CUESTIÓN DE VISTA “Otro que no para de mirar el móvil mientras camina, ¿así cómo va una a encontrar novio si no hay manera de que te miren a la cara? Pues este se va a acordar de mí”. Eso me dije a mí misma aquel día primaveral mientras paseaba por el inmenso parque municipal de la ciudad. ¡Con el invierno tan horroroso que habíamos tenido y aún así aquel lelo, entre tantos otros, no prestaba atención más que a la dichosa pantallita! Quizá os lo estéis imaginando. Por las dudas, lo confirmo: procedí a perseguirle. Cabe destacar que era bastante atractivo, que si no, no creo que se me hubiera ocurrido, o no lo habría hecho con tanto ahínco. Uno de estos típicos españoles, morenazo, alto, delgado pero fuerte y con barba de tres días. Vamos, de los que me gustan a mí. Aprovechando que a los lados del camino había un porrón de árboles, decidí adelantarme para cruzármelo e intentar atraer su atención. Ni una ceja levantó al pasar por su lado. Enfurruñada, repetí la misma operación situándome más cerca pero el resultado fue el mismo. Jadeando ya de estar para arriba y para abajo (me sentía como el coyote tratando de pillar al correcaminos) y siendo consciente de que llevaba a cuestas los veinte minutos más ridículos de mi vida, esta tercera vez me coloqué en todo el medio de su paso cual poste. ¡Pues me esquivó sin siquiera parpadear ante mis ojos como platos! Como si contara con un radar para detectar obstáculos; se aproximó hacia mí, giró con una habilidad innata, pupilas en teclas (mientras las mías le seguían en su maniobra ya con un ligero tono enrojecido y tic nervioso incluido), y se volvió a colocar en la línea del camino que le correspondía, tecleando sin descanso. No me di por vencida. Si aquel despojo humano de la sociedad moderna había optado por ignorar a todo ser viviente de su misma especie, ya me encargaría yo de despejarle del móvil de cualquier otra manera. O más bien lo intentaría… ¡Qué desastre! Tras interponer varios arbustos en su camino, imitar el aullido de un lobo, soltar un alarido tremendo de mujer violada e incluso colgar mi sujetador de una rama situada a la altura de su cabeza con el mismo éxito, mi frustración y odio hacia la humanidad llegaron a su límite. Por tanto, muy cabreada, sin creerme que llevara más de tres cuartos de hora emperrada en una batalla personal tan infructuosa y divisando a la derecha a unos cuantos niños jugando al fútbol, no dudé en interrumpir la diversión de los pobres enanos, agarrar el balón de reglamento y lanzárselo a la cara con todas mis ganas y sin apenas tiempo de arrepentirme de mi locura. Bueno, sí, en cuanto la pelota se despegó de mis manos. Esa sensación lúcida repentina con la que te das cuenta de que estás actuando irracionalmente pero es demasiado tarde para arreglarlo. ¿Resultado?
María González Amarillo
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Bueno, ahora aquel chico, Dani, sigue en sus trece y, por mucho que se lo reprocho me ignora completamente mientras que yo… me quedé con su gemelo, Rober, que salvó a su hermano del balonazo mortal que se le venía encima y pasa al cien por cien de las nuevas tecnologías. ¡Qué maravilla! Eso sí, me encanta que cuando estemos juntos no le preste ni la más mínima atención al móvil, pero algún mensaje podría enviarme cuando estamos separados…
María González Amarillo
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