Con la figura del genocidio, se toma de rehenes a los

de las SS. Hagen organizó la deportación de judíos de Burdeos a partir de enero de 1942 y más tarde tuvo a su cargo la política de ejecu- ción de los rehenes.
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ENFOQUES

Domingo 26 de septiembre de 2010

Entrevista

I

:::: Beate Klarsfeld

“Con la figura del genocidio, se toma de rehenes a los acusados” con el nombre de “razzia du Vel’ d’Hiv”. También a Herbert Hagen, un SS teórico del antisemitismo. Antes de la guerra, Hagen había tenido bajo sus órdenes a Adolf Eichmann en un servicio de propaganda antisemita dentro de las SS. Hagen organizó la deportación de judíos de Burdeos a partir de enero de 1942 y más tarde tuvo a su cargo la política de ejecución de los rehenes. Después de haber seguido el rastro del diabólico médico nazi Joseph Mengele en Paraguay, en 1971 encontró a Klaus Barbie en Bolivia. Alto oficial SS que dirigía la Gestapo en Lyon, conocido por haber torturado a muerte al héroe de la Resistencia Jean Moulin. También responsable de la deportación de 44 niños judíos de la colonia de Izieu, Barbie había obtenido la nacionalidad boliviana y vivía protegido por el régimen del general Banzer. Tras un sinnúmero de peripecias y gracias a que el gobierno francés otorgó una importante ayuda financiera a La Paz, Barbie fue expulsado a Francia en febrero de 1983 por haber obtenido la nacionalidad con un nombre falso. El proceso comenzó en 1987. Barbie fue condenado a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad. En 1991 murió en prisión de un cáncer, a los 78 años. –¿Cómo hace una joven madre de dos niños pequeños para partir a los cuatro puntos de planeta a enfrentar cantidad de peligros durante años sin que la vida familiar se transforme en un caos?

Continuación de la Pág. 1 enfrentamientos políticos o simples arreglos de cuentas. Esta es una actitud inadmisible, cuya consecuencia principal es la banalización de la voluntad de exterminio sin razón, de horrores únicos, como lo fue la Shoá”, declaró a La Nacion en París poco antes de partir. Esa precisión aludió específicamente al actual enfrentamiento entre el gobierno argentino y los diarios accionistas de Papel Prensa, que Klarsfeld acababa de descubrir, y estuvo destinada a definir sin ambigüedades su posición. “Por lo que he leído hasta ahora en la prensa internacional y si bien desconozco los detalles, los problemas actuales entre el Gobierno y los diarios no pueden ser calificados de crimen de lesa humanidad. Muchas veces, los responsables políticos recurren a esa figura jurídica porque ese tipo de crímenes no es prescriptible. De ese modo, se transforma a los acusados también en rehenes”, explicó. “No tengo intenciones de entrar en ese debate, pero tampoco permitiré que se utilice el mensaje que llevo sobre la obligación de transmitir la memoria en beneficio de intereses particulares. No dejaré –si ésa es la intención de algún sector– que nuestra lucha para hacer condenar a los genocidas nazis sea utilizada”, advirtió. Beate Klarsfeld estuvo en dos oportunidades en la Argentina. La primera vez, en 1977, su objetivo fue solidarizarse con las víctimas de la dictadura militar y denunciar las persecuciones antisemitas. En la segunda ocasión viajó para facilitar la extradición a Alemania del capitán nazi Josef Schwammberger, refugiado en la Argentina. Nacida en Berlín occidental en 1939, hija de un oficial del ejército nazi, desde muy joven Beate Künzel decidió que su futuro no sería el que esperaba a las jóvenes de su medio social y que sus compatriotas resumían como “las tres K”: Kinder, Küche, Kirche (niños, cocina e iglesia). Ese sueño pareció hacerse realidad a los 21 años, cuando pudo partir hacia París para trabajar como “fille au pair”, dejando atrás los profundos enfrentamientos y divisiones que la Segunda Guerra Mundial había provocado en la sociedad alemana. “Como todas las jovencitas, yo sólo quería aprender el francés y adaptarme a esa nueva vida que me ofrecía París, tan lejos de los estigmas de la guerra”, recuerda. Su destino cambió un día de mayo de 1960, cuando en una estación de metro conoció a Serge Klarsfeld, estudiante de ciencias políticas. Ese hombre se transformó en su marido, le dio dos hijos; pero, sobre todo, le hizo descubrir la cara oculta de Alemania durante la guerra. Hijo de un judío deportado que murió en cautiverio, Serge, su madre y su hermana lograron salvarse escondiéndose en un placard cuando la Gestapo los fue a buscar a su casa en la ciudad de Niza. “El descubrimiento de todos esos horrores, el padecimiento de mi familia política y la im-

Mi padre fue un oficial subalterno del ejército alemán, prisionero en Rusia y que tuvo la suerte de enfermarse cuando Hitler comenzó a cometer los peores horrores. En mi casa nunca hubo una ideología nazi

punidad de la que gozaban cantidad de ex nazis en mi propio país me indicaron el camino por seguir”, confiesa. En 1966, Kurt Georg Kiesinger fue elegido canciller de Alemania Federal. La prensa subrayó de inmediato su pasado nazi sin que esa revelación suscitara la menor reacción. Escandalizada, Beate publicó un artículo titulado “Las dos caras de Alemania”. Después otro, por el que fue despedida de la Oficina Franco-Alemana para la Juventud donde trabajaba. El 5 de noviembre de 1968, durante una reunión de la democracia cristiana en el Parlamento, le propinó una histórica bofetada al grito de “¡Nazi, Kiesinger, renuncia!”, que consiguió pulverizar su carrera política. Beate fue arrastrada fuera del recinto por los ujieres. Sin decir una palabra, Kiesinger se tomó la cara con las manos. “Esa imagen fue altamente simbólica, porque yo tenía la edad de todas las hijas de ex nazis que hubieran querido, en su subconsciente, infligir el mismo castigo a sus padres”, afirma. –Por entonces usted aún no tenía 30 años. ¿No se sintió aterrorizada al lanzar una acción tan espectacular? –Lo importante en esos momentos es la acción. En realidad, todo reside en la preparación. En el caso de Kiesinger, antes de llegar

No permitiré que se utilice el mensaje que llevo sobre la obligación de transmitir la memoria en beneficio de intereses particulares. No dejaré –si ésa es la intención de algún sector– que nuestra lucha para hacer condenar a los genocidas nazis sea utilizada

MIGUEL VILLAGRAN / AP

MANO A MANO PARIS Una adorable Emma de apenas un año precede a Beate Klarsfeld cuando abre la puerta de su departamento, situado en un inmueble del oeste de París. “Mi nieta”, dice con orgullo, mientras pide disculpas por los juguetes desparramados en el salón. Dos perros, un gato, libros y pilas de documentos completan el marco doméstico de una familia que podría ser considerada una familia como cualquier otra, por un marciano que llegara de improviso a casa de los Klarsfeld. El tiempo no parece haber pasado para esta mujer elegante y cálida de 71 años que, a pesar de haber vivido 50 en este país, sigue hablando el francés con un marcado acento alemán. La misma elegancia, el mismo peinado, la misma sonrisa franca que muestran sus fotos de juventud. Sus gestos mesurados, su sencillez, la solicitud de esa abuela que se levanta en plena entrevista para cambiar pañales, hacen casi imposible adivinar que detrás yace tanta determinación, semejante energía y esa legendaria vehemencia que le valieron ser nominada dos veces para el Premio Nobel de la Paz. Esa pasión asoma en realidad cuando habla de Serge, su marido, su alter ego, su compañero de luchas, omnipresente en sus relatos. Y Serge retribuye con creces: fue él personalmente quien contactó a LA NACION para organizar la entrevista. Fue también él quien llamó durante la cita para asegurarse de que “Beate estaba bien”. La evidencia salta a los ojos: uno sin el otro y la aventura hubiese sido imposible. “Traten de ser una pareja ejemplar”, los exhortó el alcalde del distrito XVI de París el 7 de noviembre de 1963, después de celebrar esa simbólica boda franco-alemana. Ambos se lo tomaron al pie de la letra.

a la bofetada, hubo que trasladarse a Berlín, conseguir una invitación, asistir a reuniones. Después hubo que sustraerse a la atención de los guardaespaldas y por fin acercarse y actuar. El susto llega más tarde. –¿Se preguntó alguna vez si su decisión de cazar nazis no fue en parte motivada por el pasado SS de su padre? –No fue así. Mi padre fue un oficial subalterno del ejército alemán, prisionero en Rusia y que tuvo la suerte de enfermarse cuando Hitler comenzó a cometer los peores horrores. En mi casa nunca hubo una ideología nazi. Mi padre jamás defendió a Hitler. La verdad es que yo comencé a pensar políticamente cuando llegué a Francia y conocí a Serge. Beate Karsfeld prosiguió su cacería de nazis con Ernst Achenbach. Ex adjunto de Otto Abetz, el embajador del Tercer Reich en París de 1940 a 1944 que se encargaba de transmitir las órdenes de Hitler al mariscal Pétain. Achenbach era candidato a transformarse en comisario (ministro) de la Unión Europea (UE). Acorralado por la presión y la denuncias de Beate Klarsfeld, el gobierno alemán tuvo que renunciar a ese nombramiento. “Nuestra metodología era atacarlos a través de la prensa y organizar manifestaciones espectaculares”, explica. Durante todos esos años de combate contra los ex nazis alemanes, Beate desempeñó un papel principal. “Por el simple hecho de que Serge no hablaba alemán y no podía, en consecuencia, hacer ciertas investigaciones”, precisa. A comienzos de los años 70, fue ella quien inició acciones en los países de Europa del Este, donde renacía el antisemitismo. Viajó así a países inhóspitos, y su militancia le hizo conocer las prisiones de Alemania oriental, así como las polacas y checas. “Nuestras participaciones respectivas estaban determinadas por la nacionalidad: yo tenía los contactos en Alemania, en particular con el ex canciller Willy Brandt. Serge tenía relación directa con los ministros de Justicia franceses y los presidentes François Mitterrand y Jacques Chirac”, relata. Por esa razón fue su marido quien asumió el papel principal cuando, después de Alemania, la atención de los Klarsfeld se focalizó en la persecución de criminales nazis condenados por contumacia en Francia. Entre ellos Beate persiguió a Kurt Lischka, un virulento SS antisemita, que dirigió la razia de judíos en París en julio de 1942, conocida

–Cuando uno comienza a plantearse esas cosas, termina por no hacer nada. En la vida hay que saber cuáles son las prioridades. Yo tuve la suerte de tener una suegra formidable que, por su terrible experiencia personal, sabía el significado que esto tenía para Serge y para mí. En todo caso, cada una de esas acciones espectaculares estuvieron perfectamente organizadas. Yo nunca fui una kamikaze. Los dos hijos de la pareja siguieron el ejemplo de sus padres: ambos son abogados, especializados en derechos humanos. Arno, nacido en 1965, se transformó desde muy joven en una destacada figura en el ámbito de la justicia, pero también del jet-set, gracias a su prolongada relación amorosa con la actual primera dama de Francia, Carla Bruni. Con un perfil mucho más discreto, aunque no menos combativo, Lida, nacida en 1973, está casada y tiene dos niños pequeños. –La mayoría de los criminales nazis ya ha muerto. ¿Cuál es ahora el trabajo principal de los Klarsfeld? –Lo que voy a hacer a la Argentina: insistir sobre la importancia de la transmisión de la memoria. También hay un trabajo de educación que es necesario realizar. Por ejemplo, desde hace un tiempo Serge viajó a los países árabes para explicar la Shoá. El antisemitismo es muchas veces el resultado de un desconocimiento de la historia. Pero, en resumen, lo más importante en la actualidad es luchar contra las ideas de extrema derecha y tratar por todos los medios de conservar la paz. Beate Klarsfeld rechaza la idea de que su combate haya tenido como motor principal el amor por su marido, la vergüenza de pertenecer a un pueblo que se transformó en genocida en un momento de la historia o la necesidad de hacerse aceptar por su familia política judía. “Yo fui una simple alemana que luchaba por la moralidad de su pueblo. Mi motor fue y sigue siendo la búsqueda permanente de la justicia”, suele decir. Para miles de personas, Serge y Beate Klarsfeld representaron sobre todo una promesa. La promesa de una pareja franco-alemana, integrada por un judío y una no judía que luchaban por una causa, sin medios financieros y sin ayuda, pero que a pesar de todo lograban hacer cambiar las cosas. © LA NACION

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