AMOS 1. La historia Actúa bajo Jeroboam II, entre el 760 y 750 a.C., pero es originario del Sud, de Técoa de Judá, donde se dedicaba a la cría de ganado menor. Se trata, por lo tanto, de un campesino, pero de amplia cultura, entroncada con la tradición sapiencial (cfr. los géneros literarios que utiliza), y proveniente de una población bastante importante en época monárquica (Cf. 2Sa14,1-24 etc). Hay que ver en Amós un agricultor y ganadero de cierto nivel económico. Su actitud no está determinada por reivindicaciones sociales que lo afecten directamente, sino por su irresistible vocación de portavoz de YHWH (7,14-15; 3,8). Su ministerio no parece haber durado mucho, sobre todo después de su expulsión del país, que tuvo lugar tras el enfrentamiento con el sacerdote Amasías. Se movió generalmente en torno a Betel y Samaría y después se retiró a Judá y se dedicó a poner por escrito sus oráculos. 2. El libro En el mismo libro podemos descifrar la evolución de las relaciones de Dios con su pueblo: mientras dura el tiempo de la paciencia, el profeta intercede (7,1-6); pero al final sólo atestigua, porque ha llegado el tiempo de la condena (7,7-9; 8,1-3) y la ejecución (9,1-4). La colección fue conservada y releída por las sucesivas generaciones de discípulos que vieron los acontecimientos que daban la razón a las declaraciones del profeta. Se añaden también observaciones de los lectores judíos ya desde el s. VII. 3. El mensaje Nos impresiona la dureza de sus palabras que revelan un Dios asqueado por la actitud de su pueblo. La amenaza (4,12c) y la muerte se presentan por doquier (8,10). El reino de Jeroboam II aparentemente tan floreciente es el escenario de crímenes imperdonables a los ojos del Dios de Israel: los hombres que están al poder dominan y aplastan a sus hermanos menos afortunados. Pero una sociedad fundada sobre los favoritismos y la iniquidad no puede subsistir delante del Señor. Israel ha olvidado que el servicio (culto) a YHWH (Deut 6,4-5) es inseparable del servicio al prójimo (Lev 19,18). Para algunos Amós sería un profeta del arrepentimiento: invita in extremis a escuchar la voz de su Dios. Para otros sería un profeta del juicio: no deja ninguna posibilidad de escapar a la ira divina. Los primeros insisten en la intercesión del profeta, la mención del "resto" que el Señor rescataría de la catástrofe y las exhortaciones a "buscar al Señor" (5,4-6.14.24), la noción de un salvación futura, fruto de la pura gracia de YHWH. El profeta persigue así una finalidad positiva y sus discursos inspirados en la tradición sapiencial confirman esta intención parenética. Sus palabras condenatorias son anuncio de la proximidad del fin, de un juicio inevitable, y tienen el peso de un "último aviso". Todos los que corren el riesgo de que sus derechos sean desconocidos o pisoteados por una sociedad que respeta sólo la potencia y la ganancia encontrarán en los profetas a sus convencidos defensores. Estos arremeten contra un culto que, en su misma riqueza, demuestra ser más bien un insulto al Dios de Israel, por desconocer el vínculo indisoluble que la voluntad divina ha establecido entre el servicio al prójimo y el de Dios. Según la enseñanza de Amós, la religión israelita se funda más sobre la ética que sobre la nación. Aparece el llamado "monoteísmo ético", que descubre un Dios cuya voluntad se identifica con el Bien y cuyas exigencias se refieren al derecho y al a moral. Se nota una relación con las leyes vigentes, 1
especialmente con el Dt, pero no aduce ninguna motivación ni garantía. Se inscribe así en una corriente de pensamiento netamente yavista, pero su autoridad depende directamente del Dios que lo ha llamado; no actúa como escriba, sino como profeta. Como Isaías, Oseas y Miqueas, enseña que para llevarse bien con YHWH no basta con presentarle sacrificios extraordinarios; hace falta seguir su voluntad al pie de la letra: "se te ha hecho saber, hombre, lo que es bueno, lo que el Señor pide de ti: tan sólo respetar el derecho, amar la fidelidad y obedecer humildemente a tu Dios" (Mi 6,8). La Ley, los Profetas, los Sabios y los Salmos, el conjunto de la Revelación, proclaman la solicitud de YHWH por todos aquellos que la sociedad tiende a marginar u oprimir. La c:dáqáh no equivale a una simple justicia matemática. A través de ella la armonía se extiende a las diversas creaturas, como promesa de vida y abundancia. Mediante el juicio, mi$pá+, se restablece el orden primigenio y se renueva la comunión entre los seres. Esta doctrina se inserta en la línea de una preocupación común del Medio Oriente Antiguo: la felicidad de los hombres depende del modo como las dinastías reinantes respeten los derechos de sus súbditos. Las leyes quieren evitar que la desigualdad haga pico y ponga en peligro el "orden". La prosperidad del reino del Norte iba acompañada de una fractura dentro de la sociedad israelita, un régimen de desigualdad y abusos. Según los estudios de R. DE VAUX, en la capital del estado de Tirzá (hoy Tell el-Farcâ, había una zona de casas miserables que dan muestras del nacimiento de un "proletariado urbano" que colinda con un barrio residencial. Pero el origen de la crisis hay que colocarlo en la época de Salomón que organiza un poder centralizado. Ya David había reunido, junto a las tribus israelitas, la población cananea que había quedado, sobre todo en las ciudades y que será la que proporcionará los dirigentes para la gestión de los asuntos públicos. Se origina así una política "sincretista", que termina mezclando concepciones inconciliables. Por una parte, las antiguas tradiciones yavistas conciben una comunidad de hermanos, con igualdad de derechos, que comparten una tierra de la cual Dios es el único dueño. Según la concepción cananea, en cambio, el soberano tiene poderes que le permiten adquirir por transacción (2Sam 24,18-25), fuerza o astucia (1 Re 21) tierras que pasan a constituir "bienes de la corona", y que él otorga a sus cortesanos. Estos los ponían en manos de trabajadores que debían aprovisionar la mesa real en nombre de sus amos. Esta práctica está bien documentada en los óstraca de Samaría. Los profetas se enfrentan con una especie de "capitalismo latifundista" de origen urbano, que hace reinar el terror en el país y que aparece como traición al yavismo, un culto que no se puede reducir a los ritos sacrificiales, sino que implica todos los ámbitos de la vida. No intervienen en nombre de una "lucha de clases", sino que quieren ser fieles mensajeros del Dios de Israel y tienen como modelo ideal de referencia el régimen de la época tribal (pre-estatal) instaurado por la misma Torâ.
2