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nadadores” (Anagrama, 2012). Nace, según he leído, de la soledad del nadador, pero ¿y la soledad del escritor en la fase creativa? La soledad del nadador, ...
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STAFF 23 DIRECCIÓN Edición y maquetación Ainize Salaberri [email protected] Coordinadora sección tema central, columnas de opinión y reportajes Subdirección Fusa Díaz [email protected] Coordinadora secciones Literatura e Internet (blog y twitter del mes), talento del mes, recomendaciones y novedades Consejo editorial Ignacio Ballestero [email protected] Coordinador sección entrevistas Verónica Lorenzo [email protected] Pedro Larrañaga [email protected] Diseño logo y portada Inge Conde [email protected] Redactores Laura Alonso Izaguirre Ignacio Ballestero Laura Bordonaba Marina P. de Cabo Roxana Contreras David M. Copé José Braulio Fernández Fusa Díaz Rebeca García Nieto Sonia García Soubriet J. Álvaro Gómez Marta Gómez Garrido Abel González Luna Miguel Herranz Farelo Ohiane Intxaurraga Yolanda Izard Abel González Luna Alejandro Larrañaga Pedro Larrañaga Verónica Lorenzo Victor Lorenzo Cinca Marga Martin Bego Martínez Julia Martínez Annie Costello Raquel G. Otero Santi Pérez Isasi Cecilia Paim Ana Rodríguez Callealta Anabel Rodríguez Ainize Salaberri Alba Stephen Iraide Talavera Salvador J. Tamayo María Zaragoza Natalia Zarco

Entiendo que la literatura es un acto de valentía. Entiendo la literatura como un refugio donde encontrar el consuelo que nos roba la vida. Entiendo que la literatura debe ser el lugar donde los escritores se dejen la piel venenosa y nos muestren, a través de ellos o de sus personajes, su verdadero ser. Nosotros, los indignos de ser humanos como decía Dazai, necesitamos reconocernos en los demás, encontrar palabras a lo que ahoga nuestra garganta, desmembrarnos a través de los otros, ellos, los escritores, en un acto de soledad venido de otro acto de soledad, quizás aún mayor: la escritura. En nuestro número 23 queríamos celebrar la literatura mientras celebrábamos el tercer año de nuestro nacimiento. Entiendo que esta revista es, en parte, un desnudarse cada tres meses; hablamos de los demás pero ¿en realidad no estamos hablando de nosotros mismos? ¿Acaso no nos escondemos tras las máscaras de esos títulos y esos nombres de escritores para hablar de lo que nos da miedo, de lo que nos da placer, de lo que huimos y de lo que en su búsqueda salimos? La literatura es lo único que nadie nos puede robar. Los Diarios eran lo único que, en vida, a los escritores no se les podía robar. Hoy, en un acto de curiosidad —pero también de necesidad—, recurrimos a ellos para entender, para encontrarnos, para encontrarlos y, sobre todo, para empezar de nuevo. Bienvenidos.

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Sumario #23

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Talento del mes Literatura en internet Columnas de opinión EDITOR: Luis Magrinyà Reportaje: Fantasía no tiene límites Entrevista: Iván Repila DIARIOS TRADUCTOR: Alejandro Palomas Poesía: Antonio Gamoneda Poesía: Princesa Inca LIBRERA: Júlia Secall Roca Entrevista: Joaquín Pérez Azaústre Recomendaciones Novedades narrativa Novedades poesía



19, 31,37,44, 49, 55, 61, 67, 75

BREVES

Reuters

Talento del mes

Memory of my forget fulness

http://memoryofmyforgetfulness.blogspot.com.es Hay talentos que permanecen en un silencio injusto y muy desagradable. Algunos blogs están ahí, que parecen un escondite, y nadie les presta mucha atención si lo comparamos con otras páginas web con tantísimas visitas. No sé quién se esconde tras este blog y no sé quién escribe y además hace algunos meses que ni siquiera escribe, pero sé que de vez en cuando pienso, me acuerdo, y busco la dirección entre mis enlaces, y leo lo que llevo atrasado y siendo que hay ahí algo, algo que no encuentro en otras páginas con tantísimas visitas. Decía que hay talentos que permanecen en un silencio injusto y muy desagradable, y son esos blogs con ausencia de ruido los que me interesan. Y si hubo algún día un objetivo en esta sección, fue precisamente plantarle un altavoz a esos blogs, a esos talentos injustamente silenciosos, desagradablemente aparte. Así que ahora es mi turno de callar.

Selección

ellos nos miraban extrañados murmuraban a nuestras espaldas se preguntaban sobre nuestras manos -nuestra piellos sueños que gritaban desde nuestros ojos

nosotros nos abrazábamos en las aceras nos acariciábamos la punta de los dedos nos susurrábamos palabras suaves -tristesentre las líneas de las manos estoy vacía y me alimento de vacío y escribo que estoy vacía y que me alimento de vacío y tú me leerás indiferente y me besarás lento la luna, las manos, los labios, como si no importase, como si la vida fuese esa cosa horrible que se planea en los ascensores.

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Quería escribir una carta de amor y dibujé una cicatriz en tu espalda. Quería volar a un país lejano y me perdí con la bicicleta de mi infancia. Quería volver, correr huir y me abracé a su ausencia en tus ojos y me desnudé para su lengua en tus sabanas y te besé y te quise y te maté en su recuerdo.

Twitter del mes

Talentino @Talentinonino ¿140 caracteres? No lo sé muchachos, quizá no disponga de tanto tiempo.

Diré y asumiré que tengo cierta debilidad con algunas cuentas de Twitter y que probablemente las literaturizo con la excusa de seleccionarlas para la sección del mes. Bien, éste es el caso de Talentino. Os quiero convencer de que además de micropoemas o microcuentos que caben en 140 caracteres, también hay pequeños diálogos que podrían encerrar una buena historia. Si además le añadimos el humor, como en este caso, el poco tiempo del que dispone este tuitero es más que suficiente para pasar un buen rato en nuestro TL. Además de muchísimos tuits plantilla, es decir, además de los que ya vienen predeterminados y sólo hay que añadirle nuestra marca, están ese género de tuiteros que crean y crean diálogos. La inverosimilitud es la protagonista, y Talentino es un experto. De modo que ese vocabulario de novela del oeste, unos diálogos con muchas referencias y, sobre todo, el humor… todo junto y en una misma cuenta, me da por pensar que puedo hablar de literatura a pequeña escala, a escala diálogo, a escala 140 caracteres. Para ver si puedo convenceros del todo, os dejo con algunas conversaciones de Talentino, y ya me diréis si hay historia o no, si me he colado este mes con el tuitero.

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Selección —Trata de divertirte, muchacho. —No puedo, señor. —¿Por qué? —Porque la amo y no está. —A ver subnormal, trata de divertirte. —Vale.

—Tus temores chico, no son más que meros fantasmas de esa imaginación juvenil… —Reverendo, quite su mano de mi muslo. —Baja un tono, campeón.

—Subía confiado de que allí me esperaría; la vi de soslayo en nuestra mesa, sentada con mimo, solemne, bella… —¿Y qué paso? —Que no era ella.

Blog del mes

Ciudades esqueleto

http://ciudadesesqueleto.tumblr.com/

Selección * María Mercromina y Emily Roberts presentan Ciudades esqueleto. Joseph Brodsky dijo: “Hay ciudades que uno no volverá a ver”. También hay ciudades que uno no volverá a ser. En este proyecto, nos gustaría llevar a cabo una antología multimodal de carácter poético proyectada en un marco urbanístico: poemas de ciudades, prosa poética, fotografía e ilustración. Podéis enviar vuestras propuestas a ciudadesesqueleto@gmail. com indicando en el asunto la ciudad de la que trata la pieza, y adjuntando además del texto (formato .doc) fotografía o ilustración (formato .jpg), una breve bio-bibliografía relacionada con su experiencia en la ciudad.

Así se presentan María Mercromina y Emily Roberts con el proyecto Ciudades esqueleto. El mapa que están armando en este nuevo tumblr es amplio y está lleno de palabras, además de imágenes. Barcelona, París, Bolonia… todas las ciudades, vistas por el ojo poético, quedan aquí plasmadas, como una guía literaria y muy subjetiva de los diferentes puntos del mundo en los que ya no volveremos a ser.

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Hay un París sin luz, sin amor, sin cine sin gabardinas beige, sin fumadores. Hay un París con vísceras al Sena. Una ciudad que ni siquiera tiene café y se despega sola del mito. Helena B. Mira a ese hombre cómo se retira de la humanidad hecha carne en el bocado, alimenta a su hija y luego la abraza, aunque portal afuera la lluvia, mustio alborozo de cobre, esté celebrando su ayuno. Alberto Acerete No estuvo nunca allí y ya se desvanece Ciudad de palidez enferma con estampas de cementerios que examinan en sus ventanales sus planetas con viento en los ojos buscando entre cruces de nuevo  de noche con ropa oscura no estuvo nunca allí W. S. Merwin

Opinión

Los últimos días de... un amor de novela

Pedro Larrañaga

No fue algo súbito. No se trató de un rayo, un golpe violento o una muerte repentina. No, no hubo marca en el calendario, ni día fatídico al que señalar con el paso de los años. No, nada de eso. Fue más bien una larga digestión, una desembocadura situada a kilómetros de distancia, pero en la que toda el agua del río tiene que terminar. En realidad, podríamos considerarlo como inevitable, como el único punto al que llegar tras haber tomado aquellas direcciones en cada uno de los cruces superados. Un final ineludible, como el de una novela. Esa última página, el último párrafo, la última frase y la última palabra que cerrará la historia. Un final perfecto, en realidad, para ellos, ávidos lectores los dos, que sólo entienden la palabra fin cuando tras ella viene una página en blanco y después la contraportada. Por eso cuando ella le dijo que todo se acercaba al final, a él le pareció lo más lógico, cierto e inevitable del mundo. Por eso, aunque ella tuviera el peso en la mirada de una Anna Karenina decidida ya a abandonar a Seriozha, para él seguía siendo la pequeña Alicia justo antes de aterrizar en el País de las Maravillas. Por eso, a pesar de que la escuchara llorar alguna vez en el cuarto de baño, él seguía leyendo en la cama y si la recibía con una erección no era por falta de sensibilidad, sino por todo lo contrario, porque Nabokov había conseguido hacerle sentir el aliento de Lolita. Las diferencias estaban ahí, pero ahí siempre habían estado y no por eso habían sido incapaces de avanzar en la lectura de las mismas páginas, aunque uno fuera devoto de García Márquez y la otra fiel de Vargas Llosa. Las diferencias estaban ahí, pero eso era lo que le gustaba de ella. Si hubiera tenido su mismo mentón prominente, las manos graves y el pecho cubierto de vello, sin duda no le habría parecido el ser más maravilloso del mundo. No, ella era algo completamente distinto, ella era el mismo cuerpo que tendría la Maga en caso de que Cortázar no fuera escritor, sino una nueva versión del Victor Frankenstein de Mary Shelley. Ella era el rostro de la Hija de la Luna de Michael Ende y sus manos tenían el tacto de cada frase de la Seda de Baricco. Ella

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era todo eso, por mucho que a él le pareciera un ultraje que marcara, subrayara y anotara en sus libros, siempre deseosa de recordar cada frase que se le adhería a los huesos. Para él el final era inevitable, ineludible, inexorable... El final era el único modo de concluir una novela, porque sin un final, un gran final, una novela nunca será algo inmortal. Porque sólo al final es capaz Aureliano de leer los pergaminos de Melquíades, sólo al final puede Karenin morir para que Tomas y Teresa cierren el ciclo de sus torturas sentimentales en la Insoportable levedad del ser. Para ello, en cambio, el final era una amenaza, una sorpresa en la que sólo cabían dos posibilidades: el dolor o la felicidad. Una apuesta a todo o nada de la que, así es la vida, no siempre se puede salir victorioso y por eso había dejado sin terminar su lectura de Drácula, segura de que, para ser fiel a sí mismo, Bram Stoker sólo podría enviar a la muerte a su inmortal protagonista. Por eso ella leía las páginas de su propio amor de novela con arenas en los ojos y cuchillas en el estómago, haciendo imposible saborear los bocados que restaban por degustar. Ella estaba dispuesta a dejar de leer para que su novela no llegara al final. Él necesitaba leer para que el final de su novela le dijera si era esa la gran historia que podía escribir. Ella y él y el final. El final, él, ella. Los tres, compañeros inseparables en un triángulo que, como todos los triángulos amorosos, hace imposible el feliz desenlace. Así fue como él, mientras leía a Houellebecq, a Suso de Toro y a Faulkner, aguardaba a que entrara en calor el otro lado de la cama. Pero le dio tiempo a leer a Proust, a Stendhal y a Marukami y la otra mitad de las sábanas seguía helada. Así fue como ella, metida ya en un nuevo Viaje a la Alcarria, inició nuevas lecturas de la mano de Auster, Matute y Fina Casadelrrey, tomando otras direcciones en cruces por los que ya había pasado, convencida de que, si hacía bien sus elecciones, sólo habría nuevos caminos en vez de un final. Pero el final siempre está. Más lejos o más cerca. Allí o aquí. El fin.

Opinión

Svanire

Ainize Salaberri

en ellos hay esperanzas, ilusiones, y mucho trabajo; con mayor o menor acierto, de acuerdo, pero en ocasiones es también un acto de valentía.

Voy a confesarlo: no tengo ni idea de literatura. Es más: tampoco lo pretendo. Vivo la literatura. La siento. Me muero por ella. Soy lectora, y como lectora hablo. Huyo de los tecnicismos, academicismos, crítica literaria. No destruyo escritores, no destruyo blogueros, no destruyo lo que yo misma no sé construir. No presto atención a la miseria ni a la riqueza de la literatura. Leo, leo, leo. Eso que todo el mundo debería hacer. Quien recurre a mí en busca de un libro o un autor lo hace porque considera que sé más que él/ella, que algo danza por mi mente cuando escucho la palabra recomendación. Pero, en realidad, y aunque dirija una revista de literatura, no tengo ni idea de lo que trata; no conozco la historia de la literatura, no soy experta en nada, no podría dar una conferencia sobre nada en concreto; tampoco sé quién escribe mejor o quién escribe peor. No soy académica, ni profesora, ni crítica. Ni lo pretendo. Rebasar ciertas fronteras de la literatura me parece denigrarla. Intentar encontrar en la literatura un lugar donde salvarnos me parece honrarla. Sin embargo, pocos somos los que entendemos la literatura de una manera casi platónica. En esta revista, por ejemplo, compartimos el sentimiento, por eso estamos juntos. Los de fuera, los que nos seguís, también.

Decía el otro día Alberto Manguel en Bilbao que lo extraordinario de las bibliotecas (y de las librerías), es que en algún libro hay una frase, un párrafo, una página entera para nosotros; esa frase, párrafo o verso que habrá de cambiarnos, que hará que vibremos. Nabokov decía que de eso trataba la literatura, precisamente: el estremecimiento en la espina dorsal. Y añado el temblor, y el ansia, y los sudores fríos. Eso es la literatura. Quizás el libro en conjunto no funcione, quizás no lo recordemos más y hasta puede que no lo terminemos, pero qué grandioso si un autor nos ha puesto los pelos de punta aunque sea en una frase. Esa es la sentencia que me interesa. Todas las demás sobran. Y a esos grandes expertos se les olvida, además, que el lector necesita sentirse libre. Con sus juicios, sin embargo, encarcelan la literatura y todo lo que tenga que ver con ella. Y son tan necios que no se dan cuenta que cada insulto o falta de respeto es un barrote más en su cárcel. Ellos no son libres, lo saben, y no desean que nadie lo sea. Necios, repito. Esos revolucionarios de la pluma, apoltronados todos ellos tras un pseudónimo, gigantes salvadores de la literatura, no se detienen únicamente en las miserias arriba expuestas. En absoluto. Como todo incauto e ignorante, se atreven a rebasar límites del respeto y la tolerancia. Dan un paso adelante y juzgan sin saber, hablan sin saber, gritan sin saber, poniéndolo todo perdido de estupidez y vísceras. Internet está plagado. Y hay quien lo compra. Perdonad, creía que veníamos a hablar de literatura. Con todo esto no quiero decir que haya que ocultar que un libro es malo, o que haya que recurrir a un «buenismo» que, casi siempre, esconde un favor detrás, pero sí que quiero decir, y lo digo, queridos expertos, que la literatura vive y muere, sobrevive, empieza y termina en la literatura. Y algo más: el hecho de que seáis escritores frustrados, el hecho de que seáis absolutamente incapaces de hilar un pensamiento con otro o, lo que es peor, que no seáis capaces de abriros en canal y mostrarnos vuestras vergüenzas, que os repugne mostraros vulnerables, no os da ningún derecho a denigrar a nadie: ni a los publicados ni a los que pretenden publicar. Si no os gusta, haced como hacemos en G&R: no habléis, no deis publicidad, no destruyáis. Leed, y nada más. Teresa Moure lo sabía bien: «Leer y olvidar. Leer es regalarse una evasión, una huida pues, de todas formas, dentro de unas horas ni siquiera el planeta estará en el mismo sitio que ahora.»

Y luego están los demás. Están aquellos para los que la literatura no es más que un lugar donde olvidarse de los problemas. Bien. Están aquellos para los que los libros son una forma de huir y de encontrarse. Bien. Están los que necesitan de las palabras de los demás para no ahogarse, para salvarse, para reírse, para llorar. Bien. Y después están aquellos que no saben vivir la literatura: están aquellos que están más atentos a una caída que a un ponerse de pie, que están más atentos a las erratas que a la belleza de una frase, que están más atentos a un mal libro que a uno bueno. Están los que necesitan pretender saber más de literatura de lo que saben y ejercen de dictadores; son los que establecen lo que está bien y lo que está mal, lo que es digno de elogio y lo que sólo puede desecharse mostrándolo ridículo, lo que se ha de leer y lo que no. Están quienes con mano de hierro dan un golpe en la mesa y reducen a basura lo que no les ha gustado, sin discusión posible. Están quienes creyéndose dioses mortifican a escritores por la falta de orgasmos en las lecturas. A veces, es cierto, no les falta razón, pero me recuerdan a una frase de la película Descubriendo a Forrester que decía algo así como que una panda de gilipollas coge un libro que nunca serían capaces de escribir y lo destruyen en un día, sin entender que depositados 8

Opinión

José Braulio Fernández

Quijotes por la vida

Qué gran habilidad la de don Miguel de Cervantes. Transcurridos varios siglos desde la publicación de sus dos partes de El Quijote, y de su propia muerte, aún nos mantiene entretenidos discutiendo, divagando o simplemente disfrutando con las lecturas que encierran sus personajes. Las interpretaciones, planteadas con el rigor que se exige a la categoría de la obra, sugieren que en el trasfondo de la misma, y que se desvela en el ocaso, se esconde el desengaño. Se trata de una conclusión admitida por los expertos, conclusión de escaso riesgo a tenor de la época en la que Cervantes la alumbró. Decía Jorge Luis Borges: “el libro entero está escrito para esta escena”, se refiere a la escena final, la que, con la misma naturalidad que le precede, supone el discreto final de las temerarias andanzas del caballero don Quijote.

Todo un libro sintetizado en una escena, ni los triunfos ni los fracasos más sonados sirven de atenuante en el cara a cara con la cruda parca. Sólo queda el recuerdo en la memoria de quien recuerda. Si todos quisieran olvidar, si fuese posible, nada quedaría. Pero, y es digno de encomio y por ello Cervantes merece un aplauso, como otros, algunos autores han sabido sobreponerse y trascender, con su talento, al olvido que se cierne sobre el pasado con el transitar de los años. Y no sólo eso, sino que algunos de sus personajes han trascendido a la memoria de sus creadores. Y, yendo un poco más allá del concepto mismo del personaje como vector de las ideas de su creador, además se erigen como modelos, ejemplos, prototipos que recorren los siglos, se adueñan de una parcela de nuestro vocabulario, y, hoy más que nunca, se elevan sobre el fango ideológico, la precariedad intelectual, la paupérrima mentalidad que busca el encorsetamiento, y representan un soplo de aire fresco. Sólo eso. Un soplo de aire fresco en medio de un vertedero al que han ido a parar las miserias, los yerros y las abyecciones de los siglos.

Los observamos con envidia, seamos honestos. Cualquier comparación con don Quijote da como resultado un penoso

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bagaje a nuestro favor. ¿Loco? La locura de don Quijote es el idealismo sin matices que se nos arrebata. Idealismo natural, sin mácula, que ofende al estirado porque desconoce la magia de la ilusión. Don Quijote sería hoy en día el enemigo público, un peligro para los dogmáticos, para los encorbatados, para los golfos y para todos aquellos que no han aprendido a ver gigantes. Es por ello que los quijotes están proscritos, cercenan su libre albedrío, los maniatan con ridículas normas que preservan un orden anticuado, eclipsan su amplitud de miras. Prefieren la manada obediente; ¡cuidado con una marabunta de ideas!; lo hacen por comodidad, por el apego a la poltrona, por resabio, por maldad, por estolidez, por miedo a una masa organizada movida por el corazón. Por miedo a una masa quijotesca idealista que asome su cabeza sobre los muros y que cuestione sus reglas.

Sólo los atrevidos pueden ser quijotes, y por ello reivindicamos a los quijotes, porque es el atrevimiento, la osadía, lo que nos ha legado Cervantes con su Quijote. Nos ha permitido ver a través de sus ojos el acierto de vivir ilusionado. Desde la Literatura también se mueven conciencias, como desde la acera. Reivindicamos a los quijotes porque son los otros quienes ven molinos.

Opinión

El billete de vuelta

Annie Costello

Cuando mi hermana ve que estoy leyendo un libro siempre intenta averiguar de qué trata. Se asoma tras mis hombros, ojea un par de párrafos y la mayor parte de las veces termina haciendo la misma pregunta: –¿Por qué lees cosas tan tristes/tan pesadas/tan reales? A menudo trato de explicárselo. Que no es por mí, que simplemente hay historias que son bellas por cómo se nos cuentan y no tanto por las hazañas que corren sus héroes. Que son bellas justamente porque prescinden de dichos héroes, y en su lugar colocan a humanos, tan de carne y hueso que, a veces, hasta me da por creerlos reales. Pero nunca logro convencerla. Sacude la cabeza y se marcha, preguntándose cuál es el sentido de preferir sobre el papel los dramas diarios y la reflexión extenuante, teniendo la opción de sumirnos en una buena intriga o un final feliz. Que para qué rastrear en los libros la angustia que presenciamos fuera de ellos, pudiendo usarlos para escapar de este mundo que nos ha tocado en suerte. No es la única persona que me lo dice y a raíz de ello empecé a pensar. ¿Acaso era cierto aquello? ¿Acaso, al elegir un libro, le estamos exigiendo un rescate? Tras mucho cavilar se me ocurrió que, tal vez, existen dos tipos de lectores, definidos en función de aquello que esperan obtener de los libros. El lector-partida lee para olvidarse. La huida es su premisa. Descubre entre las páginas el escondrijo que afuera cree inalcanzable; asocia las letras a tierras remotas, y éstas le salvan de cualquier ancla. Las letras funcionan como ruedas, como hélices, como raíles. Todos hemos sido lector-partida en algún momento. En mi caso, por ejemplo, fue en la infancia. Aprendí a viajar sin salir del cuarto con los corsarios de Salgari, con Rowling y su escuela de magia, con Enid Blyton y sus Cinco. Con la avidez de quien examina un mapa imaginando las selvas, las fieras salvajes, me inclinaba yo sobre el papel a hurtadillas, marchando hacia un mundo que, a mis ojos, se antojaba infinitamente más excitante. La lectura era

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el cerebro del secuestro que me arrastraba lejos de todo. Allá donde desenmascarar a una banda de contrabandistas, o levitar a golpe de varita, o fabricar balsas con ramas de árbol. Pero llegó el día en el que el libro dejó de significar viaje. Se empeñó en acompasar su ritmo al mío para que no tuviera que vivir a solas, y me convertí así en lector-regreso. Pasé de leer para evadirme, a leer para aproximarme a la herida, palparla y calcular el daño. Pasé de leer para conocer lo ajeno, a leer para reconocerme. Aún disfruto, claro está, de Julio Verne y compañía. Aunque haya crecido y hoy sea consciente de que la realidad y la aventura no se corresponden. Que los misterios que nos atañen ya nada tienen que ver con ladrones, sino con el sentido insondable de la vida. Que naufragar en una isla desierta es grave, sí, pero no tanto en comparación con otras superfluas, modernas catástrofes –o así nos lo parece. Pasas tu vida queriendo marcharte y haciéndolo a través de la ficción, y al final terminas usándola para volver a lo que te incomoda. Para encontrar quién eres y por qué sufres, en mitad de una línea. En el fondo engañé a mi hermana. Si no fuera yo, quizá leería otra cosa, lo que leí en otros tiempos, lo que aún leo en ocasiones: romances edulcorados, reliquias ocultas, asesinatos en tren a medianoche, criaturas míticas en tierras inventadas. En cambio tengo a Plath y a Kundera, y a Woolf y a Bukowski presidiendo mi estante. El buscarme en ellos es ya automático. Porque, si mi teoría es cierta y hay dos tipos de lectores, no pertenezco a los que vuelan lejos, sino a los que compran el billete de vuelta. El fin de la literatura que arrastraba a los griegos a llorar en los teatros, a ver morir a los hijos de Medea, a contemplar sus pecados en la actuación de otros. La literatura como purificación y catarsis. La literatura como espejo sin aberraciones ópticas. Como lección. Como autopsia. Que leer es, decía Bolaño, “aprender a morir, pero también es aprender a ser feliz, a ser valiente”. Es el eterno, ineludible retorno al punto del que salimos.

Opinión

Salvador J. Tamayo

¿Qué es un absoluto?

«Cincuenta años de “Rayuela”, a pesar de “Rayuela”»

Desde que leí por primera vez “Rayuela”, hace más años de los que quiero admitir, no hay día que no repita la frase, la maldita frase que como un mantra suena cada vez que intento jugar a hacer literatura: ¿Encontraría a la Maga? Ni siquiera sé si sería capaz de soportarlo. Rayuela cumple cincuenta años, casi los mismos que tenía Julio Cortázar cuando la publicara Sudamericana en el sesenta y tres. Realmente no se trata de recordar una efemérides más sino de rendir completa pleitesía a la que, sin duda, es para muchos un manual de vida. No me refiero a las cientos de pretenciosas y vulgares mujeres que se atribuyen el título de «Maga», como si fuera el de Conde-duque de Olivares; hablo de los que vemos, con más vergüenza que ganas, cómo el tiempo y nuestra forma de entender y tratar la realidad nos hace oscilar sin remedio entre Horacio, Morelli, Roland, Traveller, Ossip Gregorovius y, por qué no decirlo también, Pola. Hace tiempo oí una conversación en la que a un conocido mío le decía un afamado crítico: Sabes qué sucede, que creo que Rayuela no ha sabido envejecer bien. A lo que mi conocido le contestó: Perdona, pero creo que el que no ha sabido envejecer bien eres tú. No puedo estar más de acuerdo, a pesar de que en algunos foros esté de moda decir que la novela ya se ha superado, y que los cumpla muy felices, y que ahora estamos preocupados por traducir todo Foster Wallace, y por escribir novela social -eso sí, mirando con asco a los que desahucian y aporrean-, la obra no ha hecho sino crecer en lectores y en obsesiones más allá del oportuno dibujito. “Rayuela” es la razón por la que muchos intentamos hacer literatura, para que lo que es un acto de vanidad y onanismo consuma al tiempo y logre, con cierta fortuna, la inmortalidad; y que los miedos y las obsesiones terminen causando alguna emoción ahora y dentro de, como mínimo, cincuenta años. Cortázar confesó sorpresa al ver cómo los lectores de Rayuela, cuando salió al mercado, eran jóvenes, muchachos que aceptaron sin recelos el juego que el gran cronopio proponía aunque perdieran. Qué importa. Jugaron, 11

jugamos, y el corazón se nos encogió cuando leímos la muerte de Rocamadour, cuando follamos incluso recitando de memoria el capítulo 7 en gíglico mientras mordíamos unos muslos que ni de lejos tendrían nada que ver con los de Pola, o mucho menos con los de la Maga. Oíamos el saxo descarnado de Charlie Parker y cada nota era una dosis más, en forma de “Otros lados”, que nos llevaría a la desesperación de no volver a leer nunca nada parecido. Abundan los rituales entorno a la lectura de “Rayuela”: en orden hasta el capítulo cincuenta y seis, dando saltos a través de los ciento treinta y uno, o acudir a buscar consuelo y, sin preámbulos, entrar de lleno en el concierto de Madame Berthe Trépat, o en el café donde el azucarillo que parecía una Parker rodó por el suelo para enojo del camarero y los distinguidos clientes que no entendían el apurado gatear de Horacio. Sin embargo, mi ritual es ligeramente distinto, sucede que parece que crezco y hasta personajes que en la primera lectura no me llamaron la atención ahora tienen nombres propios. Algunos incluso mutan haciendo que las notas a los márgenes de mi ejemplar -por el que no pagué más de dos euros- lleguen a ser un diario facineroso de mis últimos diez años. Para mi mala memoria, recordar las distintas sensaciones del mismo párrafo, en lugares tan dispares como Cádiz, Misahualli, Florencia, Córdoba o Trieste, es algo que casi me es imposible de tolerar pero, aún así, es evidente que la ración masoquista merece la pena. Ray Loriga dice que le gusta Francia porque no la conoce mucho. Puedo decir orgulloso lo mismo de París y Buenos Aires. Todos los occidentales del siglo XX somos ciudadanos de New York, por el cine o los anuncios de PepsiCo, pero la París de Cortázar hace que al asumir la propia ciudad, cada esquina termine oliendo a sal y a pólvora hasta que, borrachos, nos dé por darnos cuenta de lo terrible que es estar con el cuerpo en suspensión, entre el Pont des Arts y el agua, y que ese sea el gran momento en el que tenemos que decidir qué hacer el resto de nuestras vidas: dejarnos caer o trepar por el calabozo de aire y continuar inútilmente, lanzando la piedrita y saltando con el pie, jugando a tratar de encontrar a la Maga.

Luis Magrinyà (Palma de Mallorca, 1960) ha publicado traducciones, trabajado como lexicógrafo y desde 1995 dirige algunas colecciones para Alba Editorial. Es autor de dos libros de cuentos, Los áereos (Debate, 1993) y Belinda y el monstruo (Debate, 1995), ahora reunidos en el volumen Cuentos de los 90 (Caballo de Troya, 2011), de la novela Los dos Luises (Anagrama), que recibió el Premio Herralde del año 2000, y de Intrusos y huéspedes (Anagrama, 2005) y Habitación doble (Anagrama, 2010); por este último recibió el premio Ciudad de Barcelona 2010 de narrativa en castellano y el premio Otras Voces Otros Ámbitos.

n Ainize Salaberri Alba Editorial cumple ahora 20 años. Tú llevas al frente de Alba Clásica desde 1995. ¿Cómo llegaste a la editorial? ¿Cómo han sido estos años frente a una de las colecciones más importantes del panorama literario español? Llegué a la editorial porque Menchu Solís, por entonces su directora literaria, me encargó la traducción de una novela contemporánea. Al entregársela le dije: «Pero, en vez de publicar estas cosas, ¿por qué no publicáis clásicos universales?». Menchu era estupenda, le gustó la idea y me pidió un proyecto. Lo hice, se lo pasé, con un programa de títulos y una «declaración de intenciones»: de ahí nació Alba Clásica… y hasta ahora. Además de editor eres escritor. ¿El editor nace o se hace? ¿Y el escritor? ¿Con cuál de las dos profesiones/vocaciones disfrutas más? Todo se hace, creo, porque el oficio, el trabajo, para mí son lo principal. Ni como escritor ni como lector

sufro ni me extasío con la literatura. Veo ambas cosas como un trabajo importante, como algo útil que se tiene que hacer bien. Creo en la inspiración, sin duda, pero sobre todo en procesarla. Respecto a mi «doble personalidad», es absurda. Solo diré que el editor le come mucho tiempo al escritor y que a veces se pelean y a veces se compensan. En una entrevista contaste que la colección, desde el principio, funcionó muy bien, y que la iniciativa la tuviste más como lector que como editor. ¿Sigue funcionando igual de bien? ¿Son los clásicos una apuesta segura? Creo que la clave de todo, en aquellos años (mediados de los 90), fue que Alba Clásica era una idea de lector, no de editor. No había ninguna colección de clásicos universales en España fuera de las dirigidas a estudiantes y yo echaba de menos, como lector, títulos que no se habían traducido nunca o que ya no se encontraban. Es cierto que por entonces Siruela, editoral pionera en muchos sentidos,

tenía aquella extravagante colección llamada «El ojo sin párpado» que estaba formada principalmente por clásicos, pero no era una colección de clásicos, sino de literatura fantástica. Y yo echaba de menos igualmente una colección unificada de clásicos, que no los condenara a ser objetos históricos, de vitrina, aptos tan solo para el estudio, sino que los presentara como obras contemporáneas, que es para mí lo que son. Conseguimos colocar la colección en las mesas de novedades de las librerías, algo en aquel momento totalmente anómalo. Fue enseguida bien recibida por los lectores, creo que precisamente porque era, insisto, una idea de lector. Y enseguida, claro, fue copiada, ya como idea de editor. Aún hoy es copiada, a veces sin el menor rubor… y sin que nadie lo diga demasiado (lamento tener que decirlo yo). Ahora, entre Alba Clásica y sus colecciones hermanas (Maior, Clásicos Modernos, Primeros Clásicos, Pensamiento/Clásicos, Alba Brevis y recientemente Rara Avis), llevaremos unos 250 clásicos publicados, evidentemente no todos –ni todas las colecciones– con la misma fortuna. Relacionada con la pregunta anterior... ¿Para qué sirven los clásicos? Pues para un montón de cosas. A mí me sirven por ejemplo para comparar. Como decía, yo considero a la gente del XVIII contemporánea mía y me gusta verla al lado de la que vive y escribe hoy. Leer a los clásicos permite descubrir qué se hace con lo mismo con unos años de diferencia, si han surgido nuevos temas o nuevas formas o si ya estaban antes, de qué manera algunas cosas desaparecen o reaparecen, por qué antes se trataban unos asuntos y ahora no, o al revés. Todo esto nos dice mucho de la literatura que se escribe hoy y a mí, como escritor, me enseña a escribir, precisamente hoy. Y no te digo a leer… Francamente, creo que, si se leyera más a los clásicos, fenómenos como la literatura basura o la literatura basura disfrazada, que es lo que está realmente de moda, no tendrían tanto predicamento, porque la gente sencillamente no la soportaría, no podría pasar de la primera página. Por eso tampoco he sido nunca partidario de ese fomento

indiscriminado de la lectura que parece sugerir, con consignas aparentemente bienintencionadas pero en el fondo muy manipuladoras, que leer nos hace mejores personas. Perdona, pero no. Hay que discriminar. Hay gente que está todo el día leyendo y no ha leído un libro bueno en su vida. No sé si leer buenos libros nos hace mejores personas, lo dudo, pero de lo que sí estoy seguro es de que leer malos libros nos hace peores. Y más obedientes. En la universidad, cuando estás cursando filología, lo primero que te preguntan en la asignatura de literatura es ¿qué es un clásico? y ¿qué hace de una novela un clásico? La palabra «universal» aparecía constantemente. ¿Hay, en tu opinión, una definición exacta de lo que es un clásico y lo que no? ¿Es posible que para cada lector lo clásico tenga una interpretación diferente? Bueno, hay que pensar que en las colecciones de clásicos de Alba rara vez hemos bajado del siglo XVIII, que es donde empieza, insisto, lo contemporáneo. Por eso mi idea de un clásico es bastante limitada, porque además sé muy poco, más bien nada, de literatura grecolatina, medieval o barroca. Vuelvo a la respuesta anterior: me interesa menos qué es un clásico que su utilidad como espejo en la cultura de hoy. ¿Qué une a Jane Austen con, por ejemplo, Flaubert, Chéjov o Kate Chopin? ¿Que están todos en la misma colección? :) En serio, lo que tienen en común es que todos, cada uno a su modo, tienen algo que decir a quien lee, a quien escribe hoy. ¿A qué le has perdido miedo como editor? A casi nada. Bueno, últimamente, a una cosa sí, a los títulos. Al principio no me atrevía a tocarlos, pero, si ahora tuviera que publicar una nueva traducción de Grandes esperanzas, creo que la titularía Grandes expectativas o Grandes ilusiones, que es lo que debe ser. Ya nos hemos atrevido con Los falsificadores de moneda, con El pobre

Goriot, con El huerto de los cerezos, con La señora Bovary… no todos ellos, por cierto, títulos nuevos en español. Luego hay otros que tengo la impresión de que están mal pero no se me ocurre qué hacer con ellos: por ejemplo, Persuasión. Este título no dice nada, no expresa la idea de que la protagonista se deja convencer para cometer un error. Pero tampoco estoy seguro de que en inglés esté claro, así que… En fin, siempre he detestado este título. Pero de hecho ni a eso le he perdido el miedo. Fíjate, en mayo sacamos Scenes of Clerical Life de George Eliot, y ni la traductora, Marta Salís, ni la directora de la editorial, Idoia Moll, ni yo nos hemos atrevido con ese clerical que creemos que aquí evocaría inmediatamente un cura casposo como el de La regenta. Así que nos hemos tirado al eufemismo y hemos puesto parroquial. Me temo que hemos arreglado más bien poco, jajaja. La profesión de editor, vista desde fuera por los literatos, es la profesión ideal. Pasarse los días rodeado de libros, de traducciones... Sin embargo, el oficio de editor es muy distinto en realidad. Cuéntanos cuál es tu labor preferida y aquella que más odias, si hay alguna. ¿Cómo es tu día a día? Tengo que reconocer que mi posición es bastante privilegiada, porque además, en general, soy un editor que edita cosas que le gustan. Mi relación con Alba siempre ha sido muy buena, el equipo

es ideal y, en las colecciones de clásicos, tengo la gran ventaja de que todos los autores están muertos. En las colecciones más contemporáneas (como la de no ficción Trayectos y otras), los autores suelen ser extranjeros y en todo caso nos tratamos vía e-mail. Las relaciones con las agencias literarias no las llevo yo, aunque las conozco y me escribo con algunas muy simpáticas. Me gusta ese trato, jeje. Con los traductores, que también están vivos, me llevo muy bien, en persona, y me encantan. También me encantan los lectores editoriales, que suelen ser jóvenes y me permiten estar en contacto con la juventud. Editar las traducciones me gusta también, aunque es lo más trabajoso y desde luego una de las cosas decisivas. Hago un poco de todo, incluso labores que no son propiamente de editor, pero es que soy insoportable y muy controlador… Alba Clásica te habrá proporcionado muchos placeres no sólo como editor sino también como lector. ¿Algún sueño cumplido? ¿Hay alguna obra cuya publicación ha sido más placentera que ninguna otra? Bueno, confieso que, en diciembre de 2003, cuando recibí el primer ejemplar de nuestro David Copperfield en la colección Maior, pensé: «Ya te puedes retirar». Aparte de lo que me gusta esta novela, que me parece indispensable, tuve la sensación de que todo encajaba: la traducción, el diseño, las ilustraciones (de las que no soy en general muy partidario), la cubierta (obra magna de

Pepe Moll), el papel, la oportunidad, el sentido, ¡hasta el pvp! Ya antes me había embarcado en proyectos faraónicos y de hecho más difíciles y arriesgados (el primero fue Poesía y Verdad en 1999), o sea, que realmente no fue la sensación de manejar lo inmanejable, sino algo, no sé, más redondo, más «todo esto merece la pena». Y evidentemente no me retiré, jajaja. Pongámonos en situación. Hay un incendio en una biblioteca que contiene todos los clásicos del mundo. ¿Cuáles salvarías? ¿Qué clásicos son para ti indispensables? Como lector por un lado y como editor por otro: ¿Cuál es la obra que lo ha significado todo? Estas dos preguntas plantean situaciones extremosas, románticas, que sinceramente no me imagino. No creo en la elección única ni en la obra que lo significa todo, de veras. Saliendo de los clásicos por un momento... ¿Qué lee Luis Magrinyà? ¿Qué busca un editor como tú en la literatura más actual? Uno de los hándicaps de un editor es que tiene muy poco tiempo para leer no profesionalmente y que encima está tan viciado que, incluso cuando lee «por placer», no puede evitar que se le ocurran ideas infames de editor. La conclusión es que leo poquísimo. Cuando termino mi jornada laboral, por lo demás, lo que menos me apetece es leer un libro; prefiero ver una peli o una serie. Después de leer tantos clásicos, de adentrarte tanto en algo tan diferente a lo que se publica actualmente... ¿Hay posibilidad de emocionarse aún con la literatura de hoy en día? ¿No suena todo a óxido, repetitivo e imposible? No, no, como decía antes, los clásicos permiten apreciar el presente, en lo malo pero también en lo bueno. Sobre todo en lo bueno, diría yo. ¿La colección Alba Minus fue idea tuya? ¿Cuál es el propósito de la misma? ¿Van a estar, dentro de lo

posible, prácticamente todos los títulos de Alba Clásica en ella? La verdad es que Minus no fue idea mía y de hecho a mí al principio me daba miedo hacernos la competencia a nosotros mismos con una colección económica. Pero ahora veo que no ha sido así y que fue muy buena idea. Nos permite, además, a la hora de reeditar un título que estaba agotado en otras colecciones, plantearnos cuál es la mejor opción. No sé si todos los clásicos van a acabar en Minus, pero sin duda una buena parte de ellos sí. Acabamos de sacar nuestra Karénina ahí. Háblanos de Rara Avis, esa colección que publica historias tan entretenidas como extrañas. Rara Avis es otra prima de Alba Clásica. Con el tiempo, el ritmo de publicación de Alba Clásica y de Maior tenía lógicamente que decrecer y, por otro lado, los propios lectores han especializado esas colecciones, han dicho elocuentemente con sus elecciones qué querían en ellas y qué no. Lo que quieren sin duda son grandes obras de grandes nombres. Pero a nosotros siempre nos han gustado las rarezas y las excentricidades –dicho en el sentido más literal del término– y de ninguna manera queríamos renunciar a ellas, así que pensamos desviarlas a otra colección, con un diseño muy diferente y un aire más moderno y portátil. Rara Avis, por lo demás, me permitía adentrarme en casi todo el siglo XX, algo que tenía muchas ganas de hacer, y además vendría a sustituir a la colección Clásicos Modernos, demasiado pegada a Alba Clásica. Y aún algo más tentador: desafiar el canon. Rara Avis, con sus exotismos, sus autores desconocidos, sus novelas «menores», nos plantea preguntas sobre el canon literario actual y sus dictados sobre lo que debe sobrevivir y lo que no. Como te puedes imaginar, no estoy muy conforme con el canon, creo que hay que revisarlo de cabo a rabo. Hace poco decía en un artículo a propósito de Jane Austen que el canon occidental, con sus «grandes temas» y su fenomenal enjundia (locura, poder, Historia, memoria, muerte, conflicto entre realidad y ficción), parecía idea de un conquistador extremeño. Y creo

que hay muchos lectores que quieren verlo cambiar. Rara Avis se propone tener un pequeño papel en eso. Hace poco decía en un artículo a propósito de Jane Austen que el canon occidental, con sus «grandes temas» y su fenomenal enjundia (locura, poder, Historia, memoria, muerte, conflicto entre realidad y ficción), parecía idea de un conquistador extremeño. Que Jane Austen esté en él es de hecho asombroso, casi una anomalía. Y creo que hay muchos lectores que quieren ver cambiar ese canon, el concepto de importancia literaria en general, la idea de qué se puede o no se puede novelar si se quiere ser un gran novelista. Rara Avis se propone tener un pequeño papel en eso. Muchas editoriales descuidan, a día de hoy, las correcciones y revisiones de sus publicaciones. Es fácil encontrarse con erratas o, incluso, con traducciones acartonadas y terribles. Escuché una vez a un traductor decir que los correctores de Alba son magníficos profesionales. Deduzco, por tanto, que es algo que cuidáis mucho, ¿no es así? ¿Qué criterios seguís a la hora de elegir un traductor u otro, un corrector u otro? ¿Cuántas revisiones pasa cada libro? Bueno, debo decir que una de las ediciones con más erratas del mundo es totalmente responsabilidad mía, Hijas y esposas de Elizabeth Gaskell. O que las citas en griego de Oscar Wilde. Una vida en cartas están todas mal. Las erratas son una auténtica vergüenza y una auténtica pesadilla. Nosotros hacemos mucho hincapié en el control de calidad, pero es evidente que a veces el control falla. Solo podemos consolarnos pensando que si ha fallado es porque no ha funcionado, no porque no exista (como es el caso, desgraciadamente, de muchas editoriales de hoy, que practican el moderno fenómeno conocido como «edición sin editores», un triste ejemplo de desprofesionalización y oportunismo). Una de las principales labores de un editor, a mi entender, es que el texto llegue al lector en las mejores condiciones posibles, ya desde la elección –en el caso de un clásico–

del texto críticamente fijado que se utilizará como punto de partida hasta la corrección ortotipográfica. Las traducciones son importantísimas, así como es importante que todo aquel que participe en el proceso sepa bien español, porque un editor tiene un deber (no me cabe la menor duda) como transmisor de lengua. Sé que hoy a bastantes editores el mismo español les suena a chino, pero yo edito personalmente las traducciones de los libros a mi cargo y luego las ven de nuevo los traductores y uno o –la mayoría de las veces– dos correctores. También tenemos unas maquetadoras muy bregadas que detectan y resuelven cosas que se nos han pasado a los que veníamos antes. Y, al final, maldición, siempre salen erratas y algún error o disparate. Respecto a los traductores, elijo a los que me gustan y en general suelo trabajar con los mismos. Ha sido así desde el principio. Yo siempre me he fijado en las traducciones y, cuando empezó Alba Clásica, llamé a aquellos traductores cuyas traducciones me gustaban, sin conocerlos de nada. La mayoría dijo que sí enseguida, aunque alguno hubo que me miró por encima del hombro y se lo perdió. Estoy muy agradecido a todos los traductores, pero especialmente a los que al principio se fiaron de mí, un completo novato en el mundo de la edición. Pero creo que apreciaron que yo hubiese traducido unos cuantos libros y que las observaciones que les hacía fueran observaciones de traductor, o de alguien que valora la traducción. También he trabajado con nuevos traductores, o con traductores sin un extenso cv, y muchos se han

convertido en habituales. La verdad es que a mí el cv me preocupa bien poco: yo me fío del trabajo que uno ha hecho, esté publicado o no. Por último, ¿qué les espera a Alba Clásica, Minus y Rara Avis en este 2013? Puedo adelantar solo lo que viene de abril a junio: Escenas de la vida parroquial, la primera obra narrativa de George Eliot, y ya todo un ejemplo de su maestría, en Clásica; Emma de Jane Austen y Thérèse Raquin del fisiólogo Zola en Minus; y en Rara Avis, El matrimonio de la señorita Buncle, de D. E. Stevenson, continuación de las aventuras de este intrépido personaje, y, uy, mi gran favorita del trimestre, La piedra de moler, una novela de Margaret Drabble sobre un embarazo y un parto en el swinging London de los 60. No me corto: es una maravilla. Y otra gran favorita en la colección Trayectos, que habría podido ir a Rara Avis: En el piso de abajo de Margaret Powell, las memorias de una cocinera inglesa de los años 20, una pequeña bomba proletaria.

TEST RÁPIDO Como lector Una escritora: Kazuo Ishiguro, superfan. Un escritor: Janet Malcolm, superfan. Un libro que salvar de un incendio: Y dale con el incendio. Bastante tendría con salvarme a mí mismo. Un libro para regalar siempre: «Siempre» es difícil, los regalos tienene que ser personales. A mí me gusta regalar La

mujer en silencio de Janet Malcolm, pero solo a quien creo que le pueda gustar. Una ciudad literaria: Literaria y de lo otro, París. Un estilo literario: Cualquiera que sea indicado. La mejor literatura está en... ¿qué país?: Como no conozco todos los países ni todas las literaturas, mejor no opino.

Como editor Una escritora: George Gissing. Un escritor: Ahora mismo Barbara Comyns. Un libro que salvar de un incendio: Si me diera tiempo, salvaría uno que no hubiera tenido mucho éxito, como las Confesiones y memorias de Heine. Los libros que no han tenido mucho éxito siempre se convierten en mis mimados. Un libro para regalar siempre: Yo ahora regalo mucho Y las cucharillas eran de Woolworths y La hija del veterinario porque me gustaría que Barbara Comyns, mi nuevo ídolo, se hiciera muy famosa. Una ciudad literaria: el París de Balzac y la provincia de Balzac, aunque también los de Rojo y negro, novela por cierto que no está en nuestro catálogo y que es una de mis favoritas. Un estilo literario: todos lo que lo sean. Vaaaaaaaaale… elijo el principio de Humillados y ofendidos. Mañana ya veremos. La mejor literatura está en... ¿qué país? Alba es reconocidamente devota de la tradición literaria británica, pero es curioso, porque es un país en el que a mí no me gustaría vivir para nada. Me doy cuenta de que una de las cosas que más me gusta de esa tradición es su familiaridad con la sordidez y me espanta pensar en una vida sórdida.

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“Fantasía no tiene límites”

Cuanto más diste la narración del mundo real más fácil será conseguir ese efecto de extrañamiento que ayude al lector a desvincularse de sus miedos Freud asegura que “las fuerzas impulsoras del arte son aquellos mismos conflictos que conducen a otros individuos a la neurosis”

n Marta Gómez Garrido La literatura puede parecer un simple entretenimiento para mentes inquietas, una manera de evadir las barreras físicas y vivir aventuras en tierras en las que reina el “érase una vez”, lejos, muy lejos, más allá de la realidad que nos rodea, como comprobó Bastian en la “Historia Interminable”. Sin embargo es mucho más ya que, quizás justamente por esa capacidad de llevarnos lejos de nuestras propias limitaciones, supone un método de análisis y purga interior que nos ayuda a afrontar la vida.

permite a sí mismo vivir situaciones que, de darse en la realidad, le alterarían. Podríamos volver a poner como ejemplo en este punto al pequeño protagonista de la “Historia Interminable” ya que a pesar de ser él mismo el protagonista también es un lector que se refugia entre las palabras de un libro. El segundo mecanismo consiste en la identificación con los personajes de la narración o, en el caso de la poesía, con el yo poético. Es decir que el lector refuerza sus convicciones o estado de ánimo gracias al texto que refleja una conducta o creencias similares a las suyas, con lo que provoca un refuerzo en su confianza. Seguramente muchos lectores hayan acudido a poemas de amor o desamor buscando una palabra amiga que les indique que no están solos, al igual que sucede con la búsqueda de consuelo por la pérdida de un ser querido. Qué lector que esté atravesado una ruptura no encontraría en el cuervo de Edgar Allan Poe cierto consuelo, al verse identificado con el desesperado amante desgarrado por el sonido inevitable del “Nevermore”.

Como lectores, existen por lo menos dos mecanismos en los que la literatura actúa como catalizador para curar heridas emocionales o personales. Al entrar de puntillas en un texto escrito y ponernos en la piel de un personaje, aparentemente diferente a nosotros, bajamos la guardia con aquellos miedos o traumas con los que no podríamos enfrentarnos conscientemente. El lector se siente protegido tras la identidad de un héroe (o antihéroe) y se

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Cuanto más diste la narración del mundo real más fácil será conseguir ese efecto de extrañamiento que ayude al lector a desvincularse de sus miedos terrenales a pesar de estar leyendo sobre ellos. Un ejemplo lo podemos encontrar en la obra cumbre de J. R. R. Tolkien: “El señor de los anillos”. Muchos han encontrado en sus páginas una alegoría de la II Guerra Mundial Tolkien, ya que las novelas plasman la crueldad de un conflicto bélico entre dos facciones y porque el autor escribió gran parte de la obra durante los años de guerra. Su primera novela, “La Comunidad del anillo”, se publicó ya en 1954, tan sólo unos años después de su final. En este caso nos encontramos ante el reflejo claro y consciente de una situación muy similar a la real, pero escondida tras la fina sábana de la fantasía, con extrañas razas y lugares, para que el lector no se sienta amenazado. Sin embargo, cuando la literatura despliega todo su potencial como sanadora no es en la lectura, sino en el propio ejercicio de la escritura, ya que es en esta actividad donde la persona en cuestión, en este caso el artista, plasma parte de sí mismo en una historia, concepto o texto, dejando en él parte de sí mismo. La idea de la literatura como terapia no es en absoluto nueva y se remonta a los inicios del psicoanálisis. Para el padre de esta famosa corriente psicológica, Sigmund Freud, la literatura y el psicoanálisis eran líneas de pensamiento separadas pero con puntos de intersección: el desvelamiento de los enigmas de la condición humana. Así, el psicoanálisis nos informa del proceso de creación y, a la vez, la literatura nos habla de la persona que crea y su realidad. En uno de sus discursos, denominado “El interés del psicoanálisis para la estética”, Freud asegura que “las fuerzas impulsoras del arte son aquellos mismos conflictos que conducen a otros individuos a la neurosis y han movido a la sociedad a la creación de sus instituciones”, de esta manera el afamado psicoanalista señala que las fuerzas destinadas hacia el trabajo cultural provienen de elementos reprimidos, es decir, de aquello que desechamos de nuestra mente y mantenemos alejado de la consciencia. Freud concluye en su obra que estas pulsiones reprimidas son de carácter sexual y que sobre esta represión, actúa el mecanismo de la sublimación, mediante el cual el artista transforma en cultura, en material aceptable socialmente, aquello que intenta reprimir y que es socialmente inaceptable. A pesar de la clara obsesión de Freud con los temas sexuales, otros psicoanalistas posteriormente tratarán el mismo tema desvinculándolo con las represiones sexuales, o al menos abriendo el abanico de posibles pensamientos y emociones reprimidas por el individuo.

la relación existente entre los procesos mentales y la capacidad artística. Ernst Kris llegó a establecer que el nombre técnico de las musas era preconsciente –aquello que es capaz de volverse consciente fácilmente y en situaciones usuales– dado que “el que habla no es el sujeto, sino una voz que sale de él. Lo que dicha voz, que surge de él, proclama, le era desconocido antes del nacimiento del estado de inspiración” dado que nace de su interior, de aquello que él mismo se intenta negar. En esta teoría existe un cambio importante con respecto a lo enunciado por Freud en un principio: para Ernst Kris el artista sí es consciente de aquello que se intenta reprimir aunque intente apartarlo por no estar cómodo con ello. Por lo tanto, el inconsciente (y el preconsciente) se ha llegado a concebir como una de las fuentes de las que mana lo artístico, pero la relación es más compleja y se retroalimenta. Aquello que el artista pretende ocultar influye en su obra pero, a la vez, el hecho de expresar esa abyección en una obra artística ayuda también a liberarla, y es aquí donde reside la capacidad curativa de la escritura. A este respecto Ernst Kris apunta que el arte “libera las tensiones inconscientes y purga el alma”.

La investigadora Elizabeth Wright apunta en Psicoanálisis y crítica cultural que “los mismos mecanismos que según Freud determinan la conducta normal y anormal entran significativamente en juego cuando se encara cualquier tipo de actividad estética”. Podemos suponer que aquellas personas que finalmente realizan una conducta anormal, o fuera de lo que se puede considerar una mayoría, también plasmarán esa forma de actuar o esas preferencias en sus actividades estéticas e incluso en su lenguaje, ya que los mecanismos que el sujeto tiene que superar en ambos casos son los mismos y se puede suponer que la consecuencia también será la misma. La filósofa Julia Kristeva también recalca en sus ensayos la importancia del arte en aquello que el individuo se niega a sí mismo y que ella denomina “lo abyecto”, ya que es en la literatura donde aquello que repudiamos de nosotros mismos toma mayor fuerza. En sus propias palabras: “Es en la literatura donde la vi finalmente realizarse, con todo su horror, con todo su poder. Si se mira de cerca, toda la literatura es probablemente una versión de ese apocalipsis que me parece arraigarse, sean cuales fueren El psicoanalista austriaco-norteamericano las condiciones socio-históricas, en la Ernst Kris fue aún más claro al teorizar sobre frontera frágil donde las identidades

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no son o sólo son apenas –dobles, borrosas, heterogéneas, animales, metamorfoseadas, alteradas, abyectas”. A través de máscaras y filtros, es en sus textos donde los escritores plasman de manera más fiel su propia identidad, ya que se sienten seguros al otro lado del papel. Qué es para un escritor un personaje sino una máscara o un catalizador para vivir situaciones diferentes a la real. No se puede negar que cuento más intimista y autobiográfico sea el texto más fácil será encontrar la huella del autor en él. Así por ejemplo, en la poesía encontramos un importante caldo de cultivo para análisis psicoanalíticos debido al grado de personalización que permiten los textos líricos, en especial tras el romanticismo y la importancia que éste le dio a los sentimientos y a la visión propia de la realidad. Sin embargo también podemos encontrar una fuerte presencia del propio autor en sus novelas en obras de tono autobiográfico. Por mencionar algún ejemplo podemos recordar la narración de James Joyce “El retrato del artista adolescente” o, a este lado de la frontera, “El cuarto de atrás” de Carmen Martín Gaite. La literatura se convierte así en un arma contra las enfermedades mentales y emocionales al permitir sacar al exterior en forma de letras entintadas aquello que el individuo mantiene alejado de su consciencia y le impide ser feliz, permitiéndole así gestionar este material de una manera relativamente sencilla. A la par, el artista ofrece al lector un arma con la que afrontar sus propios miedos o verse identificado en esos personajes que son capaces de seguir adelante, porque en la literatura todo es posible, por estar moldeada con nuestras mentes a imagen y semejanza de nuestras identidades, porque “Fantasía no tiene límites”.

B r e v e s



DUMALA Eduard von Keiserling Nocturna Ediciones, 2012 SONIA GARCÍA SOUBRIET

En Dumala, la novela de Eduard von Keyserling , la historia transcurre durante el largo invierno del Báltico: Paisajes nevados, bosques crujientes de escarcha, niebla que se extiende sobre la llanura, blanco frío fluido, abetos convertidos en vidrio... Mientras tanto en las casas calientes e iluminadas por fuegos y lámparas, los hombres viven acuciados por sus deseos. El rojo predomina en estos interiores desde los que se contempla el gélido invierno prusiano: Rostros rosados, manecitas rojas exaltadas por el amor, grandes muebles tapizados de rojo, roja es la manta que cubre las piernas paralizadas del irónico y desencantado Barón Werland, y de un extraño rojo enfebrecido es la boca de su mujer, la bella baronesa Karola. También en las tabernas, encontramos manchas rojas y febriles por el alcohol y la concupiscencia en las mejillas caídas del maestro Gröv y del organista Shalit, y Merry la sirvienta de carne blanca y viciosa, es pelirroja. En el camino que conduce al palacio de Dumala, hay un puente burdo y medio podrido que atraviesa un profundo barranco en cuyo fondo hay rocas que duermen en el agua negra. Este es el paisaje vivo y palpitante de esta historia que nos habla de la pasión pero también de la soledad y de lo insondable del alma humana. “Tú y yo que vivimos juntos ¿Qué sabemos el uno del otro?” le dirá el pastor Werner a Lene, su mujer. En este escenario irán surgiendo personajes que pertenecen al viejo mundo de Keyserling: aristócratas encerrados en sus decadentes y solitarios palacios, cuya estirpe se acerca a su fin: el Barón Werland, el mundano y mujeriego Rast, mujeres educadas para la pureza, criados, pajes y secretarios. En contraposición, el otro mundo, el de las gentes pequeñas, tanto, que los pecados de los señores distinguidos no son para ellos. Un mundo a ras de tierra, ignorante y embrutecido por el trabajo y la pobreza... (“Háblenos de casas forestales y campesinos en las que las mujeres ya han dormido a la una de la madrugada, se levantan e hilan...”, pedirá la baronesa al Pastor), y en el que la muerte se reclama no con la esperanza de una vida eterna sino como el descanso eterno y merecido. Entre ambos, como nexo, está el pastor Werner ocupándose de las almas de unos y otros, amedrentándolos contra el pecado en su sermón de cada domingo, hasta que la pasión, inesperadamente, le hará descubrir en él a alguien nuevo, un “otro” que le empujará a recorrer un camino desconocido que bordea el abismo. Nada en Keyserling es gratuito: objetos, colores y naturaleza están estrechamente unidos a todo lo humano y nos desvelan muchas cosas de los hombres, hasta las sombras nos hablan del fardo secreto con el que cada uno de nosotros carga... Quizás este paisaje del Báltico que reina en toda la novela nos recuerde con su fría severidad, lo ilusorio de nuestras pasiones lo engañoso a veces de aquellos sentimientos que creemos más arraigados.

Iván Repila Iván Repila ha resultado ser una de las mayores sorpresas literarias de este 2013. Tras publicar “Una comedia canalla”, nadie podía esperarse que un escritor tan “canalla”, como él mismo se denomina, pudiera escribir una historia llena de poesía, lirismo y preciosismo. “El niño que robó el caballo de Atila”, que ha recibido múltiples interpretaciones y múltiples halagos —y no es para menos, ni una cosa ni la otra—, es algo parecido a una fábula, a un cuento para adultos, a un poema en forma de prosa que nos recuerda que la vida es muy perra, que a veces vivimos en un pozo imaginario del que debemos aprender a salir pero que, por encima de todo, nos recuerda que siempre hay esperanza. Un libro que habrás de recordar el resto de tu vida.

n Ainize Salaberri Dos personajes, un pozo, un objetivo. La vida y la muerte entrelazadas, más unidas que nunca. El abismo, la claustrofobia, la sinrazón. ¿Cómo nació El niño que robó el caballo de Atila? Pensándolo ahora, con la perspectiva de los meses pasados desde la redacción y las diversas lecturas que del libro se han hecho, empiezo a sentir que el germen nace de mi incapacidad para expresar una prisión cotidiana de la que no era consciente salvo en momentos muy concretos. Puedes encontrar otras entrevistas en las que reconozco que la idea original parte de un sueño, y es totalmente cierto. Las circunstancias personales que rodean ese sueño son diversas. En el día a día uno va acumulando pesos invisibles, iras inútiles, conversaciones postergadas y palabras importantes que, por no decirlas, forman un tapón en la administración de los afectos que bloquea tu felicidad, hasta el punto de que una mañana descubres que no solo te cuesta relacionarte con los demás sino que también tienes un problema de comunicación contigo mismo. Entonces se te hace difícil dormir , te levantas cansado, vives dejándote llevar por una inercia

paralizante que sin embargo recuerda vagamente al movimiento, y cuando al final te agotas de esa dinámica empiezas a hacerte preguntas. Todas esas preguntas están en el libro. En la presentación en Bilbao dijiste que con esta novela querías «expresar cómo me siento en el mundo». ¿Cómo te sientes en el mundo? Y ¿cómo te sentirías tú en ese pozo? ¡Cómo se nos calienta la boca en las presentaciones!... Más que «expresar cómo me siento en el mundo», la novela pretende explorar mis dudas sobre mi relación con el mundo, mi perplejidad ante determinados acontecimientos, mis incertidumbres: soy persona con pocas certezas, pero también con una insaciable curiosidad. Creo que vivimos en un periodo crítico de la historia que solicita cambios fundamentales en la forma de mirar el planeta, de interactuar con los otros y con la naturaleza: esta es una época para revisar nuestros modelos culturales, sociales, económicos y, desde luego, personales, porque el terror es cada día más visible y el tiempo de ignorarlo se acaba. Creo que el pozo se está desbordando y debemos proponer una interrogación

causas de esta Depresión sino que formule alternativas para lograr una convivencia digna, construir un planeta decente que deje de avergonzarnos, de entristecernos, de indignarnos. En la novela hay dos personajes –o tres, dependiendo de cómo se mire y de si aceptamos que un pozo puede ser un personaje—: el Pequeño y el Grande, que son las dos caras de una misma moneda. ¿Cuál es la diferencia entre ellos? ¿Con cuál de los dos te sientes más identificado? ¿Es posible desligar al Pequeño del Grande y viceversa? Tengo la impresión de que todos somos un poco como ambos. El Grande es pragmático, fuerte, rotundo, y el Pequeño idealista, frágil, soñador; no obstante, durante la novela los dos personajes titubean y s e

inclinan en direcciones opuestas, mostrando las contradicciones evidentes de un mundo que no puede ser ni blanco ni negro. Quién no tiene miedo a veces, o se siente tremendamente inseguro. Me resultan más honestas las personas que dudan, y me parecen admirables aquellas capaces de cambiar de opinión y reconocer sus errores, porque en esa aptitud se halla, tal vez, el secreto para transformar las cosas. Por eso creo que no, que no se pueden desligar los personajes en la novela ni estas actitudes en la vida real: no habría libro sin ese vínculo entre las dos personalidades ni habríamos alcanzado determinados avances (sociales, tecnológicos, éticos) sin la tensión desencadenada por el choque entre los que tienen los pies en la tierra y quienes andan a tres palmos del suelo, como soñando. La novela ha tenido muchas interpretaciones: la solidaridad, el trabajo en equipo, la situación en la que muchísimas personas están viviendo hoy en día, la importancia de la familia... ¿Estás de acuerdo con todas ellas? ¿Consideras que tu mensaje ha llegado alto y claro? Además de las que mencionas, ha habido también una interpretación más cercana al existencialismo que otros lectores me han señalado. En todos los casos estoy satisfecho, no tanto porque quisiera transmitir un mensaje concreto sino por la cantidad de preguntas que la novela ha suscitado, en especial aquellas de carácter personal que solamente uno mismo puede responder. Si estas tienen que ver con la solidaridad, la familia, Dios, el pesimismo o la crisis no es excesivamente importante; en el caso de El niño… valoro sobre todo que el libro resulte provocador, en el sentido de estimulante, generador de ideas. El niño que robó el caballo de Atila comienza así: «–Parece imposible salir, dice. Y también: Pero saldremos». ¿Se puede salir de todo? ¿No termina la oscuridad por llamar a la oscuridad?

Por desgracia, de todo no. A veces la existencia nos supera, o nos faltan las fuerzas, o la suerte nos da la espalda, o estamos en el lugar inadecuado en el momento inadecuado. Como dijo Vallejo: «Hay golpes en la vida… yo no sé, golpes como el odio de Dios». De esos golpes algunos se levantan, y otros no. Juan Gracia Armendáriz dijo en una entrevista para Granite & Rainbow, en referencia a una de sus novelas, que sabía que tenía que salvar al personaje principal porque sólo así se salvaría a sí mismo. En tu novela hay dos personajes en una situación límite; cuando empezamos a leer no sabemos si se van a salvar los dos, uno solo o ninguno. Sin revelar el final... ¿tuviste esa sensación en algún momento? No. Siempre supe lo que pasaría con ellos, desde la primera línea que escribí, y no establecí ningún tipo de resonancia entre sus destinos y el mío. Tampoco estoy muy seguro de que mi salvación, signifique eso lo que signifique, dependa de un personaje, o de un libro, sino de mi batalla diaria con la vida, en la que por supuesto está incluida la literatura, pero también muchas otras cosas. Si me lo preguntas dentro de unos años tal vez cambie de opinión, conste. Ambos personajes están siempre a punto de perder la esperanza. ¿Qué ocurre cuando se pierde por completo? ¿Hay salvación? Hay que ser muy fuerte para recuperar la esperanza perdida cuando uno está solo, por eso es fundamental estar rodeados de gente querida: es sumando ímpetus como podemos rescatarnos de la desesperanza. En este sentido el amor funciona como un ejército, con todo lo cursi que pueda sonar esta afirmación, frente a la amargura y el sufrimiento y el dolor. «Quizá sí te quiero», le responde el Grande al Pequeño varios días después de que éste le haya preguntado. Bueno, ahí comienza la salvación. Los escritores sois dioses: manejáis el destino de vuestros personajes. ¿Cómo se siente uno al ser un Dios en una novela como la que has escrito?

No estoy yo tan seguro de eso… En realidad, mantengo con los personajes un diálogo continuo, de igual a igual, porque cuando los miro siento que ellos también me están mirando. Esto ha quedado más metaliterario de lo que pretendía; quiero decir que no establezco ninguna relación de superioridad con ellos, y en ocasiones los acontecimientos del libro llegan de forma inesperada, sin premeditación por mi parte, como piedras con las que tropiezas. Hay más descubrimiento que destino. ¿Qué es lo que hace pequeño el mundo? ¿Y qué es lo que lo hace grande? Esta pregunta es bien difícil y no sabría ni por dónde empezar. Para cada uno de nosotros es distinto, seguro.

«–No somos perros. / –Aquí dentro lo somos. Peor que perros.» ¿Nos estamos deshumanizando? Nos deshumanizamos al mismo tiempo que nos humanizamos. Es una constante: así como en nuestro país existe la sombra de las famosas dos Españas, y cuanto más se radicaliza una más extrema se vuelve la otra, advierto también, por decirlo de alguna manera, dos humanidades que pugnan por construir un mundo a su gusto. No es una cuestión exclusivamente política, sino de educación y cultura democrática. El siglo xx ha sido un ejemplo de deshumanización, con guerras y masacres e injusticias demoledoras, que nos han obligado a cargar con una basura histórica de la que es difícil sustraerse: fascismo,

racismo, machismo; monólogos, en fin, del más fuerte sobre el más débil. Emergen, sin embargo, islas que se oponen a esa corriente, discursos éticos que denuncian la inmundicia cotidiana y defienden un paradigma nuevo, un diálogo de convivencia y solidaridad que nos obligue a sacarnos de encima esa historia de odios. Ojalá que este siglo sea distinto. Hay un momento en la novela en que ambos personajes están a punto de volverse locos, cada uno sumido en su debilidad. Sin embargo, la lucidez es otro de los rasgos que los unen. ¿Cómo lo consiguen? ¿A qué recurren para mantener a raya el delirio? Superficialmente recurren al ejercicio, a la rutina, a la creación artística, al juego. Si profundizamos en ello, al orden, a tener un objetivo vital, a improvisar y dejarse sorprender… Creo que la lucidez se puede lograr de muchas maneras, y no es igual para todos. En algunos momentos de su vida, Artaud, por ejemplo, se descubrió como un hombre tremendamente lúcido, pero su situación personal no es algo que yo querría para mí; en el caso de los personajes de mi novela me pareció que el delirio sólo podría controlarse si planteaba un escenario con repeticiones, basado en hábitos nada extraordinarios: comer, dormir, hacer ejercicio, reservar un tiempo para la diversión. Fue Virginia Woolf quien dijo que «la vida imaginaria es la única que merece la pena ser vivida». El Pequeño es imaginación, es la representación de la pureza

y la inocencia, mientras que el Grande es un bofetón de realidad. ¿En qué realidad prefieres vivir? No hay dos realidades. Nos movemos siempre entre la vida real y la «vida imaginaria», si recurrimos a la cita. Para mí, el mundo es como lo veo y también como lo imagino; mis sueños forman parte de mi vida, los personajes de los libros que leo me acompañan en la toma de decisiones y dicen tanto de mí mis palabras como mis silencios. No sabría decirte si la historia del Grande y del Pequeño es realidad o simple imaginación. Estamos rodeados de símbolos y metáforas que nos acobardan o alientan con la misma fuerza que una noticia o un puñetazo, todos los días. ¿Cómo escribes? ¿Tienes alguna manía, algún momento del día en concreto? ¿Qué necesitas para escribir? ¿Alguna condición especial? Por norma general, sentado delante del ordenador. Sin manías: de día o de noche, con o sin música, solo o acompañado… Café sí, mucho. Ciertamente esto queda bastante soso; en todo caso, me parece bien que otras personas le confieran al acto de escribir un rango casi ceremonial, a medianoche con velas y libros concretos debajo del teclado y una foto de san Judas Tadeo o lo que sea.

Por último... ¿qué está escribiendo ahora Iván Repila? ¿Con qué nos vas a sorprender? Una novela distinta de las anteriores...

TEST RÁPIDO Una escritora: Alejandra Pizarnik y Ursula K. Le Guin.

Un libro para regalar siempre: 1984.

Un escritor: Albert Camus.

Un poema: «Espinas cuando nieva», de Juan Larrea.

Un libro que salvar de un incendio: Tengo una balda específica para ese caso, situada justo en el centro de mis estanterías, con unos veinte o treinta libros.

Una ciudad literaria: Lisboa. Un estilo: ¿Casual?

Diarios

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Ana Rodríguez Callealta PERCHA DE CUENTOS SOY

Verónica Lorenzo DESAPRENDER A AMAR

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Bego Martínez DIARIO DE HÉLÈNE BERR

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Iraide Talavera DIARIO DE INVIERNO

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Laura Bordonaba CARNETS I Y II

38

Rebeca García Nieto LEWIS CARROLL

Anabel Rodríguez LA CUENTA ATRÁS

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Annie Costello RENACIDA

47

Ignacio Ballestero EL DIARIO DEL CAPITÁN

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Pedro Larrañaga TRES MIRADAS SOBRE JOSEF K.

Diarios

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Robert Fornes LA SANGRE QUE LA NIEVE ROJA DRENA

Abel Gonzáles Luna LOS DIARIOS DE TOLSTÓI

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Roxana Contreras EL DIARIO DE ANA FRANK

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Ainize Salaberri NADAR DESNUDA EN TU SANGRE

Fusa Díaz DIARIO DE UN HOMBRE TIERNO

José Braulio Fernández DIARIO ÍNTIMO

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Raquel G. Otero ÉCHOS DE FRANCE

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Alejandro Larrañaga CRÓNICA DE NUESTRO FINAL

Diarios Percha de cuentos soy Carmen Martín Gaite no pierde jamás el punto de referencia, no elimina la distancia, no pierde los estribos, no nos regala ni un atisbo de su privacidad.

n Ana Rodríguez Callealta Ofrezco esqueleto de cuento. En mi cuento se insertan los demás cuentos: es lo que pasa. Percha de cuentos soy; me dejo colgar cuentos como sombreros. Ya voy por la calle como si la calle fueran los archivos.

ella misma dice, luego será otra cosa, materia narrativa, idea como punta de iceberg, el escenario que propicia la escritura. Así, asistimos al hilo mental de Carmen Martín Gaite: en ellos, reproduce fragmentos de los libros que está leyendo, debate con ellos, hace alusión a personas, momentos, lugares, etc., como parte del fluir de la cotidianeidad, reflexiona sobre temas diversos, plasma sus obsesiones, -que a veces se convierten en recurrentes y a veces, cambian de foco- o lleva a cabo un ejercicio de escritura narrativa, tanto mediante la escritura de fragmentos que luego formarán parte (modificados o no) de sus novelas, como tomando notas sobre la dirección del proyecto (narrativo o ensayístico) que en ese momento tuviese entre manos. En este panorama, las opciones de análisis son múltiples: desde las influencias literarias hasta la transformación de sus novelas, desde que entran en el taller hasta que se convierten en producto artístico y elaborado. Sin embargo, aunque estas perspectivas son tentadoras, yo quiero sacar a la Carmen Martín Gaite humana, quiero saber qué piensa de las cosas, qué concepto tiene de la

Carmen Martín Gaite. Hablar de Carmen Martín Gaite es posiblemente el reto más difícil que me he auto-impuesto nunca. Cómo hablar de ella, si a veces quiero ser ella y a veces, enamorarme de una mujer como ella. Yo también siento un respeto absoluto por la letra escrita. A los que amamos a Carmen Martín Gaite nos es familiar la existencia de los Cuadernos de todo: ha ido dejando pistas. En cuanto a lo que son estos cuadernos, yo, como lo hace Rafael Chirbes en el prólogo a la edición consultada1, los definiría como “la trastienda de su obra narrativa”. Se constituyen como una especie de cajón desastre en el que la autora, desordenadamente (como es lógico), va anotando todo lo que piensa, que como 25

vida, qué le interesa, con qué se obsesiona. Los cuadernos de todo pueden leerse como un texto independiente: pertenecen a una mujer que aparte de escribir novelas, se configuraba un Aleph, una Biblia, una filosofía de vida, que luego, por supuesto y naturalmente, veremos transmitida a través de su obra narrativa. En cuanto al género al que pertenecen, cabría preguntarnos si se trata de un diario o no. Rafael Chirbes los define como una “modalidad narrativa libre de toda estructura”. Yo los definiría como un diario intelectual en el que no interviene ni hace acto de presencia la intimidad de Carmen Martín Gaite. Esto nos lleva a la cuestión de la voluntad de estilo. A medida que los va escribiendo, Carmen Martín Gaite reflexiona – metarreflexiona- sobre la construcción misma de estos cuadernos [“Toda novela es su íntima articulación” (239); “La historia subyacente en toda novela es precisamente la de su creación” (252)]. Como punto de arranque, estos nacen en 1961 cuando su hija Marta le regala el Cuaderno nº1. Al comienzo, encontramos un prólogo para sí misma:

rutinario de sacarlas a la luz. (…) Encontrar una nueva forma de hablar y de escribir equivaldría, pues, también a inventar un oyente para esas palabras, con lo cual se inventaría también una relación distinta a las existentes. (98). Y más adelante: Inventar un interlocutor no es un escape, en cuanto que ese, inventado, te ayuda a decir lo que querrías decir a todos estos otros a cuyo santuario no llegas. (122).

¡Qué respeto tengo por la letra escrita! (…) ¡Cuántas veces he cogido un cuaderno en blanco, como este que hoy empiezo y no me he atrevido a hollarlo, a pesar de que mi cabeza trajinaba pensamientos sin parar! (…) Casi nunca dejamos que un pensamiento nos habite por completo. (…) Yo siento, casi físicamente a veces, las barreras que levanto contra los pensamientos, a los que pocas veces dejo el campo libre. (…) No debo asustarme de tomar apuntes. Nada es definitivo. (…) ¿Por qué un pedazo de papel, que después puede romperse, me ha de intimidar más que el rostro de otra persona? (…) Todos deberíamos apuntar nuestras reflexiones (…) porque dan lugar a otras. (27-28) En este fragmento se sientan las bases de lo que Carmen Martín Gaite pretende: tirar del hilo de los pensamientos que le ocupan, dejarlos fluir libremente para que puedan existir en todas sus dimensiones y con todo lo que conllevan, sin que nada los bloquee. Sin embargo, desde mi punto de vista, esta premisa teórica inicial se contradice con la clara voluntad de estilo desde la que están escritos. Ella misma lo dice: “Los diarios se escriben siempre para alguien” (503). Carmen Martín Gaite no pierde jamás el punto de referencia, no elimina la distancia, no pierde los estribos, no nos regala ni un atisbo de su privacidad. En la línea de lo que apuntábamos, la importancia de tomar notas que den lugar a otras reflexiones, Carmen Martín Gaite llega hasta el punto de decir: “De todo hay que tomar nota, por los que ya no pueden tomarla de nada” (123). Ella le tiene miedo a la muerte porque con ella, se acaban los cuentos: “¿Tú como te explicas que desaparezca la voz de los muertos? (147); “Me doy cuenta de la desesperación que me causa la idea de dejar algún día de ser espectadora del curso de la historia” (215). El constante problema del interlocutor en Carmen Martín Gaite [“Hay que criar los oyentes” (99)] se manifiesta en la propia construcción de estos Cuadernos: la escritura es concebida como diálogo. Pero ella no se queda ahí, en la necesidad crear interlocutores como parte del proceso de escritura. Ante la insuficiencia del lenguaje, es necesario crear otro, y con ello, nuevas posibilidades, nuevos interlocutores, ya que la falta de comunicación verdadera [“esos puñeteros ‘déjalo’, los cortes al hilo” (132)], de diálogo (que implica, necesariamente, la colaboración de dos), es la cuestión sobre el que se cimienta, como veremos, toda la problemática social y de las relaciones humanas: Cuanto más se almacenan y entrecruzan los abortos de ideas vivas en la mente, más insuficiente resulta un modo aprendido y

Desde este punto de vista, las reflexiones sobre lo social (tratadas, principalmente, en los dos primeros cuadernos), revierten siempre en la concepción de la sociedad contemporánea como aquella en la que el individuo vive inmerso en el engaño y en el auto-engaño (entendidos como apariencia), ya que ambos le son permitidos, e incluso lícitos. Sobresalen la reflexión y el buen uso de la inteligencia [“La inteligencia (…) se la supone relegada a un terreno cercado, enjaulada como un pájaro exótico” (32)] como cimientos de las relaciones humanas. Desde estos Cuadernos, Carmen Martín Gaite hace una llamada a la reflexión. Es decir, esboza un modelo de individuo (para ella generalizado), cerrado a cal y canto al diálogo. Sostenidas por sus propias convicciones, las personas tienen una tendencia a convertir lo que se supone inmanente o inherente al ser humano en categoría [“Es como contentarse con decir ‘es muy humano’ (…) pero lo interesante es analizar su sustancia, ponerla en tela de juicio, tratar de desmontar su condición de inseparable de la naturaleza humana” (47)]. Así, 26

las personas, en su afán por sistematizar lo que conocen y vivir cómodamente, basan sus relaciones con los demás en lo que ella llama los “letreros”, de tal forma que la gente presenta un rechazo a la réplica del otro sobre las teorías que construye, por el miedo a pensar, a salir de esta comodidad vital. Del mismo modo, sentimos la necesidad de poner letreros (a los demás y a nosotros mismos) y a relacionarnos conducidos por la simple defensa de aquello que consideramos afín, y el rechazo total de lo que en principio va en contra de nosotros: “El hablar ocurre, acontece, vale en sí. ‘Yo con ese no hablo’, es un racismo. El hablar se produce. No juzga ni condena ni ensalza a nadie. No hay por qué tener fidelidad ni prejuicios. Ni despreciar la boca que dice las palabras que sean, si ellas valen” (162). Por otra parte, la inteligencia en la sociedad contemporánea, para Carmen Martín Gaite “es tomada como un artículo de lujo” (32): “La capacidad de reflexión es lo único que puede salvar al hombre de desear las guerras y también de pudrirse en la paz” (32). Y manifiesta claramente la necesidad de que no se la juzgue: Me gustaría ahora mismo (…) que se oyeran mis palabras –rebatibles o no-, no con el afán de colgarme un letrero determinado a mí que las digo, sino atendiendo a las sugerencias que de ellas se deriven (…) ya que el hecho de que sea yo u otro quien dice estas palabras es totalmente indiferente. Y por lo tanto es inoportuno cualquier juicio valorativo sobre mí como persona susceptible de clasificación” (35). Insta a no focalizar en quién dice las cosas, sino en qué dice: “Hay frases rechazables en la boca de cualquiera (37).

Por otra parte, hay que partir de la idea de que Literatura y Vida no son categorías independientes [“La vida es una narración que se va haciendo aunque no la escribas” (227)]. Una persona para la que el discurso (hablar y escribir) tiene tanta importancia, no puede presentar la vida más que como un “vivir y luego contarlo” (235). La vida y las relaciones con los otros se sustentan en lo que ella llama “los cuentos”: contarlos bien, “lo que se pide es que el que te lo cuenta, te lo cuente bien” (234). Es una necesidad constante de contar bien, de oír bien [“Mientras no me muera atraeré historias” (236)]: “Espero demostrar, hacer bajar a los ojos de las gente, que todo es narración, que la gente es narración lograda o larvada o atropellada o condenada o concluida o añorada” (237). Un proyecto que no es insólito, “ir al parque”, se vuelve expedición guerrera, algo a conquistar, en nombre de los relatos que va a promover a la vuelta, reharía al calor de los cuentos, derrotaría a los seres aburridos e inexpertos que no sabían inventar ni arrancar a la vida nada, mero hacer punto. (233). Tal es su obsesión por el discurso (y digo el discurso porque me refiero tanto a hablar como a escribir), que dirá: “necesito hablar continuamente de la narración, de por qué se narra” (234); “si se hablara siempre bien no se escribiría” (235). Y considera perdidos los días en los que no ha contado nada: Mi enfermedad consiste en mi silencio. Es forzoso imaginarse un interlocutor, no puede uno salvarse de otra manera. Y si la imaginación no es capaz de forjarlo, se va uno tragando todo deseo de hablar, se va formando esa amalgama oscura, indescifrable y movediza que no asienta ni se dirige (112). […] No hay duda de que lo que no voy escribiendo, por escribir se queda. Me quiero engañar, pensando vagamente que cada visión y experiencia me enriquece, y así me van lloviendo encima los días, cada uno de los cuales arrastra con sus gotas las gotas del anterior. (140). […]

Literatura y vida. Si queda fijado, no es vida. (…) Los cuadernos de todo son útiles, pero me parecen un arsenal de vida disecada. Y sin embargo, el día que no escribo estoy mal, me parece que he perdido el tiempo. (227). Así, el amor es puro discurso, “porque la verdad del amor es su trampa” (103): “Si las palabras de amo de amor, como ocurre, sirven para crear la exaltación del estado amoroso –fugaz, como se sabe, lábil y pasajero.-, solamente serán mentira cuando no sean adecuadas a este fin, es decir, cuando no se digan bien. Si el estado que colaboraron a crear alcanzó la perfección eran verdad, aunque luego este se mude” (168-169). Evidentemente el discurso va ligado a la memoria. Carmen Martín Gaite crea en este sentido un precioso entramado en el que, por una parte, nos vamos construyendo a partir del reflejo de nosotros mismos en los demás, lo que ella llama “el espejo que nos devuelven los otros”: Solamente nos perdemos del todo cuando ya nadie queda que guarde nuestra imagen; por eso duele volver a encontrar a un amigo que se ha desentendido de ti, porque notas que al amputarse la relación te quitan un puntal más, una serie de referencias que te conciernen y que él ha tirado por inservibles a la basura; células muertas de un tejido cada día más difícil de revitalizar. (184). […] Entonces comprendí, a través de P. y de aquellos sus días de lluvia y nada en Barcelona, que la imagen de uno mismo puede perderse y zozobrar de modo irremisible, y eso tal vez condicionó que empezara yo a perder la mía, apuntalada de un modo sabio y malicioso entre las imágenes chiquitas que dejaba certera y dosificadamente en los otros (212). […] Me he repartido en miles de espejos que no comprometían (salir a buscar cada noche interlocutores nuevos y asépticos como hacía J.). ¿Por qué ese deporte se habrá vuelto contra mí y significará ahora fuente de amargura? (216). De hecho, a lo largo de los Cuadernos nos va dando esos puntales de lo que es Carmen Martín Gaite, del espejo, de lo que otros dicen de ella: “F. Arrojo me ha escrito que yo le quito los blues a cualquiera” (193). Y por otra parte, son los demás los que guardan nuestra memoria, porque nosotros les hemos contados nuestros cuentos [“¿Dónde queda la memoria de los solitarios, dónde queda? (151)]. Carmen Martín Gaite acude mucho a la memoria como algo depositado en los otros, a la necesidad del espejo para existir, para ser. El canto de las sirenas ha de detenerse para que pueda aparecer un canto sobre las sirenas. Si Ulises no hubiera escuchado a las sirenas o si hubiera perecido junto a su roca, nosotros no habríamos conocido su canto, no nos habría sido transmitido. (254). Todo queda por decir. En el tintero, todo, todavía. Esto no es más que una invitación al diálogo, al placer de la conversación con Carmen Martín Gaite. Hoy soy yo quien se lo dice a ella, repitiendo sus mismas palabras: “Es tu muerte la que te vuelve mi interlocutor” (107). 28

Diario

Diarios

Hélène Berr

n Bego Martínez Volveré, Jean, ¿sabes?, volveré. Tener poco más de 20 años en París. Y acercarte a la casa de Paul Valéry para recoger el libro que le habías dejado días atrás, con la intención, para ti casi osadía, de que te escriba una dedicatoria. Está ya entre tus manos. Y sentir la alegría de respirar el mismo azul vivo del aire, del cielo infinito que él dejó escrito. Y que asome otra realidad, cruel, que te arrebata todo lo anterior, hasta dejarte sin piel, sin ninguna protección. Mirar alrededor, y ver cómo medra el horror del engranaje consentido del holocausto judío. ¿Te lo imaginas? Con su libro de Paul Válery entre las manos comienza Hélène a escribir su diario, el 7 de abril de 1942. La última anotación es de febrero de 1944. En marzo es trasladada a Drancy, y de allí a Auschwitz y a Bergen-Belsen donde, después de más de doce meses, pocos días antes de la liberación del campo de concentración por los ingleses, muere, enferma de tifus y agotada por los malos tratos recibidos, que la golpearon, desde mucho antes de atravesar las puertas del infierno de Auschwitz. Como un mes antes, en ese mismo campo de concentración, de Bergen-Belsen, moría también Ana Frank. La vida se abandonaba o huía de los campos del reino de la infamia, como la escorrentía después de la más gris de las tormentas. Sentía, escribe, antes de que el estupor y el dolor le impidiese recoger a manos llenas la vida -como si fuesen las moras y frambuesas del paraíso de sus picnics en Aubergenville- el infinito en su interior, el brío de la juventud, la libertad de sus piernas frescas, después de un baño, una mañana de primavera. Un sin fin de posibilidades revoloteaban a su vera tomando la forma de libros, poemas, refugios y notas musicales, lecturas, conciertos de violín y conversaciones sobre Keats, Melville, Tolstói, Rockwell Kent, Mozart, Bach… Hasta que, tira a tira, la ocupación alemana le fue arrebatando todo lo que había ido tejiendo con su mirada y la delicadeza que abanderaba su corazón. 29

Una Hélène murió allí, en Bergen-Belsen. A un paso infranqueable de la libertad. Otra, sobrevivió en su diario. Una, escribía para Jean Morawiecki, su novio, para hacerse visible y viva en sus ojos, a través de sus letras, con la esperanza de que llegasen hasta él gracias a su cocinera Andrée, a quien solicita que se las entregue, si ella no pudiera. Otra, escribía para no olvidar el desgarro y el pavor de vidas, unas cercanas y otras lejanas, que dejaban de serlo, segadas, al arbitrio de decisiones faltas de toda ética, vergonzantes, en nombre de una lógica del mal que Hélène no conseguía comprender. Se niega a sentir odio por considerarlo indigno, aunque no puede evitar con el paso de las horas, los días y las noticias que llegan de boca en boca, con voz queda, y son cada vez más aterradoras, sentir cólera frente a todo lo germánico. Buscaba la ecuanimidad y no juzgar siendo parte en la contienda, pero era esa una vasta tarea, porque ante tamaño exterminio, cómo comprender. Una Hélenè escribía sobre la vida, la belleza del momento, la felicidad, la música, las calles de París, las hojas del otoño bailando en un charco de agua, la luz, las flores, el amor, la incertidumbre y el misterio. Esa Hélène, cada vez está más callada y se pregunta si tiene derecho a ser, a existir, después de ser plenamente consciente de que la muerte llueve sobre el mundo. Así lo expresa ella. Lluvia que emborrona la nitidez de la belleza que a cada paso veía, y que cada vez más le impide atisbar un horizonte por el que caminar con sencillez para admirar todo lo que hay a su alrededor. Quisiera consuelo, sentir que la acunan los brazos de una vida con futuro. Muere también, a finales de noviembre de 1943, su abuela, en la misma cama en la que nació su madre. Y saberlo así, como un hecho natural que encadena nacimientos y muertes en un venir e irse del mundo, la reconcilia con la muerte legítima en la que la mano del hombre no tiene cabida. Hélène mira con serenidad a la muerte de la mano de Dios, como ella dice, pero se rebela contra la ejercida por la mano del hombre, a quien considera falto del derecho para quitar la vida a ningún ser humano.

8 de junio de 1942, después de discutir con su madre y formarse una opinión sólida sobre el sentido que para ella tiene ser judía. Le da muchas vueltas, y decide que la llevará con orgullo y no como un signo de obediencia a la nueva norma de la ocupación alemana. Su mirada se encuentra con dedos infantiles que la señalan, ella con la cabeza muy alta, ocultando bajo un velo de dignidad el dolor que bajo la estrella se agazapa en su corazón, y a cada paso, a cada latido, quiere ocultar una lágrima que se resiste a quedarse dentro. Encuentra también sonrisas de apoyo velado, o un “así estás aún más guapa” que, igualmente, duele. Muestras de afecto de personas desconocidas, o alguna expresión dudosa, pues hay algunas que no logra descifrar. Pero si la estrella muestra al mundo que es judía, sus emociones nos hablan de que se siente sobre todo, francesa, unida a las piedras de las calles que pisa desde la infancia, al cielo, a la historia de París, a la Sorbona… Y esa estrella es también, para ella, símbolo de Francia, su tierra, su vida.

Así otra Hélène va cobrando fuerza a medida que avanzan los días y las páginas y los atentados contra los derechos de los judíos son cada vez más evidentes. Y es ahí cuando todas sus fuerzas las emplea en ayudar. Y lo hace a través de su diario, para no olvidar, y colaborando como asistenta social voluntaria. Las dos Hélène, como las dos Fridas, tenían derecho a expresarse –aunque en la Francia ocupada, para una familia judía, la risa y la alegría estuviesen ahogadas en esa lluvia impenitente que lo deshace todo. Y por eso, su voz más alegre, la que miraba a los libros como ventanas abiertas al conocimiento, al aprendizaje y a los descubrimientos, su voz de violín, se va apagando, letra a letra, nota a nota, pues el peso del dolor compartido es inmenso y no cree posible sostener a ambas. Pero algo de esa Hélène capaz de captar la belleza del azul del cielo, o de la letra gris de un poema, que tiñe de azul su cielo, sobrevivió en BergenBelsen y nos habla entrelíneas. La segunda Hélène empieza a hacerse mayor y más consciente de la tragedia que le ronda en el momento en el que tiene que llevar la estrella amarilla. Su conciencia se hace mayor también poco después, con la detención de su padre, aduciendo que llevaba mal cosida la estrella a su chaqueta. No hay razones, tan solo excusas para ejecutar un terror genocida en nombre de un ideario racista, segregador y mezquino. Sus vidas penden de un vórtice de inestabilidad, ya que al haber defendido Francia en la I Guerra Mundial, Raymon Berr, su padre, pese a ser judío, estaba, en un principio, fuera del radio de acción de las redadas nazis. Pero lo que valía ayer, como pronto aprende Hélène, hoy ya no sirve, e ingresa en Drancy, de donde sale únicamente después del pago de un rescate. Más allá del horror que relata, relacionado con los campos de concentración, las vejaciones físicas y psicológicas, y el lodo asfixiante de la ocupación alemana, el relato de Hélène ofrece cruces de miradas entre franceses, judíos y no judíos, que reflejan el cúmulo de sentimientos que un clima social de represión de derechos para una parte de la población provocaba entre vecinos, personas conocidas o desconocidas, colocadas en una situación imprevista y en la que no habían decidido aún, en muchas ocasiones, qué posición tomar. Hélène sale a la calle con la estrella amarilla por primera vez el

Hélène comienza entonces a diferenciar también a las personas, las que son conscientes de lo que sucede y se responsabilizan de la parte que les toca, comprendiendo el dolor que no deja de manar por doquier, y quienes deciden optar por la inconsciencia, por la deshumanización, por no pensar, por cumplir con un deber a años luz de la conciencia. Quienes son conscientes de la muerte infligida a los judíos y quienes no. Teme que sus amistades la rechacen pues, sobre todo en la Sorbona, en su círculo de amistades, muchos desconocían que era judía. Hélène relata cómo sus amigos le muestran su apoyo, hablando, tratándola como siempre, estando ahí, pese a que sus miradas traten de ocultar la congoja que les produce el brillo de la estrella en su pecho. El sentimiento de pérdida que transmite Hélène es inconsolable. Su testimonio nos acerca a la comprensión del horror pero, sobre todo, nos aleja de la posibilidad de repetirlo. Su dulzura y la inquebrantable belleza de su corazón lo hacen posible. Hélene vuelve, cada vez que abrimos su diario, recordándonos que hay que respetar la individualidad de cada ser humano y ofrecerle posibilidades de crecer tanto como para llegar a tocar con las manos el mismo cielo, azul vivo, de Valéry.

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B r e v e s

Orgullo y Prejuicio OHIANE INTXAURRAGA

«He luchado en vano. No me ha servido de nada. No reprimiré por más tiempo mis sentimientos. Tendrá que permitirme que le exprese la intensidad de mi admiración y de mi amor.» Quién no ha imaginado alguna vez una declaración de amor tan especial como la de “Orgullo y prejuicio”, donde el amor es lo más importante y donde una época especial, y la familia, pueden condicionar con quién o de quién te puedes enamorar y de quién no. La falta de expresión de los sentimientos es lo que hace que la historia sea tan especial, con personas con un orgullo y un prejuicio que hace que sean incapaces de darse cuenta de lo que sienten. Una historia irrepetible, unos personajes y una época que enamoran, es lo que muestra Jane Austen en el libro.

Harry Potter AINIZE SALABERRI “No debe haber ningún niño en el mundo que no sepa quién es Harry Potter.” Con una afirmación tan simple –y pretenciosa–, J.K. Rowling escribió una de las sagas más leídas, entretenidas y mágicas de la historia de la literatura. Ella, y nadie más, consiguió que millones de niños se engancharan a la lectura. Cifras astronómicas, miles de páginas, y la imaginación por bandera. Fue Virginia Woolf quien dijo que la vida imaginaria era la única que merecía la pena vivir. Algo similar debe pensar la escritora. Y eso es lo que todos hemos pensado cuando hemos leído los libros de Harry Potter. No, no es sólo literatura infantil y juvenil. En realidad es muchísimo más. Es la capacidad de crear un mundo que parece formarse alrededor de nuestro cuerpo, hecho para nuestros huesos; es la demostración de que los sentimientos son puros, que es posible, sobre todo, soñar: eso que a los niños no les debería nunca faltar y eso que nosotros, los adultos, nunca deberíamos perder. Con Harry Potter aprendes que la magia no está sólo en los trucos, películas o libros; que la magia está donde tú la veas, donde tú la sientas, donde la esperes; que la magia está en los pequeños detalles, en esas cosas pequeñas que nos hacen sonreír día tras día. Harry Potter significa encontrar una casa, un hogar que creíamos haber perdido, un hogar al que no sabíamos que pertenecíamos. Harry es el cuerpo en el que la ilusión ha decidido mostrarse. Harry Potter es algo más que siete libros llenos de aventuras y de magia. Harry Potter es la vida, es la intensidad, es la inmensidad de lo que está guardado y escondido en el cuerpo de cada uno. Decía Severus Snape que para conocer verdaderamente a un hombre y saber de su valía, debíamos fijarnos en cómo trata a sus inferiores y no a sus iguales. También decía Albus Dumbledore que aunque las cosas ocurran en nuestra cabeza no significa que no sean reales. Pequeños grandes granos de esperanza y sabiduría. Pequeñas grandes verdades que harán resurgir no sólo nuestra capacidad de observar el mundo sino también al niño que se ha quedado dormido en nuestro interior esperando la risa, la aventura, la herida sangrante en la rodilla tras caernos quizás no de una escoba voladora pero sí de una silla con una pata medio rota. Ilusión. Magia. Y nada más.

Diarios

La senda que nunca se ha de volver a pisar: “Diario de invierno”, de Paul Auster Paul Auster, uno de los autores con mayor prestigio a nivel internacional, llega al invierno de su vida y decide repasar lo que ésta ha sido en un diario retrospectivo en el que, cuando se dirige a sí mismo, nos habla también a todos nosotros.

n Iraide Talavera De la vida y la muerte

así a revivir las situaciones que lo han moldeado hasta convertirlo en lo que es ahora. Por ejemplo, al evocar la muerte de su madre en mayo de 2002, describe las sensaciones físicas y psíquicas que ese hecho le causó y se realiza preguntas para tratar de entenderlas: “La cuestión es por qué no pudiste dejarte llevar por la situación en los minutos y horas subsiguientes a la muerte de tu madre, por qué, durante dos días enteros, fuiste incapaz de derramar una sola lágrima por ella. ¿Fue porque secretamente te alegrabas en parte de su muerte?” Al mismo tiempo, con ese “tú” el autor nos reclama a nosotros, lectores, y nos lleva a reflexionar sobre nuestras propias vivencias. El sufrimiento por la muerte ajena y el miedo a la propia, dos de los temas más recurrentes de la obra, sirven para recalcar el instinto de conservación de la raza humana, nuestro afán por existir. “Diario de invierno”, a pesar de su título, es un canto a la vida, y en él encontramos la colección de todos los placeres que ésta nos proporciona: el amor, el sexo, la comida, el tabaco, el alcohol, el disfrute de oler, paladear, tocar, etc. Asimismo, también recaba experiencias dolorosas: enfermedades, caídas o adversidades climatológicas conforman un catálogo mediante el cual Auster demuestra que tanto el cuerpo como la mente han de sentir para saber que estamos vivos: “Estornudar y reír, bostezar

Hace unos meses, llegaron a mis manos las memorias del abuelo de mi abuelo materno. En ellas, repasaba los eventos que habían marcado su vida desde su nacimiento hasta la década de 1930, un presente que ya se nos antoja muy lejano, a la vez que recababa los acontecimientos más importantes de la segunda mitad del siglo XIX y la primera parte del XX. La lectura me resultó muy conmovedora, porque aquel hombre transcribía una existencia que ya no volvería a repetirse. Esta misma impresión es la que me ha dejado el diario invernal de Paul Auster, autor de “La trilogía de Nueva York”, “La noche del oráculo” o “La música del azar”, entre otras publicaciones: su llegada a la tercera edad – escribió el libro en 2011, cuando tenía 64 años– hace que constate que el camino recorrido es mayor que el que le queda por andar, y así lo expresa en el último fragmento de su novela: “Tus pies descalzos en el suelo frío cuando te levantas de la cama y vas a la ventana. Tienes sesenta y cuatro años. Afuera, la atmósfera es gris, casi blanca, no se ve el sol. Te preguntas: ¿Cuántas mañanas quedan?” El uso de la segunda persona del singular vuelve más trascendente la narración de su existencia, ya que el “yo” del presente apela a sus “yoes” del pasado y se obliga 32

y llorar, eructar y toser, rascarte las orejas, frotarte los ojos, sonarte la nariz, carraspear, morderte los labios […]: ¿cuántas veces has hecho esas cosas? ¿Cuántos pasos dados? ¿Cuántas horas pasadas con la pluma en la mano? ¿Cuántos besos dados y recibidos?” Morir, al fin y al cabo, supone la anulación de los sentidos.

febrero de 1981, veinte días después de tu trigésimo cuarto cumpleaños, justo a los cuatro días de su vigésimo sexto cumpleaños, llegaste a conocerla, te presentaron a la Única, a la mujer que ha estado contigo desde aquella noche de hace treinta años, tu esposa, el gran amor que te asaltó por sorpresa cuando menos lo esperabas”.

La pulsión sexual

Tiempo y lugar

El sexo se considera una de las necesidades fisiológicas básicas del ser humano, a pesar de que su consecución no sea un requisito imprescindible para la supervivencia. De hecho, el instinto erótico se manifiesta durante los primeros años de vida: las caricias, los abrazos y el descubrimiento del propio cuerpo acompañan al niño y lo preparan para las relaciones afectivas de la edad adulta. En el caso de Paul Auster, la sexualidad hace acto de presencia cuando el resto de los chicos aún no sienten interés por esos temas: “Ya en el jardín de infancia, donde te quedaste prendado de la niña rubia con la cola de caballo (que se llamaba Cathy), siempre estabas loco por besar, e incluso entonces, a los cinco o seis años, Cathy y tú a veces os dabais besos: ósculos inocentes, desde luego, pero muy placenteros a pesar de todo”. Años después, los escarceos amorosos del autor aumentan en frecuencia e intensidad, y son muchas las muchachas a las que tiene entre sus brazos durante la adolescencia. Con todo, la moral estricta de los años sesenta y el sentido del decoro de aquellas jóvenes hacen que tenga que esperar hasta el final de su adolescencia para gozar de una relación sexual completa. Ésta tiene lugar con una prostituta, y la inexperiencia no la convierte en un recuerdo memorable, pero pone a su alcance un mundo de posibilidades que desconocía hasta la fecha.

Todos tenemos en nuestro historial fechas que no podemos olvidar: nacimientos, muertes y aniversarios forman parte de nuestra concepción subjetiva del tiempo. Sin embargo, nuestra cronología también está marcada por cuestiones menos trascendentes. Una de ellas es el cambio de residencia. Así como algunos autores asocian sus recuerdos con el libro que estaban escribiendo en cada momento, Auster organiza su biografía de forma espacial, haciendo recuento de todos sus lugares de residencia. ¡Y no son pocos! Un total de 21 viviendas lo acogen desde la infancia hasta la madurez, la mayor parte en la costa este de Estados Unidos, pero también en Francia, y su memoria conserva el recuerdo preciso de la ubicación y el aspecto de cada una de ellas. Además, el escritor nos ofrece un listado de todos los países donde ha estado y de la duración de sus visitas: Canadá, España, Irlanda, Argentina, Israel, Japón, Australia… Sus pasos invisibles han recorrido casi todo el mapa, y refuerzan el mensaje de aquellos versos de Machado: “Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante no hay camino, se hace camino al andar”. De todos estos lugares mencionados, el que más desconcierta al viajero novelista es el avión, debido a la “irrealidad de verte propulsado por el espacio a más de mil kilómetros por hora, tan lejos del suelo que empiezas a perder la impresión de tu misma realidad”, lo que nos conduce a la conclusión de que, en gran parte, nuestra efímera existencia viene definida por las cambiantes coordenadas de tiempo y lugar.

De todos modos, sus amoríos no sólo se basan en lo carnal. Su necesidad de afecto lo lleva a mantener noviazgos duraderos, y dos de ellos acaban en matrimonio. Su primera mujer es la escritora Lydia Davis, con quien tiene a Daniel, su hijo mayor; este romance sufre sus vaivenes a lo largo de los años, y termina de romperse en 1978. Su segunda y actual mujer es Siri Hustvedt, que al igual que él tiene varias novelas traducidas al español –“Todo cuanto amé” o “El verano sin hombres”, entre otras. Ambos tienen una hija en común, Sophie.

Respecto al proceso de escritura, que Paul Auster concibe como compulsión o enfermedad más que como terapia, la importancia del cuerpo en el espacio vuelve a hacerse patente: “Con objeto de hacer lo que haces, necesitas caminar. Andando es como te vienen las palabras, lo que te permite oír su ritmo mientras las escribes en tu cabeza. Un pie hacia delante, y luego el otro, el doble tamborileo de tu corazón”. Esperemos que el invierno sea largo, y que el corazón de esta caminante s i g a latiendo p o r muchos, muchos años.

La convivencia con Siri y la adoración que siente por ella asoman de forma regular en el diario. Es media vida la que ambos han pasado juntos, y a la pasión han ido unidos la camaradería y los intereses en común. El novelista describe así su primer encuentro: “Entonces, el 23 de

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Diarios

ALBERT CAMUS: CARNETS I Y II Miseria y grandeza de este mundo: no ofrece verdades sino amores, El absurdo reina y el amor lo salva. Camus sólo puede ser leído así, con atención, con dolor, con abnegación. Es un idilio infinito que no te abandonará nunca, una voz interior que te devuelve un mundo nuevo, bello y errado, un mundo donde hay dolor y muerte, pero nuestro.

n Laura Bordonaba hasta algo oblicua. Su lectura no es fácil, no estamos ante un diario al uso, sino ante las digresiones y anotaciones, a veces perezosas, de su pensamiento y de su vida. El fruto y el regalo del esfuerzo de su lectura arrojan momentos de verdadero humanismo al nivel de su altura intelectual. Creo que una de las mejores maneras de ilustrar todo esto es precisamente reproducir algunas de las citas y fragmentos de los carnets. Veréis cómo contextualizándolo en el momento actual, Camus sale ileso en cuanto a la vigencia de su pensamiento. Camus fue y va a ser siempre. Así pues, obra fundamental, llena de luz (de hecho de lo más luminoso de la creación existencialista).

Albert Camus es seguramente, uno de los últimos grandes humanistas. Enfrentarse a la lectura de sus diarios es emprender un viaje sin retorno, es amar a Camus, es escuchar esa voz interna, esa llama que vive en el corazón de los seres humanos y que necesita de palabras que la alumbren para que crezca y no tenga miedo. Elegí precisamente estos “carnets” o diarios porque creo que se le han dedicado menos estudios que a otras obras suyas. Y porque el espíritu “camusiano” está muy presente, tanto en estilo como en pensamiento. Camus los escribió durante los años comprendidos entre 1935 y 1959, un amplio período de su vida que nos deja ver su evolución vital. Es una obra parcial, fragmentaria, y 34

A partir de 1935, Albert Camus (1913-1960) llevó un irregular diario de trabajo en el que tenían cabida apuntes de muy diversa índole: proyectos de novelas y piezas teatrales, reflexiones filosóficas y morales, notas de viajes y de lectura, descripciones de paisajes, citas literarias, conversaciones escuchadas en la calle, esbozos de diálogos dramáticos, esquemas argumentales, etc. Respetando la secuencia cronológica, el primer volumen reproduce las anotaciones entre 1935 y 1942, mientras el segundo tomo se extiende desde comienzos de 1942 hasta marzo de 1951. Los Carnets 1 y 2 de Camus son, como decíamos, seguramente menos conocidos que sus diarios de viaje, pero constituyen un tesoro de incalculable valor. Albert Camus («francés de Argelia», como a él le gustaba definirse) resultó ser el polo opuesto a lo que Dominique Noguez definió irónicamente como «le grand écrivain» (el gran escritor). Camus fue, hasta el final de sus días, el hombre discreto, Vitalismo y una fe ciega en el hombre. Camus mostró su distancia contra toda forma de radicalismo y preconizó una moral según la cual el hombre puede hacer frente a su propia condición. Una de las dificultades de su lectura, es que no hace distinción entre “carnet” y diario. Unos términos que quizá no tienen muy clara su frontera, por lo que Camus la atraviesa una y otra vez como si de un combatiente en la línea de fuego se tratase, para volver una y otra vez a la trinchera. Sin formalidades y a cuerpo descubierto. Así pues, Agenda, Carnet, diario íntimo, memorial. Canetti hizo las oportunas precisiones sobre esas modalidades de escritura, que Camus prefirió no formular. Nos enfrentamos al diario vital de una persona, durante casi 25 años, lo que nos permite ver la evolución, el cambio de tono, de la naturaleza de estas páginas. Las anotaciones no son diarias, no siguen una cronología más o menos regular, son caóticas, sin dar lugar a la “confesión” clara (a pesar de ser un gran amante de los diarios personales, como Delacroix o Tolstoi) Son más bien anotaciones objetivas, apuntes de sus viajes. (Primeros años: Argelia. Marzo-mayo de 1946: Estados Unidos. 1949: América del Sur) A pesar de las reticencias a estas “confesiones” encontramos en numerosas ocasiones a un Camus que se queja de que su memoria falla y se ve obligado a escribir y anotar para no olvidar: “La memoria me falla cada vez más” (1950). En sus últimos años logra encontrar una síntesis entre lo personal y lo impersonal, cuando, al referirse a la necesidad de

hallar “una soledad aceptada y pródiga, inclinada únicamente ante el ser del mundo, secretamente”, afirma que para quien pierde la memoria el diario puede ser una salvación, un instrumento de esta ascesis. (Carnet II, 353) Si hay una idea que vertebra todos los cuadernos (9) que componen los carnets, es la idea de la felicidad. Una felicidad que parece angustiar a nuestro querido escritor: “La exigencia de la felicidad y su búsqueda paciente. No es necesario desterrar la melancolía, pero sí, en cambio, destruir en nosotros esa inclinación por lo difícil y lo fatal. Ser feliz con los amigos, estar en armonía con el mundo, y lograr la felicidad siguiendo un camino que conduce, sin embargo, a la muerte” (20 de octubre de 1937). Esta es, sin duda, una de las ideas fundamentales de su línea de pensamiento. Se repite a lo largo de sus Carnets II: “Lo bello, dice Nietzsche después de Stendhal, es una promesa de felicidad. Pero sí no es la felicidad misma, ¿qué puede prometer?” (II, 148) Camus habla de la felicidad que le lleva casi a las lágrimas durante su breve estancia en Grecia. Leemos que el sol, la luz, el aire límpido, la compañía del mar, le llevan a un estado de felicidad que “quisiera retener contra mí, estrechar esa alegría imposible de expresar, que sé que ha de desaparecer”. (Ahí otra de las ideas clave, esa felicidad destinada a desaparecer, que durante las etapas de curación del autor, cita como estado ideal al que hay que volver). Una felicidad ligada al ocio y a una cierta pobreza, que no miseria. (“El tiempo se compra, todo se compra. Ser rico es tener tiempo para ser feliz cuando se es digno de ello”. I, 507). Quizás todo esto relacionado a su vez con otra de las ideas reveladas brevemente: “Yo no creo en Dios, y no soy ateo” Otro de los temas importantes a lo largo de estas páginas es la dialéctica Francia-Argelia, al que Camus profesa un amor que compara con el que puede sentir por una mujer, al que se abandona “voluptuosamente” a amar. Como ama, también, los p a i s a j e s naturales. Sobre

todo en los primeros cuadernos, se suceden los pensamientos acerca de la belleza imborrable de la naturaleza (el mar, las dunas), y cómo teme por su desaparición: “He vuelto a leer todos estos cuadernos, desde el primero. Lo que me ha saltado a la vista: los paisajes desaparecen poco a poco, el cáncer moderno me corroe a mi también” (II, 258). Lo que terminaría siendo un ensayo sobre el mar (“El verano”) se perfila ya en estas páginas, la necesidad de escribir sobre él, (“El mar, aún más cerca”).

cuyo principio es la maldad mediocre…”. “La crítica es al creador lo que el comerciante al productor. La edad mercantil ve así la multiplicación asfixiante de los comentaristas, intermediarios, entre el productor y el público. Por tanto, no es que hoy carezcamos de creadores, sino que hay demasiados comentaristas que ahogan al exquisito e inalcanzable pez en sus aguas cenagosas”. Y sus reminiscencias en cuanto a la forma y rebelión: “el fin de toda obra es dar forma a lo que no la tiene […] de ahí la importancia de la forma” (II, 279)

Otra gran idea que recorre las páginas es la del suicidio. Camus parece tomar nota de la gente que alrededor de él decide quitarse la vida, y se suceden también pensamientos (o fantasías) acerca de un suicidio propio. Parece fascinado por los relatos que hacen dos amigos, Roger Martin du Gard, Régine Junier: “Suicidio de A. Trastornado porque le quería mucho, sin duda, pero también porque de pronto he comprendido que deseaba hacer lo mismo que él” (II, 342). Camus nos llega a contar un sueño, estremecedor, en el que antes de ser ejecutado, consigue suicidarse. Quizás Camus en esos momentos piensa en la fuerza de sus rostros, y los evoca: “Y si pudiera dar sentido y rostro a lo que sé…”

El pensador deja a veces paso al escritor, traducido en esa admirable capacidad de observación de la realidad, sensible a la realidad de las palabras como a la realidad de las gentes y las cosas. “No se piensa sino por imágenes. Si quieres ser filósofo, escribe novelas”. “¿Por qué soy un artista y no un filósofo? Porque pienso según las palabras y no según las ideas (revela en octubre de 1945).

Camus teme al cinismo, como buen humanista. Confundido casi con una enfermedad del espíritu, le causa un enorme rechazo: “El cinismo, tentación común de todas las inteligencias”, y sin embargo, en un momento determinado afirma: “no cabe duda de que conviene a toda moral un poco de cinismo. ¿Dónde está el límite?” (II, 348). ¿Y la ironía hacia la muerte? Camus medita seriamente acerca de la muerte: “Algunas tardes cuya dulzura se prolonga. Nos ayuda a morir el saber que tardes como esta volverán a vivirse en la tierra después de nosotros” (II, 209). “La belleza, que ayuda a vivir, también ayuda a morir” (II, 315). “No hay verdad humana si no existe, finalmente, una aceptación de la muerte sin esperanza. Es la aceptación del límite, sin resignación ciega, mediante una tensión de todo el ser que coincide con el equilibrio” Una de las cosas que me ha sorprendido en estos carnets, ha sido la de encontrar la idea de identificación de castidad y libertad. Para Camus, convertido casi en un asceta, la sexualidad es una tiranía. Pero: “El amor físico siempre estuvo unido a mí a un sentimiento irresistible de inocencia y de alegría. Yo no puedo amar entre lágrimas sino en plena exaltación” Camus se queja de que el mundo contemporáneo es un mundo que ha sustituido las pasiones individuales por las colectivas: “único problema contemporáneo. ¿Podemos transformar el mundo sin creer en el poder absoluto de la razón? A pesar de las ilusiones racionalistas, e incluso marxistas, toda la historia del mundo es la historia de la libertad” “La desmesura en el amor, única deseable, en efecto, es propia de los santos. En cuanto a las sociedades, jamás secretaron ninguna desmesura si no es en el odio”. Se queja también de “Nuestra sociedad literaria,

Dos grandes ideas o teorías de Albert que no podemos pasar por alto: La gran teoría del amor de Camus la podemos resumir en esta frase: “Se empieza por no amar a nadie. Luego se ama a todos los hombres en general. Después se ama únicamente a unos pocos; después a la única, y después al único”. Y la gran idea del cristianismo/marxismo: “para los cristianos, la revelación está al principio de la historia. Para los marxistas, al final. Dos religiones” “Hay en el marxismo una verdadera filosofía existencial que denuncia la mentira de la objetivación y afirma el triunfo de la actividad humana” (II, 273). En cuanto al cristianismo, encontramos uno de los pensamientos más vivos de Camus: la rebelión del cuerpo. Y encontramos citas filosóficas, pero extrañamente, no literarias o poéticas, como si la poesía moderna no hubiera hablado de la rebelión del cuerpo. Sí adora, no obstante, a René Char, el grandísimo escritor con quien mantuvo una correspondencia exquisita que ahora celebramos poder leer. En los carnets de Camus vamos encontrando muchas anotaciones, e incluso fragmentos, casi micro-relatos, que se integrarían después en narraciones más largas. Para terminar, tres citas que resumen su espíritu, el del pensador-escritor y el del hombre: “El arte y el artista rehacen el mundo, pero siempre con una segunda intención de protesta” (II, 189). “Yo sólo pido una cosa, y la pido con humildad aunque sepa que es exorbitante: ser leído con atención”. En Carnets Camus nos dice lo siguiente: “Llegado el absurdo y cuando se trata de vivir consecuentemente, un hombre comprueba siempre que la conciencia es la cosa más difícil de mantener del mundo. Las circunstancias casi siempre se oponen a ello. Se trata de vivir la lucidez en un mundo donde la dispersión es regla”. Camus sólo puede ser leído así, con atención, con dolor, con abnegación. Es un idilio infinito que no te abandonará nunca, una voz interior que te devuelve un mundo nuevo, bello y errado, un mundo donde hay dolor y muerte, pero nuestro.

B r e v e s

Exaltación de Juan Gómez Bárcena MARÍA ZARAGOZA

Sé que por lo general está mal visto que una persona exalte la obra de alguien que es su amigo, pero no me importa que me vayan a poner verde si por lo menos prestan un poco de atención a lo que tengo que decir. Es cierto que es mi amigo, y que incluso he llegado a considerarlo mi mejor amigo, pero también una de las razones fundamentales para que lo hiciera es su gran inteligencia y su poderoso talento. El libro de relatos que ha sacado hace poco en Salto de página, “Los que duermen”, no es sólo un resultado brillante, sino un trabajo de años de lecturas, composición, descomposición de los relatos y escritura poderosa. Y lo mejor es que puedo decirlo porque lo he vivido, porque en el resultado del libro no se nota el esfuerzo. Y la literatura es como el ballet: no debe notarse nunca que te duelen los pies al hacer un ejercicio, no debe notarse el ensayo y error ni las lesiones, todo ha de parecer fácil. Que nadie se entere de lo complicado que resulta hasta que no lo intenten. Juan Gómez Bárcena es un gran escritor que todo el mundo debería leer y seguir porque es de esos que con los años se convierten en un clásico, de los que nuestros hijos y nietos estudiarán en las escuelas. Porque sus letras son capaces de vivir sin él. Porque tiene una prosa aparentemente sencilla, pero al mismo tiempo brutal y mordaz que siempre llega a donde quiere llegar, que empuja al lector, que lo conduce por caminos que no sospechaba que existían. Y sí, es mi amigo y lo admiro profundamente.

Niños literarios FUSA DÍAZ

Miguel Delibes decía que escribir para niños era un don, como la poesía, que no está a la alcance de cualquiera. Bien, escribir desde un niño es exactamente lo mismo. De modo que cuando las riendas de una historia las lleva el pequeño de la casa, nos conmovemos doblemente si está bien hecho, al alcance de un don, como la poesía. Los dos niños literarios que más me han impactado son Luca y Zezé (protagonistas de “La primera mentira” y “Mi planta de naranja lima”, Marina Mander y José Mauro de Vasconcelos respectivamente): italiano y brasileño, estos dos pequeños consiguen emocionarnos con sus grandes historias. A Luca se le ha muerto la madre, pero como ya es huérfano a medias, es decir, como su padre los abandonó y es uniparental, no quiere decirle a nadie que su madre está en su habitación, sin moverse siquiera para respirar, porque entonces se lo llevarán a un internado. Zezé tiene familia, pero es un pequeño diablo con alma de poeta que se va metiendo en líos a cada paso que da; conocer al Portugués le cambia la vida, hasta que ese cambio se vuelve, como el resto de tristísima realidad, en un trago agridulce. Ambas novelas están narradas con ternura y con mucho sentido del humor, también enmarcadas en una desgracia: es imposible no conmoverse. Por suerte, Luca y Zezé cuentan con el apoyo incondicional de Blu y de Minguinho, un gato y un arbolito. No, no hay manera de escapar de ese don que es la voz del niño interior.

Diarios

Los diarios de Lewis Carroll n Rebeca García Nieto Ha pasado más de un siglo desde que murió y Lewis Carroll (seudónimo del reverendo Charles Lutwidge Dodgson) sigue siendo un enigma. Los críticos han querido ver en su Alicia en el país de las maravillas una sátira política (sobre la Guerra de las Dos Rosas), una diatriba contra las nuevas teorías matemáticas de la época (especialmente contra los números imaginarios), claros indicios de sus supuestos vicios (uso de drogas y afición a las niñas) o incluso la prueba inequívoca de que el escritor era en realidad Jack el Destripador. Sí, han leído bien: en un libro publicado en 1996, Richard Wallace propuso la teoría de que Carroll era el archiconocido asesino basándose en una serie de anagramas derivados de dos de sus obras (The nursery Alice, una adaptación de Alicia para niños, y el primer volumen de Silvia y Bruno). Según Wallace, los libros contenían descripciones detalladas, y encriptadas, de los famosos asesinatos. Al contrario de lo que sucede en el caso de otros escritores, los diarios de Lewis Carroll no han servido para arrojar luz sobre su persona. De hecho, más bien ha sido al contrario. Sin pretenderlo el autor, sus diarios han añadido oscuridad a

su de por sí oscura figura. Si la mayor parte de los diarios de escritores interesa a los lectores por lo que en ellos se dice, éste que nos ocupa es interesante por lo que calla: los diarios de Lewis Carroll son más famosos por las páginas que faltan que por las que han llegado a los lectores. De los trece volúmenes originales, cuatro desaparecieron. Además, varias páginas –según dicen, decisivas- fueron arrancadas de los volúmenes restantes. Al parecer, en las páginas desaparecidas están las anotaciones correspondientes a los días 27 al 29 de junio de 1863, que contendrían la respuesta a uno de los misterios literarios más sonados: la causa por la que Lewis Carroll rompió con la familia de Alice Liddell, niña en la que se inspiró para crear a su famosa Alicia y de la que supuestamente estaba enamorado. El diario muestra que el 27 de junio Carroll escribió a la madre de Alice instándola a enviarle a las niñas para fotografiarlas (“urging her either to send the children to be photographed…”). La frase, que corresponde al final de una página, está inacabada, ya que la página siguiente fue arrancada. La palabra either fue tachada en un burdo intento 38

de ocultar la omisión. La siguiente anotación, correspondiente al 30 de junio, menciona que los Liddell se van de vacaciones de verano. No se sabe nada de ellos hasta el 5 de diciembre, cuando Carroll dice mantenerse “distante de ellos, como he hecho todo este tiempo”. Sobre las razones de este distanciamiento se ha especulado mucho. Según la biografía que Morton Cohen publicó en 1995, el motivo de la ruptura con los Liddell fue que Carroll pidió en matrimonio a Alice, que por aquel entonces tenía once años. Los padres de Alice, consternados por la petición de mano de la niña, le habrían prohibido al escritor cualquier contacto con la pequeña. Por otro lado, hay otra corriente de opinión, defendida por autores como Karoline Leach, que echa por tierra esos supuestos y afirma que, aunque fue un gran aficionado a los romances con mujeres casadas, Carroll no era un pedófilo. Durante una de sus investigaciones en la Guildford Muniment Room, Leach descubrió por casualidad un papel escrito por ambas caras que podría resolver todo este entuerto. Según Leach, una de las caras del papel estaba llena de notas biográficas sobre las niñas Liddell y los descendientes de Alice; la otra, cuyo encabezado decía “Páginas cortadas del diario”, contenía un resumen del contenido de las tres páginas desaparecidas. La parte que nos interesa, correspondiente a los días 27 al 29 de junio, dice: “L.C. se entera por Mrs. Liddell de que supuestamente él estaría utilizando a las niñas como excusa para cortejar a la institutriz de las pequeñas. También se dice que está cortejando a Ina”. La nota habría sido escrita por la sobrina del escritor, Violet Dodgson, antes de arrancar las páginas. Según el diario del propio escritor, ya había rumores sobre su supuesta relación con la institutriz, por lo que es improbable que ese asunto preocupara a la Sra. Liddell. Parece más probable que a ésta le preocupara el cortejo de su hija Ina, aunque tuviese catorce años y ya estuviese en edad casadera (en aquella época una mujer podía contraer matrimonio al cumplir los doce años). ¿Debemos concluir de todo esto que Carroll era un pedófilo o que no lo era? En mi opinión, no deberíamos concluir nada. Podríamos decir que la primera y muy extendida teoría, al basarse en un agujero en un diario, se sostiene sobre la nada. En ese sentido, el llamado “mito Carroll” es tan ficticio como el libro que Flaubert siempre quiso escribir –pero sin el brillante estilo del francés-: “Lo que me parece hermoso, lo que me gustaría hacer es un libro sobre nada, un libro sin ataduras externas, que se sostuviese a sí mismo con la fuerza interna de su estilo, como la tierra se sostiene en el aire, un libro que apenas tuviera

argumento, o, al menos, que fuese invisible, si esto es posible”. Por su parte, la teoría alternativa propuesta por Leach, que exime al escritor de los cargos de los que ha sido acusado, se basa en un minúsculo trozo de papel que ha pasado desapercibido durante casi un siglo. Ni unas páginas desaparecidas ni un papel lleno de garabatos parecen pruebas suficientes como para llegar a conclusiones definitivas sobre un tema tan serio. No parece sensato juzgar la conducta de una persona que vivió en una sociedad tan diferente a la nuestra, como se ha hecho con Lewis Carroll o Mark Twain. Para empezar, como he dicho, hay que tener en cuenta que por aquel entonces la edad necesaria para contraer matrimonio era los doce años, frente a los dieciocho de nuestra sociedad. Además, en nuestra época post-freudiana nos resulta casi imposible creer que un adulto pueda pasar tanto tiempo con los niños sin tener un interés sexual en ellos. En la sociedad victoriana, los niños eran símbolo de inocencia; desde Freud, somos conscientes de que los abusos sexuales a niños existen y que éstos son también seres sexuales. Por otra parte, se sabe que, debido a su tartamudeo, Carroll tenía problemas para relacionarse con los adultos. En ese sentido, es probable que se sintiera más cómodo con los niños. Cabe también la posibilidad de que, como tuvo una infancia algo desgraciada, viviera una segunda infancia a través de esos niños. Uno de sus poemas apunta en esta dirección: “I’d give all the wealth that years have piled on/The slow result of life’s decay,/To be once more a little child/For one bright, summer-day.” Nunca sabremos a ciencia cierta cuáles eran las intenciones de Carroll al acercarse a los niños. Tampoco esto debe, en mi opinión, importarnos hasta el punto de que el sambenito de pedófilo empañe su brillante obra literaria. Al fin y al cabo, según sus biógrafos, Carroll nunca pasó al acto: tuviera o no pensamientos “impuros” relacionados con niños, nunca los hizo realidad. Lo cierto es que sus libros siguen haciendo disfrutar a niños y adultos, y dando de qué hablar a los críticos. Es más, algunos han encontrado en Alicia en el país de las maravillas un motivo para la esperanza. Seguro que al reverendo Dodgson le habría encantado saber que, en la primera iglesia atea del mundo, situada en el Norte de Londres, en lugar de la Biblia se lee a su Alicia. Tal vez deberíamos aplicarnos algo de esta nueva doctrina: como dicen en los sermones de esta peculiar iglesia, todos vamos a morir y no existe el Más Allá, pero mientras tanto habrá que disfrutar de la vida y de las lecturas, y olvidarnos de todo lo demás. Amén.

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Diarios

Desaprender a amar: diario de un anunciado adiós Amar es una función esencial en el ser humano. Pero cuando se ama con intensidad, la caída es tremendamente más dolorosa. George Sand y Alfred de Musset se amaron y desamaron así, intensamente. “Diario íntimo” es la memoria de aquel gran amor.

n Verónica Lorenzo Confieso que tengo cierta debilidad por la literatura del siglo XIX y primera mitad del XX. Más si es francesa. Mucho más si quien sostiene la pluma es una mujer. George Sand (París, 1804 - Nohant, 1879) cumple estos requisitos. Mujer francesa del siglo XIX. Y encima una mujer con la suficiente fuerza y coraje para enfrentarse a quien fuera necesario para defender sus ideas. Ideas que ya se venían defendiendo durante este siglo. Ideas que, tristemente, aún debemos defender ahora: la independencia de la mujer, su condición igual a los hombres, y todos aquellos derechos que ellos reclaman como suyos y también deben ser nuestros. Pero también reclama el derecho al amor en un mundo donde los matrimonios concertados eran habituales. ¿Es Sand un ejemplo del ideal de mujer que reivindica en sus obras? Sin duda, pues puso y dispuso de su amor a quien ella quiso, defendió su independencia sin importarle el qué dirán (el que comenzara a vestir con “ropas de hombre” y fumar en público no le aportó precisamente una buena reputación) y abrió paso a las generaciones siguientes para una apertura de ideas que ya venía con retraso (como todo en cuestiones relacionadas al tema de las mujeres). Pero es que además es una autora respetada y admirada, así como odiada (y aquí debo poner como ejemplo de las dos caras de la moneda a Heinrich Heine, que la consideraba “divina” mientras que Charles Baudelaire dispensó unas palabras tan hermosas como las siguientes: “estúpida, pesada y charlatana, que tiene, en las ideas morales, la misma profundidad de juicio y la misma delicadeza de sentimientos que las porteras”). Sei que non morrerei ó meu gusto, por iso xa non conto os malos días nin os espero mellores. (“Sé que no moriré a mi gusto, por eso ya no cuento los malos día ni los espero mejores.”)

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Edicións Laiovento publicó en 1996 una traducción al gallego1 (realizada por el coruñés Antonio Pichel Lorenzo) de Journal Intime, diario publicado de forma póstuma en 1926 por su nieta Aurora Sand. Este diario fue escrito durante la dolorosa separación de la autora y el poeta y dramaturgo Alfred de Musset (París, 1810 - 1857). En una cena celebrada para los colaboradores de «La Revue des Deux Mondes» (publicación francesa bimestral fundada en 1829 y que todavía sigue en activo) en junio de 1833 dicen unos, a partir de una primera carta de admiración que recibió Sand sobre su novela recientemente publicada “Indiana” y un encuentro en la presentación de “Lélia”, dicen otros, se conocen Sand y Musset. Cinco meses más tarde, deciden irse de viaje por Italia. Su relación, que comenzó como una amistad, se convirtió en un amor tormentoso con Italia de fondo. Al final de este viaje, en Venecia, se alojaron en hotel Danieli, ajenos a los siguientes sucesos que marcarían sus vidas. Musset había encontrado en Venecia un lugar ideal para llevar a cabo un estilo de vida libertino -del que ya era fan en Francia- que lo llevó a abandonar su trabajo y a su amante, con peleas continuas en la pareja. Cuando la relación había llegado a un punto más allá de lo tenso, Musset enfermó y, al borde de la locura, tuvo que ser atendido por un médico, Pietro Pagello. Éste no sólo le salvó la vida, sino que también se convirtió en el nuevo amante de Sand. Trataron de ocultarlo pero, al final, fueron descubiertos. Así, en 1834 Alfred de Musset regresó solo a París. Meses más tarde regresó también Sand con Pagello, aunque poco tiempo duraría su relación, retomando así de nuevo su relación. Alfred de Musset y George Sand continuaron viéndose y escribiéndose siendo su correspondencia una de las más apasionadas (y muy recomendable su lectura). En 1835 fue cuando rompieron su relación definitivamente. Sólo coincidieron una vez y siquiera se saludaron. De todas formas pronto moriría Musset. Y Sand ya habría encontrado en el pianista Fréderic Chopin una nueva pasión, un nuevo compañero con quien emprender un nuevo viaje. En esta ocasión sería Mallorca el destino.

el otro? Y, ¿por qué sólo se pide el sacrificio a la mujer? Como digo, Sand plantea interrogantes que aún hoy no pierden su actualidad. “Diario íntimo” no es una obra heterogénea, pues mezcla diversos géneros con una estructura de diario. Pero tampoco es que requiera demasiados esfuerzos de comprensión. Quizás sí de ánimos. En sus letras hay la tristeza de una mujer desilusionada con el amor y que lucha consigo misma para no convertirse en una descreída. Ella, que desafió todos los convencionalismos, no se podía permitir tal contrariedad con sus ideas, por aquellas que llevaba defendiendo y actuando en consecuencias desde hacía años. El diario es una autoafirmación. Se busca a sí misma para recoger esos pensamientos que antes tenía tan fijados pero que el desengaño los ha dispersado en aquella niebla espesa de la decepción. Es la recopilación de las letras de una mujer única en su generación. Es un recordatorio de ella misma. Puedes encontrar a distintas George Sand a lo largo de sus obras, pero la Sand diarista es una hermosa criatura.

Este “Diario íntimo” muestra a una George Sand enamorada de Musset, una mujer deprimida, infeliz, desilusionada, rodeada de dudas existenciales... Y es así que duda de todo, se pregunta sobre la moral, la educación, la posición de las mujeres en la sociedad en la que vive. Y lanza grandes frases, grandes párrafos, que en medio de tanta tristeza vuelca un poco de luz. Preguntas o afirmaciones que, sin demasiada complicación, todavía están de actualidad. Como ésta:

Sus obras originales escritas en francés (hay alguna traducción en finlandés e inglés) están libres de derecho y disponibles en acceso abierto en la biblioteca digital Project Gutenberg (http://www. gutenberg.org/ebooks/author/851).

(...) parece que a educación moral xa non lle é necesaria ó home, parece que a vida humana debe refuxiarse na intelixencia e abandonar o corazón. (“(...) parece que la educación moral ya no le es necesaria al hombre, parece que la vida humana debe refugiarse en la naturaleza y abandonar el corazón”.) Y para George Sand abandonar el corazón es un crimen cruel. Así como cruel fue el final de su relación amorosa con Musset. Un final que se recoge en el diario que destruyó, pero (a Dios gracias) se guardó una copia, que llega hasta hoy. Un diario que, aunque contiene partes de ficción, de novela, recoge confesiones, desahogos de una mujer que lucha por ser independiente pero sin perder ese amor al amor. ¿Por qué habría de sacrificar el uno por

(...) facer un diario é renunciar ó futuro. Significa vivir no presente, recoñecer o paso implacable do tempo, que xa non se espera nada del, que un se conforma cada día e que xa non hai relación entre ese día e os outros. É beber o propio océano pinga a pinga, por medo a atravesalo a nado, e completar as follas dunha árbore cun tronco que xa non reverdecerá. (“(...) hacer un diario es renunciar al futuro. Significa vivir en el presente, reconocer el paso implacable del tiempo, que ya no se espera nada de él, que uno se conforma cada día y que ya no hay relación entre ese día y los otros. Es beber el propio océano gota a gota, por miedo a atravesarlo a nado, y completar las hojas de un árbol con un tronco que ya no reverdecerá.”)

George Sand siempre vale la pena leer. Palabra.

1 Existe una traducción al español realizada por Fernando García Burillo en la obra titulada “Los amantes de V e n e c i a : correspondencia 1833-1840, seguida del Diario Íntimo de George Sand” (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2004). Esta obra recopila bajo “Los amantes de Venecia” la correspondencia mantenida entre George Sand y Alfred de Musset y también la mantenida entre ambos y Pietro Pagello, el médico que atendió a Musset en Venecia y que terminó siendo amante de Sand. Incluye el “Diario Íntimo”, un apéndice documental e ilustraciones de la época.

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El Diario de

Diarios

Joe Orton. La cuenta atrás.

El diario de Joe Orton, dramaturgo británico, irreverente, abonado al escándalo, es una obra que no deja indiferente a nadie, una cuenta atrás de ocho meses hasta el día de su muerte, asesinado por su pareja Kenneth Halliwell

n Anabel Rodríguez Cuando desde la dirección se nos propuso escribir sobre diarios de escritores, sentí cierta inquietud, porque leer el diario de alguien supone penetrar en su intimidad y la intimidad ajena es algo que me incomoda. La cercanía de las confesiones suelen afear bastante al autor de las mismas y no hay quien resista una mirada excesivamente cercana a lo largo del tiempo: todos tenemos nuestros buenos y malos momentos y se traslucen entre las líneas que escribimos. Sin embargo, no hay reto que no esté dispuesta a afrontar y me puse manos a la obra. Como suponía que mis compañeros optarían por acudir a autores consagrados, muy conocidos, decidí rebuscar algo más y puse a trabajar al buscador de internet por excelencia y llegué a Joe Orton. Al toparme con él surgieron las contradicciones con las que convivo normalmente, porque fue el puro morbo, ese del que acabo de renegar, el que me llevó a escogerlo. Orton fue un autor de teatro inglés de los años sesenta, homosexual, posiblemente pedófilo, que convivía con 42

la misma pareja desde hacía dieciséis años: Kenneth Halliwell. En el año 1987 Stephen Frears dirigió Prick up your ears, biografía de Joe Orton, escrita por John Lahr (editor también de este diario). Con la lectura de esta obra tenemos acceso privilegiado a sus últimos ocho meses de vida, pues el 9 de agosto de 1967 fue asesinado por su pareja, que le asestó nueve martillazos en la cabeza mientras dormía. Después de hacerlo, Kenneth Halliwell tomó veintidós pastillas de Nembutal, con las que falleció antes que su víctima. La policía encontró una nota del asesino que decía: Todo se aclarará si leen el diario K.H. P.S. sobre todo la última parte Con una invitación tan brutal y desgarradora abordé la lectura de los diarios (ed. Cabaret Voltaire 2010). Orton comenzó a escribirlos en el mes de diciembre de 1966, a

una depresión severa; se había visto relegado a una posición de mujer del artista, pero no una esposa ordinaria, sino más bien un amante en la oscuridad. En la vida pública de Orton, Halliwell no existía. Teniendo en cuenta que había sido el responsable su formación, que había coescrito obras con Orton y que era su mano derecha a la hora de corregir, esa posición en la que había sido relegado debió frustrarlo. “Día desagradable, Kenneth está de un humor pésimo. Quejándose. «Pareces un zombi», le dije. «Debo serlo. Llevo la vida de un zombi»”. Halliwell se atiborra de tranquilizantes, incluso se los suministra a Orton cuando quiere colocarse. Joe recoge las discusiones de pareja o incidentes como el viaje a Argelia (que provoca la risa, porque todo lo que les podía salir mal, lo hizo). También proclama en algunos párrafos el exceso de cercanía entre ambos: “Creo que es negativo que vivamos tan pegados el uno al otro las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año. Cuando yo estoy fuera Kenneth no hace nada, no ve a nadie”. Sin embargo no parece que en ningún momento llegara a tomar a su pareja como una amenaza para él, si acaso para sí mismo: “Kenneth hablo largo y tendido sobre nuestra relación. Amenaza e insiste en que se suicidará. Dice: “entonces aprenderás, ya verás” y “¿cómo estarás sin mí?”. Hablamos y hablamos hasta que yo ya no podía más.”. El hecho de que Orton escribiese esta obra hombro con hombro con su pareja (vivían en un apartamento de poco más de veinte metros cuadrados), de que en los diarios se recogiera su promiscuidad sexual (de la que abominaba Halliwell) y mostrase abiertamente su incomprensión por el estado en que se encontraba Kenneth, haciéndolo parecer un ser ridículo, pudieron ser las causas últimas del acto violento que terminó con su vida. A pesar del asesinato, Orton y Halliwell permanecieron juntos para siempre, tras su fallecimiento fueron incinerados y sus parientes decidieron que sus cenizas fueran mezcladas.

petición de su representante Peggy Ramsay. Desde un primer momento estaban concebidos para ser publicados después de su muerte, aunque ninguno de ellos pensó que fallecería tan pronto. Me pareció llamativo el hecho de que en el momento de comenzar a escribirse su finalidad última fuera llegar a terceros. Esto me llevó a reflexionar sobre si no habría cierta orientación de los escritos y que, tal vez, su intención era conseguir una reacción en los lectores, escandalizarlos. Orton despunta como un ser divertido, sexual y atractivo. Sabe que lo es y no se siente culpable de vivir su sexualidad con intensidad, desenfrenadamente. Asistimos a sus encuentros con otros hombres en urinarios públicos ingleses, orgias impregnadas del olor acre de la orina, encuentros desangelados en habitaciones cutres. Una forma triste de dar salida a las pulsiones y deseos. También describe con todo lujo de detalles sus relaciones con menores marroquíes en Tanger; habla de ello con total naturalidad. Halliwell y él se reparten a los muchachos y los disfrutan, consumen hachís y se dan a la vida fácil y disipada de los turistas y vividores que poblaban Tanger. El sexo era parte importante de la vida del dramaturgo, pero hay párrafos en los que provoca hastío al lector que se enfrenta por enésima vez la escena de frotamientos, penetraciones anales, masturbaciones… No sólo hay sexo en los diarios, Orton también escribe sobre el ambiente en el que se mueve: sus amigos, los actores con los que se relaciona, su agente, su pareja, su trabajo, que había despegado en aquellos años. Leemos con sorpresa cómo se le encargó que escribiera un guión para una película de los Beatles, aunque finalmente no aceptaron la obra que presentó y por la que pretendía cobrar unas diez mil libras. Los diarios muestran un punto ególatra de Orton, que literariamente se permite despreciar a casi todo el mundo. No se salvan ni figuras como Dostoievski o Virginia Woolf “Intenté leer “El Idiota” de Dostoievski y renuncié. Que carga de palabras. Luego eché una ojeada a “Al faro” de Virginia Woolf. A las doce páginas o así, dejé el libro, agotado con tanto pensamiento. Bella prosa que se alarga y se alarga hasta el infinito; es como ver el mar desde la cubierta de un transatlántico, fascinante al principio, pero al segundo o tercer día, añoras las islas, el litoral o incluso quizá otro barco, cualquier cosa que rompa la monotonía. La novela ha adoptado una forma artística muy pedante.” Orton adora escribir, adora lo que él escribe y es inasequible al desaliento. Mira muy por encima a la clase media, la ridiculiza sin compasión “Michael Bates me contó que el lunes se habían marchado algunos espectadores. Gilipollas estúpidos de clase media.” “La falta de éxito de la obra ha de achacarse en buena medida al tema y al incuestionable hecho de que, en lo que a obras se refiere, el público general se compone de mierdas ignorantes”. Las mujeres también son objeto de su afilada lengua, hasta el punto de que se conduce con cierta misoginia: “Siguen diciendo lo que es “lo mejor para la madre” y, por supuesto, “para el niño nonato”. Como si alguien en sus justos cabales pensara en el feto. ¿Quién puede tener en cuenta los sentimientos de un tumor o un cáncer? ¡Qué odiosa llega a ser la mujer de clase media, con ideas liberales, tolerante, afable y «al día»”. Hasta los propios gays son objeto de su crítica más afilada “En una reunión de maricas, un saldo bancario grande es tan popular como una polla grande”. No deja títere con cabeza. Esta obra es una cuenta atrás a la que asistimos con la ventaja que nos proporciona conocer el final. Leemos las páginas buscando la respuesta prometida por el asesino y que no es tan clara como podría parecer. Halliwell debía de padecer

La obra teatral de Orton es calificada como irreverente, s a t í r i c a , macabra. Su vida comparte dichas calificaciones; este diario es una muestra de ello, una muestra intensa y breve, que no deja indiferente al lector. Es lo que pretendía y lo consiguió. 43

B r e v e s

Indigno tú, él, todos AINIZE SALABERRI Dazai, ese valiente: no quería vivir y vivió, y escribió, y a muchos nos salvó. Algunos sobrevivimos gracias a la guerra, no a la paz. Creo que de esta forma podría definir los relatos de Dazai, quien sobrevivió gracias a su guerra interior, y gracias a ella y a todas las batallas libradas en su corta vida, Dazai ha pasado a la historia y se ha convertido en el icono de muchos de nosotros. El salvajismo al que nos invita en cada lectura es la única forma posible, o así debiera ser, de contemplar la vida en su máximo esplendor. Dazai no engañaba: esto es lo que hay, nos decía. Y así es. Máscaras fuera, mentiras fuera, sinceridad como única forma de escritura y un dejarse ir que bien merece nuestra admiración y agradecimiento. “Ocho escenas de Tokio” es, como “Indigno de ser humano”, un recuento de demonios interiores, de miedos y de inseguridades que han de acercarnos a la vida de la que él se privó. Él escribió historias para «quienes habían perdido la esperanza.» Que eso nos sirva a los demás.

El hombre que decía haber salvado a Rebeca B. Miguel Ángel Maya RAQUEL G. OTERO Vidas singulares -y minúsculas vidas- condicionadas por la violencia del paisaje; una atmósfera velada por lugares de paso; tendencias libertinas como secuelas del dominio; naufragios y equilibrismos en las líneas afónicas de un pentagrama. Estamos de suerte. El hombre que decía haber salvado a Rebeca B. tiene más que ver con la literatura de un funambulista que con el cuento chino. Esta escenografía de relatos es un saqueo a la moral prefabricada, a las cloacas y abismos del ser humano; un do de pecho abocado a poner patas arriba los contornos, tan literarios, de la apariencia. Como quien baraja en el aire antorchas encendidas, Miguel Ángel Maya despliega, no sin cierta pulcritud artesana, una narración invasiva y caleidoscópica que opera por inducción, y que incluye en su potencia creativa la maravillosa insolencia de la perturbación estética.

“Hacer el amor”, de Toussaint NATALIA ZARCO “Las lágrimas resbalaban irreprimibles sobre las mejillas de Marie, con la necesidad de los fenómenos naturales, como la subida de las mareas, como la llegada de la lluvia, y ella no hacía nada por contenerlas, dejaba que se deslizaran por sus mejillas, las aceptaba, sin ostentación ni pudor. Y mientras, con el corazón en un puño, yo miraba como lloraba delante de mi, sentada en su sofá. Sabía que era el recuerdo del terremoto lo que había provocado esas lágrimas, porque para nosotros ese terremoto estaba ya indisociablemente ligado al final de nuestro amor.” Se tarda en olvidar esta breve pero intensa historia. Aguanto la respiración y sigo a Toussaint por las últimas escenas de una relación íntima. Sus protagonistas, exhaustos, transitan vencidos por las páginas y las calles de Tokio, en plena madrugada, como si, perdido el mapa del tesoro, todavía algo les obligase a caminar sin detenerse, sostenidos por la memoria, por el recuerdo, en busca de lo que ya nunca les pertenecerá. El amor se extingue bajo la lluvia y la nieve, en la ciudad desierta. El amanecer da paso a un nuevo día: se borran las huellas, se desdibujan los caminos, se esfuman los leves rastros que nuestros, tan inmensos como minúsculos, amores son capaces de arañar en la corteza del tiempo. Y después la nada.

Diarios

Renacida Diarios tempranos de Susan Sontag n Annie Costello Creo: a) Que no hay un dios personal o vida después de la muerte. b) Que lo más deseable de este mundo es la libertad de ser fiel a uno mismo, es decir, la honradez. c) Que la única diferencia entre seres humanos es la inteligencia. d) Que el único criterio de una acción es su efecto último en la felicidad o infelicidad de una persona. e) Que está mal privar a cualquiera de la vida. Hay muchas clases de precocidad. Algunas se ponen de manifiesto en actos concretos: maniobras románticas en la puerta de casa, rebeliones domésticas, emancipaciones fallidas. Otras, en cambio, tienen que ver con el despertar de la sabiduría. La consciencia de no poseerla. El ansia por alcanzarla. La precocidad de Susan Sontag pertenece a esta clase. Es una precocidad debida al ímpetu por saberlo todo y saberlo deprisa. La sed insaciable 45

de una adolescente que no sin razones iba a ser llamada ‘la mujer más inteligente de Norteamérica’. Página tras página de exhaustiva supervisión interior, la descubrimos. Nos empapamos de sus anécdotas, impresiones y obligaciones; sobrevolamos sus memorándums. Comprendemos que todo en su vida se dirige a un único objetivo: llegar a ser quien es capaz, alcanzar el nirvana, autorrealizarse. Si hablamos de edad, los diarios de Susan son jóvenes. Abarcan un periodo temprano de su existencia, deteniéndose en los treinta y uno, cuando ya tenía, sorprendentemente, un hijo y una separación a las espaldas. Pero en contenido son cuadernos viejos. Leemos el desencanto desde el principio, desde su descubrimiento a su aceptación. Es por ello que “Renacida” quizá ha de leerse no cuando se es joven, como cabría esperar, sino cuando uno, ya crecido, ha enfrentado y puede adivinar los desaires que nos aguardan. El fragmento que abre este artículo inaugura también el diario de Sontag y nos pone en guardia

de autodestrucción.” Un augurio de lo que le aguarda entre las paredes de su vida conyugal. Paredes, pues no tardará en hablar de ella como si de un encierro se tratara. El matrimonio es la ‘sensación de no ser libre’, una‘pérdida de personalidad’, una ‘eyaculación de llanto’. ¿Por qué te casaste, Susan?; quisiéramos preguntarle. Desde que lo hizo, todo su diario se basa en apuntes monótonos y citas esquemáticas. Y listas, interminables listas. La fijación de Susan por las listas abarca desde los libros por leer o las películas vistas hasta las cosas que hacer o evitar, incluyendo glosarios de palabras y hasta sucesiones de ideas inconexas. No queda ni rastro del lirismo que desprendían las historias de su pubertad. Tampoco menciona el nacimiento de David, el hijo que sacará a la luz estos diarios. Sí comparte, sin embargo, reflexiones minuciosas sobre los temas que la ocupan e inquietan: el arte, la filosofía, el sexo. Ella, que tanto temía verse rendir culto al conocimiento, acaba encontrando en él un refugio en sus días de eterno abandono. Porque ella conoce su inteligencia, pero también su soledad. Tras la disolución de su unión con Philip, habrá mujeres: Harriet Sohmers Zweling, la famosa Annie Leibovitz... habrá otras ciudades, París, Nueva York, y escribirá sus obras más aplaudidas. Y a pesar de todo no podrá desprenderse de esa palmaria certeza: “Ich bin allein, estoy sola.” Ser consciente de una misma. Tratarse a una misma como otra.

de su contenido: cuidado, lector, nos hallamos ante una mujer que juzga y emite sentencias sobre todo lo que acontece. Qué se puede, si no, esperar de alguien que a los catorce años ya condensó su visión del mundo en cinco axiomas fundamentales. Qué se puede esperar de alguien así, sino que pase a la Historia.

Cara y cruz de una adolescencia prodigio

Tuvo que pasar tiempo, y no poco, antes de que la Sontag llegara a ser quien fue: un Príncipe de Asturias de las letras; una ensayista y novelista brillante y comprometida con el activismo del momento. Antes de disertar sobre el sida o escandalizar con sus declaraciones políticas, Susan fue una adolescente. Criada en Tucson (Arizona) y en Los Ángeles, tenía claro que su misión no pasaba por la permanencia en un solo lugar. Fue esta firme convicción la que propició su prematuro ingreso a la universidad de Berkeley, siendo tan sólo una quinceañera; y a la de Chicago dos años más tarde. Pero Susan nos revela desde el principio una extraña paradoja interior. A pesar de su creciente afán de inteligencia, irradiaba aversión hacia el academicismo, al que suponía rancio y opuesto a una vida intensa. “Quiero acostarme con muchas personas. Quiero vivir y aborrezco la muerte (...) ¡no tengo la intención de dejar que el intelecto me domine, y lo único que no quiero es venerar el conocimiento o a la gente que lo posee! Me importa un comino la acumulación de datos de cualquiera, salvo en la medida que sea un reflejo de la sensibilidad fundamental que sí exijo.”

Si algo nos queda en claro tras finalizar “Renacida” es que su función no es patentar una vida por escrito. El diario aquí es más que un mero registro; es la oportunidad gracias a la cual Susan es capaz de desdoblarse. Como un espíritu que escapa del cuerpo y lo contempla tendido sobre la cama, ella se observa desde fuera, se examina y se corrige. Su escritura no es sino la proyección de lo que ansía convertirse. El diario, sí, es más que un mero registro: es una alternativa a sí misma. Ella había llamado a la raza blanca el cáncer de la humanidad. Curioso que fuera este mismo mal el que se decidiera a condenarla. Cáncer de mama en los 70 y, finalmente, una leucemia que la acompañó hasta su lecho de muerte. Susan se negaba a marcharse; se opuso a su fin hasta el último aliento. Alguien como ella, que vivía inmersa en perspectivas de futuro, tenía aún mucho por hacer. “Seguía creyendo que ella sería la excepción”, escribió David sobre su madre. “Murió como había vivido: sin reconciliarse con la mortalidad.” Su derrota no había sido anunciada en ningún cuaderno, y quizá fuera mejor así. Quizá fuera mejor que nuestra protagonista diarios no alcanzara a imaginar cuál sería su destino. “Renacida” termina en el momento justo: antes de que la enfermedad llame a su puerta para quedarse. Termina tras la maternidad y el marido, tras las amantes y el desengaño. Susan se había zambullido al mundo indiscutiblemente más sabia. Quizá fuera mejor que diera por hecho que saldría vencedora de cualquier batalla.

Susan, como una moneda, tiene cara y cruz; tiene dos verdades no necesariamente excluyentes, aunque a veces ella las creyera así. La cara es la joven ávida, deseosa de experimentar el erotismo, por descubrir nuevos confines alejados de ambientes más eruditos. Es la que se desnuda en sus primeros fragmentos y describe largas noches bebiendo cerveza, su primera experiencia lésbica, sus andanzas en la vida nocturna entre los círculos homosexuales. El frenesí. La cruz, por contra, es la seriedad, casi pedantería, que manifiesta el resto del tiempo. Su alter ego lee, escucha música, visiona cine sin descanso. Nada es suficiente para ella, que intuye lo excepcional de su capacidad crítica. Halla errores a “La montaña mágica” de Mann, califica de vulgar la prosa de Faulkner y sobre André Gide escribe que han “alcanzado una comunión intelectual perfecta”. Una y otra Susan, pasional e ilustrada, pueden parecer irreconciliables, pero poco a poco asistimos a su mutua aproximación. El cuatro de junio del 49, la unión entre ambas aparece consumada. Tras nombrar una sinfonía de Bach, la muchacha anota respecto a ella: ‘¡Sexo con música! ¡¡Qué intelectual!!’. Por primera vez confluyen en su entendimiento el saber y el amanecer sexual. La disputa ha terminado. A partir de entonces la alianza entre el éxtasis carnal e intelectual será habitual en su proceso formativo, llegando la autora a definir el orgasmo como la génesis de su propio ego. “No puedo escribir hasta encontrarlo”. Pero a veces el ocaso de la juventud llega antes que el cénit. Cuando Susan cumple sus diecisiete años, se le ofrece realizar un trabajo junto a Philip Rieff, profesor de sociología de la Universidad de Chicago. Diez días después están comprometidos; al año ya están casados. No encontramos en sus diarios dato alguno de este paréntesis ni tampoco pistas de su romance. Del 51 sólo nos quedan palabras que saben a despedida. “Me caso con Philip Rieff con plena conciencia + temor a mi propia voluntad 46

Diarios

El diario del capitán

n Ignacio Ballestero principio, el autor; “yo sólo lo estoy haciendo porque alguien sugirió que lo hiciera, así que ya veis: ni siquiera soy un gilipollas original”. Las páginas que vomitó en sus últimos meses de vida se recogieron en un librito esclarecedor que lleva por título “El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco” sin que uno adivine de una manera clara por qué se eligió ese lema para la portada. Bueno, más exactamente, uno encuentra decenas de razones para ese título, pero no sabe por cuál decantarse de manera descarada. Es un libro complicado

A una revista que versa sobre la literatura y los diarios le vendría bien un artículo acerca de un diario que no debió haberse escrito jamás. Lo pensé en el momento en el que el tema cayó sobre la mesa y hubo que escarbar en la polvorienta estantería de casa un libro que no contara historias sino vivencias. No hay nadie que haya vivido más lo que ha escrito que Charles Bukowski. Después de más de una docena de libros basados en vivencias, Bukowski escribió un diario. Nunca le gustó la idea. “La gente que apunta cosas en libretas y anota sus pensamientos me parece gilipollas”, se confiesa, al 47

vital. Hay alcohol en cantidades moderadas y pastillas en grandes cantidades. Mal humor y conatos de pelea. Crónicas insustanciales de la necesidad de comprarse una camisa y metáforas sobre heces cayendo por una ladera. Hay, en resumen, una visión global y muy acertada sobre Charles Bukowski.

para leer en primavera, está más llamado a discurrir en esas tardes de otoño en las que el sol empieza a esconderse antes y los días duran menos, y la vida se hace la remolona y busca piel que arañar. No es un buen libro para quien busca un final feliz, porque el otoño de Bukowski fue como el resto de su vida, una mala vida; pero es un libro real. En el mundo real hay pocos finales felices. Conviene acercarse a un libro dando un rodeo por las críticas. Muchas editoriales facilitan la labor y ponen algunas de ellas en las solapas o en esa molesta fajita que le colocan a los libros en un color llamativo y que acabas perdiendo por casa. Si se acepta el rodeo de la crítica, conviene coger el camino más largo, no el atajo que dibuja la editorial. Así uno se hace todos los prejuicios posibles y los va eliminando poco a poco a medida que transcurren las páginas. Yo no necesité el rodeo de la crítica para abrir “El capitán…” con prejuicios por una sencilla razón: el aliento de Bukowski al completo reposa sobre esa estantería polvorienta de la que hablaba en el primer párrafo. Había muchos prejuicios ya establecidos de antemano. Contra todo pronóstico, el final de Bukowski fue sereno. Todo lo sereno que puede ser un final para un tipo que ha bebido alcohol suficiente para matar de cirrosis a la mitad de la población de Ciudad Real, por ejemplo. En sus últimos meses el escritor de los barrios oscuros más clarividente que conozco fue un tipo acostumbrado a la tercera edad que pasaba sus días entre la quietud de casa, y la sombra de los gatos, y la pequeña dosis de adrenalina de las apuestas del hipódromo. La sorpresa es que no pasó esos últimos meses solo. Tuvo la compañía de Linda, protagonista de su vida pero que en el libro atraviesa las páginas de manera casi residual. El 28 de agosto de 1991, Bukowski escribe: “Buen día hoy en el hipódromo, estuve a punto de barrer”. Son las once y media de la noche cuando arranca este libro. Termina el 27 de febrero de 1993, un año antes de su muerte. Más allá de mediodía, Bukowski remata la última página del diario con maestría. “Que te den por el culo, compañero. ¡Y tampoco me gusta Tolstói!”. Entre medias, el diario es Bukowski en estado puro. Quien se acerque al libro no debe esperar páginas tremendamente reveladoras, ni momentos cruciales en los últimos meses de vida de un anciano. No hay columnas de luz cayendo del cielo para guiar al viejo hacia una enseñanza

“Estamos enfermos, somos los pringados de la esperanza. Nuestras pobres ropas, nuestros viejos coches. Nos movemos hacia el espejismo, nuestras vidas malgastadas como las de todos los demás”. “Cuando escribes debes deslizarte. Puede que las palabras se retuerzan y entrecorte, pero si se deslizan, entonces hay un cierto encanto que lo ilumina todo. La escritura cuidadosa es escritura muerta”. “Es probable que haya escrito más y mejor durante los dos últimos años que en ninguna otra época de mi vida. Es como si después de cinco décadas de hacerlo me hubiera acercado más a hacerlo de verdad”. “En 1989 superé una tuberculosis. Este año he sufrido una operación en un ojo que todavía no se ha resuelto. Y tengo dolores en la pierna derecha, el tobillo, el pie. Pequeñas cosas. Cánceres de piel, aquí y allá. La muerte mordisqueándome los talones, avisándome. Soy un viejo chocho, eso es todo. Bueno, no pude matarme bebiendo. Estuve a punto, pero no lo hice. Ahora me toca vivir con lo que me queda”. Cuando leo un libro doblo la esquinita de las páginas en las que los párrafos sangran. Es mi manera de devolver al papel la sacudida que me provoca lo que contiene. El diario último de Bukowski tiene más de la mitad de las páginas dobladas, y todavía hay veces que releo algunos pasajes de vez en cuando. No es cuestión de convencer a nadie. Pero Bukowski, sin querer hacerlo, hizo un diario que refleja que estaba a punto de morir como vivió, y que vivió como escribió: casi siempre borracho. A los que le seguimos nos queda el consuelo de saber que no murió solo. Y que el capitán t e r m i n ó muriendo como casi todos; nunca le alcanzó la vida para matarse. 48

B r e v e s

William Faulkner: ¡Absalón, Absalón! SANTI PÉREZ ISASI

Llegué a Faulkner por casualidad: porque este libro estaba por casa y me gustó el título y lo cogí y lo leí. Hasta ese momento, podría decirse que como lector seguía siendo un niño. No sabía que se podía escribir de esta forma. La técnica. También el estilo magnífico, lírico y brutal de Faulkner; los personajes atrapados por sus deseos y sus destinos; la oscura historia de los Sutpen y los Compson en un Sur mítico y primitivo. Pero sobre todo la técnica, la técnica, la técnica. Esos narradores múltiples que se contradicen y se complementan, esa forma de plegarse la historia sobre sí misma y reconstruirse como en capas que hay que pelar una por una; ese centro denso y poderoso hacia el que la historia se desliza en espiral descendente. ¡Absalón, Absalón! es un terreno inexplorado para el lector, una aventura; una vorágine que arrastra y confunde, pero eleva. Leída en el momento adecuado, como me pasó a mí, esta novela puede cambiarte la vida: puede enseñarte que hay otros mundos, otras voces, otras formas de contar.

Mi vida según Carver MARINA P. DE CABO

En ocasiones dudo acerca de la necesidad de tan extenso vocabulario para tan monótona existencia. El sinsentido de las fórmulas y combinaciones sintácticas me sobrepasa, las palabras me abruman hasta el punto de olvidar sentido y significado. Es entonces, en el momento en que me revelo víctima del exceso de vocablos e interpretaciones, cuando decido ejercitar la austeridad léxica. Alguien que no soy yo, en el interior de mi cabeza, me propone adoptar los títulos de Raymond Carver como directriz vital. La realidad se ordena en base a ellos. Tal es la empresa; no hace falta más para sobrellevar el mundo. El ser humano habita en un cuento de Carver: tal es mi axioma. No existen argumentos para la refutación. Mi afirmación conduce a conjeturas varias: que cada acción de la vida es desasosiego y es asfixia, que cielo e infierno, salvación y condena, se ubican en la costumbre de la rutina. El régimen comunicativo y la dieta existencial se imponen. Todos somos Catedral. Todos somos Principiantes. Padecemos, en la fría oscuridad, Insomnio de invierno, preguntándonos, sin conocer la respuesta, ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?, sabiendo que nuestras vidas son Vidas cruzadas, sucesiones de encuentros y desencuentros: oscilamos entre la sentencia huraña -¿Quieres hacer el favor de callarte?- y la construcción de vínculos –Si me necesitas, llámame-, prostituyéndonos desde el egoísmo velado. El mundo no es sino realismo sucio.

Diarios

Tres miradas sobre Josef K n Pedro Larrañaga

Toda obra (todo fenómeno, en realidad) puede ser contemplada desde un sinfín de ópticas distintas. Hoy os traemos tres miradas sobre los “Diarios” de uno los personajes clave de la historia de la literatura del siglo XX, tres visiones tan distantes como los actores que las protagonizan.

las anotaciones, reflexiones, comentarios, relatos y dolores de Franz Kafka, recogidas en doce cuadernos con tapas de hule. Doce cuadernos sobre los que se pueden lanzar infinitas miradas, algunas semejantes y otras opuestas a estas tres.

Si el mundo fuera un lugar justo, un lugar donde los amigos respetan los deseos de los amigos y las lecturas estuvieran guiadas tan solo por la búsqueda de un más allá, este artículo no tendría sentido. De hecho, si el mundo fuera ese lugar ideal, el que esto escribe no habría leído los “Diarios” de Kakfa. Es más, en un mundo maravilloso, esos “Diarios” ni siquiera se habrían publicado. Aun yendo más allá, si sobre nuestro planeta no convivieran con nosotros las pesadillas, las opresiones paternas excesivas y la tuberculosis, Kakfa ni siquiera habría alumbrado a Josef K y ninguno de nosotros sabría que podemos convertirnos en un insecto (si es que no lo somos ya), pero en uno lúcido, consciente del lugar que ocupan sus patas y antenas, el mismo lugar en el que antes tenía unas manos y unas pestañas. Pero el mundo no es un lugar justo. Aquí los amigos no tienen por qué respetar los deseos de los amigos muertos y nuestras lecturas son, en muchas ocasiones, el reflejo de lo pretenciosos que podemos llegar a ser. El mundo es así y juntando la injusticia, un amigo desleal y un lector pretencioso (ese papel lo asumiré yo), ponemos sobre la mesa los “Diarios” de Kafka,

Mucho se ha escrito y comentado sobre el modo en el que la obra de Franz Kafka reflejaba la realidad de un mundo concreto (centroeuropa, comienzos del siglo XX, periodo de entreguerras, auge del nazismo y comunismo, condición de judío), sin embargo, leyendo todos los pasajes de sus “Diarios”, lo que te encuentras no es el exterior (la piel, el cuerpo, el mundo) de Josef K, sino su interior (las entrañas, las sensaciones propioceptivas, los sueños, los recuerdos distorsionados). Así, con cada frase, Kafka te muestra que Josef K no es producto de un tiempo, un mundo y un contexto histórico. Josek K es producto de Josef K. En esos textos incompletos, aparentemente inconexos, en las cartas y relatos (todas ellas sobre cuadernos con tapa de hule, no lo olvidemos), te muestra cómo Gregor Samsa no se convierte en insecto por ese mundo que hace de él un bicho condenado a repetir día tras día (hora tras hora, minuto a minuto) las mismas tareas para que la colmena esté muy por encima de cualquiera de sus miembros. No, Samsa es un insecto porque ya era un insecto en su interior. Su transformación exterior no es

La mirada de Kafka sobre Josef K

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Brod, uno no puede acercarse a los “Diarios” de Kafka del mismo modo en que lo haría a los diarios, memorias, confesiones o cartas de cualquier otro autor o autora. Abrir ese libro y tratar de seguir el hilo de los pensamientos que se van dibujando sobre el papel es, en realidad, un ejercicio de presunción (por tu parte) y voyeurismo (también por tu parte), aderezado con unas buenas dosis de actitud pretenciosa (inevitablemente por tu parte). Kafka no te quería ahí, en la cocina, mientras cocía a fuego lento las emociones, vestidas con trajes de palabras, con las que pretendía preparar un plato llamado Josef K. No, Kafka pensaba que, si alguna vez era inevitable que Josef K se encontrara con el mundo, debería ser en el comedor, perfectamente dorado y aderezado con una salsa de sabores antónimos. Pero no, Max Brod dejó abierta la puerta de la cocina y tú te metes ahí, deseoso de conocer todos los secretos, de observar cada paso para dar con las claves de esos bocados capaces de saciar tu hambre, pero acompañados siempre de digestiones difíciles. Sin embargo, al igual que ver sacrificar a un cochinillo, desangrarlo, abrirlo en canal y trincharlo, no resulta la misma experiencia que hincarle el diente sobre el plato (acompañado de un Ribera del Duero a ser posible). En los “Diarios” no están Gregor, ni Josef, ni siquiera la K en la más absoluta de las soledades. En los “Diarios” están los fogones ardiendo, el olor a butano que alimenta el fuego, la cebolla macerando a fuego lento en un pequeño cazo y las quemaduras y cortes que pueblan las manos del cocinero. Todo eso, tan desagradable, tan poco literario incluso, es necesario, es imprescindible para que tú puedas masticar “El Proceso” o “La Metamorfosis”, pero tú (ignorante del arte de la cocina) no entiendes nada. Así, del voyeurismo (deseabas ver s u s tripas) y la presunción (creíste que con ver los ingredientes sabrías cocinar), así como con tu actitud pretenciosa (eso era lo que buscabas, decir «yo he leído los “Diarios” de Kafka»), poco tienes que sacar para tus galanterías sobre una mesa mal iluminada, en un pequeño bar con estilo, donde las conversaciones sobre literatura son sólo otro modo de intentar llevarte a alguien a la cama. Y en la cama terminas, pero sin compañía. Porque abrir los “Diarios”, una noche más, no es estar acompañado, sino mirar de frente a la soledad.

más que la expresión de su potencialidad interior. Lo suyo no es una condena, es la igualación del dentro y el fuera. Porque ¿acaso puede ser algo más que un insecto alguien que siente, padece, huye, se pregunta, anhela y se entristece de ese modo? Sí, puede serlo, porque Josef K, además de sufrir y enfermar, hizo muchas otras cosas (amar, saborear, vivir, masticar, leer, escribir), pero la memoria, esa compañera encargada de filtrar todo lo que hacemos, lo que recordamos que hacemos, que es lo único que nos queda una vez que un instante deja de ser presente para convertirse en pasado, sólo pone sobre la mesa al insecto. Y si la memoria te muestra un insecto, sólo es cuestión de tiempo que el espejo te muestre un insecto. La mirada de Max Brod sobre Josef K Si hay un actor en la historia de la literatura sobre el que albergar sentimientos enfrentados, ese es sin duda Max Brod. El amigo, albacea y editor póstumo de Franz Kafka es alguien a quien no tengo claro que quisiera como amigo en la vida (y eso lo digo sin tener la más remota idea sobre cómo era como amigo de Kafka), porque tomó una decisión que no parece casar en absoluto con la idea (la feliz idea) de la amistad. Max Brod, una vez muerto su amigo, habiendo conocido su deseo de no publicar sus textos y lo que se expresaba tanto en relatos como en los “Diarios”, decidió no cumplir con su parte del trato. No sabemos si hubo una promesa o no, si Kafka le hizo jurar que no lo haría o simplemente se lo comentó de pasada, pero el hecho es que el señor Brod sabía el destino que estaba previsto para todos aquellos papeles y los doce cuadernos con tapas de hule. Lo sabía y decidió hacer otra cosa. Sabía lo que decían aquellas palabras, pero prefirió leer entre líneas, ir más allá y tratar de interpretar (lo que siempre, inevitablemente, implica un sesgo). Fue entonces cuando debieron surgir las preguntas. ¿Por qué no los destruyó el mismo? ¿Por qué me pide a mí que los calle para siempre? ¿Por qué llegó a escribirlos incluso? ¿Sólo necesitaba vaciar sobre el papel la enfermedad que le comía por dentro? ¿No estaría, acaso, esperando a alguien que tomara la decisión por él? ¿Había sido la falta de deseo, de convicción o de expectativas lo que había dejado todos aquellos textos en un cajón? Max Brod tuvo que preguntarse todo eso y probablemente a mucho más. El señor Brod conocía a Kafka, conocía su deseo de ser escritor y su necesidad de escribir. Conocía a Kafka, su pasión por encontrar explicación a cada sensación, a cada punzada y cada dolor. Conocía su necesidad de afecto. Lo sabía por sus propias palabras (probablemente) y tenía la certeza de que así era por aquellos textos depositados en sus manos. Con todo lo que sabía, Brod tomó una decisión, una distinta a la que Kafka había tomado. En vez de ser el enterrador de Josef K, Max Brod prefirió darle vida, sacarlo del cuarto oscuro en el que vivía y lanzarlo a recorrer el mundo. Max Brod, que había asistido al entierro de su amigo Kafka, dio a luz a un nuevo Kafka, uno que se expandía por encima de los límites de aquel frágil, depresivo y enfermo escritor checo de origen judío, hasta llegar a ser Kafka, el de “La Metamorfosis”, “El Proceso” o “Amerika”, un Kafka del que ya resultaba especialmente interesante abordar sus “Diarios”. Por mucho que él (el frágil, depresivo y enfermo) no quisiera, porque Brod sabía que el otro (el de “La Metamorfosis” y todos los demás textos) sí quería. Tú mirada sobre Josef K Partiendo de la traición (bendita o no, esa ya es otra cuestión) de Max 51

Diarios

La sangre que la nieve roja drena Reseña de “Un día en la vida de Iván Denisovich”, de Aleksandr Solzhenitsyn n Robert Fornes Nieve blanca. Pura. Agua en régimen rojo de congelación. Tintada de sangre. Testigo y encubridora de decenas de millones de muertes con sufrimiento salvaje. Presente, silenciosa, en la destrucción de la vida de generaciones de personas, que como Iván Denisovich Shukhov, nacieron en el lugar y momento menos indicado. En su herencia genética, la dosis exacta de patriotismo inocente y valentía silenciosa y forzada, tan característica del pueblo ruso para soportar a sus dirigentes. Fueron ambos, la nieve y el silencio, los aliados impertérritos del NKVD –la insaciable policía secreta soviética– para intentar perpetuar lo macabro y sepultar así aquello que nació como el paraíso del hombre normal y que acabó convertido en un uróboros que fagocita sus propias entrañas y arrasa como un huracán sombrío cualquier vestigio de dignidad y compasión humana.

a conocer la realidad del sistema de represión del régimen. Ayudado por Alexandr Tardovsky, redactor jefe de la revista literaria “Novy Mir” para su publicación, Solzhenitsyn cuenta veinticuatro horas en la vida de un preso común. Y lo hace lejos de grandilocuencias, lenguajes ampulosamente acusadores o resentimientos postreros. Contar sin opinar. Que sea la realidad quien otorgue a cada uno su lugar. A través de esas veinticuatro horas, narradas con una asombrosa sencillez, puedes comprender la insondable profundidad del alma humana. Personas que ajustician a otras personas. Personas que sobreviven a entornos brutales, a temperaturas insoportables, a vejaciones intolerables. Personas que, por el contrario, saborean con ilusión infantil situaciones que para la inmensa mayoría de la humanidad serían pequeñeces. Personas que establecen relaciones de amor y de odio para el resto de la vida. Personas. Personas. Millones de ellas, que como Iván Denisovich Shukhov, sufren en sus carnes la brutalidad represora del régimen del oso Stalin. Vivencias estas que aportan un testimonio de valor incalculable como denuncia pública, cargado de una valentía excepcional.

Aleksandr Solzhenitsyn fue actor principal, tanto o más que su personaje, de esta realidad. El impulso juvenil marcó en él un deseo irrefrenable de volar y convertirse en escritor, siguiendo los pasos de Tolstói o Dostoievski, pero la Gran Guerra lo cazó despegando y a baja altitud y lo obligó a volver a la dura y nevada tierra rusa para incorporarse al ejército rojo que plantaba cara a los nazis al este y luego al oeste del Elba, al tiempo que ocupaba y fagocitaba grandes extensiones de terreno de otros países de la llanura central europea. Dotado de una mente excepcional, Solzhenitsyn vivió una vida que por sí sola ya sería merecedora de varios premios Nobel. Hijo de un terrateniente cosaco muerto antes de nacer él, consiguió acaparar unos sólidos estudios universitarios en Física y Matemáticas. Fue capturado poco antes de la ofensiva soviética por Berlín en 1945, encerrado temporalmente en la terrible cárcel Lubyanka y enviado a un centro de investigación para científicos recluidos por crímenes políticos cerca de Moscú. Varios años después fue enviado a un centro de trabajos forzados de la red de campos conocida como Gulag, esta vez en Kazajstán. Es en este lugar donde se originará el germen de “Un día en la vida de Iván Denisovich”. Su objetivo es dar

Ligada irrevocablemente a su hermana Archipiélago Gulag, ambas obras conforman un testimonio obligado sobre la realidad de la URSS y la Europa del Siglo XX y uno de los más grandes tesoros de la densa literatura rusa. “Un día en la vida…” fue, en el momento de su publicación, un auténtico terremoto social tanto dentro como fuera de la Unión Soviética, dinamitando los cimientos de lo que idílicamente se entendía como el paradigma del estado proletario.

Vanya, el superviviente. Es Vanya, el protagonista indudable de la novela, un auténtico superviviente. Persona de hábitos simples, carpintero de profesión, padre de familia y habitante de un remoto pueblo de la Rusia Central, es capturado por los nazis con escasos treinta años, pero consigue escapar y reincorporarse 52

a las filas del ejército rojo al poco tiempo, incorporándose a la vanguardia del frente. Su ejercicio de valor y patriotismo es increíblemente mal pagado con la acusación de haber desertado de las filas soviéticas para ser captado por los nazis y volver después infiltrado como espía. Por ello es condenado a diez años de trabajos forzados en los confines de la estepa siberiana. Después de más de ocho años encerrado en varios campos del Gulag, la mayoría de sus dientes desaparecidos por los golpes y el escorbuto, y su complexión esmirriada y macilenta por la disentería, Vanya ha comprendido hace tiempo que, como una vez le dijera su jefe de brigada Kusiomin, “Aquí, muchachos, impera la ley de la Taiga. Pero también aquí viven hombres. En el campo sucumben aquellos que lamen los platos, especulan con la enfermería o denuncian”.

que no se pueden conseguir de otro modo. Vanya lucha, en definitiva, por mantener los ojos bien abiertos y las espaldas cubiertas. Lucha por su vida, con la esperanza lejana (y vacua, seguramente) de que algún día el castigo terminará. El día por el que transcurre la trama argumental arranca antes del alba y transita entre golpes e insultos por los barracones del centro, por los patios a la intemperie donde los presos soportan temperaturas inferiores a -30º, en la lenta espera para el recuento previo a la marcha. En los comedores, pasa de puntillas por los diez minutos permitidos para el desayuno, te lleva hasta un nuevo recuento en el patio y una dura caminata de kilómetros por la taiga siberiana. Soportando el inapelable frío, acompaña a Iván Denisovich y sus compañeros de reclusión en su caminar, en filas de a cinco, pegados unos a otros. Las manos cruzadas detrás de la espalda, las cabezas hundidas, marchando como penitentes de procesión a un entierro. Es testigo mudo durante la severa jornada de trabajo físico portando ladrillos, cemento, construyendo paredes, cegando ventanas con los cristales rotos por el viento, dejándose la vida en cada paletada de mortero y en cada golpe de martillo con el único objetivo de mantener el frío a raya. Trabajo innoble realizado para el beneficio de los necios, para el mantenimiento de la trituradora. Persigue la jornada al Sol en su agónica puesta y retorna con la becqueriana comitiva al centro de reclusión, cargados los presos con el cansancio acumulado del día, y muchos de ellos con alguna rama encontrada entre la nieve que pueda servirles de leña y que, seguramente, será confiscada a golpe de culata de rifle por los guardianes de la entrada para uso propio. Tres mil seiscientos cincuenta y tres días exactamente iguales a éste. Esa es la condena real. Saber a ciencia cierta que mañana será igual de brutal que hoy. Que no hay tregua. Que cuando acabes de cumplir tu condena, llegará un documento de Moscú que te prolongará la tortura otros diez años más. Que la mayoría de presos no sobrevive para llegar a ver el final de su periodo de

Por ello, Iván Denisovich entiende que ha de convertir todos sus días en una iteración perpetua de períodos de veinticuatro horas que se repiten, calcados, un día detrás de otro. Escribir un diario que arranca a las cinco de la mañana y se borra en su totalidad una vez se apagan las luces del pabellón de descanso. Sin importar que en el pasado haya tenido una familia, dos hijos, un trabajo, él ha de aplicar todos sus sentidos en sobrevivir, dedicando todo recurso a afinar una inquebrantable fidelidad a la vida. Visionar a través del caleidoscopio tintado de blanco y rojo un minúsculo punto de luz al final de la oscuridad. Iván Denisovich, o el preso S-854, entiende pronto que su única forma de subsistir se concentra en responder a dudas tan transcendentes en su situación como de qué manera guarecerse del frío brutal, tanto en los barracones de descanso como al raso de las zonas de trabajo forzado, cómo conseguir raciones extra de sopa de patata con raspa de pescado, de engrudo de avena o de pan negro mojado y mohoso. De qué forma esconder una pequeña cuchilla con la que servirse para hacer babuchas y reparar las botas de otros presos. Cómo y a quién hacer los favores justos y necesarios para procurarse ciertos artículos

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Héroes anónimos

confinamiento. Que prácticamente nadie ha conseguido salir del centro para volver con los suyos. Que los únicos brazos que te esperan al final del túnel están fríos, muertos.

La verdadera grandeza de la obra de Solzhenitsyn estriba en ser capaz de transmitir el testimonio de estos héroes anónimos, en trasladar su esperanza por regatear el destino, en su fidelidad a la vida, en la paz y el perdón con el que son capaces de responder a la brutalidad de un sistema que los utiliza de mero combustible. Todas estas personas han sido despojadas de la capa más adulta de su propia identidad mostrándolos ante nosotros lectores, desnudos ante su destino, inocentes, convertidos en individuos desprotegidos, carentes de cedazo ideológico o valentía politizable, reducidos a una suma de simples personas ante la muerte segura.

Y eso lo sabe cualquiera de ellos, a poco que permanezca pocas semanas en este lugar infernal. La estancia en uno de estos campos tatúa en la piel de todos y cada uno de los presos un mapa imborrable, un legado de profunda humanidad y estúpida barbarie con cierto regusto a síndrome de Estocolmo. Si Iván Denisovich nos lo pudiera mostrar, veríamos rayada a surcos en su piel la sonrisa del camarada Kilgas, el letón. Su mostacho poblado y vigoroso, perteneciente a otra época, a otro lugar. Porque nada en un campo de concentración, ni siquiera un mísero mostacho, tendría que parecer, en principio, vitalista. Advertiríamos en algún lugar la Biblia adventista de Alyoshka, la pipa humeante de César Márkovich, o la gorra de marinero del torpedero Bujnovsky, una vez compañero de mares de un Lord del Almirantazgo de la Marina Real Británica. Por debajo de su camisa sucia y hecha jirones, de su abrigo de guata, seguro que podríamos advertir la figura tatuada de los dos estonios de nombre desconocido que después de haberse conocido en el campo, nunca se separaban el uno del otro y parecían hermanos siameses unidos por una fina cortina de aire. O a Gopchik, el joven inocente y dadivoso de aspecto frágil por cuya supervivencia pocos apostarían un kopek, pues es Gopchik, especialmente, el tipo de personas que no puedes imaginarte en un lugar así. Seguro que también Senka Klevshin, con su sordera derivada de las vejaciones tanto en los campos de exterminio nazi como soviético tendría su rincón en ese tatuaje. Incluso Tyurin, el jefe de la brigada 104 lo tendría.

Porque es de una grandeza narrativa y moral excelente contar todo esto sin un ápice de miedo, haciendo frente a la maquinaria censuradora soviética con la verdad de quien lo ha vivido en sus carnes y aún es perseguido por ello. Ilustrar, además, esas veinticuatro horas cualesquiera en la vida de Vanya con austeridad y rigor, apuntando los focos a la historia y no a la técnica, que se mantiene en un respetuoso segundo plano por detrás de la grandeza del testimonio y de los protagonistas. “Un día en la vida de Iván Denisovich” es, por todo ello, un diario cosido a puntadas gruesas con las hebras de los gritos a volumen de susurro que, obligatoriamente, ha de impactar en el corazón de todos nosotros para alertarnos una vez más que la noche de los tiempos, el horror absoluto, está siempre a la vuelta de la esquina. 54

B r e v e s

Hogarth MIGUEL HERRANZ FARELO La cosa es que compraron la imprenta con la idea de buscar una distracción para Virginia, lo que resulta una decisión descabellada a todas luces, porque la imprenta es una ocupación endemoniadamente compleja. Pero la recibieron con una ilusión enorme, Virginia y Leonard: desempaquetaron la máquina y los tipos de plomo, en la primera tarde perdieron algunas letras en el suelo del salón y Virginia mezcló las enes minúsculas y las haches en los cajetines. Buen comienzo. Y, sin embargo, hicieron de esta presunta afición un buen negocio y, con su catálogo, un regalo de valor enorme a la humanidad (al menos a la humanidad lectora): en el primer año de funcionamiento de la editorial (porque imprimían y editaban) publicaron el cuento Prelude, de Katherine Mansfield; Poems, de T. S. Elliot; y Kew Gardens, de la propia Virginia Woolf. Un evidente buen ojo artístico y también comercial, porque Hogarth se mantuvo desde el principio sin más apoyo financiero que las ventas de sus libros; todo un mérito, más aún si tenemos en cuenta que del primer título publicado, Two stories, sólo tiraron ciento cincuenta ejemplares (cuentos de Leonard y Virginia Woolf, con ilustraciones de Dora Carrington, ummm…) Y luego vino todo lo demás: The waste land, de Elliot, y los ensayos de Freud… Dejaron pasar el Ulysses de Joyce, porque a Virginia no le gustaba (ni la obra ni el autor) y porque la impresión suponía un esfuerzo inmenso para ser realizado con una imprenta manual. Lytton Strachey: “Las Two stories fue una producción de lo más estimulante. Nunca hubiera creído que fuera posible. Mi única crítica es que parece que no hay suficiente tinta.” Pues con poca tinta y todo, en esa sucursal del Paraíso en la tierra que es la librería londinense Sims Reed, se puede comprar un ejemplar de Two stories por 18000 libras. Lo digo por si alguien se anima.

Gracias por el miedo (patrio) MARGA MARTIN Puede que la culpa de todo la tenga mi hermano mayor, que me obligaba a ver con él pelis de terror cuando era una enana, o puede que todo sea culpa de este sentido del humor tan negro y retorcido que tengo desde el día en que nací, pero el caso es que nunca he sentido “miedo” leyendo un libro. Puede que, en realidad, la culpa de todo la tenga esa cultura que nos dice que si algo malo va a pasar pasará en Nueva York, o en un campamento en un pueblo perdido del Medio Oeste americano. Tenemos más que asumido que los vampiros viven confinados en sus rancios castillos en los Cárpatos o en sus opulentas villas en la aún más rancia Nueva Orleans. Los hombres lobo son más de frondoso bosque centroeuropeo que de estepa manchega, los asesinos en serie masacran a destajo por Virginia y Michigan... Pero de repente te encuentras entre las páginas de un libro con que los zombis campan a sus anchas por Málaga, por Coruña, por Astorga... y el pequeño Timmy en realidad es tu prima Paqui la de Fuengirola... y eso ya es otro cantar. Ahí ya notas el escalofrío recorriéndote la espalda y un aliento raro en la nuca que no te deja dormir bien tus ocho horitas de rigor. Gracias, Carlos Sisí. Gracias, Manel Loureiro. Gracias, Juan De Dios Garduño. Gracias por hacerme saber lo que es el “miedo”. Cabrones.

Diarios

Los diarios de Tolstói “Cuando os dedicáis a la actualidad y descuidáis el pasado, estáis plantando árboles sin raíces”.

n Abel González Luna Hablar de Tolstói siempre es difícil, a pesar de que cien años después de su muerte se trata, junto a Dostoievsky, del autor más reconocido que ha dado la literatura rusa. Muchos son los ríos de tinta y los rollos de celuloide que se han usado para dar a conocer su vida y obra. Dos de sus obras se señalan, constantemente, como las mejores novelas de la literatura universal: “Anna Karenina” y “Guerra y Paz”. Sus ideas sobre la no-violencia, influyó en personas tan relevantes para la historia del siglo XX como Mahatma Gandhi y Martin Luther King. Sus ideas y filosofía se han bautizado con el nombre de Tolstoismo, y son muchos los que en el siglo XXI todavía se proclaman seguidores de esta doctrina. Es tanto lo que habría que leer, pensar y decir sobre Tolstói que no es fácil resumirlo todo en pocas líneas. Se debe tener presente que su propia historia personal, la profundidad de sus reflexiones y la longevidad que llegó a alcanzar –ochenta y seis años– llevan a que los diarios de Lev Tolstói, al igual que sus obras, sean tanto indispensables como inabarcables: las notas que dejó a lo largo de su vida ocupan trece de los noventa volúmenes de la edición soviética de sus obras completas. En ellas anotó sobre todos los temas que le interesaban: los libros que leía, su vida familiar, sus conceptos de arte y belleza, sus reflexiones sobre la bondad, Dios y la moral, su proyecto pedagógico, sus obras literarias o sus ideas sobre política. Tampoco es necesario excavar demasiado para empezar a encontrar la influencia que estas anotaciones tendrían 56

en sus obras, lo que convierten la edición española, de dos volúmenes, editada por Acantilado y traducida por Selma Ancira, un anexo ideal a la hora de acercarnos a los cuentos, novelas y ensayos del autor. Una de las señas de identidad del diario personal del escritor y pensador ruso es que su uso no fue pensado como el de una herramienta catártica o como solo un soporte en el que volcar las ideas que retomaría con posterioridad. A parte de esto, Tolstói tiene un proyecto moral que intentará desarrollar a lo largo de su vida. Gracias a sus anotaciones diarias pudo registrar lo que observaba sobre sí mismo, tanto lo que debía cambiar como lo que debía mantener como parte de su personalidad. Se pueden leer teniendo en mente un hombre que logró hacerse a sí mismo a través de su escritura. Moral Para entender el progreso de Tolstói, debemos saber que fue, a su pesar, un rico heredero. Nació en 1828 en Yasnaia Poliana, la propiedad dónde pasaría la mayor parte de su vida. Su padre, el conde Nikolai Illich Tolstói luchó en las guerras napoleónicas, poseía numerosas propiedades y un apellido importante y respetado. Cada uno de sus hijos tuvo un sirviente de su misma edad, que debería servirles toda su vida y el abuelo se permitía el lujo de enviar su ropa a Holanda para que se la lavaran.

A pesar de que tanto el padre como la madre murieron cuando el escritor todavía era un niño, los valores que recibió durante su educación fueron los propios de los grandes señores del período Zarista. Con setenta y dos años, en 1900, reflexionaba sobre la educación que había recibido: “A mí no me inculcaron ningún principio moral: ninguno; y sin embargo, a mi alrededor los grandes seguros de sí mismos, fumaban, bebían, se entregaban a una vida disoluta, pegaban a la gente y le exigían que trabajara. Y yo hice muchas cosas malas sin querer hacerlas, sólo por imitación de los mayores”. Sin embargo, tomó conciencia muy joven de que algo funcionaba mal en aquel sistema. Tras abandonar sus estudios universitarios, comenzó a leer a los ilustrados franceses. Rousseau sería a quién más tendría que deber durante los años en los que el conde se embarcó en un particular proyecto pedagógico. En 1847 empezó a escribir su diario, a la edad de dieciocho años. Había abandonado los estudios universitarios y se había asentado en las propiedades familiares de Yasnaia Polaina. “Nunca había llevado un diario porque no veía ninguna utilidad en ello. Pero ahora que empiezo a preocuparme por el desarrollo de mis facultades, el diario me permitirá juzgar el progreso de ese desarrollo”. Empujado por la necesidad de ser fiel a unas prescripciones morales, en un mundo dominado, en su opinión, por la inmoralidad y el sinsentido, aquel primer año escribió un listado de reglas que se comprometería a seguir durante el resto de su vida. A pesar de sus errores, no cesó en su empeño. La idea de “ser mejor y mejorar en la vida”, recogida varias

veces a lo largo de su vida, se convirtió en el motor de todo el pensamiento del autor. Incluso en aquel período escribió sobre la idea de fundar una nueva religión. La tarea que se propuso no fue fácil. Una de los primeros aforismos que escribió decía que “es más fácil escribir diez volúmenes de filosofía que llevar a la práctica una sola regla, no importa cuál” y toda su producción demuestra que estaba en lo cierto. El primer Tolstói vive atormentado por la culpa, por sus noches de fiesta, alcohol y juego: al parecer era un jugador horrible y esto le producía grandes perdidas, que le llevaron a estar a punto de perder Yasnaia Poliana. Sin embargo, todas aquellas experiencias, si bien en algún momento de su vejez quiso que desaparecieran de su diario, le pareció que tenían la capacidad de ilustrar sobre el cambio que una persona puede lograr. Matrimonio Las mujeres eran otro de los tormentos de Tolstói: una dificultad para alcanzar la perfección moral. Cuando se habla de escritores del pasado fácilmente decimos que sus opiniones sobre la mujer se deben a que son producto de su tiempo; de este modo evitamos juzgar a alguien desde un contexto diferente, pero de este modo también podemos dejar de lado el análisis profundo de los motivos. Tolstói atribuía a la mujer una parte importante de responsabilidad sobre los problemas de autocontrol que el autor sentía poseer sobre su apetito sexual. A través de sus notas, conocemos a un hombre profundamente misógino. Con diecinueve años dejó escrita una idea que fue recurrente durante su vida y que en la vejez, profundizaría y ampliaría: “Considera la sociedad femenina como un disgusto inevitable de la vida en sociedad y, en la medida de lo posible, mantente alejado de las mujeres ¿De dónde nos vienen la lujuria, la voluptuosidad, la frivolidad en todo y otros muchos vicios, si no de las mujeres? ¿Quién tiene la culpa de que nos privemos de los sentimientos que nos son innatos: la valentía, la firmeza, la sensatez, la justicia, etcétera, si no las mujeres?” Esto no evitó que se casara y tuviera hijos. En 1862 se enamoró, prometió y casó con Sofia Andreiévna Bers, una chica mucho menor que él. Sin embargo, debido al carácter de Tolstói y a sus ideas sobre el sexo

femenino, la propiedad privada o la educación de los hijos, estuvieron lejos de ser un matrimonio feliz. Meses después de la boda escribió: “En casa me cuesta estar con ella. Seguramente sin que me haya dado cuenta hay muchas cosas que se han acumulado en mi alma (…) Dejará de amarme. Estoy casi seguro. Lo único que puede salvarme es que no se enamore de nadie más, y que eso no sea mi culpa”. Los frutos del matrimonio fueron quince hijos y una larga lista de conflictos conyugales. Los últimos años de su vida, Tolstói abandonó el que fue su hogar durante toda la vida para alejarse de su esposa. Siguieron peleando hasta el día de su muerte.

durante su vida. Desde joven, una de sus reglas fue escribir una breve opinión de cada lectura que hiciera. Su apetito era insaciable: leyó y asimiló desde los Evangelios Cristianos a los Sutras Budistas, pasando por las literaturas y filosofías soviética, francesa, inglesa y alemana. En general, en su pensamiento se declaraba cristiano, aceptaba a Schopenhauer y rechazaba rotundamente a Nietzche. En literatura, se mantuvo siempre como un defensor de los clásicos griegos y difícilmente llegó a aceptar algunos gigantes de la literatura: “Hay muchas obras de artistas famosos que no merecen siquiera una crítica, y muchas reputaciones falsas, muchos que han alcanzado la gloria por azar: Dante, Shakespeare”. El diario y el hombre

Literatura Es una lástima que el diario fuera abandonado durante los años de mayor producción literaria. Apenas se encuentran referencias a “Guerra y Paz” y “Anna Karenina”, pero se encuentran notas sobre otras muchas obras. Su período de vejez es el más prolífico en cuanto a anotaciones de sus trabajos (“Resurrección”, “¿Qué es el arte?”, “Amo y Criado”) y donde realizó una reflexión más minuciosa sobre los grandes temas. También, durante este período conoce a Gorki, se cartea con Gandhi, lanza críticas feroces contra la filosofía contemporánea, contra la ciencia, defiende el derecho a no participar en el servicio militar y arremete varias veces contra la política del zar. Las referencias a las propias obras suelen ser anotaciones sencillas, apuntes de ideas que querría incluir en algunos relatos. Otras veces reflexiona sobre ella, pero es incapaz de aceptar sus logros literarios. Para él, su grandeza era moral y filosófica mientras que su literatura se trataba, la mayoría de ocasiones, de algo sin importancia: “Personas que deberían odiarme porque destruyo sus puntos de vista cuasi religiosos, me aman por tonterías como “Guerra y paz”, etcétera, que consideran muy importantes”.

También podemos conocer los textos que Tolstói leyó

La importancia que Tolstói otorgó a sus notas fue plasmada en su propia obra. Pierre Bezújov, uno de los protagonistas de Guerra y Paz, realizó un viaje para ampliar sus conocimientos masónicos y un maestro le regaló un cuaderno para que registrara diariamente sus conductas y pensamientos: la forma de alcanzar la perfección moral. Todas las palabras que escribió son el resultado de un esfuerzo constante por llegar a ser congruente con los propios ideales, una tarea que debe apoyarse en la propia observación de cada imagen que aparece ante los ojos de la mente, cada pensamiento que nace, de cada palabra pronunciada. En palabras del autor: “un diario permite juzgarte cómodamente a ti mismo”, algo necesario para comunicarse con el lector desde la honestidad. Por todo esto es imposible abarcar la totalidad de sus cuadernos en un artículo sin dejar de lado algún aspecto esencial de su vida, de su pensamiento o de su obra. Su lectura es imprescindible para comprender la figura de uno de los grandes hombres del siglo XIX, aparte de ser un ejemplo de cómo sistematizar el propio trabajo, con constancia y terquedad, sin ceder un sólo día a la pereza, y que podría situarse a la altura de sus clásicos.

Diarios

El Diario de Ana Frank

Holanda durante la Segunda Guerra Mundial y un “anexo” secreto. Entre un grupo de ocho refugiados judíos, la joven Ana y su experiencia de vida. n Roxana Contreras nos transforma, para bien o para mal. Ana dejó de ser, a través de su experiencia personal, la chiquilla risueña y charlatana a la que su profesor de matemáticas, en la escuela primaria, mandaba a escribir composiciones sobre “una parlanchina incorregible”, como castigo por hablar mucho en clase. Profesor que luego se limitaba a bromear sobre sus “eternas charlas”. En un tiempo donde la “libertad estaba estrictamente limitada”, Ana se convirtió, poco a poco, en una niña con “la cabeza llena de cosas tristes”. En su encierro, Ana se volvió un ser sumamente razonable. Porque allí había que serlo siempre. “Hay que aprender a escuchar, a callar, a ser amable, a ayudar y a quién sabe qué más.” “Temo que abusan de mi cerebro ya de por si poco brillante, y que no quedará nada de él después de la guerra”, se decía para sus adentros. Era sobretodo el silencio lo que la crispaba, por la tarde y por la noche. No podía expresar la opresión que experimentaba por el hecho de no salir nunca y tenía

Ana era una chica con la que sólo unos pocos nos podemos sentir identificados. Una niña que libró de lleno una lucha interior y peleó consigo misma para llegar a ser como ella quería ser, siempre sin perder de vista su objetivo y teniendo bien en claro sus elecciones. A Ana le tocó vivir en una época oscura y terrible de la historia de la humanidad, como a millones de personas. Una época amarga que de a poco fue arrebatando y destruyendo tantos sueños e ilusiones. Tuvo que reunir mucho valor para enfrentarse a lo que todavía no conocía del todo, y demostró ser un verdadero ejemplo de fortaleza y razonamiento. De un día para otro, sus días soleados rodeada de amistades y afectos, en la escuela y en la calle, su familia y su acogedor hogar, sus salidas, sus divertimentos y sobretodo su adorada libertad, se terminaron. Todo fue cambiando. Ciertas situaciones –y el enfrentarse a ellas– hacen cambiar a las personas. El entorno, a veces, nos convierte en algo que no deseamos, simplemente 59

lágrimas por las noches en soledad. Cansada de ser el blanco de todos los sermones, sabía reflexionar mejor que todos los adultos que la rodeaban y se mostraba, para sus adentros, sabia en sus convicciones. A veces callaba, ocultando sus ideales ante los ojos de sus padres sabiendo que ellos no la comprenderían. Se preguntaba si “habrá padres capaces de satisfacer enteramente a sus hijos”, observando el trato que sus padres tenían para con ella y su hermana, y el de los padres de su adorado amigo Peter para con él. Aprendiendo a lidiar con las adversidades de la vida, superando las pruebas difíciles, ella mejor que nadie se conocía a sí misma, reconocía sus defectos, como así también sus virtudes, y ella sabía mejor que nadie cuánto empeño ponía en corregir sus errores y defectos, por cambiarlos y convertirlos en virtudes, porque ella misma también sabía que “no es nada fácil ser la figura central de todos los defectos en una familia hipercrítica”. Ana era la niña que se refugiaba mirando los árboles, el cielo y las estrellas, se refugiaba en la naturaleza, porque era allí donde encontraba un inigualable consuelo y donde su esperanza también se resguardaba porque, a pesar de todo, ella intentaba no ver la miseria que había “sino la belleza que aún queda”.

muchísimo miedo de que fueran descubiertos y fusilados. Ana pudo presagiar su destino final y el de su familia, aunque no quería verlo, y nunca hubiera querido que eso sucediera, porque ella aún conservaba su nítida esperanza, la esperanza de ver sus anhelos realizados. “A veces pienso que Dios quiere ponerme a prueba, no sólo ahora, sino también más tarde, lo principal es mejorar por mi propio esfuerzo, sin ejemplos ni sermones, para después ser más fuerte.” Ante lo atroz de la vida, Ana era la niña que pensaba que “podríamos cerrar los ojos ante toda esa miseria, pero pensamos en aquellos que queremos, temiendo por su suerte, sin poder socorrerlos.” Con los ojos y la conciencia bien abiertos hacia la realidad, soportando golpe tras golpe, horrendas noticias unas tras otras, o solo el asomarse a una ventana, para contemplar hasta qué punto llega la adversidad humana. Ana no cierra sus ojos ante la realidad, pero no pierde la esperanza de que todo cambie y la guerra termine pronto. Busca llenar sus días, distrayéndose, haciendo sus quehaceres cotidianos, leyendo y estudiando, pensando a veces que “las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes vivimos encerrados”, en un mundo donde “leer, aprender y la radio es toda nuestra distracción” para llenar el tiempo. Para escapar de la atroz angustia que a veces, de golpe, la invadía, Ana se recostaba en el diván “para que el sueño acorte el tiempo, el silencio y la terrible angustia.” Porque “no queda otro remedio.”

Aparte de encontrar refugio en la naturaleza, en sus afectos y en sus nobles sentimientos, Ana se refugiaba en su diario. Allí dejó plasmado todos sus pensamientos y sentimientos, todas sus ideas e ideales, para más tarde darlos a conocer a todo el mundo, sin siquiera ella saberlo. Soñaba con llegar a ser periodista o célebre escritora, no quería ser una simple ama de casa, quería escribir –una vez que la guerra terminara– una novela sobre el anexo. Temas e ideas no le faltaban. Dejó sobrada muestra de su talento innato para la escritura, para la reflexión, y para informar e informarse sobre la situación actual política, económica y social de su país y alrededores. Aún así sentía que todavía tenía mucho por aprender y hacer, y se dormía con “esa sensación extraña de querer ser diferente de cómo soy, o de no ser como yo quiero o de proceder tal vez de manera distinta a como querría ser o como realmente soy.” Intentando mejorar todos sus aspectos negativos, Ana nunca dejó de refugiarse en sus afectos, en la naturaleza, en su diario y su escritura. Porque al escribir se olvidaba de todo; sus penas desaparecían y su valor renacía. Agradecía a Dios por su don de poder escribir y expresar lo que pasaba dentro de ella, y se preguntaba si algún día sería capaz de escribir algo perdurable; tenía la certeza interior de que sí, algún día lo lograría, porque lo deseaba ardientemente y porque al escribir captaba sus pensamientos, ideales y fantasías perfectamente. Quiso el destino que el mundo conociera su legado, y hoy podamos leer su diario, donde podemos conocer su experiencia, su palabra, su talento y donde la vemos y conocemos, como ella quería, así tal cual era, con sus defectos y virtudes, y nos deje una huella marcada, y así siga a través de nosotros, cada uno de sus lectores, “tratando de buscar la manera de llegar a ser aquella que tanto querría ser, aquella que podría ser, sino hubiera otras personas en el mundo.”

Ana, la chica que temía que el entorno destruyera su cerebro, que odiaba que los demás se pelearan por naderías, y prefería evitar cualquier discusión, era l a misma que avasallada por la situación se deshacía en

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B r e v e s

Cervantes, superviviente MIGUEL HERRANZ FARELO Cervantes publicó la primera parte del Quijote en 1605, cuando contaba cincuenta y ocho años de edad. Francisco de Aldana murió a los cuarenta años, en la batalla de Alcazarquivir; Garcilaso a los treinta y ocho, en el asalto a la fortaleza de Le Muy, cerca de Niza; Francisco de Figueroa murió a los cincuenta y siete años. Góngora paseó por este mundo sesenta y seis años; Lope, setenta y tres; Quevedo, sesenta y cinco; y Tirso, sesenta y nueve. Calderón, un verdadero campeón, llegó a los ochenta y uno, pero claro, don Pedro no sufrió prisión tres veces (en Argel y en España) ni luchó y fue gravemente herido en la batalla de Lepanto ni sufrió destierro tras mantener un duelo con un oficial de obras, por lo que su mérito es, obviamente, menor. Cervantes, que es maestro de muchas cosas, lo es también de una verdad indubitable: la cualidad básica para cimentar cualquier gran obra literaria consiste en no morirse antes. ¿Qué nos habría legado Cervantes de haber muerto a la edad de Garcilaso? Bueno, ya había publicado algunos poemas y una novela pastoril, La Galatea, y tenía escritos varios entremeses, pero con esto el Premio Cervantes hoy no se llamaría Premio Cervantes. Podemos asegurar que la supervivencia hizo al genio. Necesitó vivir lo que vivió para escribirlo todo en sus últimos quince años, ya colmado de experiencia y de conocimiento, y de penas y alegrías (de éstas, algo menos…) No es el suyo un caso único, desde luego: ahí está el Rilke desatado que parió lo mejor de su obra en un solo mes de 1922, en uno de esos arrebatos que comparten por igual genialidad y locura. El escritor también escribe cuando no escribe; escribe, incluso, cuando ni siquiera él mismo sabe aún si alguna vez escribirá: Conrad en sus viajes y en sus mares, Defoe en sus negocios, Dostoyevski en las mesas de juego, todos escritores antes de coger la pluma, acumulando vida, con el veneno de la escritura inoculado y latente en su organismo. Hay escritores que vierten su vida en el papel de manera inmediata, y corren a escribir por la tarde lo que les sucedió por la mañana. Otros, en cambio, necesitan construir un suelo de hormigón sobre el que edificar con palabras. Crear este suelo es una labor que lleva años y exige el don de la supervivencia. Don Quijote y Sancho y los demás crecieron lentamente en la cabeza de Cervantes, como Robinson en la de Defoe y Raskolnikov en la de Dostoyievski. Pero llegaron a existir porque la condena a muerte de Defoe nunca llegó a ejecutarse, porque Cervantes perdió la mano y no la cabeza en la batalla, porque Dostoyevski no se levantó la tapa de los sesos después de una de sus timbas fracasadas… ¿Cuántos escritores habrán muerto con una obra genial danzando en su interior y sin llegar a escribir una sola línea? ¿Cuántos tomos podemos imaginar en la biblioteca de las obras maestras nunca creadas?

Diarios Nadar desnuda en tu sangre n Ainize Salaberri despertar, tener que llorar y tomar café. No puedo gozar de la vida. No encuentro en ella ningún interés. Sólo algunos consuelos. Yo no quiero consuelos. Ojalá enloquezca o muera pronto.» «Sólo la muerte da sentido a la vida.» «La única verdad es mi deseo de llorar, mi avidez de sueño y muerte.» «Hay también un gran deseo de dormir y no despertar jamás.» «Yo no quiero vivir», escribió en 1958, y a ello se ajustó durante el resto de su vida. A ello y a algo más:

«dice que no sabe del miedo de la muerte del amor / dice que tiene miedo de la muerte del amor / dice que el amor es muerte es miedo / dice que la muerte es miedo es amor / dice que no sabe». Alejandra Pizarnik siempre creyó que no sabía de nada, que no sentía nada, que nada se hilaba a sus huesos y a su carne. Siempre creyó que la muerte era la única salida posible; siempre que, de entre todas las opciones que nos da la vida, la sangre y las vísceras eran lo que mejor expresaba la explosión que, día tras día, ocurría en su interior. Alejandra Pizarnik quería morir. Lo quiso siempre. Infinitas son las anotaciones en su Diario: «Estado vegetal. Cada mañana

«Quiero un interés obsesivo por dos cosas: los libros y mi poesía.» 62

empezar. Entiendo lo que es vivir en una espiral, en un torbellino de sentimientos que hacen demasiado daño. Entiendo su desesperación, sus gritos sobre las páginas. Entiendo sus poemas, que son una extensión de mi propio cuerpo, de la misma forma que eran una extensión del suyo. Entiendo lo que es el afecto por la sangre, por el manicomio, por la ira, por la necesidad de causarse dolor a una misma; entiendo también lo que fue su vida. La entiendo demasiado bien. Los Diarios de Alejandra son confesiones, son tumbas abiertas y removidas; son esqueletos que bailan cuando nadie los ve, son venas que se desangran cuando nadie las ve, son socorros no atendidos, socorros no pronunciados. Es tremenda, Alejandra. Es directa y sincera, sin rodeos ni medias tintas. Todos sus Diarios son intensos, de una intensidad que roza lo patológico y de una intensidad muy peligrosa. Excesivamente peligrosa; como la poesía, quiero añadir, y como la propia Alejandra. No había en ella un átomo de felicidad, parecía, ni una búsqueda honesta de ese rayo de luz que a todos nos ciega en algún momento de nuestras vidas. No hay escuela para aprender a entender a Alejandra, para entender su poesía y su creación, su capacidad de lanzarse por un precipicio y salir airosa de la libertad, el deseo, el amor y la vida. A Alejandra Pizarnik se la siente o no, se la entiende o no, se la ama o no. No hay término medio, no hay posibilidad de victoria ni de renuncia. Sólo aceptación, sólo asentimiento. Amparada en la desesperación más terrible e injusta, Alejandra se dejó ir por entre las páginas de su diario. Estoy convencida de que se daba miedo a ella misma. A Alejandra no la asustaba nada más que Alejandra. Ella en los espejos, ella en los papeles, ella consigo misma en una cama y una habitación cerrada. De eso también hablan los Diarios: del encierro psicológico, de la elección entre una puerta abierta y una cerrada. No hay puertas entornadas ni las habrá jamás. Alejandra Pizarnik era un escándalo. Y, pese a que puedan parecer los Diarios de una loca, no hay rastro de delirio en ella, en ellos, en sus palabras y afirmaciones. Lo que hay es una impresionante capacidad para resucitar día tras día y de luchar contra los sentimientos. Es el pozo más profundo, es la oscuridad más impertérrita, es el ahogo más constante. Y sin embargo. No hay delirio, no hay gemidos tras la puerta, al pasar de página. Hay una honestidad afilada, asesina. Hay un desgarro que deshilacha cada mañana y vuelve a hilar cada noche, como una Penélope

Alejandra no era libre, era un pájaro enjaulado, temeroso de aprender a volar por si aquella libertad la lanzaba al vacío que supone sentir más allá de látigos, de penas, tristezas y lágrimas; no deseaba rellenar esos huecos que, parecía, ella misma vaciaba todas las mañanas frente al espejo. Un ser insaciable, eso debía de ser, y eso fue. Dudo de si Alejandra llegó a ser feliz en algún momento de su vida. Parecía la eterna buscadora de nostalgias, de llagas en la piel. La herida era su refugio; a ella se lanzaba de cabeza, regocijándose en la espesura del corte, en la piscina de sangre que a su alrededor dibujaba. Algo similar a lo que le ocurrió a Charlotte Perkins Gilman y que ésta escribió en “Papel pintado amarillo”: las luces y sombras de una habitación, los reflejos de los objetos y nuestra propia imagen sobre la nada, la locura bailando un vals detrás de nuestros cuerpos, eran el resumen –o eso parecía– de la desazón de vivir, de la incapacidad de enfrentarse al presente desde una perspectiva que no incluya autoinfringirse dolor, pozos de lodo rojo lleno de deshechos humanos. A Alejandra le llamaba la locura y la muerte, pero durante un tiempo maravilloso la literatura ganó la batalla: «No escribiré hasta que mi sangre no estalle», escribió en 1957. Un día estalló. Ahora somos nosotros los que estallamos con ella. Estalló y se convirtió en Alejandra Pizarnik. Pero la Alejandra un tanto cobarde, un tanto valiente, un tanto osada, un tanto perdida, un tanto singular, un poco loca, un poco cuerda, no se quedó atrás. Su poesía visitó todas las Alejandras que se descubren en los Diarios; todas y cada una de ellas están descritas con sumo cuidado en sus poesías, sí, y en las páginas de un diario que hace daño. En ambos lugares, cómodos y necesarios para la poeta, Alejandra se abre en canal y nos muestra sus vergüenzas, sus bajezas, y su grandeza. ¿Estabas loca, Alejandra?, eso nos preguntamos al leerla. «Cada poema debe ser causado por un absoluto escándalo en la sangre.» No hay un sí o un no rotundo en ella. «Todo libro importante nace de las obsesiones de su autor.» Ahí tenemos la respuesta a estos diarios. Entiendo a Pizarnik. Entiendo lo que es estar al borde del abismo y no saber si saltar en el segundo uno o contar hasta diez y volver a 63

(No obstante, creo que nadie ama la vida más que yo. Sólo que entre mis sueños y mi acción pasa un puente insalvable. He aquí la causa de que yo deba desangrarme como un animal enfermo, detrás de la vida.)»

que no acepta la transición de su vida. La poesía de Pizarnik es pura carencia, como los son los Diarios. En toda su producción literaria hay que buscar la ausencia, no la presencia, las palabras que pudieron ser tachadas, cambiadas, olvidadas; hay que buscar la renuncia de una afirmación en la negación que leemos. En Alejandra la sacudida viene en el después de la lectura, en la reflexión. No entenderemos nada hasta que no apartemos la vista de sus palabras y rebusquemos en ellas como vagabundos, como adictos a una sustancia que aún no ha encontrado su nombre. Y además de carencia es huida. Alejandra huía constantemente, pero nunca se alejaba lo suficiente. Era una huida para que la encontraran, no para perderse. «Mi vida es demasiado grande para mí», afirmaba; «anoche pensé qué medios usaré para suicidarme»; «Me miré en el espejo. Parezco Dylan Thomas antes de morir, cuando decía: quiero desgarrar mi carne.»

«tu hábito malsano de morirte cada día ¿qué es?»

Idea Vilariño, a quien la muerte también parecía apetecerle, escribió: «Yo no quiero / yo no quiero / yo aguanto / yo me olvido / yo digo no / yo niego / yo digo será inútil / yo dejo / yo desisto / yo quisiera morirme / yo yo yo / yo. / Qué es eso.» Es curioso que Alejandra Pizarnik se preguntase exactamente lo mismo. Es curioso que a las poetas más grandes de la historia las una la inclinación por la muerte, el cuestionamiento del «yo» pero no como elemento poético sino como único medio de supervivencia: entender el mundo no es un capricho sino una necesidad; restregarse por el lodo no es una elección sino una orden de batalla. Estas poetas, Vilariño, Pizarnik, Plath, Anne Sexton, se rompían el alma; en sus vidas no había ni delicadez ni cuidado, no había nadie que mirase tras ellas y cuidase de sus acciones. Tras el estruendo seguían estando ellas. «Esta diaria constante despedida», escribió Idea en 1963. Sí, la constante despedida de Alejandra fueron sus Diarios. Dice Ana Becciu en el prólogo a la edición que «la vida de Alejandra no fue una pose»; no, no lo fue, ni muchísimo menos. Si algo aprendemos con su lectura es que, precisamente porque no había ninguna pose, Alejandra fue quien fue como poeta; no hay lugar a una representación, no hay lugar a creerse lo que no se es. Sus miedos, sus batallas, quedaron en estas páginas como demostración de aquello por lo que pasa un escritor al que le duele serlo. Ser escritor no es fácil; uno ha de armarse de valentía para colocar una palabra detrás de otra y dejarse ir un poco por entre las líneas que, nunca, nadie entenderá en su totalidad, en toda su dimensión. Es difícil recomponerse tras el vacío, tras el vómito sobre el papel o en la máquina de escribir; difícil volver a escribirse después, volver a respirarse después. A Alejandra se le llenaban los pulmones y cada órgano de su cuerpo con algo tan cálido como helado que debía soltar; soltar lastre para volverse a encontrar. La escritura lleva a la escritura, y también a la destrucción. Para Alejandra supuso una trinchera en la que aliado y enemigo eran la misma persona: ella. Ella como mujer, ella como poeta. Y qué terrible le resultaba esa soledad y cuánto la ansiaba cuando la perdía. La guerra más librada, como ya he dicho, era privada: Alejandra vs Alejandra. Batalla en la que no podemos posicionarnos porque amamos las amamos a las dos.

Y añade: «He meditado en la posibilidad de enloquecer. Ello sucederá cuando deje de escribir. Cuando la literatura no me interese más. De cualquier modo, me es indiferente enloquecer o no, morirme o no. El mundo es horrible, y mi vida no tiene, por ahora, ningún sentido.

Alejandra Pizarnik era dramática pero real: «La locura. Ella ronda.» / «Mi vida es demasiado grande para mí.» / «No sé cómo saldré de todo esto, si llegaré a salvarme o si lo mejor será suicidarme ahora mismo.» / «Dentro de muy poco me suicidaré.» Pizarnik es sinónimo de vértigo, es la espiral de la espiral, es la victoria y es la derrota, es la masa que nos da forma y que le da forma a ella. Es la Anne Sexton argentina. Es la poeta que ha de ganar nuestras guerras, la que ha de poner palabras a nuestra miseria. Quizás, y sólo quizás, también a nuestra felicidad. Es la herida y es el hilo que la cose. Es el órgano que no sabíamos que nos faltaba. Es la mujer que buscaba refugio en la niña que nunca fue. Es el abismo y la tierra firme. Es la huida que es el miedo y es el miedo que es la huida. Todas esas Alejandras están delineadas con sumo cuidado en estos Diarios. «Es como si me hubiera tragado un muerto. Como si me hubiera forrado de cenizas a sangre. Como si la peste se hubiera enamorado de mi destino.» La peste no, la vida, Alejandra. Y nosotros. Qué poeta se hubiese perdido el mundo si Alejandra no hubiese sido Alejandra Pizarnik, si no hubiese luchado por ser quien fue, es y será. Y qué poca salvación nos quedaría a los que necesitamos de las palabras de otros para justificar (y explicarnos) nuestra propia existencia.

En los Diarios de Alejandra Pizarnik hay cambios radicales en su estado de ánimo de la noche a la mañana, como si cada día intentase ser una persona diferente, con una máscara, pasado, presente y futuro diferentes para poder sobrevivir; como si cada mañana, y cada noche, se propusiese adoptar una forma de ser completamente opuesta a lo que en realidad era para intentar escapar de sus sentimientos. Ella, que tan consciente era de su propio nombre, de su propio destino, huía y volvía con una facilidad que, en ocasiones, puede resultar espeluznante. Son los viajes interiores de un ser absolutamente cabal y honesto consigo mismo. No hay más presencia que su ausencia, y viceversa. A sí misma se espeta:

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Diarios Diario de un hombre tierno n Fusa Díaz mayores y bastante ajenos a él, unos desconocidos, Martín Santomé trabaja en una oficina y esto es todo lo que se puede contar de este pobre hombre. La novela empieza con unos versos de Vicente Huidobro que saben explicar mucho mejor que yo qué tipo de hombre es: Mi mano derecha es una golondrina / Mi mano izquierda es un ciprés / Mi cabeza por delante es un señor vivo / Y por detrás es un señor muerto. Sí, Martín Santomé es un señor muerto que se levanta y arrastra su ternura hasta que consigue buscarle acomodo en la vida lentísima que lleva desde que está solo. Procura, de vez en cuando y con poco éxito, acercarse a sus hijos, pero ni eso le alcanza para que el señor vivo de la parte de delante de la cabeza sea más importante que la de atrás. Martín Santome, o vaya usted a saber, quizá Mario Benedetti, hablan de los hombres a horario de Montevideo, y dice que entran a las ocho y media y salen a las doce, y regresan a las dos y media y se van definitivamente a las siete, y tienen los rostros crispados y sudorosos, y van y vienen, y: Están instalados demasiado cómodamente en la vida, en tanto yo me pongo neurasténico frente a un almanaque con su febrero consagrado a Goya. De acuerdo, Martín Santomé no

Aunque el diario de “La tregua” pertenece a Martín Santomé, quien haya visto alguna vez los ojos de Mario Benedetti estará de acuerdo conmigo en que es inevitable mezclarlos y confundir a estos dos hombres tiernos, y con toda la intención del mundo. También he decidido confundirlo a propósito con el coronel de Gabriel García Márquez, y diré por qué. Martín Santomé se va a jubilar y cuenta uno a uno los días, una cuenta atrás penosa que lleva desde hace cinco años. Ambos hombres están marcados por la cotidianidad, por una gris y rutinaria vida que los tiene estancados, apartados del camino, en una especie de mundo pausado en el que nadie les pide que se impliquen. Se mantienen al margen y esperan una carta o la jubilación, pero están en un limbo desagradable, adormilados, sin que nadie les tenga en cuenta. Los ojos de Benedetti, en cambio, obedecen más a la ternura de Martín Santomé cuando aparece Laura Avellaneda. Pero no quiero adelantarme ni contar esta historia de forma desordenada. “La tregua” es el diario de un hombre que, aunque no precisa tanto ocio como para llevar la cuenta atrás del tiempo que le queda para jubilarse, sólo piensa en descontarle días a su libertad. Viudo desde hace muchos años y con hijos ya 65

es un hombre a horario y a diferencia de los que sí, no está instalado cómodamente en la vida, pero está instalado en algo peor, y es en la no vida. Martín Santomé se siente vacío y además lo escribe: doblemente vacío. No es un hombre a horario y sin embargo tiene un horario y, desde fuera, parece que no se ponga neurasténico frente a un almanaque. Desde fuera. Pero nosotros a Martín, el pobre Martín Santomé, lo conocemos desde dentro, y ahí vemos qué tipo de calambres le recorren su acomodado cuerpo, y qué pesar lleva encima, y lo mucho que le cuesta descontar días para la jubilación sabiendo que, una vez llegue, no va a saber qué hacer con el hombre sin el horario. Pero entonces ocurre algo maravilloso y es que entra en escena Laura Avellaneda, una mujer de veinticuatro años que pudorosa y tímidamente acaba por enamorarlo. Es ahí donde podemos ver el diario de un hombre tierno, que se fija en si Avellaneda lo tutea o no, que le cuenta los lunares mientras repasan las cuentas de la oficina, que se fija en los llantos de Avellaneda y les busca la explicación, que se da cuenta de lo poco que entiende a las mujeres, que lo tienen despistado; y es ahí donde vemos lo que puede hacer el amor con un hombre que está solo, que está apartado, que se va a jubilar pero no le va a servir absolutamente para nada. Avellaneda… mirad qué consigue de Martín Santomé: Ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano, y eso era amor. Avellaneda arranca a Martín Santomé de donde estaba, ese limbo peligroso de la rutina gris, y lo vivifica: coge a ese hombre apartado de la vida, solo, vacío, que escribe sobre esa vida, esa soledad y ese vacío, y lo sacude así, tiernamente, con sólo cogerle la mano. Pero el hombre que llevaba la cuenta atrás hacia la jubilación, lo que no sabe es que estaba llevando la cuenta atrás para el final de su felicidad. Martín Santomé, que ya no se parece en nada a un hombre a horario, que con Avellaneda ha vuelto a la vida, a una vida activa, una vida viva, lo que no sabe es que su suerte es una suerte oscura. Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua. Esa tregua es Laura Avellaneda, pero Laura Avellaneda se apaga, se va apagando. Y Benedetti, que tiene esos ojos, que

la ternura de este diario es suya más que de Martín Santomé, que se apaga con Avellaneda y se vuelve al incómodo limbo de la soledad y el hombre a horario sin horario, jubilado, Benedetti nos concede también una tregua, y nos regala un poema de la mujer de veinticuatro años que despertó a Martín Santomé, que tuvo el sencillo coraje de quererla: Usted Martín Santomé no sabe / cómo querría tener yo ahora / todo el tiempo del mundo para quererlo / pero no voy a convocarlo junto a mí / ya que aún en el caso de / que no estuviera / todavía muriéndome entonces moriría / sólo de aproximarme a su tristeza. // Usted Martín Santomé no sabe / cuánto he luchado por seguir viviendo / cómo he querido vivir para vivirlo / porque me estoy muriendo, Santomé. // Usted claro no sabe / ya que nunca lo he dicho ni siquiera / en esas noches en que usted me descubre / con sus manos incrédulas y libres / usted no sabe cómo yo valoro / su sencillo coraje de quererme. // Usted Martín Santomé no sabe / y sé que no lo sabe / porque he visto sus ojos despejando / la incógnita del miedo // no sabe que no es viejo / que no podría serlo / en todo caso allá usted con sus años / yo estoy segura de quererlo así. // Usted Martín Santomé no sabe / qué bien, que lindo dice  / Avellaneda / de algún modo ha inventado / mi nombre con su amor. // Usted es la respuesta que yo esperaba / a una pregunta que nunca he formulado / usted es mi hombre / y yo la que abandono / usted es mi hombre / y yo la que flaqueo. // Usted Martín Santomé no sabe / al menos no lo sabe en esta espera / qué triste es ver cerrarse la alegría / sin previo aviso / de un brutal portazo. // Es raro / pero siento / que me voy alejando / de usted y de mí / que estábamos tan cerca / de mí y de usted // quizá porque vivir es eso / es estar cerca / y yo me estoy muriendo  / Santomé / no sabe usted / qué oscura / qué lejos / qué callada / usted / Martín / Martín cómo era / los nombres se me caen / yo misma me estoy cayendo

usted de todos modos no sabe ni imagina qué sola va a quedar mi muerte sin su vi da.

B r e v e s

“Donde nadie puede llegar”, de David Rubín ALEJANDRO LARRAÑAGA El grupo Circodelia tiene una canción que se titula “Lo trágico es magnético”, en la que en cierto punto, se dice: Lo estúpido es tan mágico Lo absurdo es muy genético Ulyses Yorba, protagonista de “Donde nadie puede llegar”, historia corta de David Rubín, seguro que está de acuerdo con los autores del tema. Cierto que es un personaje de ficción, pero eso no impide que esté incapacitado para ser feliz con lo que la vida, o el autor, le ofrecen en cada momento. Él sabe que la tristeza es su estado natural y que carece de méritos acumulados para disfrutar del amor de Ana. Triste destino el que nos espera si nuestra tendencia a la fatalidad es la que toma las decisiones. Porque no habría manera de pasar largos períodos de felicidad y estaríamos obligados a buscar refugio detrás de una máscara, en lugar de apoyarnos en aquellas personas que desean ser ese soporte. Ulyses Yorba lo aprende por las malas, pero siempre con el objetivo irrenunciable de conservar su dignidad y de dignificar el inquebrantable amor que siente por Ana. Porque hasta David Rubín es consciente de que la puerta de la esperanza nunca debe cerrarse de todo.

“La temperatura en la que los libros arden…” ROXANA CONTRERAS Un futuro inimaginable es posible. Lo inverosímil nos acecha. Ese extraordinario e impensable futuro lejano nos espera a la vuelta de la esquina. Un futuro lejano que se parece bastante a nuestro presente frente a un espejo. Cuesta creer lo distinta que será nuestra sociedad en un futuro lejano, a tal punto que será irreconocible. Personas que vivan en una completa irrealidad, embobadas frente a pantallas gigantes de televisión y sus programaciones idiotas, pantallas tan gigantes como paredes enteras; personas que creen ser y vivir felices sin siquiera conocer la definición de esta palabra. En definitiva una fría sociedad sin cultura, que vive en un mundo en donde los animales son feroces robots entrenados para matar, y en donde los bomberos ya no se dedican a apagar incendios, sino que los provocan, intentado hacer desaparecer todo vestigio de literatura, filosofía, ciencia, cultura, y todo aquello que provoque a las personas pensar por ellas mismas. Los libros arden, en éste lugar, donde se descansa de día y se trabaja y se buscan aventuras de noche, donde existe un bombero, que contiene en su interior, la chispa que encenderá la llama de la curiosidad, que arderá y se propagará. Él se propone descubrir verdades que hagan cambiar al mundo, buscando aliados que lo ayuden a seguir, a pesar de su infortunio. Ese futuro inimaginable nos acecha y nos espera en nuestro propio presente, a la vuelta de la esquina, espera que entremos a nuestra librería más cercana, y nos decidamos a sumergirnos dentro del mundo que nos describe Ray Bradbury en “Fahrenheit 451”. Simplemente excelente e imperdible.

“Absolución”, de Luis Landero LAURA ALONSO IZAGUIRRE Saber lo que pasa por la mente de un ser humano es una tarea casi imposible. Miedos, desesperanzas, inquietudes y sentimientos de culpa es de lo que Luis Landero trata en su última novela, “Absolución”, un pequeño tratado sobre la insatisfacción innata del ser humano. Lino es un joven solitario que no encuentra la satisfacción en nada de lo que hace y que, por lo tanto, ha pasado su vida huyendo de todo. Tras una juventud errática se presenta ante él un futuro feliz con un buen trabajo y la boda con la mujer a la que ama. Pero un incidente callejero alterará por completo su vida y comenzará para él una compleja huída hacia un camino de redención. “Absolución” es un compendio, sobre todo, de grandes personajes. Almas complejas y perdidas que hacen de esta una gran novela a la que uno debe adentrarse con sus cinco sentidos. Un texto que profundiza en la cuestión de dónde está la felicidad de cada uno y el camino de absolución que se debe seguir para lograr llegar a ella. Una buena novela con momentos intensos y otros más livianos que consigue captar al lector gracias a una historia con ritmo.

Diarios Diario íntimo (Miguel de Unamuno) n José Braulio Fernández Riesgo de las tradiciones, contribuye al debate enriquecedor que siempre se pregona pero casi nunca se implementa.

Apreciamos esbozos de lo que más tarde, con el esfuerzo de un escultor de palabras que las esculpe sobre el papel, transforma en memorables tratados metafísicos. Su diario es un mapa existencial a través del que viajamos por sus dudas fundadas, quejas furibundas, exclamaciones, réplicas a sí mismo, conclusiones y flirteos con la fe desde la perspectiva de un hombre condenado a buscar una explicación a todo lo que, más pronto que tarde, se encontrará a lo largo de la vida.

“Esta noche, cavilando aquí, en el balcón, en esta calma de Alcalá, al observar mi sequedad y pensando en la muerte se me ha ocurrido esta idea: yo no tengo alma, sustancia espiritual, no tengo más que estados de conciencia que se disiparán con el cuerpo que los sustenta. Y es que he perdido el alma, que la tengo, pero muerta por el pecado. Es alma carnal, no alma espiritual. Devuélveme el alma, Señor.”

Miguel de Unamuno (Bilbao, 29 de septiembre de 1864 – Salamanca, 31 de diciembre de 1936) trabaja permanentemente el lenguaje para dotarlo de un sentido categórico (los asuntos de Dios merecen rigor), si bien la duda debe instalarse en la sabiduría porque es la única que impide el estancamiento, la rutina, adocenarse; aunque él mismo reconoce que, condicionados como estamos por todo cuanto nos rodea, nos vemos abocados a evolucionar, como no podía ser de otro modo, acompañando al ritmo de las ideas. Una postura que, a diferencia de los guardianes

Ideas. Religión. Versículos de la Biblia. No se trata de un diario adoctrinador, no podría serlo, habida cuenta de su carácter preliminar; sin embargo, es esclarecedor, contribuye a formarse una idea no sólo de sus ideas, sino de la idea propia, quizás adormecida o quizás condicionada (como él mismo señala), del concepto de Dios, de nuestra relación con la religión, de nuestro escepticismo, o, quién sabe, de nuestra relación con 68

de un eco horrísono que, a su regreso, pudiese traducir en respuesta para sus súplicas.

Dios, con la fe. Lo que queda claro es que Dios, en calidad de ente, que puede existir, no necesariamente representaría una aspiración, es posible que, con todos los matices y reservas, se trate de un estado de conciencia. ¿Puede negarse esta afirmación? Desde un punto de vista más conciliador, o agnóstico si se quiere, esta posibilidad contribuiría a suavizar las ásperas negaciones. Pero estas controversias no nos competen e intentamos sencillamente proporcionar asideros en este “Diario íntimo” a los que enganchar cualesquiera de las tesis y conjeturas que vayan surgiendo a medida que se profundiza en las del propio Unamuno.

Se podrían interpretar sus escritos, más allá de este diario, como quejidos. Quejidos de un hombre contra la injusticia de la muerte. Porque es en la muerte donde desembocan todos sus pensamientos. Es Dios y la muerte quienes quebrantan su armonía. Es Dios la respuesta a todo. Es la muerte la que engloba todas las preguntas. Dios y la muerte, siempre presentes, de principio a fin, en su diario, en sus ensayos, en sus artículos, a través de los días, de los meses, de los años de una vida dedicada a formularse preguntas y a buscar sus respuestas. Un hombre que sufre los rigores de una época calamitosa para sus conciudadanos, un hombre que busca respuestas, la espesura de la vida y el elixir de la muerte. Un hombre de arraigadas convicciones, vulnerable a las preguntas, deseoso de respuestas. Unamuno era un intelectual riguroso; pero no podía abstraerse del entorno. Quizá su última respuesta se encontraba en sí mismo, en su figura, en su legado, en lo que su categoría representó para muchos de su generación y en lo que ha representado para generaciones posteriores. Quizá su última respuesta sea trascender al progreso de las ideas, trascender a las mentes de su siglo, trascender a los siglos mismos. Unamuno son sus ideas, sus dudas, sus convicciones, sus conjeturas. Unamuno es su diario, en el que se recoge su esencia, un acervo condensado en un puñado de páginas que, más allá de cualquier otra utilidad, traslada a sus lectores las mismas inseguridades, las mismas preguntas. ¿Acaso no es lo que nos concierne, buscar respuestas imposibles a nuestras inocentes preguntas? ¡Pregúntenle a Unamuno!

Debemos recordar a qué generación pertenece nuestro autor para relativizar la sorpresa que nos pudiera causar su permanente duda. La Generación del 98, de la que Unamuno es uno más de sus significativos nombres (junto a pensadores y escritores de la talla de Valle-Inclán, Pío Baroja, Ramiro de Maeztu o Antonio Machado, entre otros), lleva soldada como un marchamo la crisis, tanto social como moral y política, que devino tras la derrota militar en la Guerra Hispano-Estadounidense, a raíz de la cual las colonias de Puerto Rico, Cuba, Guam, y más tarde Filipinas, dejaron de pertenecer a la metrópoli que era España. Esta generación de intelectuales se ve traspasada por el pesimismo que entonces se instala en la península, incapaz de encontrar motivos a los que agarrarse para sobrellevar una crisis que se aloja en todos los estamentos de la vida diaria. Es por ello que, cada intelectual a su modo, y Unamuno desde su particular punto de vista e interés, permiten que sus escritos e ideas sean barnizados con el ánimo que impera en la sociedad que viven. Buscan respuestas a sus dudas en autores extranjeros, simplifican su lenguaje, rastrean en el pasado explicaciones para el presente. Y Unamuno es el claro ejemplo de una generación con un rumbo engañoso, con una brújula falseada como único instrumento para orientarse que los lleva desde una convicción a una certeza, desde ésta a una sospecha, y desde ésta a una vacilación, para, posteriormente, recorrer el itinerario inverso en busca de más explicaciones a sus sospechas, certezas y convicciones, en una espiral casi permanente de preguntas y respuestas que casi nunca son satisfactorias. O podrían serlo en otras circunstancias más favorecedoras.

Paradójicamente se puede interpretar, por lo que revela en su diario, que Unamuno no dejaba de ser un ateo con una fe inmensa. ¿No es lo suficientemente atractiva semejante contradicción para devorar su “Diario íntimo”? Apostaría a que sí. Es posible que el encanto de un hombre no sólo sean sus ideas, sino su forma de plantearlas. Y, como siempre con cada uno de los libros que he tratado, éste no d e j a r á indiferente a ningún lector que se sumerja en sus páginas. Ayudará a reflexionar, porque de eso se trata, al fin y al cabo. Sembrará dudas en nuestras dudas, faltarán respuestas, nos haremos preguntas...

“Hay muchos que dicen que quieren creer, que quisieran creer. Y alguno añade: ¡oh!, si yo pudiera creer y creyera haría la vida más austera y penitente, imitaría la vida de los santos. ¿Sí?, ¿quieres creer? Pues imita desde luego esa vida y llegarás a creer. Condúcete como si creyeras y acabarás creyendo. ¿Que no puedes conducirte así porque no crees? Entonces es que no quieres creer, aunque otra cosa parezca. Tu deseo de fe es una ilusión. El modo más seguro acaso de llegar a creer el credo es rezarlo con el mayor fervor posible todos los días. ¿Que esto es una auto-sugestión? ¿Y qué es eso de la autosugestión? ¿Que soy como sugestionador y como sugestionado? ¿Puede ser el mismo sugestionado sugestionador? ¿De dónde me ha venido la sugestión?”. Sus plegarias se elevaban hacia quien tenía todas las respuestas satisfactorias. Más que plegarias, súplicas. Elevados diálogos con su yo propio. Silenciosos diálogos con la humanidad cognoscitiva que se catapultaban más allá del conocimiento humano, horadando el firmamento en busca 69

Diarios

Échos de France Recuerdos de un alemán en París 1940-1944. Crónica de la censura literaria nazi.

Se es humano en la medida que le hacemos trampa a nuestros dogmas Pierre Drieu La Rochelle Testigo de muchas mezquindades, cobardías o maldades, experimentaba la tentación de preferir los libros a los hombres. Gerhard Heller

n Raquel G. Otero Plus de pain. En las primeras escenas de ¿Arde París?, bajo una sinfonía marcial de pasos, tambores y trompetas, René Clement nos suelta en la Ville lumière, en la última etapa de la Ocupación nazi. Se entrecruzan marchas militares, tenderos colgando el cartel de “No hay carne”, bicicletas y tanques circulando a la par, y soldados afeitándose en Trocadero. Estampas algo distintas a las de André Zucca: éstas conservan el blanco y negro. Pienso en ¿Arde París? como un mapa, un Street View vintage, un especulativo puente de Einstein-Rosen que nos lleva sin límite de bagaje al París de aquellos días. En los distintos planos de esas imágenes convergen la ficción y la Historia. En la explanada de los Inválidos, en el tramo comprendido entre la rue Talleyrand y la rue Saint-Dominique, un hombre que pudo ser cualquier otro deja un hueco abierto a la memoria. El hueco ocupa, cavado bajo los árboles, lo que una caja de latón envuelta en lona impermeable. Gerhard Heller

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es entonces Sonderführer, teniente adscrito a los servicios de la Propaganda-Staffel de la capital francesa. Es 14 de agosto de 1944. La caja contiene documentos mecanografiados y manuscritos, entre ellos una especie de diario que había mantenido durante esos años parisinos, algunas cartas y una copia parcial del ensayo de Ernst Jünger sobre la paz; un inventario íntimo que salvar de la destrucción. Con ese gesto de carácter depositario arranca, despacito y con buena letra, el devenir ignífugo de la memoria. Peatón de París Gerhard Heller estudió filología y literatura en universidades alemanas y francesas. Trabajó en la radio de Berlín, en la sección literaria del puesto emisor de onda corta dirigida al extranjero. Posteriormente lo hizo como intérprete, debido a su

conocimiento de las lenguas romance y sobre todo del italiano. En los años treinta estuvo relacionado con Karl Epting y Otto Abetz, miembros del partido nazi que más tarde tendrían un destacado papel. Ante la necesidad de regular el complejo panorama francés, las autoridades quisieron contar con el personal adecuado. Heller presentó su candidatura al puesto que gestionaba el Ministerio de Información y Propaganda, dependiente de la Comandancia Militar en París, y fue uno de los civiles militarizados enviados al París ocupado para cumplir funciones de carácter cultural y propagandístico. No llegó nunca a prestar juramento a Hitler. En un espléndido prólogo (de suculenta bibliografía), Fernando Castillo hace las presentaciones y nos da las coordenadas para situarnos a grandes rasgos en el cometido de un Heller de 31 años que inevitablemente llegaba a la ciudad como enemigo: «Era necesario dar la impresión de que la ausencia de autores judíos y comunistas, de libros y escritores críticos hacia el Reich respondía al criterio y voluntad de los propios franceses, para lo cual era imprescindible que las imposiciones se disfrazaran si no de sugerencias, sí al menos de orientaciones aparentemente fáciles de asumir. Para ejercer este control, que se pretendía discreto, era imprescindible contar con personal adecuado que tuviera conocimientos literarios y un nivel cultural suficiente para ejercer las labores de censura editorial en el París ocupado y mantener relaciones fluidas con los escritores y editores». En el número 52 de la Avenida de los Campos Elíseos, en el lugar que ocupa ahora un edificio de estilo funcionalista, con un concesionario Renault en el bajo y nada reseñable más allá de lo cotidiano, se encontraba la sede de la Propaganda-Staffel. Existían varios grupos de trabajo: la prensa, con un subgrupo de control de papel, la radio, el cine, la música, el teatro, la “propaganda activa”, la administración y la literatura o Schrifttum. Heller entró en su despacho, una habitación llena de libros y manuscritos: en los estantes, en las mesas, apilados en el suelo. “¡Aquí está todo lo que tiene que leer!”. Sonaba a bienvenida. Censura y caza sutil «El rumor se extendió rápidamente entre editores y escritores: “En la Propaganda-Staffel hay alguien con el que se puede hablar...”». En ese momento los editores no podían publicar ningún libro con cierta temática actual sin que hubiese sido leído por la censura. Heller leyó manuscritos día y noche, durante semanas. En septiembre de 1940 se había llegado a un acuerdo con el sindicato de editores franceses por el cual se comprometían ellos mismos a no publicar libros escritos por judíos, masones (a los que se sumarían más tarde comunistas) ni a ningún autor antialemán. Se sometería únicamente a la aprobación previa de la censura alemana aquellos libros sobre los que se tuviesen dudas, para el conjunto de su producción aplicaban ellos mismos una especie de autocensura, reglamentada en la Lista Otto; según Heller, un auténtico ucase decretado por las autoridades alemanas, maquillado como un acuerdo con los editores franceses. Su aplicación supuso la destrucción de 2242 toneladas de libros. El teniente Heller quiso, dentro del margen escaso de sus posibilidades, salvar algunos libros prohibidos; dio orden de instalar en su despacho un armario donde guardar el material incautado, una suerte de anexo de la Biblioteca Nacional con un jenesaisquoi de tintes fúnebres. A pesar de la autocensura editorial, los alemanes seguían controlando la concesión de papel en una tiranía blanda. Era él, junto al servicio de papel de la PropagandaAbteilung, quien decidía calibrando la importancia del libro en cuestión: «Me resultaba imposible oponerme frontalmente a esa línea oficial, pero podía valerme de la multitud de servicios, enfrentando a unos con otros, por mi cuenta y riesgo, para

favorecer a los autores de mi elección. Para conseguirlo insistía en sus cualidades literarias, que una buena parte de mis colegas o incluso de mis superiores eran incapaces de apreciar ¡así que era muy fácil impresionarlos!» Esta escasez de papel obligó a limitar estrictamente las tiradas, sobre todo a partir de 1942; a pesar de ello, según Heller, el número de publicaciones no sólo se mantuvo, sino que creció durante la Ocupación, alcanzando Francia el primer puesto en difusión literaria (9348 obras), muy por delante de Estados Unidos y Gran Bretaña. En el desempeño de sus funciones pudo hacerse cargo del levantamiento de secuestro sobre la casa Gallimard. La policía militar había cerrado y sellado la editorial y Drieu La Rochelle le había pedido ese favor. Días después aparecía el primer número de la Nouvelle Revue Française de la colaboración (no 322), con el propio Drieu al cargo. El número incluía un editorial suficientemente tibio de éste y artículos como “L’été à La Maurie” de Jacques Chardonne, que Paulhan calificaría de abyecto y de donde se desprenden jugosas pesquisas sociológicas. Heller estuvo en una especie de congreso en Weimar, en el primer viaje organizado por el Ministerio de Propaganda y dirigido por Goebbels. Desde el principio de la Ocupación la consigna era frenar la expansión de la cultura francesa. De alguna manera la presencia de franceses fue objeto de un enfrentamiento político entre los servicios alemanes. La Embajada de Alemania de Abetz, el Instituto Alemán de Epting y él mismo en la PropagandaStaffel querían favorecer el desarrollo cultural francés. Entre los organizadores alemanes estaban Carl Rothe y Paul Hövel (que no eran nazis en absoluto) de quienes Heller asegura su afán de

querer servir realmente a la cultura y asegurar la permanencia del espiritu francés: «(...) éramos representantes y ejecutores de esos dirigentes demoníacos (en palabras de Jünger) de la Alemania nazi. Intentamos atenuar o desviar sus directrices, pero realizamos hasta el final funciones en las que no podíamos evitar totalmente el compromiso con ese poder opresor». En ocasiones los editores lo visitaban para tratar la edición o la reedición de algún libro que planteara problemas. Se comprometió con Gallimard, con respecto a “Piloto de guerra” de Saint Exupéry. Había dado el papel y el libro había sido impreso. Se prohibió y hubo que retirar toda la edición a causa de algunas denuncias procedentes de franceses; a Heller le costó una amonestación. Conseguía procurarse algunos ejemplares de las ediciones clandestinas, como las publicaciones periódicas de Lettres françaises o los libros de Éditions de Minuit. Tuvo que asistir en 1942 a una redada de bouquinistes, que habían sido denunciados por seguir vendiendo libros prohibidos. Heller avisó a los libreros a través de un amigo de confianza, seguro de la ciencia infalible del boca a boca. El último capítulo de la censura va más allá y corresponde a los últimos coletazos de este periodo: «(...) en ese año 1944, los nazis, como los demás, comprendían ya que no había nada que hacer, que el fin se acercaba; pero su odio, su sed de destrucción y de muerte no hicieron sino crecer. Se redactaron listas enteras de gente que suprimir, o , al menos, que deportar durante el mes de junio». Había una lista de escritores claramente diferenciados: los que tenían que ser tomados como rehenes (como Duhamel o Mauriac) y los que debían ser protegidos (como Montherlant). Heller se hizo con la lista, rompiéndola y buscando durante dos noches la copia enviada al Instituto Alemán. Fragmentos de un diario perdido Como en todo diario, el rescate de estas páginas saca a la luz detalles privados e íntimos de la vida de Gerhard Heller. Entre las personas que lo acompañan en estos años de París hay que destacar entre otros muchos, en principio por mera cuestión de renombre o coyuntura, a Drieu La Rochelle, Marcel Jouhandeau, Paul Léautaud, Florence Gould, Gastón Gallimard, Céline o Jean Cocteau, y a Jean Paulhan y Ernst Jünger por el afecto y admiración sinceros que les profesa. Heller nos deja vislumbrar entre las distintas posturas políticas el latente entramado de conflictos emocionales. La posición del teniente le hacía disfrutar de un círculo bastante heteróclito, como el de los jueves en la casa de Florence Gould, que contaba con uno de los mayores atractivos que podían desearse en la época: el alimento. “Vinos excelentes, el champaña y esa

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rareza que era el café de verdad”, contaría Léautaud. Ese abismo entre el exceso casi pornográfico de unos cuantos -que tan bien nos dejan ver Patrick Buisson, Alan Ridding o Frederic Spotts-. Y la realidad del resto de sus coetáneos es escandalosamente palpable en otro momento de la lectura, camino de los encuentros de Weimar. El tren se detuvo en pleno campo y al oír unas voces francesas, los escritores franceses invitados se asomaron y descubrieron a unos prisioneros custodiados por soldados armados que habían abandonado su tarea para dejar pasar el tren. «Qué contraste entre sus rostros demacrados y mal afeitados, sus capas raídas, con las dos letras KG marcadas con pintura blanca, y la ropa elegante y el aspecto bien alimentado de los pasajeros. Éstos sintieron algo de vergüenza por su situación privilegiada frente a la desgracia de sus compatriotas. (...) habíamos bajado desde una especie de sueño intemporal a la dura realidad histórica.» Ante la duda posible del sentir de Heller asistimos a varias confesiones, de primera mano, claro: «Estoy convencido de que Alemania va a perder la guerra y de que es lo deseable; una Europa hitleriana es insoportable para los hombres libres». El 14 de agosto abandonaba París. Había distribuido entre sus amigos los libros de su biblioteca. Leer “Recuerdos de un alemán en París” no deja de ser un ejercicio de decantación, tarea que corresponde exclusivamente al lector. El regusto de su lectura quizá dependa de las expectativas puestas en su condición de testimonio. Es preciso señalar la palabra “recuerdos”. En estas páginas los hay más o menos ordenados, recreados, contrastados, puede que aliñados o difuminados por el paso de los años; casi fílmicos. Esto le resta inmediatez -ese presente que solicitamos y que parece darle legitimidad a un diario-, pero acaba por aportarle la perspectiva y la riqueza innegable del poso. Lo llamativo de esta crónica de la censura nazi es cuanto tiene de agujero de gusano navegable. Nos permite asistir a un desfile de acontecimientos de una materia lejana, casi exótica, a una ebullición de interrogantes de nueva cosecha, y sobre todo, a una sucesión de personajes en los que enredarse y hacer parada y fonda. Con todo y con eso, la maravilla aquí no deja de ser el lenguaje de lo omisible. Este libro no es propiamente un diario, es casi una reconstrucción. Incluirlo en un número dedicado a los Diarios es una licencia que me tomo así como una gracia que se me concede. Respira por lo que pudo llegar a ser. La caja de latón se perdió con las obras de aquella explanada, y con ella, la posibilidad de leer el diario original. Si habent sua fata libelli (los libros también tienen su destino), rezo un par de oraciones por su alma y no puedo más que fantasear con la idea de que cualquier día aparezca. Y nosotros que lo veamos.

Diarios

Crónica de nuestro final

No existe mejor temática para un diario íntimo que el fin de toda la raza humana. Un proceso, autodestructivo, que provocará que nuestro camino en la Tierra acabe antes de tiempo por nuestros propios errores. Lo peor es que estamos avisados.

n Alejandro Larrañaga “Se enderezó y miró un rato el cuerpo envuelto en la manta. Por última vez, pensó. No más charla, no más amor. Once maravillosos años que terminaban en un agujero. Comenzó a temblar. No, se ordenó a sí mismo, no hay tiempo para eso. Unas lágrimas interminables nublaron el mundo y Neville apretó la tierra cálida sobre el cuerpo inmóvil.”

es una invitación a desnudar tu alma ante los demás. Un riesgo muy grande que muy pocos están dispuestos a correr. Está claro, por tanto, que se exige la primera persona. Tú contra el diario, ese cuaderno con llave que proteges pero que sabes que acabará siendo leído. Nadie plasma en un papel sus peores pensamientos si no alberga en su interior el morboso deseo de que alguien lo lea. El propio diario será la barrera que te proteja del mundo. Esa es la idea que explota Richard Matheson. Él hace de barrera entre

En mi modesta opinión un diario no es más, ni menos, que poner por escrito aquello que no puedes expresar con palabras. Bien porque nos hace demasiado daño o porque

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provocando consecuencias más graves que si los afrontáramos con decisión desde el primer momento.

Robert Neville y una humanidad condenada a la extinción ante la irrupción de una nueva especie. Él nos lo cuenta porque así podremos asimilar más fácilmente hasta dónde podemos descender si las circunstancias lo exigen. Utiliza a Neville para canalizar esa caída y hacerla más asumible. Nuestros errores nos han llevado a una situación desesperada y la desaparición total de todo ser humano es la única consecuencia posible para todos esos errores.

“El germen que había propagado su azote mientras la gente huía de su propio terror.” Junio de 1978 - Adaptación Todos, incluso un personaje de ficción como Robert Neville o un escritor como Richard Matheson, tenemos unos estándares que creemos inamovibles. Y lo son hasta que nuestro entorno se empeña en lo contrario. Ahí, cuando no queda otro remedio, podemos experimentar nuestros verdaderos límites y llevarnos las correspondientes sorpresas. No siempre son desagradables. “Después de las últimas semanas, sentía que la esperanza no era la respuesta. Nunca lo había sido. En aquel mundo de monótono horror no había salvación en los sueños. Podía adaptarse al horror. Pero la monotonía era el mayor obstáculo, comprendía ahora. Y esa comprensión lo tranquilizaba de algún modo, como si hubiera puesto todas las cartas sobre su mesa mental, y las hubiese examinado, ordenado al fin el juego.”

“La idea de vivir así cuarenta años más lo estremeció. Y sin embargo no se había suicidado.” Enero de 1976 - Desesperación Pero no tengamos tanta prisa. Antes de desaparecer tendremos que ir quemando las necesarias etapas. La primera no puede ser otra que la desesperación. El problema, plaga de vampiros, se presenta ya como un hecho consumado. Los humanos son meros supervivientes. Robert Neville se cree, de hecho, el único sobre la faz de la Tierra. Y se debate entre la autodestrucción y la búsqueda de alguna esperanza que lo motive a continuar con una vida sin objetivos más allá de llegar a mañana.

Es el momento de comprobar que el mundo es el mundo y tienes dos opciones. Seguir su ritmo lo mejor que puedas o bajarte en marcha. El protagonista de “Soy leyenda” es llevado más allá de lo razonable y él, como buen ejemplar de ser humano que es (mañoso, hábil, valiente, sensible, con ciertas de ganas de vivir, aunque a veces dude), se adapta a lo que se le propone. Siente la tentación de dejarse llevar y mandarlo todo a donde se mandan estas cosas, pero no lo hace. Se refugia en su cobardía, que más bien debería ser considerada instinto de supervivencia. Ahora que lo pienso, esto podría significar que en realidad no vamos al volante de la vida que vivimos, solo es una ilusión que el subconsciente, más sabio, nos hace creer.

¿Cuáles son los motivos para escribir un diario? Desde que se planteó el tema para este número de Granite & Rainbow me lo he preguntado en varias ocasiones (yo mismo he hecho algún que otro vago intento). La única conclusión válida a la que he llegado es que si estás bien y eres feliz no te dedicas a escribirlo, sino a disfrutarlo. Es cuando estás verdaderamente mal cuando llega el momento de ir al papel. Porque éste lo soporta todo y lo que es mejor, lo comprende todo. Marzo de 1976 - Explicación Llegado el momento, habrá que comenzar a buscar las explicaciones correspondientes a lo que ha ocurrido, a lo que ocurre y a lo que esperamos (o deseamos) que ocurra. Es un proceso complicado en el que intentamos que la razón recupere el control sobre las sensaciones o las impresiones.

Enero de 1979 - Aceptación La aceptación llegará a través de los bocados de realidad que nos vayamos comiendo cada día. Unas “comidas” que te pueden llevar a la aceptación total de tu destino o a seguir negándolo hasta que seas tú el devorado. Aceptarlo no significa rendirse sino comprender las nuevas reglas del juego y evolucionar.

“-Es horrible –dijo. Neville la miró sorprendido. ¿Horrible? Era curioso. No había pensado en eso durante años. Para él la palabra “horrible” no tenía sentido. Un horror acumulado termina por ser una costumbre. Para Neville la situación se reducía a simples hechos, nada más. No había adjetivos.”

“Sacudió nuevamente la cabeza. El mundo ha enloquecido, pensó. Los muertos se pasean por las calles, y no me sorprende. El retorno de los cadáveres es hoy un asunto trivial. ¡Con qué rapidez acepta uno lo increíble, si lo ve a menudo!”

Robert Neville intenta concentrarse en los hechos para encontrar esos motivos y buscar posibles soluciones. Pero ni Matheson le deja ni eso es lo que nosotros, como lectores, necesitamos. La trama debe moverse hacia delante y hacia atrás para que la comprensión de lo que sucede avance en todo momento aunque no se respete la linealidad temporal. Combinaremos, entonces, los descubrimientos científicos del protagonista de la acción con los inicios de una plaga a la que la humanidad hace frente del único modo que sabe.

La comparación, odiosa, sería la propia novela “Soy leyenda” con su adaptación cinematográfica. Mientras, Richard Matheson parece comprender ese proceso de cambio y busca explicaciones en la realidad. El grueso de la humanidad, representada en la industria hollywoodiense (que debe tener bastante aceptación por el nivel de seguimiento de sus productos), espera que un héroe esté presto para la salvación. Un héroe que parece que es el único que tiene una visión global de la situación y por eso afronta su objetivo como una obligación que como una elección. Tiene que salvar a la humanidad porque ésta merece ser salvada. Es bonito creer algo así (que merecemos ser salvados) porque si no podríamos caer en las mismas tentaciones que el pobre Neville. Y es posible que no fuéramos tan cobardes como él y nosotros sí que tiráramos por la salida fácil de suicidarnos. Al fin y al cabo, puede que no hayamos hecho esos méritos para seguir aquí.

En este sentido, los referentes de Matheson podríamos buscarlos en autores como Albert Camus y su “La peste”. En primer lugar se niega el peligro, en segundo se minimiza, el tercer paso sería la intención de solventarlo todo como si fuera un problema mínimo para vernos abocados, finalmente, al pánico de lo inevitable. Un recorrido natural que ha sido siempre nuestro gran lastre y que provoca que la mayoría de problemas que tenemos acaben 74

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Bajo el volcán - Lowry JULIA MARTÍNEZ

Tener veinte años y leer como si la vida te fuera en ello, tener corriendo por las venas la droga de la lectura. A esos veinte años de entonces les debo la adoración por el cónsul Firmin. Han pasado otros veinte desde entonces, otros héroes han poblado mi mundo fantástico y literario, pero ninguno cómo él. Nunca entendí como Yvonne no deseó caminar al infierno de la mano de Firmin, morir ahogada de mezcal en una cantina de Quauhnahuac, buscando la salvación en el alcohol. En realidad, todo está a punto de derrumbarse, la gran guerra mundial con sus cincuenta millones de muertos empieza a asomar como una ola gigante que asolará el mundo que conocieron Geoffrey, Yvonne o Hugh. Yo tenía veinte años y deseaba traspasar las puertas del infierno de la mano del cónsul, no había esperanza que abandonar ni palabras que me amedrentaran. Hoy, que han pasado otros veinte, estaría de nuevo “Bajo el volcán”, dos de noviembre, a los pies del Popocatépetl, escuchando la voz amarga de Lowry, entre trago y trago de mezcal, siempre en el filo.

Recomendaciones DAVID M. COPÉ

Son tantas las recomendaciones que se me agolpan en los labios que prefiero perder espacio para explicarme y caer en el name-dropping. La poesía completa de Anne Sexton en Linteo (y en edición bilingüe): una oportunidad inmejorable para acercarse al universo convulso, a la palabra descarnada y magnética de la estadounidense. ANTOLOGÍA DE SPOON RIVER, de Edgar Lee Maters, una joya rescatada por Bartleby en la que una sucesión de poemas-epitafio construye un diálogo entre muertos. En narrativa, LIMONOV de Carrère, me parece una de las más gratas sorpresas de los últimos tiempos: la vida de un personaje excesivo, lleno de contradicciones contada de la mejor de las maneras. Siguiendo la veta francófona, no puedo obviar la exquisitamente editada HACER EL AMOR del escritor belga Jean-Philippe Toussaint (Siberia), mi novela preferida del autor, con un estilo frío, cristalino e hipnótico (de una gelidez que resulta fascinante y onírica, extrañamente emocional y telúrica) puesto al servicio de una inolvidable historia de desamor. Y dos libros breves, inclasificables y muy bien escritos, llenos de inteligencia, humor y mala baba (con un acercamiento socarrón y desencantado al mundo de la alta cultura que concita risas y desolación): MAGMA, de Lars Iyer (ed. Pálido Fuego) y MENOS JOVEN, de Rubén Martín Giráldez (Jekyll and Jill).

Alejandro Palomas Escritor, traductor, ente que siente, padece y perdura. Haga lo que haga, Alejandro Palomas deja huella. Ha traducido a Gissing, Cather, Mansfield. Sueña con traducir

«Un texto bien traducido debería poder pasar esta pregunta: “¿En qué lengua está escrito el original?”. Es una pregunta que nadie debería poder responder.»

a Woolf. No conforme con eso, ha publicado un volumen de poesía (y pronto publicará el segundo). Tampoco contento con eso, es un escritor premiado. Entre sus novelas más destacadas encontramos “El tiempo que nos une” (Suma de Letras), “El alma del mundo” (Espasa), “El secreto de los Hoffman” (Plaza y Janés) y “Agua cerrada” (Siruela). Hoy llega a G&R en calidad de traductor, pero es el «hombre para todo». La que escribe tiene la suerte de ser amiga íntima suya pero, eso sí, no os dejéis engañar. Alejandro Palomas enamora por ser Alejandro Palomas. Y por lo bien que lo hace.

n Ainize Salaberri Empecemos por lo fácil: cómo empezaste a traducir. Llegué a la traducción después de un año trabajando como corrector y como lector. Yo había querido ser traductor cuando vivía en San Francisco, para poder trabajar allí y quedarme a vivir en los EEUU, pero no hubo manera y me olvidé del asunto. Años más tarde, me vi viviendo en Madrid y el destino me llevó a mi primera traducción de rebote, por una baja de última hora, literalmente. Y entonces me llegó George Gissing y sus “Mujeres sin pareja”. Pero debo decir, que quien me abrió las puertas de la traducción tiene nombre y apellidos. Y ese nombre y apellido es... En un momento muy difícil de mi vida, me dio la oportunidad y siempre le estaré agradecido por ello. Estoy hablando de Luis Magrinyà y de Alba. No está nada mal empezar en Alba y con Gissing, desde luego. ¿Qué tradujiste después? Después de Gissing llegaron otros clásicos de Alba, como Gertrude Stein, Willa Cather y Katherine Mansfield, entre otros muchos, y a la vez empecé

a trabajar también con Siruela, para quien traduje a Laura Hird y su “Como en familia”, una novela fantástica que alguien tendría que recuperar ASAP. Y de ahí me quedé en Siruela y en Alba, compaginándolas no solo como traductor, sino como autor. ¿Y cómo fue traducir a Gissing, Cather, Stein, Mansfield? Ufff, ha sido una de las épocas más hermosas de mi vida profesional (como traductor). Traducir a esa clase de autores es como deslizarte por una pendiente lisa. Sabes que no hay accidente posible. Todo fluye, porque en realidad lo que haces en muchos momentos es hablar con el autor a partir de su texto. No traduces, hablas, y eso pasa muy poco con los autores vivos. Los textos de esa época requerían muy poco diccionario. Aprendí a usar la intuición y a desarrollar mucho el tono y el timbre, cosas que en otras circunstancias no es fácil llevar a cabo. Lo bien escrito se traduce bien. Eso fue lo que aprendí. O sea, que las buenas traducciones dependen mucho de la intuición, ¿no? En mi caso, un tanto por ciento muy

elevado. Soy tanto en la traducción como en la escritura muy intuitivo. A veces arriesgo mucho y sé que no gusta a todo el mundo, pero la experiencia me dice que una traducción no sólo tiene que sonar original, sino debe saber, oler y parecer original. Y a veces, solo a veces, la traducción mejora un original. Sobre todo cuando el original es uno de esos horrores que a veces te caen y a los que no puedes negarte por política de empresa (o de autónomo). Alguien me dijo una vez que una buena traducción es la que no se nota. ¿Es así? Es así, sí. Siempre. Un texto bien traducido debería poder pasar esta pregunta: “¿En qué lengua está escrito el original?”. Es una pregunta que nadie debería poder responder. Como traductor, ¿qué pregunta estás deseando que te haga? Cuál es la mejor traducción que he hecho. Cuál es la que me gustaría hacer. Con cuál he sufrido más.

¿La que te gustaría hacer? “Las olas” de V. Woolf. ¿La que hubieses deseado no hacer jamás? Unas cuantas que he firmado con pseudónimo. ¿Las firmaste con pseudónimo por vergüenza o hay otro motivo? Bueno, no diría que por vergüenza. Diría más bien que en unos cuantos casos -no en todos- no aportaban nada a mi currículo como traductor. Eras fan de Winterson antes de traducirla, ¿no? ¿Qué supuso convertirte en traductor de alguien con tanta magia en los dedos?

¿La que más te ha hecho sufrir?

Era MUY fan de Jeanette Winterson desde que la conocí en la facultad. La verdad es que nunca imaginé que terminaría traduciéndola. Cuando traduje su primera obra lo hice aterrado. No ha pasado nunca antes ni me ha vuelto a pasar. Se esfumó la intuición. Tenía tanto miedo de meter la pata que leía y releía cada párrafo antes de pasar al siguiente. Ahora que lo pienso, fue una gran lección de anti-ritmo. Tuve que parar y tirar de oficio. Sacar una parte de mí que no solía emplear y que, gracias a esa novela -”La niña del Faro”- ahora combino con más o menos soltura.

“La conspiración” de Dan Brown.

¿Cuál de sus libros, además de “La

¿Cuál es la mejor traducción que has hecho? La mejor es Guerras que he visto, de Gertrude Stein. ¿La que más te ha hecho disfrutar? “La niña del faro” de Winterson.

niña del faro”, claro, te hubiese gustado traducir? “La pasión”, sin duda. Y “Espejismos”. Son dos obras inigualables. ¿Por qué? Porque son magia, porque son un mundo entero desde la primera letra a la última, porque como autor me reconcome la envidia y los celos y a la vez me alegra que haya alguien en el mundo que escriba así, que sienta así, en quien me reconozca tanto. Es curioso lo que me pasa con J. Winterson: tengo la certeza de que es un alma gemela, cosa que ella no sabrá nunca, por supuesto. Es una parte importante de mi vida, y de mí también, de cómo miro, de cómo juzgo, de cómo entiendo la vida y lo que no es vida. Desde luego, alguien que siente así a los autores y a la literatura es imposible que traduzca mal. Dime, ¿qué falta y qué sobra en el mundo de la traducción? En el mundo de la traducción falta ©Rai Robledo dinero, para empezar. Nos pagan poco, muy poco. Cuando yo comento lo que ganamos con los traductores que me traducen a otras lenguas no me creen. Y no me extraña. Es ridículo: las tarifas hace milenios que no suben, pero la exigencia es la misma, con lo cual la insatisfacción a la hora de trabajar un texto aumenta. A veces, falta también más conexión entre el editor y el traductor, una relación más directa, aunque soy consciente de que es una utopía, sobre todo cuando trabajas

con los grandes grupos. Las editoriales medianas o pequeñas son otra cosa, la relación es más enriquecedora y el disfrute también. ¿Añadirías más visibilidad para los traductores? Muchos la piden... Creo que todo el mundo merece su reconocimiento. En mi caso, confieso que no me importa tanto, porque ya lucho bastante por el reconocimiento como autor, y la lucha en tantos frentes me puede, pero sí, la visibilidad debería aumentar, del mismo modo que deberían aumentar las tarifas. Nos has contado lo que falta. ¿Y lo que sobra? (Y lo incluyo todo: ego, editores, malas artes, transparencia, compañeros del mundillo...) No sabría responder a eso. Yo he tenido mucha suerte como traductor. Prácticamente no tengo relación con otros colegas, y el mundillo no se me da bien, de modo que no lo frecuento. Para mí traducir es como escribir: una experiencia que vivo solo, conmigo, es algo muy íntimo en lo que entran pocos aires del exterior. Los editores con los que trabajo lo saben. Mi lema es: no dar problemas y ofrecer soluciones, porque entiendo que la edición es un trabajo en equipo y hay que pensar así. Quizá por eso nunca me he encontrado con nadie que, como traductor, me haya puesto un palo en la rueda. Al contrario. Siempre me he encontrado con gente dispuesta a ayudar, mucho más que como autor. ¿Qué debe tener un traductor además de intuición? ¿Es posible traducir bien sin sensibilidad literaria, por ejemplo? No. Jajaja. ¿Es posible ser luthier sin oído?

¿Se traduce mejor cuando se admira al escritor o es necesaria cierta distancia, cierta perspectiva? Yo creo que se traduce mejor cuando el autor o autora a los que traduces te enamoran. Ese es mi caso. Yo necesito enamorarme de lo que hago, necesito querer volver y sentir que lo que hago emociona. A mí la distancia me mata, saca el matemático que llevo dentro y todo se convierte en autopsia, en corrección, en páginas muertas. Definitivamente, la traducción-fusión. Y además de la traducción-fusión y el enamoramiento... ¿cómo traduces? ¿Alguna manía, alguna necesidad, algún ritual? El silencio. Traduzco como escribo. Necesito silencio absoluto. Y saber que no va a haber ninguna interrupción. Y, en algunos casos, me gusta no haber leído antes la novela. Es decir, traducir a medida que voy leyendo, sin saber lo que viene. Es un modo de ponerme en la piel del lector, de empatizar con él en el proceso de descubrir el texto. La experiencia me dice que, contrariamente a lo que algunos creen, da muy buen resultado. ¿Con qué debe arriesgar el traductor? Luis Magrinyà dice que, como editor, con los títulos. ¿Y tú? Pues te respondería igual que Luis. Si puedes elegir, cosa que no suele ocurrir, intenta elegir pensando que siempre estás dejando una huella. Elegir es prescindir, y a veces hay que saber prescindir de un título que quizá pueda darte de comer mañana, pero que, mal gestionado, en malas manos, te cerrará una puerta pasado mañana. En cuanto a la traducción en sí, personalmente arriesgo en el porcentaje de intuición con el que trabajo. Es mi apuesta personal y me gusta apostar por ella.

En términos prácticos... ¿Cada cuánto, en tu opinión, debería revisarse una traducción? O, lo que es mejor, ¿cada cuánto debería volver a traducirse un libro? Difícil pregunta: depende de la calidad y del interés del original, para empezar. Hay traducciones que no deberían revisarse porque el original es tan nefasto que no tiene razón de ser. No sé si soy muy amigo de traducir una y otra vez una obra, porque al final traducir se convierte en versionar y eso le hace un flaco favor a los textos. Las traducciones son como las películas: hay algunas que envejecen bien y otras, espantosamente. A las segundas hay que ponerles remedio cuanto antes, siempre que la obra lo merezca. Como traductor, y también como lector, ¿qué es lo que más valoras de un escritor y de su obra? que sea único, que tenga Esa Voz que busco en lo literario y en la vida, que me saque de mí para devolverme un poco más lleno de todo lo que no tengo, que me erice, que me haga temblar, que consiga hacerme reír y llorar y encogerme y enamorarme. Valoro que me despierten la envidia, que me desconcierten, no en lo mental, sino en lo ancestral. Y que me demuestren que con ellos en las manos, hay alguien ahí. Voltaire dijo: “Es imposible traducir la poesía”. ¿Qué opinas? Que Voltaire era muy perverso. Y muy sabio. Pero... envidio al traductor que ha traducido a la Sexton, así te lo digo. No me he atrevido nunca con la poesía, esa es la verdad, y sé que algún día lo haré, básicamente porque he leído traducciones nefastas que creo que podría mejorar, así de sencillo. Y creo que merecería la pena.

TEST RÁPIDO El traductor es... El traductor es una mano que oye, un oído que sabe mirar y unos ojos que no descansan nunca. Una escritora: Jeanette Winterson y Agota Kristof Un escritor: Lawrence Durrell Un país literario: Mi casa Palabra favorita: Revelación La palabra más odiada: Obviamente Un libro: “La pasión”, de Jeanette Winterson Un recuerdo como traductor: Una postal preciosa que me mandó Patricia Schonstein desde Suráfrica felicitándome por la traducción de “Oro rojo”. Todavía la tengo en la nevera. Un recuerdo como lector: El día que leí el primer párrafo de “Las olas”. Me acuerdo como si fuera hoy. Tenía 13 años.

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De la luz abisal

n Yolanda Izard Antonio Gamoneda es un poeta probado por la vida y probado ya por la historia de la poesía, con independencia de cuanto a partir de este último poemario recién publicado, “Canción errónea”, pueda escribir. Si lo primero, el devenir de una larga existencia -nació en Oviedo en 1931- le ha deparado frutos amargos que tienen su reflejo en todos sus versos, esculpidos a martillazos con la “ávida vena” de una vida que se siente siempre mortal, lo segundo –su entronización en la poesía como uno de sus principales representantes- le ha permitido acceder a muchos de los más prestigiosos premios y reconocimientos. Merecidos y aplaudidos. El conjunto de su obra, de una densidad poco frecuente, de un estilo personalísimo en la órbita de un irracionalismo visionario que late entre la realidad rural “bajo condiciones de irrealidad”, el simbolismo y una aguda sentimentalidad desordenada, caótica, propia del ritmo emocional, tienen en este libro su culminación, una especie de sello final que acaparara todas las obsesiones, recurrencias rítmicas, conceptuales y cognitivas, todos sus anclajes y todos sus vuelos. Quizá Gamoneda ha querido resumir en esta “Canción errónea” la completa historia de sus versos, perseverando en sus nociones fulgurantes: la muerte, la agonía y el cansancio de vivir, la falsedad de la existencia, la madre proveedora de afectos frente a los hondos naufragios. Como en una elegía precoz, dotado de la resistencia contra el olvido

y de una carga no tan subliminal de testamento poético, muestra sus entrañas sin dejar de mecerse en los extravíos de la memoria, y en esa luz, “médula de sombra”, que llama sin respiro a una muerte convocada casi desde cada poema. Porque en ningún otro de sus libros hay tanta intención de fijar las claves, de vaciarse mediante sus recurrentes símbolos del acabamiento. La muerte acechante se ha convertido en protagonista: luce sus cifras, sus emblemas –“Sueñas / las agujas y los armarios llenos de sombra”-; del mismo modo que la vida que claudica, la agonía, es la antagonista necesaria: “La más falsa de las palabras: vivir”, escribe Gamoneda. “¿Quién agoniza en mí?”, pregunta. La vida ha dejado de ofrecer sus tesoros –la melena de Cecilia, su nieta, “llena de luz”, la luz que “sostiene suavemente / la majestad de los pájaros”, el amor a su cuerpo- para convertirse en un peso insostenible, insoportable, que depende de los contrarios, de las paradojas y del oxímoron para hacerse palabra. Esos contrarios, dispuestos en un mismo enunciado a modo de cuerda tensada hasta la extenuación entre dos límites, recorren como una convulsión la respiración angustiosa de sus versículos: “Esta extraña tarea: ser / sin voluntad de ser y sin voluntad de no ser”, “Estoy agonizando pero desconozco mi agonía”, “Mi pensamiento atravesado / por la centella de la negación”. Mucho más allá de cualquier irracionalismo, 79

contemplamos el paisaje devastado de un alma extenuada que usa la claridad de la visión de una paradoja, de un enunciado y su contrario, para abrir la mente a otras lecturas del mundo, en los ámbitos de la metafísica, pues el hombre se debate entre la luz celeste y el precipicio: “La inexistencia es real”, dice. “Ahora es visible lo invisible”. Y además: “La mentira será la única verdad”. Se trata de convocar “La afilada pureza de los límites” para romper el maleficio de la falsedad que rodea a la noción de vida –“Lo único verdadero es la falsedad”, “Sí, la negación avanza / por mis venas. / Se aloja / en la sentina cóncava / del pensamiento. /…/ Me posee / la falsedad, el único / fruto consentido en esta / espesura viviente.”-. La estrepitosa mentira de creer que la vida pueda ser algo: luz, por ejemplo, cuando la luz no es más que sustancia de la sombra: “Luz de mi agonía, ven”. “Si mi pasión fuese realmente la indiferencia”, desea Gamoneda. Pero el poeta verdadero no sabe cómo esconderse de su propia lucidez. Está atrapado por la conciencia de la desdicha de vivir sin sentido, y de vivir además para la muerte. No hay esperanza. La cesación es fulminante, irreversible. Y aunque “carece de sentido averiguar su llanto”, la desesperanza, no osa ocultarnos –con la honestidad de quien se niega a ser engañado por la falsas promesas de la vida- los entresijos de un corazón que sabe que “la luz es el comienzo de la causa invisible”. La muerte como mito propio del existencialismo, que se obceca en trascender sus emblemas para que la vida ofrezca una compensación, no tiene cabida en estos versos. La muerte concebida por el poeta es física, y detrás de ella no hay nada. Es pura inexistencia. No se sueña con un tiempo reparador tampoco, lo que el poeta desea es “un tiempo inmóvil”, “ser / sin voluntad de ser y sin voluntad de no ser”. No hay Dios. No hay resurrección. Arde el vacío. Por ello el cansancio del poeta es extremo: es el cansancio de vivir para nada y morir sin saber para qué: “No hay causa en mí. En mí no hay / más que cansancio y / un antiguo extravío: / ir / de la inexistencia / a la inexistencia” Estos destellos de insomne lucidez, donde como hemos visto la luz simboliza la agonía que precede a la muerte, de vez en cuando revientan, y se convierten en auténticas joyas resplandecientes de luz, esta vez en su concepción casi convencional –aunque en Gamoneda no hay nada propiamente convencional-, como en los primeros versos de este poema: “La luz cunde en los patios / y las cuerdas dividen minerales y sombras. // La luz / sostiene suavemente la majestad de los pájaros, reúne / dentro del mismo instante la quietud y el vértigo.” Sin embargo, son fugaces estos brillos propios de la mirada contemplativa que se vierte sobre la belleza del mundo, y en los siguientes versos del poema la luz vuelve a actuar de cámara premonitoria, de símbolo de nuestra finitud: “¿Has pensado la luz fuera de tus ojos? // Piensa la luz. / No; / no puedes pensarla: ella / te piensa a ti. // Cierra tus ojos.” Una muerte siempre al acecho a la que el hombre no puede sino ofrecerse cerrando sus ojos, entregándose. Versos como estos podrían desfilar entre los más hermosos del mundo. Poseen el aura de la inmortalidad. Tienen ese no sé qué de misterio y de enigma que rompe con todo lo esperable, avan80

zan fulminando todos los límites conocidos, son secretos, pero no herméticos, y su faz de emoción se reconoce como el brutal asiento de su poeticidad por su capacidad de hender la superficie. Ello se debe en gran medida a la potencia y al fulgor de sus metáforas, que se alojan en el mismo cuerpo de sus sentencias y de sus recurrencias. Gamoneda crea metáforas al ritmo de su respiración: respira metáforas: “Amé las manos / grandes de mi madre y / aquel metal antiguo / de sus ojos y aquel / cansancio lleno de luz / y de frío”. Y metonimias: “Vi / la pasión giratoria de los pájaros / sobre la máquina azul de la alegría”. Miguel Casado habla de cómo, en Gamoneda, “la imagen cifrada, el tropo, reside en la mirada”. Su mirada se cierne sobre su cuerpo, sobre las cosas, sobre los amigos artistas y poetas a los que a veces se dirige en sus poemas, sobre el recuerdo de su madre, sobre su nieta Cecilia, pero en realidad todos ellos son meras excusas para continuar con su discurso sobre la muerte, para hilar la realidad real a lo que de verdad importa al poeta: su conversación con la muerte. El diálogo consigo mismo, la búsqueda de su alter ego como interlocutor, da cuenta de un doble Gamoneda: el omnisciente y lúcido que habla con enunciados sentenciosos desde una experiencia intelectual y reflexiva, y el Gamoneda al que el primero cuestiona, el vulnerable, abatido y dolorido que se expresa con un lenguaje nacido de los hondos cimientos del ensimismamiento y la congoja, de la subterránea red de hilos emocionales y de entrañamiento. Entre ambos “gamonedas” se sitúa el diálogo con los otros, su necesidad de encontrar interlocutores válidos para un duelo común, hallar cómplices de su concepción del mundo, de su búsqueda de un lenguaje que pueda explicar la desolación del hombre. Por eso elige a poetas y artistas que suponen para él una extensión de su propio universo: Ángel Campos –en un poema estremecedor y bellísimo-, Juan Gelman, Lezama Lima, Akira Kurosawa, Eduardo M. Torner, Román Hernández, Jan Vermeer… y tantos otros. Todos los tropos, símbolos y texturas poéticas demuestran a su vez que la conciencia de la palabra es parte indivisible de su discurso: la palabra aloja una densidad doble porque habla de sí misma también, del lugar de honor que tiene en la sustancia de su verso. No habría tanta belleza en este libro si no hubiera sido cuidado y mimado su lenguaje, siempre en la órbita de un irracionalismo (menos extremo, sin embargo, que en el resto de sus libros) extremadamente poetizado que construye sus versos en vaivén, desde el largo versículo hasta el verso de dos sílabas –frecuentemente, no podía ser de otra manera, “no”-, siempre en los límites del extrañamiento. Una disposición tipográfica de apariencia caótica pero que responde siempre al movimiento emocional. “Vivir: avanzar ciegamente / hacia el gran sueño blanco”. A veces basta un verso para comprender un mundo. El mundo de Gamoneda, inexorable, avanza hacia la perfección. Pero la perfección no es ese lugar de límites irreductibles desde donde no es posible ya avanzar sino un vaivén de sombras y de luz donde se mece la estrechura y la grandeza del hombre. Gamoneda ha dado un paso más con su estremecedora “Canción errónea”. Y no ha errado.

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Trozos heridos somos

n Ainize Salaberri «No era mentira, no, / la vida no era mentira. Trozos heridos somos, / trozos que se mutilan.»

que metió la cabeza en el horno, así como Sexton es algo más que una simple trastornada, Princesa Inca sea algo más que una poeta a la que, simplemente, se le dan bien los poemas. Porque, en realidad, es muchísimo más que todo eso: es una mujer lo suficientemente cuerda como para parecer loca. Y hablo, en todo momento, desde el punto de vista literario.

Febrilidad. Locura. Transición. Supervivencia. Sangre. Entrañas. Que la literatura, y en especial la poesía, duela, arañe, desgarre. Entiendo la poesía como un acto desgarrador que ha de dejarnos tiritando, llorando en una esquina, cuestionándonos el valor de la vida, de nuestra sangre, de nuestras entrañas. También la entiendo como un proceso de curación: es necesario el duelo para poder seguir armando la batalla y sus estrategias, para poder seguir yendo a la guerra con las ganas de victoria en la punta de la lengua. Que quien escribe se deje las vísceras sobre el papel y quede relegado a un puñado de despojos humanos malolientes. Que quien posea el don de la palabra, el don de transformar lo bello en grotesco y viceversa, sea capaz de desnudarse en cuerpo y alma, sea capaz de abrirse en canal y gritar, sin miedo, esto es lo que soy, y no avergonzarse, no correr a esconderse después. No actuar ni pretender, sino simplemente ser, en toda su esencia. Y, que lo que quede del escritor, del poeta, sea algo más que una imagen distorsionada de la realidad. Que así como la Duras era algo más que una borracha, así como Plath era algo más que una madre

«Tengo tantas ganas de morir que viviré» es una de esas sentencias que no sabes si meterte al bolsillo o a la boca; masticarla, tragarla, devorarla, y considerarla el leitmotiv que guíe tu vida desde ese momento en adelante. Algo así decía también esa Alejandra de la que habla la Princesa Inca en sus poemarios: «Alejandra, tengo miedo / de ir a ti y no saber volver… / Alejandra, tengo miedo de meterme en ti y no volver, / perdida en tus laberintos… / Cuando te miro temblando hecha de prisa, / huyo a los sótanos de mí… / Y son tan oscuros, tan oscuros, Alejandra… / Casi como los subterráneos de ti… // No sé, Alejandra… Te vuelves tú misma laberinto… / Y me echas tu aliento caliente en la boca… / Y es entonces cuando ya no sé volver… De tu boca no sé volver… // Alejandra, cuando me das tu saliva, ya no sé volver de ti.» Princesa Inca crea imágenes y escenarios, paisajes, tremendamente brutales, tremendamente invasores, tremendamente bellos (y, como todo lo bello, dolorosos). Es esa capacidad la que la acerca a poetas 81

como Alejandra Pizarnik o Anne Sexton, ambas tan demoledoras como certeras; ellas eran capaces, sin apenas haber gastado la punta del lápiz, de crear un torrente de sentimientos que te agarraban por el cuello y te dejaban extasiada. Los poemas en los que Sexton se compara con una muñeca (recurrentes en todo su poemario Live or die), por ejemplo, son poemas con un par o tres de palabras en cada verso que, y no exagero, son puros latigazos. No hay paz en esos poemas porque no había paz en Anne Sexton. Esa, considero, es una de las características básicas en todo creador, sea del tipo que sea: no debe haber paz en su vida; la paz relega al artista a una suerte de placidez que nada tiene que ver con el arte, que nace del lodo, del ataud. Anne Sexton lo sabía bien. Lo mismo ocurría con Pizarnik: una frase y había creado un mundo, pero no un mundo cualquiera: un mundo en el que los abismos eran la llave que abría todas las puertas, las buenas y las malas; eran los abismos los que apaciguaban el dolor. En Pizarnik, como en Sexton, como en Princesa Inca, el mundo está puesto del revés. Pero, y aquí está la clave, esa es la única forma posible –poniéndonos del revés– en la que podemos sobrevivir. Ellas lo sabían, y Princesa Inca lo sabe, de antemano, y juegan con ventaja. De ahí nuestra estupefacción al leerlas, de ahí que asintamos en cada verso, de ahí que debamos cerrar el libro de tanto en tanto y tomar aire. La vida, en realidad, se encuentra dispersada en esas páginas, aunque esas páginas nos hablen de sangre, de muerte, de dolor, de desgarro, de desmembramientos. Es precisamente por eso por lo que podemos, después, contemplar la vida desde una perspectiva más segura, más confiada, menos cabrona. Sus versos son granadas, versos que te dejan las tiras de piel colgadas de un árbol mientras te dice ahora hazte el cuerpo sin ella; sin poros, sin respiración, sin medusas aplastándote la traquea e insuflándote veneno. Difumino tus ojos en el silencio: has besado mi herida con una luz que yo no conozco. Mis manos ya no son solo el camino rajado de sus venas. La literatura debe ser transparente, pero no categórica. La literatura, especialmente la poesía, debe marcar un antes y un después, debe rellenar huecos que ni nosotros mismos sabíamos que estaban vacíos. Debe ser una espada en mitad del estómago, una vena que se rompe y para lo que no existe hilo. Los poetas deben transmitir su ser con la sabiduría y la puntería de quien sabe que sólo le queda una bala en la recámara. La poesía debe contener belleza a través del horror. Los poemas deben ser una sucesión de astillas que van clavándose en los ojos, en las manos, en el pecho, en el vientre, en los pies; astillas que, al mismo tiempo, quitan otras astillas. El poeta debe ser un ruletista, el poeta debe ser verdugo, siempre. ¿Cumple Princesa Inca todas estas premisas? Las cumple. El poeta debe hablar del miedo, de la sinrazón, del estupor y los temblores, de la amenaza, de la guerra que hay dentro de uno mismo, siempre, aunque pretendamos lo contrario; debe hablar del amor, de la herida, de la sal en la herida; debe hablar de la condena, del cuchillo sobre la piel, de la locura; debe hablar de la muerte, de la necesidad, de la supervivencia; debe hablar de uno mismo mientras habla de los demás, debe darnos las claves para combatir la deshumanización y el terror; debe dejarnos un poso de esperanza, un resquicio de inocencia, un mapa que seguir en la vida. Princesa Inca lo hace. La Princesa Inca rompe nuestros huesos y hurga, escarba, remueve en todo aquello que somos, que fuimos e incluso que seremos, y nos deja tiritando en una calle cualquiera de una ciudad cualquiera en una noche cualquiera. Somos, de repente, en sus manos, una niña presa, una niña que «quemando en su temblor va esa chica», que «sobre el asfalto cae gris tu mirada / que odia y se traga lo que gritaría.» ¿Qué diferencia “La mujer-precipicio” de “Crujido”? Precisamente eso: hay una esperanza que late al fondo del túnel; una esperanza que se arremolina en nuestros cuellos, que recurre a la carótida y a la ternura, y nos asiente con la cabeza mientras contenemos la respiración, asustados. Al fondo, y no tan al fondo como parecía, hay un hogar, un hogar moldeado para cada 82

uno de nosotros. Princesa Inca duele pero cura. Y “Crujido” no es más que el mapa del tesoro de todo buen buscador de terremotos. En “La mujer-precipicio” hay locura, hay amor, hay dolor, hay desamor, hay muñecas, hay guerra, hay sangre, hay sexo, hay entrañas esparcidas por las paredes y las páginas, hay restos de naufragios que te asaltan a la cara y te ahogan por unos segundos; hay insomnio, hay veneno, hay algo que arrebata, que roba, que quema. Algo que se incencia en cada verso. Y es que, como ella misma dice: «no son palabras sino gritos lo que escribo.» no quieres conocerte… Por eso te susurran los muertos al oído, como ruido de hojas en los parques, no quieres conocerte… y volver a recordar que la soledad devoraba, en la noche, en la sombra, en tu casa, en tu infancia borrada, besaba, lamía, tus piececitos blancos, de niña, la soledad te devoraba. * Llevamos muchos últimos deseos no cumplidos, y esos deseos pasan a las venas y laten… Por eso cumpliremos el último deseo: abrirnos en canal las muñecas después de habernos amado y bebernos la sangre las unas a las otras como sanguijuelas que divisan paraíso y ceniza. “Crujido” es intimista, es desgarrador: «esta soledad de piel de cuchillo», «quisiera amar con los huesos y la fiebre», «como una libertad sin alas/suenan sus cuerpos desnudos», «y un hambre de piel narra la saliva». Es un poemario febril pero natural, que no distorsiona la realidad sino que la eleva a un estado donde la sangre ya no sabe a hierro sino a algo mucho más adictivo. No hay barreras, el límite es uno mismo. “Crujido” es una sacudida, es un despertar; es una elección maravillosa de palabras que en ella, en Princesa Inca, parece tremendamente natural, como si vomitase las palabras, como si fuesen sus entrañas las que dispusiesen el orden de la batalla. “Crujido” aborda un abismo que a todos nos ha de ser familiar, un abismo que nos explota y nos renace por dentro. Pero, ojo, es también peligroso.  Es un poemario que arrasa. Y, pese a su libertad, pese a su esperanza, pese a la luz que Vilariño, por ejemplo, dibujaba en sus poemas, lo que Princesa Inca escribe en “Crujido” es descorazonador. Pero tan lleno de vida… que creo que es la única forma real de vivir. Porque sólo se necesita saber llorar o llorar para vivir, y luego remontar la cuesta desnudos, y el pozo o la sombra, y porque el viento juega a favor de los que aman y escuchan. Anne Sexton dijo, en su poema “La adicta”: «I am on a diet from death». “Crujido” también parece estar a dieta. La muerte es ya un alimento prohibido. Y, en su poema “Vive” Sexton dijo: «La muerte ha estado aquí / durante mucho tiempo». En “Crujido” también. Pero “Crujido” ya no es muerte, es el orígen, son las raíces y las ramas, el tronco y el tempestuoso aire que lo zarandea. Tras la tormenta, la calma. “Crujido” es visceralidad, es hambre y sed, son hilos, son agujas, son camillas llenas de sangre, de palabras. Es el antídoto, en realidad, para cualquier mal que nos aceche. Es un refugio, no una trinchera. Y debemos dar las gracias por ello. Una vez más, son los poetas los que luchan por nosotros y rescatan lo bello entre la masacre. Porque “Crujido” también es una matanza con final feliz. Cruda, contundente, cristalina. Es la sabiduría del cuerdo, no del loco. «porque te cansaste de caminar hacia ti y no llegar nunca, / porque estás cansado y tienes miedo / y guardas golpes en tu habitación sin ventana.»

n Ainize Salaberri Obligada pregunta, aunque tópica: Eres librera porque... He heredado la genética librera de mis abuelos y padres que fueron también libreros. Crecer entre libros lleva hasta aquí. Un buen librero es el que...

Júlia Secall Roca esta al frente de una librería que acaba de cumplir 69 años. 69 años de vivencias, de libros, de poemas y novelas que han dejado su marca sobre ese cemento que apenas se ve de tanta sabiduría que puebla en ella. Una librería con solera, con historia. Una librería que su “parroquia” no olvidará nunca. Tampoco ninguno de los integrantes de estos 69 maravillosos años.

Es el que consigue un cliente se acuerde de quién le vendió un determinado libro y el que consigue esta necesaria empatía entre el trío librera-libro-cliente. Llibreria Roca ha celebrado este año su cumpleaños número 69. Allá por el 1944 se abría la librería. Cuéntanos la historia, la tradición que ha quedado, cómo se te inculcó el amor por los libros. Si no me equivoco eres la tercera generación al frente de la librería. Sois una librería con solera, con tradición, un referente. El buen culpable de todo es mi abuelo. El fue mi prescriptor de lecturas de pequeña: iba dándome libros de Verne, Kipling, y poco a poco iba metiendo alguno que no era demasiado para mi edad para ver queé pasaba. Recuerdo

que recorría siempre sus estanterías repletas de libros y ansiaba la elección de aquellos que eran “diferentes”, de los que me decía: «Ahora toca este, pero no hace falta que digas nada a tu madre». El recuerdo que tengo de mis ratos infantiles en la librería es el de hombres immersos en conversaciones envueltos en un nubarron formado por el humo de cigarros  hablando de teatro, libros y mil cosas que por la edad no llegaba a pillar, pero que subliminalmente iban calando y que emergieron más tarde. Mi abuelo materno había tenido una pequeña editorial y era un gran lector. Al cerrar la editorial su vida profesional fue por otro camino y cuando se planteó abrir algún negocio con mi abuela lo primero que le dijo fue que si quería que él la ayudase la única opción era una librería, y así fue. Continuaron el negocio con mis padres y allí me metieron a mí, «a ayudar como está mandado». Hasta finalizar la carrera fui maestra, compaginaba estudios y librería. Durante años, hasta la jubilación de mi madre, me dediqué a dar clases de natación, clases de catalán y faena libresca. Actualmente mi dedicación a la libreria es mi única y apasionada dedicación. De momento llevamos 69 años de librería y espero llegar a celebrar muchos más.

¿Cómo fue tu primer día en la librería? ¿Qué sentiste aquella primera mañana en la que una nueva generación se hacía cargo de ella? Y, ¿qué sientes cada mañana cuando llegas a ella, abres las puertas y los libros cobran vida? Como te he dicho que empecé mis andaduras por la libreria muy joven, a los doce años, ayudando a mis padres. A menudo, eran otros tiempos, me dejaban sola en la librería. En los años 70 pasaban por las librerías unos señores entrajados, inspectores que venian a controlar si en la libreria teniamos libros «subersivos». La consigna era naturalmente decir que no y mirar hacia la otra punta de la librería y, naturalmente, esto hizo que la curiosidad creciera y dediqué las tardes en que estaba sola a leer todo lo que había escondido detrás de las estanterías: Henry Miller, Annaïs Nin, escritores catalanes, “El retrato de Dorian Gray”, “Madame Bovary”... Soy más de noche que de mañana. El momento de poner la llave en el cerrojo, apagar las luces, quedarme con poca luz en la librería tiene mucha magia para mí. Quedarme a solas con los libros me transmite una energía especial, me contagia de un algo difícil de contarte, y hace que establezca una especie de silencioso diálogo con ellos; compartimos, antes de decirnos «hasta mañana», dulces y amargos momentos. Desde que Llibreria Roca abrió sus puertas el sector editorial y el

comercio han cambiado de forma considerable. ¿Hay algo que creas que debería recuperarse de esos primeros años de vida? ¿Crees que el modo en el que vivimos y nos relacionamos hoy en día con respecto a la literatura ha ido de menos a más con el paso del tiempo? Intento mantener el modus vivendi con el que inicié mi camino libresco, compartir con mi gente mi trabajo y mantener el calor humano que desprende una librería. Puedo asegurarte que con el tiempo, y ahora más, la gente busca el trato personal en una librería; agradecen y esperan qué les dirás de un libro y piden consejo lector. Esta es la difrencia que encuentran entre los libreros y los vendedores de libros. ¿Está condenado el librero a dejarse la piel de lector en la puerta de la librería o aún es posible retrasar el momento en el que el librero sea un simple vendedor? ¿Está condenado el librero a esa bipolaridad que nace de lo que venderíais y lo que el cliente compra? ¡Esta condena no la voy a sufrir! Es imposible concebir el oficio libresco sin la lectura. Está claro que hay libreros y vendedores de libros. Yo siempre digo que al comprar libros están los que me comprará la gente y los que yo venderé, que no siempre coinciden. Hay muchos libros a los que sólo digo «hola qué tal», les permito compartir espacio; y otros muchos que son uno más de la Libreria Roca. Debo

confesar que tengo según qué títulos de estos que la gente compra a kilos un poco camuflados, no sea que el resto de libros deseados se me revolucionen y provoquen una masacre libresca. Ante todo, ¡respeto por los gustos lectores de mi parroquia! ¿Qué ofrece Llibreria Roca apasionado de la literatura?

al

He pensado que sean los parroquianos quienes respondan: «La posibilidad de descubrir obras y autores. La tranquilidad de saber que cualquier recomendación es sincera, independiente, no mediatizada por modas o intereses comerciales. Literatura de calidad, sean clásicos o novedades, y la capacidad de la librera de hacer recomendaciones personalizadas y específicas para cada uno de sus clientes.» (Núria) «Un templo. Un lugar donde poder profesar mi religión, la lectura, sin restricciones ni normas.» (Jordi) «Una librería que cuida al lector, al día de las novedades pero interesada en preservar un importante fondo donde podemos encontrar clásicos, obras imprescindibles para cualquier lector. La Roca es un lugar donde te asesoran si no tienes claro qué libro escoger, un sitio excelente para los amantes de las letras.» (Gemma) ¿Qué significa para ti estar al frente de la librería?

Me hace feliz y me llena, disfruto con mi trabajo, y esto no tiene precio.

¿Tiene el librero algún peor enemigo? A alguien he escuchado que los comerciales...

¿Qué no eliminarías nunca del oficio de ser librera? ¿Hay algo que sí eliminarías?

A estos no los tengo ni de enemigos... Sólo a alguno como buen amigo. Ya te he dicho que mis enemigos son estos editores que parece que ni ellos leen lo que pretenden que nosotros vendamos, y también estos editores y grupos editoriales que colocan libros para vender en espacios que no son librerías.

El tacto directo con la gente que entra a la librería, esta relación que alimenta y enriquece. Eliminaría bastantes catálogos y listados de según qué editoriales; roban tiempo, aunque cada vez menos. Y, dicho sea de paso, invitaría a leer a algunos editores que pretenden que leamos y vendamos lo que ellos editan. Las librerías... ¿Deben «renovarse o morir»? ¡Odio esta frase de renovarse! Cierto es que los tiempos han cambiado, pero el libro continúa siendo lo que es y por tanto la historia pasa por utilizar los recursos que se nos ofrezcan para realizar mejor la tarea que nos planteamos. La gente lee si les contagiamos pasión por los libros y por la lectura y esto es lo que hay que conseguir y por lo que hay que luchar. El trato con el cliente, las relaciones comerciales, las facturas, el inventario, las devoluciones, la feria del libro y los cargamentos de libros que entran por la puerta... ¿Cuál es la labor que más te gusta desempeñar? La de vender los libros que he comprado pensando en alguien en concreto y esperar poder ofrecer a los parroquianos cositas que me apetecería compartir.

¿Qué autores no deberían faltar nunca en una librería? Los autores que recomendaré y los que gustan a mi parroquia. En el plano más personal... ¿Qué autores te hacen vibrar, qué autores podrías releer una y otra vez sin cansarte, qué autores traerías de vuelta al mundo? ¡Uf, hay muchos! Depende del momento vital y de lo que me pide el alma. Releo Woolf, Kavafis, Maria Mercè Marçal, Erri de Luca, Paul Auster, clásicos griegos, filosofía.... Traeria de vuelta a Virginia Woolf. ¿Qué tres libros recomiendas a los lectores de G&R? ¡Sagrado esto de recomendar! “Arriba esta todo tranquilo”, de Gerbrand Bakker, editado por Rayo Verde. “En lugar seguro”, de Wallace Stegner, editado por Libros del Asteroide.

¿Cuál sería tu librería ideal? Mi librería es muy chiquita, demasiado, así que me gustaría tener una librería más grande, pero no en exceso, que permitiera tener el rinconcito tranquilo para mis descansos laborales en la librería y que los clientes pudieran utilizar para hacer catas de libros, tranquilos, sin prisas, con un vinito o un café, y así poder compartir con ellos ratitos aparcando mi rutina diaria y solitaria. Repito una pregunta que le hice a Marina, la librera de Literanta: habrás visto y oído de todo pero... cuéntanos: un momento bochornoso (o vergonzoso) y un momento feliz y placentero. Más que bochornoso, fruto de mi edad. Tenía quince años y vino una amiga de mi hermana a comprar un libro de una serie que estaba muy de moda entre las adolescentes de aquellos tiempos. Yo no había leído ninguno y a la pregunta de cuál se llevaba le di, de los que había, el que estaba repetido. A los pocos días vino y me dijo «vaya bodrio me has vendido». Aprendí que esta no era la consigna para vender libros. Y de momentos entrañables... ¡Un montón! Uno de los últimos: entró una chica a quien veía por primera vez con recomendación de un amigo y me pidió un libro para regalar a un amigo. Ella me indicó un título de estos de autoayuda que no tenía y le propuse un libro, “El sol de los Scorta”. Cuando iba a envolverlo va y me dice: «¿Se lo puedes dedicar?» Ni conocía al chico ni sabía nada de él, pero se lo dediqué. A las pocas semanas se me abrió el chat de la librería con un mensaje del chico.... ¡Sin palabras!

TEST RÁPIDO Una escritora: Virginia Woolf Un escritor: Paul Auster Un libro que salvar de un incendio: ¿Sólo uno? Me acabas de dar una idea: voy a agrupar mis costillas librescas en un rinconcito y así voy directa. Seguramente el primero que leí de Virginia Woolf, “Las olas”, y de paso y a escondidas “Palabras para Julia”, de J.A. Goytisolo, que me dedicó un día cenando en casa. Resucitarías a: Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Anaïs Nin, María Mercè Marçal, Homero. Montarías una librería en... En Valls, donde estoy. Un libro para regalar siempre: Regalaría el que más he vendido en mi vida libresca: “En lugar seguro”. Una ciudad literaria: París, Praga Un estilo literario: Novela realista, psicológica, de relaciones humanas. El libro que más te ha hecho reír: No leo libros «divertidos». Leyendo sólo me río, y a veces lloro, con Mafalda. El libro que más te ha hecho llorar: me ha hecho llorar “En lugar seguro”. La mejor literatura es la que... La mejor literatura es la que deja pósito, que te remueve, te hace cosquillas y te emociona.

Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976), ganador de premios importantes como el Loewe o el Adonáis, vive a caballo entre Bruselas, Madrid y su Córdoba natal. Es complicado encontrar un hueco para quedar con él y es que, nada más pisar el cielo de Madrid, las amistades que tiene en España le buscan para charlar y refrescar la memoria festiva por las viejas calles del barrio de La Latina. Alguien que le conoce muy bien me dice que él siembra y mima esas amistades. Quedamos en una taberna con solera, con una encimera de aluminio dormitando sobre una barra de madera tallada de sueños, abrazos y noches. Llego antes y ese cosquilleo a la hora de empezar una entrevista sigue manteniéndose como la primera vez. Aparece Joaquín y, familiar como es él, saluda al camarero que se refugia tras un libro. Unas cañas, una mesa de mármol y pasamos a otra dimensión.

JOAQUÍN PÉREZ AZAÚSTRE n J. Álvaro Gómez Viendo tu biografía me llama la atención que no eres el primer poeta que conozco que inicia sus estudios de derecho y luego se inclina por la poesía, ¿tanto tiene en común el derecho y la poesía, no serán troncales? Somos legión. Federico García Lorca empezó a estudiar en Granada derecho y filosofía y letras, y la única que terminó fue derecho. En principio es la única carrera que, relacionada con las letras, tiene más salida. Y cuando uno es joven y quiere escribir, como era mi caso, le da igual qué estudiar. Entonces es cuando la familia te recomienda estudiar derecho para tener una salida profesional. Pero debo reconocer, personalmente, que esta carrera me ha dado un ámbito formativo que por otro lado no lo hubiese tenido. Uno siempre puede leer a Proust, aunque no lo haya estudiado en la facultad, pero nadie que no haya pasado por la facultad coge una mañana el código civil para darle un repaso o saber de él. Creo, además, que para un novelista tener un conocimiento de las relaciones jurídicas, del derecho penal, del constitucional, etc… es muy enriquecedor. Incluso es conveniente para

hacer que una novela sea más realista. Sí, ya que para escribir una novela debes de tener en cuenta los comportamientos sociales, y esos comportamientos giran entorno a los derechos y a las relaciones personales del individuo con su entorno. ¿De dónde nacen sus inquietudes literarias, esas que hacen que un joven adolescente mande artículos periodísticos a un diario de su ciudad natal? En mi caso, el escribir artículos era una necesidad vital. No había publicado nada y comencé a enviar artículos al “Diario de Córdoba” para escribir, para desahogarme. Luego, con el paso del tiempo, se ha vuelto una forma de vida, sobre todo cuando me empezaron a remunerarme por él… Pero cuando empiezas no te pagan, se supone que con publicarte ya te tenías que dar por recompensado. ¿Y ahora? Pues es una labor muy amenazada con la crisis general, añadiendo a ello la crisis singular que vive el sector periodístico. A mí me ha dado un

adiestramiento en la escritura diaria para afrontar temas muy diversos, desde política, deporte, cultura. Me gusta la columna periodística ya que puede incluir de todo, desde poesía hasta el relato corto. Y luego está la oportunidad de poder transmitir tu opinión, tu voz. De la tranquila Córdoba a la loca Madrid, más concretamente a la Residencia de Estudiantes, donde estuviste por una beca desde 2000 hasta 2002, ¿cómo fue el cambio? Todo magnífico. El cambio fue como la teoría del mundo de las ideas de Platón; salir de la oscuridad de las cavernas y ver la luz. Madrid, como decía Umbral, “Madrid, rompeolas de todas las Españas”. Cuando uno nace en una provincia como Córdoba y quieres ser escritor, debes pasar por aquí. Todos los escritores de la generación del 27 o del 98, Machado, Valle-Inclán, Lorca, todos se vinieron a Madrid.

Pero, ¿por qué motivo? Un poco por los contactos profesionales y el entorno laboral que hay aquí. Y este es uno de los mejores sitios de habla hispana para ello sólo comparable, quizás, con Guadalajara en México o Buenos Aires en Argentina. Pero está claro que primero es Madrid y, en España, después Barcelona. ¿Y cómo Madrid?

viene

un

joven

a

Uno no viene a escribir. Yo vine con los ojos despiertos y los oídos abiertos. Mi principal preocupación, por aquel entonces, era que, en la sociedad de la información y donde todos mis amigos ya habían viajado por media Europa en interraíl, cómo me podía acercar al lector con mis 18 años y viviendo en Córdoba; y es que Kafka sólo hay uno. Yo soy un escritor de la calle, de la observación y de las sensaciones. Qué puedo contar a un

lector de 40 años que se ha separado, que ha cambiado de trabajo y que ha vivido veinte años más que yo, cómo me puedo acercar a ese lector desde la humilde Córdoba. Como escritor, Madrid es una ciudad buenísima. En poesía, lo primero que publicas es “Una interpretación” (Rialp, 2001), al que conceden el premio Adonáis de poesía en el año 2000. ¿Qué se le pasa por la cabeza a alguien con 24 años cuando le llaman y le dicen que ha ganado el mismo premio que logró, por ejemplo, Pepe Hierro o Claudio Rodríguez? Coincidió con mi primer año en la Residencia de Estudiantes y también le dio un empujón muy bueno. Hicimos la presentación en “la Resi”, el libro tuvo muy buena acogida, buenas críticas y viajé mucho gracias a él. Durante un año estuve en una nube. Con ese libro comencé a sentirme escritor. Eso sí, pensé que había llegado a alguna parte, pero

luego me dí cuenta que no había llegado a nada. “Una interpretación” es un libro que, desde el primer poema, nos ofrece una poesía con memoria. Los libros de poesía que has escrito - “El jersey rojo” (Visor, 2006), “El precio de una cena en Chez Mourice” (Algaida, 2007)y “Ollerías” (Visor, 2011)- también llevan el sello de la memoria,¿es tan clave la memoria en tu poesía? La memoria es clave en mi poesía, en mis novelas y en mi forma de vida. Es tan clave que hace que nos estemos tomando unas cañas aquí y no en otro sitio. En esta taberna he pasado muy buenos momentos con amigos cantautores y poetas. La memoria te hace volver a los sitios. Me pasa que, cuando me pongo a escribir, esa memoria me viene a la cabeza como una marea que te hace volver a la arena una y otra vez. ¿Pero memoria con tristeza y añoranza? Con los años he conseguido que sea una memoria festiva. Celebrar que aquello ocurrió.

Quizás el destino hace que se nos acerque el camarero para preguntadnos si nos trae otras cañas. No hay duda, es la celebración de lo que estamos viviendo. Vaso bajo y sudado. Unas cervezas bien tiradas descansan ahora bajo la luz de nuestras propias palabras. Continuamos. Reconozco que me he perdido gratamente por las páginas de El jersey rojo. Repleto de imágenes en blanco y negro, y de fotogramas en un cine de barrio. El cine, la fotografía y la poesía son ejercicios muy interiores, ¿no da algo de vértigo quedarse desnudo cuando se finaliza un libro de este estilo? Es posible, una cosa es la desnudez de los elementos o de las personas, y otra es la impudicia. A veces es inevitable no desnudarse al escribir, pero lo importante es no desnudar a los demás. Tengo amigos que, aunque lo hagas con un tratamiento totalmente respetuoso, se han visto tan reflejados en una novela o en un poema que hemos tenido algún problema. Intento no hacerlo, pero mi manera de escribir y la literatura que me gusta es así, muy descriptiva.

¿Hay que escribirlo?

vivir

algo

para

Por lo menos para describirlo. Y se nota cuando hay un escritor y sabe lo que describe. Estoy leyendo a Cormac McCarthy y su novela “La carretera” (Mondadori, 2007), y el autor te describe cómo pone en marcha un motor para encender un calentador, con sus piezas y demás. En ese momento intuyes que el escritor ha realizado ese ejercicio. Esa veracidad, que no hace falta que sea un realismo totalmente fotográfico, pero esa realidad de saber que lo que te están contando es real, es difícil. Esa es la literatura que a mí me interesa leer y escribir, una literatura que te ofrece un pedazo de mundo.

“Ollerías” (XXIII Premio Internacional de la Fundación Loewe). En este poemario recorres la senda del camino de regreso, ¿en este libro está la identidad de Joaquín? En ese libro está el Joaquín a tope —risas—. Ese poemario nace de la necesidad de continuar un diálogo que quedó interrumpido cuando murió mi abuela. Mi abuela significaba la

memoria familiar y casi la memoria del mundo. Cuando falleció no sólo sentí la carencia de ella, sino que sentí que nos había quedado mucho por hablar. ¿Y cuándo surge el libro? Nace cuando me piden para El Cultural de El Mundo un poema. Lo titulé Las Ollerías y le hablaba a un tú. Un tú femenino que era mi abuela. Cuando terminé ese poema, que me encantó escribirlo, sentí que había abierto una puerta. Durante dos años estuve entrando por esa puerta cada vez que me sentaba a escribir poesía. En esa conversación hablo de todo; de mi memoria, de mis relaciones personales. En fin, lo que conforma la identidad de una persona de treinta años. ¿Un balance? Más bien un autorretrato de uno mismo. Con ese libro me quedé muy satisfecho, me sanó.

Además suele hacerme descansar un género de otro. Lo voy alternando. Vamos con tu último libro “Los nadadores” (Anagrama, 2012). Nace, según he leído, de la soledad del nadador, pero ¿y la soledad del escritor en la fase creativa? La soledad del nadador, a veces, puede llegar a ser acogedora. Tienes una seguridad ya que controlas tu cuerpo, te sientes protegido por el agua, notas el espacio en el que te mueves, y esa soledad a mí me reconforta. Sin embargo, la soledad del acto de escribir me da zozobra, sobre todo cuando no sabes hacia donde camina lo que estás escribiendo. Date cuenta que una novela no dejan de ser dos años de tu vida. Un tiempo donde te estás jugando mucho, donde piensas si te estarás repitiendo o si estás evolucionando con respecto a la idea inicial… En ese momento hay que tener mucha autocrítica en soledad. ¿Se juega uno mucho?

¿Y se fue ese sentimiento de la charla inconclusa? Me quedé tranquilo. Pero me pasa que, una vez que termino de escribir un libro, los asuntos que trato no dejan de importarme sino que dejan de preocuparme. Y es que, cuando tengo una preocupación y la plasmo en un poema o en una novela, después me deja de doler. En poesía, una vez que uno se ha encontrado con lo que quiere escribir, ¿hacia dónde se dirigen los pasos? Ahora estoy escribiendo un libro, que va a ser sólo un poema largo, y que se pregunta sobre la poesía dentro de la historia actual. Pero Joaquín Pérez no solo se adentra en la poesía nada más ganar el premio Adonáis, sino que se lanza con una novela “El cuaderno naranja” (Osuna, 1998), ¿la narrativa y la poesía son mundos distintos? Son distintos, pero pueden convivir perfectamente dentro de uno mismo.

Date cuenta que durante esos dos años tienes que vivir. Y de esos dos años va a depender tu futuro, va a depender como va a irte profesional y personalmente tu futuro. Y para eso uno tiene que observar los horizontes que tiene detrás y volverlos revisar. Es complicado. ¿Y con los nadadores miraste hacia atrás? Después de escribir personajes que están más o menos relacionados con el ambiente cultural —en las novelas “América” (Seix Barral, 2004) y “El gran Felton” (Seix Barral, 2006) aparecen autores como Hemingway, Zelda y Scott Fitzgerald, en “La suite de Manolete” (Alianza Editorial, 2008) salen personajes del cine y de la cultura de aquella época—, comencé a preparar otra novela. La estuve organizando durante tres meses y cuando la empecé a escribir me di cuenta que el protagonista volvía a ser un escritor. Cuando me percaté de ello me sentí incomodísimo. Entonces paré e inicié Los nadadores.

¿Y esa novela dónde ha quedado? Esta parada, era una novela que me di cuenta que no era el momento de escribirla. Fue una crisis que tuve. Y bendita crisis… Efectivamente, pues “Los nadadores” ha tenido unas buenas críticas. En julio sale en ebook. Para el próximo año la publican en Estados Unidos, Francia, Italia y Turquía, para mí es una novedad el tema de la traducción. ¿Entonces, en una novela o en un poema, si no estás convencido…? Hay que dejarla en el cajón. Si no estás convencido de algo, ¿cómo vas a defenderlo frente a las críticas? En “Los nadadores” he intuido guiños al 15M, a la situación económica actual, las protestas educativas, a las actuaciones policiales… ¿es tiempo de compromisos desde la literatura o falta ese compromiso? Falta compromiso en todo, no sólo en la literatura sino en la calle. No he pretendido hacer una novela social, pero al final ha salido; es hija de su tiempo. Es tiempo de posicionarte. El final de su último libro queda abierto. A mí me angustió ese afán de individualismo que tiene el protagonista, que es el mismo que nos demandan desde las altas esferas. No importa que todo desaparezca si hay un “hombre-pez” al que poder ganar. ¿Estamos llegando a ese extremo, al de Jonás – protagonista del libro-, un hombre que compite aunque se esté quedando solo? Es una competición y una anulación como individuos. Estamos dirigidos hacia la peor versión de nosotros mismos. El escritor, mejor dicho, todas las personas, debemos de revelarnos contra eso. Cada vez hay más escritores y cada vez menos publicaciones, ¿cómo ve el panorama literario

actual? En España creo que hay mejor narrativa que poesía. Vivimos una crisis que puede acabar con todo, esa crisis es la gratuidad de Internet y el no respeto a la propiedad intelectual. Nadie cuestiona que la duquesa de Alba sea propietaria de media España, pero todo el mundo cuestiona el poder bajarse un libro gratis. Todo el mundo respeta el derecho a la propiedad, pero no así el derecho a la propiedad intelectual. El gratis total puede acabar con editoriales, escritores y autores. Se mantendrán aquellos que puedan vivir de otras cosas. Es tiempo de cambios. Lo importante es que sigamos leyendo a Juan Marsé, en tablet, ebook o papel. Hace poco, alguien me insistía en el tema de internet refugiándose en el “se puede hacer”. Claro que se puede hacer, también se puede bajar gratis pornografía infantil, pero es ilegal e ilegítimo. No se puede utilizar eso de “se puede hacer”. Si abolimos la propiedad privada, la abolimos para todo. Pero aquí se habla del precio de los libros… Pero nadie dice nada cuando se paga diez euros por una copa. Un libro cuesta lo mismo y te va a acompañar toda una vida. Estamos en una sociedad bárbara, en Estados Unidos o en Francia el tema de las descargas

está casi solucionado, el concepto de la cultura es opuesto al que tenemos aquí. Ojo, pero esto no significa que esté en contra de internet, de lo que me quejo es del uso que se hace para determinadas funciones. Es que se habla de la cultura como bien general para todos.

Libro que se está leyendo en la actualidad. Trilogía de La frontera de Cormac McCarthy –Todos los hermosos caballos, En la frontera y Ciudades de la llanura–. Para escribir, ¿el día o la noche?

Claro, pero a que nadie llega y dice que el pan debe de ser gratis. Y mira que necesidad más importante que el comer no hay nada, a qué nadie protesta por pagar por el pan, en cambio se protesta por tener que pagar por un libro. La cultura es siempre la más maltratada.

El día, sobre todo la tarde.

Se nota que Joaquín ha mantenido, en más de una tarde, una sobremesa con este tema encima del tapete. De nuevo el destino decide traernos dos cañas frías y las deja, sonoramente, sobre el mármol. Aunque el momento y la charla está siendo un bello sueño, es tiempo de ir cerrando la conversación..

“Kafka” de Pietro Citati, de la editorial Acantilado. Y, aunque quede un poco pedante, “La Odisea” y “La Iliada”, estos dos libros me los llevaría a una isla.

¿Qué próximos proyectos tienes entre las manos? Tengo una novela y, como ya hemos comentado antes, un poema largo. Ya estamos terminando, y vamos a finalizar con una tanda rápida de preguntas con respuestas cortas:

Papel y bolígrafo u ordenador. Ordenador. Y por último un recomendaciones.

par

de

Salimos de la taberna con los ojos y la mente liberados, nos encontramos con la realidad, es como si regresáramos de Ítaca y nos enfrentáramos con los brazos tangibles de la añorada Penélope. Buscamos otro bar para refugiarnos del cálido otoño de Madrid. Andando bajo la sombra alargada de Joaquín veo un cartel que reza “Los paraísos desiertos”, en este caso el destino no acierta, los paraísos siguen estando llenos. Doy fe.

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RESEÑA BREVE Poco después de terminar el rodaje de Lolita, en 1962, y antes de enfrascarse en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, Stanley Kubrick estuvo a punto de desarrollar el proyecto más transgresor de su carrera. Una película pornográfica de gran presupuesto, apoyada por una gran productora y con grandes estrellas de Hollywood. Una obra que nunca llegó a realizarse pero que Terry Southern, uno de los instigadores, sí que convirtió en un libro que sí que parece de auténtica ciencia ficción. Como un director prestigioso gesta una idea loca mientras ve una película porno con unos amigos, se alía con un productor, se enfrenta a mil y un obstáculos, debe rodar en un lejano (para él debía ser como hacerlo en Luna) y minúsculo como Liechtenstein y convence a estrellas del celuloide de que el reconocimiento está garantizado a pesar del escándalo. El resultado es una sátira sobre la trastienda de la producción cinematográfica, fluida, entretenida, erótica y, por encima de todo, muy graciosa.

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LIBRO Cuando acabe el invierno AUTOR Mary Ann Clark Bremer RECOMENDADO POR Ainize Salaberri

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de amor a los libros y a la litertura; es convertirse en testigo de excepción de la mentalidad de una mujer que arrasa con esa extraordinaria facilidad para describir pequeños y grandes detalles y para convertir lo aparentemente más trivial en una escena que habremos de recordar para siempre. “Cuando acabe el invierno” pasea de la mano de Virginia Woolf hasta el punto de que parece que ella ha sido la que ha guiado a Bremer por entre las páginas de este breve pero intenso recuento de recuerdos y escenarios. Virginia campa a sus anchas por él y nosotros agradecemos que entre tanta historia personal haya un personaje como ella que nos reconforte y nos ayude a seguir adelante. Esta última afirmación es, sin duda, cierta: a Bremer la ayudó a seguir adelante una Virginia poderosa en sus novelas, intirigante en su vida. Pero hay mucho más, aunque no sean ni cien páginas. Hay algo delicioso que todos debéis descubrir.

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RESEÑA BREVE El poeta Manuel López Azorín se apoya en el flamenco para hacer un sentido homenaje a su padre. En el prólogo el autor nos dice que su padre solía cantar una petenera que decía así: “Quien te puso Salvaora/ que poco te conocía,/ el que de ti se enamora/ se pierde pa toa la vida”. Y sobre esa base, sobre esa tristeza mezclada con la sonoridad alegre del cante, Manuel indaga en la raíz del flamenco, la esencia y la historia del mismo. Sin que el poeta sea un estudioso del mismo y sin que el lector sea un aficionado a dicho arte, la lectura del libro recuerda a aquellos poetas del 27 que dieron voz a un sentimiento popular, nacido del pueblo y para el pueblo. En el libro podemos disfrutar de unas manos cortando el viento, o la voz enredada al aire del desaparecido Camarón. El amante de la buena poesía no debe dejar pasar este libro, aunque no sepa del cante o apenas haya escuchado alguna vieja canción, el viaje por algo tan universal como el flamenco, simplemente, ya merece la pena. 91

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Recomendaciones LIBRO Moscú entre clavículas AUTOR Carmen Moreno y Ángel Muñoz RECOMENDADO POR Salvador J. Tamayo

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RESEÑA BREVE El concepto de Moscú entre clavículas es una especie de cadáver

exquisito en el que lejos de desvelarse el inconsciente creador de Carmen y Ángel como un todo, muestran dos poemarios muy diferentes, complejos, maduros que si bien tienen sentido de forma independiente: Moscú, 1892 y Páramos de clavículas encajan a la perfección. Lograr este equilibrio no sólo es envidiable, sino extremadamente complejo. Páramos de clavículas habla del tiempo, de la soledad y de la nada, Páramo entre clavículas, entre las clavículas, donde bajo el esternón que funciona como punto de inflexión, sólo late una suerte de malditismo alienado. El desencanto y el desencuentro entre el yo poético de Ángel Muñoz y el propio Ángel Muñoz se distancian hasta que entre ellos sólo quedan este puñado de versos: el poema como consecuencia/ vaciar el aljibe quedándose en lo básico del desnudo/ y la vestimenta sea el agua/ que forzada/ se ocupa de escarificar otras pieles (...) sigo creyendo en el sinsentido de las consecuencias/ las causas siempre serán las primeras de la cola. Ángel Muñoz habla de la soledad, como el mejor estado en el que nadie pudiera llegar a encontrarse nunca. Habla de la vanidad, y de la soledad escogida como máximo exponente de autosuficiencia. Moscú, 1982, es Carmen Moreno en estado puro. En estos diez textos no escribe la narradora o la poeta, escribe la mujer. Es innegable que cada texto de Carmen cuenta una historia y transmite una sensación concreta. Estilo pulido, conciso, más maduro y más hiriente que el que podíamos ver en su anterior poemario, Cuando Dios se equivoca. En Moscú, 1982 vemos referencias a Sherezade, Antonio Machado, Edith Piaf, Enrique Morente y Leonard Cohen aludiendo a Lorca, que está muy presente. Incluso me arriesgo a ver semejanzas estructurales en cuanto al ritmo con alguna canción de Joaquín Sabina y el poema «11M», aunque el tema de la canción y el poema sean muy distintos. Cabe destacar en los textos de Carmen la dualidad en sus textos que lejos de mostrarnos dos caras de la misma autora, se resume en una especie de gatopardismo poético. Poemario en el que la violencia política es una protagonista más y que Carmen Moreno sabe tratar con maestría. Lomás importante que le debemos exigir a un escritor es que sea coherente con su tiempo y tanto Ángel como Carmen, cumplen esta premisa. Moscú entre clavículas, donde encontrar pedazos de poesía al leer el libro por primera vez y, no sólo eso, sino que también es el lugar donde el lector puede reencontrarse con el paso de los años y los versos.

LIBRO El valle de los avasallados AUTOR Réjean Ducharme RECOMENDADO POR Laura Bordonaba

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RESEÑA BREVE Cuando un librero con un criterio excelente, y varios amigos, con un gusto exquisito, te dicen que es una novela magnífica, sabes que tienes que adentrarte en su universo. No en vano, el gran Jean-Claude Lauzon la idolatró en su joya cinematográfica, Léolo. Bérénice Eigenberg, la pequeña protagonista de esta novela, se convierte en uno de los personajes literarios más vivos, más de carne y hueso, que servidora haya acompañado, una rara avis en el panorama literario. Novela sobre la infancia, adolescencia, y primera juventud, Bérénice es una niña prodigio con muchos paralelismos pero ningún parecido con Holden Caulfield, el joven protagonista de El guardián entre el centeno, otra de esas novelas inolvidables. Disertadora, políglota, actriz, bailarina... pero también tan desgraciada como lúcida, harta de una vida que, diez años después del comienzo de la narración, la dirige irremisiblemente a un lugar por el que siente una nostalgia irrefrenable: “A ese sitio se entra por la grieta de donde salté”. Conocemos a la prodigiosa Bérénice Einberg cuando tiene ocho años, en una isla del río Saint Lawrence y nos despedimos de ella en pleno desierto israelí, con 18. Entre medio, la veremos odiar a sus padres, crear su propio lenguaje, y caer en una espiral de rabia y odio que culminará con una atroz explosión de violencia. 92

Recomendaciones

LIBRO La buena letra AUTOR Rafael Chirbes RECOMENDADO POR Cecilia Paim

Global Personajes Historia Estilo Ritmo

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RESEÑA BREVE Rafael Chirbes en “La buena letra” es un artista de las letras. No es un escritor ni es un escribidor, ni siquiera una persona que se dedica al mundo de las letras. Cuando una persona le da musicalidad a la literatura como si ya no fuera literatura, sino otra cosa, es un artista. “La buena letra” son unas memorias, son fragmentos de la vida de Ana y de su pasado, es un legado para su hijo. Las historias que cuenta Chirbes en esta novela a retales está por encima del contexto histórico, de lo que pasaba o no pasaba, de si se trata de España o de cualquier otro país, de si estabas en un bando de la guerra o en el otro. No importa nada, porque son pequeñeces, son vidas anónimas que podrían estar repartidas entre todos nosotros. Cuando una novela se vuelve así, universal y atemporal, sólo puede tener un motivo: que la ha escrito un artista. Es una novela seria y muy bien escrita, en la que el escritor (perdón, el artista) nos demuestra todo su talento hasta sacarnos los colores como lector. Está dedicada a las sombras de Chirbes, y de esas sombras, y también de luces, está compuesta la buena letra con la que Ana y su historia se nos quedan grabadas dentro, donde sólo llegan los artistas.

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LIBRO Los solteros AUTOR Muriel Spark RECOMENDADO POR Alba Stephen

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RESEÑA BREVE Muriel Spark posee una capacidad casi sobrecogedora para reducir

cualquier acción, pensamiento o sentimiento al esperpento, al absurdo y al ridículo. Lo demostró en “La abadesa de Crewe”, publicado en Contraseña, y en “Las señoritas de escasos medios2, publicado en Impedimenta. Sin embargo, tras la acidez y la fina ironía británica, Muriel Spark sostiene todo un discurso encubierto, todo un discurso que habrá de ser escuchado porque guarda enseñanzas que harán que a más de uno se le suban los colores. Así como en “El asiento del conductor” Spark se cuestionaba sobre el valor de la vida y la valentía de las personas que la vivimos, en “Los solteros” cuestiona directamente si nuestras decisiones son por entero nuestras o si, acaso, un personaje misterioso (que puede ser cualquiera) puede trastocar toda nuestra vida hasta el punto de dibujarnos imbéciles sobre el espejo de nuestra casa...

LIBRO Sentido sin Alguno AUTOR Agustín Martínez Valderrama RECOMENDADO POR Víctor Lorenzo Cinca

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RESEÑA BREVE Dar el salto del blog al papel es sin duda un difícil reto pero Agustín Martínez Valderrama ha estado entrenado duro: con el triple mortal y doble tirabuzón de su Sentido sin Alguno ha conseguido que más de uno levante el cartel con la máxima puntuación. En menos de cien microrrelatos el autor ha creado un universo propio, lleno de sinsentido, tanto en la forma (juegos con la paginación, con la tipografía del título...) como en el fondo. Aunque las piezas sean independientes, entre ellas podemos apreciar unas leves conexiones (repeticiones, temas recurrentes, detalles, personajes...) que sobrehilan las historias para zurcir un interesante libro plagado de surrealismo, lirismo, humor y absurdidad. Un libro atrevido, publicado por una editorial valiente, para lectores osados y activos. En definitiva, una joya recomendada para neófitos del microrrelato e imprescindible para habituales del género.

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Recomendaciones LIBRO Biblioteca nacional AUTOR Mario Crespo RECOMENDADO POR Rebeca García Nieto

RESEÑA BREVE Si en La biblioteca Global Q Q Q Q de Babel Borges concebía el universo como Personajes Q Q Q una biblioteca compuesta de “un número Historia Q Q Q indefinido, y tal vez infinito, de galerías Estilo Q Q Q hexagonales, con vastos pozos de ventilación Ritmo Q Q Q Q Q en el medio, cercados por barandas bajísimas”; en su último libro, Mario Crespo nos arrastra a las catacumbas de una biblioteca no menos universal: la Biblioteca Nacional. Como no podía ser de otra manera, en este baluarte del saber literario en lengua castellana, el lector va a encontrar referencias a autores tan conocidos como Enrique VilaMatas o Rodrigo Fresán y a otros representantes de la literatura más underground, como José Ángel Barrueco, David Refoyo o el mismo Mario Crespo. Biblioteca nacional cuenta la historia de Pablo Villa, un mileurista sobrecualificado que, debido a una enfermedad, se ve obligado a abrir puertas que antes no sabía que existían. Estas puertas -de la percepción, podríamos decir- conducen al protagonista a una suerte de realidad paralela. A partir de ahí, Pablo empieza a llevar una doble vida: una vida “real” y otra en la red, donde descubre que un escritor, llamado Mario Crespo, le está copiando las ideas. En esta novela, el Mario Crespo real nos hace cuestionar los límites entre realidad y ficción y nos invita a reflexionar sobre las relaciones entre los autores y sus personajes.

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LIBRO Persecución AUTOR Alessandro Piperno RECOMENDADO POR Fusa Díaz

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RESEÑA BREVE Leo Pontecorvo, sentado frente al televisor con su familia, en medio de la cena, se ve reflejado en las noticias: ha estallado como una bomba que ha mantenido una relación con la novia de su hijo. Desde ese momento, Leo se muda al sótano, del que apenas sale, y la vida tras la bomba que le ha estallado en las manos rompe con todo lo que se ha esmerado en construir a lo largo de su vida. Los Pontecorvo, una familia perfecta, burguesa, está completamente rota. No importa si es cierto o no que se enamoró de Camilla, una adolescente, porque en la mente de todos ya ha ocurrido. Alessandro Piperno construye magistralmente una novela psicológica en la que un hombre de fama como Leo Pontecorvo queda reducido a nada: a un hombre metido en un sótano, avergonzado, empequeñecido. Rachel, su mujer, vive arriba y pisa el techo que él mira, y todo sigue sin él. No tiene alternativa, ni siquiera la oportunidad de justificarse. A lo largo de la novela, que transcurre a un ritmo lento, vamos profundizando en cada uno de los personajes: la esposa, los hijos, la novia del hijo, el propio afectado. Y cómo todo lo que creían tener bajo control salta por los aires, dejándolos al raso, totalmente vulnerables. Camilla, una Lolita italiana capaz de desquiciar al hombre más racional, nos sacude lo mismo que a Leo, que de pronto ve en peligro lo que más ha cuidado a lo largo de su vida: la imagen. 94

Novedades narrativa

LIBRO: Un amigo en la ciudad AUTOR: Juan Aparicio Belmonte EDITORIAL: Siruela PRECIO: 16,95€ Andrés está enamorado de Gretchen, la misma joven rubia con la que se metía en líos cuando ambos pertenecían a la tribu urbana de los góticos, y con la que ahora vive y tiene una hija. Pero un día nota que ha cambiado su percepción de ella y no solo de ella sino también de sus amigos, de su trabajo y de su hija. Al emprender una aventura en pos de una solución descubre paulatinamente que su ciudad, Madrid, también se ha vuelto extravagante y que el pasado y el futuro no están dónde él pensaba. Solo un inesperado amigo podrá dar sentido a su particular confusión, a su particular lucidez.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: La hora violeta AUTOR: Sergio del Molino EDITORIAL: Mondadori PRECIO: 16, 90€ Una de las frases que más oye un padre tras la muerte de su hijo es «No tengo palabras». Todo el mundo se queda sin palabras de consuelo en un momento en que los lugares comunes suenan a insulto. Pero Sergio del Molino sí tenía palabras. De hecho, solo tenía palabras, las que forman esta historia de amor titulada “La hora violeta”. Este libro narra un año de la vida de su hijo Pablo, desde que fue diagnosticado de un raro y grave tipo de leucemia hasta su muerte. “La hora violeta” no es solo una apasionada carta de amor de un padre a su hijo, sino también la historia de una búsqueda: la de un término para referirse a los «padres huérfanos». Hay tan pocas palabras de consuelo disponibles que el idioma se ha olvidado incluso de reservar un sustantivo para quienes ven morir a sus hijos. Del Molino expresa sin medias tintas la frustración y la angustia de un padre sin incidir en descripciones sensacionalistas del sufrimiento de su hijo. El resultado son unas emocionantes memorias que trascienden la muerte del niño al que están dedicadas.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Hacer el amor AUTOR: Jean-Philippe Toussaint EDITORIAL: Editorial Siberia PRECIO: 18€ “Hacer el amor” es la historia de una ruptura amorosa. Los protagonistas, una pareja que asiste confundida a la desintegración de su relación y hace el amor por última vez (¿cuántas veces será la última vez?) como si fueran unos completos desconocidos. La ciudad de Tokio es el escenario, casi irreal, del final de su amor. Habitaciones de hotel, neones, calles nevadas, seísmos de baja intensidad, trenes y una misteriosa botella de ácido clorhídrico que acompaña al protagonista en su camino hacia el final, el desamor.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Historia de una mirada AUTOR: Rebeca García Nieto EDITORIAL: Eutelequia PRECIO: 18€ “Historia de una mirada” es la crónica que la abuela Nieves habría escrito de no haber sido analfabeta. La mirada a la que alude el título abarca casi todo el siglo XX y contiene los acontecimientos que marcaron la vida de los Montaraz, una familia castellana acomodada. Años después de la primera comunión de su nieta, Sara, iba a ser ésta quien retomara el testigo de la vida que le fue negada a la abuela. Movida por su deseo de ver mundo y hacerse un hueco en el mundillo del arte, Sara huye de su opresiva familia para acabar cumpliendo el deseo de su abuela, ser bailarina. Aunque lo hará de una forma muy diferente a como ésta había soñado… Tras un largo periplo por Europa en busca de un sitio que no termina de encontrar, Sara acaba en el Barrio Rojo de Ámsterdam trabajando como stripper.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: El hombre que decía haber salvado a Rebeca B. AUTOR: Miguel Ángel Maya EDITORIAL: Alegoría PRECIO: 14€ Las historias de “El hombre que decía haber salvado a Rebeca B.” tienen lugar en Saint Simons, pequeña ciudad de la Costa Este norteamericana amenazada por el óxido subterráneo y el desierto de la superficie, cuyos animalizados habitantes son temerosos, grotescos, simples y cobardes. En casi todas ellas gravita la trapecista Rebeca Bûyûkkarabiber, víctima de un terrible suceso en el Bed & Breakfast de la bahía que marcó la historia de la ciudad. Sombras chinescas, sexo, caníbales, detectives, bestias, asesinos, víctimas y caricatos. Un conflicto latente con los indios Seminola de una reserva étnica. Un circo abandonado en el desierto. Una élite poderosa y melómana que realiza sus fantasías y perversiones en las siniestras galerías subterráneas debajo de la ciudad. Una minúscula guerra contra microscópicos soldados provenientes de un elegante traje. Voces, escenas y personajes que se suceden, se repiten, cambian de identidad, de rostro, de lugar, de nombre o de voz. 95

Novedades poesía LIBRO: Crujido AUTOR: Princesa Inca EDITORIAL: Libros del Silencio PRECIO: 17€ Princesa Inca, frágil pero firme, vaga por una ciudad esquiva y amenazadora, deshumanizada, y nos entrega versos como «trozos que se mutilan». Versos sobre la naturaleza como refugio; sobre la locura y el miedo, la ineludible necesidad de combatirlos y el único modo de hacerlo; sobre el imperativo de preservar la inocencia y de reivindicar una sentimentalidad sin normas ni barreras. Princesa Inca eleva su voz contra lo aséptico, automatizado y tolerable, y convoca un amor vehemente que es a la vez peligro y descanso, hogar y herida; un amor que duele y redime, y que inspira textos multiformes, de toda índole: desde sus torrenciales composiciones en prosa hasta sus delicadísimas miniaturas, los poemas de Princesa Inca son siempre descarnadamente intensos, y de una honestidad llena de arrojo. Y así, perplejo y conmovido, los recibe el lector, como quien oye ese crujido que «sin duda, es la vida». 

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Amapolas en octubre AUTOR: Isabel Mercadé EDITORIAL: Els ulls de Tirèsies Abres la plaquette y piensas en la belleza caligráfica de los ideogramas, en la tinta negra sobre un fondo blanquecino. Cuando lo lees por primera vez piensas en los perfiles nítidos de algunos dibujos chinos, no sé por qué estos poemas me han llevado a las imágenes orientales. Vuelves a leerlo y piensas en la nitidez del lenguaje, en el espacio que van recortando los poemas, el espacio nada, el espacio fin, el espacio que pertenece a Isabel y a su madre, la ilusión que es pero ya no es, el espacio búsqueda de la palabra y de la belleza. Con un lenguaje desnudo, muy escueto y preciso, y no por ello menos poético, queda enmarcada la belleza por sí misma, en cada verso breve trazado sobre las páginas blanquecinas y estas a su vez con un trasfondo de amarillos y azules, se trata de un escenario cuyo telón de fondo es el campo semántico-poético de Isabel Mercadé. (MJ Romero)

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Tabula Rasa AUTOR: Ruiz de Viñapre y Martín Puigpelat EDITORIAL: La Garúa PRECIO: 12€ Con “Tabula Rasa”, Ruiz de Viñaspre y  Martín Puigpelat nos conducen -a través de sus poemas- a la percepción e interpretación de una parte del universo musical. Este universo está aquí representado por una selección de 31 obras musicales que abarca desde finales de la Edad Media, con Gilles Di Bins dit Binchois, compositor franco flamenco nacido en el 1400, hasta el presente con Arvo Pärt, compositor estonio nacido en 1935.  Precisamente fue Pärt quien compuso “Tabula Rasa”, nombre escogido para el título del libro. Ruiz de Viñaspre y Martín Puigpelat nos muestran, una vez más, cómo la poesía siempre ha formado una unidad indivisible con la música y que los parámetros que definen a una, ritmo, melodía, armonía y color, bien pueden definir a la otra. Ellas no han escrito “Tabula Rasa” para versados en música sino también para aquellos que sientan curiosidad por acercarse, a través de sus poemas, al universo sonoro.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Parentesco AUTOR: Alba González Sanz EDITORIAL: Suburbia Ediciones PRECIO: 10€ “Parentesco” es otra forma de hacer autobiografía. Estos poemas no trazan una línea continua del pasado al presente, sino que discurren saltando de rama en rama por la copa del árbol genealógico. En ellos caben los abuelos, las abuelas, los juguetes, los mitos de la infancia, los adornos de la casa en que crecimos. El poemario, así, es algo más que la suma de los poemas que lo componen: un trabajo de reconstrucción de la identidad a través de otras identidades indisolublemente unidas a la propia. Reflexiva, minuciosa, irónica, mordaz a veces, la voz de Alba González Sanz encuentra en “Parentesco” una manera propia de dar vida a los recuerdos.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Hierba de noche AUTOR: Estefanía González EDITORIAL: Ediciones CGP PRECIO: 10€ Para la autora escribir poesía va más allá de un tema, «es la voluntad de sinceridad y de decir la verdad, soy antirrollos». Aunque huye de etiquetas, la naturaleza y las motivaciones de los seres humanos, tales como la muerte o el amor, son chispas en sus obras. Además de poesía, González escribe prosa y relatos cortos, si bien reconoce que la poesía siempre está ahí como trasfondo.

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Granite & Rainbow .................... 23.IV.2013 ............................ #23





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