Moda & Belleza
Página 4/Sección 5/LA NACION
Desde hace 14 años, Ana Torrejón es la editora de la revista Elle argentina. Y ahora se despide. Hasta el lunes 31 la revista tendrá su sello. “Creo que hay que saber irse de los lugares para que otras personas tengan la posibilidad.” Un almuerzo para escucharla –habla largo y tendido– y para preguntarle sobre lo que más le gusta: la moda. Y como su estilo, impecable, pensado, tiene una respuesta afín. A los 14 años Torrejón leía Elle (la francesa) en la cama. Y aprendió francés con la revista en mano y un diccionario. “Así, cuando me llamaron para encargarme de Elle argentina fue como cumplir un sueño de adolescente. Elle francés me enseño un montón de cosas. Es una revista muy aleccionadora, la leía para hacerme la agrandada...”, se ríe. Se hizo cargo de la revista en enero de 1994. –Elle argentina tiene tu estilo... –¿Vos creés? Adoro esta profesión. Siempre me ha bendecido muchísimo y me ha hecho conocer distintos mundos. Creo que hay noticias que pueden crearse desde las imágenes. Siempre busqué transformar la moda en una noticia y darle un contexto cultural. Y también le di mucha importancia a la actualidad de la mujer. Me propuse tener un diálogo muy honesto con la lectora. No tener esa división: De acá para acá es una revista y se vive una vida glamorosa. Y de acá para acá es la vida de ustedes y miren ésta a ver si la copian... Y la segunda cuestión era no ser dogmática: hay que escuchar todas las voces y respetar todos los estilos. –¿Qué anécdotas recordás? –Hemos acompañado a una enferma terminal a la que me ocupé de preguntarle por qué leía Elle. Y ella dijo algo muy lindo, que Elle era como un rayo de sol. Acompañar a alguien así resignifica mi deber y mi compromiso. También hemos ayudado a chicas en casos de abuso. Pero nunca las cartas de la gente, que exponen situaciones que requieren privacidad, han sido publicadas. También me han pasado casos lindísimos: que una mujer pase al lado mío, vuelva y me diga: Tuve un
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Jueves 20 de diciembre de 2007
OTRA PAGINA
Después de catorce años, Ana Torrejón, editora de la revista Elle, se despide. Su mirada sobre la moda / POR CATALINA LANUS
embarazo complicado y vos me acompañaste... O un empleado en un free shop salir a ayudarme cuando un día mi marido me tiró perfume en el ojo y me puse a llorar. ¡Pero Ana, por favor, qué te pasa, en qué te puedo ayudar... Yo trabajo en un free shop y todo lo que sé, lo sé porque leo Elle! –Sos como un personaje... Tu pelo corto, tus labios colorados, una imagen trabajada. –¿Vos creés? –Sí, sos como la Ann Wintour argentina. –No, no, no, no. Mirá, los labios me los pinto desde los 6 años. Yo le sacaba a mi mamá un rouge que se llama Love That Red, de Revlon, y lo llevaba al colegio. Y del colegio volvía con notas: Que Anita no traiga el rouge a clase. En el colegio Jesús María se acuerdan que yo daba los discursos y les decía: No tejan para los novios, porque ése es el principio del fin. Lo que me pasa siempre con los lectores es esa situación lindísima, en el supermercado, la peluquería o por la calle. Saben que soy abordable, y se me acercan a charlar. –Y eso se traduce en tus editoriales... –Sí, muchísimo. Todas las editoriales están inspiradas en lo que la gente me cuenta. Si vos me decís, ¿cuál es mi estilo? Yo vivo metiéndome en todo, sé el nombre de los que viven en el barrio. Y si el avión se demora seis horas, soy la encargada de negociar para todos los pasajeros (risas). –¿Siempre te gustó la ropa? –Sí. En una oportunidad mis padres se habían ido a Europa, yo tenía 8 años, y la convencí a mi abuela para que me hiciera un traje inspirado en George Harrison, con pantalón y maletín repujado. Al Zoológico iba con la funda de la almohada de mi hermana puesta como pollera tubo, rouge, tapadito y zapatos de española. ¡A mí no me gustaba ir al Ital Park! Yo acom-
MAXI AMENA
Tapadito militar negro con diez botones, pelo a la garçon, labios colorados, aros chicos y anillo enorme. Elle es Ana Torrejón
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po pañaba a mi mamá y a mis tías a las pruebas de vestidos de Emma Saint Félix, a Henriette a ver sombreros, a Harrods... No me gustaba lo infantil. Me gustaba hacerme peinados. –Has visto cambios en la moda. –Sí, una gran evolución. Han surgido diseñadores, etiquetas, agencias de modelos, maquilladores, peinadores... Cuando empecé en Elle, la industria de la moda estaba totalmente diezmada por el 1 a 1. Además, como la influencia venía de largo, había grandes etiquetas y grandes creadores que a partir de los años 70 habían quedado opacados. La gente viajaba y compraba afuera. Con la influencia de las carreras de la UBA con un espíritu más abierto, con los medios de moda, se armó un gran team.
–¿Cómo ves el diseño argentino? –Muy bien. No todo el mundo tiene capacidad para generar un negocio. Quizás un creador no tiene esa habilidad y necesitan un coaching. Nadie discute la habilidad y la impronta de Martín Churba, Pablo Ramírez, Nadine Zlotogora, Jessica Trosman. Pero hay firmas, a otra escala, que ofrecen cosas maravillosas: Benedit Bis, Objeto... –Y otras generaciones que aportan lo suyo... –Tengo un profundo respeto por la tradición: Gino Bogani, Hernán Fragnier, Rosina, Mary Tapia. También han dejado su marca diseñadores como Fridl Loos, Jacques Dorian. Ves un vestido de Gino de la década del 80 y te desmayás. Manuel Lamarca es tan chic. Lo mismo pasa dentro
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del periodismo. Hay periodistas maravillosas: Leda Orellano, María Luisa Livingston, Felisa Pinto, Male Santillán, Carmen Acevedo Díaz. –Y desde Elle vos aportaste lo tuyo. –He tratado de ser seria. Ahora estoy feliz, estoy dando clases: encontré una misión. Yo necesito misiones (se ríe). Estoy dando clases en la Universidad de Palermo. Tengo la ilusión de que ahora que no tengo un trabajo tan importante alguien me pida que haga el vestuario para una película o que le escriba algo. Si uno no se renueva se empieza a enquistar en sus propias ideas. –Y vas a seguir con tu galería de arte... –Siempre, me encanta. –¿Qué te parece el look de Cristina? –Creo que es una mujer muy mona.
Creo que sí o sí una presidenta tiene el compromiso moral de vestirse con diseñadores argentinos. Habla muy bien de Cristina que ella haga sus propias inversiones y que sea muy digna a la hora de vestirse. A veces me shockea ver ciertas joyas... La verdad creo que quedaría mucho mejor con el pelo más corto. Tiene que entender que su imagen no son sólo ideas y acciones, sino lo que uno muestra. –La ropa habla mucho de uno. –¡La ropa es un manifiesto! –¡Qué frase! –Todo lo que yo soy, si no te lo digo verbalmente, te lo digo con lo que tengo puesto. –¿Y cómo ves a las argentinas? –Hay cosas que hacen mucho mal. Por ejemplo, una mujer de cuarenta y pico que dice: Ahora estoy mejor que a los 20. ¡Es mentira! Los 20 son los 20, y los 40 los 40. Hace mucho mal el festival de colas y lolas, y clichés. Es algo que se ha impuesto desde los medios. –Algo muy argentino. –Los medios tienen una mirada de la mujer-objeto que es muy dolorosa. A partir de eso empiezan las crisis. Compran una realidad ideal. Estoy absolutamente convencida de que lo peor que te puede pasar es ser joven. Estás con el peso de lo carnal, con el peso de lo emocional. A medida que te vas poniendo más vieja lo pasás mejor. –Y llegan las arrugas... –Creo que lo exterior debe estar en consonancia con lo interior. Lo que busco en mi vida es placer, armonía, equilibrio. Yo no me haría cirugías porque sé que no aspiro a eso emocionalmente. Pero respeto lo que cada uno quiera hacerse: hay mujeres con cirugías espléndidas y otras horrorosas. –¿Cómo se viste la gente? –Hay gente extraordinariamente bien vestida. Y otra, en cambio, que lucha contra un cliché o muy victimizada. Hay que pensarse a uno mismo. –¿Qué te gusta? –Recorrer avenidas, hacer paseos antropológicos, mirar a la gente, recorrer tanto el Once como Palermo, San Telmo o un shopping. Y anotar lo que veo en una libretita. Salir a caminar, tomar cafés y las plantas. Me gustaría, el día que no esté más vinculada con el arte o la moda, tener una florería...