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clan. La figura central es la matriarca y con ella viven sus hijos e hijas, sus hermanos y hermanas, y su madre. También viven los hijos de las hermanas.
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Mar Olivella Ň Geógrafa

La Tierra de las Hijas En un lugar lejano, difícil de imaginar, a orillas del Lago Lugu (que significa Lago Madre), en una pequeña región del Himalaya, vive una de las pocas sociedades matriarcales que perduran hoy día. Se trata de un lugar alejado, a casi 3.000 metros de altitud, en la provincia de Yunnan, al sudoeste de China. Allí viven, en un universo femenino –donde los hombres son un regalo bien recibido, que vienen y van– las mujeres mosuo. FORMAN una comunidad de unos 30.000 habitantes en la que hombres y mujeres se ubican en posiciones diferentes a las que estamos acostumbrados. Las mujeres eligen a sus amantes, no se casan, administran la economía, marcan la línea sucesoria, organizan el trabajo, distribuyen los bienes, se encargan del bienestar de la familia, etc.; mientras que los hombres casi siempre viven lejos, en las casas de sus madres, y no tienen responsabilidades familiares. A diferencia del resto de China, los mosuo prefieren las hijas a los hijos, por lo que su territorio se conoce como La Tierra de las Hijas.

El matrimonio de visita En el pueblo mosuo, las mujeres y los hombres no se casan, pues el amor va y viene, como las

estaciones. Cuando el amor se va, las parejas se disuelven sin ningún problema ni para ellos ni para los hijos. Cuentan con derechos y libertades personales en el terreno de las relaciones sexuales prácticamente inauditos en el resto del mundo, por lo que la institución matrimonial, como la conocemos en occidente, sencillamente no existe. En su lugar existe lo que se conoce como “matrimonio de visita”. En el hogar mosuo sólo las mujeres tienen habitación propia, que recibe el evocador nombre de “habitación de flores”. Allí recibe la visita nocturna del amante, al que podrá negar la entrada con total libertad si no tiene interés en él, y lo que hagan en la intimidad de ese cuarto pertenece siempre al terreno de la discreción individual. Las relaciones pueden durar una

noche o toda una vida, pero sólo si la mujer lo desea. Aun cuando de la relación nazca un niño o niña, ningún padre vive con sus hijos. Los niños mosuo se crían

En el pueblo mosuo, las mujeres y los hombres no se casan, y cuentan con derechos y libertades en el terreno de las relaciones sexuales inauditos en el resto del mundo.

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En Yunnan, al sudoeste de China, vive una de las pocas sociedades matriarcales que perduran hoy día. en la casa de su madre y reciben el apellido de sus antepasados maternos. Las mujeres mosuo son fieles a tres cuestiones: a la familia, a sí mismas y al amor, y se considera como familia a los que tienen entre sí lazos de sangre directos y conviven en la vivienda del clan. La figura central es la matriarca y con ella viven sus hijos e hijas, sus hermanos y hermanas, y su madre. También viven los hijos de las hermanas y los nietos. Lo que no hay son maridos. Los hombres sin lazo sanguíneo directo con la matriarca pertenecen a otra casa y duermen bajo otro techo, en las casas de sus madres, donde tienen asignada una habitación. Esto implica la ausencia total de padres y abuelos, a quienes se desconoce o, en último caso, se les considera de otra familia. Los únicos varones que viven en

la casa son los hermanos y tíos de las mujeres, de forma que en lugar de tener un padre, los niños mosuo tienen muchos tíos que cuidan de ellos. En cierto sentido también tienen muchas madres, pues a las tías se las llama azhe ami, que significa “mamita”. Para las mujeres mosuo la familia es más importante que el matrimonio; por eso a pesar de que ellas eligen con quién pasan la noche y varían a menudo de pareja, esto no les lleva a casarse y a romper con la familia de origen. Desde su punto de vista, si se quiere tener una familia estable es una locura ir a vivir con un miembro de otra familia. Una convivencia de este tipo –unida por el amor, la sexualidad, la economía, los hijos, etc.– y para toda la vida, resulta impensable en este pueblo. La figura del padre, que en nuestra cultura parece tan

capital, no es así entre los mosuo, cuyo idioma ni siquiera tiene un término para referirse a él. Las mismas madres se encargan de preparar a sus hijas para la “ceremonia de iniciación” que refleja el paso de la infancia a la adolescencia. Lo celebran con una gran fiesta en la que las mujeres se adornan con largos pendientes, flores rojas y faldas bordadas. Allí la madre entrega a la hija una habitación para ella sola, con llave propia. Desde ese momento, la hija recibe de su madre el reconocimiento de la mujer que hay en ella.

Una sociedad matriarcal Lo que caracteriza a esta sociedad es que la mujer, además de ser la que tiene el poder, imprime a la sociedad

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el más indicado para fomentar la felicidad y la armonía.

una característica que puede emparentarse con lo femenino, aunque este concepto resulte difícil de definir. La posesión de bienes materiales, el tener por tener, la violencia para mantener el prestigio o el poder (propio de las sociedades patriarcales), no forman parte de sus intereses, que se centran más en el bienestar de toda la familia. La violencia, o simplemente el gritar, es algo que avergüenza; y, en cambio, se habla mucho, porque necesitan saber unos de los otros y se comparten los problemas. En suma, hay un entramado social donde la solidaridad y el cuidado mutuo están más presentes que en una sociedad patriarcal. En esta sociedad no existen las mujeres abandonadas o sin recursos, porque ellas son las que tienen el dinero, los hijos y la casa. Nunca dividen sus propiedades por herencia, divorcio u otras cuestiones, de forma que todo pasa de generación en generación, perpetuando el valor del clan.

Es curioso que las mujeres en las sociedades patriarcales han necesitado luchar contra la opresión secular que han sufrido, y en cambio en la cultura mosuo los hombres defienden la sociedad matriarcal. Los mosuo recomiendan su idealizado modo de vida como el mejor posible y

Lo que caracteriza a esta sociedad es que la mujer, además de ser la que tiene el poder, imprime a la sociedad una característica que puede emparentarse con lo femenino.

El gobierno chino, por una excepción y dada la peculiaridad de este grupo –al que trató de imponer el modo de vida patriarcal y fracasó en su empeño–, le permite tener hasta tres hijos a cada mujer, cuando para el resto del país impone la ley del hijo único. Cuando se da la circunstancia de que son varones, el hecho resulta una contrariedad, y se tiene por muy afortunada a la mujer que pare tres hijas, al contrario que en el resto de la sociedad china, lo cual no deja de resultar sorprendente. A medida que China se urbaniza y se enriquece, a medida que las comunicaciones son menos dificultosas y el mundo exterior penetra cada vez más en su territorio, muchos mosuo expresan su preocupación por el hecho de que su estilo de vida tradicional probablemente tenga los días contados. Es difícil saber cómo influirán estas circunstancias ya que, como dicen los mosuo, el futuro se halla a nuestras espaldas porque no lo conocemos; pero lo cierto es que si los maoístas y la Revolución Cultural no consiguieron acabar con su ancestral forma de organización, es posible que –pese a la globalización, que amenaza con uniformar las formas de vida de las sociedades actuales– este pueblo siga manteniendo como eje principal de su organización los valores femeninos.

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