Adiós al maestro del baile

23 nov. 2007 - Eso creía. Maurice Béjart: falleció en Suiza, a los 80 años. Adiós al maestro del baile. El coreógrafo que revolucionó la danza del siglo XX iba.
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Espectáculos

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Viernes 23 de noviembre de 2007

Maurice Béjart: falleció en Suiza, a los 80 años

Adiós al maestro del baile GINEBRA (AFP).– El coreógrafo francés Maurice Béjart, uno de los más importantes creadores de la danza contemporánea, falleció ayer a los 80 años de edad, indicó a AFP el Béjart Ballet de Lausana (BBL), que dirigía desde hacía 20 años. Esa ciudad había anunciado a fines de la semana última que el creador había sido hospitalizado por segunda vez en un mes con el fin de seguir un tratamiento estricto por problemas cardíacos y renales. * * * “«Más luz», fueron las últimas palabras de Goethe. Las mías serán «Más danza»”, había dicho Béjart el último 1º de enero, cuando cumplió los 80 y ya se apoyaba, cómplice, en un par de muletas, mientras reflexionaba sobre medio siglo con la danza. Pero no fueron esas las palabras con las que ayer, bien temprano en la mañana, los voceros de su compañía anunciaron escuetamente que el genial coreógrafo, figura de máxima relevancia para la danza del siglo XX, había fallecido. No obstante el estricto tratamiento que seguía en el Hospital Universitario de Lausana, al oeste de Suiza, desde su internación Béjart seguía a diario las actividades de su compañía y los ensayos de La vuelta al mundo en 80 minutos, basada en la novela de Julio Verne, cuyo estreno mundial estaba previsto para el 20 del mes próximo. Eso es más danza. Hijo del escritor y filósofo Gaston Berger (su madre murió cuando tenía 7 años), Maurice-Jean Berger había nacido el 1° de enero de 1927 en Marsella y descubrió la danza en la adolescencia por recomendación médica. Siendo además filósofo, como bailarín clásico trabajó al inicio de su carrera con nombres de gran prestigio, como Roland Petit. En diferentes entrevistas tanto como en su biografía oficial, confesó que fue hacia 1949 cuando descubrió la expresividad coreográfica, de gira con el Culberg Ballet. Béjart creyó ser demasiado malo como bailarín. En 1954 creó su propia compañía y tres años más tarde se convirtió en director de danza del Teatro de París. En 1959 trascendió con La consagración de la primavera, de Stravinsky, presentada en Bruselas. Allí fundó en 1960 el Ballet Siglo XXI, que en su mudanza a Lausana, en 1987 –tras una pelea con Rudolf Nureyev, director de baile de la Opera de París–, se llamó Béjart Ballet de Lausana. Tan particular como su rostro –de

Testimonios Cipe Lincovsky ■ “Las palabras están gastadas,

ya no significan lo que uno quiere decir. ¿Qué es eso de que Maurice murió? Si ayer mismo estaba pensando en Jorge Donn. Ante esta noticia solamente hay dos personas felices: Jorge y Maurice. Maurice me abrió las puertas de un mundo que no me pertenecía, porque soy actriz, no bailarina. Con los dos espectáculos que hicimos juntos recorrí el mundo. Desde que me enteré de su muerte no paro de llorar. Esto es sólo comparable a la muerte de mi padre.”

El coreógrafo que revolucionó la danza del siglo XX iba a estrenar su próxima obra dentro de un mes mirada azul profundo, barba recortada y en punta, cejas fruncidas–, como su cuerpo robusto e incansable, era su personalidad de hombre, amigo y maestro, al que el mundo de la danza le dedica hoy profundas palabras de amor. Y singular, sin duda, su obra, que revolucionó la danza. El creía que el ballet no tenía por qué mostrar solamente a bellas princesas en busca de un príncipe. Reemplazaba, así, el tutú por un par de jeans, ponía notas sexuales a su coreografías, dejaba que la moda las atravesara –su amigo Versace fue su colaborador desde 1984 y hasta su muerte, en 1997, que este año Béjart recordó con Gracias, Gianni, con amor–. Su ignorancia del significado de la palabra “frontera” marcó su estilo. Cine, ópera, teatro, música, ballet: todas las artes, las manifestaciones espacio-temporales, entraban en su privilegiada cabeza vanguardista; su corazón seguía la tradición clásica; se mezclaban, se depuraban, se procesaban para que sus creaciones surgieran libres. Sobre la separación entre clásico y contemporáneo, decía en 2001: “No sé qué es eso. En mi escuela se trabajan dos técnicas: la clásica y la de Martha Graham. Con ellas, el cuerpo puede hacer lo que quiere. No encuentro diferencia entre Mozart y Stockhausen, y no entiendo por qué en la danza tendría que haberla. A mi escuela vienen maestros de danza indios, de flamenco, de danzas africanas. Separarlos va en contra de la historia”. Místico, Béjart se había convertido al islam en 1973, siguiendo un camino espiritual que impregnó su carrera artística: creía que la danza estaba ligada a la divinidad. Su cuantiosa producción incluye además de coreografías –parte de ellas dedicadas a reconocer la labor de figuras importantes de todas las artes–, piezas teatrales, óperas, libros y otros papeles. “Avanzamos en la vida y surgen puertas frente a nosotros, las abrimos para encontrar una salida, pero cada puerta da a un pasillo a su vez lleno de puertas”, escribió el maestro en Cartas a un joven bailarín.

El alma argentina Si Bolero (1960) fue una de sus obras más queridas, Jorge Donn significó, además de un ser entrañable, su

Mauricio Wainrot ■ “Es un día horrible. Su muerte

es una pérdida enorme para la cultura y para la danza. Maurice no era solamente un gran coreógrafo sino también un filósofo. El cambió la forma de ver la danza, elevó el estatus del bailarín varón a niveles antes inconcebibles. Tuve la fortuna de trabajar con él en 1986, en el Ballet del Siglo XXI y en su escuela Mudra, donde monté La sinfonía de los salmos. Béjart hizo ballets fundamentales para comprender la danza en el siglo XX.”

Cecilia Mones Ruiz (desde Suiza) ■ “Pasamos 30 años juntos. El me AFP

Maurice en compañía Arriba, con Jorge Donn y Cipe Lincovsky, en Nijinsky, clown de Dios, y con los integrantes del Béjart Ballet Lausana. A la izquierda, en Lumière.

CREDITO

AFP

musa. “Jorge fue un hijo, un amor, un bailarín de pura cepa, un ser inteligente, único; de esas personas que se encuentran una vez por siglo”, había dicho Béjart, en una entrevista con LA NACION, del bailarín argentino que inmortalizó la versión masculina de esta coreografía, incluida en el film Los unos y los otros. Si bien el vínculo entre ambos fue emblemático, la relación del coreógrafo con el “alma argentina” fue más allá. Entre fines de los 70 y du-

rante la década siguiente, las compañías de Béjart presentaron programas en el Teatro Colón, en el Luna Park (uno dedicado a Gustav Mahler, y Romeo y Julieta), en Obras (Preludio de La siesta de un fauno y Vida y muerte de una marioneta humana). Y entre finales del siglo pasado y éste, estrenó El presbítero no ha perdido nada de su encanto ni el jardín de su esplendor (Luna Park, 1997), en homenaje a Jorge Donn y Freddie Mercury; El arte del pas de deux (Colón, 1997); Che, Quijote y

Bandoneón (Luna Park, 2001), con la actriz Cipe Lincovsky y el bailarín Octavio de la Rosa, con música de Raúl Garello y Eladia Blázquez, y Madre Teresa y los niños del mundo (Luna Park, 2003), con Marcia Haydée. “¿Sabe? Se puede olvidar todo, pero el arte queda, es universal: son perennes la música de Mozart, la arquitectura de civilizaciones anteriores, la pintura de maestros como Da Vinci. La danza es como la relación que se establece entre padres e hijos. Es un legado que recibimos de los que nos antecedieron y así seguirá comunicándose, de una generación a la otra. Nunca morirá, aunque los progenitores desaparezcamos.” Eso creía.

Constanza Bertolini

trajo desde Buenos Aires cuando tenía 15 años, estuve en su escuela Mudra y más tarde fui solista en su compañía. Estábamos trabajando en una nueva creación que no pudimos terminar. Indudablemente fue el coreógrafo del siglo, hizo de la danza una expresión artística más popular y sacó al hombre de atrás de la mujer. Jorge Donn fue el ejemplo más claro de eso. Ahora ellos están juntos. Esa imagen me reconforta.”

Alejandro Cervera ■ “Béjart fue un referente muy

importante para la danza contemporánea, pero también fundamental para el teatro. El brilló con sus conceptos teatrales y escénicos, de espacios nuevos. La última vez que lo vi fue en un ensayo en el Teatro Colón y yo no podía mirar hacia el escenario, sólo lo miraba a él, cómo corregía a sus bailarines. Había ahí mucha pasión, mucho amor.”

FABIAN MARELLI

Escena de Aires de villa y corte, obra que abre el programa del Ballet Nacional de España en el Gran Rex

Sobre tradición y actualidad Excelente

✩✩✩✩✩ Programa del Ballet Nacional de España, con dirección de José Antonio. Aires de villa y corte. Coreografía: José Antonio. Música: José Nieto. Diseño de iluminación: Nicolás Fischtel. Diseño de vestuario: Yvonne Blake. La leyenda. Idea original y coreografía: José Antonio. Música: José Antonio Rodríguez. Rondeña y alegrías: Juan Requena. Adaptación e interpretación de Embrujo del fandango: Rafael Marinelli. Diseño de iluminación: Juan Gómez Cornejo, Paloma Contreras. Diseño de vestuario: Pedro Moreno. Diseño de escenografía: José Antonio. En el teatro Gran Rex, Corrientes 856. Duración: 2 horas y 10 minutos. Próximas funciones: hoy y mañana, a las 21; pasado mañana, a las 17 y a las 21.

Sobre la importancia de generar un encuentro entre la tradición y la actualidad en el arte se ha dicho tanto. Muchas veces esas palabras, como las que el director del Ballet Nacional de España le ofreció a LA NACION (“no podemos hacer obras de museo”), resultan atractivas como premisa, aunque no terminan de conformar una idea concreta de cómo ocurre esa confluencia de temporalidades en los cuerpos, en el espacio, en el montaje de un espectáculo. Es, justamente, la evidencia de que ese puente entre las raíces y el hoy existe lo que esta ejemplar compañía pública y profesional está

entregando en escena, con frescura inesperada. Desde las creaciones coreográficas, la música original (grabada y en vivo) y las cualidades interpretativas de un cuerpo artístico formado por jóvenes talentosos hasta el sobresaliente vestuario –el brillo y los colores de los géneros, el diseño, los calzados– y la iluminación –crucial en una puesta de escenografía mínima– el programa que el BNE presenta en Buenos Aires hasta el domingo tiene fuerza, rigor, gracia, carisma. En cinco movimientos, Aires de villa y corte abre la función con un recorrido por la Madrid del 1800, evocada a partir de un baile de trajes de época, abanicos y castañuelas, cuyo toque suma exigencia a una técnica de braceos, saltos y posiciones muy propios de la danza clásica. Si los cuadros de conjunto resultan muy vistosos, los movimientos de parejas acentúan la elegancia de esta coreografía de media hora que muestra la riqueza de repertorio de la compañía. Tras el intervalo de 20 minutos, la platea entera ignora que la siguiente obra, La leyenda, le trasladará su pasión cuadro tras cuadro, durante una hora y media. Más aún, que todos terminarán por aplaudir de pie, una vez, otra y otra más. La obra, también de José Antonio –quedan a la vista sus dones como coreógrafo–, es un homenaje a Carmen Amaya. Sin intenciones de reseñar la

vida de la bailaora que murió a los 50 años, cuando ya había marcado a fuego el mundo del flamenco, el director del BNE pone en escena a dos mujeres: la carnal y la espiritual, representadas por las figuras principales, Ana Moya y Elena Aldago, respectivamente. La dualidad se apoya en un dispositivo escénico de paneles negros móviles, que funciona muy bien con los juegos de luces y sombras, dejando a la vista (y no) a los músicos (Diego Losada, Enrique Bermúdez y Jonathan Bermúdez, en guitarra; Samuel Flores, en percusión) y los cantaores (Sebastián Cruz y Momi de Cadiz). La leyenda recorre los palos flamencos, de los tangos a las alegrías, con lucimiento del cuerpo de baile y los solistas, especialmente de Miguel Corbacho, el principal entre los varones. Una veintena de intérpretes da sobradas muestras de que también el flamenco puede abordar con gran nivel. Sangre joven de excelencia brota en la seguiriya del final: un cuadro que tiende a fundir el sentimiento de las dos Carmen, con sus batas de cola (una negra y la inmaculada, larguísima). Una estela que, como buena estrella, Amaya dejó a su paso, según explicó José Antonio su metáfora. Una estela que, con brillo y esplendor, la compañía española dejó sobre un escenario frente al cual el público no cesó su ovación.

Constanza Bertolini