deseos y aspiraciones, que buscan una fórmula capaz de expresarlos. Se necesita una nueva mitología política que atraiga las energías yacentes como un imán. El v o c a b u l a r i o difunto. Las palabras no son yertos instrumentos gramaticales, sino que participan del acontecer social. A veces están repletas de sentido y en ocasiones resultan cóncavos recipientes vacíos. Las palabras tienen el mismo signo representativo de la moneda. Valen la cantidad de vida y por el metal humano que las respalda. Sin eso son fonemas vanos, ruido acuñado. Las palabras llevan una existencia dramática. Nacen y mueren al pie de unos conceptos, con ellos fulgen y se apagan. Cuando una palabra ha perdido su alma, el principio activo que contiene, debe ir a reposar al panteón, en vez de permanecer insepulta. Hay cementerios en el diccionario. "Grandes cadáveres obstaculizan nuestro camino —dice Jean Richard Bloch9— son las palabras muertas. Las palabras nunca se ciñen estrictamente a su objeto, pero durante algún tiempo la coincidencia del vocablo con la idea satisface al espíritu. Cuando las realidades se desplazan y las palabras quedan, nos apercibimos inmediatamente que ellos ya no cubren nada. Se enseña a los alumnos de filosofía que no se tiene conocimiento ni posesión de una cosa hasta que no se la nombra. La palabra que designa una idea es la única reabdad que nos es asequible. Los primitivos, maravillados por esa comprobación, conceden al verbo un rango mágico. Ellos lo desprenden del objeto, lo consideran preexistente, lo veneran como un dios". Esa idolatría de las palabras es lo que queda en pie de los credos políticos extintos. Nada más. Unos fetiches idiomáticos, a los que rinden culto sus fieles, sin preocuparse de que carecen de poder, vitalidad, ímpetu y destino. Así creen conservar la tradición, reteniendo las formas y dejando que se escape como un fluido su espíritu. Una nueva política que aspire a formular y contener todas las latentes motivaciones del pueblo, ha de empezar por un lenguaje cabal y expresivo, licenciando una nomenclatura inerte, cuyo catálogo de voces ha prescrito. Ahora deben retirarse del servicio activo las grandes palabras míticas de la revolución francesa, para dar curso a los nuevos vocablos representativos: Orden, jerarquía, disciplina, servicio, integración, gremio, justicia, Estado, imperio. Sobre todo, DIOS.

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Francis Delaisi (1873-1947), fue un escritor, periodista y economista francés. Hizo una brillante carrera periodística en el periodo de entreguerras. Sus preferencias políticas se orientaron al socialismo. Fue miembro del comité central de la Liga de Derechos del Hombre, en 1935, y miembro director del Comité de vigilancia de los intelectuales antifascistas, hasta 1939. 7 Jean-Richard Bloch (1884-1947), escritor francés, fue miembro del Partido Comunista Francés y trabajó junto con Louis Aragón en el diario nocturno Ce Soir. De tendencia vitalista. anhelaba regenerar la vieja sociedad occidental en los planos cultural y político. El p o r v e n i r del p a s a d o 531

El sentido fluvial de la tradición. ¿Seremos nosotros acaso una pequeña guerrilla iconoclasta, que reniega del pasado, creyendo fanfarronamente que la historia empieza con ella? J a m á s . Nada peor que el fácil nihilismo de los intelectuales desarraigados, a semejanza de Manuel Azaña 10 , quien dijo con desdén una vez que su país era "heredero-histórico", como si se tratase de una tara. Los filósofos han hecho el diagnóstico de esa intebgencia desolada, sin raíces, "floración única y mala yerba del empedrado ciudadano". A ella se opone la profunda sabiduría de las estirpes campesinas, el espíritu hecho sangre, el misterioso manantial de los sentimientos, la vitalidad de las emociones hereditarias, la persistencia de una memoria más profunda que la vida. Hay más civilización trascendente —escribe un pensador contemporáneo— en el alma terruñesa y simple del paisano, que en un académico citadino o en un devorador de impresos, porque aquel ha recibido un depósito espiritual sin palabras y lo transmite, con una aptitud sutil para transformar sus oscuras sensaciones en monedas sociales. El hombre puede ser definido, como un animal que recuerda. En la memoria reside la eminencia de la especie. Las bestias no acumulan historia, no avanzan sobre sí mismas, no aumentan su caudal instintivo. Sin un sentido histórico, subsistiría el remoto habitante de las cavernas. Habría vidas individuales desparramadas, pero no un destino ascendente de la humanidad sobre el planeta. Nuestro mismo rótulo de nacionalistas implica devoción y respeto por la herencia genuina de nuestro pueblo, por sus constantes históricas, por sus caracteres estables. Con ese nombre nos filiamos, nos ahincamos sobre la tierra donde reposan los huesos de los antepasados y la semilla de los nietos. Si el patriotismo se define como una piedad territorial, el nacionalismo abarca la defensa de los valores inmateriales del país, que pueden peligrar sin que la frontera sea físicamente invadida. Pero es necesario alinderar los vocablos, mediante definiciones. Muchos estiman que la tradición es un repertorio de anécdotas, un costal de sucesos inertes, la pesadez de u n a s formas caducas que debemos apuntalar. Para nosotros es una suma de experiencias espirituales. Nuestro tradicionalismo no es un ritual hierático ante las momias de los faraones, con pasión senil de egiptólogos. La historia no es arqueología. Lo que importa es buscar tiempo arriba la sabia germinativa del pasado, la esencia del acontecer histórico, el genio nacional que se manifiesta a través del torrente de los hechos. La tradición apenas se refiere a valores profundos, permanentes, intransferibles. Es la yema, sin cascaras ni cortezas. "La tradición es transmisión —ha dicho uno de los mayores intelectuales del siglo. Ella acopla las fuerzas del suelo y de la sangre para que continúen influyendo sobre su curso. La tradición no es inercia. Como en todo legado, es preciso inventariar y deducir su pasivo". Las formas se suceden. Unas nacen y otras mueren. Sólo quedan en vigor algunos cimientos. Las raíces esenciales y fecundas. El único modo de conservar la tradición es insertar en las nuevas condiciones del mundo, no su aparato externo, sino su substancia. Así ella renace. Giménez Caballero" califica como "muertos vitales" el conjunto de memorias, valores, principios y nombres que constituyen la raíz genital de una nación. Lo que habiendo sido —penado, sufrido, vivido, anhelado— quiere seguir siendo. Aquellos muertos han 177

Manuel Azaña Díaz (1880-1940), fue Presidente del gobierno español de 1931 a 1933, y Presidente de la Segunda República Española (1936-1939). Se consagró como uno de los políticos y oradores más importantes en la escena ibérica del siglo XX. Consiguió el premio nacional de literatura con la obra La velada de Benicarló, que versa sobre la guerra civil de su país. 17 Ernesto Giménez Caballero (1899-1988), fue un ideólogo, político y profesor español. Animador de la vida intelectual de la década de 1920 e impulsor de las vanguardias literarias en España, tales como el surrealismo, el ultraísmo y el futurismo. Autor de Notas marruecas de un soldado (1923). 532 El p o r v e n i r d e l p a s a d o

dejado al morir lo más vivo que tenían. Su carácter, su espíritu, la levadura nacional del país. El profeta de la Nueva España llama tradición la prosecución de esa alma profunda. La tradición va fluyendo. Es una esencia que se continúa y perdura sobre las formas perecederas. No es una cisterna de aguas muertas. Tampoco se compone del aluvión de escorias que deja el tiempo. Si así fuese, tendríamos un caos de tradiciones contradictorias, muiscas e hispanas, chapetonas y criollas, revolucionarias y reaccionarias, estáticas y dinámicas, católicas y anticlericales, pacíficas y guerreras, liberales y conservadoras. Un heterogéneo surtido de ejemplos para justificar históricamente todos los extravíos. Para nosotros en el país no existen más que dos grandes tradiciones congruentes y vivas, cuyas matrices han de plasmar la historia nueva. El catolicismo, como religión revelada, como norma moral de conducta, como pacificación de las clases sociales en la plenitud amorosa del Evangelio. Luego, en un plano temporal, el pensamiento político del Libertador, que representa el destino mayor de la República, potente y orgánica, frente al movimiento centrífugo de los partidos.

El estilo de nuestro movimiento. Antes que un simple formulario político, nuestro movimiento implica la instauración de un nuevo estilo. Es menester darle a ese término su significado integral. Más que una voluntad de forma, el estilo es la cruz plástica del carácter. Es la personalidad en acción. Es nuestra actitud definitiva ante el universo, que irradia en las más grandes obras y en los más triviales ademanes, comunicándoles un sello propio, un aire de familia, ese callado ritmo que constituye la unidad vital. Cada política tiene su estilo, sus modos peculiares de actuar y expresarse, que sirven como marca y contraseña. Primo de Rivera explicaba el estilo de la Falange como una manera de ser, no solamente de pensar y sentir."Tenemos que adoptar —dijo— ante la vida entera, en cada uno de nuestros actos, una actitud humana, profunda y total. Esa actitud es el espíritu de servicio y sacrificio, el sentido ascético y militar de la vida". Nosotros hemos dicho que el nacionalismo popular encarna una política misionera. Que somos una juventud en misión. Eso nos impone una disciplina moral de cruzado, un heroísmo penitente, la mente y el corazón en armas. "La vida es milicia", gritamos con los falangistas. Los hombres nuevos no pueden aceptar una política episódica, sin que una concepción del mundo y un sentido ontológico fertilice sus raíces. Los caracteriza el fanatismo de la verdad y el amor por los valores absolutos. Se sienten convocados por esa inexorable voz profética que resuena en los héroes. Conocen su deber, y no dimiten. Presienten las grandezas de las afirmaciones cuya garantía es el dolor y la sangre. "El valor histórico de esta generación —exponía con voz honda José Antonio, fundador, testigo y mártir de la nueva era— consiste en que percibe el sentido trágico de la época y no sólo acepta, sino que reclama para ella la responsabilidad del desenlace". Por encima de la angustia del tiempo presente, hay un presentimiento de albas nuevas, una como esperanza escatológica en el tercer reino anunciado por los visionarios. H a reaparecido el concepto del héroe, sepultado bajo u n siglo de p a r a g u a s pequeñoburgueses. No el general a caballo de los textos escolares, cuyo dormán está

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constelado de cruces y cordones forrajeros, sino el ser humano en la máxima tensión espiritual, en ebullición creadora, más inmediato a Dios. "Héroe —según la definición de un poeta actual— es aquel que confiere a cuanto pasa a través de su persona, mayor cantidad de hombre, de calor vivo". Nuestra misión es convertir a las gentes, hablarles sobre un credo de salvación nacional, remover las almas resecas y aventar simientes. Más que a la captura electoral del poder, nuestra cruzada se dirige al descubrimiento, la conquista o la creación del colombiano del porvenir, digno de sus libertadores. No es solamente una política, sino una pedagogía. Nuestro estilo literario participa de ese tenso estado de espíritus. Es recogido como un puño, sin aflojamientos ni molicies. Ama los verbos duros y metálicos, los sustantivos que son como cabezas de familia mental. Sobre todo, aludiendo al signo profundo de esta tarea, está repleto de todas las voces que se refieren a renacer, despertar, combatir, creer y crear. Nuestra prosa -como nuestro espíritu- se encuentra transida de primaveras y vendimias, anunciaciones y epifanías, oráculos y banderas. En el toque de alborada se resume un sentido matinal y marcial de la vida.

Nuestras tesis. En numerosos documentos hemos examinado todas las cuestiones cardinales del país. Cada tema ha sido cogido por las astas, sin escamoteos ni evasivas. Comenzamos por la democracia inorgánica, que es una máquina constitucional de registrar votos, sin que contenga ningún valor normativo. Ella parte de la concepción roussoniana del contrato social. La voluntad del conglomerado no unánime se entrega al voto de las mayorías, a ese cubilete de dados que es la urna. El número es el único ídolo de un Estado que carece de principios y verdades. El número resuelve con su oscuro poder los conflictos de esa sociedad de átomos. Alguien escribió que esa confianza en la armonía política creada por voluntades contrapuestas, es una superstición tan grosera y ridicula como la creencia de las tribus bárbaras en que el estiércol humano es la simiente del antílope. Frente a esa democracia formal hemos preconizado la democracia funcional. Contra ese Estado neutro, hemos repetido la nueva consigna: "El Estado es una doctrina en acción". Expusimos la servidumbre del agro, la sordidez del marco aldeano, donde los labriegos llevan una existencia infrahumana de acémilas, sin tierras, sin higiene rural, sin crédito agrícola, sin escuelas y sin garantías, porque el régimen demagógico apenas se preocupa por aumentar su ingente burocracia, abastecer el ocio de las ciudades parasitarias y aplacar la insurgencia de los obreros urbanos. Nosotros le hemos dado a nuestra política un entrañable acento agrario, pues para el nacionalismo el regreso a la tierra es una cuestión de ritmo. Hay que volver a la sementera, la dehesa y el aserrío, para encontrar las definiciones de un país pastoril. No basta descuartizar latifundios y adjudicar baldíos, fomentando una clase de pequeños propietarios rústicos. Es menester elevar el nivel humano total del campesino. Hemos hablado sobre la organización de los oficios, sobre el encuadramiento profesional en organismos precorporativos. El Estado liberal no ha podido resolver sus antinomias, sus contradicciones latentes. La revolución francesa disolvió las corporaciones y las guildas. La urgencia de agruparse para la defensa de sus intereses solidarios, contra la libre concurrencia, dio origen posteriormente al sindicato obrero, que hoy prolrfera anárquicamente, sin encontrar un ordenamiento constitucional. Es entonces cuando

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se presenta el régimen corporativo, que somete esos arrecifes revolucionarios y los vincula orgánicamente a la estructura del nuevo Estado. Se reemplaza la lucha de clases, con una colaboración de clases. Con los dos miembros de la producción, el capital y el trabajo, se crea una síntesis dinámica. En sus desacuerdos interviene el Estado como poder arbitral, mediante los comités paritarios y la magistratura del trabajo. Queda prohibida la huelga de los obreros y el cierre de los industriales, porque ambos paros perjudican y menguan la economía nacional. También ha sido objeto de nuestra preocupación asidua la política exterior del país. Donde Bolívar dejó una potente nación, ahora existen cuatro repúblicas diminutas, recelosas y hostiles. En aquella época cenital de la patria, los ejércitos grancolombianos realizaban homéricas empresas por el continente y el Libertador era arbitro entre los pueblos americanos, obedientes a su voluntad imperial. Eran unos tiempos ciclópeos, en que desde esta esquina territorial de América se podía pensar continentalmente, con vastas magnitudes. Después todo ha sido entrega, compromiso, abyecta cobardía. Al ejército de Colombia, legatario de viejas glorias y compuesto por gentes viriles, se le castran todas las bizarrías, convirtiéndolo en elemento decorativo de las fiestas cívicas. Los pleitos de deslinde con los países circunvecinos se resuelven siempre recortando puntas geográficas y corriendo mojones. La nación se niega a empollar héroes para la defensa de su suelo. Últimamente nuestro país se ha puesto a girar como un asteroide en la órbita solar de otras potencias. Estamos comprometidos a poner nuestras costas al servicio de los Estados Unidos para la defensa del istmo de Panamá, que antaño fuera pertenencia y dominio de Colombia, porque una generación desglandulada no recuerda el territorio amputado y no siente la cicatriz histórica. Nosotros sostenemos para la patria una misión continental, la restauración de la Gran Colombia sobre el haz de los ideales bolivarianos, un ejército apto para patrullar las fronteras y una sociedad movilizada que mantenga ilesa la soberanía. Así, sucesivamente, los intelectuales del movimiento, han trasegado por tan complejo cuestionario, propagando nuestras tesis rotundas, el contenido doctrinal del nacionalismo, al que hemos entregado nuestras vidas como acucien y respaldo.

"Germinal". A manera de trazado arquitectónico de un Estado nuevo, el comando acogió las fórmulas condensadas de "Germinal", artículo escrito en numerales por Silvio Villegas, cuyo titulo ha desatado el aspaviento tartufo de algunos filisteos. Ningún nombre más adecuado, en su obvio sentido etimológico. "Germinal" es el misterio gozoso de los surcos, la respiración de las semillas, el reventar de las cosechas, el campo que grana. El vocablo traduce esta siembra de verdades activas, palabras como gémulas, en el alma popular. "Germinal" no es una summa ideológica, una enciclopedia nacionabsta, sino un conjunto de normas genéricas. Esas posiciones y proposiciones nos ubican en el mapa de las ideas, fijan latitudes y meridianos espirituales. Cada numeral es un mojón definitivo. Podemos declarar sin vanidad que "Germinal" está más cargado de pensamiento y de porvenir que la pragmática girondina del señor Mariano Ospina Rodríguez, un septembrista, que si no pudo herir al Libertador en el cuerpo, quiso hacerlo en el alma, desvirtuando el ideario y los rastros estelares del genio. Vale más intrínseca y potencialmente "Germinal" que la cartilla liberaloide del señor Samper, reverenciada como un catecismo laico por los cavernícolas. Tampoco es posible parangonar esa

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síntesis magistral con el catálogo de cursilerías parlamenta-rías que es el programa conservador de 1930, cuyos tiesos parágrafos financieros y monetarios fueron derrocados por la crisis mundial, para desconcierto y sorpresa de algunos orondos pontífices de la economía. El sábado pasado, en el ciclo pluto-laureanista de conferencias por radio, un orador — llamémoslo así— dijo que "Germinal" era "un cúmulo de jactancias verbales". Un intelectual responsable, en contacto asiduo con el pensamiento contemporáneo, no hubiera aventado semejante inepcia. En otra ocasión el mismo sujeto calificó a Spengler como un cretino nebuloso. Se explican esos exabruptos del gárrulo personaje. Es que donde un ojo profano sólo advierte un poco de niebla fosforescente, el astrónomo encuentra familias organizadas de astros. En la República boba del centenario resultaba fácil dogmatizar sobre todos los problemas humanos, captar con truculencias a las beatas feligresías y posar de estadista con conocimientos muy someros. Eran los dichosos tiempos en que la luna de Marañas prestaba en los pueblos un servicio de alumbrado municipal. El Estado usaba apenas un modesto uniforme de alguacil. Las ideas viajaban a lomo de muía. La vida social carecía de complejidades. Pero sobrevino una época nueva. El país empezó a correr. Surgieron a cada paso problemas colectivos, choques económicos, insurgencias de clase, forzando un reajuste de las concepciones jurídicas. El Estado colombiano se hizo mayor de edad. Algunos letrados parroquiales se quedaron a la saga, incapaces de abarcar los nuevos hechos con sus esquemas ideológicos rudimentarios. Por eso hoy un bachiller sabe más ciencia política que uno de esos figurones longevos. Algunas conferencias políticas, por su insignificancia mental, nos indemnizan sobradamente de muchos agravios. Son la exhibición de la ignorancia en cueros. Detrás de treinta años de pedantería no había nada. Cuan exacta es aquella frase de Malraux: "Todo viejo es una confesión, y si se ven tantas vejeces vacías es porque siempre lo estuvieron esos hombres y lo ocultaban con cuidado". "Un cúmulo de jactancias verbales". Así también podrían ser motejados los veintisiete puntos de la falange española, por cuya vigencia sacrifica un gran pueblo sus renuevos humanos. "Germinal" no se compone solamente de frases, sino que tiene también alma, porque lo respalda al aliento humano de una generación, dispuesta a empedrar con hechos ese itinerario mental.

La revolución está a la derecha. Nuestro programa exige un cambio integral del Estado. Mientras los viejos partidos le aplican parches y remiendos a la fábrica constitucional, nosotros creemos que no es época de reformas, sino de arquitecturas totales. Es el sistema político mismo el que hace crisis. Los valores que le servían de sostén se han derrumbado. "Sólo puede subsistir de ellos —ha escrito Robert Poluet12— la porción de las cosas muertas que resucita en las cosas nacientes, y esos sedimentos de aberración y caducidad que no pueden faltar, por contraste, en la atmósfera humana". Los principios básicos de gobierno en Colombia hieden a la cadaverina de la revolución francesa, una vieja carroña que ambula por las calles sin resignarse a bajar al pudridero. La libre concurrencia económica, la concepción atomística de la sociedad, el Estado neutral, la democracia inorgánica, el régimen parlamentario y la mecánica 12

Robert Poluet (1893-1989), escritor y periodista belga, alcanzó notoriedad gracias a su novela Handit. Tuvo un recorrido intelectual amplio, que lo llevó del dadaísmo al rigorismo católico, pasando por el fascismo y el anarquismo de derecha. Fundó el diario La Nouveau Journal, en colaboración condicional con los ocupantes nazis.

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pendular de los partidos pertenecen a un ciclo histórico que se va. Las épocas también nacen,crecen y perecen. Ambos partidos históricos son versiones distintas del mismo liberalismo doctrinal. Ellos se aforran desesperadamente a formas estatales caducas. También las izquierdas vocingleras alojan su demagogia dentro del mismo marco. Solamente nuestro movimiento asume una actitud revolucionaria, al plantear radicalmente el tránsito de un estado a otro, del sistema liberal al régimen corporativo. Con nosotros, la revolución está a la derecha. Es necesario reivindicar ese vocablo cachorro y rampante, que inspira a las gentes un terror supersticioso y que ha sido monopolio verbal del frente rojo. No siempre la revolución tiene un compás catastrófico. Puede ser la vehemente sacudida hacia un orden nuevo. Revolucionario, en nombre de la Verdad, fue Jesucristo, al derrumbar los valores del mundo antiguo y desatar esa revancha de amor sobre las almas. Era revolucionario Bolívar, cuando rompió el vínculo secular con España e hizo estallar los vestigios del decrépito virreinato. Hay revoluciones benéficas y revoluciones nefastas. Las hay pacíficas y guerreras. Unas que aspiran dominar en las plazas y otras que quieren tomar posesión de los espíritus. Nuestra revolución radica en el advenimiento de un orden auténtico sobre los desórdenes habituales, sobre la anarquía vuelta estatuto. Para ello no tenemos que buscar teorías de emergencia y préstamos políticos ultramarinos. Nos basta izar la cruz católica como mástil y amarrarle el trapo tricolor de la bandera. Con semejante velamen queremos surcar los trabajos y los días. Tesis cristianas e ideales bolivarianos. Nada más. En todos los pueblos colombianos, en la plaza mayor, existe un templo de Cristo y una estatua del Libertador. Las gentes cruzan sin percatarse muchas veces ante esos monumentos pétreos e inmóviles. Pues en nuestro corazón empiezan a andar, a animarse, a encarnarse, plenos de sentido augural. Somos, pues, revolucionarios. Pero es preciso fijar los contornos de esa palabra. Con ella no queremos incurrir en un pronunciamiento verbal, en una detonación fonética, tan usuales en aquellos políticos que quieren tomarse el Estado con heroicos derramamientos de tinta o saliva. El país está mitridatizado contra los vocablos patéticos, contra las descargas oratorias. Nadie toma en serio esos toques de botasilla y somatén. Por eso nos limitamos a decir sobriamente, lacónicamente, seguramente, nuestra verdad sin permitir que las palabras vayan más aprisa que los actos.

La vieja política a la defensiva. Se aprestan para combatirnos los intereses creados de la vieja política. Nos acusan de estar conspirando contra la tradición democrática del país. Ya me he referido en varias ocasiones a esa historia clínica. Detrás de una fachada de leyes, no han existido sino gobiernos facciosos, bandas acampadas en el poder. Aquí, como lo expresara hace un siglo el Libertador, "las constituciones, son libros; las elecciones, combates; la libertad anarquía". Algunos aseguran entre aspavientos que nosotros vamos a traer la dictadura. ¡Hipocresías granadinas! El país ha tenido muchas dictaduras, desde las que apareja el régimen presidencial, hasta las que resultan del monopolio político de los partidos. La presidencia de Olaya Herrera fue una dictadura encuadrada dentro de la constitución. La República Liberal es la dictadura del tumulto. Alos colombianos no los atemoriza la

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dictadura, sino el vocablo que la designa. Nosotros, sin supersticiones verbales, planteamos escuetamente el problema, nadie ha propuesto soluciones dictatoriales, sino un Estado fuerte, un poder coactivo, una discipbna tutelar. La dictadura depende de las circunstancias: es una poHtica qmrúrgica. Es posible que a veces el orden nuevo necesite para nacer de la operación cesárea. No hay que confundir entonces la laparotomía con el degüello, ni al cirujano político con Jack el Destripador. Ciertos reaccionarios, tan hábiles en escamoteos, quieren concüiar el régimen corporativo con los partidos. Ningún propósito más estulto. El corporativismo es compatible con la democracia funcional, pero impbca el ordenamiento de un Estado, cuyo centro de gravedad no descansa en los partidos sino en los cuadros sindicales. Los partidos son clientelas adventicias que vinieron a formarse a falta de coágulos permanentes como el gremio. La corporación sustituye ahora al partido como órgano, vehículo o estamento del poder. El corporativismo dentro de los partidos es una incongruencia, un truco electoral fraudulento. Uno de los creadores del régimen corporativo exponía que el sistema requiere como premisas de su funcionamiento la autoridad de un Estado unitario, una sociedad cohesiva sin particularismos de bandería y un clima de alta tensión ideal. Muchos nos califican de demagogos socialeros, sin reparar que nuestro movimiento se nutre en la piedad del Evangelio y las admoniciones de las encíclicas. Para ellos León XIII sería un anarquista convicto. Son los plutócratas de corazón árido, metidos en su caudal como en plaza fuerte, que se encuentran en las antípodas de la cruz. Finalmente, se nos reprocha nuestra falta de entusiasmo por la convivencia. Nosotros respetamos la valentía moral de Eduardo Santos, al optar por el thermidor y tratar de desmovüizar las pasiones de partido que lo llevaran al poder. Pero demasiados conocemos la interinidad de esa tregua artificial. Por eso, frente a la convivencia, que es armisticio, nosotros predicamos la unidad, que es amor. Ese es el mensaje de Bolívar. Por encima del despecho, la ira y la incomprensión de las sectas en menguante, continuaremos trabajando sobre el fértil corazón del pueblo, cada vez más cercano a esa entraña terruñera donde existen yacimientos de profunda humanidad. Nuestro movimiento quiere expresar sus agonías, sus conflictos, sus esperanzas contenidas de una vida mejor. Son obreros, artesanos, labradores, con la universidad en la vanguardia, los que han de componer el núcleo central de esta expedición histórica, que está velando sus armas, a la vera del amanecer. Que las gentes escojan. El régimen corporativo o la lucha de clases. El ideal social catóbco o los excesos plutocráticos. El poder de las facciones hostiles o el Estado nacional. La grandeza bolivariana de Colombia o su rango servil de país vasallo. P a r a las derechas no queda más que este dilema 1 quedarse a la zaga de la historia o empujar el porvenir con el pecho. "Atrasarse como u n a huella o adelantarse como u n grito". Manizales, enero de 1939.

D o c u m e n t o 5. Vieja y Nueva Política.13 Vamos a hablar sin rencor, bmpia la mente de escorias, trasegando entre pensamientos cimeros. Esta es una fecha decisiva. Puede ser fausta o infausta. Un ciclo histórico se clausura y comienza una nueva era. Estamos en la efervescencia preparatoria de 13

Texto de la Conferencia dictada por Gilberto Álzate Avendaño. por los micrófonos de Radio Manizales el miércoles 8 de febrero de 1939. Publicado en La Patria, febrero 11 de 1939. pp, 3 y 9.

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los tiempos que vienen. Atrás queda el pasado yacente, con sus glorias y con sus yerros. Ya sus albaceas tendrán oportunidad de hacer el inventario y balance de esa mortuoria. Acaso se deduzca un pequeño saldo líquido. Pero, entretanto, la historia continúa su curso, fluyendo, creando, retoñando, sobre los escombros de los hechos y las ideas caídas. Ella apareja decadencias y advenimientos, muertes y resurrecciones. Ante el cadáver de la vieja política, nosotros alzamos la mano a la altura de la visera, para rendirle honores postumos. A veces ella tuvo un hálito de grandeza, no obstante su obtusa cerrazón ante el porvenir. Muchos designios, plausibles, algunos episodios abnega-dos, ciertas cosas nobles habitaron en ella. Ha perecido por la terca incomprensión y la vanidad delirante de sus hombres representativos, al pie de sus cenizas puede escribirse el siguiente epitafio: "La vieja política se ha suicidado. No se culpe a nadie de su muerte".

Anticipaciones. Cuando nos resolvimos a cancelar nuestra matrícula en los vetustos cuarteles, seguros de su decrepitud inexorable, ninguno de nosotros supuso que estuviera tan próximo el derrumbamiento final. Nuestros sismógrafos políticos habían previsto el terremoto, pero sin determinar su fecha exacta. Los hechos han sido más veloces que nuestra imaginación. Ahora podríamos reivindicar orgullosamente cierta veta de profecía, u n don premonitorio, nos anticipamos al tiempo, descubriendo los síntomas mórbidos, los gérmenes letales, las grietas orgánicas que desintegrarían la vieja política. Quienes fueron impermeables a nuestras amonestaciones, quienes vieron con desvío nuestro pregón de alarma, quienes creyeron que nos movía una pasión rencorosa, se encuentran súbitamente con que los hechos comparecen como testigos de abono para corroborarnos. Esta es nuestra revancha. Después de empeños frustrados y vanas porfías para enderezar el rumbo de la oposición conservadora, que iba al garete, hubimos de soltar amarras y seguir solos nuestra travesía, haciendo con la bandera nacional un velamen, con las encíclicas pontificias un cuaderno de bitácora y con el magnético numen bolivariano una brújula de marear. Por eso, en la total catástrofe, solo permanece en marcha nuestra proa, erguido nuestro palo de mesana, ondeantes nuestros pendones. Desde el puente de mando arrojamos salvavidas a los náufragos. L a crisis total. Muchos pensaron que nuestro movimiento tenía origen en una rivalidad de personas dentro del alto comando conservador. Que estaba determinado por la altanería de unos jóvenes capitanes, más dispuestos a la ventura que al reposo. Ahora, cuando el doctor Laureano Gómez, considerado como el personaje confbctivo, abandona nuestro circo democrático, nosotros apenas tenemos palabras elocuentes para el púgil en derrota, al par que afirmamos con mayor pertinacia que nunca el sentido trascendental de la nueva política. Al golpear hercúleamente contra Gómez, nosotros no ejecutábamos una represalia privada, sino que combatíamos un sistema catastrófico, cuyas incongruencias se agravaban por la inverosímil ineptitud del demagogo crepuscular.

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Para nosotros el caos presente del conservatismo no implica una transitoria anarquía directiva, sino el desplome total de una política. Quienes tengan alguna perspectiva histórica y vayan más allá de la epidermis del suceso, profundizando las causas, convendrán en que ésta no es una crisis en el partido, sino del partido. No hay posibilidad de restablecer la oposición sobre sus primitivas formas. La vieja política cumplió su función y es menester reemplazarla con una fuerza de relevo, que recoja las ideas capitales y las acuñe en moldes activos. No cabe acantonarse en los rancios apodos banderizos, cuya única fuerza motriz ha sido el odio. El país necesita oráculos más altos. Es horror ante la historia el grupo que se ponga a rumiar sus rencores en la fueras de la vida nacional, sin crear formulas que encaucen y aprovechen el torrente de los hechos. Una política no se puede fundar sobre reminiscencias y saudades, porque ella se refiere siempre a la organización del provenir. La República está urgida de un orden nuevo, plenario, que la reconstruya desde los cimientos hasta el ápice cupular. Eso es lo que representamos nosotros. En nuestras voces madruga una patria mejor, así como el canto tempranero de los gallos perfora la sombra compacta y rompe albores.

Vida nueva. Cuentan las crónicas de la conquista el tremendo rito funerario que se cumplía entre las tribus chibchas a la muerte de sus caciques. Con el jefe difunto se enterraba su vasta familia, su servidumbre numerosa, sus áureas joyas y sus vasijas de barro torrado. Era un culto lúgubre de los huesos mondados y las calaveras, que condenaba a los vivos a agonizar posternados ante el yacente sarcófago. No es posible que esa piedad indígena se prolongue en la política colombiana. Las muchedumbres no deben marchar sombríamente, con las banderas a la funerala, a sepultarse en el panteón donde se disgregan sus mitos corruptibles. La pobtica no es guardia de catafalcos, sino actualidad multante. Las derechas, si no quieren convertirse en un cementerio civil, han de bbertarse de esos hábitos mentales supersticiosos. El hombre efímero no se resigna a la caducidad de las cosas que ha amado. Su orgullo lo lleva a considerar perennes sus pequeñas obras. Vanidosamente proclama el dogma de la permanencia en el espacio y en el tiempo de doctrinas temporales precarias. En Colombia se califica de eterna la vieja política, las gentes han venido asegurando que no tiene principio ni fin. Todo conato de novedad se juzga como una utopía. Creen que la posteridad va a cargar a cuestas ese gravamen, transmitido a través de sucesivas generaciones sin que pueda aspirar a sacudir su yugo ominoso. Se desploman los imperios, periclitan las culturas, sucumben las razas, la vida se renueva y el mundo va rotando, pero en este pequeño rincón del planeta un séquito político reaccionario se empeña en negar esa ley de la historia, según la cual las épocas mueren alguna vez, esa senil cofradía sesiona en una cripta arqueológica, reverenciando los fetiches y amuletos del pasado. "Es preciso que volváis a nacer", así lo dice el libro santo, aludiendo al misterio glorioso de las palingenesias espirituales, en que el alma bota su costra y se llena de un sentido inaugural. Algo o alguien muere en nosotros, para que florezca la vida nueva. El movimiento nacionalista, ante la defunción de la vieja política, habla a las masas de derecha en nombre del verbo renacer.

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Forma y substancia. Lo que nos espera es una barrera de formas y palabras anacrónicas. Muchas gentes no se deciden a cambiar su raído estilo político y su oxidado vocabulario, por los que sienten el mismo apego cómodo que se experimenta por unos zapatos viejos. No se dan cuenta de que es necesario sacudir esa caparazón verbal, que sofoca la vitalidad de los principios. Al mantener las formas, deja ir las esencias. Prefieren el accidente a la substancia, los rótulos al contenido. Por ahincarse en una fraseología inerte, se desentienden de los grandes valores nacionales, que son el orden social cristiano, el ideario del Libertador, el sentido agrario de la vida colombiana y el mito de la patria imperial. Esos son los únicos soportes en pie, sobre los cuales se puede alzar una nueva arquitectura política. Nosotros no hemos roto nuestros vínculos con la tradición verdadera. Antes la potenciamos y la insertamos dentro de la vida presente, no en su haz de anécdotas sino en sus vivencias perdurables. Exploramos, tiempo arriba, los yacimientos históricos, buscando definiciones y pautas acordes con el genio propio, el carácter peculiar y el ritmo profundo de la República. Se ha dicho que todos los pueblos deben volver por épocas a sus orígenes. Nuestra política tiene ese signo de rectificación y retorno, que supera el ayer marchito, en pos de la historia mayor. Ella ha ido hasta el pensamiento de los libertadores, para rescatar su verdad olvidada. Abandonando las supersticiones y los extravíos de nuestros inmediatos predecesores, el movimiento nacionalista inicia un regreso a la auténtica colombianidad, a los valores intransferibles y las raíces genitales de la patria. Ese es el porvenir del pasado, la tradición vuelta destino. La gran tradición colombiana. Es cierto que nosotros no acatamos reverencialmente las pantuflas hegemónicas de don Miguel Abadía Méndez, ni el cubilete electoral de Chichimoco, ni el cráneo abrupto de Sotero Peñuela, ni la verba ponzoñosa de las euménides que royeron el alma de Suárez, pero en cambio sentimos plenamente la grandeza colombiana en ese varón testicular que fue Pedro Nel Ospina, en el perfil cesáreo de Rafael Reyes, en la concepción clásica de Miguel Antonio Caro, en el orden nacional de Núñez, en el dormán [sic] guerrero de Julio Arboleda y sobre todo en don Simón Bolívar, perteneciente a la raza celeste del héroe. Nuestra vida pequeña se ilumina con el resplandor de esos destinos sobrehumanos. Cuando miramos en torno esta patria en menguante, que ya es apenas un confinamiento territorial, la visión devota se alza hasta el Libertador, que está sentado sobre la roca de crear, como lo imaginara el apóstol cubano, con un manojo de pueblos redimidos en el puño. Martí dijo que Bolívar tiene mucho que hacer en América todavía. Nosotros lo adivinamos cabalgando otra vez por estas tierras, entre sus fieles lanzas, con la victoria atada a la grupa de su potro llanero. Por eso hemos forjado el mito del Segundo Libertador, que remate la obra inconclusa del genio. El país necesita romper aun muchas servidumbres seculares. Es menester una nueva epopeya emancipadora que lo redima de sus propias culpas. Nunca ha sido tan urgente como ahora una mística bolivariana, pues la antigua República, guión y cabeza de América, se mediatiza y se envilece bajo el talón de los imperialismos rapaces, que la han convertido en una factoría semicolonial.

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El mapa del país, abierto y extendido como un cuero de res sobre los textos escolares, vése cada vez más mutilado. Donde Bolívar dejara una patria imperial, existen ahora cuatro repúblicas diminutas, recelosas y hostiles, ya las gentes ni recuerdan siquiera que Venezuela, Ecuador y Panamá fueron departamentos colombianos, ha pasado aquella época ciclópea de la Gran Colombia, cuando desde esta esquina continental se podían abarcar grandes magnitudes históricas, Bolívar era arbitro y gobernador de pueblos, obedientes a su voluntad tutelar. Desde entonces viene el país en declive continuo, cada vez más pequeño su espíritu y más mermado su territorio. Cuando la frontera del sur, ya recortada en varios pactos fue invadida por un irregular destacamento, no hubo siquiera una nación movilizada que impusiera por las armas el respeto a la soberanía geográfica. En vez de una expedición punitiva para vengar el agravio y restablecer los mojones derrumbados sobrevino el diálogo furtivo, la transacción y el regateo de las cancillerías. Ahora un gobierno abyectamente desmemoriado, que olvida la afrenta historia de la segregación del istmo de Panamá, hace patrullar nuestro mar territorial por los marinos yankis y les permite fortificarse en nuestras costas para la defensa del canal, que es uno de los epicentros de la guerra próxima. Al ejército colombiano, legatario de pretéritas glorias y compuesto de gentes viriles, se le castran todas las bizarrías, convertido en elemento decorativo de los saraos oficiales o conjunto calisténico de los veintes de julio, que desfile por las calles para entusiasmo de la chiquillería. Mi generación rescata a Bolívar del manoseo de historiadores confianzudos, que lo aderezan a su talante, para convertirlo en genio tutelar de la República. Montando centinela al pie del nombre sagrado, busca verdades activas, incitaciones proféticas, rastros y rutas. En el oceánico pensamiento del Libertador existe un manantial de aguas vivas para irrigar esta patria reseca. El anhelo mayor de una juventud devota y misionera es continuar en el tiempo la tarea del padre, organizando la nación a imagen y semejanza de sus sueños. Ese será su desquite postumo frente a la tierra ingrata y los hombres mezquinos que lo negaron, todos los campeadores de alcurnia genial ganan esas batallas históricas después de muertos. Bolívar representa para nosotros el ethos trágico, la vida en misión, la fatiga creadora, el sentido dinámico de la patria, la autoridad tutelar frente a las clientelas demagógicas, el orden sobrepuesto a la anarquía, el destino superior que trasciende la vacua rotación de los días. El Libertador, aunque en su tiempo no eran tan dramáticos los conflictos sociales, con su facultad adivinatoria, se anticipaba a reclamar el pan, la justicia y la dignidad de los desposeídos. Ese sentido recóndito lo tuvo la guerra de la independencia y animó de esperanzas la gleba irredenta, la heroica montonera insurgente. Cuéntase que uno de los libertadores salió una vez a la ventana de una casa en fiesta, en cuya acera se aglomeraba el gentío descalzo. Señalando la masa informe y oscura, dijo con acento que no olvidarán los pobres de América: "Para estos yo trabajo".

El régimen corporativo. Ahora que la política tiene un acento social e irrumpen los de abajo en la escena histórica, nosotros predicamos un credo antiguo y nuevo, contemporáneo de todas las épocas, cuyas raíces arrancan del Sermón de la Montaña, conservan su fertilidad a través de los siglos y mitigan el áspero clamor de las muchedumbres desamparadas. Un pensador eminente dijo alguna vez que nada es tan actual como lo eterno. Pasan

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sobre el turbado mundo las revoluciones, se suceden las ideologías, cada tesis falaz quiere tomar posesión de las almas, pero al cabo de los tiempos, cuando esa resaca mental se rompe en espumas contra los acantilados, solo continúa en pie, prevaleciendo, la cátedra de San Pedro. Nosotros encontramos más contenido humano, más justicia, más consolaciones, más garantías para los proletarios en la plenitud amorosa del Evangelio y en las doctrinas esparcidas por la Iglesia católica que en el manifiesto comunista y en la demagogia de la revolución soviética. Por eso hemos planteado el problema social como un regreso a Cristo. La sociedad nueva ha de fundarse sobre una interna estructura cristiana, no sobre un orden decorativo que engaste fórmulas de piedad literaria sobre el desorden profundo de un régimen socialmente inhumano. El pregón de los pontífices puede hacer estallar las viejas iniquidades, pues está escrito que a través de la historia las palabras de amor fueron siempre las más revolucionarias. Nosotros no somos un movimiento confesional, sino una colectividad estrictamente política, que se nutre de inspiraciones cristianas. Es evidente que también los núcleos reaccionarios no tienen escrúpulo mental en acoger las normas pontificias. Es la mejor manera de desvirtuarlas. Esos plutócratas inexorables, metidos en su caudal como en plaza fuerte, convierten en truco y escamoteo la justicia social. Ellos aceptan la tesis de las encíclicas con el compromiso tácito de que no se encarnen en obras. Por su culpa las masas desertan de la verdad, atrincherándose en el odio de clase, ellos nos descalifican porque condenamos, con voz ortodoxa, la supérstite economía liberal, no conciben la diferencia existente entre el capital que es trabajo acumulado y el capitabsmo que es un sistema de producción. Se pasmarían si alguien les expusiera la teoría del bien común de Santo Tomás, que establece la propiedad de los bienes necesarios y la simple gerencia de los superfluos grabados con una servidumbre social. No pueden eUos consentir en un reajuste intrínsicamente cristiano sino que quieren parapetarse detrás de sus apariencias para continuar cebándose con sudor ajeno. El cristianismo empieza por elevar el rango social del trabajo. No lo considera como una mercancía inerte, sino como algo que suda, que padece, que piensa. Es un hombre, una criatura de Dios, que en su lucha económica desigual debe ser fortalecido expresamente por las leyes, para restablecer el equilibrio. Ante la quiebra de la economía bberal que se encuentra en las antípodas del Evangelio, ha de sobrevenir un orden nuevo, auténticamente cristiano. "Se trata —dice Berdiaeff H— de una vuelta a la naturaleza, a la economía rural y a los oficios. La ciudad volverá a aproximarse al campo. Se hará preciso organizarse en corporaciones y gremios profesionales. El principio de competencia será sustituido por el de cooperación. La propiedad privada se conservará en su fundamento eterno, pero contenida y espiritualizada. No habrá derechos formales ni libertades efectivas". La Doctrina sociabcatólica tiene su ápice en el corporativismo, que evita el desbordamiento de la lucha de clases, mediante una colaboración orgánica del capital y el trabajo. Es un regreso al idilio medieval de los oficios corporados. El régimen corporativo entraña un nuevo ordenamiento del Estado. Es incompatible sobre la mecánica pendular de los partidos políticos. El corporativismo implica una democracia funcional, articulada económicamente, pero destruye el sufragio inorgánico y las clientelas electorales. Mientras el Estado liberal se apoya sobre la actividad contradictoria de los partidos, el Estado corporativo tiene su centro de gravedad en los sindicatos verticales. Por eso no se puede plantear el corporativismo desde la vieja política. Hay que renunciar a la concepción partidista si se adopta ese orden 14

Véase la nota 4 de los anexos.

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económico y social que es la fórmula del porvenir, pues resuelve la tensión polar de las clases. Nosotros hemos dicho dialécticamente: individualismo, tesis; comunismo, antítesis; síntesis, el régimen corporativo. El padre Félix Restrepo, que ha sido un insigne abogado del corporativismo en Colombia, ha explicado magistralmente el deslizamiento político de los partidos, que son sustituidos por las corporaciones en el nuevo Estado: "desaparecerán los partidos, que son algo accidental y transitorio, frente a la patria permanente. Los partidos ciertamente contribuyeron un poco a amortiguar los males que hubiera debido causar el individualismo riguroso. Privado de sus cauces naturales, el instinto de asociación buscó cauces artificiales. Restablecidos aquellos y unidos los ciudadanos según sus diversas funciones la vida social, es muy escaso el campo que queda a las agrupaciones puramente políticas".

Somos un movimiento agrario. Nuestro movimiento significa ante todo una cordial aproximación al campo. Allí buscamos las definiciones de un país pastoril. Mientras los partidos de izquierda convierten en patrullas de choque a los obreros de las grandes urbes, cargando sus almas con dinamita demagógica, nosotros emprendemos este regreso trascendental a la tierra. Al pie de las masas agrarias que son la despensa económica y la alcancía moral de la República, nuestra política preconiza una vuelta al sentido campesino de la vida colombiana. Somos los personeros de los intereses rurales. En esta nación agrícola, cuyas industrias apenas alborean, todas las formas políticas hay que pensarlas desde el agro. La reabdad nacional no se encuentra en una docena de ciudades consumidoras, sino en la riqueza que emana de las aldeas, en la fértil y abregada faena terrícola. Los fisiócratas califican únicamente como clase productiva a los labriegos, que con el cultivo del suelo crean los bienes anuales del país. Las demás clases eran estipendiarías y estériles. Esa clasificación entre nosotros es exacta. Nuestro campesino se encorva de sol a sol en la santidad de la fatiga para abastecer los ocios de una copiosa burocracia citadina. Suda plusvaba en provecho de la urbe parasitaria. El Estado se preocupa escasamente de esa vasta humanidad rural, que ha carecido siempre de higiene, crédito, escuelas y garantías laborales. Basta leer el código del trabajo para darse cuenta de la desigualdad ante la ley que existe entre el exiguo proletariado industrial y los jornaleros rústicos, porque el oportunismo de los gobiernos busca halagar la demagogia urbana y convertirla en clientela electoral. Para nosotros el regreso a la tierra es una cuestión de ritmo. Una mentalidad especulativa, sin raíces, ha ido desadaptando al país al sacarlo de la sementera, la dehesa y el aserrío. Algunas generaciones descastadas, que no conocen el aire salubre de la intemperie, se entregan a menesteres burocráticos o travesuras imaginarias sobre la revolución, sin tener en cuenta la rurabdad colombiana. Las minorías petulantes no saben que salirse de la tierra, es un descarrilamiento histórico. El país sólo puede prosperar sobre una agricultura floreciente, trabajada con ahínco por una muchedumbre de propietarios rústicos. La tierra tiene hambre y sed de justicia. Un prospecto agrario rudimentario es descuartizar latifundios y socolar baldíos, porque todo poseedor es un pilar estable del orden. Nuestra fórmula no consiste en aniquilar la propiedad sino en extenderla. Mientras el comunismo quiere que todos sean proletarios, nuestro designio es que

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todos sean propietarios. Nuestro movimiento adopta como divisa aquella frase de un político francés de cuyo nombre no quiero acordarme: "Que el capital trabaje y que el trabajo posea". Una activa asistencia médica en las veredas, para defender la raza contra las inclemencias del trópico, que destruye endémicamente nuestras reservas humanas, es una urgencia imperiosa que olvidan los parlamentos vocingleros. La enseñanza rural práctica, que dote a la niñez campesina de conocimientos útiles sobre la tierra, la necesita el país para lograr mejores rendimientos y economizar las energías desparramadas, acabando con supersticiones agrícolas que vienen desde la Patria Boba y estableciendo métodos racionales en los cultivos. Sin máquinas de labor, sin abonos químicos, sin regadío para las zonas de secano, los labriegos se desgastan inútilmente sobre el suelo avaro. El Estado no los ayuda como debiera. Nosotros sostenemos una política agraria que beneficie los productos terrígenas, que los proteja con tarifas aduaneras, que funde cooperativas rurales y que eleve el nivel humano total del campesino. Hay que librar cuanto antes a los labradores del agio aldeano, mediante el concurso más amplio del Estado. La producción se torna macilenta cuando falta el riego económico del crédito para las clases medias rurales. Los propietarios de los pequeños fundos no tienen ahorros disponibles para mejorar sus siembras, introducir maquinaria y pagar sus peones antes de la cosecha. Sin un sistema amplio de préstamos agrarios, sobreviene el colapso de la agricultura, que según Rouz es una industria cuyas fábricas se extienden horizontalmente con el sol por motor. Para fecundar la tierra hay que amarla. Sólo se obtiene su abultada preñez y su parto continuo viviendo en larga intimidad con ella. La tierra nos habla, ha escrito Herriot 15 . Cuando el hombre se inclina hacia ella entabla un profundo diálogo que solo entienden los espíritus atentos. Sabe decir lo que quiere, lo que la subleva y lo que la regocija. Tiene una lógica, una jerarquía y una moral. Ella rechaza lo que es impuro. Se ha dicho certeramente que una política o una cultura se marchita como planta adventicia cuando sus cepas no se hunden en el suelo nutricio, en la tierra sustentadora. Sólo el agro hace florecer las semillas, las ideas y las almas. El viejo mito de los griegos conserva su sentido augural. Cuando Anteo, hijo de la tierra, combatía con Heracles, era inútil que el semidiós lo derribara, porque cuando el talón de aquel tocaba la superficie terrestre, la sabia genitora reanimaba sus fuerzas. Sobre el pavimento de las grandes ciudades nada crece orgánicamente. Es la muchedumbre campesina, la levadura terrígena la que conserva la vitalidad de un pueblo. La nación se encuentra en los pequeños burgos. Es en esas comarcas rurales donde la vida mantiene los compaces sosegados de las antiguas églogas, perdura el espíritu de la tierra, la profundidad de las tradiciones cristianas, los mandatos sin palabras que van de la sangre, el capitoso olor a virtud y hombría que emana de las estirpes patriarcales. Por eso se estima la patria como una concepción agraria, entendida como el circuito geográfico perteneciente a una comunidad de familias, cuyas generaciones se suceden sobre el suelo ancestral. Aunque no lo crean algunos glaxos urbanos, ni la bohemia de los cafés, ni los intelectuales desarraigados, Colombia es un país de labriegos. La nueva política para ser verídica necesita enrularse hacia el campo, vincularse al campo, partir del campo. Es lo que hacemos nosotros. Nuestro movimiento puede definirse por su sentido agrario. Es en contacto con la tierra como buscamos fórmulas para la 177

Edouard Herriot (1872-1957). fue un político radical francés que sirvió en la Tercera República. Ocupó tres veces el cargo de primer ministro, y por muchos años fue presidente de la Cámara de Diputados.

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restauración colombiana. Nuestro programa se fertiliza con la humedad, la savia germinativa, los oscuros sumos vitales del agro. Si se pretende consobdar la famiba, que es el primer coágulo patriarcal de las naciones, hay que ir al marco social campesino, donde ella mantiene su fuerza cohesiva. Si se busca un sentido plenario del orden, allí reside. Si se exalta el trabajo, donde tiene su plenitud cotidiana es en el campo. El país se sostiene económicamente con el café, con la ganadería, con los productos agrícolas de sus variados climas. Eso es decisivo. Pero lo es más todavía que se nutra del espíritu territorial, de las virtudes campesinas. Toda autenticidad depende de la tierra. Es la armonía entre el hombre y su paisaje. El fondo telúrico de la vida colombiana son unos cielos reverberantes y una tierra en preñez. Nuestro tipo humano representativo, es un labriego en actitud de sembrar o u n vaquero a caballo, que cruza los horizontes. El campo es continuidad, perseverancia, arraigo, orden, primacía de las familias, honesta regla de conducta. Nosotros proclamamos el destino campesino de Colombia. Pedimos un retorno elemental y urgente a la tierra, para que la República recupere su valor y su vigor. La vieja política le ha dado ventaja y fuerza a la voluntad de la ciudad sobre el campo. Se legisla para las minorías urbanas, se erigen suntuosas arquitecturas metropolitanas, se repletan de comodidades y servicios las capitales, sin que nadie se acuerde de la población rural, que tiene que batirse sola a la intemperie, contra la naturaleza montaraz, contra el trópico bravo, contra la manigua palúdica. Ni crédito, ni caminos vecinales, ni higiene rural, ni escuelas técnicas, ni regadíos, ni socorros para los cultivadores del campo, explotados sin piedad por el Estado. Contra tanta injusticia secular, se alza nuestro pregón de protesta. Emprender la ruta de regreso al limo fértil de la tierra. Ese es nuestro programa nacional. Así es como el país ha de recobrar su fisonomía auténtica, su carácter, su vitalidad. Lo demás es artificio, nubes mentales de la teoría. Si la ciudad es pasión el campo es reflexión. Hay que unir ambos términos en amoroso encuentro nupcial, para que surja como síntesis fecunda la inteligencia apasionada. Agrónomos y no abogados. Semillas y no literatura. Técnica y no burocracia. Eso es lo que el país necesita y nuestras voces reclaman. Un acto de contrición con la tierra y un acercamiento vivaz a las aldeas donde una raza patriarcal sufre, lucha y espera. Si alguna vez las derechas reconquistan el dominio del Estado, esa empresa restauradora ha de partir de las aldeas, espiritualmente intactas, donde decanta la tradición sus mejores substancias. No serán los parlamentos parleros, ni los papagayos demagógicos, ni las clientelas electorales, ni los motines urbanos, los que salven al país e inauguren un nuevo ritmo histórico. Han de ser campesinos rudos y lentos, fuertes haces labriegos, varones de la mano callosa que construyen en silencio la patria.

La ruta del poder. Estos son los prospectos esquemáticos de la nueva política. Nosotros no podemos abdicar de ellos, sino que los continuaremos aventando sobre las masas, en cuyo veraz corazón maduran. Ese conjunto de principios constituyen el núcleo de la acción nacionalista popular. Así se llama, para siempre, nuestra política. No es posible arriar esa bandera, ni desvirtuar el contenido augural de nuestro rótulo. En verdad os digo que si las derechas vuelven al poder lo harán con el nombre de este movimiento, no con los rancios membretes de unas colectividades preteridas. Las viejas formas no volverán. Tienen más chance las golondrinas de Bécquer. Por lo demás, el

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nacionalismo no es un vocablo expósito. Viene de muy limpio linaje político. Es un apellido de muy buena familia y preclaros antecedentes. Nacionalistas fueron los que restablecieron el perfil clásico de la República, al pie de Núñez, después de un ciclo caótico de dominación jacobina. Todo cambio de gobierno se ha efectuado en Colombia, con un rótulo nacional y no con un rótulo banderizo. También conviene recordar que nacionalistas se llaman ahora, en la península española, las intrépidas falanges del generalísimo Franco, que rescatan los valores católicos de Europa contra la invasión vertical de los bárbaros. Algunos hechos históricos se han ido perdiendo de la memoria fluida de las gentes. Es útil advertir que el señor Caro jamás quiso admitir otro bautismo político que el de nacionalista. El mismo conductor escribía: "La división de la opinión política en dos partidos, puede ser un progreso respecto a una sociedad cuasi salvaje, abyecta o aletargada. Pero dicha división en sí misma no es benéfica para ningún país. Solo puede aceptarse como fórmula temporal, mientras se obtiene un grado mayor de adelanto en las instituciones. Los únicos partidos son la guerra civil o el despotismo del vencedor. Ese violento dilema no puede subsistir indefinidamente". Don Rufino J. Cuervo expuso los siguientes conceptos sobre la demagogia política de los partidos. "Probado está por la experiencia que los que piden libertad no han sabido hacerla efectiva y los que claman justicia no han logrado hacerla respetable. Yo dudo que hombre alguno pueda conservar la fe en programas que no han producido sino escombros". Los partidos seculares son una variante de la vejez, donde nuestros conciudadanos se i n s t a l a n desde su n a c i m i e n t o . Ahora que su a r m a z ó n se desvencija dramáticamente, las gentes de derecha tendrán que enrolarse bajo nuevas banderas, para continuar con eficacia la oposición al régimen. No puede nadie ponerse al margen de la política, porque no existe un lugar fuera del Estado, donde el ciudadano se aisle. Hoy la política es el destino. Ella interviene en todo, en lo que comemos y en lo que pensamos. Ni siquiera el que se entrega a cultivar rábanos en su huerta recoleta, puede escapar a los hechos políticos, que repercuten hasta en el precio de las verduras. La historia, según Spengler, nos obliga a participar del acontecer militante, como objetos o como sujetos. El que no se esfuerza en ser historia para los demás, tiene que padecer la historia de ellos. Las masas contrarrevolucionarias se encuentran ahora acéfalas, por el desconcierto y la fuga de sus capitanes. El nacionalismo, es en medio del caos, una llamarada de vivac que rompe la oscuridad circundante, igual y pareja. Nosotros convocamos a las fuerzas dispersas al arrimo de esta fogata. Que nuestros comandos se pongan al frente de ellas, para darle una batalla campal al régimen. Somos el único núcleo supérstite, los plenipotenciarios del porvenir. Se abre la matrícula para cuantos sean capaces de adoptar nuestro vocabulario marcial y nuestro estilo de combate. Los que no quieren yacer, sino vivir en ritmo y tensión de peligro, que acudan al campamento nacionalista, donde se refugia la oposición. Nosotros somos la ruta del poder. Entre la vieja y la nueva política hay una diferencia de verbos. El conservatismo es estar y el nacionalismo es hacer.

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Un partido a la deriva. Se nos califica con epítetos precoces por haber tenido la valentía moral de desprendernos de una política sin contenido y sin sentido. Nosotros, instalados en la alta jerarquía conservadora por fuero de méritos y calidades, echarnos a sestear sobre las curules, que nadie tiene derecho a disputarnos. Pero no era ese nuestro deber. Teníamos que ser sinceros con unas masas que nos habían hecho el depósito cordial de su confianza. No quisimos ni queremos engañarlas con trucos literarios. Esa cataplasma verbal apenas serviría para transformar el absceso en gangrena. Que se enfrenten a los hechos cara a cara por aflictivos que sean. A quienes nos acompaña-ron durante ocho años en la tremenda brega de la oposición, sin escatimar sacrificios, sólo les podemos ofrecer en trueque, nuestra verdad. No importa que ella nos apareje la diatriba villana y el golpe aleve. Callar es cobardía. Nuestra vida se rige por aquel consejo del solitario de Sils María : "Di tu palabra y rómpete". La vieja política estaba en un callejón sin salida. Su conductor responsable padecía un vaivén vo tivo [sic], un dramático conflicto interior. En su alma contradictoria todos los días se daban batalla el ideario democrático y el temperamento cesáreo, padeciendo los dos igual derrota. Mientras las masas se desangraban inútilmente, el doctor Gómez oscilaba como un péndulo entre la actividad o el nirvana, entre la abstención y el sufragio, entre la guerra y la paz, entre la convivencia y el pronunciamiento. Tomaba actitudes, pero no decisiones. Su política carecía de nortes claros. Después de romper con las juventudes de vanguardia, por su tendencia filofascista, no reparaba en adoptar como símbolo el yugo imperial de la Falange española. Considerando una inmoralidad la violencia sostenida por nosotros, no tuvo reato de hacerse líder de la acción intrépida, aunque ésta no fuese más que una detonación verbal y una pose oratoria. La medida cabal de su desconcierto me la dio cierto día cuando yo le planteaba graves problemas tácticos y doctrinales, en mi carácter de secretario general del partido conservador: "No sé nada. No se me ocurre nada. Creo que todo sale peor. Sólo veo una cerrazón en el horizonte". Yo quiero que cada uno de mis invisibles oyentes con la mano puesta en el corazón leal se interrogue a sí mismo y absuelva el siguiente cuestionario político: ¿Se ha avanzado o retrocedido en ocho años de oposición? ¿Las fuerzas contrarrevolucionarias se hayan más lejos o más cerca de sus objetivos? ¿Tiene actualmente el conservatismo alguna influencia en los destinos nacionales? ¿Qué se hicieron las posiciones fuertes que dominaba ese partido al llegar al país el doctor Laureano Gómez, el mismo que contribuyera al derrumbamiento de la hegemonía? ¿Los sacrificios de vidas innumerables han tenido alguna compensación o un rescate? ¿Este estruendo de la oposición ha sido algo distinto de consumir sistema nervioso en salvas? Esa táctica, más espectacular que efectiva, ¿no constituye un sonámbulo giro hacia atrás, una retirada cubierta por magníficos apostrofes y ademanes pendencieros? ¿Es hoy el viejo partido una unidad moral y mental, con jerarquías y doctrina, en forma para las travestas políticas? Yo prometo que si existiera el simple albur de recuperar el poder en diez, veinte, treinta o cuarenta años, bajo las viejas divisas y los hombres valentudinarios de la derecha conservadora, acallando justos resentimientos y escrúpulos ideológicos, me enrolaría en sus cuadros como un oscuro recluta. Pero no hay que equivocarse. Conozco mejor la intimidad de la vieja política que esos advenedizos y figurantes que ahora vociferan contra nosotros en la tribuna y en la prensa a la sombra de nuestro

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desdén. Durante ocho años, desde que estaba todavía en los escaños de la universidad, vine sirviendo como jefe de debates, miembro de directorios, secretario general del conservatismo: sin pedir nunca licencia, ni solicitar sufragios. Han sido los míos puestos de servicio y no de beneficio. Yo que sé tantas cosas, que si las dijera públicamente producirían un vuelco en la política nacional, lo que no hago por una postuma lealtad a lo que fui, os digo, os garantizo, os juro, solemnemente, por Dios, por la Patria, y por Bolívar, nombres que llenan de sentido mi vida interior, que detrás de esa política detonante no hay más que estragos. Una ingente masa de hombres conducida por alucinados, se va quedando a la zaga de la historia mientras que el régimen se consolida y el país sufre. Ahora que la bandera roja y gualda [sic] de los tercios españoles ondea sobre la crestería de Barcelona, es conveniente reparar en la analogía de ciertos ejemplos. El señor Gil Robles111, guión de las derechas, era apenas un tribuno. El error de los grupos democráticos consiste siempre en reemplazar "el tipo caudillo" con el "tipo tenor". Gil Robles estaba lleno de sabidurías parlamentarias y trucos de antesala. Sin carácter para las soluciones totales, las evadía con agilidad de casuista. Él deshizo y enervó las energías de la contrarrevolución en inútiles escaramusas y tanteos, facilitando el advenimiento del frente popular. Cuando quiso rectificar rumbos no era tiempo. Fue menester la gesta descomunal de los falangistas y requetés sobre el suelo conmovido de España. Si Gil Robles no se obstina en su política equívoca, fanfarrona y repelente, dejando de obstaculizar las jóvenes brigadas de extrema, el triunfo final de las derechas sería acaso menos épico, pero no hubiera exigido el calvario total de un pueblo movilizado en las trincheras.

La parábola del pozo. Nosotros tenemos confianza en nuestra obra, en nuestro deber, en nuestro destino. Un día nos resolvimos detenernos a pensar sobre las consecuencias próximas y remotas de la vieja política. Todo era un paraje desértico, escombros calcinados por el sol vertical, tolvanera de polvo, fiebre y sequía. Pero allá, en el confín de las almas y en la plenitud de la historia, descubrimos un oasis, con el agua viva de la gracia católica y las palmas triunfales de la tradición bolivariana. Allí nos refugiamos y convocamos al pueblo extraviado. Allí ha de acudir la caravana. Nos ocurrió lo que narra en un poema simbólico el maestro Guillermo Valencia. Érase un pastor cuyo rebaño, alucinado por los espejismos del desierto y roído por la desesperación de la canícula, se desperdigó en confusa montonera por las rutas de la arena. Entonces el pastor, en vez de seguir a remolque aquella fuga insensata, fuese a sentar sobre el brocal de la única cisterna diciendo: "Aquí llegarán y aquí espero". Nuestra política se sabe dueña de una verdad. El tiempo trabaja para nosotros. Cuando fatigados de una lucha rencorosa e inútil, con sol y cansancio de caminos ilusorios, las muchedumbres todavía reacias busquen un retén, un abrigo roquero, una almenada fortaleza, habrán de volver los ojos ávidos hacia el nacionalismo y engancharse bajo nuestros gonfalones. Unos ya son militantes, otros lo serán, aunque transitoriamente persistan en su extravío. Por eso el alto comando dice con el pastor de la parábola: "Aquí llegarán y aquí espero".

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José María Gil Robles (1898-1980). fue un político y abogado español. Colaboró con la dictadura de Miguel Primo de Rivera en 1923. Militó en la Acción Nacional, creada por Herrera Oria y rebautizada como Acción Popular. Mantuvo la postura del "accidentalismo", según la cual lo importante no era la forma del Estado (monarquía o república), sino que éste defendiera los intereses de la Iglesia.

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