Don Aurelio era un viejo muy pícaro y jovial. A sus setenta y tantos ...

intente guardar esa música en alguna especie de cajón o inclusive si sus recursos se lo ... Como recomendación principal, dedíquese a oír música alternativa.
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Don Aurelio era un viejo muy pícaro y jovial. A sus setenta y tantos, decía que todavía sufría de ese mal terrible e incurable que, según él, atacaba a todos los hombres apenas se desarrollaban y que no era otro más que: pensar y desear estar con una mujer. Que eso era algo como de brujería, como de hechizo de la juventud. Una especie de maldición que se apoderaba del cuerpo y del alma de los hombres y que él siempre había imaginado que se le quitaría cuando pasara de los sesenta años ó, inmediatamente después de haber muerto Doña Laura, que dios la tenga en su santa gloria. Se quejaba Don Aurelio aquel día empuñando el bastón, pues decía que ni con los años que llevaba a cuestas ni con la ausencia de la señora Laura, se le había quitado eso de sentir un “sustito en el pecho”, cada vez que alguna mujer pasaba enfrente de su mirada añeja. -Yo soy un viejo muy enamorao-, dijo resignándose y, admitía que cortejar a una mujer era una de esas ilusiones que lo mantenía vivo a estas alturas del mundo y sobre todo lo ayudaba a soportar todos los calendarios que llevaba puestos encima. - Mire Don Aurelio, ¿Y Ud. estuvo toda la vida con Doña Lucía?, ¿No hubo por allí alguien más? - Pues la verdad es que la gran parte sí amigo, estuve con Doña Laura... -y su pícara sonrisa se encendió- hubo un tiempo en que no existía la Doña Laura, -suspiró- ah! ¡Esos años que no vuelven muchacho!, en los que me perdía dentro de la cálida piel de un cuerpo femenino, casi una diferente cada noche. Las muchachas de mi pueblo eran muy fogosas, ¿sabes?... creo que todavía. Eran también días de mucha inestabilidad. Uno el hombre cuando es joven suele ser bastante inestable con las mujeres, porque uno quiere probar de todo ¿sabes?, descubrir, ver y... es que cada una de ellas es un misterio muchacho, un intrigante y hermoso misterio. Ya después con los años... y sobre todo con la experiencia adquirida, hace que las féminas con las que te “juntes” luego, sean el resultado de una selección más rigurosa, más concienzuda, lo que no deja de tener cierto aire de maestría y sabiduría. - Creo que todavía me falta en ese sentido. ¿Y se enamoró Don Aurelio, de alguna mujer antes que de la señora Laura? - ¿Enamorarme?... Yo quise con todas mis fuerzas a mi difunta Laura muchacho, sé que ella también me amó y fue realmente como el oro puro hecho compañera, amiga y amante. Su bondad nunca tuvo límites para conmigo y hoy día la extraño tanto en medio de esta senilidad sin retorno en la que vivo... Pero debo confesarte –y su mirada se llenó de una melancolía intensa- que hubo una mujer antes de Laurita. Esa mujer que hoy día creo que todo hombre debe evitar conocer a fin de no encadenarse a ella por siempre. Una mujer que viaja hasta mi pensamiento cuando veo serenamente como juega el viento con la montaña incólume y lejana. Una mujer que desapareció entre correos y libretas telefónicas, en la neblina espesa de las circunstancias desafortunadas, refugiándose acá adentro –y el Don señaló su pecho frágil y blando-, oculta en la melancolía que amanece conmigo día a día y a donde quiera que estos pies y el destino me han llevado. Quedé perplejo ante la confesión del viejo Aurelio Sensat y por unos segundos hubo un silencio que dio al momento un aire de nostalgia, de recuerdo sacado del fondo de un alma intacta a pesar del tiempo transcurrido. Un recuerdo recuperado como el viejo tesoro de un pirata en su aventura. - Morelli, se llamaba Ana Morelli –dijo Don Aurelio-. - Por la intensidad con que lo menciona, digo, me refiero a ese nombre Don Aurelio parece que no ha olvidado aquella mujer. -¿Olvidarla?... pero muchacho, olvidar un amor como el de mi Doña Ana sería como negarme a mí mismo con todo y lo viejo que estoy, como negar ves a esa montaña que está allí… , esperando a que la conquisten nuevamente.

- Entiendo Don Aurelio, ella fue muy importante para UD. según veo pero ya al cabo de todo este tiempo, de todos estos años, en el ocaso de su vida... ¿No queda ya sometido el recuerdo a la voluntad del olvido?... Como una ilusión pasajera de la juventud perdida. -¿Puedes tu muchacho controlar el olvido? Ó ¿el recuerdo?, ¿Puedes decidir a dónde se va cada emoción?, ¿Dónde amanece la palabra dicha y el gesto sentido? - Bueno, la verdad no Don Aurelio yo no tengo ese control. Pero yo creo que el tiempo, las circunstancias, la gente, los amigos, el trabajo, uno encuentra la manera de olvidar... en el día a día ¿no? Los amores pasan tarde ó temprano y a su edad, y con todo respeto Don Aurelio, es mucho lo que se ha vivido como para estar pendiente de una ilusión de hace tanto tiempo, es sumamente cursi. Hoy día hay mucho ajetreo, la vida transcurre mucho más rápido y si no nos montamos en el tren éste nos arrolla, ya no hay mucho tiempo para el romanticismo iluso de un amor perdido en el camino, de un recuerdo. La sensibilidad queda atrapada por la inmediatez. -Tienes la visión de los veintitantos amigo mío y de este tiempo agobiante del hoy, cuando llegues a las setenta y tantos y hayas tenido tu propia Ana, sabrás que para olvidar un amor así, solo se puede hacer una cosa: escribir. Y, eso no te garantiza el resultado, solo lo hace más llevadero. Pero ya habrá tiempo para conversar sobre eso, no sé por qué pero el pecho me ha empezado a doler... de nuevo. (...) El viejo Aurelio Sensat había emprendido el último viaje junto a Doña Lucía hacía ya seis semanas. Había estado evitando el asunto este de Don Aurelio y, escondiéndome en trabajo, en actividades sin sentido y las formas banales de perder el tiempo. La verdad es que su partida me afectó tremendamente solo que, como muchas cosas hoy día estaba tratando de negármelo, de hacer clic y continuar. ¡Necio!, al enterarme de la muerte de Sensat aquella noche, salí a caminar por la ciudad y en la abandonada placita de mi infancia, no pude contenerme más y lloré sentidamente por la muerte del viejo Aurelio... Recordé que luego de múltiples conversaciones con Aurelio Sensat, en el marco de mi investigación sobre los veteranos de la Cuarta Guerra, nos hicimos amigos entrañables… como si lo conociera de toda la vida. Y es que, “el viejo Aurelio” como me gustaba llamarlo cariñosamente, tenía un espíritu indomable y a la vez tan lleno de sentimiento. Emociones que suelen ser tan ajenas para mí. Quizá la vida de Don Aurelio tan llena de experiencias dramáticas, de cursilerías como yo solía decirle, de esas “pendejadas” que él decía lo hacían vivir en 18 con 70, hicieron que tal vez yo lo empezara a ver como el padre que nunca tuve, bueno que si tuve pero que fue siempre tan ausente. Ya en las últimas veces que nos vimos el viejo Aurelio se empeñó en querer heredarme una destartalada biblioteca, donde guardaba sus tesoros más preciados, según sus propias palabras y que, además de polvo y termitas, contenía una buena cantidad de libros que me faltaban por leer en esta vida: “tu tienes que leer estos libros muchacho a ver si sales de esa vida aburrida y programada que llevas, para que la enciendas y descubras que no todo es la premura informativa y la estadística frívola”. Así que una tarde cualquiera, olvidándome de todo y de todos, apagué mi computador y saqué un tiempo finalmente para desempolvar la madera y organizar mi lectura heredada para los próximos meses y, ver “los tesoros de Don Aurelio”, …además y ¿por qué no?, también hacer mi tributo silente a este viejo mujeriego y aventurero. Además de una caja con viejos discos compactos de primera generación, de cantantes antiguos y desconocidos para mí, encontré en medio de Shakespere y Neruda, una libreta de notas enmohecida. Aparentemente remendada en diferentes épocas y que en su interior estaba llena de hojas amarillentas, con anotaciones de puño y letra por Don Aurelio en una tinta que se aferraba con fuerza en el papel. La abrí al azar y encontré lo siguiente:

...Dijo algún sabio en su momento que, “el hombre, lo que más anhela en la vida es lo que no puede tener” y ves, por mi parte creo que ha dado justo en el punto. Y es que esto de no poder tenerte ya se me está haciendo insufrible, por eso vengo acá... Si al menos me dieras tu receta, tu forma para olvidar. Una guía que seguir, una instrucción que me permita concentrarme de verdad en mis cosas, olvidarte de veras y seguir. No acordarme que existes, que caminas, que sientes, que despiertas una mañana, que duermes una noche y que estás allí... con él. ¡Tonto masoquista soy! ¿Se fue ya el pensamiento diario que te traía hasta mí? ¿Se han dormido las ganas de abrazar verdaderamente a quien amas? ¿Me has olvidado ya amor? ¿Y la ilusión? Como me duele esa palabra…. Ojala pudiera, decidir concientemente lo que debo olvidar y lo que debo recordar, me obligo cada día a olvidarte pero es difícil, por eso se me ocurre escribirlo, darle un poco de metodología, recorrer espacios de hojas blancas a ver si de esta manera me convenzo de una vez y para siempre que olvidarte es fácil, como se olvida el árbol de las hojas secas que; arrastradas por el viento, se van lejos en el horizonte... o se quedan, para abonar la raíz fuerte de mi amor por ti. ¿Cómo olvidarte y continuar? así como lo haces tu hoy en tu silencio, ese que es tan mío, ese que te pesa de saber que sufrimos la melancolía de lo que no pudimos y del beso ausente, de la nostalgia de sonrisas autenticas, de las manos que suspendieron su encuentro sutil. ¿Lo has logrado?, ¿Has podido olvidarme? Yo no. Por eso viene la palabra tranquila que dice: ”Si UD. quiere olvidar un amor, tenga primero en cuenta que de entrada es difícil, dificilísimo. Sobre todo si es a usted al que ese amor ha abandonado a su suerte. Pero haré un buen intento de dar a todos los hipotéticos lectores de esta guía, las luces correspondientes para seguir adelante, por supuesto sin ese amor que hoy extraña tanto. Esta guía para olvidar es, además de un ejercicio de masoquismo melancólico, una oportunidad para el optimismo y la esperanza, esa pareja feliz que cuando el amor nos deja, sale velozmente corriendo como el mejor deportista olímpico. No se engañe, piense de una vez que el amor que usted quiere olvidar ya ha dado pasos agigantados para digamos, “pasar la hoja” y continuar sin su simpática sonrisita de ganso cada vez que usted iba y lo frecuentaba. Dígalo ahora, afírmelo: Ella (él) me ha olvidado, estará dando el primer paso. Sin embargo, no garantizo que la guía funcione como una receta, puesto que para estos casos no existe esa posibilidad, tan sencilla pero que sería muy útil. Inclusive puede ocurrir que al final de este manual, recuerde usted más aún a ese amor que tan ansiosamente desea olvidar a diferencia de cuando empezó a leer estas instrucciones. En vista de eso, si por alguna razón piensa que esta guía no le beneficia en lo absoluto, para combatir ese despecho que lo trajo hasta aquí, le recomiendo seriamente detener la lectura y cerrar esta guía ahora mismo, al menos hasta que el mundo declare la guerra contra el recuerdo o su amor ya perdido, se haya entregado definitivamente a la desesperanza. Un alerta importante cabe resaltar. Puede que ocurra que en el intento por olvidarla u olvidarlo, se olvide UD. de sí mismo(a) por aquello de que “olvidar un amor es como querer negarte a ti mismo”. No es el tipo de olvido que pretendo que usted alcance, no te olvides de ti, olvídate de ella (ó de él). Vale, siga usted al pie de la letra todo lo que viene a continuación y por favor no me haga responsable si su melancolía aumenta o si piensa luego en tratar de dedicarle esta guía absurda a

su amor perdido, en una especie de truco romántico-poético y desesperado para hacer que vuelva.” Saludos y además... suerte, Aurelio Sensat Guía para Olvidar (Un amor). Lo primero, deje espacio a la esperanza. Pronto volverán a encontrarse, no trate de ponerle tiempo, éste es diferente del tiempo cotidiano. Por más que relea y relea sus cartas (ó más en esta nuestra época, e-mails) el amor que se ha ido no volverá. Por eso debe UD. borrar cuanto antes toda evidencia del amor pasado que hoy lo consume. Saque cajas, carpetas, folios, manuscritos, papelitos, todas, absolutamente todas las palabras que con ella o él haya intercambiado. Envuélvalas bien con un papel de seda, sujételo con un cordel y diríjase a un lugar al aire libre que más sea de su preferencia, una vez allí abra un hoyo, no muy profundo y, deposite allí su preciado tesoro Si es digital el asunto, haga click en “delete”. No. No está permitido guardar “detalles”. Tome todos los discos compactos (o de acetato si fuera el caso) ó “CDs” y regáleselos a alguna persona feliz que no tenga el sufrimiento de estar olvidando un amor. Bajo ningún concepto intente guardar esa música en alguna especie de cajón o inclusive si sus recursos se lo permiten, caja fuerte. No, no lo guarde, hacerlo sería auto engañarse, porque a final de cuentas UD. sabe que su amor pretendidamente a olvidar, estaría allí, en ese cajón o caja fuerte en el que quiere encerrarlo. Como recomendación principal, dedíquese a oír música alternativa. No tararee más las canciones dedicadas ni repase las letras con nostalgia, váyase mejor por la opción de música instrumental que relaje su oído y adormezca su alma. Recoja y elimine exhaustivamente toda fotografía, impresa o digital de quien ayer era el centro de su vida y que hoy quiere UD. convertir en tan solo un destello del pasado. Sí, la fotografía que lleva en su cartera o bolsillo todos los días de su vida, sáquela también, duele pero… hay que hacerlo. Tome el tiempo necesario para esta actividad.

Por: Jesús Alberto Maceira Caracas, 2005