Comino camina, Cilantro también Ana M. Güiraldes Esa mañana los rayos del sol se alargaron mucho, mucho, hasta llegar a una casita de madera y techo colorado; buscaron la ventana con persianas verdes, se colaron entre los vidrios y… ¡pitiplin!, iluminaron los párpados de Comino. - ¿Qué hora es?- se dijo el muchacho, aún adormilado. ¡Pitiplin!, los rayos danzaron por la habitación, largo y brillantes, ¡pitiplin!, iluminaron su camisa y sus pantalones, ¡pitiplin!, llegaron todos juntos hacia la orilla de la cama y se lanzaron como un chorro de luz en el medio de la cara del niño que terminó de despertar. - Está bien, está bien… no me apuren tanto- refunfuñó. A los pocos minutos salía de la casa con una enorme bolsa repleta de manzanas rojas sobre su cabeza. Caminaba con una mano en el bolsillo y con la otra sujetaba la bolsa que no se movía ni un centímetro. Se deslizaba por le sendero del bosque, rumbo al pueblo, mientras mordisqueaba un trozo de pan con queso. Sus pasos eran ágiles, como si sus pies descalzos pisaran pasto y no pedrusco de tierra. Camina Comino. Comino camina por al camino. Entonces le sucedió lo mismo de todos los días: llegó al doble sendero. ¿Seguiría por la derecha o por la izquierda? Siempre elegía la ruta de los espinos amarrillos, por se la más corta. Claro, normalmente, sus manzanas pesaban demasiado, pero hoy, sin saber por qué, sentía la carga más liviana, igual que su corazón. Y se decidió: hoy seguiría la ruta de las buganvillas, a ver qué novedades le traía. Y ahí va Comino casi danzando por el camino, con su carga en la cabeza y el aroma de las manzanas en la nariz. - Vaya, vaya – dijo de pronto-. No era tan solitaria esta ruta. ¿Quién vivirá en esa casa tan pobre? Pocos metros más allá había una casita. Tenía una puerta y sólo dos ventanas. Y, asomado en una de ellas, había un muchachote cara delgada y pálida que trabajaba con algo entre sus manos. Comino se acercó, intrigado. Se detuvo y sonrió. - ¡Hey!, ¿te conozco?- saludó, mientras dejaba la bolsa en el suelo. - Ehhh- titubeó el otro- …no creo.
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- Mi nombre es Comino y vendo manzana en el pueblo. ¿Ytú? - Me llamo Cilantro…soy artesano. -¿Qué fabricas? - Canastos. Cilantro levantó el que estaba tejiendo: era un canasto hondo, de tejido hermoso y firme. Comino lo miró con ojo experto: en ese canasto sus manzanas lucirían muy tentadoras… - ¡Vamos la pueblo! – se entusiasmó Comino -. ¡Tú pones los canastos, yo las manzanas, y vendemos juntos! Cilantro lo miró con una sonrisa tranquila. No respondió, pero tomó el canasto a medio hacer, lo afirmó en el borde de la ventana, y siguió trenzando fibra con dedos tan ágiles como las piernas de Comino. - ¿Y...? ¿Qué respondes? – lo apuró, mirando el sol que caminaba rápido por el cielo, acercándose al mediodía. Cilantro levantó la cabeza de su trabajo sin perder su expresión plácida: - No, gracias. - ¿No te interesa vender tus canastos? – se extraño el otro. - Mi mamá los vende por mí…- respondió Cilantro, reiniciando el trenzado del mango. - Pssst… eres cómodo, ¿ah? – Comino lo miró con algo de desdén. El muchacho, en la ventana, se sobresaltó. - No, no es eso… es que yo no puedo caminar, mejor dicho, jamás he podido caminar. Comino sintió que el sol le pegaba en la cabeza y en la cara, con tanta fuerza, que casi se ahogaba. Sus mejillas ardieron, pero sintió el pecho más helado que si anduviera sin camisa en pleno invierno. -¡No me digas que eres in…inválido!- tartamudeo incrédulo. La sonrisa de Cilantro mantuvo su misma placidez; agitó su canasto como quitando importancia al asunto, y se inclino a buscar algo en el suelo. -¡Yo te ayudo, cuidado! se apresuró a decir Comino. Pero el artesano ahora rió fuerte: - No te preocupes, estoy acostumbrado. Entonces Comino dejó que el sol siguiera corriendo por el cielo, que las horas pasaran y que la mañana continuara avanzando. Y, sentado sobre sus manzanas, comenzó a conversar con eso muchacho que tejía con una rapidez increíble con esas manos delgadas y ágiles. Supo todo acerca de él: que había aprendido el oficio desde muy pequeño, y así ayudaba a su madre; que miraba la naturaleza para inspirarse en los colores y que le encantaba trabajar mirando por la ventana. Pero, lo que más lo impresionó, es que no se veía amargado. Lenguaje y Comunicación 3º Básico
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-¡En lo único que nos diferenciamos tú y yo, es que tú puedes caminar y yo no! – explicó en su tono tranquilo. Pero Comino notó, en un segundo, un pequeño brillo triste en sus ojos. Esperó a que él siguiera hablando. - Claro que… a veces me gustaría ayudar más a mi madre…si pudiera ir yo mismo al pueblo a vender mis canastos…pero algún día las tendré…- levantó sus hombros. - ¿Qué cosas tendrás? – se inquietó el amigo. - Las muletas… ¡algún día las tendré – repitió, con la mima sonrisa de siempre. Arriba, el sol suspiró unos tibios rayos que cayeron sobre al cabeza de los amigos. Camina Comino. Comino camina por el camino. Y ahora corre hacia el pueblo. El bolso saltaba y las cuarenta manzanas rebotaban sobre su cabeza. Y no sólo rebotaban las manzanas, sino también la decisión que tenia fija en el medio del cerebro. Por eso, por primera vez, no partió directamente a la plaza donde estaban los vendedores, sino que se encaminó hacia una callejuela poco concurrida. A poco andar llegaba a uan casa de patio empedrado donde, en un gran cartel, se leía: VENDEDOR DE COSAS NUEVAS Y COMPONEDOR DE COSAS VIEJAS Atravesó el patio, y tiro del cordel que colgaba junto a la puerta. Sonó una campana y la los pocos minutos abría un hombronazo totalmente calvo y con ojos que brillaban bajo unas cejas oscuras. - No compro nada, niño. Vete – dijo, e hizo intento de cerrar. - ¡No, señor…no vendo!...¡vengo a mandar hacer una cosa nueva! - se apresuró a decir Comino. El hombrón entonces cambió la cara, sonrió con unos cuantos dientes, y lo hizo pasar. Comino agarró firme su bolso, y comenzó a hablar. Necesito un par de muletas par alguien de mi porte. Que sean muy livianas, por que mi amigo es delgado, y que sean muy cómodas, porque no está acostumbrado a usarlas. Además, me gustaría que tuvieran unos dibujos flores o árboles, o cualquier tipo de figura que recuerde la naturaleza. Porque a él le gusta mirar por al ventana y … - Un momentito…lo interrumpió el pelado, molestoso- ¿Puedes pagar eso que pides? Comino lo quedó mirando, asustado. Lenguaje y Comunicación 3º Básico
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- Le puedo pagar con un saco de manzanas recién cosechadas – ofreció, abriendo el bolso que derramó su perfume rojo e intenso. - ¿Bromeas? No me interesan las manzanas. ¡Vete, vete ya! - Es que él no puede caminar y quiere unas… - Y yo no estoy para trabajar por manzanitas…¡fuera, fuera! – y dando fuertes golpes con sus palmas, hizo retroceder al muchacho que sintió de nuevo frío en el pecho. Y en el cielo el sol se agrandó. Comino sintió que las manzanas le pesaban demasiado y que las piedras del patio se le incrustaban en los pies. Y así, arrastrando la bolsa, llegó a la plaza que bullía de gente. -¿Por qué demoraste tanto? ¡Salí después que tú y llegué hace dos horas! – pregunto la madre que lo esperaba con sus mejillas redondas, rojas y lozanas y el mesón listo para ubicar la fruta. Y el muchacho, triste como nunca, le contó la historia. -Déjalo, el Fabricante y Componedor debe tener el corazón de hieloopinó la bordadora que exponía sus pañitos de lino. -Ese hombre no tiene amigos, yo lo sé – replicó el pintor, retocando la tela. Y el sol, arriba del cielo. Lanzó un rayo furioso. ¡Plitipoommm! Afiliado como espada atravesó el aire, el viento, el bosque, se abrió paso ente la muchedumbre que recorría la feria, y llegó a la casa del Vendedor de Cosas Nuevas y Componedor de Cosas Viejas. Una luz dorada se colgó del cordel y la campana tocó con más fuerza que nunca. El hombrón salió muy molesto a abrir la puerta; pestañeó, encandilado, y no vio a nadie. Entonces el rayo del sol de desenrolló del cordel de la campana y…¡plotiplimtom!, la cabeza del hombre quedó marcada con un punto rojo. -¡Ay! ¡Me picó una abeja!- gimió, sobando su calva. Miró intrigado el cordel de la campana y entró en la casa. Se sentía soñoliento. Ese tiempo de primavera lo ponía siempre flojo, y en esos instantes el sueño lo vencía. Dejó la lija con que raspaba una mesa vieja par transformarla en nueva, y arrastrando sus zapatillas de piel , entró al dormitorio. Cerró las persianas, de dejó caer de espaldas, sobó su cabeza, cerró los ojos, abrió la boca, y se durmió. Entonces el punto de su calva comenzó a agrandarse: era como un sol rojo en el medio de la piel blanca que lanzó unos rayos rojizos y violentos Lenguaje y Comunicación 3º Básico
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que iluminaron la cara del hombre que, ¡aaay!, se quejó. El punto rojo se agrandó otro poco…y el Vendedor de Cosas Nuevas y Componedor de Cosas Viejas, con el corazón agitado, comenzó a soñar… Se ve niño, jugando con su perro. ¡Lo recuerda tan clarito, con su pelaje oscuro y la cola enroscada y una sola pata blanca! Él niño lanza una rama un poco más lejos, el animal mueve la cola de resorte y respira con su hocico anhelante y se larga a correr y jadeando regresa con la rama entre sus dientes. ¡Más lejos la rama, con toda la fuerza de ese brazo delgado que más tarde será experto en reparaciones de todo tipo! ¡Y más corre el perrito! El hombrón sonríe en el lecho, con el sol irradiando luz y calor en el medio de su cabeza. Ahora la rama cae entre esas rocas altas y el perrito no escucha los “¡Detente, detente!” Y oye desde lejos sus quejidos “guauuuuu…guauuuuu como llanto de niño herido. El hombrón se sienta en la cama. Tiene la respiración agitada y la frente brillante. ¡Qué cosas ridículas se pueden soñar en una tarde! ¡Miren que recordar ahora a su perro Palomón! ¿Por qué siente eso tan raro en la cabeza? ¿Tendrá fiebre? Mejor se levanta. ¡Aaay!, sigue con ganas de suspirar. Con los ojos más brillantes que nunca y una expresión que trata de parecer animada, toma una madera de guindo para hacer una silla, y comienza a aserruchar. Y se le cierran los ojos. ¡Oh, cómo pesan los párpados! Pero no, debe trabajar. Vuelve, enojado, a pulir con mano dura y mirada fija. Parpadea con rapidez par ganarle la partida al sueño, y de pronto, cuando la mano con la lija resbala, levantando una nubecilla de polvo dorado…¡plitiplitiplim!, algo tintinea y la cabeza del hombre cae sobre la tabla. Ahí está Palomón, con su pata blanca. Guauuu…guauuu…¿Lo llama otra vez? ¿Igual que antes? Ahora sí, corre y no se queda lejos, como lo hizo una vez, hace tanto tiempo. Llega junto al perrito, acerca su mano para tocarlo, pero Palomón sólo lo mira de frente y le clava las pupilas con reproche. -Palomón…soy yo, ¿no me recuerdas?-susurra el hombre, algo triste. -No puedo caminar- dicen los ojos del perro. -¿Te duele la patita todavía? ¡Pero si…tú ya estás muerto…y yo sólo estoy soñando…! -Me duele la patita- insiste el perro con su mirada. Haz algo por mí. -¿Y qué puedo hacer por ti? Si de niño te dejé solo en las rocas porque no supe qué hacer, ahora que soy un viejo…¡menos puedo ayudarte! – se quejó el Componedor -No puedo caminar, ayúdame- los ojos del Palomón insisten. Lenguaje y Comunicación 3º Básico
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-Guauuuu…guauuuu… -¡Pero es que a ti ya no te puedo ayudar! ¿Qué me quieres decir Palomón? Al día siguiente, la gente que llenaba la plaza dejó de conversar cuando vieron dos figuras acercarse lentamente. Una llevaba media docena de canastos colgando de su espalda y la otra un saco pesado en la cabeza. Uno apoyaba con timidez sus muletas de nogal recién barnizado, y el otro parecía pendiente de cada paso de su amigo. Comino camina, Cilantro también. De inmediato todos se acercaron a conocer al muchacho nuevo. Admiran sus canastos tan firmes y bien trenzados y se inclinan para mirar bien esas muletas, donde los dibujos de flores, árboles y animalitos de patas blancas cubren cada centímetro de la madera. A los poco minutos los muchachos vocean canastos y manzanas. Y mientras los compradores reinician sus compras y los vendedores se esmeran en atender, desde lo alto llegan los rayos, más luminosos y saltarines que nunca; atraviesan el aire, el viento, el bosque, llegan a la plaza e iluminan el camino de un hombre de cabeza calva que regresa a su taller con una mirada risueña tras sus pobladas cejas. -El componedor se ve contento – se extraña la bordadora. -Habrá dormido bien- opina el pintor. Ambos tienen razón. Pero habrían estado más seguros si hubieran podido escuchar los plitiplim, pitiplam de su corazón al saltar como un perrito en su pecho.
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