Viernes 11 de abril de 2014 | adn cultura | 17 Muestras
Desovillar el enigma de la trama
Cecilia Méndez Casariego, Cintia García y Sofía Reynal exponen sus trabajos recientes en Schlifka-Molina, al cuidado de Sergio Bazán
Daniel Gigena la nacion
D
Avanzando cada día (detalle), 2002 (pág. 16, izq.) Los soñadores (detalle), 2013 (pág. 16, der.) El sueño de la razón (detalle), 1988, (arriba) Mujer-fuego, 2005 (abajo) fotos: gentileza grand palais
del espacio-tiempo. No es alguien que está de moda y después deja de estarlo. Aborda temas y formas plásticas que sensibilizan a todos, cualquiera sea la cultura geográfica”, analiza en diálogo con adn el curador de la exposición, Jerôme Neutres, quien desde 2010 trabajó junto con la pareja en este proyecto. El estanque que refleja (1977-79) es un video en color de siete minutos donde la imagen se congela en el momento en el que un hombre está a punto de saltar a una pileta. El resto sigue moviéndose. El reflejo del agua se va transformando lentamente y el hombre en forma de bola termina por desaparecer casi sin que el público se dé cuenta. En Nueve intentos de alcanzar la inmortalidad (1996), la proyección en blanco y negro muestra las nueve tentativas de un hombre por mantener la respiración. Dura 18 minutos. El sonido, amplificado, cobra relevancia cuando el hombre ya casi no puede aguantar la respiración y de repente explota, extenuado. Cuatro manos (2001) son cuatro pantallas chicas que enfocan, cada una, un par de manos (las de un joven, las de una mujer y las de un hombre de unos 40 años, y las de una mujer mayor). Filmadas en blanco y negro y con luz baja, las manos se mueven lentamente y con una serie de gestos predefinidos, inspirados en múltiples fuentes, desde mudras búdicos (gesto sagrado hecho con las manos) hasta el lenguaje de las manos del siglo XVII. Los símbolos de estas tres generaciones describen un recorrido cronológico relacionado con los ciclos de la vida humana. El quinteto de los asombrados (2000), retroproyección en color de 15 minutos, hace referencia a las pinturas del Bosco: cinco personajes que representan sus sentimientos en cámara lenta. En Los soñadores (2013), su última obra, que ya forma parte de la colección de François Pinault, siete pantallas alargadas proyectan a siete personas de diferentes edades durmiendo… bajo el agua. C
ibujos nacidos de una acción que compromete el cuerpo de la artista; esculturas que amalgaman indagación y misterio, y un conjunto de pinturas al óleo cuyo esquema se repite de manera siempre diferente conforman la primera muestra de 2014 en la galería Schlifka-Molina. La curaduría de Sergio Bazán garantiza, además de un piso de calidad, la posibilidad de asomarse al desarrollo de tres identidades visuales. Diámetro y caída señala dos de los ejes centrales de los trabajos de Cecilia Méndez Casariego, Cintia García y Sofía Reynal, adscriptos a un estilo en tren de afianzamiento y plenitud. Las esculturas esmaltadas de Méndez Casariego –en una paleta que va del turquesa al gris plomizo– recurren a un idéntico motivo, curioso y levemente avieso (o tierno, depende del ángulo de observación): cabezas de bebés en una edad previa al lenguaje articulado, cuando sus gestos son interpretados como cifras de un alfabeto doméstico. Bostezos, semisonrisas, el instante previo al llanto, miradas perdidas, enfurruñamientos y expresiones beatíficas integran el repertorio de la artista, que utiliza fotografías para modelar las obras (relieves en yeso coloreados con esmalte) y el curso de su investigación, similar a la de Philippe Bazin. Méndez Casariego (Buenos Aires, 1980) usa una escala de distorsión corporal: cada cabeza tiene el volumen de un bebé ya crecido y un peso mayor. Apoyadas en el piso de la galería como pufs, las esculturas inauguran un cosmos rarificado de especie humana. De Cintia García (Bahía Blanca, 1969) se
Esculturas de Cecilia Méndez Casariego
exhiben cuatro grandes trabajos que prosiguen la serie Diez millones de líneas, dibujos hechos con lápices de colores sobre un papel de 200 o 300 gramos. Ese gramaje del papel permite plasmar un alto grado de densidad en los dibujos, para los que la artista utiliza todo el radio del cuerpo (más vasto que el que posibilita la mano o el brazo). Bazán comenta que la manera de “dibujar” de García –con más de diez lápices de colores en la mano, enfrentada al enorme soporte blanco– se asemeja a una danza o a una performance que crece en intensidad y luego cae desde lo alto. En algunas de sus obras ese blanco perdura, efecto de la curvatura de los trazos enmarañados de colores, con la forma de una gota, un ovillo o un tímpano, y presta a los dibujos la sonoridad de mantras visuales. Las pinturas de Reynal (Buenos Aires, 1986) fueron definidas como “variaciones de una misma forma”. Ese patrón asimila la estructura del cuadro clásico, con un marco interno y un soporte vacío que el acto de la pintura intentará llenar. En esa intención late la virtud de las nueve obras –que oscilan dentro de una paleta también estricta: blanco, rojo y negro–, en las que el óleo adquiere a veces la textura de una acuarela, y el marco interno de la obra, la de una ventana empañada por el paso del tiempo. Huellas, grabados ocres del pincel, destellos poéticos (en parte provistos por los títulos: Reynal comenta que varias pinturas tuvieron orígenes verbales) mantienen y fuerzan una estructura visual desde dentro, con la determinación discreta de revelar el proceso de un proceso artístico. C FICHA. Diámetro y caída. Cecilia Méndez Casariego, Cintia García y Sofía Reynal, en Schlifka-Molina (Gorriti 4829) hasta el 3 de mayo.