De Máxima a Kicillof, las aulas de los líderes

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OPINIÓN | 21

| Jueves 7 de febrero de 2013

colegios de elite. El perfil que alientan las instituciones de prestigio marca también a la sociedad cuando los egresados se vuelven

voces influyentes. La futura reina de Holanda y el viceministro de Economía son ejemplos paradigmáticos de sus propias escuelas

De Máxima a Kicillof, las aulas de los líderes Luciana Vázquez —PARA LA NACIoN—

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áxima Zorreguieta versus Axel Kicillof. o viceversa. Es curioso: en la última semana la conversación pública viene gastando, sin descanso, dos nombres propios. De la fantasía de un hada madrina a otra ilusión, la de un pretendido Robin Hood de los humildes. De Máxima a Kicillof, sin escala. Lo llamativo es lo que Máxima y Kicillof tienen en común: ambos son hijos dilectos de dos de los colegios de elite más representativos de la Argentina. El colegio Northlands, en olivos, de donde egresó Máxima, y el Colegio Nacional de Buenos Aires, “el Buenos Aires”… o “el Colegio”, a pasos de Plaza de Mayo, de donde salió a la vida pública Axel Kicillof. La institución donde nos educamos no es irrelevante. Las visiones del mundo se moldean también en sus aulas y en sus patios. No es lo mismo egresar de un colegio de elite que de cualquier otro. Son máquinas muy distintas. Y el output que producen, sus egresados, no sólo marca el destino de sus ex alumnos. También puede afectar a toda a una sociedad cuando muchos de los nombres propios salidos de sus aulas se convierten en voces influyentes. Pero no todos los colegios de elite son la misma cosa. Hay colegios productores de elites. Y hay colegios reproductores del liderazgo de un grupo social. Son dos tipos de propuestas distintas. Entre los reproductores de una elite, es decir, las instituciones a las que asisten los miembros de una elite bien cohesionada que preexiste al colegio, están claramente el Cardenal Newman, sólo de varones, de donde egresó Mauricio Macri, y el Michael Ham, sólo de niñas, los únicos dos estrictamente confesionales y que resisten la coeducación. Son exclusivos pero no necesariamente los más caros: su exclusividad se basa en la repetición de apellidos, muchos de prosapia, generación tras generación, y una apertura controlada a nuevas familias. Garantizan al grupo social que los elige la reproducción de sus valores, católicos y tradicionales, y de su gente, “mujeres íntegras”, según su propia definición, que ponen el acento en la familia y hombres de perfil bajo con éxitos en el mundo privado. otro rasgo en común: aunque ambos colegios son bilingües, ninguno está interesado en incorporar el Bachillerato Internacional (IB), el programa de formación internacional que tanto tienta a una clase de ciudadanos globales. El IB, o su ausencia, es una diferencia sustancial con otros tres colegios también reproductores de elite. Se trata de los colegios bilingües mixtos de alta gama que hoy, con la educación pública en descrédito, también son destinos soñados por profesionales de clase media para arriba listos para un upgrade social, que se codean allí con los retoños de una alta burguesía nacional y un algo de familias de prosapia. Me refiero al colegio Northlands, el de Máxima y Nelly Arrieta de Blaquier, pero también el de las hermanas Escudero, estrellas del “Bailando...”, de Marcelo Tinelli. También entran dentro de este perfil el Colegio San Andrés, de donde salieron los hijos de Domingo Cavallo o Martín Redrado, y el San Jorge de Quilmes, donde estu-

diaron Richard “el Gato” Handley y Raúl Moneta, nombres clave de la década menemista, y al que van hoy los hijos de Nancy Pazos y Diego Santilli o la hija menor de Jorge Lanata, junto a una burguesía acomodada de la zona sur, de perfil poco mediático. Estos colegios de elite del mundo IB suelen ser algo cerrados, pero no tanto si se los compara con el Newman o el “Michael”. Son, a pesar de todo, un campo de oportunidades para chicos con sanas ambiciones y con padres de bolsillos saludables. Por supuesto, como es frecuente en los colegios privados de elite, para ingresar hay que demostrar la pertenencia previa a una red, presentar cartas de recomendación de ex alumnos y foto de la familia. Y hay que poder pagar cuotas altísimas. Pero a partir de allí, el camino está franqueado: la religión no tiene mayor peso y los valores son bien mundanos. En el otro extremo están los colegios formadores de elite. Son muy pocos: el Buenos Aires, su máximo exponente, y en menor medida, el ILSE y el Carlos Pellegrini. Allí, individuos dispersos de las capas medias más o menos altas y algunos esforzados de las clases bajas pasan el cerco, se cruzan en las aulas y los patios y salen al mundo constituyendo una elite. El mecanismo de selección es totalmente meritocrático: un curso de ingreso anual con exámenes parciales. En el Buenos Aires, por ejemplo, el año pasado se presentaron 1200 chicos y entraron poco más de 400. La elite, y esto es central, no existe antes que el colegio. Al contrario: necesita del colegio para surgir. Es la experiencia en los pasillos, las aulas y el patio lo que hermana a sus alumnos hombro con hombro. Una vez afuera, malas noticias, tienden a funcionar como toda elite: muchas veces se cierran para defender los valores de su grupo, construir alianzas, formar redes compactas. Fraternidades. Apalancamiento profesional para el futuro de sus egresados. No se trata simplemente del reencuentro nostalgioso de cualquier camada de egresados. No. En los colegios de elite, además de lazos afectivos, se fortalece una red: la de los negocios y la política, la plata y el poder. Se entiende, tantos años compartidos en las aulas dan algo difícil de adquirir “afuera”: confianza, basada en amistades de años y en visiones construidas codo con codo. Sabemos: el macrismo se nutrió de Newman boys. Allí están José Torello, Pablo Clusellas, Francisco Irarrázabal y Jorge Triaca hijo, además del empresario Nicolás Caputo, íntimo de Macri y su hombre de más confianza. En el caso de Máxima, fue una amiga del colegio, Cynthia Kaufmann, hija de un empresario global, quien le armó la cita a ciegas internacional con el príncipe de Holanda.Matrimonio y profesión vinculados fuertemente con las relaciones construidas en los años escolares. En el Buenos Aires el funcionamiento solidario de la red tejida en el colegio no es muy diferente. La Cámpora y el kirchnerismo también se nutren de las filas de la elite intelectual salida del Buenos Aires, por ejemplo. Además de Kicillof, también estudiaron allí su amiga Cecilia Nahón, hoy embajadora en los EE.UU., Mariano Recalde y Andrés “el Cuervo” Larroque,

entre muchos otros más. También Aníbal Ibarra, por mencionar a protagonistas de otras gestiones de gobierno, tuvo en su paso por la Ciudad a casi una decena de ex alumnos del Buenos Aires. Para ser clara: la diferencia entre la elite que se cuece en el Buenos Aires con las otras elites, las que preexisten al colegio, pasa por otro lado: los valores que enarbolan. Y esa diferencia no es menor. Coinciden en la excelencia, por ejemplo, como un valor señero. Pero –y esto es clave– “excelencia” no quiere decir siempre lo

mismo. Para el Buenos Aires, excelencia académica es sinónimo de rigor y exigencia en la manipulación de conocimientos, espíritu crítico, la duda como mandato. De ahí se deriva un sistema de valores: el valor del esfuerzo, la riqueza de la diversidad, la cultura del saber, el disenso hasta las últimas consecuencias. Para los otros colegios de elite, sobre todo los del mundo IB, la excelencia académica es otra cosa: una educación a la altura de las elites internacionales, abundancia y sofisticación del menú de experiencias. Des-

de un inglés tan preciso como fluido hasta buenos modales, clases de violín y arte, deportes y viajes por el mundo y el tuteo social con extranjeros. Los colegios privados de elite son mundos prolijos y controlados. Los chicos aceptan la desigualdad entre educando y educador con naturalidad. No hay centro de estudiantes, sino Student Councils que nunca toman el colegio. Buscan en el formato del debate y la propuesta de soluciones –siempre a problemas “locales” del colegio, nunca a la política nacional– una superación de la militancia estudiantil clásica. No juegan a ser grandes antes de tiempo. En los formadores de elite es diferente. En el Buenos Aires, para bien o para mal, los chicos se creen ciudadanos plenos. Llevan las posibilidades del reclamo democrático y republicano hasta el límite. Y más allá: a veces salen a la cancha a jugar el juego de la política y la democracia sin haber terminado de aprender las reglas del juego. De allí surgió Kicillof. Y otros tantos, desde Mario Firmenich hasta Horacio Verbitsky pasando por Roberto y Juan Alemann, ejemplos mínimos de una lista larguísima de ex alumnos que tuvieron una participación destacada en la vida nacional. Desde hace décadas, la escena pública es el ámbito donde se juega su identidad de marca. La militancia es el “acabado fino” que aporta el Buenos Aires. Dueños de una capacidad analítica que los distingue, miran la realidad de lejos, y muchas veces desde arriba, para pensarla. Cuando intervienen, los egresados que se han vuelto sinónimo del colegio lo hacen sobre todo desde la función pública o desde el campo intelectual. La vocación política entre los alumnos de colegios de elite privados, especialmente los de aspiración internacional, es una excepción, como en el caso de María Eugenia Estenssoro, ex Northlands, que se formó en serio en el exterior, volvió para ser periodista y se convirtió en política. El caso de los Newman boys hoy metidos a políticos también es una novedad. Pero su modo de hacer política es muy distinta a la de los ex Buenos Aires: cuestionan menos, hablan poco –tienen menos capital intelectual, les imputan desde el Buenos Aires– y conciben la política como “gestión”. Los del San Andrés o el Northlands, en cambio, siguen creando riqueza lejos del Estado. Abundan los emprendedores de Internet, por ejemplo. El sector de servicios de alta gama también es tierra de oportunidades para sus egresados. Entre las chicas, se registra muchas veces una constante: carrera universitaria, fogueo profesional global y matrimonio internacional, en muchos casos. Tiene lógica que Máxima, la princesa, saliera de allí: de algún modo llevó el paradigma a su expresión más acabada. Del Buenos Aires, en cambio, podemos esperar algo parecido a la activista chilena Camila Vallejo, o a Vilma Ibarra. o a Kicillof. Buenos alumnos dueños de una altísima autoestima intelectual, que confían en la ideología para pensar el mundo y tienen el sueño romántico de cambiarlo a fuerza de argumentos y dedito levantado. A veces, se equivocan. A veces, no. © LA NACION La autora es periodista, escribió La educación de los que influyen (Sudamericana) y Los colegios del éxito, en proceso.

El escrache es parte de la estrategia K Luis Majul —PARA LA NACIoN—

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os escraches y las agresiones explotaron a partir de la asunción de Cristina Fernández o es la consecuencia de una estrategia política deliberada que empezó con Néstor Kirchner y que su esposa ahora está llevando al límite? Con el injustificado ataque de decenas de pasajeros de Buquebus al viceministro Axel Kicillof y su familia como disparador, discutimos este asunto ayer, por radio, de manera apasionada, pero amable, con el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández. Para Fernández, son el tono y la actitud de la Presidenta, una dirigente que habla “como si fuera la única dueña de la verdad”, los que viene alimentando este clima de confrontación irreversible. Es la escena de la jefa del Estado que “manda en cana” con nombre y apellido al agente inmobiliario que confirmó la caída de la actividad lo que explica, en parte, la reacción inversa de quienes no toleran al Gobierno. Es el silencio de Cristina Fernández ante los carteles anónimos contra Jorge Lanata lo que provoca la respuesta violenta. La convalidación que hace la primera mandataria de la caza de brujas impulsada por Hebe de Bonafini contra los jueces de la Corte es lo que genera tanta indignación. El ex jefe de Gabinete, por supuesto, repudió la agresión a Kicillof, pero al mismo tiempo planteó, igual que en la columna

que ayer escribió en la nacion, que con Kirchner esto no pasaba. Explicó que el ex presidente defendía con pasión su verdad, pero que no consideraba un enemigo a quien pensara diferente. Me permití disentir y me pidió precisiones. Cité, por ejemplo, el uso del atril para plantear un boicot a la Shell o criticar, con nombre y apellido, a Joaquín Morales Solá; la bendición oficial para instaurar 6,7,8 y el ataque a los trabajadores del Indec que se atrevieron a denunciar la manipulación de estadísticas oficiales. Y ahora mismo, recuerdo el maltrato que le propinó Kirchner a un cronista de Radio Continental en el medio del conflicto con el campo y que tanta indignación le causó en su momento al ex periodista crítico Víctor Hugo Morales. También le comenté a Fernández que cuando esto sucedía él era jefe de Gabinete, aunque me consta que algunas veces intentó detener el ataque presidencial contra periodistas que lo criticaban. Fernández insistió en su hipótesis. Y puso como ejemplo, para justificar su razonamiento, que el último día de su mandato, Kirchner tuvo la delicadeza de invitar a la Casa de Gobierno a Morales Solá y lo despidió con un saludo afectuoso. Pudimos coincidir en que los estilos de uno y de otra no eran exactamente los mismos. Sin embargo, sigo pensando que la estrategia política fue siempre

idéntica: poner al “enemigo” en una sola bolsa, fragmentarlo, desprestigiarlo, bajarle el precio para luego quedarse con la otra mitad. Kirchner no fundó 6,7,8, pero lo convalidó y le dio buen uso. Tampoco fue durante su mandato cuando se inició el armado del enorme sistema oficial y paraoficial de medios que tiene como misión primordial atacar y descalificar al periodismo crítico y a la oposición. Pero Ernesto Laclau y Horacio Verbitsky –y las organizaciones de empleados ciber-K– ya venían operando desde hacía tiempo para agudizar las contradicciones y dividir a la sociedad en dos partes más o menos iguales. La persecución a través de la AFIP y el quite de la publicidad oficial a los medios no disciplinados se consolidaron una vez que Cristina Fernández se terminó de acomodar en el rol de jefa del Estado, pero su esposo ya había empezado a practicar otro tipo de discriminación: atendía sólo a los periodistas amigos, les prohibía a sus ministros aparecer en los programas de radio o de tele que no fueran “del palo” y ya había decretado la muerte del diario Crítica al ordenar, de manera terminante, no cederle ni un peso de la pauta que distribuye Télam. H ay que decirlo: la discusión sobre cuándo empezó todo no es una discusión menor. Porque se trata de saber cuál es la verdadera cultura política del Gobierno

y hasta dónde son sinceras las palabras de la Presidenta cuando pide tolerancia y respeto por todas las personas, piensen como piensen. Sólo que las haya pronunciado tiene un valor indudable. Sirve para descomprimir el clima de intolerancia y para llamar a la reflexión a los propios y también a quienes no comparten su estilo ni sus decisiones. Pero ¿de verdad Ella va a ejercer, a partir de ahora, esa tolerancia que pidió a todos los argentinos? ¿o es sólo la impresión y el disgusto que le causó el mal momento que pasaron sus funcionarios lo que la hizo recapacitar? ¿Es la Cristina Fernández que llamaba a la unidad antes de las elecciones de octubre de 2011 la que estaba hablando el pasado lunes? ¿o es la que ametralla a tuits a sus seguidores, mitad en inglés, mitad en español, con acusaciones reiteradas a países, gobernadores, periodistas, bancos, sindicalistas o todo lo que se le pase por la cabeza en los próximos cinco minutos? la violencia social, la agresión, el escrache y la caza de brujas siempre crecen y se alimentan de abajo hacia arriba. Y nunca lo hacen de un día para el otro. Son, a estas alturas, parte de la cultura kirchnerista. Además, es más difícil de desarmar cuando se trata de un plan deliberado que le dio al Gobierno excelentes resultados electorales y, al mismo tiempo, provocó un golpe durísimo al periodismo y la

oposición política. Lo que ahora vuelve insoportable este clima –que Kirchner en su momento y la Presidenta después ayudaron a propiciar– es el enorme desgaste que está sufriendo la administración después de una década de gobernar con una impronta parecida. A propósito: también ayer me encontré, por la mañana, de casualidad, en un café, con dos ex funcionarios del gobierno de Cristina Fernández. Empezamos a conversar sobre el tema inevitable: el escrache a Kicillof y el clima irrespirable que se vive en estos días. Ambos dejaron la administración nacional no hace mucho. Pensé que iban a defender a la Presidenta y su mirada de las cosas, pero ambos me presentaron la nueva teoría política que impera en el poscristinismo por estos días. Dijeron que Ella cambió de la noche a la mañana, en el mismo instante en que le confirmaron que había obtenido el 54% de los votos. Argumentaron que a partir de ese momento se encerró todavía más y que ya no escuchó a nadie. Me hicieron acordar a decenas de dirigentes peronistas que le atribuyeron toda la responsabilidad de la crisis del final de los años noventa a la falta de reflejos de Carlos Menem. Como si no hubiera sido consecuencia de una estrategia política, sino de un estilo personal. © LA NACION