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Revista estudiantil de creación literaria Número 1, diciembre de 2014
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES, HUMANIDADES Y ARTE Creación Literaria
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CONSEJO SUPERIOR Fernando Sánchez Torres (Presidente) Rafael Santos Calderón Jaime Arias Ramírez Jaime Posada Díaz Carlos Alberto Hueza (Representante suplente de los docentes)
RECTOR Rafael Santos Calderón VICERRECTOR ACADÉMICO Luis Fernando Chaparro Osorio VICERRECTOR ADMINISTRATIVO Y FINANCIERO Nelson Gnecco Iglesias
Germán Ardila Suárez (Representante de los estudiantes)
UNA PUBLICACIÓN DEL DEPARTAMENTO DE HUMANIDADES Y LETRAS Isaías Peña Gutiérrez Director Óscar Godoy Barbosa Coordinador académico
Alapalabra
Revista estudiantil de creación literaria. Proyecto apoyado por la Convocatoria de Proyectos de Gestión Estudiantil, Área de Integración Académica y Cultural, del Departamento de Bienestar Institucional. Primera edición: diciembre de 2014 Juan Sebastián Castillo Galvis Director María Paula Maldonado Gómez Editora Andrea Vergara Asesora editorial
Producción Coordinación Editorial
Comité Editorial
Dirección: Héctor Sanabria Rivera Diseño de cubierta: Patricia Salinas Diagramación: Patricia Salinas y Andrés Pascuas Corrección de textos: Óscar Arango y Mauricio Palacios
© Ediciones Universidad Central Carrera 5 n.º 21-38. Bogotá D. C. Colombia PBX: 323 98 68, ext.. 1556.
[email protected]
Impreso en Colombia - Printed in Colombia Esta publicación solo puede ser reproducida, registrada o transmitida con el permiso previo escrito del autor.
María Paula Maldonado Gómez, Alejandro Salazar Valencia, Diana Cortés, Sebastián López Rodríguez, Laura Marcela Mateus, Mauricio Palacios.
Contenido Págs.
Introducción........................................................................................ 5
Editorial................................................................................................ 7 No vale nada Germán Cubillos.................................................................... 9 Historia ancestral Laura Marcela Mateus............................................................ 12 Salvador Dalí – Los relojes blandos Camila Aldana....................................................................... 14 RyL Megan Valeska Melo.............................................................. 15 Narración de una lengua parafásica Natalia Morales...................................................................... 18 Subjuntivo Juan Pablo Rodríguez............................................................. 22 Gente Juan Pablo Rodríguez............................................................. 26 Cuento con diccionario Germán Cubillos.................................................................... 27 Haikús para los Mundos perdidos Brian Gelvez.......................................................................... 29 Ombligo Megan Valeska Melo.............................................................. 32 La desimportancia del verbo Sebastián Medina.................................................................. 34 Delirio John Blair............................................................................... 35 Los cordones de la escritura Mateo Piraquive Giraldo........................................................ 37 Desconocidos María Camila Tafur Leal.......................................................... 39 Todos como ovejas Héctor Julio García Gaona..................................................... 40 Muerte Juan Sebastian Castillo........................................................... 42
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na revista produce alegría. No todos podemos explicar, sin embargo, por qué, si esa revista es literaria, provoca una alegría que desemboca en un gozo indescriptible. Un gozo que se acerca a lo íntimo porque allí se leerán los poemas de otras casualidades estrelladas en una malla de intimidades. Así nace la revista del pregrado de Creación Literaria de la Universidad Central. Apenas nos acercamos a la primera promoción de egresados de esta molécula estética que promete extenderse por el universo literario del futuro, y ya una revista, en manos de sus estudiantes, ha estallado en ciento un versos y en las imágenes y en las estelas narrativas que quieren dar cuenta del mundo del siglo XXI. Dentro de unos años, no sabremos si las revistas se impriman en papel. Por ahora, 2014, al borde del 15, Alapalabra ha encontrado el cauce del papel y de la tinta que por algunos siglos antes han servido para dar testimonio de escritores y escrituras, de colores y sentidos, de sonidos y dolores, de umbrales y penumbras. Pero tampoco somos obsesivos; somos actuales y comprensivos. Si de la piedra pasamos al papel, estamos atentos a dejar el papel para asaltar las holografías y las pantallas sumergidas de letras. No nos intimidarán los medios, si las metas del arte literario nos
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prometen alcanzar otros horizontes humanos, más profundos, más libertarios, más humanos. Por lo pronto, los estudiantes de la primera carrera de Creación Literaria aprobada en Colombia por el Ministerio de Educación en toda su historia —y la primera, también, en América Latina, con estas características— han lanzado al mar, no la botella de vidrio con una carta anónima, sino un bello y recio bergantín de papel con la esperanza de cruzarlo en todas direcciones, bajo todas las coordenadas, con tormentas de sol o de lluvia, de noche y de día. Ellos, con entusiasmo y desvelo, quieren navegar —no importa el oleaje— para dejar escrito en la superficie del mar una leyenda que se leerá según nos encontremos en los aires o en las profundidades del agua. Con la legibilidad del arte literario que han comenzado a destilar en su Alapalabra.
Isaías Peña Gutiérrez Director del Departamento de Humanidades y Letras de la Universidad Central
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Editorial
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Corriendo el riesgo de que la celebración de una primera edición como un primer hijo nos haga caer en los tenebrosos lugares comunes, queremos compartirles el gozo: Hemos roto el cascarón. Alapalabra ha nacido. Destello de la osadía iniciada por unos maestros cinco años atrás de devenir polifonía de sueños y que se destila en más de cien tonalidades. Quebrada de letras y apuesta editorial. Alapalabra es una propuesta artística y literaria. Una manifestación de amor que mana del empeño de los estudiantes para sumergirnos en invenciones y exploraciones literarias destinadas a desembocar en la tinta, y no quedarse cautivas en el salón de clases. Es la obra de todos, de las ciento y punta voces que divergen y confluyen en el sueño de los valientes que crearon la carrera en la que corremos. Además de eso, es todo lo que el lector cree. Una criatura de papel, un laboratorio experimental o el comienzo del tejido. Es un tímido pero gran esfuerzo que hoy alza vuelo, dejando tras de sí una estela de colores que se entretejen, gracias al apoyo de Bienestar Institucional y al Departamento de Humanidades y Letras, y que no salió de otra parte sino de un sueño. El de ser, entre todos, lugar donde la palabra vague libre. El mismo sueño que nos hizo parte del Universo Creativo de los grandes del segundo piso. Es en agradecimiento a su casa de eterno espacio que, dejando de creer, creamos Alapalabra. Y por eso, y porque todos somos las madres y los padres, nos damos la bienvenida a una de las mejores formas que encontramos para hacer florecer la rosa en el poema: esta revista. Yo es otro dijo Rimbaud. Artaud se hartó y se largó pero aquí estamos nosotros para darles el placer de gemir ante la lectura.
Con alegría,
María Paula Maldonado y Juan Sebastián Castillo
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No vale nada Germán Cubillos
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caban de enterrarle un cuchillo en el estómago, pero no le duele. La sangre baja lenta y mancha el piso. Camina y ve las caras de las personas a su alrededor, nadie lo mira a los ojos y ahora su mirada está más clara que nunca. Se recuesta contra una pared, siente un fuerte mareo, palpa la herida y se le ocurre recitar de memoria un poema de Rafael Pombo que se aprendió en la primaria:
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¡Mírenle la estampa! Parece un ratón Que han cogido en trampa. Con ese morrión. Fusil, cartuchera, Tambor y morral, Tiene cuanto quiera Nuestro general.
Calla, respira profundo y siente por primera vez dolor, continúa:
Las moscas se espantan Así que lo ven, Y él mismo al mirarse Se asusta también. Y a todos advierte Con lengua y clarín “¡Ay de aquel que insulte A Juan Matachín!”
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Sus ojos se entrecierran, la sangre sigue goteando. La mirada se le nubla y se ve en el colegio con sus compañeros, durante el recreo. Empujó a otro niño porque le robó las onces. El coordinador de disciplina lo acusó a él de buscar pelea, llamaron a los padres para hablar con ellos. Los padres nunca fueron y el coordinador lo dejó castigado hasta que alguien fue a buscarlo. Lo recogió su hermana mayor, que le dijo sí a todo lo que exigió el señor. Finalmente los dejó ir. De regreso a la casa, su hermana caminó muy rápido, él se quedó atrás, se calló y se golpeó en una rodilla, la hermana no lo esperó y él llegó solo. Palpa con la mano la herida del estómago y no siente la mano. Toda la mitad derecha del cuerpo se le duerme. Se deja escurrir contra la pared hasta tocar el piso con la cola. Siente dolor cada vez que respira. Hace un gran esfuerzo por mantener los ojos abiertos y ver a la gente pasar, quiere respirar hondo, no quiere irse, quiere ver a la gente. Los ve desdibujados, desteñidos, lejanos. El sol ilumina aún fuerte y le quema la cara, pero él no siente. Un perro le ladra cada vez desde más cerca y él intenta respirar sin que le duela. Sus ojos se terminan de cerrar y su cabeza queda suspendida en el vacío, mientras todo su cuerpo sigue sentado. El perro continúa ladrando retador y el hombre no escucha. La sangre se ha empozado a su lado derecho y su cuerpo está ligeramente inclinado hacia ese lado. El perro se atreve y se lanza a su pierna izquierda. No lo muerde. Hala el pantalón con fuerza. Él sigue impasible. El sol comienza a ocultarse y el perro no ha dejado de rodearlo. Le rompió la manga izquierda del pantalón. Le ladra por momentos, va a orinar en el poste que está cerca del hombre y vuelve. Una señora se apresura a sacar la basura de la casa en bolsas negras y blancas, diferenciadas, para facilitar el reciclaje. Deja las bolsas en el poste, mira hacia el perro y el señor. Regresa a su casa. El perro le ladra a los carros. Un joven trabajador llega en su bicicleta hasta el poste, saca unos carteles que anuncian un concierto, coge uno y lo pega allí mismo. El perro
ladra, el joven mira hacia la pared que apoya al hombre y sigue en su bicicleta. La noche lo cubre todo. El perro le lame la herida y termina tumbándolo contra su sangre. Ladra con fuerza hacia los carros. La luz intermitente de los semáforos los ilumina. El frío se hace más intenso, los carros disminuyen en las vías. El perro se acomoda para dormir, entre las piernas del hombre.
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Amanece. Un señor pasa con su hija hacia el colegio. Cruzan por el lado del hombre y el perro y ella que está terminando de tomarse un yogurt piensa que el hombre lo disfrutaría más. Mira al papá y el padre se lo permite. No ven sangre porque el hombre está sobre ella. La niña le deja la bebida al lado, el perro se despierta y lame el yogurt. El padre y la hija siguen derecho. El perro le ladra al señor, no reacciona. El animal atraviesa la avenida y desaparece.
*Ganador del Concurso de Cuento “Paracaídas de Letras”, bajo el seudónimo
Pepito Pérez
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Historia ancestral Laura Marcela Mateus
Hay un hilo de araña Hay entre ella, su madre, la madre y yo Un secreto polvoriento. Hay un caminito de sal y angustia Que nos recorre enteras, invisible.
¿Cómo saber que serías los pies danzantes de mujeres anteriores? ¿Cómo te enteras? ¿Cómo no te das cuenta?
¿Qué eres? ¿Qué sospechas? ¿Quién te habita?
Soy los deseos Soy el cansancio Soy las manos secas Soy amor, rabia, dolor. Soy perdón Soy preocupación Dedicación, esfuerzo Casualidad, cosecha, resentimiento Esmero… y sueños. Sudor, aguante, pasión, goce, remedio.
Oficio, cocina, yerbas, tinto y aromática. Soy también, silencio y olvido. Soy pocas palabras Soy un jardín del tiempo Soy un espejo con mil reflejos. Soy un poema sin fin
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Sobre lo que soy Soy los ojos de la vida El vientre de la tierra Agua sedienta, río cansado, enfermedad de tradiciones. En mí caminan pies de noche, pies de campo. Llueve polvo, acuden repugnancias, se disculpan los horrores, todo pasa y pasa por mí, tan rápido, sin aviso…
*Segundo puesto del Concurso de Poesía “Paracaídas de Letras”, bajo el seudónimo de Mar y Cielo
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Salvador Dalí
Los relojes blandos Camila Aldana
Ves un abismo cobrar vida Se va lo único que no tienes Se escapa a los ríos de tus manos Se deshace lenta el agua entre tus largas falanges Se derrite como el acero frente a tu mirada Desaparece de tu respiración Hace silencio en tus tímpanos Sientes abismo a través de tus venas Tiempo como agujillas de tus huesos Robas insectos numéricos Pierdes el vuelo del transcurrir Te hundes en el tiempo Sumerges la lejanía Te acabas Mientras se detiene el reloj
* Segundo puesto del Concurso de Poesía “Paracaídas de Letras”, bajo el seudónimo de Georgina
RyL
Megan Valeska Melo
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i hermano y yo somos gemelos. En el momento de nacer nos dieron a cada uno sólo una inicial. R y L. Eso era todo. No teníamos nada más. Llegamos solos a este mundo. Mi hermano era el único para mí y yo el único para él. Sin embargo, no éramos los únicos en el mundo. Más de la mitad de la población mundial tenía a otros como nosotros. Nos cansamos de decirnos solamente R y L por lo que pensamos cómo nos gustaría llamarnos. Así fue como llegamos a ser Rupert, mi hermano, y yo, Lambert.
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Menos de la mitad de nuestra vida estuvimos dentro de una oscura caja. Es sorprendente la cantidad tan exorbitante de Rs y Ls que hay en el mundo. No tardamos en enterarnos que con la misma rapidez con que nos daban vida éramos desechados. Rupert siempre quiso quedarse dentro de aquella caja. Tenía miedo de salir. Miedo justificado. Yo en cambio, anhelaba ver todo lo que había afuera, más que cualquier otra cosa. Aunque me costara la vida. De otra forma, no aportaríamos nada con nuestra vida y, ¿cuál es el propósito de nuestra existencia sino el de una efímera vista de la grandeza del mundo? Aún no sabía bien, no obstante, cuál era nuestra función exactamente. Entonces la caja se destapó. Por primera vez estuvimos en los oídos de alguien. Eran cálidos y nos envolvían de una manera agradable. Entonces nos dimos cuenta de lo que podíamos hacer. Ella colocaba nuestro único pie, el que compartíamos, dentro de un pequeño agujero negro. La primera vez a Rupert le dio un síncope. Yo estaba emocionado. Y luego de entrar ahí nos transformábamos por completo. Diferentes clases de sonidos. Agitados. Suaves. Voces hermosas que se comunicaban de manera elocuente en idiomas que jamás habríamos conocido. Nos convertíamos en un médium que le permitía a ella co-
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municarse con aquel agujero negro. Aquel pequeñísimo agujero que hacía parte de un pequeño cuadrado. ¿Era ese un dios? Todavía no lo sé. Pero el éxtasis al que nos llevaba en cuanto entrábamos en contacto me hace creer que lo era. Éramos el puente de comunicación entre este pequeño dios y nuestra dueña. Aún cuando Rupert y yo no nos veíamos en todo el tiempo que estuviéramos allí, viendo hacía su interior, no nos sentíamos intranquilos. Rupert se acostumbró a estar dentro de ella. Se sentía tanto o más atraído que yo por lo que significaba estar siempre a su lado. El problema venía cuando tenía que quedarse fuera. Rupert tenía constantes ataques de ansiedad en los que se enredaba alrededor mío. En lo único en lo que no nos parecíamos aparte de nuestras iniciales eran nuestras estaturas. Rupert siempre fue mucho más alto que yo. Pero sin importar cuánto se enroscara en mí, ella, nuestra dueña, siempre nos separaba. Lo hacía con delicadeza. Despacio. Cuidando de no dañar a Rupert. Ni a mí, que me quedaba tieso mientras ella terminaba. Rupert se tranquilizaba tras entender que ella lo pondría dentro de nuevo. A mí me gustaba también estar afuera, era frío ya que nos habíamos acostumbrado a la calidez de sus oídos, pero había miles de cosas que podía observar desde el lugar en donde ella nos dejara. Ella nunca se enteró de nuestros nombres pero, también nos hizo diferentes a su manera. Donde ella vivía había varios Rs y Ls por todos lados. Incluso unos que habían salido del mismo lugar que nosotros y se nos parecían demasiado. Entonces ella nos colocó unas pequeñas fajas de colores que se adhirieron a nuestra piel. Éramos únicos para ella. Aunque no fuéramos los únicos en el mundo. Jamás fui tan feliz, aunque no tuve mucha más experiencia que ésta. Rupert era feliz también, pero en lo que aumentaba su emoción disminuía su productividad. Los sonidos ya no salían con la misma intensidad La melancolía que lo envolvió se volvía cada vez más profunda hasta que ella se dio cuenta que Rupert ya no era el mismo. Percibí que trató de disimularlo. Quería hacer ver que no sabía lo que ocurría. Pero con cada nuevo sonido Rupert dejaba ver su verdadera condición. Está vivo, aún ahora, pero su pulso es tan tenue que apenas y se
nota. Ya no me habla. Sólo tiene una expresión de agradecimiento para con ella, que no nos ha desechado todavía sin que entendamos por qué. A Rupert esto lo anima, de alguna extraña manera se siente frágil pero extremadamente bello. A mí me hace preguntarme hasta cuándo seguiré aquí. El propósito con el que hemos sido hechos ha terminado. No podemos cumplirlo uno sin el otro. No servimos más al mundo. Ya no somos productivos. Sin embargo, ella no nos desecha. Entonces he podido entender. Las buenas intenciones son crueles. Y la vida es también muy larga.
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* Segundo puesto del Concurso de Cuento “Paracaídas de Letras”, bajo el seudónimo de Allan Kawabata
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Narración de una lengua parafásica Natalia Morales
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La Lengua estaba fuera de control! Nadie se entendía con nadie, las oraciones salían desordenadas de la boca de sus hablantes. Cuando doña Eugenia fue a pedir una libra de carne en la tienda de la esquina no pudo darse a entender: “Buenas carne, da libra me flaquita una Juan bien de don cadera días”. La respuesta ante el shock inicial por sus desordenadas palabras fueron risas, pero cuando continuó intentando decir su pedido y no pudo, entró en pánico. ¿Qué le estaba sucediendo? No pasó mucho tiempo antes de que el rumor se extendiera y apareciera un segundo caso, un tercero y después de un mes, toda la ciudad no podía hablar coherentemente. Los médicos no sabían cómo dar respuesta a ese extraño fenómeno. En un inicio pensaron que era algún tipo de parafasia en la que se confundían unas palabras por otras, pero ante la aparición de más casos concluyeron que era una extraña epidemia y recomendaron usar tapabocas cerca de las persona infectadas; sin embargo los doctores pronto empezaron a hablar de la misma forma y la mortandad en la población aumentó porque las fórmulas estaban al revés y los nombres de los medicamentos se mezclaban con la enfermedad incorrecta. La gente dejó de acudir a los hospitales a menos que fuera una emergencia visible; los vendedores hacían lo mejor por entender a sus clientes pero el lenguaje parecía desordenarse cada vez más. Los profesores ya no podían enseñar después de qué o en dónde iba el complemento directo o indirecto, cuáles eran los complementos circunstanciales o los sujetos tácitos. Hubo pánico generalizado cuando la gente no se podía comunicar, era como gritar auxilio sin voz.
Las autoridades intentaban calmar a la población desesperada, pero ni siquiera ellos podían mantener la calma. El alcalde y el gobierno de la ciudad hicieron un pronunciamiento que tampoco fue entendido. La gente empezó a hablar por medio de signos e imágenes. Varias personas empezaron a vender dibujos laminados de objetos cotidianos. La gente tenía sus bolsillos llenos de tarjetas de colores con retratos de bananos, galletas, inodoros para cuando necesitaban pedir prestado el baño y signos de interrogación para preguntar el valor de algo.
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Además de señalar con el dedo lo que se necesitaba, poco a poco se empezó a desarrollar un sistema de señas entre la población. Si arrugaba la nariz era para preguntar algo, si sacaba la lengua tenía hambre, si se tocaba la garganta tenía sed, si cruzaba las piernas estando de pie necesitaba ir al baño… pronto en muchos lugares se imprimieron y pegaron tablas de imágenes con todo lo que se vendía para que los clientes señalaran y especificaran con los dedos la cantidad de unidades que necesitaban. Los amantes clandestinos ya no sabían cómo comunicar sus lugares de reunión o cómo profesar su amor sin que sonara como una broma. Los taxistas entraron en banca rota porque la gente no sabía cómo darles las indicaciones para llegar a algún lugar porque cuando intentaban dar instrucciones como derecha o izquierda decían chadere, erdaizqui o cualquier otra combinación que no les permitía darse a entender; eventualmente, pegaron imágenes de lugares concretos y reconocidos en los vehículos para transportar a los pasajeros. Los escritores pasaban noches de insomnio tratando de organizar las palabras sin ningún éxito; solo algunos poetas se sentían satisfechos con el desorden de las palabras que traía nuevas metáforas a sus versos. La población había cesado sus intentos por hablar, solo se escuchaba el pitar de los carros, las canciones de las discotecas, las películas y series que repetían una y otra vez en televisión porque los actores no podían filmar más telenovelas a causa del fenómeno lingüístico, los noticieros de otras ciudades, los gritos de los niños al jugar en los parques, el pasar de las hojas de los estudiantes que
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leían las copias que los profesores les asignaban y hacían trabajos por medio de jeroglíficos o dibujos. Hasta que el alcalde viajó fuera de la ciudad para reunirse con el presidente e intentó hablar con él, se dio cuenta que las oraciones salían de forma ordenada de su boca. Tras intentar dar explicaciones fallidas, concluyó que el problema era aquel lugar, el problema estaba en esa tierra maldita que no le permitía a sus hablantes comunicarse. Sabiendo que la solución al problema estaba en sus manos, se empezaron a hacer planes de evacuación a los pueblos aledaños y a las demás ciudades. Cuando se informó la noticia a la ciudadanía mucha gente emigró a las casas de sus familiares en el exterior y comprobaron la buena nueva. El gobierno hizo efectivo el plan de evacuación pero mucha gente se negó a abandonar la ciudad. Algunas fábricas continuarían su producción allí y las personas dependían de esos empleos, pero por más promesas falsas que les hicieron, una pequeña parte de la población no abandonó aquella tierra vestida de concreto. Con el paso del tiempo, las personas que emigraron hablaron de lo terrible que era la vida cuando se tenía una voz que no podía usarse y cómo agradecían ahora que un hombre de apellido Nebrija hubiera escrito hace muchos años un montón de reglas que nadie creía útiles hasta que ya no podían usarlas. La gente que quedó en la ciudad eventualmente se acomodó al sistema de señas que tenían, perfeccionándolo con ayuda de algunos sordo-mudos y continuaron sus vidas escuchando sus voces solo cuando querían reírse de las incongruencias que decían. Eventualmente, la ciudad quedó aislada del resto del país excepto por algunos visitantes curiosos que trataban de aprender un poco del nuevo sistema de señas que se había convertido en un idioma para esos habitantes que habían resistido el castigo de la lengua que se había cansado de ser maltratada y se había tomado unas largas va-
caciones. Cuando un par de gramáticos fueron a estudiar este nuevo sistema se dieron cuenta de que la maldición había cesado, y creyendo que sería una noticia de alegría para sus habitantes, les informaron, pero ahora que aquella pequeña resistencia podía hablar de nuevo como lo hacía originalmente, ya no lo necesitaba, habían creado una nueva identidad a partir de lo que parecía caótico en un inicio.
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* Tercer puesto del Concurso de Cuento “Paracaídas de Letras”, bajo el seudónimo de Lia
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Subjuntivo Juan Pablo Rodríguez
Y tendría mi paz y perdonaría a ciegas y abriría siempre la puerta y no te miraría así y ahuyentaría los miedos y regaría las huertas (aunque fuera con una cuchara) y besaría a papá en la planta de sus pies para recordarle que su camino fue sagrado y que el regalo verdadero será morirnos
Y nunca se secaría la tierra porque el sol recibiría su pago en nuestras ofrendas de maíz bien sudado y las semillas aguantarían escondidas en el desierto hasta que recordáramos su nombre y sus promesas y tal vez haríamos chocolate o aguadepanela y la mesa sería tan grande, tan grande que alguien tendría que esconder la lágrima esa gota de sangre diluida en guarapo porque se conmovería al vernos así: repartiendo en círculo el pan del ciclo sacudiendo el alma
respirando sin doler y yo también airearía este suspiro para no aguar la sopa con innecesarias melancolías
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Y el presente bastaría para abrazar las crías para criar los abrazos como plántulas tiernas y en la noche alguien hablaría de la selva o el altiplano o el hielo o el fuego pero hablaría y nos quedaríamos dormidos en un gran colchón en un cuarto sin techo en una casa sin paredes en una vereda sin nombre con un frío sin cuerpos (un solo frío al que le sobren los bordes)
Y al hacer el amor no cerraríamos las puertas sino las abriríamos por si acaso algún hermano hubiese olvidado que el verdadero pecado es no sentirnos por dentro
Y al fin mi piel podría estar tranquila
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porque alguien que ya casi veo sabría sanarla con saliva y viento
Con saliva y viento yo empuñaría el azadón contra la tierra orando al horadar horadando al orar este casi ombligo del que amamantamos saliva y viento sudor y viento sangre y viento para esparcir esta esperanza sin espera que las madrugadas inundarían de un arrebol al otro hasta el atardecer
Y entonces preñado de nubes del cielo tendrían que caer rayos y los incendios serían también un acto de amor entre el cielo y la tierra (como el halo de luz que dejaran atrás en su carrera los espermatozoides constelados del sol)
Y el presente bastaría para sembrar una magnolia y un sietecueros y tener los callos en las manos y la arracacha en la lengua y seríamos libres sin saberlo
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Por ahora, sin embargo Parece ser hora de acumular cicatrices.
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Gente
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osotros gente con tornasolados cuerpos como anfibios aplastando la noche contra la baba de la piel, nosotros con nuestro follaje inmenso arrancándole al sol algún pétalo que nos sirva de alimento, anunciando el amanecer que acaba por empezar después de tanta sombra transcurriéndose. Por puro júbilo elevando vuelo, encontrando en el suelo algo más que brilla: Nosotros gente rodeados por la inmensidad de unas olas que disipa sus grandes ostras alrededor de la playa. En verdad vivos, nacidos por entre los dobleces de otras gentes también nacidas pero ahora muertas, ahora vivas. Nosotros gente, levadura inflada de tanto latir, dispuestos aunque sea a gatear. Nosotros gente en inmersión profunda, buscando siempre el oro crudo o el cristal crecido, casi aeroplanos solo que carnes, musitando el viento, significando el compás —compás que antecede al útero y lo conquista. Sangre hervida de todos los elefantes que no se pudieron llevar los alisos ni los siglos, perseverancia en la médula como señal de algo que siente y piensa y siente y olvida y vive y reside en cada uno de nosotros gente que decidimos permanecer aún cuando llegó el invierno y lo devoró todo. Nosotros gente, animal desovando por mérito de amor e imperioso deseo de seguir siendo lo que no tiene nombre y se coronó con el silencio que tuvieron que guardar nuestros padres al confeccionar sus cuerpos el uno en el otro; pasmados y victoriosos, haciéndonos nacer gente por atracción planetaria y sucesión de melodías. Nosotros gente, este mutismo que recobró el calor al fertilizar el óvulo.
Cuento con diccionario Germán Cubillos
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altó hacia fuera cuando el bus paró. Una señora con muchas arrugas, en el vestido, lo identificó y torció la boca del susto.
Susto: Característica de una persona, perfecta para ser asaltada. Alcanzó a llevarse algo. Corrió despavorido, pero nadie lo perseguía. Él desconfiaba de todos, aunque muy pocos lo vieron en su fuga. Fuga: Escape con estilo y a veces con Susto como para ser visto por muchos; pero cuyo éxito depende de no ser visto por nadie o de no dejarse coger. Pasó por el lado de una niña con trenzas, la asustó pero no le quitó nada porque no paraba de correr. Correr: Ejercicio físico, pero la mayoría de veces una excelente forma de Fuga, sobre todo cuando se tiene Susto, porque se logra más velocidad. Atravesó una calle sin carros y pasó por encima de un charco, no soltó lo que llevaba. Una mujer joven lo señaló con asco. Asco: Sensación, a veces asociada al Susto, y que va y viene de una clase social a otra y de la especie humana a la animal y que hace Correr a unos del lado de otros. Un ciclista estuvo a punto de arrollarlo, pero al fugitivo le hervía la sangre y sin pérdida de tiempo se escabulló al otro lado de la calle. Calle: Para algunos una Fuga, para otros el Templo del Susto, para unos más el lugar donde no se para de Correr
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y también hay quienes piensan que es el lugar que más da Asco. Corrió por un potrero y lo recorrió cuan largo era. El pasto estaba húmedo y lleno de basura. Basura: A algunos les da Asco, a otros los alimenta; la hay por montones en la Calle y casi siempre son los desechos de alguien, que otro recoge y pone a circular de nuevo. El cielo oscureció y comenzó a llover, él no paró de Correr. Avanzaba necio contra todo. Se le clavó un pedazo de vidrio porque estaba descalzo. Descalzo: Condición de quien no usa zapatos por varias posibles razones, a saber: no corresponde a su especie, no tiene con qué comprarlos, si los usa no puede Correr, los únicos que tenía ya no le sirven, no le gustan porque le da Asco. Se encontró de nuevo en una calle llena de gente. No podía disminuir la velocidad por el Susto y aturdido fue a parar a un Centro Comercial. Allí lo vio un comerciante, que lo espantó y en cuanto tuvo oportunidad lo golpeó en la espalda con una escoba. Escoba: Artilugio mágico que hace desaparecer la Basura, para que los que sienten Asco por esta, lo dejen de sentir. Salió del Centro Comercial, nadie logró agarrarlo. Continuó corriendo, sin embargo estaba debilitado por el golpe del comerciante y la herida del vidrio. Dio tumbos contra una pared. Pared: En algunas circunstancias Final del camino. Vio la alcantarilla que buscaba. Se deslizó por ella moviendo la cola. De allí salió otro ratón que iba de casería.
Haikús para los Mundos perdidos
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I: Helas Brian Gelvez
I Existo errante, perdido entre las calles llenas de sombra. Cualquier alma del Hades
II Aunque la niebla nos empañe los ojos, yo oiré tus latidos. Eurídice a Orfeo
III ¡Mala ventura, el sol nos deshace la piel! Vuela alto sin mí.
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IV “Una manzana para la más hermosa” —Yo tengo otras dos—. Eris
V Vuelvo, bella Eco a maravillarme de tus palabras… Narciso
VI Haz de luz plata. Roce de labios en los míos, me despertó. Endimión
VII Primigenio héroe la luz de tu legado cae en nuestras manos. A Prometeo
VIII ¡Ananké, fuerza certera e inevitable, piedad, ten piedad! Un helenista al Destino
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IX Guardo esperanza pero aún sigo sufriendo. ¿En qué pensabas? A Pandora
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X ¡Canten hermanas! Saciemos esta soledad de cuerpos de hombres. Nereidas
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Ombligo Megan Valeska Melo
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inona trataba de acomodarse. Se movía y se movía, pero seguía sin encontrar una posición cómoda. Sin duda, el ombligo de Allan era el lugar más incómodo para pasar la noche. Pero también el más cálido por lo que diariamente lo utilizaba como su cama. Agradecía que no lo tuviera salido y que durante la noche se mantuviera relativamente en la misma posición. Sólo se movía una o dos veces. Tres en casos excepcionales. Winona conocía tan bien el cuerpo de Allan que en cuanto percibía una de estas ocasiones, prefería dormir en otro lugar, como su oído o en el pequeño hueco de su clavícula. Pero no era tan seguro. Winona trataba de no acercarse a lugares en los que pudiera resultar dentro de las entrañas de Allan. Los oídos tenían un orificio muy pequeño, pero aún cabía la posibilidad de que se abriera y se la tragara. Si eso pasara, estaría dentro de él. Podría quedarse atorada tras pasar el tímpano. Sentiría las vibraciones cada vez que Allan escuchara algo. Podría hablarle, y tal vez así él la escucharía. O tal vez llegaría a su cerebro y escucharía todos sus pensamientos. Pero ella no quería eso. Se removió de nuevo y Allan dio un suspiro. Cuando no podía dormir se ponía a reunir las pequeñas motas que se acumulaban dentro del ombligo de Allan. No eran tantas, pero Winona se entretenía mucho haciéndolo. Antes de meterse dentro del pequeño hundimiento, perfectamente redondo, Winona se dedicaba a observarlo. Era la prueba de que había nacido. La cicatriz humana. La prueba de que moría. Por más que revisara su cuerpo, ella no tenía ninguna marca parecida. No había prueba de su existencia. ¿Qué sería ella entonces? ¿Sería acaso Eva, quién no estaba conectada a nada cuando había nacido? ¿A qué estaba conectado ahora Allan? Él respiró profundo y el movimiento arrulló a Winona haciendo que olvidara sus pensamientos.
Winona se puso boca arriba. La camisa blanca que Allan usaba para dormir era su cielo. Sus estrellas los pequeños agujeros que tenía la tela. Aunque Allan no parecía haberse percatado de su presencia, ella estaba bien así. Si supiera que ella estaba ahí, acurrucada, durmiendo en su ombligo, probablemente se espantaría. Así que sólo observarlo estaba bien. Observarlo, y caminar por su cuerpo, sus grandes piernas, sus fuertes dedos, el delgado cable que se conectaba en su brazo sin el cual no podría sobrevivir. El cable por el que el suero le daba los nutrientes necesarios. El cable que llevaba hacía tres años. Winona se giró y dejó que el calorcito del cuerpo de Allan terminara conduciéndola al sueño.
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La desimportancia del verbo Sebastián Medina
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n hombre en un bar con un vaso de whisky en las rocas en su mano, una mujer sola en una mesa del lugar, muy hermosa. El hombre decidido y caminante hacia esa mesa, poco precavido, torpe, con el soporte de un taburete un tropezón. La mujer furiosa y apestosa de alcohol, entaconada y digna hacia su hogar. Con la silueta de una mano en su mejilla inflamada, el hombre con su vaso vacío de vuelta hacia la barra, sonriente de la vergüenza.
Delirio John Blair
T
iempo después de tu partida y buscando descanso en algo bello compré un conejo. Al principio la simpatía nos envolvió; encontré en ese ser enjaulado una aproximación a la inocencia de mi alma. Noté que compartíamos los mismos ojos rojos: él los tenía por genética y yo a causa del insomnio. Gracias a nuestras experiencias compartidas, comprendí que en realidad ese conejo y yo éramos como espejos de un único ser. Desde el segundo mes, en las mañanas, me sentaba frente a su jaula y nos contemplábamos durante algunos minutos. Si él movía su patita derecha, yo movía mi mano derecha, si él movía una oreja, yo movía la mía. Curiosamente, al cabo de un pequeño tiempo, él también se movía de acuerdo a como yo lo hacía. Poco a poco empecé a cambiar mi dieta y en mi mesita de noche dejé zanahorias, un tarro con comida para conejos y un botilito con agua para sentirme a gusto. Ese instante fue muy bello, un instante de recuperación en el cual poco a poco recobraba mi estado anímico, hasta el día en el que me volviste a llamar. Una vez que empezamos a salir de nuevo, al sonar el teléfono, el conejo me sonreía mientras se movía en la jaula de lado a lado. Después de la segunda cita que tuvimos, nos volvimos a besar, llegué a la casa y vi que el conejo se encontraba muy feliz. Jamás lo había visto tan feliz. Cuando me dijiste que no podíamos continuar viéndonos porque estabas saliendo con alguien, sentí de nuevo la tristeza inundarme por completo. Antes de llegar a la casa compré arsénico y una jeringa en una farmacia. Allí, vi al conejo tan feliz como antes, mostrándome sus dientecitos llenos de zanahoria. Sabía que no tardaría mucho en estar triste como yo lo estaba, fui a la cocina y deposité el arsénico en la jeringa y luego, se lo inyecté. No lo tomes a mal, solo que no dejaría que él sintiera lo mismo que yo sentí. Todavía recuerdo cuando sus ojos rojos se cerraban.
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El asunto hubiera acabado allí y yo no estuviera recluido en este lugar si las cosas no se hubieran puesto inmanejables. En los siguientes días a su muerte, lo veía jugueteando en la jaula hasta desvanecerse ante mis ojos. A veces, su figura se mostraba en los espejos mientras yo mascaba una zanahoria. Por las noches veía su cuerpecito a mi lado; o lo escuchaba roer desde un cajón dentro del escritorio en mi trabajo. Pasado un tiempo, no soporté esas alucinaciones (soy consciente de mi condición) y vine. Aquí me tratan bien, me dan medicina y voy a consulta cada dos días aunque sigo viendo al conejo. La razón (nótese la ironía) de esta carta, es que hace unas noches me senté a hablar con el conejo. Después de dar muchos rodeos, me contó que me ibas a llamar. Por favor no lo hagas, no quiero volver a matarlo.
Los cordones de la escritura Mateo Piraquive Giraldo
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E
s en la cartografía del abismo de la que se parte, y en la que uno destila el tiempo llenando cuadernitos de apuntes inútiles, espejismos de un muerto sepultándose poco a poco en cada rayón, en cada nota, en cada punto que se traza hacia ninguna parte. Hay algo enfermo en forma de grito y que está cansado del silencio. Hay una especie de voz o fantasma que ha sido engendrado y urge en ser bautizado. Hay en principio un espacio en blanco, y del que pronto no quedará nada. Escribir como centro de emancipación hacia la vida. Escribir como refugio pero a la vez como medio de persecución, de resistencia, de incomodidad ante este diccionario de sensaciones que me infectan. Escribir como soplido a recuerdos con los que las arañas hacen festín. Escribir como fósforo que prende en fuego al pajar para encontrar la aguja. Escribir cuando quiera, y cuando no, dejar de escribir. El verbo como bala que se dispara hacia el mundo o hacia sí mismo. Escribir como laberinto y como salida y como pasillo interminable. Aparte de esto; una urgencia, un motivo. La escritura es un remedio para no morir, y todos sabemos que los remedios para no morir son devastadores. La escritura como sangre que me atraviesa el corazón sin matarlo; confusas conversaciones conmigo mismo, soliloquios que desmigajan el alma humana hasta su más íntima condición. Una búsqueda, una forma, y además, correr el riesgo de las consecuencias: la locura, el fracaso, el ridículo, o peor, la fama.
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Simplemente residir en el desagradable hecho de impulsarme como un dardo, siendo el dardo y la mano que lo arroje. Al final, no dar en un tablero, ni en un muro, ni en el elegante ataúd. Al final, caer tristemente al suelo y desahuciarme con el tiempo. Es así, con la secuencia infinita que cabe en el ser finito que soy, y mientras desamarro un nudo, otros más por su cuenta, se empiezan a atar.
Desconocidos María Camila Tafur Leal
Soy un mundo
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en el mundo, Soy la piel de tu vientre Y un poco de calor de sol en tu sexo.
No me conoces, Soy el día que no te percataste que pasó, La noche exclamando piedad en tu interior.
La luz se desliza por tu piel Y dibuja continentes.
¿Me oyes? Aquí hablo, aquí palpito, Aquí, allí, aquí Dentro de ti.
Soy un mundo en este mundo, mudo, que no oye, Que no oigo, que me espera Para desconocerme.
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Todos como ovejas Héctor Julio García Gaona
E
l papel se estaba cayendo a pedazos de la pared. Sólo podía oír el sonido de una máquina en la oficina frente a mí y ver trozos del empapelado regados por el suelo. Entonces me quedé allí, esperando a que algo ocurriera. Ramsés me había citado muy temprano esa mañana para darme noticias. Tan pronto como llegué me extendió la mano y me dijo que aguardara. Entró a la oficina de la derecha y no volvió. Dos horas después, de la oficina de la izquierda, salió alguien a ofrecerme un café. Yo dije que no, que estaba esperando a Ramsés y que él no tardaría. Al poco tiempo la máquina se detuvo. No sabría decirte qué tipo de máquina era esa. Era pesada, como de grandes pistones impulsados a vapor. En el vidrio de la puerta vi asomarse la silueta de Ramsés. Estuvo ahí largo tiempo. Yo imaginé que él aún andaba haciendo las correcciones, y que se había detenido frente a la puerta porque algo del texto llamó, en ese momento, su atención. Luego pensé que los errores no podían ser muchos, que quizá el problema estaba por el lado de la tinta o el gramaje del papel, después de todo, esos habían sido los primeros inconvenientes. Habría sido una vergüenza que se hubieran repetido. La máquina se reinició pero, instantes después, se detuvo. Creí que el momento había llegado, que Ramsés volvería con el libro bajo el brazo y me lo extendería. Lo que ocurrió en seguida aún es extraño incluso para mí. Había perdido la noción del tiempo. A la interrupción de la máquina le siguió la de la electricidad y me vi envuelto en tinieblas. Ya debía ser la noche y lo había pasado por alto. Me senté, aguardando a que se tratara de una falla en los mecanismos eléctricos. ¿Era acaso posible? Entonces, ya te imaginarás.
Sobrevino el pánico a estar sólo y pensé en ti. En que tú esperabas verme, pero en especial, en que siempre habías tenido razón. Debí escribir sobre el día en que te conocí, escribir una historia personal y no inventar excusas. Bien entrada la noche tuve que cantar alto para mitigar el frío. Me acosté sobre los cascajos de papel para conservar el calor y ahí, acogido en la miseria de esa noche, canté nuestra canción. Mientras cantaba recordé lo del asunto interno y sí, más te di la razón. La vida es una mierda.
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Pero he ahí que pensando eso, la luz de una oficina se encendió. La silueta de Ramsés apareció ante mis ojos cansados. En su rostro asomó una expresión de sorpresa. Dijo que había olvidado mi presencia y me presentó excusas. Mientras yo intentaba ponerme en pie, Ramsés trajo de su oficina la nueva guía telefónica y ahí, finalmente, estaba mi nombre bien escrito, sin nuestros apellidos de pareja.
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Muerte
Juan Sebastián Castillo En la mañana el poeta despertó de soñarse mariposa, tomó té, se estiró, regó las flores, comió arroz, se bañó en el río
En la tarde el poeta leyó los versos de los maestros, ofreció agua a los pájaros, meditó, fue al mercado
En la noche el poeta celebró con amigos la temporada de cosecha, bebió vino, rió como niño y volvió a casa en soledad
En la medianoche el poeta lloró por todos aquellos que amó y que ya no están, incluso el gato blanco del vecino
En la madrugada el poeta decidió dedicarle a la muerte un poema, tomó el pincel, el tintero y la seda, pero el sueño era pesado
En la oscuridad el poeta soñó el poema más bello que algún mortal haya escrito, entonces el sueño se hizo eterno
死
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*Ganador del Concurso de Poesía “Paracaídas de Letras”, bajo el seudónimo de Zhuang Zi
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Alapalabra, n.º 1, diciembre de 2014, revista estudiantil de creación literaria, es editada por la Universidad Central. Fue compuesta en caracteres Optima LT Std, Museo 500, Bickham Script Std. Se terminó de imprimir en los talleres de Xpress, en Bogotá, Colombia, en diciembre de 2014.