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El deporte, un asunto de familia
| Sábado 27 de diciembre de 2014
El Burruchaga que fantasea con el US Open
desde edades prematuras y se les quema la cabeza”, se alarma. Román tiene un beneficio que muchos otros no: tener un padre que vivió todas las emociones del deporte profesional. “Hablamos mucho y tenemos nuestras discusiones, porque muchas veces no puede presentarse a los partidos por los horarios de la escuela. Lo que más me interesa es que siga aprendiendo. Ganar un partido significa lograr confianza, seguridad, es un estímulo, pero en el amateurismo lo fundamental es la formación. Con mi señora pensamos que tiene que terminar el colegio; está terminando la primaria. Tuvimos que cambiarlo porque no daban los tiempos: iba al Cristóforo Colombo de Belgrano y ahora al Instituto River. Después seguirá la secundaria y veremos cómo nos acomodamos. Nadie asegura que dejando el colegio llegará a ser profesional y vivir del tenis”, manifiesta Jorge, muy firme. Está claro que Román es chico y sería apresurado hacer futurología con sus aptitudes. Lo que no está en duda es el entusiasmo que posee para practicar y competir. Jugó torneos G1 y recién viajó al exterior para competir en noviembre, a Santa Cruz de la Sierra. “Estaba nervioso”, confiesa. Dice seguir la información de las raquetas por Twitter o por Internet. “Mi papá me alienta, pero es tranquilo y me ayuda”, agrega, y dice que su superficie favorita es el cemento (“Me gustaría jugar los Grand Slam, especialmente el US Open”). Allí está Burru, el campeón del mundo, haciendo equilibrio entre la figura de padre y el fervor de su hijo en un deporte que no regala nada. “Quiero que perder le duela, pero que no sea la muerte. He visto a chicos insultar y no me gusta ese grado de locura. Le explico cómo comportarse y le dije que el día en que le vea una seña fuera de lugar o un grito, lo saco de la cancha. Los pibes imitan y hay profesionales que lo hacen, por eso bajar un mensaje distinto no es fácil. Pero es todo parte del aprendizaje, como en la vida”, advierte Burruchaga, con la misma claridad que cuando jugaba.ß
Román, el hijo del DT y ex futbolista, heredó su pasión competitiva, pero con el tenis: está entre los mejores jugadores Sub 12 del país
Sebastián Torok LA NACIoN
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orge Luis Burruchaga fue siempre un hombre que no necesitó elevar la voz para destacarse y llamar la atención en lo suyo. Atento y respetuoso, de perfil bajo e infancia espinosa, Burru le puso el pecho a la vida, una y otra vez. De familia numerosa –12 hermanos–, perdió a su padre, el sostén de la casa, cuando tenía 12 años. Muchas veces le faltó comida en el plato. Pero no dudó en salir a la calle para vender helados y diarios en los colectivos, o para trabajar como ayudante de albañilería y así colaborar económicamente con su madre. Tiempo después, halló en el fútbol una vía de escape, una forma de pisar con certezas, de sentirse pleno y trascender. En Arsenal, en Independiente, en Francia. También en el seleccionado argentino, claro. Como futbolista y también como técnico (actualmente sin equipo). Casado con Fabiola –hija del recordado Pipo Rossi–, padre de Daiana (25 años), Alexia (22), Mauro (16, mediocampista zurdo en la 7ª de River) y Román (12), el autor del gol decisivo ante Alemania en la final de México ’86 conoció, gracias a la efervescencia de su hijo menor, un nuevo mundo: el del tenis de competencia. Román, que no había nacido cuando su padre logró emocionar a millones de argentinos en la Copa del Mundo que encumbró a Maradona, es el tenista Sub 12 número 5 del país (si bien estuvo en el top 3 casi toda la temporada), subcampeón del Masters de Menores que se realizó en el Tenis Club Argentino e integrante del equipo nacional que en noviembre finalizó 3° en el Sudamericano de Bolivia. La raqueta no llegó a su mano diestra desde el principio, naturalmente. La primera atracción fue el fútbol, que canalizó en la escuelita de River. Quienes lo conocen de pequeño coinciden en destacar su precoz habilidad en el ping pong. “En el garaje de casa los chicos jugaban a todo, al fútbol, al tenis y teníamos una mesa de ping
“Me encanta ver jugar a Federer”, reconoce Román pong. Y ahí Román, ya con cinco o seis años, tenía una facilidad bárbara para pegarle”, recuerda Jorge. Con los años y ya en River, Román probó el tenis y empezó a practicarlo en el Tiro Federal, frente al Monumental, paralelamente con el fútbol. Cada vez con más dedicación, a los 8 años dejó de jugar en cancha de 11 y sólo se quedó con el baby fútbol de los fines de semana, hasta que lo abandonó completamente por el tenis. “Me gustó más que el fútbol. Me encanta ver a Federer; también me gusta cómo juega Djokovic, me gusta su revés a dos manos y trato de imitarlo. Me sorprende la elasticidad que tiene”, dice Román, tan simple como el padre. Jorge se describe como un “fanático de los deportes”. Ferviente aficionado del boxeo y del ciclismo, sobre todo del Tour de France, jugando en Nantes descubrió el arte del tenis. Hasta el momento de viajar a esa porción de Europa jamás le había prestado atención. “Allá se jugaba
pOr ahOra, SólO cOn apOyO familiar
El económico es un aspecto que los padres enfrentan cuando su hijo empieza a competir. Román, por ahora, no tiene auspiciantes. “Lo bancamos nosotros y no es fácil, porque no es un deporte barato, pero por ahora lo hacemos”, dice Jorge.
mucho. Cuando llegué, en el club había torneos entre compañeros y empleados. Empecé a tomar un poco de clases con un profe francés y seguí. Tiempo después, cuando me rompí la rodilla, hice parte de la recuperación jugando al tenis. Pero siempre estuve lejos de imaginar que tendría un hijo tenista”, cuenta Burruchaga a la nacion en el campo de Macabi en San Miguel, donde llegó acompañando a su hijo a uno de los últimos torneos de 2014. Hace poco, Burru debió hacerse un implante en una rodilla lastimada, pero hasta no hace mucho siguió practicando tenis con sus amigos, algunos de ellos ex futbolistas como Daniel Garnero y Sebastián Rambert. Nunca vio un partido profesional en la cancha y es una cuenta pendiente conocer Roland Garros; sólo disfrutó de Yannick Noah en una exhibición en Nantes. “Ah, y lo crucé a Ivan Lendl en Mónaco. Era un fenómeno”, añade el hombre que conoció el paraíso en el estadio Azteca luciendo el número 7 en la espalda celeste y blanca. Analista y observador, Burruchaga descubrió en el tenis un ambiente muy distinto al del fútbol. “Es un deporte individual, donde perdés y ganás solo, más allá de lo que pueda ayudarte el entrenador. Al fútbol se parece en las presiones y en que se esperan resultados en edades muy cortas. Pero lo que más me sorprende del tenis es lo jóvenes que muchos se retiran. Es demasiado exigente
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| Sábado 27 de diciembre de 2014
Las charlas con Gaudio y Tito Vázquez
El joven tenista junto a su famoso padre, el gran Jorge Burruchaga, quien sigue desde cerca su evolución
fotos de mauro alfieri
Jorge Burruchaga tiene una personalidad abierta, le agrada escuchar, dialogar y alimentarse de ello. Su hijo Román, hasta hace un tiempo, se entrenó en Parque Sarmiento con Tito Vázquez. Burru habló bastante con el ex capitán de la Davis. También lo hizo con Gastón Gaudio: “Gastón me decía que el tenis es muy particular, que cada vez es más difícil y que hay una problemática vinculada con las relaciones humanas, con la competencia constante, con la desesperación de que los chicos sean figuras. Y ahí entendí por qué él largó el tenis siendo joven”.
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Fueron pocos los que cambiaron el rumbo deportivo La mayoría de quienes siguieron el legado de sus padres no varió la disciplina elegida
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i bien abundan los casos de deportistas cuyos hijos siguieron sus pasos, la gran mayoría de los vástagos optó por la misma disciplina que llevaron adelante sus progenitores. Los casos de Cesare y Paolo Maldini o de Juan Ramón y Juan Sebastián Verón en el fútbol; de Graham y Damon Hill o de Gilles y Jacques Villeneuve en el automovilismo; de Julio César Chávez y su hijo del mismo nombre o de Muhammad y Laila Alí en el boxeo, sumados a una interminable nómina de casi todas las especialidades, lo confirma. No obstante, distinto es el caso cuando la sangre empuja a la herencia, pero ésta, si bien se inclina también hacia la actividad deportiva, difiere de la que practicaba la generación anterior. En ese ítem, las historias son muchísimas menos y por ende, muy puntuales. Tal vez el caso más emparentado con el de los Burruchaga sea el del ex tenista francés Yannick Noah, que al igual que Román, es hijo de un futbolista. Pero no es ello lo más llamativo, sino que lo que más impacta es que la tercera generación de los Noah, personificada por Joakim, no respetó el legado de las anteriores y se inclinó por el básquetbol. Veamos: el gran Yannick, de 54 años, llegó a ser la tercera raqueta del mundo en 1986, justo tres temporadas después de imponerse en Roland Garros, su único título individual de Grand Slam. Su padre, de 73 años, es Zcharie, un ex futbolista camerunés, cuya carrera interrumpió una lesión, en 1963. Ahora, el hijo de Yannick es quien brilla con luz propia: Joakim, de 2,11 metros, juega en la NBA. Defensor estrella de Chicago Bulls desde hace siete temporadas, fue dos veces All Star (2013-2014) a sus 29 años. Profesional desde 2005, el tenista ucraniano Serguei Bubka es hijo de la máxima leyenda del salto con garrocha y uno de los más renombrados deportistas de todos los tiempos, que lleva su mismo nombre. Bubka Junior, de 27 años, que llegó a ser el N° 145 del ranking en noviembre de 2011, parece lejos de emular a su padre, campeón olímpico en 1988 y campeón mundial en 1983, 1987, 1991, 1993, 1995 y 1997, y conquistador de 35 récords mundiales (17 al aire libre y 18 en pista cubierta). Su marca al aire libre de 6,14 metros establecida en Sestrie-
Bubka Junior, tenista
Noah brilla en los Bulls re (Italia) el 31 de julio de 1994, aún continúa vigente. Hay más historias de raquetas emparentadas con pelotas de fútbol. La ex tenista belga Kim Clijsters, triunfadora de 41 torneos de la WTA, incluidos cuatro Grand Slam, fue la N° 1 del mundo en 2003. Su padre, fallecido, fue Leo Clijsters, quien defendió la camiseta de Bélgica en los Mundiales de fútbol de México de 1986 (llegó hasta las semifinales y cayó ante la Argentina) y de Italia de 1990. Para completar el cuadro familiar, la mamá de Kim es Els Vandecaetsbeek, una ex campeona de gimnasia. En nuestro país, Leonel Pernía quizá representa el caso más emblemático, ya que brilla como piloto en el Súper TC 2000, del mismo modo en que lo hiciera su padre Vicente como marcador de punta en la primera división de Boca por varios años. Todo un legado del deporte, aunque por una ruta diferente.ß