Viernes 5 de octubre de 2012 | adn cultura | 13
La luz antigua de Banville
El ExtranjEro
ancient light se llama la nueva novela de john Banville y, según señaló Ben jeffery en el times literary Supplement, mantiene relación con su obra anterior. “Como sus nombres lo indican, estas tres novelas entrelazadas –Eclipse, Impostura y ancient light– se unen en torno de metáforas de luz y visión, pero también de distancia y ocultamiento, y muestran una obsesión con la manera en que aquellas cosas que parecen más cercanas (nuestros recuerdos, nuestros seres queridos) están siempre lejos de nosotros”.
lItEratura argEntIna
Cartografía de la ausencia En su primera novela, Leonardo Sabbatella entiende la narración como un modo de exploración de lo desconocido se sitúen con total comodidad dentro de otra carátula (sus ensayos resultan sumamente narrativos; sus cuentos son en extremo pausados, racionales, con frecuencia carecen de acciones y transiciones dramáticas). Como él mismo ha señalado en más de una oportunidad, existe una clara intención en toda su obra de hacer pie en lo fronterizo, de no dejarse llevar por supuestos ni establecer una relación estática con sus materiales de origen. Esa búsqueda, sin embargo, parece aplacarse en el territorio más reconocible de la novela, que es el que ha preferido en los últimos tiempos, pero en efecto se trata sólo de una renuncia aparente: sus novelas son relatos incómodos, piezas que no terminan nunca de encastrar, misterios irresueltos, fugas, congelamientos. Es imposible, en el universo híbrido y polimorfo de Cozarinsky, trasmitir una experiencia a otro sin que lo fundamental se pierda en el camino. Y también: esa experiencia nunca está completa,
Sus novelas son relatos incómodos, piezas que no terminan de encastrar, misterios irresueltos es decir que sólo acaba con la muerte. De todo eso habla Dinero para fantasmas, el último eslabón de esa suerte de trilogía –junto con las dos novelas ya mencionadas– en la que su autor ha emprendido un extenso diálogo con la ciudad que quizá ya nunca recupere. Es preciso contar el argumento para que el título cobre sentido. Un modo coherente de reducirlo al mínimo sería decir que la historia de un hombre que trata de reinventarse desde y hacia la experiencia de otros. Mejor: una pareja de estudiantes de cine recibe, de manera imprevista, los cuadernos de notas de un viejo escritor y cineasta, desaparecido recientemente, al que uno de ellos había cruzado en un par de ocasiones. Esos cuadernos revelan otra historia, que es la de una tragedia romántica, cuyas resonancias se derraman sobre el cineasta, ese que intenta torcer el destino de los otros para desdibujar el suyo, y la de la pareja de estudiantes, cuya ansiedad los instala en un tono de melancolía que todavía no han tenido tiempo
de construir. El dinero para fantasmas del título es entonces una ceremonia, un ritual que sus protagonistas evocan a escondidas: “Los espíritus están autorizados a emerger de los espacios subterráneos a los que han sido confinados. Se quema dinero simbólico porque lo necesitarán para desenvolverse en este corrupto mundo terrestre”. Más que una superstición, lo que encuentran allí Elisa –la joven estudiante– y Andrés Oribe –el viejo– es una vía de escape, un puente. Oribe es, aunque no lo sepa del todo, un hombre acorralado, pero asimismo es el eslabón fundamental entre esa estudiante algo altiva, que no llega a conocer, y esa otra chica que ha rebautizado como Celeste y que lo hace viajar a Berlín para salvarla de lo imposible. El viaje de Oribe a Berlín ocupa el centro del relato, y con absoluta lógica para alguien de su edad se transforma en un viaje al pasado, allá lejos cuando nada lo hacía temer esta “existencia agotada” ni la “imaginación ociosa” que todo lo pulveriza, o lo que es peor, lo convierte en nostalgia. “Las letras de tango, me di cuenta, acudían sin solicitarlas”, anota Oribe, y más tarde: “Ya entiendo lo que quiere decir ‘eterna y vieja juventud’ en la letra de tango de Homero Expósito, esos años tan cortos y tanto más reales que los más largos vividos cerca del presente”. Ahí está la cuestión, entonces: así como para los jóvenes de la novela sólo impera lo inmediato, para Oribe el pasado es un no-lugar, de donde es preciso huir. “Nunca hay que volver a los lugares donde se fue feliz ni visitar a las personas que uno quiso tiempo atrás”. Sí: ¿pero adónde ir? Cada libro de Cozarinsky es un objeto irremplazable. Lo es por el carácter perifrástico de su literatura, el triunfo de la palabra por sobre la astucia y los fuegos de artificio. Como le dice Elisa a Martín, al comienzo, citando de soslayo a Horacio Ferrer: “Dios escribe derecho por líneas torcidas”. ¿Hay acaso un modo más preciso de definir la tarea del escritor? C
El modelo aéreo Leonardo SabbateLLa
Mardulce 176 páginas $ 60
Por Martín Lojo
H
ace ya más de medio siglo, Alain Robbe-Grillet afirmaba que “contar se ha vuelto propiamente imposible”, y con esa frase anunciaba el fin de la novela realista fundada en el siglo XIX. Esa sentencia de “Sobre algunas nociones perimidas”, con la que defendía el camino del nouveau roman, no se refería tanto a que ya no se pudiera narrar, sino a que sólo sería posible hacerlo mediante un nuevo lenguaje. La realidad podría existir para la literatura siempre y cuando un escritor la inventase al crear una forma inédita para su mirada. Aunque la narrativa clásica haya resistido el embate de los experimentos más extremos, todavía persiste el impulso de tratar el género novela como un medio de exploración de lo desconocido. El modelo aéreo, la primera obra de Leonardo Sabbatella (Buenos Aires, 1986), es un vital ejemplo de esa insistencia. En el comienzo, dos personajes dialogan en las escaleras de un edificio que parece ser la Biblioteca Nacional. Comentan dos muertes recientes: un profesor que se suicidó y un pintor que fue asesinado en la calle pocos días después. A partir de allí, Sabbatella construye, más que un relato, un mapa de relaciones. La novela está compuesta por breves escenas escritas con prosa ascética. Cada escena presenta un momento en la vida cotidiana de personajes que tuvieron contactos más o menos lejanos con los muertos: amigos de juventud, el dueño de dos cuadros del pintor, una ex amante que regresa a Buenos Aires desde algún país del norte, el boticario clandestino al que el profesor pidió pastillas para “quitarse la vida”, un testigo del asesinato del pintor, un joven
que sustituye “parcialmente” al profesor pero que poco a poco se identifica con él. También hay capítulos en los que se describen objetos encontrados junto a los cadáveres y aspectos de sus vidas: oficina, indumentaria, hábitos, agendas en las que anotaron citas a las que ya no podrán asistir. La mayor parte de las escenas está dedicadas a Pavel, el único que conoció a ambos difuntos. Se sabe que es empleado en la mapoteca de la biblioteca, que en su tiempo libre arma aviones a escala, que fue ciclista en su juventud y que desea concretar una relación con una mujer que vive en el extranjero. En el conjunto no hay una narración estricta. Los capítulos no guardan un orden cronológico y su tensión dramática difiere levemente. El relato reside en el vacío dejado por los muertos. Recuerdos que surgen en pequeñas situaciones y que modifican poco a poco a los personajes, hasta transformar definitivamente a algunos de ellos. En uno de los capítulos, se describen los últimos dos cuadros en los que trabajaba el pintor, un paisaje urbano y una pintura abstracta que parece un mapa satelital: “Los cuadros del pintor se presentan como una transición, un desplazamiento entre dos imágenes posibles. Un punto indeterminado y remoto entre lo que se supone real y algo que sin ser menos real no es identificable o susceptible de rótulo”. Captar esta segunda instancia de lo real es la búsqueda de la novela: una serie de conexiones “casuales” que justifica las muertes de los dos personajes, aun para quienes tenían una lejana relación con ellos. No hay reflexiones literarias ni justificaciones teóricas en el libro. Sabbatella no las necesita porque su escritura hace lo que promete. La novela invita a observar esas escenas como quien encuentra fotografías o videos en una casa ajena y juega a seguir la trama que podrían esconder. El modelo aéreo sostiene un pacto de lectura intenso hasta el final. Primero, en la forma del enigma: ¿por qué se suicidó el profesor?, ¿quién mató al pintor? Más tarde, ya olvidado el falso policial, porque cada detalle invita a adivinar una nueva relación entre los personajes, un nuevo cambio, los detalles de una arquitectura organizada con gracia y rigor. C