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hijos tenía un nombre israelita, todos estudiaban hebreo, y todos amaban a su adoptado país. El suyo era un compromiso radical, más allá de lo que podrían ...
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Abigail está en casa Artículo escrito por Bill Lawrence Presidente de “Leader Formation Internacional” (Formación internacional de Líderes) ObreroFiel.com usa este artículo con permiso Abigail Litle. 14 años. La segunda de cinco preciosos hijos, alegría del corazón de su padre, la luz del alma de su madre. Ya no es una niña, pero tampoco aún una mujer. – compasiva, bondadosa, dedicada, amiga de amigas. Cada vez que una niña nueva a quien nadie aceptaría llegaba a su clase, Abigail hacía que la niña rechazada fuera aceptada en su grupo. Era el 4 de marzo del 2003 en Haifa, Israel, y ya había acabado la escuela. Dos autobuses 33 llegaron al mismo tiempo, el primero estaba lleno, el segundo vacío. La mayoría de los amigos de Abigail se fueron en el autobús vacío, pero ella se apretujó en el lleno. Nadie sabe porqué. Tal vez tenía una nueva amiga en ese autobús. O tal vez solo quería llegar pronto a casa. De cualquier manera, ella estaba en el primer autobús que iba lleno, mientras iba colina arriba sobre la Avenida Moriah. Abigail iba a casa. Iba . . . a Casa. Phil y Heidi, su padre y madre, estaban en casa escribiendo una carta de oración para sus amigos en América quienes estaban con ellos mientras servían a Yeshua (Jesús) en Israel. Ellos habían estado allí por 14 años, desde que Abigail tenía un mes de nacida. Phil y Heidi se habían conocido en MIT donde ambos eran estudiantes próximos a graduarse, él en Ingeniería Mecánica y ella en Arquitectura. Mientras estudiaban, se enamoraron uno del otro y determinaron que estaban llamados para ir a algún lugar del mundo con el Amor que los había unido, el Amor que les dio la Vida que ellos querían llevar a otros. El lugar resultó ser Israel, y ellos vinieron al pueblo elegido de Dios, con un compromiso de por vida para identificarse con ellos y servirles. Cada uno de sus hijos tenía un nombre israelita, todos estudiaban hebreo, y todos amaban a su adoptado país. El suyo era un compromiso radical, más allá de lo que podrían haber imaginado. El teléfono sonó cuando Phil y Heidi estaban trabajando en su carta de oración Un amigo llamó para decirles que había habido un suicida con una bomba en un autobús 33 y preguntaron si sus hijos estaban a salvo. “Todos están bien,” dijo Heidi, y luego pensó en Abigail, quien aún no estaba en casa. Pero estaba segura de que Abigail estaba bien. Prendieron la TV para ver las noticias, y cuando Abigail no llegaba a casa después de un rato, ellos comenzaron a llamar a sus amigos. Ninguno sabía dónde estaba ella. Con creciente preocupación, llamaron a hospitales, pero no había ninguna Abigail. Las autoridades no tenían información, así que todo lo que podían hacer era esperar y orar por las siguientes horas. Entonces las autoridades llamaron para decir que había algunas personas no identificadas del bombazo y les pidieron que fueran a ver si Abigail era una de ellas. Fue entonces cuando encontraron que Abigail se había ido . . . a Casa. ¿Qué hacer ahora? Abigail, con 14 años, la alegría del corazón de su padre, la luz del alma de su madre, la amiga de amigas que ya no era una niña, nunca se convertiría en una mujer. Se había ido. ¿Gritas, o maldices las tinieblas, o estallas de ira contra Dios, o solo mueres de desesperación? ¿Qué haces? ¿Qué puedes hacer? Viniste a dar tu vida a Israel, no a dar la vida de tu hija a Israel. Ese no fue el trato que hiciste con Dios. Dónde estaba Dios en ese autobús 33? ¿Por qué Dios no protegió a su preciosa Abigail? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿POR QUÉ? Ellos habían dejado su familia. Habían dejado su cultura. Habían renunciado a todo lo que una educación en MIT pudo ofrecerles. ¿Y qué habían obtenido a cambio? Que Abigail los dejara.

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¿Quién puede responder estas preguntas? ¿Quién? Ninguna de las trilladas frases de consuelo tenía significado alguno. Cosas como que Dios la necesitaba más que tú, o que Dios la usaría para un bien mayor, o que Dios te usaría más que nunca, carecían totalmente de significado ante la ausencia de Abigail. Ante ello, es preferible que no tenga sentido, y tomarlo como un daño fortuito, que tratar de forzar el contenido de algún sentido en todo esto, para buscar algún consuelo que jamás podrá consolar. ¿Qué puedes hacer? Solo una cosa. Confiar. Confiar en el Padre quien dio a Su Hijo por ti; confiar en el Hijo, quien dio Su vida por ti; confiar en el Espíritu quien hizo al Padre y al Hijo una realidad en ti. Eso es todo lo que puedes hacer. Y mantenerte despierto por las noches y orar pidiendo ayuda para mantener tu fe, para honrar a Abigail, para criar a tus otros hijos, y tal vez algún día, encontrar algún sentido en un acto de terrorismo tan sin sentido. No puedes renunciar, porque entonces, las Tinieblas vencerían a la Luz, y el Terror triunfaría sobre la Verdad. Tienes una esperanza. Algún día estarás . . . en Casa con Abigail. La verás de nuevo, la verás como la eterna mujer en la que se ha convertido, y le mostrarás tu amor por ella por toda la eternidad. Phil y Heidi prosiguen. Aman a los israelitas y buscan alcanzarlos con el Evangelio de Yeshua, el Nombre sobre todo nombre. Durante 2006, en la guerra entre Israel y el Líbano, Heidi manejaba una ambulancia para ayudar a aquellos que habían resultado heridos cuando las bombas caían sobre Haifa. Hoy su hijo mayor está en las Fuerzas de Defensa Israelí. El primer soldado que hizo el juramento sobre un Antiguo y Nuevo Testamento hebreo. Su tercera hija, busca en un futuro enlistarse también en la armada y servir a su adoptado país. Para ellos Israel es su hogar. Pero, ¿qué hay de Abigail? Compasiva, bondadosa, dedicada, de solo 14 años, siempre 14, dejó de ser niña, y ya nunca será una mujer, ¿qué hay de ella? La melodía del corazón de su padre ahora tiene unas notas bajas, una apagada melodía que terminó con una estrepitosa disonancia. La luz del alma de su madre, aún arde brillantemente, pero como un recuerdo, y una esperanza, no como el brillo expansivo de vida y amor que Heidi esperaba. Abigail, como sabe, está . . . en Casa. Pero ¿qué podemos aprender de los Litles y su respuesta a tan irracional e irreversible pérdida? Solo esto. Las pérdidas de la vida, como la de Abigail, nos traen hasta la elección más grande que podamos enfrentar: la disonancia o la resonancia con Dios. En esos momentos sin significado, momentos que desafían la explicación humana, elegimos o entrar en una desarmonía o una armonía con Dios. Las pérdidas como la de Abigail – tiempos de pérdidas irreparables – nos conducen a una oscuridad que jamás podremos sondear, una fuerza casi física, contra la que debemos luchar toda nuestra vida. La Luz está allí, pero debemos elegir voltear y verlo a Él. No existe día que pase sin que ellos piensen en Abigail, difícilmente pasa una semana sin que alguien mencione su nombre durante la cena. ¿Cómo puede ser de otra manera? Son 14 años de recuerdos familiares con Abigail en el corazón de todos ellos. Piensa en las pérdidas más dolorosas de tu vida. ¿Cómo estás respondiendo a ellas? ¿Tratas de esconderte de ellas, forzando una sonrisa para ocultar una herida que no sana? Esa es disonancia con Dios. ¿Estás enojado, concentrándote en la herida y la injusticia de tu pérdida? ¿Batallas a veces, sintiendo enojo hacia Dios, queriendo huir y

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esconderte, o desafiar a Dios por la injusticia de la vida; pero luego eliges voltear hacia la Luz y encontrar Sus brazos consoladores en medio de tu lucha? Esa es resonancia con Dios. Disonancia o resonancia – una elección que siempre estamos haciendo. Especialmente en las pérdidas de la vida, semejantes a las de Abigail. Abigail está . . . en Casa. ¿Dónde estás tú? ObreroFiel.com- se permite reproducir este artículo siempre y cuando no se venda.

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