AMOR MILAGROSO

posible la Saga de la Peña. Es una de las experiencias más bonitas que he vivido como escritora. Espero que se repita. Dedicatoria. A todos quienes en algún ...
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AMOR MILAGROSO

Mary Heathcliff

Mary Heathcliff

Copyright © 2007 MRC All rights reserved. Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio sin permiso expreso y firmado.

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Amor Milagroso

Hasta hace menos de un año, Carolina Gámez de la Peña era una joven alegre y divertida. Después del accidente que le quitó la vida a su padre y que la dejó a ella en una silla de ruedas, es una mujer pesimista y amargada: piensa nadie la va a querer en una silla de ruedas, y aunque los médicos le han dicho que hay esperanza de volver a caminar, ella teme que no se logre, y más si su curación depende de su propia mente. Julián Maldonado es un psicólogo que a pesar de haber ayudado a varios pacientes, no se ha curado a sí mismo de la culpa que le dejó haber asesinado accidentalmente a su mejor amigo, ¿podrá ayudar a la bella joven inválida a alejar la culpa que le impide caminar? En medio de terapias psicológicas y malos entendidos nace un amor milagroso que podrá redimirlos o vencerlos para siempre.

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Mary Heathcliff

Agradecimientos

A todas mis buenas compañeras de letras quienes aportaron para ser posible la Saga de la Peña. Es una de las experiencias más bonitas que he vivido como escritora. Espero que se repita.

Dedicatoria

A todos quienes en algún momento han pensado que todo está acabado y perdido. Siempre hay solución. Dios los bendiga.

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Amor Milagroso

Capítulo 1

—Toma ese atajo papá, llegaremos más rápido. —¿Estás segura, Carolina? ¿No crees que es un poco peligroso? —Claro que no —dijo la joven sonriendo y mirándose de nuevo al espejo que traía en su mano—. He transitado esta vía muchas veces, y te puedo asegurar que no es tan peligrosa como dicen. —No estoy convencido... —Papá —dijo ella con tono lastimero—. ¿Acaso no quieres llegar más rápido para estar junto a mamá? Manuel sonrió a su hija y aceptó ir por donde ella le sugirió. Padre e hija iban a la hacienda familiar donde los esperaba la numerosa familia De La Peña. Allí planeaban pasar el largo fin de semana como tantas veces lo hacían, claro, sin descuidar Dreams, la enorme empresa familiar en la que trabajaban casi todos los miembros de la familia. Carolina no había podido viajar el día anterior con su madre y hermanas porque tuvo que rendir un examen extra en la universidad. A sus veintidós años, estudiaba diseño textil y de modas, quería seguir con la tradición familiar y seguir el camino que había iniciado el abuelo. Su padre, Manuel Gámez, había tenido que esperar una llamada de los inversionistas japoneses, y tampoco había viajado. De modo que ahora iban juntos, y Carolina no quería perder ni uno de los hermosos minutos que pasaba con su familia, así que lo urgió por un atajo, el mismo que había tomado ella tantas veces. Pero lo que tenía haber sido un hermoso día, lleno de amor familiar se convirtió en un día negro para los De La Peña. El camino iba de bajada, y el auto comenzó a avanzar más rápido. —Papá, no tan deprisa, ni yo manejo así. Pero no pudo decir nada más, porque el auto se salió de la carretera volando por un precipicio de treinta metros. Eran tan rápido y tan confuso, que Carolina sólo gritó mientras su padre la tomaba en brazos. El impacto de la caída fue muy fuerte. —Papá —dijo en un susurro mientras sentía correr sangre por su rostro y una oscuridad que la quería envolver. 5

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—Shhh, linda —dijo su padre con debilidad—. Todo estará bien, no te preocupes, nos rescatarán —dijo tratando de tranquilizar a la hija que tenía en sus brazos. Después vino el silencio, la oscuridad y la muerte. ***** —¡No! —gritó Carolina despertándose del mitad sueño, y mitad recuerdo. El sudor frió le empapaba la pijama y las lágrimas recorrían sus mejillas. De nuevo aquel sueño que le recordaba el modo en que ella había hecho que su padre muriera: había sido su culpa. Si no hubiera insistido en ir por el atajo, ahora él estaría vivo. Se acomodó en la cama y sin querer vio la silla de ruedas, y recordó el despertar después del accidente. Aunque con certeza no podía decir qué había sido peor, cuando despertó la primera vez después del accidente, o la segunda. Cuando abrió los ojos esa primera vez, vio a su abuelo. El viejo con cara de Santa Claus le sonrió a medias. —¿Cómo te sientes? —le había preguntado. —Bien... eso creo —dijo ella aún con el cuerpo adolorido—. Me duele el cuerpo ¿Papá... cómo está él? Miró a su abuelo que le tomó una mano y se la besó. —¿Qué pasa? —había preguntado ella—. ¿Por qué no me respondes, abuelo? ¿Está muy grave? Él me abrazó y dijo que todo saldría bien. Carolina levantó la vista y se fijó en su madre y sus hermanas al otro extremo de la habitación, lo que más le llamó la atención fue ver que tenían trajes negros y que lloraban abrazadas, sin acercarse a ella. —¿Qué pasa? —preguntó de nuevo—. ¿Por qué no me responden? ¿Por qué no me dicen nada? El sollozo ahogado de su madre y el beso que le dio en la frente su abuelo fue lo que le dio la respuesta a Carolina sin necesidad de decir las funestas palabras. —¡No! —gritó la chica mientras comenzaba a llorar con desesperación—. ¡Fue mi culpa! ¡Él no quería ir por allí, pero yo le dije...! ¡No! ¡Papá! ¡No!

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Enseguida notó que una enfermera ponía algo al suero que la alimentaba, y poco a poco se durmió. Cuando despertó la segunda vez, estaba con Camila, su hermana mayor. —¿Cómo te sientes? —le preguntó ella, aún con los ojos enrojecidos. —Mal... — dijo Carolina—. Debería ser yo quien estuviera muerta y no él. —No digas eso, Caro... — dijo su hermana comenzando a llorar. —Es mi culpa. Yo lo maté. —¡Que no digas eso! —dijo la otra—. Lo más importante es que ahora te recuperes. Carolina estaba incómoda en esa cama, así que trató de moverse, pero algo la alarmó terriblemente. —Camila... ¿qué pasa? ¿por qué no siento las piernas? Camila agrandó los ojos. —¿Qué quieres decir? —Eso, que no siento las piernas, es como si no estuvieran ahí... Camila salió del cuarto y llamó a una enfermera. Minutos después llegó un doctor a revisar el daño, y en corto tiempo daban la confirmación. —No sé qué sucede —había comenzado—. Cuando le hicimos los otros análisis estaba bien... por el momento, no podrá caminar... Carolina no escuchó lo otro que le dijo, sólo lloró, porque sabía que jamás volvería a caminar. Se lo merecía por haber provocado la muerte de su padre. De eso ya hacía ocho meses. Ocho meses en los que día tras día había querido morir y dejar este mundo tan cruel. No había vuelto a la universidad, ni había aceptado ninguna visita de amigas o compañeras de clase. No había vuelto a salir con sus primas o hermanas. No había vuelto a vivir como antes. Ya no era la chica alegre y sonriente de siempre, la que echaba bromas, la que reía y coqueteaba con chicos. Esa Carolina, había muerto en el accidente con su padre. —Ya nada será como antes. Nunca. Con ese pensamiento, en la oscura y fría habitación, Carolina volvió a quedarse dormida.

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Capítulo 2 “Conócete a ti mismo” Julián volvía a leer las letras con desdén. “Cúrate a ti mismo” Pensó con ironía. Para nada le servía haber estudiado psicología, si no podía curar las heridas del pasado. Su padre lo había obligado a elegir esa carrera, cuando él había podido hacer algo más. Pero no. Terco como siempre le había dicho que tenía que ser psicólogo y que así, podría sacarse tantos fantasmas del pasado. Pero ahora, que estaba a punto graduarse, que a sus treinta años sentía que había perdido su vida, se daba cuenta que debía haberse revelado. Lo suyo eran las emociones fuertes, los deportes, la aventura, el riesgo. Nada como correr en su auto, nada como arrojarse en paracaídas, nada como nadar desnudo en el mar... Aunque le había tomado amor a la psicología y era uno de los mejores de su clase, sentía que no le servía de nada porque los fantasmas aún estaban allí. Lo único que lo consolaba era que podía ayudar a otras personas. Miró su habitación casi oscura. Era de noche y seguía leyendo y preguntándose por qué uno de sus profesores, el jefe de la sección de psicología del hospital quería verlo al día siguiente. ¿Sería por aquella confesión de no querer ser psicólogo? —¿Por qué? Eres excelente en la clase, has ayudado a muchos en el poco tiempo que llevas. —No he podido ayudarme a mí. T.L. Robles tomó un libro y se lo entregó. —¿Sabes qué es eso? —Sí, lo leí hace mucho. —Léelo de nuevo. Y ahora que Julián lo leía de nuevo, no le encontraba sentido: “conócete a ti mismo”. Pero se conocía... ¿cómo decía el Dr. T.L. Robles que no era así?

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Vivía con su padre, Francisco, y su hermana, Helena. Su madre se había divorciado de su padre hacía más de quince años, y jamás se había dignado en escribir si quiera unas letras. Su novia, Michelle, era hermosa aunque no muy inteligente. Pero ¿para qué quería un hombre una mujer inteligente? No, Michelle era lo que él quería. Todos los hombres la admiraban a ella y lo odiaban a él... pero se sentía bien. Tal vez algún día pensara en casarse... Lo único que empañaba su vida era el fantasma del recuerdo lo que había hecho. Hacia diez años, cuando estaba en el ejército prestando el servicio a la patria, en una practica de polígono su arma se había disparado por accidente. La bala entró en la cabeza de se mejor amigo, que murió en el acto. Varios años de terapia psicológica no le habían servido para librarse de la culpa y los recuerdos. Lo peor era que nadie lo había culpado, nadie lo odiaba por ello: los padres del chico entendieron que era un accidente y lo perdonaron; su propio padre le brindó apoyo y ayuda cuando se presentó el lío legal, mientras se aclaraba todo; su hermana estuvo allí siempre diciéndole que lo quería y que siempre lo iba a querer. Y había estudiado psicología para alejar los fantasmas, pero los malditos parecían no querer irse. Cerró el libro del golpe. No iba a leer más tonterías. Era mejor dormir. Se quitó la ropa y se acostó en la enorme cama aún preguntándose para qué lo quería ver el doctor T.L Robles.

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