DAVID: PASTOR, MÚSICO Y SIERVO La relación entre un músico conforme al corazón de Dios, y su rey Por Reyner Azofeifa David fue conocido y amado por ser el músico del rey, aquel que calmaba los males que perturbaban la mente y el corazón de Saúl. Con su música logró apacentar las furias de la personalidad impetuosa de un hombre atormentado por un espíritu ajeno al suyo. Había sido escogido para llevar a cabo su misión, porque se habían hallado en él características valiosas que lo hacían apto para realizar tal labor; sabía interpretar su instrumento, era valiente y prudente en su hablar, de buen aspecto físico y, además, Dios estaba con él (1 S. 16:18). David estaba siendo usado por Dios en lo que sabía hacer mejor: tocar el arpa. Sus horas de práctica mientras cuidaba las ovejas de su padre lo habían transformado en un profesional en el arte de la interpretación de las cuerdas. Sus melodías habían deleitado y ministrado al Señor, habían hecho sentir paz en el rebaño, habían llenado su propio ser y calmado el del rey. El pastorcillo de Belén había llegado a ser el músico del palacio al servicio del rey. Estas líneas son un análisis de las dimensiones que David, el pastor, el músico, el siervo, alcanzó al servicio de su rey, y de las bendiciones que este servicio trajo como consecuencia. EL PASTOR El concepto de músico es muy diferente al concepto de ministro pastoral que les es dada. Por lo de música. Es muy frecuente pensar que en nuestras congregaciones lo que tenemos son músicos que, cada vez que es necesario tocar un instrumento o cantar algún himno o corito, estarán allí para hacerlo. El pensamiento no dista mucho de lo que los mismos músicos piensan de sí mismos. Creen que saben interpretar un instrumento, poseen una buena voz, dominio escénico y gran carisma, entonces tienen la capacidad de ser ministros musicales. Este pensamiento se hace cada vez más popular en la iglesia, pero también se confirma que es errado. Consideremos a nuestro ejemplo musical. David ha pasado su vida entre las ovejas de su padre. Antes de conocer otras cosas de la vida ha tenido que aprender a ser pastor, a guiar, a conducir. Ha debido adiestrarse cada día en el arte de dirigir a sus ovejas desde la salida por la mañana hasta el regreso por la tarde. Esto le hace tener un corazón preparado para guiar, responder a su rebaño, conocer sus necesidades y llevarlo en la mejor dirección. ¿Qué es lo que encontramos entre nuestros músicos? Somos pocos los que hemos dado la tarea de aprender a ser pastores para guiar a la congregación a adorar a Dios. Recordemos a los levitas. Ellos tenían a su cargo los dos grandes ministerios de servicio directo a Jehová: el sacerdocio y el ministerio musical. Habían sido separados para ello, y lo hacían con excelencia. Sus dotes musicales se mezclaban con las de líderes. Podemos recordar a los siete sacerdotes que tocaron las trompetas en la toma de Jericó (Jos. 6:4), o a los músicos delante del arca del pacto cuando fue trasladado a Jerusalén (1 Cr. 15:16). Con frecuencia se nos olvida que cada una de las ovejas a nuestro cuidado requiere un trato particular. El pastor conoce su nombre de sus ovejas y ellos lo conocen y siguen su voz.
Muchos músicos actuales no toman en cuenta la responsabilidad general, ni siquiera conocen a la gente que están guiando, es decir, su realidad, necesidades, expectativas. El ministerio musical no es debidamente comprendido, no solo por los demás ministerios dentro de la iglesia, sino por los muchos músicos. Se pierde la conciencia pastoral y se convierte en el placer de hacer música y de satisfacer las necesidades propias como intérprete y como adorador. Se olvida el compromiso que se tiene con cada persona ministrada, y muchas veces se convierte en un espectáculo egoísta que guía a sólo unos cuantos (si es que no sólo a uno) a cumplir el objetivo de alabar a Dios en forma sincera. EL MÚSICO Cuando Saúl buscó a una persona apta para que le tocara, no sólo pensó en un músico cualquiera. Él retuvo en su mente una serie de características que creyó imprescindibles para alguien que quisiera servir en su presencia. Saúl pide que se busque a alguien que supiera tocar bien, un profesional en el arte de la interpretación del arpa (1 S. 16:17). David es presentado ante el rey por otros que sabían de sus virtudes. Era conocido por saber tocar bien el arpa y, además, por ser un hombre de guerra valiente, prudente en sus palabras, hermoso, y que gozaba de la compañía de Dios. A veces me pregunto si los músicos actuales en nuestras iglesias seremos siquiera la mitad de lo que el rey pedía de David. Sabía tocar el arpa Nuestros músicos son, en su mayoría, gente que desarrolló su talento en la ejecución de instrumentos o en el canto a través de su experiencia en la iglesia. Sin embargo, hoy nos encontramos con personas especialmente preparadas en esta área, y con otras muchas que están estudiando en seminarios, escuelas musicales, academias y universidades. Se busca profesionalismo. No obstante, deberían tener además los otros requisitos que hicieron de David un músico profesional. Un instrumento llega a amarse con el tiempo. Cada vez que tengo mi guitarra en las manos me doy cuenta del gran valor que representa el que yo pueda ejecutarla bien. Desde niño he aprendido a tener un tiempo especial con mi instrumento para que, con la práctica constante, podamos convertirnos en uno cuando estamos juntos. Analógicamente, al Señor le interesa pasar tiempo con sus instrumentos para poder interpretarlos en forma tal que produzcan armonías celestiales. Saber tocar un instrumento no necesariamente quiere decir que lo ejecute bien. La utilidad del instrumento se expresa cuando es interpretado magistralmente, no importa la calidad del mismo.
Era un guerrero valiente Hoy necesitamos ministros musicales que sepan usar las armas que les han sido dadas por el Señor. El uso de la Palabra, el liderazgo correcto, la oración, todos son elementos que deben formar parte de la vida
de un músico para hacer de él un guerrero espiritual. Fue con música que se derribaron los muros de Jericó. Con la música que David interpretaba huía el espíritu maligno de Saúl. El músico tiene la oportunidad de llegar a ser un buen soldado si sabe utilizar bien las armas que le han sido dadas. La valentía de un soldado se ve respaldada por su líder y por la capacidad que tenga de pelear la batalla. Tener a cargo un ministerio musical muchas veces nos hace descuidar aspectos básicos de la preparación de un soldado de la milicia celestial. La oración, la meditación en la Palabra, el encuentro diario con Dios, la evangelización, son muchas veces aspectos que no se creen necesarios en la vida de un músico. Sin embargo, se pierde lo indispensable en los acordes y canciones.
EL SIERVO David demostró su capacidad como músico que ministraba al Señor al calmar el espíritu malo que atormentaba al rey (1 S. 16:23), y como hombre de guerra, valiente, al salir a pelear contra Goliat. Estaba agradecido con su rey, y le amaba. Sin embargo, iba a experimentar una nueva dimensión de ese amor al conocer al hijo de éste. Jonatan llegó a ser muy querido para David: su hermano, confidente y amigo. En consecuencia, Saúl decidió tomar a David como su siervo (1 S. 18:3). El Rey de reyes reconoce las capacidades que sus siervos tienen. Él observa nuestro corazón y nos deja servirle. Al decidir hacer del Hijo del Rey nuestro mejor amigo hemos sido tomados de un lugar al cual nunca volveremos. David se dio cuenta de que valía la pena conocer lo que hacía, y tener tantos buenos atributos. Pero lo más satisfactorio para David fue el poder compartir sus triunfos con el rey. Él demostró tanta capacidad en las diferentes cosas que el rey le mandó hacer que fue puesto en alto y se ganó el respeto, no solo de la gente sino también de los líderes. Por sus características de siervo, David fue levantado. Me da la sensación que en la iglesia de hoy el músico es una especie de poseedor de una “unción especial”. Muchos esperan el servicio de los demás, olvidándose de que la palabra ministrar está ligada a la palabra servir. La vida de David nos enseña que nuestra música y nuestra vida deben ser una ofrenda de servicio para el Señor. La obediencia y sumisión ante Dios traen como consecuencia el agrado de los demás. Muchas veces los músicos nos esforzamos por la excelencia solamente para ser mejores que los demás, o para llegar tan alto como algún otro. Pensamos en el ministerio musical como un trampolín para la fama. Intentamos desesperadamente ser reconocidos por las canciones que escribimos y cantamos, por la destreza en nuestras interpretaciones, o por la gran capacidad de dirección que tenemos. Se nos olvida la sencillez de un himno entonado por once hombres una noche antes de la crucifixión, o el poder de un simple arpa bien tocada. Nos cuesta recordar que para ser usados por el Rey debemos ser siervos. Deberíamos tener en claro que para ser un buen ministro de música es necesario tener el respaldo de Dios. Que cada vez que elevemos una canción a Dios sea nuestro corazón el que primero la interprete. Que la música que producen nuestras manos y voces sean el reflejo de la relación que hemos llevado con el Hijo del Rey.
David y Jonatan fueron felices en su amistad hasta la muerte. ¿Seremos fieles en nuestra amistad con el Hijo del Rey? Qué triste será recordar nuestros ministerios musicales con una de las canciones más angustiantes: el canto de un gallo. ____________________________ Tomado de Apuntes Pastorales 1999/10-12 Usado con permiso
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