Lección 2
El bautismo y las tentaciones Sábado 4 de abril La niñez, juventud y edad adulta de Juan se caracterizaron por la firmeza y la fuerza moral. Cuando su voz se oyó en el desierto diciendo: “Aparejad el camino del Señor, enderezad sus veredas”, Satanás temió por la seguridad de su reino. El carácter pecaminoso del pecado se reveló de tal manera que los hombres temblaron. Quedó quebrantado el poder que Satanás había ejercido sobre muchos que habían estado bajo su dominio. Había sido incansable en sus esfuerzos para apartar al Bautista de una vida de entrega a Dios sin reserva; pero había fracasado. No había logrado vencer a Jesús. En la tentación del desierto, Satanás había sido derrotado, y su ira era grande. Resolvió causar pesar a Cristo hiriendo a Juan. Iba a hacer sufrir a Aquel a quien no podía inducir a pecar (El Deseado de todas las gentes, pp. 195, 196). Cuando Cristo se presentó a Juan para el bautismo, Satanás estaba entre los que presenciaron ese acontecimiento. Vio el relámpago que salía de los cielos sin nubes. Oyó la majestuosa voz de Jehová que resonaba por el cielo, y retumbaba por la tierra como el estrépito del trueno, anunciando: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Vio el brillo de la gloria del Padre que se proyectaba sobre la figura de Jesús, destacando con seguridad inconfundible entre la multitud a Aquel a quien reconocía como a su Hijo. Las circunstancias que rodearon esa escena bautismal fueron del máximo interés para Satanás. Entonces se dio cuenta con seguridad que, a menos que pudiera vencer a Cristo, de allí en adelante habría un límite para su poder. Comprendió que ese mensaje del trono de Dios significaba que el hombre podía llegar más directamente al cielo que antes, y en su pecho se despertó un odio intensísimo (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1054). Domingo 5 de abril: Prepara el camino del Señor En medio de las discordias y las luchas, se oyó una voz procedente del desierto, una voz sorprendente y austera, aunque llena de esperanza: “Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado”. Con un poder 12
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nuevo y extraño, conmovía a la gente. Los profetas habían predicho la venida de Cristo como un acontecimiento del futuro lejano; pero he aquí que se oía un anuncio de que se acercaba. El aspecto singular de Juan hacía recordar a sus oyentes los antiguos videntes. En sus modales e indumentaria, se asemejaba al profeta Elías. Con el espíritu y poder de Elías, denunciaba la corrupción nacional y reprendía los pecados prevalecientes. Sus palabras eran claras, directas y convincentes. Muchos creían que era uno de los profetas que había resucitado de los muertos. Toda la nación se conmovió. Muchedumbres acudieron al desierto. Juan proclamaba la venida del Mesías, e invitaba al pueblo a arrepentirse. Como símbolo de la purificación del pecado, bautizaba en las aguas del Jordán. Así, mediante una lección objetiva muy significativa, declaraba que todos los que querían formar parte del pueblo elegido de Dios estaban contaminados por el pecado y que sin la purificación del corazón y de la vida, no podrían tener parte en el reino del Mesías. Príncipes y rabinos, soldados, publícanos y campesinos acudían a oír al profeta. Por un tiempo, la solemne amonestación de Dios los alarmó. Muchos fueron inducidos a arrepentirse, y recibieron el bautismo. Personas de todas las clases sociales se sometieron al requerimiento del Bautista, a fin de participar del reino que anunciaba (El Deseado de todas las gentes, pp. 79, 80). Los votos que asumimos con el bautismo abarcan mucho. En el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, somos sepultados como en la muerte de Cristo, y levantados a semejanza de su resurrección, y hemos de vivir una vida nueva. Nuestra vida debe quedar ligada con la vida de Cristo. Desde entonces en adelante el creyente debe tener presente que está dedicado a Dios, a Cristo y al Espíritu Santo. Debe subordinar a esta nueva relación todas las consideraciones mundanales. Ha declarado públicamente que ya no vive en orgullo y complacencia propia. Ya no ha de vivir en forma descuidada e indiferente. Ha hecho un pacto con Dios. Ha muerto al mundo y debe vivir para Dios y dedicarle toda la capacidad que le confió, sin perder jamás de vista el hecho de que lleva la firma de Dios; es un súbdito del reino de Cristo, participante de la naturaleza divina. Debe entregar a Dios todo lo que es y todo lo que tiene, empleando sus dones para gloria de su nombre (Joyas de los testimonios, tomo 2, p. 396). Debemos guiarnos por la teología verdadera y el sentido común. Nuestras almas deben estar rodeadas por la atmósfera del cielo. Los hombres y las mujeres tienen que vigilarse; han de estar constantemente en guardia, no permitiéndose palabra o acto que podría ser causa de que se hablase mal de su conducta. El que profesa seguir a Cristo debe vigilarse, mantenerse puro y sin contaminación en sus pensamientos, palabras y actos. Su influencia sobre los demás debe ser elevadora. Su vida ha de reflejar los brillantes rayos del Sol de Justicia. RECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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Es necesario dedicar mucho tiempo a la oración secreta en íntima comunión con Dios. Únicamente así pueden ganarse las victorias. La eterna vigilancia es el precio de la seguridad. El pacto del Señor ha sido hecho con sus santos. Cada uno ha de discernir sus puntos débiles de carácter, y guardarse celosamente contra ellos. Los que han sido sepultados con Cristo en el bautismo y resucitados a la semejanza de su resurrección, se han comprometido a andar en novedad de vida. “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestras vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Colosenses 3:1-4) (Consejos para los maestros, pp. 244, 245). Lunes 6 de abril: “Tú eres mi Hijo amado” Jesús fue nuestro ejemplo en todas las cosas que atañen a la vida y a la piedad. Fue bautizado en el Jordán, así como deben ser bautizados los que van a él. Los ángeles celestiales contemplaban con intenso interés la escena del bautismo del Salvador, y si los ojos de los espectadores hubieran podido ser abiertos, habrían visto a la hueste celestial que rodeaba al Hijo de Dios cuando se inclinó en la orilla del Jordán. El Señor había prometido darle a Juan una señal para que pudiera saber quién era el Mesías, y en ese momento, cuando Jesús salió del agua, fue dada la señal prometida; pues vio los cielos abiertos y al Espíritu de Dios -como una paloma de oro bruñido- que se cernía sobre la cabeza de Cristo, y vino una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”... ¿Qué significa esta escena para nosotros? ¡Cuán irreflexivamente hemos leído el relato del bautismo de nuestro Señor, sin comprender que su significado era de la máxima importancia para nosotros, y que Cristo fue aceptado por el Padre en lugar del hombre! Cuando Jesús se inclinó en la orilla del Jordán y elevó su petición, la humanidad fue presentada ante el Padre por Aquel que había revestido su divinidad con humanidad. Jesús se ofreció a sí mismo al Padre en lugar del hombre, para que los que se habían separado de Dios debido al pecado, pudieran regresar a Dios por los méritos del Suplicante divino. La tierra había estado separada del cielo por causa del pecado, pero Cristo rodea a la raza caída con su brazo humano, y con su brazo divino se aferra del trono del Infinito, y la tierra disfruta del favor del ciclo y el hombre queda en comunión con su Dios. La oración de Cristo en favor de la humanidad perdida se abrió camino a través de todas las sombras que Satanás había proyectado entre el hombre y Dios, y dejó un claro canal de comunicaciones hasta el mismo trono de la gloria. Las puertas fueron dejadas entreabiertas, los cielos fueron abiertos y el Espíritu de Dios -en forma de una paloma- circundó la cabeza de Cristo y se oyó la voz de Dios que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. 14
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Se oyó la voz de Dios en respuesta a la petición de Cristo, lo cual le asegura al pecador que su oración hallará cabida en el trono del Padre. Se les dará el Espíritu Santo a los que buscan su poder y su gracia, y él nos ayudará en nuestras debilidades cuando tengamos una audiencia con Dios. El cielo está abierto para nuestras peticiones, y se nos invita a ir “confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Debemos ir con fe, creyendo que obtendremos las mismas cosas que pedimos a Dios (Comentario bíblico adventista, tomo 5, pp. 1053, 1054). Martes 7 de abril: “No solo de pan” Después que el Salvador ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches, “tuvo hambre”. Entonces fue cuando Satanás se le apareció. Vino aparentando ser un hermoso ángel del cielo, declarando que Dios lo había comisionado para poner fin al ayuno del Salvador. “Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (S. Mateo 4:3). Pero en la insinuación de desconfianza de Satanás, Cristo reconoció al enemigo cuyo poder había venido a resistir en la tierra. No aceptaría el desafío, ni sería conmovido por la tentación. Se mantuvo firme en lo afirmativo. “No solo de pan vivirá el hombre”, dijo, “sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (versículo 4). Cristo se sostuvo por toda palabra de Dios, y prevaleció. Si nosotros asumiéramos la misma actitud cuando somos tentados, negándonos a acariciar la tentación o a discutir con el enemigo, la misma experiencia sería nuestra. Cuando nos detenemos a razonar con el diablo es cuando somos vencidos. Es tiempo de que individualmente tomemos conciencia de que estamos en plena contienda, optemos por la afirmativa a los ojos del Señor, y allí permanezcamos. Así obtendremos el poder divino prometido (Alza tus ojos, p. 253). Es peligroso abrigar la duda en el corazón aunque sea por un momento. Las semillas de la duda que Faraón sembró cuando rechazó el primer milagro, se dejaron crecer y produjeron una cosecha tan abundante que todos los milagros subsiguientes fueron incapaces de persuadirlo de que su posición era equivocada. Siguió aventurándose en su propio camino, pasando de un grado de indagación hasta otro, y su corazón se endureció cada vez más, hasta que se vio obligado a contemplar los rostros fríos e inertes de los primogénitos (Testimonios para la iglesia, tomo 5, p. 255). Tenemos gran necesidad de más fe. Estoy alarmada cuando veo la falta de fe entre los nuestros. Necesitamos ir directamente a la presencia de Cristo, creyendo que curará nuestras dolencias físicas y espirituales. Somos demasiado faltos de fe. ¡Oh, cómo desearía que pudiera inducir a nuestros hermanos a tener fe en Dios! No deben creer que a fin de ejercer fe deben ser acicateados hasta llegar a un alto grado de excitación. RECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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Todo lo que tienen que hacer es creer en la Palabra de Dios, así como creen en lo que dicen uno al otro. Él lo ha dicho, y cumplirá su Palabra. Dependa Ud. tranquilamente de las promesas de Dios, porque él quiere decir precisamente lo que dice. Diga: Él me ha hablado en su Palabra, y cumplirá cada promesa que ha hecho. No os volváis impacientes. Confiad. La Palabra de Dios es fiel. Proceded como si pudierais confiar en vuestro Padre celestial (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 96, 97). Miércoles 8 de abril: “Si rae adorares” La presunción es una tentación común, y cuando Satanás asalta a los seres humanos con ella obtiene la victoria nueve veces de cada diez. Los que profesan ser seguidores de Cristo y por su fe aseguran estar enlistados en la guerra contra todo lo que es de naturaleza pecaminosa, frecuentemente se sumergen sin pensarlo en tentaciones de las cuales se requeriría un milagro para sacarlos sin mancha. La meditación y la oración los habría preservado e inducido a evitar la posición crítica y peligrosa en la cual se colocaron al concederle a Satanás una ventaja sobre ellos. Las promesas de Dios no son para que las reclamemos irreflexivamente mientras nos apresuramos temerariamente a entrar en el peligro, violando las leyes de la naturaleza y descuidando la prudencia y el juicio con que Dios nos ha dotado. Esta clase de presunción es la más flagrante de todas. A Cristo le fueron ofrecidos los tronos y los reinos del mundo y la gloria de ellos, si tan solo se postraba para adorar a Satanás. Los seres humanos nunca serán probados con tentaciones tan poderosas como las que asediaron a Cristo. Satanás se acercó con honores mundanales, riquezas y los placeres de esta vida, y se los presentó bajo la luz más atractiva con el fin de atraerlo y engañarlo. “Todo esto te daré -le dijo a Cristo- si postrado me adorares” (Mateo 4:9). Cristo rechazó a su artero enemigo y salió victorioso... El ejemplo de Cristo se halla delante de nosotros. Él venció a Satanás, y nos mostró cómo nosotros también podemos vencerlo. Cristo resistió a Satanás con las Escrituras. Podría haber echado mano de su propio poder divino, y hacer uso de sus propias palabras; pero dijo: “Escrito está”... Si las Sagradas Escrituras fueran estudiadas y obedecidas, los cristianos serían fortalecidos para enfrentar a su astuto enemigo (Exaltad a Jesús, p. 74). Nuestra única seguridad consiste en no dar lugar al mal; porque sus sugerencias y propósitos siempre nos dañarán, e impedirán que confiemos en Dios. Satanás se transforma en un ángel de pureza, para poder, mediante sus especiosas tentaciones, introducir sus artificios, de tal manera, que no discernamos sus trampas. Cuanto más cedamos, tanto más poderosos serán sus engaños. No es seguro discutir o parlamentar con él. Por cada ventaja que le demos al enemigo, él pedirá más. Nuestra única seguridad consiste en rechazar firmemente la primera insinuación a la presunción. A través de los méritos de Cristo, Dios nos ha dado gracia suficiente para resistir a Satanás, y ser más que vencedores. La resistencia es el 16
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éxito. “Resistid al diablo, y de vosotros huirá”. La resistencia debe ser firme y constante. Perdemos todo lo que ganamos si resistimos hoy para ceder mañana. Hay quienes se exponen temerariamente al peligro y a las tentaciones, y se requeriría un milagro de Dios para sacarlos sin daño y sin contaminación. Esos son actos presuntuosos que no agradan a Dios. La tentación que Satanás presentó al Salvador del mundo, de arrojarse desde el pináculo del templo, fue firmemente enfrentada y resistida. El archienemigo citó una promesa de Dios, de seguridad, para que Cristo pudiera hacer eso seguramente, confiando en la promesa. Jesús hizo frente a esa tentación con las Escrituras: “Escrito está, no tentarás al Señor tu Dios” (S. Mateo 4:7). De la misma manera, Satanás insta a los hombres a ir a lugares a los que Dios no quiere que vayan, presentándoles las Escrituras para justificar sus sugerencias. Las promesas de Dios no son para que las reclamemos imprudentemente para protegernos mientras corremos temerariamente hacia el peligro, violando las leyes de la naturaleza, o desentendiéndonos de la prudencia y del juicio que Dios nos ha dado. Esto no sería una fe genuina, sino presunción... Satanás acude a nosotros con honor mundano, riquezas y los placeres de la vida. Estas tentaciones son variadas, para adaptarlas a hombres de toda categoría y condición, para tentarlos y alejarlos de Dios, para servirse a sí mismos más que a su Creador. “Todo esto te daré, si postrado me adorares” (Mateo 4:9), le dijo Satanás a Cristo. Y Satanás le dice al hombre: “Todo esto te daré”. “Todo este dinero, toda esta tierra, todo este poder, y honor, y riquezas te daré”; y el hombre queda encantado, engañado, y traidoramente arrastrado a su ruina (Mente, carácter y personalidad, tomo 1, pp. 24, 25). Jueves 9 de abril: Cristo, el Vencedor Cuando Satanás indujo al hombre a pecar, esperaba que el odio que Dios tiene por el pecado lo separaría para siempre del hombre y rompería el vínculo que une el cielo y la tierra. Cuando de los cielos abiertos oyó la voz de Dios que se dirigía a su Hijo, para él fue como el sonido de un toque de difuntos. Esto le dijo que ahora Dios estaba por unir consigo al hombre más estrechamente, y que le daría fortaleza moral para vencer la tentación y para escapar de las redes de las trampas satánicas. Satanás sabía muy bien la posición que Cristo había ocupado en el cielo como el Hijo de Dios, el Amado del Padre; y el hecho de que Cristo hubiera dejado el gozo y la honra del cielo para venir a este mundo como hombre, lo llenaba de temor. Sabía que esta condescendencia de parte del Hijo de Dios no presagiaba ningún bien para él... Había llegado ahora el tiempo cuando el dominio sobre el mundo le sería disputado a Satanás, y su derecho impugnado, y temió que su poder fuera quebrantado. Sabía por las profecías que había sido anunciado un Salvador cuyo reino no se establecería con un triunfo terrenal y con hoRECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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nores mundanos y ostentación. Sabía que las profecías predecían un reino que sería establecido por el Príncipe del cielo sobre la tierra que él reclamaba como suya. Ese reino abarcaría a todos los reinos del mundo, y entonces cesarían el poder y la gloria de Satanás, y éste recibiría su merecido por los pecados que había introducido en el mundo y por la desgracia que había traído sobre la raza humana. Sabía que todo lo que atañía a su prosperidad dependía de su éxito o fracaso al procurar vencer a Jesús con sus tentaciones, e hizo que el Salvador soportara todas las artimañas de que disponía para apartarlo de su integridad mediante sus seducciones (Comentario bíblico adventista, tomo 5, pp. 1054, 1055). Cada uno de nosotros será tentado intensamente; nuestra fe será sometida a prueba hasta un grado máximo. Debemos tener una conexión viva con Dios; debemos ser participantes de la naturaleza divina; entonces no seremos engañados por las invenciones del enemigo, y escaparemos de la corrupción reinante en el mundo a causa de la concupiscencia. Necesitamos estar anclados en Cristo, arraigados y fundados en la fe. Satanás obra mediante sus instrumentos. Elige a los que no han estado bebiendo en las aguas vivas, cuyas almas están sedientas de algo nuevo y original, y que siempre están listos a beber en cualquier fuente que se les ofrezca. Se oirán voces que digan: “Mirad, aquí está el Cristo”, o “Mirad, allí está”; pero no debemos creerlas. Tenemos evidencias innegables de la voz del Pastor verdadero, y él nos está llamando para que le sigamos. Nos dice: “He guardado los mandamientos de mi Padre”. Conduce a sus ovejas por la senda de la obediencia humilde a la ley de Dios, pero nunca las insta a transgredirla (Mensajes selectos, tomo 2, p. 57). Viernes 10 de abril: Para estudiar y meditar El Deseado de todas las gentes, pp. 89-105
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