Raquel G. Otero - Granite & Rainbow

27 may. 2013 - No, de los jóvenes en islas desiertas, con un único velero en ...... Pardo Bazán, marquesa viuda de Cavalcanti, donaron en Madrid el inmueble ...
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STAFF 24 DIRECCIÓN

Edición y maquetación

Ainize Salaberri [email protected] Coordinadora sección Literatura en Internet, recomendaciones, novedades, breves, tema central, columnas de opinión, reportajes

Consejo editorial Ignacio Ballestero [email protected] Coordinador sección entrevistas Verónica Lorenzo veronicalorenzo@graniteandrainbow. com Pedro Larrañaga [email protected]

Diseño logo y portada Inge Conde [email protected]

En el edito del número anterior decía que entendía la literatura como un acto de valentía. Hablábamos entonces de los diarios y de lo que suponía desnudarse de esa forma delante de tus lectores, aunque sea a toro pasado. En este número hablamos de sus biografías, para cerrar el círculo del «yo». En ellas descubrimos miserias y secretos, descubrimos el sentido de los caminos que los escritores eligieron y que, quizás, nos parecieron desmesurados, equivocados, indómitos. La biografía, o la autobiografía, o la novela encubierta de, es la columna vertebral de los escritores y sólo a través de ella podremos entender, al cien por cien, a quiénes leemos. A veces, las biografías nos hacen cambiar de opinión. Descubrir el pasado de los escritores no es siempre plato de buen gusto. Otras, en cambio, nos hacen amar más a la persona real, a quien se escondía tras la tapa dura del libro. Sea como sea, para bien o para mal, las biografías siguen siendo un acto de valentía, exactamente igual que las cartas o los diarios. Las biografías son otro desnudarse, directa o indirectamente. En este número hay sangre, hay vísceras, hay susurros; hay huesos, hay entrañas, hay sabores, felicidades pasadas, locuras enfrentadas a corduras, y miedo, mucho miedo, pero también ganas de aplastar la cobardía. Hay agujeros pero también hay tierra. Bienvenidos a G&R 24. Gracias por estar ahí.

Redactores Laura Bordonaba Roxana Contreras José Braulio Fernández Fusa Díaz Iván Fernández Frías Rebeca García Nieto Marta Gómez Garrido Yolanda Izard Alejandro Larrañaga Pedro Larrañaga Verónica Lorenzo Bego Martínez Aldo Medinaceli Annie Costello Raquel G. Otero Anabel Rodríguez Lorenzo Rodríguez Garrido Ainize Salaberri Salvador J. Tamayo Elena Triana

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Sumario #24

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Talento del mes Literatura en internet Columnas de opinión EDITOR: Satori Reportaje: Esos malditos bastardos BIOGRAFÍA TRADUCTORA: Regina López Muñoz LIBRERA: Atticus Finch Poesía: Costas Cariotakis ENTREVISTA: Alejandro Palomas Recomendaciones Novedades narrativa Novedades poesía



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BREVES

Reuters

Talento del mes

Elvira Sastre

http://bleuparapluie.blogspot.com.es

Selección

Veréis: la poesía de Elvira Sastre desgarra. No, no es como Anne Sexton, ni como Pedro Salinas. Es la poesía de Elvira Sastre y ese es, sin duda, el mejor halago. Tiene voz propia. Es potente. Salta directamente de la pantalla a donde nos duele. Es como un bicho que se agarra a donde sabe que hay una bomba a punto de explotar. Es delicada a la hora de hablar de sentimientos, es tierna y dulce. Sabe cómo hacer de lo ordinario algo extraordinario. Elvira nos habla de amor y nosotros asentimos. Qué otra cosa íbamos a hacer más que asentir, si cada palabra es una verdad y cada verdad una daga que se nos clava directamente en lo que somos, en lo que amamos, en lo que echamos de menos. Debo confesarlo: cuando estoy mal recurro a ella; cuando me faltan palabras, cuando no sé cómo formar una frase para llevársela a esa persona, recurro a Elvira. Y es que da igual dónde escriba (Twitter, Facebook, en su blog): siempre tiene un dardo que lanzarnos. Siempre. Y eso, aunque duela y arrase, aunque nos desmembrene, es como el aire que respiramos: esencial, vital, terrorífico.

Pensar en ti / es como desnudarse delante de un precipicio lleno de niebla y mirar abajo quiero decir, que para hacerlo es necesario despojarse de las dudas y los miedos y rendirse a la evidencia de que el vértigo sólo es una excusa para no aceptar que la caída es lo único que nos podía salvar

Twitter del mes

Andrea Valbuena

@algunandrea

Andrea Valbuena es una sorpresa. Es aire fresco en Twitter. Tantísimas cuentas y tan mal aprovechadas. Pero la suya no lo está. La suya es el lugar a donde ir cuando se quiere, quizás, un poco de paz en guerra. Porque, aunque con sutileza, las frases de Andrea, como sus poemas, son pequeñas balas que parecen derretirse al tocar piel pero que en realidad agujerean los órganos vitales. Y una se va doliendo, derritiendo, deshaciendo poco a poco. Pasad por su Twitter, leed. Disfrutad. Volveréis.

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Selección «A un minuto de claudicar, por antojo, empiezo a entender que para ser libre a veces hay que darse por vencido.» «A un vistazo del próximo vuelco, a un traspié de la próxima herida, a dos plazos de saldar la deuda: un alma por una memoria nueva.» «Mejor contar besos, antes que abandonos.» «Al final el secreto está en dejar que nada cale hondo.» «Tacha los sueños del mapa. Esta vez no hay vuelta al mundo, ni vuelta atrás.»

Blog del mes

Los tumblr de la literatura http://tumblr.com

Selección *

Hay redes sociales que nos salvan. Bien por la gente que conocemos, bien por las cosas que descubrimos, bien por lo que aprendemos. Tumblr es un ejemplo de ello. Aquí os traigo tres páginas en esa red social. No se puede decir nada más. Entrad. Ved. Leed. Y contadlo a todo el mundo. Pero, eso sí, CUIDADO. Duele.

Life in poetry: http://sleepwalking.nu Anita Noire: http://anitanoire.tumblr.com

«I like to think that somewhere out there, on a planet exactly like ours, two people exactly like you and me made totally different choices and that, somewhere, we’re still together. That’s enough for me.» IAIN THOMAS «To say goodbye is to die a little.» RAYMOND CHANDLER «I am free and this is why I am lost.» FRANZ KAFKA

Love won’t save us: http://ahuntersheart.tumblr. «There is a spring inside me that’s broken.» com JEAN-PAUL SARTRE «Memory is exhausting.» ANNE CARSON «I am so in love with you that there isn’t anything else.» ERNEST HEMINGWAY 6

Opinión

Los últimos días de... Granite & Rainbow

Pedro Larrañaga

Anoche tuve un sueño (y la noche anterior, y la otra, e incluso la previa), pero no un sueño de esos capaces de cambiar la historia de la humanidad, como aquel del Dr. King. No, el mío (en realidad los míos, porque se repitió durante muchas noches) fue un sueño mucho más modesto en sus aspiraciones. No era un sueño capaz de cambiar la historia de la humanidad, pero sí que amenazaba con terminar con un universo, el universo Granite & Rainbow. Sí, ese era mi sueño, el final de Granite & Rainbow, el final de esta revista literaria y de todo lo que ella conlleva. Era un sueño trágico, eso sin duda, pero también era un sueño al cuadrado. Un sueño con el final de otro sueño, ya que Granite & Rainbow, más que una revista, es un sueño (sueño de letras y lecturas, pero sueño al fin y al cabo). De hecho, si como afirmó Calderón, la vida es sueño, (la mía incluso), teníamos un sueño (la vida), en el que se soñaba que un sueño llegaba a su fin, con lo que el sueño pasaba a estar elevado al cubo, amenazando con seguir creciendo exponencialmente hasta el infinito. Fue en ese momento, a los pies de un bucle onírico de dimensiones inabarcables, cuando se descubrió el abismo. Un abismo interminable en el que, al igual que en el Aleph borgiano convergían en un solo punto todos los puntos del universo, convergían en un solo abismo todos los abismos pasados, presentes y futuros. Enfrentado a ese Aleph abisal, un Aleph del vértigo más profundo, uno en el que las lecturas de Kundera, Nothomb o García Márquez no eran capaces de mover nuestra sangre, ni jugar con la velocidad con la que esta recorre nuestro cuerpo (vertiginosa a lo largo de las páginas de “Trainspotting” de Irvine Welsh; casi en suspenso con los pasajes de “Kafka en la orilla” de Haruki Marukami), el sueño reveló su verdadera esencia. Ya no era sueño, era pesadilla, era el avance de un cataclismo, uno tras el que ya nadie aspiraba a escribir, ni 7

siquiera a escribir de los que escriben (esta puede que sea la verdadera razón de la existencia de Granite & Rainbow, ser un refugio para los que escriben de aquellos y aquellas que escriben). Un cataclismo en el que Granite & Rainbow no era una revista literaria, sino una lápida, una tan hermosa como cada una de sus portadas, pero hecha también de piedra y sin epitafio, porque tras la muerte de Granite & Rainbow ya no habrá nada que escribir, ni siquiera en un epitafio. Y después de la lápida, no antes, se escuchó el bang, el disparo, y la bala corrió, voraz, cruel e intolerante, como aquella otra que terminó con la vida del Dr. King (pero no con su sueño), para abrir una herida. Y tras la herida llegó la sangre, y tras la sangre el rojo que todo lo baña. Y eso rojo me confirmó que la herida estaba abierta en mi pecho, de donde brotaba sangre roja, letras rojas y después palabras rojas, y hasta algún verso rojo. Después, brotaron Cortázar, Lorenzo Silva, Virginia Woolf y hasta Kenzaburo Oé, todos ellos tan rojos como el verso, las palabras, las letras y mi sangre. En ese momento desperté del sueño y el final de Granite & Rainbow se quedó del otro lado, pero el rojo (el de la sangre, las letras y las palabras) estaba conmigo, saliendo de la misma herida en el pecho, la misma herida que tienen Ainize, Jenn, Salvador, Alejandro, Verónica y todos los que mantienen con vida este proyecto, la misma herida literaria, que tan pronto nos mata como nos da la vida. Y ahí no me quedó nada más que hacer lo mismo que cualquiera de los que escriben en esta revista (unos y unas que escriben sobre otros y otras que escriben), coger esa sangre que se escapaba de la herida abierta en mi pecho y darle forma sobre un papel en blanco, hasta convertirla en una de las piedras sobre las que se asienta este nuevo número de Granite & Rainbow. Disfrutad de esa sangre, porque es lo que mantiene con vida este sueño (y tantos otros).

Opinión

Vivo, luego escribo

Annie Costello

‘Mucha gente vive durante toda su vida con la ropa puesta, y no se la pueden quitar aunque así lo quieran. Y luego están los que no se la pueden poner. Ellos son los únicos que viven su vida no sólo como personas, sino también como personas ejemplares. Están predestinados a exponer hasta la más mínima parte de ellos mismos para que los demás podamos entender lo que significa ser humano.’ Así habla Sheila Heti en “Cómo debería ser una persona”, publicada hace poco en España por la editorial Alpha Decay. La novela trata, como muchas otras, de la relación entre el arte y la vida, del dilema de crear y ser persona sin previo manual de instrucciones. Y es que para el artista, frecuentemente, trabajar y vivir son inseparables y se entrelazan de tal forma que a menudo se confunden. Supe de este libro a tiempo para robarle el título y reformularlo, resucitando así el rompecabezas al que cualquier aspirante juega a diario: ¿Cómo debería ser un escritor? En este número conoceremos a autores muertos y vivos; algunos consumidos por sus vicios, otros en pie por una causa. Podrían parecer radicalmente distintos y sin embargo tienen algo en común: están en posesión de algo que no se estudia en la universidad. Una visión especial de las cosas y un talento para transmitirla. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿La vida o el arte? Yo diría lo primero. «Vivo, luego escribo.» No hace mucho hablé con alguien sobre la propia vida como recurso de creación literaria. Recuerdo que hizo comentarios que cuestionaban su valor. Defendió que la literatura autobiográfica, a pesar de merecer respeto, no tenía tanto mérito como la ficción pura, en la que lo escrito y lo experimentado no tienen por qué corresponderse. Conectar con un personaje totalmente ajeno a uno mismo, dijo, es una tarea magistral. Exige la empatía necesaria para situarse en un cuerpo que no nos apresa y una mente que no nos domina. No cabe ninguna duda: es de admirar saber mantenerse al margen, escapar a la propia mirada, al velo de parcialidad que ocluye el fluir libre de las palabras. Y a pesar de reconocerlo,

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no puedo menos que admirar del mismo modo a aquellos que son capaces de rasgarse y contar quiénes son, qué buscan o adónde van. Aquellos que exponen a la crítica no sólo aspectos formales, estilo, argumento; sino su identidad y su historia. Porque sí, hay que ser valiente para ponernos en el lugar de lo que desconocemos, pero también para hablar de nosotros y ofrecernos a los demás sin tapujos. «Vivo, luego escribo.» Y es que, ¿qué hay más personal que el acto creativo? Tal vez éste no represente un pasaje exacto de nuestra vida, pero sigue teniendo origen en nosotros. Nuestras ideas son arquetípicas. Inevitablemente se deforman, se contaminan, se nublan a causa de las lentes a través de las cuales vemos el mundo. Y aún así, hay escritores puristas que esgrimen argumentos como «mi literatura no es personal», cuando cualquier historia, por ajena que nos resulte, es en su esencia una única historia, la suya y la de todos. Para muchos la magia del arte se sostiene sobre ese principio. Una sola emoción inicial, la misma para todos, que adquiere formas distintas hasta antojarse singular e irrepetible. No importa cuán ficticios sean los personajes y sus actos, el amor siempre será amor y el odio será odio, y aunque los escribamos en boca de otros los hemos conocido en nuestra carne. No importa cuántas bocas invente un autor para pronunciarse: tras ellas siempre se esconde su voz. «Vivo, luego escribo.» El arte puede serlo todo, menos impersonal. Cualquiera no es capaz de crear cualquier cosa. Detrás del escritor hay un individuo con ideas, miedos, pasiones y hazañas. Extraño sería que nada de esto acabara filtrándose en su obra. Y es que, a menudo, los grandes lo son precisamente porque lo permiten. Virginia Woolf, John Fante, Charles Bukowski, Amélie Nothomb... Hoy recuerdo a ese escritor que se abre en canal y se quita la máscara. Rescatar lo que se ha vivido, sentido y errado –con frecuencia coinciden– requiere de fortaleza. Pero dotarlo de brillo y hacerlo eterno... requiere también de genialidad.

Opinión

La herencia de Sísifo

José Braulio Fernández

Hay teorías para todos los gustos. Una sugiere, y es la que más peso ha adquirido a lo largo de la historia, que amenazó con su sabiduría a la dignidad de los dioses. El castigo fue empujar eternamente una enorme roca por la ladera de una montaña. Soy incapaz de imaginar a un Sísifo dichoso, como nos insinúa Albert Camus, ¿qué dicha puede haber en ser víctima un castigo? Los dioses pensaron que empujar una enorme piedra por la ladera de una montaña para, una vez en la cima, rodar de nuevo hacia la parte baja y reanudar el suplicio hasta el fin de los días era un castigo lo suficientemente ejemplar para él y para la humanidad. Probablemente no se equivocaban demasiado. No tiene el mismo significado empujar una roca eternamente que empujarla hasta la cima y descender eternamente en su busca para proseguir con la tarea de nuevo. Ese descenso resignado, ese respiro transitorio, cada vez más parsimonioso, tras el reguero de sudor y sangre, recorriendo con la mirada los momentos de agonía, ese presagio del alma de la angustia venidera, es la vida de todos reducida a la amargura de uno solo. En este castigo de los dioses se sintetiza el del ser humano. No hay maldad en la obligación de empujar una roca; es en el descenso, en el proceso de adoctrinamiento de la mente para acometer un nuevo ascenso, en la tortura de observar el camino una y mil veces pisoteado y embarrado y sudado y sangrado donde radica la infamia. Es en la ejecución de la potestad omnímoda sobre un ser minúsculo donde se oculta la perfidia. Todos empujamos la roca de Sísifo como un estigma ancestral. Un estigma injusto que encadena nuestro albedrío y obliga a tomar conciencia de la categoría a la que pertenecemos. ¿Habría cambiado algo con la sublevación de Sísifo? Los dioses no hubiesen permitido que un humano, un

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simple humano (el más sabio, sí), desafiara su supremacía. Sísifo estaba a merced de los dioses, como lo estamos hoy de quienes abusan de sus competencias auspiciados por un bastón de mando mal gestionado, usado no para simbolizar su índole, sino como arma que blanden en defensa de una impunidad que florece a la sombra de la infalibilidad susurrada al oído por huestes de aduladores. No pueden castigarnos como a Sísifo, con una esforzada penitencia física que doblegue nuestra razón, porque cuidan con celo una estética que hace las veces de pantalla virtual mostrando una realidad ad hoc que purgue de impurezas los vestigios de un mundo en el que ellos no sean indispensables. En cambio, su estrategia es más astuta si cabe. Amparados en la responsabilidad que el ejercicio de sus funciones obliga, confinan nuestra condición, la encogen, la reprimen para convertir el alma humana en una suerte de sucedáneo servil que no rechiste ante la injusticia, el avasallamiento y la torpeza. Los dioses que oprimieron a Sísifo no son predecesores de quienes hoy día aspiran a sucederles, son insignificantes, tan insignificantes como nosotros; pero carecen de la voluntad del grupo, de la fuerza que la manada despliega desplazándose al unísono, en armoniosa sintonía. No existe roca en el universo que, una vez en la cumbre, no ceda a la autoridad del pueblo. Su naturaleza impedía a Sísifo rebelarse contra los dioses. Nuestra naturaleza es la esencia de la vida, somos seres humanos en un mundo comandado por la vanidad y el egocentrismo clasista; pero tenemos a nuestra disposición las armas que no hieren más dañinas: la palabra y el ejemplo de Sísifo. ¿Para qué más? La dignidad de aquellos dioses quedó enterrada bajo su ignominia; hagamos que la nuestra brote abrazada a las palabras y sepulte la de quienes quieren impedir que la tengamos.

Opinión

Insistir. Amar. Leer.

Verónica Lorenzo

Yo insistía en escribir algo bonito, un texto que usted subrayaría con placer un par de líneas, quizás una frase entera que, al leerla, se sintiera totalmente identificada y se dijese a sí misma: ¡ah, qué maravilla! Lo bonito no pasaba de un primer párrafo que una y otra vez se iba escribiendo y borrando, escribiendo y borrando. Pensé que igual no era el día para explicarme bien, que no encontraba las palabras adecuadas para expresar el concepto, la idea principal. Luego aquellos pensamientos mudaron a que igual, tal vez, quizás, había perdido la habilidad para juntar palabras, que posiblemente tendría que repensarme una vida entera y cuestionarme si ésta es la profesión (una de las dos) a la que me quiero dedicar. Puse en duda lo escrito hasta ahora. Yo no soy escritora, ni siquiera aspiro a ello y no paso ni por mediocre en el ejercicio de tal actividad. Pero hago que lo soy. Me pongo un nombre, que sigue a un título que encabeza un texto de unas cuantas palabras y me convierten en algo que no soy. Ni soy ni aspiro a serlo. Pero sigo insistiendo en querer escribir una columna de opinión que valga la pena incluirlo. Sigo escribiendo, forzándome a hacerlo, aún a sabiendas que será un texto de lo más mediocre. Pero ¿sabe por qué? Porque hay algo innegable aquí, una evidencia que ni yo misma puedo ocultar. Hay un amor, un extraño deseo, una atracción inevitable, una debilidad. A mí lo que me mueve a seguir insistiendo, a intentarlo una y otra vez, es la Literatura. Aún en mi mediocridad, me esfuerzo en estudiarla, en descubrirla, en recordarla, en hacerme con ella, en homenajearla en cada texto. Quiero que me siga sorprendiendo, mostrándome los diversos caminos que se pueden tomar, leerla en cuantos idiomas pueda. Así, los días que le dedico se me pasan más rápidos, se me hacen más cortos y no me llegan las horas. Porque tengo más vidas a las que tengo que prestar atención, que si no, yo no estaría aquí. Yo estaría en mi pequeño

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atelier, leyendo, o en la biblioteca, buscando tesoros que me descubrirán a otros y éstos, a otros más. Un libro comienza una cadena de otros títulos, de otros autores que leer. Que si está influyó a este otro, que si el personaje de este libro está leyendo este otro o menciona a aquel otro. Y así, libro tras libro, engullendo letras, absorbiendo experiencias, a lo que aspiro verdaderamente es a dejar de ser una mediocre amateur. No excelente, pero “estamos trabajando en ello”. Entonces, yo hago que escribo, sí, pero tras estas líneas hay un esfuerzo, un empeño en crecer a través de la literatura. Ya le digo que yo que no es mi pretensión ser escritora. No, porque sé que hay personas con más talento que yo. Aunque quizás es que no me siento preparada para entrar a formar parte de los engranajes de una industria cultural que nunca está libre de sospecha. Una industria que en ciertas situaciones me pone en contra de ella. Una industria que se ha alejado, cuando no olvidado, de su pilar más básico: el público destinatario. La Literatura no va a sobrevivir sin lectores. Le voy a descubrir el secreto de esta columna: yo no soy escritora –esto nos ha quedado claro, ¿verdad?–, pero soy lectora. Y tal condición me da derecho a escribir. Escribo desde la posición de quien lee. Puede estar o no de acuerdo con mis textos, pero eso no es porque esté en contra de lo que digo. Sino porque hace partícipe de su opinión sobre tal o cual tema y lo compara con lo que yo trato de expresarle –más o menos de manera acertada–. ¿Sabe por qué? Porque usted, como yo, es también lectora. También ama la Literatura. Y lo mejor de todo es que nos sentimos menos solas en un amor tan poco compartido de una forma tan brutalmente sincera. Insistía en escribir algo bonito, pero no me salía. Porque, de pronto, no sabía cómo se hacía. Pero entonces me acordé de lo que me hacía querer escribir. El amor a la Literatura.

Opinión

A trinchera abierta

Ainize Salaberri

expectativas o exageraciones previas, y ha sido un auténtico placer recibir las críticas bajo un nombre distinto». Nadie había relacionado esta novela con Una vacante imprevista, la primera novela “para adultos” de la escritora. Nadie vio relación, nadie vio un estilo “parecido”, un corte “semejante”. ¿No tiene Rowling un estilo propio? ¿No es Rowling una escritora de raza? En cualquier caso, una cosa es cierta: sabe vender, bajo pseudónimo o a cara descubierta. Sabe tocar las teclas necesarias para que la gente quiera leerla por delante de los clásicos, de los buenos escritores y los poetas. Con esto no quiero decir que J.K. Rowling no sea buena escritora. Lo es. A mí me ha hecho soñar. A mí me ha dado la vida. Aún creo en la magia. Eso, supongo, es lo que hace ella: magia. Y por eso la compramos, por eso hablamos de ella.

Han pillado a la Rowling haciendo trampas. No. Esto en realidad no es verdad. Lo que ha hecho la escritora de Harry Potter es absolutamente lícito, y es lo que deberían hacer todos los escritores: publicar bajo pseudónimo. Sólo de esta forma sería posible que la obra se juzgase como debe ser juzgada: con la objetividad que nos brinda el texto y con la subjetividad de quiénes somos frente a él. Sólo olvidándonos de si es una mujer o un hombre quien escribe, de si es de tal o cual país, de si nos cae mejor o peor, de si es un novel o un escritor consagrado, el libro, la novela, el poemario, llamadlo equis, está en igualdad de condiciones. No me importa que las editoriales no dispongan de tantos medios para la promoción. Esto, incluso, puede ser beneficioso para ellos y también para los lectores: podrían nacer nuevas fórmulas para acercar la lectura a la gente, fórmulas atractivas y más eficaces, y no las ya obsoletas y terribles estrategias que tanto nos aburren. (Esto, sin embargo, es otro tema.) Si lo que cuenta es de verdad la literatura, el escritor o escritora no es más que un simple mago: lo que debe quedar de relieve es el truco que no vemos, la sorpresa a la que nos exponemos —o la bomba, ojo— y el aplauso que merece —o no. El escritor, por tanto, debe hacerse desaparecer y dejar el vacío —lleno o repleto, eso va a gusto del consumidor— que supone un libro. El éxtasis, el placer, el milagro.

El tema, en cambio, no es ese. Rowling quiso que se la juzgase por su literatura, por sus creaciones, y no por ser quien es. A ella le ha salido bien. ¿No deberíamos hacer lo mismo con unos cuantos escritores españoles del panorama actual? Que elijan un pseudónimo y escriban; que lo publiquen, que lo leamos. ¿De verdad creéis que no nos llevaríamos unas cuantas sorpresas? ¿No sería la única forma de ser justos, dejando amiguismos a un lado, dejando la mayor parte de subjetividad en un cajón y dándole al texto la importancia que merece única y exclusivamente por ser un texto que se deja criticar sin el respaldo del autor, a trinchera abierta? Muchos dirán: la obra no puede defenderse. La obra ha de defenderse por sí misma. La obra debería ser, en sí, la víctima y el verdugo, la causa y la consecuencia. Si la novela no tiene el peso suficiente como para dar bofetadas y apretones de mano por sí misma, es una obra que carece de lo que debería carecer: integridad, solemnidad, literatura. El arte se explica a través del arte. Si falla en esa misión, que es una de las más básicas, no es arte sino acercamiento a, no es arte sino intento, no es arte sino batalla perdida. Y la literatura debe ser siempre un caballo ganador. Como J.K. Rowling o como Robert Galbraith.

Rowling se llamaba Robert Galbraith. El libro, “A Cuckoo’s Calling”. Ella no quería que se revelase su identidad. Un abogado violó el secreto y la confianza de la escritora británica. Aunque parezca un culebrón no lo es. Ahora, por supuesto, el libro es un éxito de ventas. Hasta revelarse la identidad, sin embargo, el libro había vendido cerca de 1500 ejemplares, cifra nada desdeñable si tenemos en cuenta que era un autor desconocido y que era una primera novela. Vender eso en España es un hito. La novela, que narra un crimen, había recibido buenas críticas y para Rowling había supuesto una experiencia liberadora, como ella misma confesó: «Ha sido maravilloso publicar sin

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Satori se ha convertido en una de las editoriales más importantes en cuanto a literatura y cultura japonesa. Tienen en su catálogo a autores como Natsume Soseki, Akutagawa Ryunosuke, Izumi Kyoka o Kafu. Dentro de poco, además, tendrán a Osamu Dazai o Hayashi Fumiko, primera autora de su catálogo. Los editores de Satori han encontrado en el mundo nipón una fuente de inspiración, un espejo de paz donde mirarse y seguir adelante. El lector que se adentre en esta editorial saldrá fortalecido, y con aires renovados para poder sentir y seguir viviendo. Satori, sin duda, hace las delicias de los literatos.

n Ainize Salaberri Satori significa «iluminación». Supongo que el nombre escogido para la editorial no es casualidad, ¿verdad? ¿Sigue el mundo nipón en penumbra? En cierto modo, y a pesar de que en los últimos años el panorama de publicaciones relacionadas con Japón y su literatura ha aumentado, podemos decir que las sombras son demasiado numerosas aún. Japón se intuye como una cultura lejana e inaccesible. Los tópicos imperan en el imaginario de la gente y son difíciles de erradicar. Por suerte, cada vez más público se está acercando sin prejuicios a la cultura japonesa a través no sólo de los libros sino también de otras actividades relacionadas, por ejemplo, con la cultura tradicional (y también la más moderna) japonesa. Abarcáis diferentes áreas: historia, literatura, expresión artística, filosofía, artes marciales, arquitectura... ¿Qué os atrae de la cultura nipona? ¿Cómo describís vuestra editorial?

Satori surgió para satisfacer dos necesidades: nuestro amor por Japón y nuestro amor por los libros. La describiríamos con un proyecto de realización personal. Hacemos nuestros libros desde y con el corazón, con mimo artesano. La cultura nipona, cuanto más la conoces, más te atrae. En el caso de Alfonso, el gusanillo le entró ya de pequeño, con la práctica de las artes marciales y el estudio de la historia japonesa. En mi caso, fue un flechazo visual y estético: un jardín seco, el estampado de una tela, un párrafo de Mishima. Cuando Alfonso y yo nos conocimos, nuestra pasión por Japón se intensificó y de ahí surgió Satori.

La profesión de editor, vista desde fuera por los literatos, es la profesión ideal. Pasarse los días rodeado de libros, de traducciones... Sin embargo, el oficio de editor es muy distinto en realidad. Contadnos cuál es tu labor preferida y aquella que más odiáis, si hay alguna. ¿Cómo es vuestro día a día?

La labor que más nos estimula y apasiona es sin duda todo aquello que hay que hacer desde que el libro es una idea hasta que sale de imprenta. Y lo que más «odiamos» es todo el proceso relacionado con la labor comercial porque somos bastante tímidos y reservados. Esto es algo que nos perjudica y que estamos intentado mejorar. Si os pido tres razones para comprar (y hacerse adicto) a la literatura japonesa, ¿qué razones me daríais? Me parece difícil dar solo tres razones, pero lo intentaré: curiosidad, placer y constatar que es mucho más lo que nos une, que lo que nos separa. ¿Qué escritor o escritores son los adecuados para introducirse en la literatura japonesa? Mishima y Murakami son los autores que han abierto brecha en dos generaciones de lectores en España. Han despertado el interés por la literatura japonesa dando paso a escritores tan maravillosos como Izumi Kyoka, Kafu o Akutagawa. ¿Quién fue el responsable de que os enamoraseis de esta cultura? ¿Qué encontráis en ella que no encontráis en las demás? Como he mencionado anteriormente, cuando Alfonso y yo nos conocimos, nuestro interés por Japón creció más aún, así que cada uno es responsable del amor y la pasión que el otro siente por esta cultura. Es curioso. A la pregunta ¿qué nos ha aportado Japón?, respondería que Japón ha dado sentido a todo. Es como si hubiera llenado un vacío. Una de las primeras características que se descubren al acercarse a escritores como Akutagawa Ryunosuke (el favorito de la entrevistadora, permitidme que os lo diga) es que su mundo parte de un concepto totalmente distinto al nuestro. No son comparables ni equiparables. ¿Qué se encontrará un lector al leer a Akutagawa, por ejemplo, a Soseki o a Nagai Kafu?

Has escogido tres autores fantásticos, los tres presentan además un envoltorio muy japonés bajo el cual se ocultan sentimientos e inquietudes universales: la pérdida, la alienación y el desarraigo. Cada uno los afrontó de diferente manera: Akutagawa, escapando a través del suicidio; Soseki, refugiándose en la intelectualidad; y Kafu, evadiéndose en el mundo del placer, que para él se resumía en dos únicas verdades: mujeres y literatura. Muchas de las novelas que tenéis publicadas tienen como protagonistas a personajes atormentados, con destinos aciagos; algunos son seres reprimidos, encarcelados en jaulas invisibles; otros tienen crisis de identidad, batallas constantes. ¿Por qué? ¿Qué les hace ser tan oscuros, tan tristes? ¿Por qué ese desarraigo, esa psicología tan arañada? Los autores a los que te refieres han sufrido el fuerte trauma que supuso la Restauración Meiji de finales del XIX. Japón abandona su política de aislamiento (más de 200 años) con respecto al mundo y se abre sin mesura al comercio, a los cambios sociales y a la vorágine de la industrialización. Pasa de ser un país prácticamente medieval, a convertirse en potencia mundial. La educación confuciana, con siglos y siglos de arraigo en la mente colectiva, es apartada en favor de una educación occidental: una forma de vestir, sentarse, comer (vivir, en definitiva) tradicional da paso a modelos occidentales. Cambios tan radicales afectaron profundamente la psique colectiva de toda la nación y la pérdida de la tradición trajeron de golpe a la alienación, la soledad y el desarraigo. La mayor parte de las novelas japonesas tratan de la muerte. Me da la sensación de que para los japoneses la vida no es atractiva; no temen a la muerte. Akutagawa, por ejemplo, temía la locura pero no su desaparición. Parecía incluso desearla. La cultura japonesa no contempla la muerte como la contemplamos nosotros desde nuestra cultura judeocristiana.

Los japoneses entienden la muerte de una forma mucho más sosegada. El budismo y el sintoísmo han aportado una idea de la muerte más natural. No es que la vida carezca de atractivo, es que la muerte no es necesariamente negativa. También su idea del suicidio es diferente. No es un tabú. Puede ser incluso deseable, comprensible y honorable. En el caso de Akutagawa la muerte es, tal y como dices, la única salida motivada por el pánico a perder la cordura. El caso de Mishima fue un intento desesperado y agónico de muerte a la antigua usanza, buscando de algún modo aquella tradición perdida. Para Dazai, el suicidio fue casi una forma de vida.

Es difícil entender la cultura nipona; debemos derribar muchos prejuicios, muchas ideas asentadas; debemos salirnos de nuestra propia cultura occidental. Lo que me pregunto, sin embargo, cada vez que leo una de vuestras obras, es si alguna vez seremos capaces de hacernos una idea de lo que ellos quieren transmitir, si seremos capaces de entenderlos en su totalidad. La literatura japonesa se me parece a esos cuclillos de los que hablan Matsuo Basho y Natsume Soseki en vuestra nueva colección de haikus: seres que vuelan y que nunca alcanzaremos, pero que nos acompañan y nos hacen la vida más ligera. ¿Os pasa lo mismo a vosotros o es una locura mía? ¿Qué opináis? ¿Se puede comprender total y absolutamente a las personas? No importa que se trate de tu mejor amiga o un escritor japonés de los años 30, nunca capturarás del todo su esencia. Puedes creer que lo has hecho, pero ¿es cierto? Para mí, ese enigma forma parte de la magia. Sin embargo, creo que hay sustrato de sensibilidad común al ser humano, independientemente del lugar y de la época, y eso es lo que activa la «comprensión» o la empatía. Por ejemplo, este haiku de Bashō: Cae y cae el rocío ¿qué tal si yo lo usara Para limpiar el mundo? Llega directo al corazón porque apela a esa sensibilidad universal e inmortal. Es cierto que existen ciertos aspectos

culturales muy específicos que requieren una explicación si no perteneces a esa cultura, pero eso no tiene por qué ser negativo. Te permite explorar, descubrir y aprender.

¿Cómo llegan las obras hasta vosotros? ¿Recomendaciones que os hacen, un libro os lleva a otro libro? Y, ¿cómo es el proceso desde que decidís publicar una obra hasta que finalmente llega a librerías? Los libros llegan a nosotros de diversas maneras. En el caso de la colección Maestros de la Literatura Japonesa nos dejamos guiar por el director de la misma, Carlos Rubio, que nos recomienda la publicación de ciertas obras. Otros autores de esta colección nos llegan por conocimiento propio. En ocasiones, un traductor también te recomienda un autor o una obra. Siempre estamos atentos a las sugerencias. Pero un editor también tiene que investigar por su cuenta, leer mucha bibliografía y, a veces, confiar en su instinto. ¿Ha sido complicado hacerse un hueco en el mercado? ¿A qué retos os habéis tenido que enfrentar como editores? Para nosotros cada libro editado ha sido un reto en sí mismo. No somos editores de «carrera», sino de vocación y eso nos ha llevado a cometer múltiples errores, de los cuales hemos ido aprendiendo. Si hubiésemos tenido una mentalidad empresarial, habríamos bajado la persiana hace tiempo.

El editor debe arriesgar en... ¿A qué le habéis perdido el miedo como editores? En una editorial como la nuestra, siempre hay que tener un poco de miedo en reserva para no pecar de imprudente. Sin embargo, nuestro proyecto editorial es arriesgado por definición y no nos asusta publicar autores inéditos, ni piezas teatrales, ni poesía, ni estudios sobre el urbanismo cambiante de la ciudad de Tokio, por poner algunos ejemplos. Siempre intentamos ser prudentes con las tiradas o con las re-ediciones, pero creo que realmente no le tenemos miedo a nada, aunque todo lo abordamos con una dosis de prudencia, en el fondo de la cual siempre hay un poquito de miedo o inseguridad.

Vuestras publicaciones son ediciones muy cuidadas, visualmente atractivas. Todo está cuidado al mínimo detalle. ¿Cuántas revisiones hacéis de cada obra? ¿Cuánto tiempo os lleva la producción de un libro? Como hablábamos antes, disfrutamos enormemente en el proceso de producción: seleccionar una obra, elegir una portada, etc.; aunque también sufrimos por los retrasos y los imprevistos que siempre surgen en el camino. En las revisiones de la obra trabajamos con dos correctores profesionales y cada uno realiza dos, y en ocasiones tres lecturas. A estas se suman las lecturas de otras tres personas: el director de colección y nosotros dos. Por desgracia, nunca parece ser suficiente y siempre se cuela alguna errata. Aún así trabajamos día a día para mejorar este aspecto. ¿De cuál de vuestras obras os sentís más orgullosos? ¿Y de las novelas? Yo (Marián) estoy especialmente orgullosa de Yokai, monstruos y fantasmas en Japón porque fue una apuesta muy personal. Desde que Andrés P. Riobó y Chiyo Chida, sus autores, contactaron conmigo y me explicaron el proyecto supe que

funcionaría. También tengo especial devoción por ese proyecto de locura que es [re]TOKIO, de Jin Taira. De la colección de literatura, sin duda, El santo del monte Koya, de Izumi Kyoka, un autor que me fascina y que fue también una apuesta personal. Contadnos, hasta donde podáis, qué le espera a Satori, y a los seguidores de Satori, en los próximos meses.

El otoño viene calentito. Por fin cumplimos una demanda de nuestros seguidores, que suelen quejarse de no ver mujeres en nuestro catálogo. Estamos ultimando Diario de una vagabunda, de Hayashi Fumiko (1903-1951), autora incomprensiblemente inédita que fue la primera escritora japonesa en gozar de éxito de crítica y público. Como bien refleja el título, se trata de extractos del diario de la propia autora durante sus años de juventud, cuando vagaba de trabajo en trabajo precario, de amante en amante, mientras trataba de ganarse un hueco en el difícil mundo de la literatura. Acompañará a este lanzamiento El gran espejo del amor entre hombres. Historias de samuráis, de Ihara Saikaku (1642-1693), una obra perteneciente al género ukiyo-zōshi («libros del mundo flotante»), en este caso de temática homosexual.

Y, aprovechando la ocasión que nos brindas desde G&R, te adelantamos en primicia nuestro próximo proyecto. Se trata de una nueva colección enfocada a la literatura popular y de género: policíaca, novela negra, ero-gro, terror, fantástico, aventuras o ciencia-ficción. Está enfocada al público general, no solo a los amantes de la literatura japonesa, y por eso la llamamos Satori Popular. Abrimos la colección con dos autores inéditos (Sakaguchi Ango y Shiro Hamao) y dos viejos conocidos (Osamu Dazai y Kenji Miyazawa). Sakaguchi Ango (1906-1955) es un escritor iconoclasta y transgresor, inconformista y provocador. Reflejo pesimista y nihilista de la desolación de posguerra. En el bosque, bajo los cerezos en flor, contiene tres historias de belleza y violencia. Historias de tres mujeres fatales que combinan lo sublime con lo grotesco. El discípulo del diablo, de Shiro Hamao (1896– 1935), entra de lleno en el género de novela de detectives e investigación. Son dos relatos de atmósfera oscura, extremadamente bien construidos y de final sorprendente. Cuentos de cabecera, es la versión políticamente incorrecta de cuentos tradicionales realizada por el genial Osamu Dazai (1909-1948) y Las aventuras de Budori Gusko, de Kenji Miyazawa (1896-1933), nos invita a sumergirnos en el mundo mágico de su peculiar autor.

TEST RÁPIDO Como lector a (¡Qué difícil!) Una escritora: Sylvia Plath. Un escritor: Sakaguchi Ango. Un libro que salvar de un incendio: El lobo estepario, de Herman Hesse. Una edición de Editores Mexicanos Unidos que tengo repleta de anotaciones de adolescente depresiva. Ahora me hacen gracia. Un libro para regalar siempre: La conjura de los necios, de J. K Toole.

Una ciudad literaria: el Londres victoriano. Un estilo literario: Oscar Wilde: estilo, ingenio, chispa. La mejor literatura está en... ¿qué país? Imposible dar una respuesta.

Como editora Una escritora: Hayashi Fumiko, todo un personaje.

Un escritor: Akutagawa en su época final. Insuperable. Un libro que salvar de un incendio: Genji monogatari. Un libro para regalar siempre: una recopilación de haikus. Una ciudad literaria: Tokio, finales del XIX y comienzos del XX. Un estilo literario: el estilo etéreo de Izumi Kyoka, todo un reto para los traductores. La mejor literatura está en... ¿qué país? Como editores lo tenemos fácil, en Japón.

B r e v e s

WILLIAM BLAKE: El libro de Urizen. IVÁN FERNÁNDEZ FRÍAS

Partiendo de dos mitos de la creación como son el Génesis bíblico y El paraiso perdido de Milton, Blake retrata la fatalidad de la caída de la humanidad, reverso tenebroso de su origen. Abrir las tapas de Urizen es enfrentarte a la macabra sonrisa burlona de un Dios deforme, encadenado a la ciencia y a los hechos; un Dios que no puede sino engendrar hijos como él: mentirosos, egoistas, crueles. Urizen es un Dios apegado a la moral hipócrita de la sociedad, producto de una Iglesia ansiosa de poder, aferrado a la escritura y la traducción de principios espontáneos de la naturaleza y la imaginación que no se dejan esclavizar en la palabra meramente humana. Abrir Urizen, empero, es adentrarse en el mundo oscuro de la historia humana, presenciar la lucha agónica entre espontaneidad y ciencia, asistir al combate eterno entre la raiz y la piedra. Abrir Urizen y contemplar el laberinto de ilustraciones y versos que lo forman es como romper el primer eslabón de la cadena que nos aferra a la cordura y navegar por la peligrosa senda de la laguna Estigia de la literatura.

Mil euros por tu vida ALEJANDRO LARRAÑAGA “El contacto físico fue como un chispazo eléctrico. Hasta ese momento no se había dado cuenta cabal de la falta que le hacía tocar a otra persona, que otra persona lo tocara. Tiró de la mano de ella hasta que estuvieron muy cerca. -¿Puedo abrazarte? Por favor. Ella asintió sin palabras y se abrazaron en silencio durante un rato.” ¿Son ciencia-ficción y realismo compatibles? Siempre he creído que sí y Elia Barceló se ha encargado de confirmar mi opinión. Verbalizarlo no es fácil porque la extrañeza ante la conexión entre dos conceptos tan teóricamente antagónicos es obvia. Pero puede que baste con relacionar la crudeza de un mundo gobernado por las peores cualidades del ser humano (algo que ya está pasando ahora mismo) con la dirección que toman ciertos avances tecnológicos surgidos de nuestra desarrollada (o no tanto) inteligencia. Solo hay una cosa segura, esa mezcla entre crueldad e imaginación de la que hace gala la humanidad de “Mil euros por tu vida” es tan posible como aterradora. La única especie que osaría llamar progreso a lo descrito en el relato es la nuestra. Porque, aceptémoslo, esos avances que tanto nos gustan y de los que tanto disfrutamos tienen el objetivo de aumentar las desigualdades. Igual es por eso que el futuro da tanto miedo, porque siempre podremos ir a peor. “Sarah tenía costumbre de ver hombres enfurecidos. A lo largo de su infancia y juventud había visto muchas veces que la reacción masculina ante la impotencia, ante las situaciones sin salida, era la rabia, la furia destructora, el golpear ciegamente sin pensar, sin calcular los daños.”

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Esos malditos bastardos Una biografía no deja de ser un cuento, una historia de un personaje, una narración a la que podemos ponerle incluso música e imágenes, pero tras la que sólo pueden quedar en pie los actos. Porque son esos actos los que dirán si fuimos reyes o teníamos un corazón de león.

n Pedro Larrañaga Este artículo debe empezar con una canción. Tenemos un buen motivo para que así sea: es necesario que así sea. Puede que, al final de todas estas palabras, si hemos hecho bien nuestro trabajo, para vosotros o vosotras (los que estáis al otro lado de la pantalla del ordenador), también sea absolutamente necesario que este artículo comience con una canción. Porque este es un texto con banda sonora original, una canción que, si queréis estar más cerca de las condiciones en las que se ha fraguado este artículo, deberíais dejar sonar en modo repeat tanto tiempo como estéis leyéndolo. Incluso un poco más, para que el poso no desaparezca de pronto. La canción es “King and Lionheart”, del grupo islandés Of Monsters and Men. La canción la tenéis a mano seguro, ya que en el tiempo en el que vivimos, Google y YouTube han hecho desaparecer las dudas, las preguntas sin respuesta y los tiempos de espera. Así que os dejo un par de minutos hasta que localicéis la canción, y algunos segundos más hasta que os dejéis llevar por sus acordes y, cómo no, por esas voces que parecen sacadas de un lugar que no puede existir en este mundo. Ahora sí, ahora que suena la canción, llega el momento de la imagen. Una imagen con un cuerpo de poeta en la parte central, tendido a los pies de un eucalipto, con una herida en el pecho. Una herida pequeña pero certera, hecha por una bala, una herida casi diminuta, pero por la que se escapa toda la sangre del mundo. Una herida pequeña, pero desde la que, si te asomas, puedes ver todo el vacío del universo. Una herida que abrió un camino de fuego hasta su corazón, una herida abierta por el disparo realizado por Costas Cariotakis. Costas Cariotakis es el nombre del poeta tendido a los pies del eucalipto. Y es que Costas, más que un poeta, era un perseverante. Eso debería decir su biografía, en caso de haber en el mundo una biografía escrita del poeta griego. Pero no la hay. Las hay de muchos otros y otras, de cientos, incluso de miles, de tantos que hasta nos ha dado para llenar un número de esta revista. Pero entre todos esos millares, no había hueco para Costas, ni para el poeta, ni para el perseverante. Ni para su herida en el pecho. Ni para ese camino de fuego abierto hasta el corazón. Entonces, tras la canción y la imagen, se hace inevitable la pregunta. ¿Para qué queremos las biografías sino podemos

tener una de Costas? Es más, ¿para qué podemos querer una biografía de Cortázar, de Vargas Llosa o de Norman Mailer? ¿para que? ¿para qué si ya tenemos “Rayuela” o “La canción del verdugo”? ¿Acaso nos dicen más sobre ellos sus biografías que las palabras impresas en sus obras? No lo sé, la verdad (puede que Google no haya conseguido acabar con todas las preguntas sin respuestas al fin y al cabo). Al no tener respuestas, volvamos al único refugio en el que no son necesarias: la poesía. Y es que, evidentemente, tras la canción, la imagen, la pregunta y el poeta, tenía que llegar el verso. Un verso vestido con traje de premonición, porque Costas, nuestro Costas ya desde hoy, aunque se dejó la vida bajo aquel eucalipto, ya se había ido muriendo mucho antes. aunque enterré mi propia vida en el fondo del dolor que sufrocómo tiembla mi alma limpia viendo la grandeza del cielo, cuando la mar inmensa inunda la playa en la mañana, me habla de una orilla conocida, me habla de una vida que he vivido. Esto fue lo que escribió Costas Cariotakis (aunque en griego, evidentemente, lo que nos lleva a la pregunta planteada por Juan Manuel Macías en su artículo “Las impropias traducciones” del nº 354 de la revista Quimera, planteando si es posible realmente traducir la poesía), mucho tiempo antes de protagonizar esa imagen que intentábamos ilustrar más arriba. Una imagen que adquiere mucho más sentido si no la vemos como un elemento aislado, sino como el final de un proceso, porque Costas, además de poeta y perseverante, también era un suicida. Un suicida que, incluso en sus horas finales, tenía tiempo para recomendaciones: Aconsejo a cuantos sepan nadar que no intenten jamás suicidarse tirándose Al mar. Durante 10 horas me estuve peleando con las olas. Tragué una enormidad de agua y, sin saber cómo, de vez en cuando subía a la superficie. Seguramente alguna vez, cuando tenga oportunidad, escribiré las impresiones de un ahogado.

El texto está plagado de humor en cada una de sus letras, un humor puede que incluso un tanto macabro. Un humor fuera de lugar para quien se ha intentado suicidar el día anterior tirándose a las aguas del Mediterráneo. Un humor desacertado para quien, apenas unas horas después, estará tendido a los pies de un eucalipto con un camino de fuego abierto en el pecho. Un humor incluso excesivo para quien está sentado en la terraza de un bar que tiene como nombre “Jardín Celestial” (eso sí que es humorístico), fumando cigarrillos y tomando café.

novela o una obra en gestación, sino de su amante, con quien, además de mantener una relación sadomasoquista, engañaba a una esposa a la que sometió a numerosas frustraciones, haciéndole abandonar su carrera en el teatro.

Son sólo dos ejemplos, pero podríamos poner muchos más, tantos que no podríamos evitar preguntarnos si no todos los escritores son unos auténticos bastardos (probablemente también las escritoras sean unas bastardas, pero hasta en este campo de la realidad, el de la mezquindad, las mujeres han Y aun así, de él, del poeta griego, de la sido relegadas a un segundo plano). encarnación de la tragedia griega más ¿Acaso tú también eras un bastardo, mi extensa, no hay biografías. No, de él sólo querido Costas? hay poemas, versos. Probablemente, porque eso es lo que han pretendido demostrar todas esas ¡Qué jóvenes llegamos aquí, a esta biografías, que los bastardos también isla desierta, pueden ser capaces de alcanzar las más a este rincón del mundo, más allá del altas cotas de belleza y creatividad por sueño y de la tierra! medio de la palabra escrita. Un objetivo Vinimos en silencio con nuestra que responde a un claro fin: permitirnos perpetua herida a rastras creer que hasta los bastardos pueden cuando el último estaba ya lejos. crear algo bello (y así para nosotros, todos también unos bastardos, sería No, de los jóvenes en islas desiertas, con un igualmente posible). único velero en el que viajar, uno hecho de papel y con un lápiz como mástil, no hay Lo cierto es que no sabemos, porque biografías. Las hay de otros, de escritores esas biografías no lo pueden explicar crueles, macabros, bastardos, hijos de puta y (y tampoco Google, con todas sus cabrones que no pueden haber escrito todas preguntas sin respuesta), si fueron esas palabras, pero... sí que las escribieron. bastardos antes de crear sus obras o fue el hecho de crear esas obras lo que Sí, porque fue el mismo Celine, el mismo los convirtió en unos bastardos. No lo capaz de armar un universo como “Viaje al sabemos y tendremos que vivir para fin de la noche”, el autor, tras Marcel Proust, siempre con esa cuestión a cuestas, más traducido de la literatura francesa del todo ello gracias a las biografías. s. XX, el que escribió panfletos antisemitas, publicados y conocidos, aunque después quiso borrarlos del mundo. Fue el mismo Entonces, siendo las biografías V.S. Naipul, el mismo ganador de todo un parte de este mundo, una especie de premio Nobel, quien ha afirmado en su notarios hechos de papel que dan fe biografía autorizada (de hecho promovida de las miserias, y puede que también por él mismo) que “la traté con extrema de la grandeza, de autores, autoras, violencia durante un par de días, se me fue celebridades e incluso hasta de algún la mano: me empezó a doler la mano, pero personaje anónimo, nos queda otra a ella le daba lo mismo”. Y no habla de una pregunta: ¿qué escoger, al escritor o a

lo escrito? Para mí, la respuesta es clara, pero no la diré en alto, ya que creo que las suyas (las de ustedes) son tan válidas, o más, que cualquiera que yo pueda plantear. Una cosa sí que diré, bien alto y claro, gritando incluso por la ventana (lo estoy haciendo, aunque no puedan verme), la única vida que merece ser contada es la de Costas Cariotakis. La vida de un poeta griego que se suicidó durante más de 36 horas, entre las que tuvo tiempo para pelear con el Mediterráneo, sentarse a escribir recomendaciones suicidas en un café y terminar tendido a los pies de un eucalipto, con un camino de fuego en el pecho que llegaba hasta su corazón. Un camino de fuego convertido en un sendero de referencia para la literatura griega, un suicidio de 36 horas que, más que un verso, podría ser una predicción, el adelanto de la otra tragedia griega, no la suya, sino la de todo un país, la que a día de hoy amenaza con devorar esa tierra sobre la nació y murió Costas. Una tierra, un país, en el que ya no hay fondos para biografías, y mucho menos para poetas, en el que la muerte no viene acompañada de versos e incluso suicidarse durante 36 horas sería considerado morirse por encima de sus posibilidades. Y como decía Costas... Sufrimos en el cuerpo y el recuerdo. La realidad nos acosa y la poesía es el refugio que envidiamos. Entonces es cuando entendemos la necesidad de la canción (“King and Lionheart”), porque siempre habrá reyes (esos de los que se escriben biografías, esos que dictan los recortes), pero son más necesarios los corazones de león.

Biografía

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Annie Costello NOTHOMBCENTRISMO

Fusa Díaz ESTHER TUSQUETS

Rebeca García Nieto PYNCHON

Alejandro Larrañaga EL ARTE DE VOLAR

30

Anabel Rodríguez EDUARD LIMÓNOV

Elena Triana JUAN JOSÉ MILLÁS

Laura Bordonaba EDGAR ALLAN POE

Verónica Lorenzo EMILIA PARDO BAZÁN

Yolanda Izard ANÍBAL NÚÑEZ

49

Pedro Larrañaga H.G WELLS

32

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José Braulio Fernández RUBEN DARÍO

Salvador J. Tamayo ERNEST HEMINGWAY

36

Marta Gómez Garrido ANA Mª MARTÍNEZ SAGI

Raquel G. Otero FREDERICA SAGOR MAAS

Roxana Contreras DURRELL

56

Ainize Salaberri VIRGINIA WOOLF

Biografía

Nothombcentrismo Los cinco libros sagrados de la mujer que se creyó Dios

n Annie Costello Todo comenzó por una portada. Ya había oído hablar de ella en boca de otros autores; en artículos y reseñas y recomendaciones de lectura. Amélie siempre me había parecido un nombre muy literario y quizá por eso la recordé el día en que, por fin, me tropecé con uno de sus libros. Me quedé parada junto a aquella estantería de la FNAC, entre mis manos su rostro contemplándome desafiante. Amélie Nothomb era pálida y de expresión hermética, dinamizada por dos cejas espesas. En aquella portada empuñaba una katana y parecía querer decirme algo. Apenas tuve que pensármelo: me dirigí a la caja y pagué el libro. No tardé en arrepentirme. Aquella compra fue mi ruina. Nothomb reavivó en mí una sed literaria que estaba apagada desde hacía tiempo. La devoré sin pausa, asombrándome ante aquel despliegue de ingenio que se abría ante mis ojos. Cada frase me parecía aún mejor que la anterior. Ni siquiera cuando, al rato, comencé a sentirme enferma, me detuve en la lectura: llamé a alguien y le pedí que continuara en voz alta. Asistí a la

narración de la historia entre vibrantes dolores de estómago y supe que Amélie amaba Japón, y que veía el mundo a través de una cortina de sarcasmo. No sé si fueron estos ingredientes o el hecho de leerla en mi agonía; la cuestión es que viví su historia como un harakiri ritual. Ofrecí mi cabeza y entrañas a aquella autora recién descubierta; no había llegado a la última página y mi devoción alcanzaba el clímax. Aquel día murió el teocentrismo y lo reemplazó el Nothombcentrismo, una fe de un único practicante – yo– que situaba a aquella mujer en el centro del universo. Las cinco novelas que hoy nos ocupan serían algo así como una Sagrada Escritura: cinco novelas autobiográficas, cinco libros sagrados que nos muestran que la propia vida, si se vive, puede ser la mejor de las tramas.

Primera infancia: Metafísica de los tubos



Pero comencemos desde el principio. Amélie

Nothomb nació en Kobe en 1967. Sobre la realidad, era belga por linaje, la tercera de tres hermanos e hija de un diplomático aficionado a cantar no. Sobre el papel, en cambio, era nipona por cuna y Dios por definición. Era el desencadenamiento, el ser, la ausencia radical de no-ser, el río en su más alto caudal, el dispensador de existencia, el poder a implorar. Amélie proclama su carácter divino, y lo prolonga de forma soberbia a lo largo de sus tres primeros años de vida. De forma soberbia en ambos sentidos, pues su fijación por el ego es tal que raya en el narcisismo. Pero más que un manifiesto de niñez, Metafísica de los tubos es una historia en estado líquido. La potomanía está presente en casi toda la trama: Amélie nada, baila en la lluvia, bebe ingentes cantidades de agua e incluso de alcohol a escondidas. Es Uanna, ser mitológico mitad humano, mitad pez; y mediante ese mimetismo acuático con la naturaleza, comulga también con Japón. Este país, después de todo, le ha otorgado el título de okosama, señor niño, título que garantiza la veneración de su familia y su aya. Pero toda edad dorada termina. Un día, alimentando a las carpas del estanque, nuestra niña anfibia descubre el leivmotiv de la existencia. ‘La vida es ese tubo que engulle y que permanece vacío’. Sorprendida por el nihilismo que le revelan las viscosas bocas de los peces, Amélie trata de suicidarse arrojándose al agua, su elemento. Pero aún no ha llegado su momento de morir.



Adolescencia: Biografía del hambre

Pero la noria seguía girando, y tal como descubrió el día que la arrancaron de Shukugawa, Nueva York pasó a la historia y los Nothomb volaron a Bangladesh. En aquel país mirarían, por vez primera, al hambre a los ojos. Sus habitantes, famélicos, morían de inanición, descomponiéndose en las calles al abrigo de las moscas. Amélie comprobó hasta qué punto la carne humana es perecedera. Bangladesh la enemistó con su cuerpo y la consagró a la literatura. ‘La adolescencia convierte nuestro cuerpo en un extraño, en un enemigo, de pronto habitamos en un cuerpo en el que no nos reconocemos’, declaró Amélie en una entrevista. ‘Es una fase de una gran violencia y yo viví y reaccioné a esa violencia a través de la anorexia, a través del hambre absoluta.’ El día 5 de enero de 1981, ella y su hermana Juliette dejaron de comer. Las dos a la vez, en un pacto previamente consensuado. ¿Enfermedad o rebelión? Posiblemente lo segundo. Rebelión contra las escenas que se sucedían más allá de los muros, y contra el proceso de crecimiento que se había adueñado de sus vidas. Encerrada en su habitación, Amélie se sentía Gregorio Samsa, esclava de la transformación de un cuerpo cada vez más enfermizo. A falta de nutrientes, devoraba libros. ‘La palabra diablo significa lo que separa. Comer era el diablo que separaba mi cuerpo de mi cabeza.’

Segunda infancia: El sabotaje amoroso

Tras su tentativa frustrada de suicidio, Amélie podría haber renunciado. Pero era la afortunada prole de un cónsul y no sólo le quedaba una vida: le quedaba el mundo por delante. Su siguiente parada es el Pekín comunista, donde aprende una lección imborrable: entre el amor y el combate apenas hay una fina línea. Lo aprende de la mano de Elena, una niña tan bella como perversa, que nos recordará a una princesa impasible viendo arder ciudades en su nombre. El sabotaje amoroso gira en torno a la dialéctica del vencedor y el vencido, del ser amante y el ser amado. Amar es un duelo homérico: Cada héroe encuentra en su bando rival su enemigo asignado, mítico, aquel que lo obsesionará hasta que haya acabado con él. Y Amélie, en tanto que se postra a los pies de su nueva ami-enemiga, reconoce así el centro del mundo en un lugar fuera de sí misma. Una de las características más peculiares en sus novelas es el tratamiento del tiempo. En cada una parecen trascurrir décadas, pero se enmarcan en breves periodos. Al final, a los diez años, existir es, cuanto menos, ridículo. Habiendo vivido la muerte y su anhelo; la cólera, la plenitud, el amor y sus torturas, ¿qué podía depararle el futuro? Ahí entra en juego la curiosidad como hilo conductor de la vida. No había que excluir que todavía pudiera conocer aquello que aún no había experimentado. Amélie se muda a Nueva York, nuevo destino de su padre. Embriagada de los encantos de la gran ciudad, sella la unión con su hermana Juliette entre exultantes rascacielos. Desde aquella etapa ambas serán confidentes y compañeras de batalla. Asistí al espectáculo subyugada por el prestigio de aquella belleza, nos dice. Todo en su nuevo hogar era hermoso. Las clases de ballet en las que suspiraba ser bailarina; el Liceo Francés, donde entendió que ser belga era ser una extraña. Las noches de cenas y fiestas que nublaban todos sus apetitos. Nueva York satura sus capacidades sensoriales. Allí vive una Edad de Plata en la que, aun siendo humana, se sentiría omnipotente. El mundo lejos de Japón también sabía ser fascinante.

Biografía del hambre exuda violencia. Tal vez porque la propia Amélie había sido violentada en una ocasión. Bañándose en el mar que lamía el golfo de Bengala, cuatro muchachos indios habían intentado agredirla. ‘Las manos del mar separaron mis piernas y entraron dentro de mí.’ Quizá fuera este uno de los episodios que desencadenarían su crisis de hambre, de cuerpo o de identidad. Pero sería injusto culpar a la geografía: la anorexia fue portátil. La arrastraría de Bangladesh a Birmania, de Birmania y a Laos, y, finalmente, a Bélgica. Aquel país europeo que su familia señalaba como patria y del que conocía contadas cosas, como, por ejemplo, el chocolate. Juventud y futuro: Ida y vuelta al país del Sol (Re)Naciente A los 21 años, Amélie se ha recuperado. Acaba de terminar la universidad y, con un diploma en filología, se despide de su hermana y compra un billete a Tokio. La razón podía pasar por meramente laboral: iba a trabajar en la gran compañía Yomimoto. Pero en su fuero interno, ansiaba no regresar. Desde que había abandonado Japón a los cinco años de edad, había sentido su llamada, fuera donde fuera. ¿Qué mejor que la tierra del Sol Naciente para su propio renacimiento? Los primeros meses los pasa estudiando japonés empresarial. Y enamorándose. Podría parecer insólito que Amélie, puro cinismo, dedique una de sus obras a algo como el noviazgo. Pero en Ni de Eva ni de Adán el noviazgo es un acercamiento. Entre dos mundos. Entre dos almas. Rinri es un joven de clase alta que, como buen nipón, admira cualquier cultura venida de países remotos. Leerá a Marguerite Duras, se deleitará con las expresiones francesas y se sentirá fascinado por historias sobre los templarios. Amélie, de su mano, retomará la fantasía asiática arrebatada en su infancia, y entre excursiones al Monte Fuji y cenas con auténticos tokiotas, rozará la exquisitez de una sociedad que la atrae tanto como la aparta. Ella sigue siendo extranjera. Su japonesidad es sólo de espíritu.

A la misma vez que el noviazgo, vive su experiencia más famosa: el descenso al infierno laboral –relatado en la aplaudida Estupor y temblores–. Como empleada de Yomimoto, Amélie descubre la cara oscura que sustenta la economía nipona: un terreno minado y competitivo, en el que tocará fondo. Sufre humillaciones continuas por parte de sus superiores, que la relegarán de sus tareas tachándola de incapaz. Pasa de ser contable a ocuparse de la limpieza, y narra su periplo con una ironía exquisita, convirtiendo un trance difícil en un festín de hilaridad. ¿Qué vale la carne de esos valiosos humanos frente a la eternidad de la loza de los sanitarios?, se pregunta en el libro, mientras friega los váteres de la empresa. Se encontraba en un callejón sin salida. El mismo país que en su infancia la había entronizado y dotado de poder, en su adultez la rechazaba y arrastraba hasta la deshonra. El fin del viaje comienza a avistarse. Cuando toma la decisión de cortar lazos, la escisión es limpia y concisa. Presenta su dimisión en Yomimoto. Y rechaza un matrimonio con Rinri, quien es, dice, demasiado bueno, exento de cualquier defecto. Desde el avión se despide de su isla sagrada y de su amor. Tal vez Japón y Rinri en su mente fueran semejantes. Viejo hermano, te quiero. No te traiciono al marcharme. Huir también puede ser un acto de amor. Para amar, necesito ser libre. Me marcho para preservar la belleza que siento por ti. No cambies nunca. Lo que fue de Amélie ya es conocido. Volvió a Bélgica, a la que, asegura, ha aprendido a pertenecer. Y es que Bélgica era como ella, confusa, carente de identidad sólida. Allí comenzaría su carrera literaria, carrera que hoy continúa brillando. Cuando uno lee su obra autobiográfica, siempre se plantea el mismo interrogante. ¿Es cierto todo lo que nos cuenta? Una niña de seis años no intuye las enseñanzas de Wittgenstein, ni comprende que la crudeza es el principal filón del humor. Tal vez sus sensaciones, sencillamente, se anticiparan a lo que aprendería más tarde. La opción más lógica es bautizar estas obras como autobiografías ficticias. Reconstrucciones de recuerdos barnizadas con la experiencia. Su vida puso escenarios exóticos, personas carismáticas, sucesos clave. Los años aportaron la sátira, la abstracción, las referencias. Amélie vivió, con mayúsculas. Y escribiendo consagra sus vivencias. Ella misma lo sentencia: ‘si logras inscribir los tesoros de tu paraíso en la materia de tu cerebro, transportarás en la cabeza si no su milagrosa realidad, sí por lo menos su poder.’ Ella lo logró. Retuvo el paraíso, y nos lo ofrece en los estantes de las librerías. Ése es su mejor regalo.

Biografía

Confesiones de una editora poco mentirosa n Fusa Díaz Unidad de flujo luminoso del Sistema Internacional, que equivale al flujo luminoso emitido por una fuente puntual uniforme situada en el vértice de un ángulo sólido de un estereorradián y cuya intensidad es una candela. Sí, Lumen era una candela, pero al principio no fue, como la entendemos ahora, una luz literaria, sino que era una editorial religiosa. La autobiografía que escribió Esther Tusquets como editora (poco mentirosa) bien podría ser la radiografía de la editorial. El padre le compró a un hermano suyo la editorial por hacerle un favor, y aunque en un primer momento iba a permanecer intacta, con sus títulos, con sus best sellers que daban beneficios católicos, añadiendo dos libros que Esther y Óscar, su hermano, propusieran al año, lo cierto es que se les fue de las manos. Eran jóvenes y tenían ideas y lo que en un momento parecía una carga que había asumido el padre, se convirtió en el proyecto de una pequeña editora con olfato y criterio. Lo primero que hicieron fue ir a la Feria del Libro de Frankfurt y contratar algunos títulos de literatura infantil. Unos libros para niños, por supuesto, que no tenían nada que ver con

los que se estaban vendiendo en aquel momento en España. Había campos que hoy están explotados pero que entonces eran vírgenes, y en Lumen empezó una colección (Palabra e Imagen) que iba acompañada de fotografías y textos de autores importantes. Esther Tusquets pedía los textos a Cela, Delibes o Vargas Llosa, ellos proponían un tema, un fotógrafo y se le daba vida a un libro bonito como objeto e interesante en su contenido, además de ser poco habitual. La primera autora, con unas fotos de los niños del barrio chino, fue la muy querida Ana María Matute, que escribió un texto en el tono de “Los niños tontos”. Cuando empezaron a crear la línea infantil con autores hispanos, fue también la Matute quien empezó con “Sólo un pie descalzo”, del que hablé en el número dedicado a la literatura infantil. “Paulina”, un libro cuadrado e ilustrado especialmente para Lumen, todavía se puede encontrar por librerías de viejo. Igual que “El castillo de las tres murallas”, que escribió Martín Gaite para Esther Tusquets. Aunque al principio la Gaite se negó porque nunca había escrito nada para niños, unas semanas más tarde le escribiría una carta para decirle que gracias a su proposición se había animado y estaba contenta con el resultado y la

experiencia: desde que había escrito “El cuarto de atrás” no se había sentido tan bien.

editoriales. Algo tenían Esther Tusquets y su pequeña editorial para que la tentación del dinero se quedara en nada.

Me gustaba por encima de todo, claro está, elegir títulos y descubrir autores (existe un momento sublime en la vida del editor, que se produce, como los grandes amores, pocas veces, y que no guarda relación alguna con el aspecto comercial, porque ningún editor genuino, ningún editor de raza, piensa entonces en los ejemplares que va a vender, y es aquel momento en que abres, acaso al azar, el original de un perfecto desconocido y te encuentras ante una obra importante: son estos raros momentos de éxtasis, de enamoramiento, los que compensan las dificultades y disgustos de una profesión dura y difícil, y los que me han hecho reconocer que he sentido en definitiva vocación por un trabajo que, si bien no elegí, he desempeñado con placer y a trechos con entusiasmo). Pero me ha gustado también mucho la vertiente artesanal de mi trabajo. Una de las ventanas del pequeño editor es participar en todo, hacer un poco de todo. Creo que he odiado un solo aspecto de mi profesión, que en consecuencia debe de ser el que peor he desempeñado: la promoción.

El libro, “Confesiones de una editora poco mentirosa” (RqueR Editorial) destila la frescura de la época. Esther Tusquets habla de que pedía textos a autores que hoy en día son reconocidísimos y lo hace de una forma natural. Nadie se negaba, nadie priorizaba (excepto Cela) el dinero. Todos querían lo mismo y eso que querían era la literatura. Incluso escritores como Delibes, que tenían cinco hijos, priorizaban el arte por encima del adelanto. Aquello facilitaba mucho las cosas, y el buen ojo y el buen hacer de Esther Tusquets redondearon una época gloriosa que terminó con los argumentos de venta, con los libros descatalogados y con lo comercial, que a menudo va más relacionado con la inmediatez y la televisión que con la literatura, que era lo único que les interesaba a los trabajadores que estaban a disposición de Lumen. En ese caso, la definición que nos da la RAE no puede irle mejor a una pequeña empresa poco mentirosa que se abría paso junto a los jóvenes compañeros de sector Jorge Herralde y Carmen Balcells, entre otros.

Así era la editora de Lumen, Esther Tusquets, que se mantuvo firme hasta el final, incluso en el tiempo que trabajó después de haber vendido la editorial a una multinacional (Random House Mondadori). Lumen tenía raza, tenía fuerza, era puramente literaria. Hoy en día es muy difícil que se sostenga en términos económicos una editorial de estas características. Esther Tusquets sacó adelante una empresa literaria, si se me permite la fusión de dos términos que se repelen tantísimo, y lo hizo gracias al instinto y también a los golpes de suerte. Además de publicar títulos excelentes, con más o menos fortuna en la censura, tuvo el acierto de descubrir a Mafalda. El representante de Quino se dirigió directamente a Seix Barral para ofrecerle los cómics, pero Carlos Barral dijo que no le interesaba ese mundo. Ivonne, su mujer, fue la que le recomendó Lumen, que había editado algunos libros ilustrados y con imágenes. Esther Tusquets, en cuanto lo supo, corrió a su encuentro, porque el distribuidor de Visor le había mostrado aquellos libritos en sus inicios. Si corrió no fue porque creyera que se iba a convertir en el superventas en el que se convirtió, sino porque el Quino de los inicios ya le pareció brillante. Lo mismo ocurrió con Umberto Eco: Seix Barral tenía el año completo y Esther Tusquets le iba a publicar a Eco una recopilación de artículos, pero finalmente aquel ensayo que iba a publicar Carlos Barral fue cedido a Lumen. Así fue como se convirtió en la editorial española de Umberto Eco: cuando escribió “El nombre de la rosa”, decidió que la publicara igualmente su editorial española. No se planteó que fuera de otro modo, ni siquiera con el éxito que ya estaba teniendo en el extranjero. A este tipo de fidelidad también hay que agradecerle que Lumen siguiera siendo una editorial de tanta categoría, puramente cultural y con una visión literaria del mundo que debía defender. Samuel Beckett, después de ganar el Nobel de Literatura, también siguió con Lumen, a pesar de las muchas propuestas millonarias de otras

En las fiestas, en los lugares que compartían los artistas de la época, se respiraba, como decía, una frescura que ya no se ha podido recuperar. La autobiografía literaria de Esther Tusquets está teñida, o debería decir manchada, por la nostalgia y por un espíritu que ya, parece, no podremos rescatar. Entonces había un mensaje, había algo que decir y se decía sin miedo, o con miedo pero se decía. Todos luchaban contra un enemigo común, que era el franquismo, y lo combatían con la literatura, con las ideas. Lo derrotaban a pequeña escala, de un modo silencioso, como hormiguitas obreras. Después llegó la época de la multinacional, hablando de una sinergia que no se dio. Esa luz que encerraba la editorial no se correspondía con la ambición de Random House Mondadori. Los lectores y la distribución de Plaza&Janés no servían para Lumen. Y pronto nada sirvió para Esther Tusquets, que fue despedida. En el último congreso, ámbito al que tuvo que entrar por la grandeza de la empresa a la que ya pertenecía su pequeña editorial, presentaron el catálogo ella y sus colaboradores fieles, su hija Milena y Carmen Giralt, y allí, inusualmente, se habló de lo importante.

Poco antes se había celebrado la convención anual del grupo. Esta vez en Túnez. La situación no era cómoda para mí, pero decidí asistir. No me puse chilaba ni gorrito, ni canté, ni bailé, ni conté chistes (entre otras cosas porque un ataque de ciática me tenía doblada de dolor), pero me senté con mi hija, con Carmen y con Andreu Jaume en la mesa del estrado, para exponer el programa editorial del año, y en uno de esos gestos aparentemente inútiles, pero que justifican seguir vivo y adelante, ninguno de los cuatro expuso argumentos de venta, ninguno habló de televisión ni de cine ni de personajes y temas mediáticos: durante casi una hora, y sin que seguramente nos escuchara nadie, hablamos solamente de libros y de literatura.

Biografía El caso Pynchon n Rebeca García Nieto 05/27/2013 11.11 a.m. (Eastern time)

absoluta fiabilidad, el objetivo llevaba puesta una chaqueta del ejército y una gorra roja. Desde entonces, permanece en paradero desconocido.

Varón. Raza blanca. Nacido el 8 de mayo de 1937 en Glen Cove, NY. Altura estimada: 6 pies y 2 pulgadas… Ésos son los únicos datos biográficos fiables que he podido averiguar del sujeto sobre el que he de informar: Thomas Ruggles Pynchon, Jr. Todo lo demás, incluido el color de sus ojos (azules, para unos; verdes, para otros), sigue siendo una incógnita.

Antes de abordar la incógnita que motivó la investigación que se me ha encomendado (a saber, ¿representa Thomas Pynchon una amenaza para la seguridad nacional?), conviene repasar las hipótesis que se han barajado hasta ahora sobre su identidad:

Según nuestras informaciones, Thomas Pynchon fue visto por última vez en 1963, cuando estaba, presuntamente, radicado en México, D.F. y la revista TIME mandó a un fotógrafo a su domicilio. Al parecer, en aquella ocasión, nuestro hombre saltó por la ventana y huyó en autobús hacia las montañas para no ser fotografiado. El último avistamiento del escritor tuvo lugar en 1997, cuando un equipo de la CNN montó un dispositivo de vigilancia en el Upper West Side de Manhattan, donde se creía que residía. Según un testigo, del que no podemos garantizar su

1 Thomas Pynchon no existe. Desde luego, la posibilidad de que Pynchon no exista, de que ninguno de nosotros exista, es una hipótesis que no podemos descartar. Paradójicamente, otras personas han afirmado justo lo contrario: que Pynchon es un comité. Las opiniones de nuestros informadores oscilan, por tanto, entre dos extremos: o Thomas Pynchon no es nadie, o, por el contrario, son muchos (es decir, legión). 2 Thomas Pynchon es William Gaddis. Entre los

pseudónimos que, presuntamente, nuestro objetivo ha utilizado para ocultar su verdadera identidad, destaca el de William Gaddis. El hecho de que ambos escritores se negaran a que su fotografía apareciera en las solapas de sus libros parece apoyar esta hipótesis. Además, según la informadora Wanda Tinasky: “Las novelas de William Gaddis y Thomas Pynchon fueron escritas por la misma persona”. Lamentablemente, a pesar de lo atractivo de esta afirmación, tenemos motivos para sospechar de la fiabilidad de nuestra fuente: Wanda Tinasky decía ser una anciana rusa judía que vivía debajo de un puente, se alimentaba de restos y utilizaba un periódico como ropa interior… Más tarde, el editor del periódico que ella utilizaba para publicar sus cartas, y para tapar sus zonas pudendas, nos alertó de la posibilidad de que pudiera tratarse de un agente doble: “SOSPECHAS CONFIRMADAS. El justamente reconocido novelista americano Thomas Pynchon es casi con toda seguridad la escritora de cartas cómicas Wanda Tinasky”. En un principio, la hipótesis de que Pynchon estuviera detrás de esta cortina de humo nos pareció verosímil: se cree que, en el periódico del instituto, el escritor era el responsable de la columna satírica “The voice of the hamster”, similar en tono a las cartas de Wanda Tinasky. Además, algunos testigos corroboran la afición del escritor por disfrazarse (sobre todo, con ropas de mujer)… Por desgracia, se trataba de una pista falsa. Casi con toda seguridad, detrás de las cartas de Tinasky resultó estar Tom Hawkins, un fan de William Gaddis que acabó asesinando a su mujer, prendiendo fuego a la casa –con el cadáver dentro- y lanzándose con el coche por un precipicio… (Retomaremos esta línea de investigación en un futuro próximo). Teniendo en cuenta lo anterior, parece razonable afirmar que Thomas Pynchon es, en realidad, Thomas Pynchon. Y punto. Aunque, obviamente, cabe la posibilidad de que Thomas Pynchon sea, a su vez, un pseudónimo, otra máscara… Ahora bien, ¿por qué querría el escritor jugar al escondite con nosotros? A finales de los 60, el informador Jules Siegel (escritor y, por consiguiente, informador poco fiable) le preguntó a Pynchon directamente: “¿De qué tienes tanto miedo? ¿No entiendes que lo que has escrito te sacará de lo que sea en lo que puedas estar metido?”. A lo que Pynchon, supuestamente, contestó que era precisamente lo que había escrito la razón por la que “ellos querrían atraparle”. ¿Ellos?, ¿quiénes son ellos? ¿Ellos somos nosotros? Sean quienes sean, parece que hasta el propio escritor considera sus novelas como la mayor prueba incriminatoria que podría presentarse en su contra. Este mismo informador reveló que Pynchon, que durante una época trabajó en el ejército, estuvo implicado en los experimentos secretos con LSD que la agencia llevó a cabo entre 1953 y 1964 (MK-Ultra Program). Según Siegel, la novela El arco iris de gravedad es una confesión de su culpabilidad. En nuestros archivos no hay ninguna evidencia de que Pynchon participase en dicho programa. Lo que sí parece contrastado es que, mientras estudiaba en Cornell, allí se llevaron a cabo estudios sobre el lavado de cerebro. Es probable que Pynchon estuviera al corriente de los mismos y ese material asome bajo la superficie de sus novelas (véase La subasta del lote 49). Otra acusación poco plausible es que Pynchon fuese el “Unabomber”, conocido por enviar cartas bomba a distintos objetivos en protesta por los abusos de la sociedad industrial americana. Es cierto que el escritor aborda este tema en sus novelas; sin embargo, no creo que podamos acusar a Pynchon de enviar cartas bomba, sino de fabricar libros-bomba. Han pasado cincuenta años desde que lanzó su primer artefacto literario, “V”, justo antes de desaparecer del mapa en el 63, y su onda

expansiva sigue haciendo estragos: sus libros han impactado sobre varias generaciones de lectores, y ahora ya no podemos hacer nada para evitarlo. Llegados a este punto, creo que, si queremos encontrar a Pynchon, no hacen falta dispositivos de vigilancia, basta con que busquemos en sus libros. Ellos son la única pista que ha dejado atrás. Coincido con otros agentes que afirman que las novelas de Pynchon contienen mensajes encriptados que es preciso descifrar. Por ejemplo, el cohete alemán V2 juega un papel protagonista en la trama de El arco iris de gravedad. De hecho, el título de la novela alude, entre otras cosas, a la trayectoria parabólica, en forma de arco iris, que sigue el misil V2 cuando se mueve bajo la influencia de la gravedad tras desactivar el motor… Al parecer, por motivos laborales, Pynchon estuvo implicado en varios programas de misiles: trabajaba en Boeing cuando se construyó el Minuteman Missile y formó parte del Intercontinental Ballistic Missile Program. El escritor siempre se mostró ambivalente a este respecto. Criticaba el sistema, los abusos militares e industriales de su país; sin embargo, formaba parte de él. El mensaje cifrado que encierra la novela podría ser: Existen muchos paralelismos entre las atrocidades que cometieron los nazis y las cometidas por los americanos a lo largo de la historia. Así, por ejemplo, Pynchon resalta la relación existente entre la petrolera americana Standard Oil y la compañía alemana I.G. Farbenindustrie (famosa por producir el gas Zyklon B, utilizado en las cámaras de gas por los nazis). Estas pistas estaban ya en su anterior libro, La subasta del lote 49, novela en que se establecen vínculos entre la Alemania nazi y la América contemporánea al autor, inmersa por aquel entonces en la Guerra de Vietnam. Además, esta novela alude, de forma velada, al asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy. Al parecer, en La subasta del lote 49 pueden encontrarse detalles del informe de J. Edgar Hoover, como la teoría de los tres francotiradores, años antes de que Oliver Stone llevara esa teoría a la gran pantalla en JFK. ¿Cómo pudo Pynchon tener acceso al informe del director del FBI? Según David Cowart, mientras Pynchon estaba en el ejército salía con una mujer que trabajaba para una agencia de inteligencia. ¿Sería ella uno de los nuestros? En la ecuación Pynchon siempre queda al menos una x que despejar. Conclusiones:

- Seguimos sin noticias de Pynchon, aunque cabe esperar que siga activo (sus artefactos, al menos, no han sido desactivados por completo). - Es probable que le den el Premio Nobel en un futuro próximo. Si acude a la ceremonia, tendremos la oportunidad de atraparle. No obstante, no podemos garantizar el éxito de la operación, ya que en 1974 no acudió a la ceremonia en que se le iba a hacer entrega del National Book Award por El arco iris de gravedad. - Mientras tanto, sugiero seguir buscando a Pynchon entre sus líneas. Ahí está todo lo que necesitamos saber de él.

Firmado: Carrie Mathison CIA Officer Langley, Virginia

El arte de narrar

Biografía

El arte de volar de Antonio Altarriba y Kim

Una vida de película y un planteamiento perfecto es la combinación que convierte a “El arte de volar” en un homenaje, una lección de historia, un retrato de una época y todo ello utilizando a la novela gráfica como el vehículo ideal para plasmar toda la potencia de la realidad. Toca volar.

n Alejandro Larrañaga “Bueno, ha llegado la hora… la hora de echar a volar.” Una pregunta que siempre me viene a l mente cuando me planteo el tema de las biografías es: ¿qué hay que hacer para merecerse una biografía? O para que alguien esté interesado en leerla. Es posible que sea demasiado

quisquilloso y que una vida tenga el mismo interés que cualquier obra de ficción, o no. Lo único seguro es que las peripecias vitales de Antonio Altarriba sí que merecen ser contadas y su hijo, en colaboración con el dibujante Kim, lo hace de un modo impactante. Ante el posible rechazo a una obra en la que se habla sobre temas recurrentes o por el

formato de novela gráfica, será mejor pasar al ataque y exponer sus virtudes en forma de alegato. Alegato Uno: el planteamiento “Puedo igualmente asegurar que, aunque parecieran unos pocos segundos… … mi padre tardó noventa años en caer de la cuarta planta.” El planteamiento es lo primero a reivindicar en “El arte de volar” por la valentía que demuestra Antonio Altarriba al medirse con dos historias tan grandes. Una tan íntima como la vida de su padre y otra tan ambiciosa como la definición de períodos tan emblemáticos de la historia contemporánea como la Guerra Civil, el franquismo o la Transición en España o la II Guerra Mundial a escala internacional. Un recorrido por dos países de un hombre consciente de que lo único que tiene es la dignidad y que ha tenido que renunciar a ella en demasiadas ocasiones por las circunstancias o por su propia debilidad. Si solo fuera esto lo que planteara Altarriba ya estaríamos ante una tarea titánica, pero el autor no se queda aquí. Para contarnos la vida de su padre, en un prólogo tan intenso como cautivador, realiza un proceso de suplantación de personalidad, de transmigración de almas o de trasposición de personajes, como prefiramos llamarlo. No es un narrador contándonos una historia, sino que pasa a ser el protagonista de la acción y a utilizar una primera persona fundamental para hacer más palpable todo lo que sintió a lo largo de su tremendo proceso vital. “Esta fue la consecuencia más terrible de una condena al

silencio… no pude educar a mi hijo…” Una caída de noventa años llena de renuncias, en la que se acumulan los errores, los aciertos y la sensación de que ese famoso libre albedrío no es tal. El mundo pone en nuestro camino aquello que más le interesa para obligarnos a tirar por un lado u otro. Nuestro papel será intentar buscar a través de esas opciones la felicidad, aunque sea efímera, para poder llegar al final con la sensación de haber aprovechado el camino. Llegados a este punto, no se trata de hacer una apología del suicidio como final de la vida de nadie, pero en el caso de Antonio Altarriba padre, el proceso que le llevó a tomar esa decisión estaba totalmente claro en su mente. Había pasado por todo lo necesario en este mundo y su historia merecía acabar a su modo. Él creyó que noventa años eran suficientes y, gracias al trabajo de su propio hijo, nosotros, con un nudo en la garganta, solo podemos desear que sus deseos sean respetados. Alegato Dos: nuestra historia “Las circunstancias se encargaron de dejarme las cosas claras… y resultaba evidente que ya no eran tiempos de costura sino de ruptura. ¡Me cago en mi padre! ¡Me cago en mi pueblo! ¡Me cago en mi patria!” La segunda parada del alegato tiene que ver con la propia historia de la humanidad, centrada en el caso español en “El arte de volar”. Es este un tema recurrente en España y que rápidamente degenera en discusiones políticas o en desdén hacia aquellos que, por edad o falta de interés, simplemente lo consideran algo

poco interesante. Puede ser que el volumen de películas, libros, publicaciones varias y demás debates hayan pervertido el tema, pero no conviene olvidar que para los protagonistas, directos o indirectos, de la acción pasaron por circunstancias que apenas podemos imaginar. Lo mínimo que se nos debería pedir es la sensibilidad de respetar y dignificar el pasado, para por lo menos no repetir errores. “Nosotros nos matábamos porque nos odiábamos mucho y poníamos mucho empeño, no porque tuviéramos buen armamento… estos son profesionales de la guerra.” Altarriba, además, añade otro factor más cercano. No solo se trata de llamar la atención sobre la historia con mayúsculas, sino centrar el foco sobre personas anónimas obligadas a vivir situaciones límite, donde probablemente tuvieron que hacer concesiones que no podemos ni soñar, desde nuestra posición de cómodos espectadores. Alegato Tres: el vehículo y el estilo “Detrás de esos cambios había una tragedia personal tan profunda como inconfesable… no se trataba de traición sino de suicidio ideológico… para afrontar el presente, debían acabar con el pasado… morir para seguir vivos.” Puede que esta vena reivindicativa comience a acercarse más a una pataleta de alguien impresionado por una obra (efectivamente, soy culpable), pero no me resisto a continuar. Al fin y al cabo, la grandeza de las empresas en las que nos embarcamos solo la puede medir el compromiso de la causa a defender. Por este motivo llega el turno de defender a “El arte de volar” como novela gráfica y como obra artística. Primero porque la novela gráfica demuestra con “El arte de volar” una capacidad increíble para combinar la potencia narrativa de una gran historia con el impacto visual de los dibujos de Kim. Cierto que esta es una obra de Antonio Altarriba, algo obvio si tenemos en cuenta que es la historia de su padre la que estamos leyendo, pero también que está condicionada por el estilo de Kim. Un autor conocido por su trabajo en la revista “El jueves”, en el que aparecen sus historias de “Martínez, el facha”. Su estilo, a medio camino entre el realismo y la caricatura, combina a la perfección para equilibrar la crudeza de lo expuesto con la

expresividad propia de lo grotesco. Alegato Cuatro: su historia “Al aceptar el plan de Elvira hice algo más que una nueva concesión… caí por la pendiente del beneficio a toda costa… un agujero fangoso del que difícilmente se sale…” La asunción por parte del autor de la personalidad de su protagonista, y progenitor, tiene un claro riesgo. La tentación de justificar aquellas decisiones más dolorosas, incomprensibles o, directamente, injustificables. Para huir de esa tentación, lo mejor es el tono neutro de los hechos y las explicaciones sinceras. La idea es ofrecer una visión global de la historia, no orientarnos hacia una u otra dirección. “Se alimenta de mí y de la pena por lo que no pudo ser… no alcancé el sol ni tan siquiera logré mantener el vuelo… por eso se me come un animal ciego y subterráneo…” La resignación y un cierto aire de renuncia impregnan el desarrollo de la trama. El protagonista se castiga con los errores y las rebajas en sus ideales que tuvo que ir asumiendo a lo largo de su vida. Curiosamente, le dejan el regusto amargo de la derrota cuando, la verdad, debería provocar envidia un recorrido tan vasto, con paradas tan memorables y la dignidad de haberlo intentado todo. “Antonio, este tribunal ha acordado por unanimidad liberarte de la vida… tras noventa años de condena a existencia forzada, ya eres libre…” Podría concluirse que Antonio Altarriba padre mereció ese veredicto final de los fantasmas que poblaban su mente. Había sido una larga caída y llegar al suelo debe ser visto como la última derrota sino como la liberación tras más sufrimiento del que, posiblemente, el común de los humanos podría soportar. El homenaje que le hace su propio hijo es la mejor manera de demostrarle que estaba equivocado, que sí había participado e influido en su educación. E igual que el autor de “El arte de volar” puede asimilar la personalidad de su padre, éste seguirá vivo en su hijo, su auténtico legado más allá de dolores, dignidad, penurias, felicidad y rencores.

Biografía

Limónov Novela biográfica sobre Eduard Limónov, escritor ruso con una vida intensa, casi casi inverosímil. Emmanuel Carrère realiza un retrato complejo del escritor, de Rusia y de la Europa de finales del siglo XX y principios del XXI.

n Anabel Rodríguez Debería morderme la lengua, mordérmela y dedicarme a desmenuzar la biografía de Limónov que ha escrito Emmanuel Carrière…No, no voy a hacerlo porque me llama muchísimo la atención cómo los franceses cuidan y tratan sus novelas, su literatura. Esta novela se presenta como la ganadora del “Prix des Prix 2011” o, lo que es lo mismo, el premio de los premios (creado ese mismo año), que se otorga al que se considera el mejor entre los ganadores de los principales premios de literatura francesa. No sé si esta es una muestra de chovinismo o de simple inteligencia a la hora de vender un producto, pero si entre las mejores novelas publicadas en un país, eliges una como la mejor de las mejores tienes un producto cuya venta resulta mucho más apetecible en el exterior. De hecho, los señores de Anagrama, que son mucho más serios y listos que yo, han decidido publicarlo en España, ya se sabe que todo lo que viene avalado con un gran éxito exterior encuentra cabida en nuestras editoriales. No diré más.

Emmanuel Carrère es el autor de esta novela biográfica, biografía novelada o como la queramos llamar, y hay que reconocerle un mérito incuestionable: la elección del protagonista, Eduard Veniaminovich Savienko, Limónov. Poeta, novelista, mayordomo, polemista, guerrillero, líder de un partido ilegalizado de corte fascista-comunista (el partido nacional bolchevique), y defensor de los derechos civiles. Su personalidad y su eclecticismo son buena parte del éxito del libro. La obra se divide en nueve fases históricas, que abarcan desde la infancia del protagonista hasta el año 2009. Limónov muta y al mismo tiempo permanece, construyéndose sobre las capas anteriores. Entiendo que es necesaria una explicación de lo que ha venido sucediendo en Rusia y Europa desde los años noventa para comprender y situar al personaje en su época más reciente. Pero estas explicaciones se realizan de tal forma que, a veces, el protagonista se desdibuja y fijamos más la atención en los políticos y oligarcas que han gobernado (o

desgobernado) Rusia. La infancia del protagonista aparece marcada por la dureza de su madre y el desprecio que aquel siente por su padre. Ambos influyen en su hijo más de lo que parece Raia, madre de Limónov, tras una experiencia traumática durante un bombardeo en la II Guerra Mundial, se muestra así de firme “La verdad, no lo olvides nunca, mi pequeño Édichka, es que los hombres son unos cobardes, unos canallas y que te matarán si no estás preparados para golpear primero”. Eduard se prepara, no quiere ser como su padre, “no quiere una vida honesta y un poco imbécil, sino una vida libre y peligrosa: una vida de hombre”. Esa búsqueda y la ferviente convicción de que es necesario estar preparado para cualquier cosa, son guías en su comportamiento. Tratará de convertirse en delincuente, pero no uno cualquiera. Eduard debe ser el mejor, porque otra característica del personaje es el grandísimo concepto que tiene de sí mismo y que le provoca no pocas frustraciones cuando no se ve reconocido por los que lo rodean, “no le gustan los cultos profesados a otros. Piensa que la admiración que les dedican se la roban a él”. A consecuencia de sus relaciones con estos maleantes sufrirá un breve encarcelamiento, un ingreso en el manicomio y descubrirá su talento para la poesía y para la moda, hasta el punto de que durante una temporada de su vida, se dedicará profesionalmente a confeccionar ropa con bastante éxito. Ya avisé de que este hombre ha hecho casi de todo en la vida. Cuando sale del manicomio encuentra trabajo en una librería de Jarkov y ahí conoce a la que será su primera pareja: Anna Moiseievna Rubinstein, una mujer poco atractiva, mayor que él, que sufre trastornos maníaco-depresivos. Da igual, Eduard se va a vivir con ella. Con Anna y sus amigos Eduard Savienko se convierte en Ed Limónov “un homenaje a su humor ácido y belicoso, porque limón significa limón y limonka, granada (la bomba de mano)”. Años después fundará la revista Limonka, órgano de expresión del partido nacional-bolchevique, pero eso es adelantarnos mucho. La relación con la depresiva Anna durará varios años, durante los que se trasladan a Moscú donde malviven en casas de amigos él fabrica ropa y se dedica a ser artista fracasado, porque “un artista auténtico sólo podía ser un fracasado. No era culpa suya, sino de unos tiempos en que fracasar era una acto noble. Pintar significaba ganarse la vida como vigilante nocturno. Ser poeta, retirar nieve con una pala delante de la editorial en la que jamás de los jamases le enseñaría sus poemas…”. La relación con Anna va abocada fracaso en buena parte por la enfermedad mental que padece. Mientras ella viaja a Letonia para recuperarse, él conoce a la que será su primera esposa, Elena hija de una familia “acomodada”, se acuesta y enamora de ella, pero no se atreve a decirle nada a Anna. Así hasta que no descubre que esta le ha sido infiel con otro no rompe la relación y es que Limonov es un monógamo encadenado. En el año 1974 emigra con Elena a Estados Unidos con unas cartas de recomendación y poco más. La vida es mucho más dura de lo que pueda parecer, las promesas de éxito que tal vez sólo existieron en su cabeza no llegan a concretarse. Trabajará durante algún tiempo en un pequeño periódico ruso, que abandona ante las sospechas de que fuera un agente de la KGB. La situación económica es terrible y los aboca al desastre, Elena lo abandona por otro hombre. Entonces se verá abocado a la indigencia, la idea de convertirse en chapero, el mantener relaciones sexuales esporádicas con hombres, y curdas tremendas. Es entonces cuando escribe su primera obra, que finalmente le daría el éxito en Francia,

y que se publicó bajo el título El poeta ruso prefiere a los negrazos. Hasta ese momento consigue asentar su vida de una forma casi inesperada: como mayordomo de un millonario norteamericano. Sí, lo que estáis leyendo. En París, si bien no consigue despegar económicamente, sí que logra el reconocimiento de crítica que buscaba. Publica más y más novelas sobre su vida: Diario de un fracasado, Historia de un servidor, Retrato de un bandido adolescente. Su pareja entonces era Natasha Medviédieva, cantante, alcohólica, ninfómana y escritora de la que no se separará hasta el año 1995, sin llegar a divorciarse oficialmente de ella, y es que Eduard es profundamente monógamo, en palabras de Carrìere “Creía que cada cual está destinado en la vida a encontrar a cierto número de personas y que ese números es fijo, que si desperdicias estas posibilidades has perdido” / “Natasha sería la buena porque estaban en igualdad de condiciones: dos hijos extraviados que se reconocían a primera vista y no se abandonaría nunca”. Las cosas no sucedieron así, pero durante unos años formaron parte de la vida cultural parisina y aunque no se hizo rico, al menos, era famoso y lo invitaban a encuentros culturales por toda Europa. De esa época he encontrado recortes procedentes de diversos periódicos españoles en los que entrevistan a Limónov, aunque su obra apenas si ha sido traducida. Eduard podría haberse quedado ahí, pero es complejo y cuando estalla la guerra de Yugoslavia, no duda en unirse a los serbios, cuya causa no ha sido precisamente popular. Persigue lo que desea desde la infancia, ser por fin un héroe. Hace lo que cree que debe hacer, aunque eso le suponga perder el prestigio adquirido esos años. Cuando la guerra en los Balcanes termina, Limónov regresa a su patria. Rusia parece tan convulsa como el escritor, y en cierto sentido es perfecta para él. A partir de su regreso en el año 1994 se impone una nueva tarea: ser político. Funda el partido nacional-bolchevique, que fue ilegalizado. También crea una revista que se convierte en su órgano de expresión: Limonka. Su lucha no cesa, en contra de Gorvachov, de Yelstin, de Putin… Limónov reúne a los jóvenes desheredados, los que no quieren ser gente normal y corriente que sólo piensa en la pasta, los que tienen espíritu rebelde, los nasbol. Estos se convierten en su corte, lo siguen y protegen hasta el día de hoy. Vuelve a pasar por la cárcel, esta vez como preso político. Lo acusan de terrorismo, organización de una banda armada, adquisición, de armas de fuego e incitación a actividades extremistas. Sin embargo no llega a cumplir la pena de cuatro años que le imponen; las autoridades lo liberan para lavar su imagen. Limónov es complejo, desconcertante. Sin embargo coincido con el autor en que “hay que reconocerle una cosa a este fascista: sólo ama, y sólo ha amado siempre, a las minorías. Los flacos contra los gordos, los pobres contra los ricos, los cabrones que admiten serlo, tan raros, contra los virtuosos que son legión, y por errática que parezca su trayectoria, posee una coherencia que consiste en haberse puesto siempre, absolutamente siempre de su lado”. Será el propio Limónov, a través de esas minorías, el que escriba hasta el último párrafo de su vida y tal vez entonces, puesto que todos hemos formado parte de alguna minoría, nos daremos cuenta de que no está tan lejos de nosotros.

Biografía

Yo, Rubén Darío. Memorias póstumas de un Rey de la Poesía (Ian Gibson) n José Braulio Fernández Riesgo ¿Qué es una biografía sino un ejercicio de redención, un intento de reconciliarse con el pasado? Cada particular brega consigo mismo para trazar el mapa de su vida acorde a su conciencia, los unos y los otros han tenido que librar una férrea batalla con su propia conciencia para dar vida al relato de ésta. Unos, con mayor o menor fortuna, salen airosos, pero derrotados; otros, se arrepienten, pero descansan. Todos, al fin, se deslizan por los callejones de su memoria para dejar constancia de la subjetividad que atesora, porque esto es lo que contiene la memoria, infinidad de recuerdos genuinos que cada mente adapta para conservar en una despensa de acuerdo a su mirada. Los biografiados son prisioneros de su vida. Los lectores imparten justicia, son el tribunal de sus hazañas. Los protagonistas escogen ser presos a cambio de liberar su conciencia, son víctimas de los sucesos que jalonan su existencia. El tribunal del que formamos parte elige la condena. O la absolución. Todas las biografías se prestan a este juego de extremos cuando se consumen

desde perspectivas equivocadas, cuando una biografía sirve para justificar alergias provocadas por el personaje principal. Envidias, frustraciones, sentimientos de inferioridad, todos esos sentimientos tan humanos que horadan al ser humano. Rubén Darío (Metapa, Nicaragua, 18 de enero de 1867 – León, Nicaragua, 6 de enero de 1916), biografiado por Ian Gibson (Dublín, 21 de abril de 1939), que ha elaborado un meticuloso atlas de su vida en un formato singular (a través de una ficción en la que el propio Rubén Darío habla por boca de un médium), se nos revela como un tipo brillante atormentado por su mente y la escasez de sus circunstancias, que no era ajena en la época a tantos y tantos genios de la Literatura, así como a otros muchos, la mayoría, anónimos de los que la historia nos ha dejado constancia. Las biografías ayudan a salvar las distancias que existen entre las creaciones y sus artífices. Bien podría el trabajo realizado por Rubén Darío, en prosa y en verso, servirnos como un callejero de su periplo vital; no obstante, la biografía es rica en

matices, esos matices, a veces frívolos, que no hacen más que dotar de humanidad al protagonista. Desde la distancia que se interpone entre su obra y nosotros, observamos a un Rubén Darío creador de un lenguaje propio e intransferible, bombardeado por ideas que más tarde revolucionarían la Literatura (si es que estos términos casan entre sí, tan enfático uno y tan cordial el otro), sensible a los acontecimientos que sacudían el planeta en su época y más concretamente sus zonas de influencia; desde la intimidad de la biografía esas singularidades, además, se revisten de cotidianidad, adquieren un candor prosaico, invitan a enfrentarse a la lectura sin ese miedo cerval que inspira el poeta, tan denostado, tanto él como el conjunto de éstos, por culpa de prejuicios inveterados acomodados en espíritus nimios. “En mi primera escuela me tocó un profesor que apreciaba la poesía y era él mismo algo bardo, Felipe Ibarra. Allí se enseñaba la cartilla, el Catón cristiano, las “cuatro reglas” y otras nociones elementales. Ibarra estimuló mi vocación lírica hasta tal punto que mi tía abuela Bernarda, la que creía mi madre, se alarmó. ¡No quería que a mí me entrara en la cabeza la idea de que pudiera ganarme la vida escribiendo! La tía abuela no era la única persona supersticiosa de mi casa. Dos viejos sirvientes, la Serapia y el indio Goyo, me contaban cuentos de ánimas en pena y aparecidos que me ponían los pelos de punta, y la madre de Bernarda, que vivía con nosotros, me hablaba de un fraile sin cabeza, de una mano cortada y peluda que perseguía como una araña y, sobre todo, de la cegua, una bruja monstruosa, muy temida por los campesinos nicaragüenses.” ¡Es un hombre! Es la sencilla, que no simple, conclusión a la que se llega con la lectura de una biografía. Y no es poco premio éste, acostumbrados como estamos a autores con ínfulas, inflamados de vanidad dichosa, equivocados con el lector, casi siempre infravalorado, disfrazado de mercancía, de objeto, de objetivo. Como cualquiera, los biografiados han tenido infancia. Los amoríos, los amoríos de esa primera infancia que borda la adolescencia, la infancia tierna en la que un insecto deja la huella de un dinosaurio, esta etapa es fértil en anécdotas. Esta primera infancia sirve, a posteriori, para vislumbrar cuán trascendente ha sido en la forja de una personalidad. Rubén Darío fue un empedernido enamoradizo, nutrió su infancia de ideales e idealismo que delinearon su juventud. Una vez muerta ésta, al genio nicaragüense le desborda su afición por las mujeres. Y así su vida. Nada nos importa con quién o con quién no compartió su tálamo a lo largo de su vida; sin embargo, nos importa, y mucho, qué circunstancias lo condujeron a dar a luz a su obra, a pedazos de ella, a determinados poemas íntimamente relacionados con uno de sus avatares amorosos, ¿por qué no? Podemos conocer el proceso de creación de uno de los hombres más importantes para la literatura latinoamericana de todos los tiempos gracias a su biografía, ¿debemos desaprovechar esta oportunidad? ¿Nos apasiona la Literatura o sólo lo fingimos? De eso se trata, de bucear en ella, de conocer todos los pormenores de un libro, de un poema, de una estrofa, de un verso, de una rima insignificante que da sentido a un cuarteto. Salvo que su autor lo explique, nos queda refugiarnos en su biografía para extraer las claves de su genio. Cualquier otro deleite que se pueda extraer de la biografía de un poeta al

margen del puramente constructivo traspasa los límites del protagonista, de su obra y de los más elementales principios de un apasionado por la Literatura. Otros profesionales (entre todas las comillas) ocuparán su tiempo en esas fruslerías. Nos preocupa la afinidad que existe entre la obra y su correspondencia directa con un intervalo de su vida. Ese vínculo indisociable que consigue hacer florecer a un poema, a un cuento, a una novela. La paternidad. O maternidad. Las biografías nada tienen que ver con el voyeurismo casi enfermizo, las biografías son un vehículo del que nos servimos para comprender el proceso creativo, para comprender la obra y las motivaciones de su autor. El itinerario de una vida es también el de la creación. Podríamos creer comprender la obra sin conocer los entresijos que salpican la vida; pero sería un ejercicio parecido a intentar poner nombre a los ríos de un país desconocido en un mapa mudo. “Pero, ¿cómo conseguirlo? Yo estaba otra vez sin un céntimo. Mi esperanza de recibir algo de Nicaragua, del Gobierno, resultó vana. Estaba desesperado. Y así seguí un par de años. Fue la trágica guerra de España con Estados Unidos lo que dio lugar finalmente a que mi vuelta a Europa pudiera ser realidad. La noticia, a principios de mayo de 1898, de la total destrucción de la flota española en Manila consternó a Argentina y a mí me afectó profundamente. La extinción del antaño inmenso imperio español y la ruina de la Madre Patria coincidían con un fin de siglo repleto, por otro lado, de ominosos augurios de una conflagración europea. Todo parecía venirse abajo, y recordé mis impresiones de la España de 1892 y el verso de Verlaine: Je suis l’Empire à la fin de la décadence.” La lectura de la biografía de Rubén Darío, como de otras, es también un recorrido por la historia de una época, no en vano la vida no se desliga de su paso por el mundo. Ningún autor es ajeno a su época y ninguna obra es ajena a su autor. Conocer la historia, así como la vida, ofrece muchas claves sobre la obra. Rubén Darío vivió en Centroamérica en el curso de diferentes acontecimientos que marcarían el devenir de los territorios, estuvo relacionado con importantes personalidades, tanto en aquella parte del océano como en ésta. Sus visitas a España con sus relaciones con importantes novelistas y poetas, como Juan Ramón Jiménez o Emilia Pardo Bazán, y políticos, como Cánovas del Castillo, o sus visitas a Francia y las impresiones causadas por su admiradísimo Paul Verlaine, dejaron huella, como en su infancia, en la absorbente personalidad del nicaragüense universal. Las relaciones con la época y con la gente, algunos tan reputados en su época e historiados posteriormente, se fijaron en la retina de Rubén Darío, como atestiguan sus escritos; es por eso que estamos obligados a valorar no sólo al genio, sino también sus circunstancias, como Ortega y Gasset nos legó en su famoso adagio. Hemos tratado, sobre la base de esta apasionante biografía, de acoger a este género literario en el lugar al que pertenece. Las biografías, por razones que se nos escapan, han sido ninguneadas, se han tratado como un sucedáneo literario, como arribistas sin escrúpulos. Nada más alejado de la realidad. Las biografías son addendas que contribuyen a explicar el espíritu que sobrevuela las creaciones. Cuando hablamos de biografías nos ceñimos estrictamente a las biografías, descartamos suertes de sensacionalismos que buscan un efectismo abominable.

Biografía

Aproximación a un boxeador cansado n Salvador J. Tamayo «¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece. Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta».

por el general Leclerc en la que combatieron decenas de republicanos españoles. Si detenemos el fascismo en Europa, de Francia bajaremos a liberar a España. Finalmente no sucedió así.

Eclesiastés 1, 3-5.

Lejos de ser un escritor autobiográfico, su prosa sí que se dejó llevar por la frenética vida de quien gozó de una libertad envidiable siendo únicamente fiel a sí mismo. De su paso como camillero por la primera Guerra Mundial en Italia nació Adiós a las armas, donde no sólo apreciamos los problemas de la guerra sino los de un hombre, ya que como dijera él mismo en la única conferencia política que dio en su vida: «el problema de un escritor no cambia, él mismo podrá cambiar, pero los problemas seguirán siendo los mismos. Y esto es como escribir verdaderamente y encontrar una experiencia que al ser escrita se convierta en parte de la experiencia política de los escritores. [...] los verdaderamente buenos escritores lo siguen siendo bajo casi todas las formas de gobierno existentes y que ellos puedan tolerar. Sólo hay una forma de gobierno que no produce buenos escritores y ese sistema es el fascismo. Ya que el fascismo es una mentira contada por matones. Un escritor que no mienta no puede vivir y trabajar bajo el fascismo» (4 de junio de 1937 en la celebración del Segundo Congreso de los Escritores

El sacerdote Robert J. Waldmann leyó estos versos en el funeral de Ernest Hemingway procedentes del Eclesiastés, precedido de la máxima: Todo es vanidad. Primero en latín y luego en inglés. Finalmente tres padres nuestros y tres avemarías para despedir al escritor que vivió dos guerras e incluso le ganó la partida a la muerte disparándose con los dos cañones de una carabina mientras su esposa aún dormía. La vida es aquello que pasa mientras decides cómo contarla. Hemingway lo logró, logró narrarse a sí mismo y a su tiempo como puede que ningún otro escritor lo haya hecho nunca. Existen decenas de biografías sobre la figura del Nobel, aunque fue Carlos Pujol quien con unas breves notas sobre su vida logra poner al lector en la difícil tesitura de discernir si se queda con la vida o con la obra. Yo me quedo todo, me quedo con el Periodista que participó a favor del bando aliado, de la resistencia francesa y sobre todo de la columna comandada

norteamericanos en el Carnegie Hall de New York). En Adiós a las armas vemos el romance casi fortuito del soldado Frederick Henry con la enfermera Catherine Barkley; F. Henry, alter ego del propio Hemingway muestra una visión humanista de la guerra donde el horror de la sangre queda oculto -como su eterno iceberg- bajo la cantidad de alcohol que el soldado herido consume, los parajes que visita y diálogos rápidos y ásperos que a pesar de la censura original, lograron de sobra el efecto deseado por el escritor. Los ideales y la sensación del odio hacia el enemigo narrados desde la cotidianidad de la barbarie, donde incluso puede nacer el amor y la huida por amor con final trágico incluido donde se muestra de nuevo a un Frederick/Hemingway resignado a ser la persona más importante de su propia existencia, tratando la muerte incluso como una excusa: «- ¿De verdad le tienes miedo a la lluvia? Cuando estoy contigo, no. ¿Por qué le tienes miedo? No lo sé. Dímelo. No, no insistas. Quiero que me lo digas. ya que tú lo quieres... La lluvia me da miedo porque a veces, cuando llueve, me veo muerta.» (Adiós a las armas, capítulo XIX) De su paso por la Guerra Civil Española surgió ¿Por quién doblan las campanas?, y en este momento, manteniendo su inalterable independencia como escritor se radicalizó en favor del bando republicano, como no podía ser de otro modo, y llegó a admirar y a llorar la muerte del general húngaro Lucasz -que estaba al frente de las Brigadas Internacionales- del mismo modo en que lo hiciera en el entierro de Unamuno. La independencia del escritor no está reñida con su implicación política, de hecho pasó de ser voluntario como camillero en Italia en la I Guerra Mundial, a terminar siendo juzgado en un consejo de guerra, del que fue absuelto, por incumplir su condición neutral como periodista y hacerle llegar armas a la resistencia antifascista parisina. El día de la liberación parisina entró riendo y gritando en el Ritz con un par de hombres armados y abrió una botella de güisqui para celebrar el triunfo sobre el fascismo, bebió por tres, por la Guerra de España, por la Guerra de Francia y por la ciudad de la luz que parecía no querer terminar nunca. Años después en 1957 el dueño del Ritz le llamó para informarle de dos cajones con sus pertenencias de la época

que habían conservado durante más de treinta años. Hemingway compró un baúl, grabó sus iniciales y vertió el contenido de los cajones. De ellos algunos años más tarde surgió París era una fiesta, donde sumido en una gran depresión, sufriendo de paranoia y manía persecutoria escribió uno de sus últimos textos, antes de suicidarse. ¿Por qué el arrebato vitalista previo al disparo? «En París es donde fui más pobre y más feliz», se ha repetido hasta la saciedad la relación de Hemingway con Gertrude Stein, Ezra Pound -a quién trató de enseñar a boxear, con muy poca fortuna para ambos- y Scott Fitzgerald, pero no sólo son interesantes las historias y que le retorciera el cuello a palomas porque no tenía para comer, sino el momento vital en el que escribió ese libro. La complejidad de la literatura de Hemingway, a pesar de la sencillez evidente, es un reflejo de su propia complejidad, estoy convencido de que jamás creyó en un tipo de romanticismo, sino que decidió vivir como quería escribir y escribir como quería leer, logrando que su espectro abarcara casi cualquier recoveco de la exaltación del hombre: «El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Esas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices que causa la manipulación de las cuerdas cuando sujetan los grandes peces. Pero ninguna de estas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un árido desierto. Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos.» (El viejo y el mar) «Nena, me dices que con esta pierna maltrecha no te sirvo de mucho, pero si puedo cargar a un soldado italiano durante cincuenta metros por supuesto que puedo cargar a una enfermerita alemana hasta el camastro. Tú y yo no tenemos la culpa de esta guerra, pero no veo por qué no sacarle provecho. Te esperaré toda la noche, a un lado de la barraca.» (Carta a Agnes Von Kurowsky, 1918) «Franquistas, nazis, fachas. No le veo salida a este siglo. Pero entonces entramos a París, y los malditos franceses seguían ahí, sentados muy orondos en sus cafés, fumando sus cigarritos y comiendo sus baguettes.» (Carta a John Steinbeck, 1945)

Biografía

En busca de Ana María Martínez Sagi

n Marta Gómez Garrido En algún momento, todo lector se ha preguntado qué tiene la literatura que levanta pasiones, que se enreda en nuestra garganta y nos provoca risas o llanto, felicidad o tristeza, que nos engancha y nos dirige, que ocupa horas y horas de nuestra propia historia. Lo que la hace básica y esencial para la cultura de una sociedad y de sus individuos son las historias, cada uno de nosotros es una historia y, a la vez, tiene decenas de historias que cruzan ese relato principal que es nuestra vida. Nos apasionan las grandes historias, conocer los acontecimientos, los motivos, los personajes que componen un relato, así como contar nuestras pequeñas aventuras o vivencias. A veces olvidamos que la vida real nos brinda las mejores historias, ya que, como bien dice el dicho: la realidad siempre supera a la ficción, sólo hay que saber dónde buscar esas historias sobresalientes y saber contarlas. Estos dos elementos se unen en la novela “Las esquinas del aire. En busca de Ana María Martínez Sagi” de Juan Manuel de Prada. En un libro con tintes autobiográficos y fantásticos, Prada se deja arrastrar por la fuerza y el misterio de la vida de Ana María Martínez Sagi: poeta de principios de siglo XX con un currículum sorprendente que se va desmenuzando poco a poco según el lector avanza en la trama. A pesar de que éste no es el género ni el tipo de relato que ha marcado la carrera de Juan Manuel de Prada, la historia que reflejan sus páginas se va abriendo ante el lector con soltura y garra, compartiendo con él la intriga que en su día sintió por la autora catalana. No en vano el protagonista de la novela es un joven que inicia sus pasos como escritor y que un día da por casualidad con la figura de Ana María Martínez Sagi en un libro de entrevistas. A partir de este primer encuentro con un

fantasma del pasado, que no sabe si es real o inventado, el protagonista intentará recomponer la historia de la poeta catalana. Aunque la narración es ingeniosa por cómo presenta una biografía de una manera poco habitual e indirecta, haciendo partícipe al lector de cada descubrimiento casi como si fuese un personaje más, lo que lo convierte en un libro significativo es la figura de la propia Martínez Sagi, que parece volver de entre los muertos gracias a la narración. Esto no es por la muerte de la autora, acaecida cuando la edición estaba ya a punto de finalizarse, sino porque su nombre se ha perdido en las galerías del olvido, como el de muchas otras autoras españolas cuya presencia se ha arrancado de las páginas de nuestra historia. Otro punto a favor del relato es la presencia del mundo literario de la época, con la presencia de importantes personajes literarios de la España de principios de siglo. La propia Martínez Sagi relata su primer encuentro con el escritor Alberto Insúa: “A escondidas de mis padres, que al notar mi ausencia casi desfallecen de un síncope, me gasté los ahorros en un pasaje de avión de la compañía Lufthansa, que acababa de inaugurar una línea regular Madrid-Barcelona, y me hospedé en casa de otras primas, en la calle de Atocha, muy cerca de la estación de ferrocarril, quedé citada con Alberto Insúa en un café de la calle de Alcalá, cuyos parroquianos no cesaron ni un segundo de taladrarme con miradas entre escandalizadas y lascivas; luego me enteré de que, en Madrid, sólo las putas acudían sin acompañante a los cafés”. Ahora, qué hace tan especial a esta mujer, que la convierte en un personaje ideal para protagonizar una historia. Ana María Martínez Sagi nació en Barcelona en

con la misma actitud deportiva con la que superaba sus pruebas de atletismo, finalmente es ese secreto el que marca su vida, como una sombra siempre presente a pesar de cada acierto y cada error. En una de sus últimas conversaciones con el protagonista de la novela, en una sugerente mezcla de autobiografía y ficción, la poeta catalana confirma en un monólogo largo tiempo callado la trascendencia de su relación frustrada: “Entre mis infinitos recuerdos fugitivos que ya palidecen y se desdibujan en la argamasa consoladora del olvido, sólo uno persiste y se sobrepone a los demás. He visto cosas que nadie creería: mariposas de dibujos jeroglíficos azotando mi rostro con su vuelo de seda dormida; bosques frondosos de secuoyas cuyo tronco no podrían abarcar tres personas, y entre cuyas copas no lograba penetrar la intrusa luz; estampidas de bisontes sonámbulos arremetiendo contra la noche ciega; el pavor espiral de un tornado y el vómito de fuego de un volcán; bandadas de pájaros echando a volar quince segundos antes de que un terremoto asolase la ciudad de Guatemala. Pero todos estos momentos se pierden en el tiempo, como lágrimas en la lluvia, al lado de aquel otro momento en que vi por primera vez su rostro”.

una familia burguesa. Hasta aquí todo normal. Pero en lugar de hacer lo que se esperaba de ella por su sexo y su época, se dedicó a destacar en ámbitos masculinos que estaban vedados a las mujeres en la época. La poeta no sólo destacó con su poesía, sino también en el plano periodístico y deportivo: llegó a participar en campeonatos de lanzamiento de jabalina, en torneos de tenis y fue la primera mujer en ocupar un puesto directivo en un equipo de fútbol, en concreto el Barça. Aun así, es en su vida literaria en la que alcanza mayor éxito. Tras la publicación de sus poemarios recibió alabanzas de figuras de la talla de Antonio Machado y Rafael CansinosAsséns quien la describió de la siguiente manera: “Con su libro en los brazos ha venido a Madrid, y hemos podido contemplar de cerca su rostro de estatua, animado de una expresión que las estatuas no tienen, y sus brazos dorados por el sol y el mar, oír su voz clara y animosa y estrechar su mano franca y leal como la de una camarada. Una jovencita moderna, intrépida y resuelta, que inicia por lo menos un paso decidido hacia la autonomía espiritual, aunque los prejuicios del ambiente traten de detenerla”.

A pesar de los que pueda parecer, “Las esquinas del aire” está lejos de ser un panfleto amoroso, en todo caso sería más parecido a una oda a la figura de Martínez Sagi y la recuperación de una autora olvidada cuyas obras ni siquiera se han reeditado desde su primera edición. El valor literario de la obra inclina la balanza en contra del amarillismo, ya que lo más importante no es conocer el secreto de la autora, sino recuperar su poesía, su sensibilidad, su aportación a la literatura. Un rescate potenciado además por la prosa de Prada, convirtiendo este libro biográfico en una suerte de muñecas rusas de papel y tinta: una historia dentro de otra historia.

Por el propio libro y por otros datos de la época sabemos que Ana María no era la única autora prometedora en la época y, aun así, la de su vida sigue siendo una historia única llena de éxitos y de tristeza, una vida perfecta para una novelización que la convierta en personaje de tinta porque, como en toda buena historia, Martínez Sagi tenía un secreto que marcó su vida, desde la juventud hasta su muerte. Es ese secreto el que el joven protagonista de la novela trata de descubrir junto con sus amigos libreros. Se insinúa al comienzo de las pesquisas con las que tratan de dar forma al personaje de la poeta, lo sospechan, pero no será hasta un tiempo más tarde, cuando den con la autora en sus horas finales, cuando puedan conocer más de cerca esa vivencia que cambió la vida de Martínez Sagi: el romance amoroso con una compañera de profesión que cambió el rumbo de sus días. Como pasó con la carrera de muchos escritores, en especial de las mujeres, la llegada de la Guerra Civil y el Franquismo provocaron un parón en la obra de Ana María Martínez Sagi, que sólo llegó a publicar un poemario en su regreso a España tras años de exilio luchando en la resistencia francesa y trabajando como profesora entre otras labores para sobrevivir. Sin embargo, tras una azarosa vida llena de experiencias, de barreras sociales superadas

Para reforzar este valor literario, Prada se ha permitido incluir en un apartado al final de la novela unos poemas de la poeta catalana como una muestra final de su valor como escritora, tratando de recordarnos que no siempre el olvido es justo, que a veces se arrancan de la historia las páginas equivocadas, páginas con vidas sobresalientes que merece la pena volver a incluir en este gran libro de historia que cuenta otras pequeñas historias, de ésas que te atrapan de noche y no te dejan en vela, y ésta, tenía que estar de nuevo en él.

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Biografía

“El mundo nunca fue nuestro” n Elena Triana Martínez Juan José Millás se autobiografía, o más bien se hace novela, en “El mundo”. Todo lo que rodea la vida de Millás cuando niño, cuando adolescente, como adulto, lo que la hace palpable, reconocible, (lo que la hace vida, al fin y al cabo), está en éste libro. De qué conozco yo a éste tío, de qué. Del caso Nevenka, que salió cuando yo aún estudiaba periodismo y seguramente fue el primer caso de acoso sexual que me revolvió las tripas hasta el punto de llegar, literalmente, fisicamente, al vómito. Juan José Millás publicó un estracto de su libro “Hay algo que no es como me dicen, el caso de Nevenka Fernandez contra la realidad”, en El País, y yo lo leí, (léanlo, anda por la red, en pdf), y dije, coño, qué tío más majo, joder, ya era hora, qué bien. Así que cuando ganó el Planeta -mira que tienden a caerme gordos, los del premio Planeta. Que igual es por el nombre, Planeta, tanta masa, densidad, gravedad propia, etecé, caramba-, y leí que era una autobiografía novelada, pues dije, claro, Juanjo

Millás, ese tío me gusta, a ver qué ha escrito ahora. “Mi padre presumía de haber sido el primero en fabricar un bisturí eléctrico en España, aunque seguramente tomó la idea de una publicación extranjera. Recuerdo haberle visto inclinado sobre la mesa del taller, efectuando cortes en un filete de vaca, asombrado por la precisión y limpieza del tajo. No olvidaré nunca el momento en que se volvió hacia mí, que le observaba un poco asustado, para pronunciar aquella frase fundacional: - Fíjate, Juanjo, cauteriza la herida en el momento mismo de producirla. Cuando escribo a mano, sobre un cuaderno, como ahora, creo que me parezco un poco a mi pare en el acto de probar el bisturí eléctrico, pues la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas. Mamá no tardaría en prohibirle desperdiciar los filetes de carne en aquellos ensayos. Empezó a trabajar entonces sobre rodajas de patatas, pero se cansó enseguida. Nada como la textura de

la carne, excepto, añado yo, la textura de la página”. La textura de la carne, la textura de la página. Supongo que puede llamarse así, (textura) al tacto de los recuerdos de cuando niños, que están como envueltos en algo denso, que aprieta el estómago, que dificulta la respiración, pero a la vez son nutritivos. Masticables, pero de digestión pesada. Creo yo. Juan José Millás habla primero de su padre. Papá todavía no, su padre. Su padre en el Kentucky Fried Chicken, contándole, compartiendo un poco la culpa, cómo experimentaba con pacientes del psiquiátrico aplicándoles electroshock. Mejor corriente continua que alterna. (Qué hacemos, ¿eh?, qué hacemos, si viene papá y nos cuenta algo así. A ver. Cómo lo asimilas, con qué pan te lo comes). Escenarios: Valencia, Madrid, mucho Madrid, el frío. El vaso de agua que se deja por la noche en la ventana y al día siguiente, magia, es hielo puro. Sabañones, carámbanos en los grifos. La infancia de muchos padres. Memoria también colectiva, histórica, si se quiere. Porque los recuerdos de uno también dibujan el panorama social, sí, me voy a poner pesada, qué quieren. Eso era Madrid, eso era España, entonces. El frío, y muy poca cosa para combatirlo: “a veces me masturbaba, no tanto por placer como por la curiosidad de que de un cuerpo yerto saliera un jugo caliente”. Millás hijo también hacía experimentos. Me gusta esta novela. Recomiendo esta novela. Recomiendo leer “El mundo” porque se ve la vida de alguien, de alguien que escribe (que escribirá), y cómo se encaja lo vivido en lo escrito. Cómo se coge la vida, se le da la vuelta, o se le deforma, o se pone tal cual, hala, en una novela, y se queda uno tan ancho, tan satisfecho, tan esto fui yo y ahora es Fulano, tal personaje, fíjate. Me gusta el Juanjo niño dentro del armario con luna. Pensando que detrás de la luna no había nada. O sí, porque estaba él ahí, metido, escondido, comprobando que entre tanto hermano, tanto crío, nadie se enteraba de si faltaba él o no. Me gustan esos experimentos infantiles en los que parece que juegas a comprobar cuánto dolor eres capaz de soportar. En los que tratas de golpearte tú antes de que lo hagan los otros, la vida, lo que sea, para endurecerte, si es que eso puede hacerse con ocho años. (Ahora que mi hijo se mete en el armario, a veces, y yo abro la puerta, y le hago la pregunta más estúpida -pero, ¿qué haces ahí?- y él responde, con media sonrisa, tan tranquilo, Nada-, y yo pienso, como todas las madres, que Ay, dios mío). Pero era Juanjo, el niño, el que descubrió la moneda en la playa, y supo después que la había escondido mamá. (Mamá, después de mi madre). Era el niño Juanjo el que crea una unión casi mística con un niño ciego, y cierra los ojos mucho tiempo, para que el otro vea. Juanjo, el vivo retrato de su madre. “A mamá siempre le dolía algo y siempre estaba embarazada.

Sus hijos fuimos parte de sus enfermedades. No tuvo hijos, tuvo síntomas. Yo fui el síntoma preferido de mi madre. Cuando caía enfermo, me llevaba a su cama, a cuyos pies había un armario de tres cuerpos con un espejo en el del centro. En aquel espejo fue donde al mirarme la vi a ella”. Maldita sea la genética, cuando te hace ver cómo va a ser tu rostro de vieja, tu cara de adulta, y no, no querías, tú tenías la esperanza de luego ser más guapa, de alguna manera más guapa, y va a ser que no. Y cuando tienes hijos también pasa. Que les miras y piensas, el pobre, tiene mi nariz, mi miedo al fracaso, mi torpeza congénita. Te tocó. Te ha tocado éste rostro y éstas manos y todo esto, sin más, a ver qué haces con ello. (Yo, intentar escribirlo). Millás lo escribe. Lo escribe muy bien. Se escribe él, la familia, el universo, Maria José: la chica zurda que le hace desear escribir una novela zurda. Me fascina especialmente el relato del encuentro con María José, años después, adultos los dos. Él ya ha publicado y tiene éxito. Ella se dedica a la crítica literaria. Le cuenta que escribe, y le dice, más o menos, que lo que escribe es tan especial que claro, ni soñar con publicarlo. “Todo aquello me producía una pena sin límites. El destino nos proporcionaba la oportunidad de cerrar una herida y nosotros hurgábamos en ella en busca del hueso. Me callé dispuesto a no alimentar su rencor ni mi lástima. Entonces me preguntó por qué le había dicho que yo era novelista gracias, en parte, a ella y le recordé aquella frase (tú no eres interesante para mí), así como la coma que había colocado entre el “interesante” y el “para mí” a fin de no suicidarme. - Siempre quise- añadí- preguntarte si aquella coma la había puesto yo o la habías puesto tú. De modo que te lo estoy preguntando ahora. - Si la hubiera puesto yo -dijo-, no serías escritor. Eres escritor porque la pusiste tú, porque generaste recursos para contarte la realidad modificándola al mismo tiempo que te la contabas.” La realidad modificada. Contada, explicada. Para uno mismo, para no morir aplastado por la vida que pasa por encima. Bueno, la realidad en sí, que es subjetiva, ¿no? En éstos casos, me refiero. La realidad de cada uno es la propia, la subjetiva, la que tú te masticas. A lo mejor, si eres escritor, -un escritor bueno, quiero decir, uno que escribe cosas que la gente lee, entiende, comparte, y tal-, pues si eres un buen escritor, eres capaz de contarte la realidad modificándola o lo que sea al mismo tiempo, y reordenas tu infancia, y tu vida, y te sale una novela de puta madre como “El mundo”, y te reconcilias con el Universo y celebras la conjunción astral de los planetas -del Planeta, masa, densidad, gravedad, caramba-, en el día en que naciste, y viertes las cenizas de tu padre en el mar y saldas tus deudas cósmicas y genéticas. Como me lo encuentre un día, a Millás, en la feria del libro, por ejemplo, o por ahí, se lo pregunto, lo juro. Le pregunto si esto funciona y luego uno se siente liberado y en paz. Por si acaso, igual lo intento. Y empiezo mi autobiografía mañana.

Biografía

Edgar Allan Poe Una vida truncada Recupero unas palabras de Jorge Luis Borges que me parece que definen muy bien al maravilloso escritor: “un poeta como un ángel extraviado, para su mal, en ese frío y ávido infierno. La verdad es que Poe hubiera padecido en cualquier país.” La biografía de Peter Ackroyd reconstruye la trayectoria de un genio que nació marcado por una tendencia a la melancolía y el sufrimiento, el primer escritor norteamericano dispuesto al sacrificio que fuera necesario para convertirse en un profesional de la literatura. “Creo que Dios me dio una chispa de genio – manifestó unas semanas antes de morir- pero la apagó en la miseria”. “El mundo será mi teatro, debo conquistarlo o morir” (E. Allan Poe)

n Laura Bordonaba “Ningún escritor, repito, ha narrado con mayor magia artística las excepciones de la vida y de la naturaleza. Los ardores de curiosidad de la convalecencia; los finales de las estaciones cargadas de esplendores enervantes; las atmósferas cálidas, húmedas y brumosas, cuando el viento del Sur nos hace languidecer y nos pone los nervios en tensión, como las cuerdas de un instrumento; cuando los ojos se llenan de unas lágrimas que no brotan del corazón. Las alucinaciones que flotan en su obra son tan razonables y convincentes como una verdad absoluta. Es el absurdo que se apodera de la inteligencia y la dirige con una lógica desconcertante; la historia subsistiendo a la voluntad, la contradicción interpuesta entre el cordaje nervioso y el espíritu y el organismo desconcertado, hasta el punto de llegar al dolor a través de la risa. Analiza lo más fugitivo, pesa lo imponderable y describe de una manera minuciosa y científica, cuyos efectos son terribles, todos esos fantasmas imaginarios que flotan en torno a los hombres nerviosos y que les hunden en los abismos del crimen y del delirio.”

Estas palabras pertenecen a Baudelaire, y condensan de una manera maravillosa la esencia y el carácter de un escritor que vio truncada, con su inesperada muerte, una obra que no tardó en ejercer una indudable influencia en la de autores tan diversos como Tennyson, Eliot, Stevenson, el propio Baudelaire, Valéry, Borges, o Cortázar. La biografía de Ackroyd se abre precisamente con el oscuro episodio sobre la muerte de Edgar Allan Poe, uno de los episodios más emblemáticos y misteriosos. Nadie sabe qué sucedió al poeta desde que le vieron desembarcar en Baltimore y su descubrimiento, 6 días más tarde, por Joseph Evans Snodgrass, el 3 de octubre de 1949, en un estado más que lamentable en una taberna. “Que Dios ayude a mi pobre alma”. Estas fueron las últimas palabras, como el doctor Moran testimonió en la carta enviada a María Clemm, tía de Poe y la persona que seguramente más se preocupó por él en vida. Sobrevivió 5 días en un hospital de Baltimore después de que lo encontrasen en la taberna, en palabras del médico que lo atendió, “perdido para el mundo, a solas en su particular infierno en vida, entregado definitivamente a sus visiones”. Snodgrass había sido editor del Saturday Visiter, uno de los periódicos donde Poe había colaborado. Poe se

quemó entre alucinaciones, en luchar contra las enfermeras que trataban de sujetarle y llamando desesperadamente a Reynolds, el explorador polar que tanto había influido en la composición de Gordon Pym y que se convirtió así en símbolo final de tierras del más allá en que Poe parecía estar viviendo. Poe se ha convertido en la imagen misma del poeta maldito, del vagabundo. Marcado desde su nacimiento por una estrella negra. Nació el 19 de enero de 1809, al azar del itinerario de una compañía teatral donde actuaban sus padres, David y Eliza Poe. Ackroyd nos deja creer que la tensión ambiental y la pobreza en que vivían los padres de Poe seguramente ya afectaron a nuestro poeta incluso antes de nacer, regalándole una angustia implacable y de anhelo no menos desesperado, que afloró en él desde muy temprano. Su padre lo abandonó o falleció cuando tenía un año de vida y al poco tiempo su madre murió, de tuberculosis, quedando huérfano a los dos años. La angustia fue su compañero de juegos, testigo del gradual deterioro de la salud de su madre. Estas imágenes nunca lo abandonarían y en muchos de sus cuentos Poe resucitaría las facciones consumidas por la tisis de la mujer amada. Poe fue un huérfano perpetuo en el mundo. Fue acogido por John y Francis Allan en la ciudad de Richmond (Virginia) y debido a la insistencia de Francis, Allan apadrinó a Edgar, aunque sin concederle nunca la adopción legal. Aquel estado representaba fielmente el espíritu sureño de la época. Son dos hechos clave que nos hacen entender el carácter que forjó la vida y la obra de Poe. Edgar creció como sureño, y muchas de las críticas a la democracia, al progreso y la perfectibilidad de los pueblos, nacen de ser un caballero del sur. Las nodrizas negras, los criados esclavos, un folklore donde los aparecidos y los cementerios alentaron la imaginación del niño Poe y fueron parte fundamental posteriormente de su obra. John Allan, comerciante, y su esposa Fanny adoptaron a Poe, que fue bautizado con su apellido el 7 de enero de 1812. Las primeras descripciones y testimonios de estos años arrojan la imagen de un Poe encantador y adorable, encantador y listo, temperamento afectuoso y generoso. Pero Poe a pesar de todo siempre sintió que estaba viviendo de la caridad y amabilidad de unas personas con quien no le unía ningún vínculo ni parentesco, a pesar del mutuo afecto y devoción que mostró por su madre adoptiva, que a su vez, lo adoraba. En 1815 John Allan decidió trasladarse con su familia a Inglaterra. La visión de las olas y el horizonte ondulado quedaron grabados en la imaginación del niño, que volvería sobre ello en sus futuros escritos. Poe fue un buen alumno, despierto y listo, avivado por las lecturas de Byron, Pope, Worthworld y novelas y cuentos de terror, nutriéndose así del romanticismo que en aquellos años representaba la corriente literaria europea. El destacado desempeño en la escuela, sumado a las innumerables lecturas, la influencia de la cultura negra y la narración de aventuras de viajes de los socios marineros del padrastro, forjaron una niñez protegida y marcada por la comodidad de la vida burguesa. La Escuela de Manor House contribuyó a alimentar sus primeras ensoñaciones, años “tristes, solitarios, e infelices”, como confesó a un amigo. En 1820 la familia volvió a Richmond. Poe fue enviado a la Richmond Academy, donde empezó a escribir poesía. Comienza a dar testimonio de su orgullo, excitabilidad y violencia, nacida a su vez de su debilidad, que le llevan a no tolerar competidores. Jane Stanard, la madre de un compañero, fue su primer amor de joven maternal, la primera de varias con las que intentó tapar esa necesidad constante de afecto y atención femeninos, y la primera que encaja en el estereotipo de mujer frágil y quebrantada en algún sentido. Murió en la primavera de 1824, tras haber perdido el juicio. Visitaba su tumba, y en su imaginación muerte y belleza formaban ya una pareja

indisoluble. Conoció después a Elmira Royster, una joven de quince años que recuerda de Poe “su talante general que denotaba tristeza” Su padre se mostraba cada vez más severo y su madre más enferma, y Edgar, por tanto, cada día más rebelde. Su protector tenía hijos naturales, y Edgar veía como las posibilidades de heredar se esfumaban, así que emprendió un camino anárquico y Allan supo lo que era tener en casa el corazón de un poeta y no de un abogado o comerciante como él querría haber construido. En 1826, ya en la Universidad fundada por Thomas Jefferson, Poe dio muestras de libertinaje y anarquía. John Allan se negó a financiar y a apoyar esta carrera de desenfreno, lo que desembocó en que Poe pidiese cada vez más a menudo pequeñas sumas de dinero a su padre adoptivo. Elmira Royster obligada a alejarse de Poe deja de enviarle cartas de amor, y el alcohol aparece por primera vez en la vida de Poe. A Pushkin se le ha llamado el Poe ruso, pero mientras que a Pushkin el alcohol no le hacía daño a Poe le bastaba beber un vaso de ron para intoxicarse. De regreso en Richmond descubrió el engaño de las familias de Elmira y la suya, aunque ya muy tarde, pues la joven se había casado. Indignado, emprendió viaje a Boston, donde publicó su primer libro Tamerlán y otros poemas (1827). Ante el fracaso en ventas, se enroló en el ejército por dos años. En ese tiempo murió Frances Allan, a quien no pudo acompañar en sus últimos días. “El amor de usted nunca lo tuve en estima- le escribiría a John Allan en fecha sucesiva, pero creo que ella sí me amó como a un hijo” Se refugió en la casa de su tía Mrs. Clemm, en Baltimore, y publicó “Al Aaraaf, Tamerlán y poemas menores” (1829), recibiendo elogios por sus logros literarios. En 1830, con la ayuda de Allan, ingresó a la Academia Militar de West Point, Virginia. Sin embargo, sus intereses estaban lejos de la vida militar, por lo que se hizo expulsar de la academia y en 1831 publicó su tercer libro, Poemas. Seguía manifestando problemas con el alcohol, aunque no fuera un alcohólico, pues podía pasar largas temporadas sin beber. En este libro se encuentran poemas del calibre de “A Helena” o “Leonore” donde brilla ya el genio de un Poe entero, con oscuros mensajes líricos y cantos metafísicos y cosmogónicos y una introspección desolada y fúnebre, donde la muerte se condensa como un lugar de consuelo y reposo. Es una literatura de calidad, enérgica y melódica. Durante los catorce años siguientes no vuelve a publicar ningún poemario, decantándose por fin por el cuento. Después de conocer el segundo matrimonio de su padrastro, Edgar tomó rumbo a Nueva York y después a Baltimore, donde nuevamente lo recibieron su tía María Clemm y su prima Virginia. María Clemm fue la verdadera madre de Edgar en vida, la muddie de las horas negras y los años tortuosos, su ángel guardián. Allí se alojó en la habitación que había pertenecido a su hermano mayor, fallecido recientemente por el abuso de la bebida, y escribió su primer relato publicado, “Metzengerstein”, en el Saturday Courier y en 1833 ganó el concurso del Baltimore Saturday Visiter con el cuento “Manuscrito hallado en una botella”, una variante de la leyenda del holandés errante, pero marcado por la fascinación que sentía Poe por la vorágine y el abismo más salvaje. Conoció al editor John P. Kennedy, que acabaría convirtiéndose en un mecenas extraoficial. El Visiter publicó mediante suscripción un volumen de cuentos salidos de la pluma de Edgar, que tituló El Club del Libro en Folio. John Allan murió en 1834 sin dejar nada en testamento a nuestro poeta. Se habla de consumo de opio en ese período y de constantes borracheras que lo hacían alucinar y perder la noción del tiempo. A pesar de la diferencia en 12 años y de la condición mentalmente retrasada de su prima, comenzó un romance con Virginia, para luego casarse con ella en 1836. Al respecto, Cortázar señala: “Lo único verosímil es suponer una inhibición sexual de carácter psíquico, que obligaba a Poe a sublimar sus pasiones en un plano de ensueño ideal (...) Se

ha hablado de sadismo, de atractivo malsano hacia una mujer impúber o apenas núbil”. Sin embargo, como lo reconoce el mismo autor, su relación estuvo lejos de ser enfermiza, acercándose a la fraternidad y al amor idealizado. Durante 1835 Poe publicó “Berenice”, que marcó el tono de muchos relatos posteriores, un cuento a la manera gótica pero donde se hayan las preocupaciones propias de Poe, y donde suscita el terror del lector. Trabajó como redactor de la revista Southern Literary Messenger de Richmond, hasta 1837, recomendado por Kennedy, y fundada por Thomas Willis White. Uno de los impresores que trabajó con él recordaría que “El señor Poe era un perfecto caballero cuando estaba sobrio. Se mostraba siempre amable y cortés, y en tales momentos era querido por todos. Pero cuando bebía se convertía en uno de los hombres más desagradables que he conocido en mi vida”. White nombró editor del Messenger a Poe, y por primera vez desaparecieron sus dificultades económicas. Publica cuentos como “Morella” o “El rey peste”. En período fue publicada, a modo de novela folletín, la Narración de Arthur Gordon Pym y sus críticas literarias fueron ampliamente leídas y polémicas. Debido a su debilidad hacia el alcohol y el láudano, debió dejar el empleo y trasladarse primero a Nueva York y luego a Filadelfia, que por ese entonces era el centro editorial y literario del país. Allí publica “Ligeia” (1838), en el American Museum of Literature and the Arts, donde pone de manifiesto otra de sus obsesiones, la de que los muertos nunca mueren del todo, y al año siguiente, “La caída de la casa Usher”. En Filadelfia asumió el puesto de asesor literario de Burton´s Magazine, dirigida por William E. Burton. Para entonces encontramos reseñas en el St. Louis Bulletin que hablan de Poe: “Hay pocos escritores en este país (y, si exceptuamos a Neal, Irving y Willis, podríamos decir que nadie), que puedan competir con éxito, en muchos aspectos, con Edgar Allan Poe. Publicó una antología de los relatos que habían sido editados en diferentes revistas, titulado Cuentos de lo grotesco y lo arabesco, que contenían entre otros “La caída de la Casa Usher” y “William Wilson”. Críticos del American Museum observaron que “la impronta del ingenio se percibe en todos ellos”. Luego, en 1840, trabajó en Graham´s Magazine y publicó los cuentos “Crímenes de la calle Morgue”, Eureka, y “El misterio de Marie Rogêt”, y comenzó a percibir un sueldo de 800 dólares al año como redactor jefe de las reseñas literarias. Conoció a Frederick W. Thomas, uno de los pocos amigos verdaderos del autor. Bajo su cargo, la revista subió de 5000 suscripciones a más de 25000. Poe albergó siempre la esperanza de editar su propia revista literaria, sin embargo, a pesar de un par de oportunidades para hacerlo, nunca se concretó su anhelo. Ya en el año 1842 Virginia enferma de tuberculosis y comienza una época de decadencia, borracheras y alucinaciones. Escribe los relatos “La máscara de la muerte roja” y “El corazón delator”, donde dio vida a Dupin, su alter ego. Conoció al redactor jefe del Saturday Museum de Filadelfia, Thomas C. Clarke, y le pareció el socio perfecto para la revista que quería fundar. A pesar de la desesperación, gana el premio del Dollar Newspaper con el cuento “El escarabajo de oro” y gracias a los cuidados de su tía María Clemm “Muddie” logran sobrevivir a los ataques nerviosos y afición a la bebida de Edgar, además de la enfermedad de Virginia que empeora rápidamente. Poe será recordado siempre como el hombre que no sonreía jamás. Antes de partir a Nueva York, Poe publicó Cuentos de las montañas escabrosas (1844) y una vez situados en la ciudad, “El camelo del globo”, publicado por New York Sun, y que desbrozó la senda para posteriores autores de fantasía científica como Julio Verne o H. G. Wells. Debido a la inestabilidad en la salud de Virginia, la pareja se fue a vivir durante el verano a Bloomingdate, una granja a las afueras de la ciudad. Aquel lugar favoreció la creación de poemas, críticas literarias y narraciones; entonces nació “El cuervo”, que sigue siendo uno

de los poemas más famosos de la literatura estadounidense, “El entierro prematuro” y una serie de críticas y artículos publicados diversos periódicos y revistas. Poe pasó a ser conocido como “El cuervo”, mucha gente quería conocerlo, pero pocas parecían conocerlo bien. Para Poe, que siempre había deseado la fama, aquella fue una época feliz. Después, escribió “La Filosofía de la composición”, ensayo en el que sostiene que toda creación poética ha de provenir de un ejercicio intelectual. Esta tesis, que ha sido ampliamente cuestionada por escritores y críticos literarios contemporáneos, establece la contradicción entre el sentir romántico y el positivismo de la época, aunque también puede que estuviera cargada de ironía. Se instalaron nuevamente en Nueva York, y allí Edgar trabajó primero en Evening Mirrow, y en 1845 en Broadway Journal. Aquel año se caracterizó por el éxito en salones y círculos literarios del poema “El cuervo”. Realizó varias conferencias y su fama se extendió incluso fuera de Estados Unidos, reconociéndolo como la imagen del romanticismo. Sin embargo, a fines del mismo año y a pesar de su consagración en los circuitos intelectuales, una vez más su debilidad por el alcohol y el opio, sumados a la consternación por el agravamiento de Virginia, lo condujeron a la decadencia. Al año siguiente, 1846, Poe transitó por el ambiente de los literati –conjunto de los escritores más conocidos de Nueva York- y publicó una serie de más de treinta agudas críticas que le significaron un repudio generalizado en el círculo. Reprochaba, principalmente, el carácter ruralista y anticosmopolita de la sus contemporáneos, quienes no se apropiaban de las tendencias literarias que estremecían a Europa. De hecho, Baudelaire es bastante enfático: “De todos los documentos, anécdotas y biografías que he leído, he sacado la amarga convicción de que los Estados Unidos fueron para Poe una vasta prisión, que recorría con la agitación febril de un ser creado para respirar un ambiente más aromático que el de aquella sociedad cretina y poderosa, de reyes mercachifles, buscadores de oro al calor pestilente del gas, y que su vida interior, su espiritualidad de poeta e incluso sus absurdidades de borracho eran un esfuerzo perpetuo para liberarse de esta atmósfera antipática”. Guiado por el estado de salud de Virginia, nace el poema “Annabel Lee”, visión poética de su vida junto a ella (“Yo era un niño y ella era una niña, en un reino a orillas del mar”), muriendo su pareja en enero de 1847, el mismo año en que escribiera “Eureka”. Según Baudelaire, la muerte de Virginia terminó de cimentar el delirium tremens que aquejaba al poeta: se lo describe acosado por alucinaciones y delirios diurnos, insomnes, perdidos y angustiados. Siguió al cortejo fúnebre envuelto en su capa de cadete, que durante meses había sido el único abrigo en la cama de Virginia. Buscó apoyo y enamoramiento en varias mujeres: Marie Louise Shew, Sarah Helen Whitman y Annie Richmond, con las cuales compartió una nutrida correspondencia. Luego, en Boston, intentó suicidarse tomando medio frasco de láudano. En 1849 escribió “Para Annie”, refugiado en la casa de Mrs. Clemm. Desde 1947 hasta su final, encontramos a Poe luchando contra los fantasmas, recayendo en el opio y el alcohol, adorando a mujeres en las que creía intuir una muerte prematura. La correspondencia entre Poe y Helen Whitman y Annie Richmond es una fuente maravillosa de datos acerca de estos últimos años. En “Para Annie” Poe se retrata por primera vez como un muerto, y feliz por fin. Finalmente, vuelve a Richmond, lugar en el que vive una época de mayor tranquilidad acogido por sus viejas amistades. Entonces reaparece Elmira, el mismo amor de juventud, ahora viuda. Acuerdan casarse en octubre de 1849 y Poe viaja al norte a buscar a Mrs. Clemm, pero durante una escala en Baltimore sufre su última borrachera, muriendo solo en un hospital de esa ciudad el 7 de octubre de 1949.

Biografiá

La mujer-escritor de Marineda «Tres acontecimientos importantes en mi vida se siguieron muy de cerca: me vestí de largo, me casé y estalló la revolución de septiembre de 1869». Emilia Pardo Bazán. “Apuntes biográficos”, en Los Pazos de Ulloa (1886).

n Verónica Lorenzo Emilia Pardo Bazán podría ser cualquier mujer. Una más. Una “señora de…” en Galicia, que a veces baja hasta Madrid para acompañar a su padre, que podría ser cualquier hombre casado con una hija poco significativa, sin curiosidad por conocer lo que hay más allá de las puertas de su casa. Una hija instruida para cuidar de su casa, de su marido, de sus hijos. Una mujer preocupada por su aspecto físico, que quiere estar presentable para la vida social y para su marido. Una mujer más. A la sombra de los hombres y jugando con las reglas que ellos definen para las mujeres. Pero Emilia no es cualquier mujer. Ni ha nacido para vivir a la sombra de nadie ni para jugar con las reglas de nadie. Siquiera de un hombre. Ese traje le queda pequeño. Muy pequeño. Por eso ella ha decidido vivir por sí misma, con sus reglas, y a la única sombra que crea el sol cuando recorre la ciudad de la luz, del mar y de la piedra. La ciudad cuna de grandes mujeres. La ciudad de A Coruña. Eva Acosta retrata en Emilia Pardo Bazán: La luz en la batalla a una mujer que pasa el mayor tiempo de su vida en una ciudad a la que llamó en su obra, “Marineda”. A Coruña es

una ciudad singular, con casas de piedra y rodeada de mar pero, sobre todo, una ciudad bañada de luz. Recorriendo las calles de la Ciudad Vieja, podemos detenernos primero en el jardín de San Carlos y sentadas en uno de los bancos podríamos imaginar a la niña que fue doña Emilia, jugando, corriendo entre los setos, riéndose como se ríen las niñas, con la inocencia, con el no saber qué les deparará el futuro. Entusiasmábame coger conchas en la playa de Riazor; beber agua fresquísima en el cerro de Santa Margarita; recorrer la Olmeda, admirando desde ella la curva delicada y briosa de la bahía; y, por último, jugar en el melancólico square de mi barrio [el jardín de San Carlos]… La pequeña Emilia aún no sabía, aún no era consciente, de que años más tarde ella se convertiría en una mujer. Y no cualquiera. Aunque ya de joven destacaba ese espíritu curioso y crítico, quizás se pueda afirmar que fue su contacto con los krausistas la que la hicieron ser como es, la semilla de esa gran Emilia Pardo Bazán que vendría después. Consumada la restauración y consolidada la paz, olvidé las cuestiones políticas para entregarme del todo a mis verdades y absorbentes aficiones literarias. Mi pensamiento fue modificándose un día tras otro, al poder de la reflexión y del estudio, mas no por eso cambié de casaca… Para decirlo de una vez: yo “sentía” igual que antes, pero “entendía de otra manera”. Había publicado ya Pascual López, pero en sus manos cae un libro de Zola. Con este autor descubre el naturalismo y a través de él buscará la maduración de su narrativa. Con Un viaje de novios comenzaría su asociación con este género, que se confirmaría con La Cuestión Palpitante. Pero esta asociación y su condición de mujer entre en contradicción para la época. Primero porque el naturalismo no entraba en el tipo de lecturas que debiera tener ninguna mujer y, segundo, que ella, como escritora, estaba siendo ejemplo de mujer que rompía con el modelo imperante, una mujer adoctrinada para el cuidado de la casa y no para cumplir ningún papel en la sociedad, no de forma pública. El mismo Zola diría sobre doña Emilia: «no puedo ocultar que me extraña una cosa, y es que la señora Pardo Bazán sea católica convencida, batalladora y al mismo tiempo naturalista». Pero ésta es sólo una de las pocas contradicciones que se pueden encontrar en esta autora. Continuando por ese camino, publica La Tribuna, primera novela que se dedica al mundo obrero y que tiene como protagonista a la cigarrera Amparo. Y sus siguientes novelas, que siempre supondrán un nuevo hito en la historia de la Literatura española, contarán con opiniones encontradas. Siendo sincera, no son críticas positivas por la calidad de la novela, sino por quién sostiene la pluma. Se le criticará, se la infravalorará por su condición de mujer, por querer codearse en un mundo hecho para hombres. Hasta el mismísimo Clarín, siendo él todo un intelectual respetable, le recuerda de cuando en cuando cuál debería ser su lugar como mujer. Sí, no oculta su admiración por las habilidades de esta mujer, pero no puede permitir reprenderla a la mínima ocasión por querer olvidar que ella no es un hombre, un escritor, que no encaja en el mundo literario. Sin embargo, en sus últimos meses, Clarín escribiría sobre

ella que, a pesar de sus defectos, «siempre se debió sobreentender que para mí, esa señora tiene positivo talento, cultura excepcional en mujer española, y que no hay que contarme entre los libertarios de pluma que quieren echarla por los suelos…». Por su parte, Emilia ha hecho caso omiso a sus críticas y tampoco toma muy en cuenta los agravios de sus camaradas literarios. Siempre supo que su mejor defensa es su obra literaria. Ante eso no hay palabras que puedan derrumbarla de su condición de literata. Pero no todo es crítica negativa. Encuentra Emilia su mejor apoyo en don Benito Pérez Galdós. Con él entabla una relación que, alimentada por la admiración mutua, se convirtió en una amitié amoureuse. Yo no sé cómo es esto del amor; se me figura (sin ánimo de blasfemar) que en algo se parece a la Eucaristía: non confractus, non divinus. Hay en mí una vida tal, afectiva y física, que puedo sin mentir decir que soy tuya toda, toda: me has reconquistado de muchas maneras, y más que nada porque nunca me habías perdido; porque te quise ayer y te querré mañana: ¿y quién sabe si mañana te querré de tal manera que no tengas queja alguna de mí, que ninguna espinita se te clave en el alma, y que pasemos juntos los últimos días de la vida amorosa? Vivirán, claro está, altibajos en su relación. Relación particular, pues ella es una mujer teóricamente casada, aunque separada en la práctica, y él se encuentra con otras mujeres (y también ella se encontraría con otros, como Joaquín Vaamonde, Lázaro Galdiano o Vicente Blasco Ibáñez). «Cada día lo de los medios corazones se me hace más cuesta arriba. Créelo que sí», le confiesa un día a Galdós. Y otro: «hay una identificación extraña del cariño anterior a nuestra amistad íntima, de esta amistad, y de la nostalgia que siempre me produjo y producirá su falta, y al enlace de estos sentimientos no puedo darle nombre, porque V. no ignora que el idioma es pobrísimo para expresar los matices ricos y variados del afecto». Existe aquí, sin duda, un profundo afecto que se alargará hasta el final de los días. El feminismo y su sensibilidad frente al maltrato a las mujeres, forman parte de los temas que trata a lo largo de su obra. Dice la biógrafa que títulos como El Indulto sobrecogen aún hoy por su dramática actualidad. En cuanto al feminismo que ella concibe, sostiene que el hombre y la mujer son diferentes, mas no inferiores ni superiores entre sí. Reconoce que al haberse negado el acceso a la cultura a la mujer, al formarla de distinta manera a los hombres, las mismas mujeres suponen un lastre para su evolución. Dice que a la mujer hay que educarla: «…no sólo virilmente, sino humanamente, educación más fuerte y completa todavía, “más allá del macho y la hembra”. No preocuparse de su instinto natural de hembra y madre, que ya se desarrollará él solo perfectamente… (…) No encerrarla en la higiene y la costura, la economía domestica y la pedagogía elemental, criándola para nodriza, ama de casa y primera maestra; enseñarle como se enseña al niño primero, al joven después, y cultivar las facultades que tienden a la atrofia, no las ya hipertróficas». Vaya, la misma educación para la mujer que para el hombre. Al fin y al cabo no dejan de pertenecer a la misma especie animal, con lo cual ¿a qué estas diferencias antinaturales? En una entrevista a la autora, le preguntan sobre el feminismo. Ella se declara una radical feminista, dice. Y en su lucha particular,

a veces sin querer, marca hitos en su historia como literata y estudiosa de la literatura, como presidir la Sección de Literatura del Ateneo madrileño, formar parte de la Comisión organizadora del congreso Pedagógico Hispano-portugués americano, leyendo la memoria La educación del hombre y la mujer: sus diferencias, creando la Biblioteca de la Mujer, y más. Si en 1920 muere Benito Pérez Galdós, esa amistad tan especial para ella, un año más tarde, el 12 de mayo de 1921, moriría ella de una dolencia gripal que se agravaría. El periodista llamado El caballero audaz recordaría: … terminada la cena [que compartía con Vicente Blasco Ibáñez], alguien trajo la triste noticia. Acababa de morir una ilustre artista española, septuagenaria, mujer excepcional, a la que su edad y su obra vigorosa hacían digna de respeto. Entonces, glosando el tema, Blasco Ibáñez, de sobremesa, se deleitó en referirnos sus aventuras amorosas con aquella dama ilustrada durante toda una época lejana de juventud, narrando los episodios con todo lujo de detalles… La última reunión de amistades y familiares de doña Emilia Pardo Bazán se celebraría en las Torres de Meirás el 14 de mayo. A esta no acudiría ninguna mujer porque la sociedad quiere que el rito último sea exclusivo de los hombres, como tantos otros acontecimientos. Es curioso cómo ni siquiera en esta derradeira despedida, y a pesar de las críticas de doña Emilia, las mujeres son excluidas una vez más. La nota necrológica en el diario La Época diría: «las letras españolas, y aun las universales, han perdido hoy una de sus figuras más excelsas, porque la autora de San Francisco y de la Literatura francesa moderna es de las escritoras que no mueren. Su nombre crecerá, subirá su valor con los años y formará al lado de los ilustres novelistas, críticos y polígrafos contemporáneos suyos, aunque todos pertenecientes á una generación anterior á ella». Y añade: «pocos escritores en España han sido tan discutidos como la ilustre autora de Morriña. Alrededor de su nombre y de su obra se ha desbordado muchas veces la pasión, encrespándose como un mar, en un azote violento que oscurecía el buen sentido». Tiempo después, un 4 de mayo de 1956, las últimas herederas de la autora, doña Manuela Esteban-Collantes y Sandoval, condesa viuda de la Torre de Cela, y doña María de las Nieves Quiroga y Pardo Bazán, marquesa viuda de Cavalcanti, donaron en Madrid el inmueble de la rúa Tabernas 11, a la Real Academia Galega. En la actualidad continúa siendo sede de esta institución y además alberga en el primer piso un Museo de Emilia Pardo Bazán, dirigida por la conservadora Xulia Santiso, que ha recuperado en parte el espíritu de esta ilustre escritora. Por su parte, las Torres de Meirás fueron “donadas” a la familia Franco. En 1978, un incendio, presumiblemente provocado, que se inició en la Torre de Levante destruyó en gran parte la biblioteca que dejó la escritora, o se conservan en muy mal estado. Ésta y el archivo familiar forman parte hoy del archivo de la Real Academia Galega.

Biografía

La vida dañada de Aníbal Núñez Fernando R. de la Flor

n Yolanda Izard Kierkegaard, en una notable cita del prólogo de esta poco convencional biografía sobre el poeta Aníbal Núñez (Salamanca, 1943-1987), escribía: “El acto de amor de recordar a un muerto es el acto de amor más desinteresado, libre, fiel”. Fernando Rodríguez de la Flor, catedrático de Literatura de la Universidad de Salamanca, gran amigo y valedor que fue del poeta además de uno de los grandes especialistas en su obra -si no el mejor y el que más tiempo ha dedicado al estudio y comprensión de su poesía, junto con Miguel Casado-, deja claro desde el principio cuáles son los límites de este acto de amor y en qué consiste: “Mi intención final ha sido contar en todo momento la manera en que el sujeto que fue Aníbal Núñez se me ofreció (y

todavía se me ofrece) al reconocimiento”. Francisco Pino hablaba en términos semejantes de la poesía: no se trata de comunicación, sino de manifestación. “Está ahí, se muestra al que desee contemplarla”. Mérito doble el de Fernando, el de develar por un lado la secreta significación poética de Aníbal Núñez, y, por otro, el de saber responder con desinterés, libertad y fidelidad kierkegaardianos, a esa presencia aún viva del poeta entre los que le conocimos y le seguimos admirando, pasados veinticinco años de su muerte, acaecida cuando solo tenía cuarenta y tres años. Ardua labor, la de desentrañar el complejo escenario transicional en que el poeta se movía con voluntad expresa de mantenerse solo fiel a sí mismo, pero mucho más la de esclarecer, desmitificando

posturas críticas anteriores, su complejísima personalidad a partir de una interpretación personal tan lúcida, honda y perspicaz que podemos obviar la cita aristoteliana según la cual el ser puede decirse de muchas formas. Porque Aníbal Núñez no era un poeta corriente ni era, ni mucho menos, un hombre corriente. Era “el poeta”, como así lo reconoció José Ángel Valente –“Aníbal Núñez. Frágil y duro, como el cuarzo, entre tantos supervivientes fraudulentos”-, que supo ver en él esa aura de que hablaba Walter Benjamin, probablemente uno de los conceptos más asombrosos que sobre la labor poética o místicoesotérica se hayan descrito y que puede ser equiparado al “duende” lorquiano. Y es que, como Baudelaire dejó escrito, “celui qui ne sait pas saisir l´intangible n´est pas un poète”: es posible que lo que Aníbal Núñez buscara, y no sólo en sus versos, fuera atrapar una intangible y superior forma de vida, que acabó siendo sustituida desde el fracaso por un guión vital de transgresión y exaltación en permanente alianza con la muerte. Es esto precisamente lo que leyó en sus ojos un Torrente Ballester estremecido: la muerte cara a cara, la experiencia de la muerte en vida que le hacía sentir que se las veía con otra clase de hombre superior –“¿Seres angélicos?”, se preguntaba el novelista, “¿Puedo decir que Aníbal Núñez era uno de estos?”-. Sin embargo, el biógrafo señala a este respecto: “Clausuramos enseguida la dimensión `mística´ de su personalidad, pues es sabido que lo místico es inefable, no se deja decir”. Lo que sí se deja decir, y de hecho Rodríguez de la Flor basa en ello su peculiar biografía, es que Aníbal Núñez era un hombre extraordinario que no comulgó con ninguna de las convenciones sociales y poéticas de su época y que dedicó sus últimos diez años de su vida, desde 1977 a 1987, -que corresponden al decenio tratado principalmente en el libro- a un vagar delirante entre las cuatro muros de su ciudad natal, Salamanca, rodeado de una corte de “outsiders” a los que había acogido con la voluntad compasiva de redimirlos -“determinado a leer la historia en sus desperdicios”-, perseguido por un inconformismo y una furia interna emparentados con su exilio interior, heroico en su actitud demoledora de toda convención o de todo aquello que se lo pareciera, con una de esas raras posturas morales mantenida contra viento y marea, inflexible ante el poder e incorruptible. Poseedor de una dignidad que le impedía mostrar en sus versos sino un pequeño atisbo de su tormento interior y de su caída, se cuidó siempre de incurrir en toda desmesura con la reticencia y reserva propias de su poética del dolor contenido, dueño, por encima de toda transgresión, de sofisticados, sutiles, ambiguos mecanismos de creación que en su trabajo plástico derivaron en una estética del ascetismo, la carencia y la pobreza. Un hombre atrapado en su tiempo –aunque siempre se nos mostrara mucho más allá de sus líneas maestras: la generación poética del 68- y redimido en su muerte, que jamás hizo bandera explícita de su malditismo pero que quedó marcado para siempre por el sentimiento de fracaso en una de las funciones básicas de la poesía, según Rodríguez de la Flor: “La de anclar en el mundo y dar seguridad, autoestima y reconocimiento público” al poeta. Un hombre que en sus últimos años había desertado de la poesía –“escribir no es vivir”, sentenció en uno de sus versos-, “que fue cultivando cada vez más desastrada y casualmente”. Ejemplificación de la renuncia personal, de la restricción y de la privación, de la pobreza al modo de Hölderlin -“Todo se concentra sobre lo espiritual. Nos hemos vuelto pobres para volvernos ricos”- y alejado de toda moda y de la sociedad del consumo, Aníbal Núñez –nos cuenta Rodríguez de la Flor- se dejó fascinar por todos los disvalores, como su admirado Arthur Rimbaud, y llegó a mostrar en sus poemas una verdadera piedad

franciscana hacia la naturaleza sometida a los embates humanos. Heroico, con el heroísmo de los que caminan más allá de lo conocido y lo esperable, y también desamparado: su deriva vital fue propia de una tragedia que en sus inicios de poeta emergente y lúcido –y agraz y crítico- no habría podido ser leída como el oculto afán de aniquilación que quizá ya entonces lo poseía. Esta vida frustrada del poeta, de “una insatisfacción implosiva”, se polarizó entre la trasgresión y el exceso y su disensión con respecto a los valores encarnados en su generación natural, la del 68, sin llegar a vincularse tampoco con la verdadera generación perdida de la Transición, la del 75, que desembocaría “de modo mayoritario en el temible pasotismo y en el paro estructural, y que habría de encontrar su culminación en el espíritu de la ´movida` y de los así llamados ´felices ochenta”. Pero Aníbal se apartó de los movimientos contestatarios americanos tanto como de lo “beatnick” o del fenómeno “hippy”, inmune a cualquier contaminación anglosajona, pues era, en palabras de Tomás Sánchez Santiago, “el hombre que escupía en los horarios”: “Bodas con la intemperie, eso es lo tuyo”, dejó escrito el poeta en su libro Definición de savia. Una dolorosa ascesis que provocó su extrañamiento, “entendido así como separación de lo común”, y que le acabó llevando a la degradación social. Pues jamás Aníbal cedió un ápice su libertad absoluta ante una sociedad que exigía su reinserción laboral para ser valorado: “¿Qué hacemos tú y yo aquí con este sol / y con tanta pradera al otro lado / de la ventana de socorro?”, escribió el poeta allá por el 73 durante alguno de esos veinte escasos días en que trabajó como profesor de francés en un instituto cacereño. Acabó, así pues, rompiendo del todo “el cordón umbilical que todo sujeto mantiene con relación al mundo en el seno del cual ha sido arrojado”. Fernando R. de la Flor intenta con este libro, y lo ha logrado, “reintegrar la polaridad vida/obra hasta hoy considerada de modo divergente”, con la propuesta de dar sentido -partiendo tanto del recuerdo personal como del desciframiento de algunas claves que dejó el poeta esparcidas en sus versos- a la vida de un genio que no se exilió de su tiempo sino que lo contempló con demoledora lucidez, como de modo tan sagaz explica. La comparación razonada con Diógenes de Sinope, el insolente filósofo enemistado con toda la sociedad y que redujo al máximo sus necesidades, sus esenciales diferencias con el maldito por excelencia de su generación, Leopoldo María Panero, frente al que Aníbal se mostró siempre contrario a su literatura del “pathos”, y en general hacia toda la poesía del momento, y sus extraños puntos de encuentro con Miguel de Unamuno, culminan el retrato de un hombre que acabó desinteresándose por completo de la realidad intelectual para la que parecía haber estado predestinado y cuyo alimento fue sustituido por el que podía proporcionarle la propia vida, una vida ávida también de muerte. “Y tú, Sol / pon de luto la luz ya para siempre: / apaga y vámonos” En este punto final, se muestra Fernando Rodríguez de la Flor especialmente clarividente al iluminar la torpeza errática de la crítica, que confundió con metáforas las evidentes pistas biográficas que escondían versos como los siguientes de Cristal de Lorena: “Es la herida quien presta su sangre y su dolor / a la visión más alta”, un libro de referencia velada a su adicción, a su constante convivencia con la muerte, pero absolutamente contrario al desafío explícito que un Leopoldo María Panero desollara en Heroína y otros poemas. La vida dañada de Aníbal Núñez es un libro escrito con una

extraordinaria solvencia y sagacidad y desde una perspectiva emocional pudorosamente alejada del objeto de sus interpretaciones; una serena y cuajada meditación a la par que una honda exégesis y un delicadísimo punto de vista, que privilegia la alzada filosófica sin desdeñar la psicoanalítica, sobre una personalidad tan compleja y de tantas vertientes como la del poeta, al que interpreta desde una inigualable clarividencia lectora. Por ello, el lector no encontrará aquí episodios concretos de su vida, ningún reflejo o transcripción de sus conversaciones. No podrá hurgar en sus delirios ni en sus grandezas pues no hay ficción que trate de revivirlo y ponerlo ante el curioso lector. Lo que Rodríguez de la Flor ha tratado de hacer es ni más ni menos que entender. Entender y explicar. Este libro ha perseguido, así pues, la puesta en escena de toda una época y la de toda una generación poética, pero, sobre todo, dar un retrato fiel, acabado, de Aníbal Núñez. Una elegía, más que hagiografía de su presunto malditismo, que no excluye casi ninguno de los ámbitos de la personalidad y de la acción vital del poeta, salvo el amoroso, sustentada sobre una recia honestidad ética que le aleja de toda tentación malintencionada o del chascarrillo. Sin embargo –tiene razón Rodríguez de la Flor-, La vida dañada de Aníbal Núñez no es una biografía; no al uso al menos. Es un texto de bagaje más intelectual, analítico y reflexivo que propiamente biográfico aunque trate de la exposición razonada y extremadamente sagaz de una vida cierta basada en recuerdos considerados a vista de pájaro más que en hechos puntuales. Una vida tan interesante y de tanta riqueza para un intelectual que debía ser forzosamente escamoteada al olvido con las herramientas que le son propias al ensayo: una nada baladí retórica hermenéutica, academicista y erudita, y una inteligente, brillante capacidad de juicio. Un juicio independiente –a pesar de su no oculta admiración por el poeta y más aún por el hombre, no excluye la meditación (que no exposición) sobre los aspectos más cruentos de su personalidad- y, sobre todo, capaz de desdecirse de cuantas afirmaciones pasadas, propias y extrañas, considera hoy obsoletas o infundadas o erróneas. Es ejemplo de ello su labor desmitificadora de aspectos de su obra y de su vida que se venían aceptando de manera totalmente dosificada.

Asentimos sin dudarlo a prácticamente todo cuanto contiene este texto, obra de un ensayista brillante que no excluye su atracción y fascinación por otras reflexiones y perspectivas, coetáneas o no del poeta, como Walter Benjamin, Giorgio Agamben, Peter Sloterdijk, Ángel Luis Prieto de Palma, Adorno, Tomás Sánchez Santiago, Jean Starobinsky, Jünger, etc., que componen un apartado de tan numerosas e interesantes notas que casi llegan a conformar un libro paralelo sobre diversos temas relacionados de manera directa o tangencial con la vida de Aníbal Núñez: el dolor humano, el poder, la pobreza, o la poesía y la sociedad de la época, entre otros muchos. Fernando Rodríguez de la Flor no deja nada al azar. Sus muchos años de estudio del “caso Aníbal Núñez” han germinado en este perfecto organigrama de los movimientos –tanto interiores como espaciales- de su biografiado. Su capacidad de reflexión y hondura no tienen parangón con ningún otro estudio anibaliano –en intensidad y en extensión- y en lo que a mí me toca en cuanto a mi conocimiento personal y mi amistad con el poeta, tengo que reconocer que su retrato es tan certero como clarividente, y que su interpretación de los hechos, y de su poesía en relación con su vida, es deslumbrante. Pues su obra ilumina su vida, pero su vida esclarece aún más su obra. Comenzamos con una cita de Kierkegaard, y terminamos con una de Nietzsche que el biógrafo nos recuerda: “El heroísmo es la buena voluntad para aceptar el hundimiento personal más absoluto”. Aníbal Núñez, y no solo en este aspecto, fue un héroe. Aunque no: prefiero terminar con otra cita que define al Aníbal vital y esplendoroso de antes de la caída, buscador de un mundo mejor, más libre y ardiente, el Aníbal austero, adelantado a la ecología, crítico y genial. Pertenece a la novela En el camino de Jack Kerouac: “Porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes sino que arde, arde como los fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas”.

Biografía

Biógrafos, conversos y ciencia-ficción n Pedro Larrañaga Una disertación sobre los tres ejes en torno a los que hemos debatido sobre “Experimento en autobiografía” de H.G. Wells. Un debate del que, como tantas otras veces, sólo hemos sacado una cosa en claro: la última palabra la tiene siempre el lector. Vaya por delante un aviso, una puntualización importante. Sí, probablemente no es la forma más elegante de comenzar un artículo, pero es necesario que todo aquel o aquella que vaya a afrontar la lectura de este texto tenga en cuenta lo siguiente: cada una de las palabras de este artículo parte de la cabeza de alguien que se posiciona como claramente ‘antibiografías’. ¿Y qué diablos significa ser ‘antibiografías’? Pues que una biografía me suscita el mismo interés que el “Manual de urbanidad y buenas maneras” de Manuel Carreño o una colección de cuentos de Jorge Bucay, lo que, por si no se ha notado la ironía, es más bien poco. Consideramos necesario aclarar este punto de partida, ya que el texto que hoy nos ocupa va a girar, al menos en principio, sobre una biografía, aunque sea una biografía escrita en primera persona como “Experimento en autobiografía” de H.G. Wells. Así, al poner a un ‘antibiógrafo’ declarado escribiendo sobre una biografía, sólo puede haber dos resultados: que el ‘antibiógrafo’ pase a ser un converso devoto de este género o que, por el contrario, este se reafirme todavía más en sus planteamientos. Sea cual sea el resultado, los riesgos para el lector son evidentes.

En el caso del converso, uno de los géneros de personajes más beligerantes en la defensa de la recién adoptada doctrina, como demuestra en su propia piel Mercedes Milá, que dejó el gesto de fumadora para ser la punta de lanza mediática de la lucha antitabaco, podríamos encontrarnos con una retahíla de justificaciones sobre la necesidad de ese registro verbal más allá de sus obras de las vidas de autores o autoras. En el caso del reafirmado en sus ideas ‘antibiografías’, los peligros son del mismo calado, con la amenaza constante de ser atropellados por una sucesión de ‘ya te lo decía yo, que soy más listo que nadie’. ¿Cuál ha sido el resultado en este texto? ¿qué le espera a quien se decida a seguir leyendo a partir de este punto? Pueden estar seguros de que no encontrarán en ninguno de los párrafos que vienen a continuación un solo gramo de conversión, con lo que deberían darse por advertidos. Están, por tanto, a tiempo de abandonar la lectura en este punto, de ejercer el derecho que todo lector siempre tiene, el de mandar al carajo cualquier lectura. En este caso, además, ese abandono estaría plenamente justificado, ya que no sobra el tiempo como para andar dedicándoselo a propuestas como esta, en la que un ‘antibiografista’ declarado se ha puesto a escribir sobre una (auto)biografía, adelantando ya que no ha hecho más que reafirmarse en sus convicciones. Sí, tienen razón, dicho así suena a puro masoquismo si deciden seguir adelante. Pues vaya, veo que el masoquismo tiene más seguidores (o simplemente curiosos) de lo que pensaba, porque han seguido

leyendo. No hay problema, si eso es lo que desean, prepárense, porque allá vamos. En primer lugar, ¿por qué este libro? Cuando uno forma parte de un equipo, en ocasiones debe aceptar decisiones tomadas por ese equipo, decisiones no compartidas, al menos de entrada. Por eso, cuando el consejo editorial de Granite&Rainbow (ese ente sin forma corpórea, pero del que hay constancia escrita de su existencia) decidió que para ese número de la revista se seguirían explorando los diversos acercamientos al yo existentes en la literatura, abordando el género de las biografías, aunque planteé dudas y alternativas, no me quedó más remedio que aceptar esa decisión y buscar un título adecuado que tratar para este número. Lo cierto es que la elección no resultó difícil, ya que en mi biblioteca personal (modesta y siempre más pequeña de lo que desearía que llegara a ser, aunque llegase a acumular millones de ejemplares) sólo había un título que pudiera encajar dentro de la categoría de las biografías. No procedía, teniendo en cuenta que soy ‘antibiógrafo’ convencido y militante, realizar una inversión de tiempo en la biblioteca pública o monetaria en una librería buscando algún otro libro de ese género. Esa prosaica, bastante práctica y puede que un tanto egoísta, es la razón por la que vamos a disertar (una palabra que, en muchas ocasiones, no es más que un eufemismo de divagar) sobre “Experimento en autobiografía” de H.G. Wells, uno de los responsables, junto a Julio Verne, de poner en pie el universo de la ciencia-ficción en la literatura. En su momento, cuando me hice con ese libro (me lo regalaron, después de que yo sugiriera que podría resultar interesante, lo que vuelve a demostrar mi recelo a invertir en este género, así como lo mucho que cuido mis inversiones económicas), me encandiló su título. He de reconocer que soy un fanático de los títulos, de los buenos evidentemente, y que muchas veces me dejo llevar por ellos, saboreando todo lo que son capaces de adelantar. Por ese motivo, en mi paladar no cabían más sabores que aquello provocados por ingredientes tan sugerentes como ver al mismo autor capaz de idear obras como “La isla del Dr. Moreau” (1896), “El hombre invisible” (1897) o “La guerra de los mundos” (1898) realizando un experimento con el género autobiográfico. Combinar las nociones de ‘experimentación’ y ‘biografía’ con el aura que emana uno de los grandes genios de la ciencia-ficción, apasionaba desde su misma concepción. Las preguntas no dejaban de fluir, repitiéndose cuestiones como: ¿qué podrá haber tras esas páginas? ¿cómo podría experimentar para armar su propia biografía? ¿cuál será el juego? ¿hasta dónde llegará el riesgo?... “Me he trasladado de la ciudad al campo y del campo a la ciudad, de Inglaterra al extranjero, y de un amigo a otro, me he alimentado de gente más generosa que yo, que me ha querido y me ha dado vida.” Un hermoso modo de plantear una vida, sino fuera por el apunte que viene después: “A cambio, debido a mi preocupación esencial, no he entregado a nadie ni a ningún lugar un amor sencillo y desinteresado” Sí, ese que así se presenta es el mismo H.G. Wells, en el texto introductorio con el que se ilustra la edición de la Editorial Berenice (2009) de “Experimento en autobiografía”, el texto en el que Wells, según sus propias palabras, tratará de poner por escrito la historia de su vida y obra, “hasta incluir sus presentes perplejidades... dibujar el esbozo y desarrollo de una mente contemporánea y su libre reacción a las fuerzas desintegradoras y sintéticas de su tiempo”. No era un mal comienzo, lo confieso, pero la pena es que todas esas palabras proceden de la introducción. Una vez que empieza de verdad “Experimento en autobiografía”, todas las preguntas, aquellas llenas de sabor en mi paladar, desaparecen. Y desaparecen no porque hayan encontrado una respuesta. No, ni mucho menos. Desaparecen porque dejan de tener sentido, porque en todas esas páginas, en las

nada menos que 796 que le llevó a Wells poner por escrito su vida y obra, no hay experimentación, ni riesgo, ni la más mínima sorpresa. No, lo que nos encontramos no es con un genio de la ciencia-ficción, sino con un notario, un escriba que repasa, jornada a jornada, todos y cada uno de los episodios de su vida, desde la infancia, en la que pronto tuvo que ponerse a trabajar, hasta sus complicados años finales, en los que una enfermedad irreversible lo dejó a leguas de la literatura. A tanta distancia que sólo le quedó la notaría. Una notaría aquejada además, del principal mal de las biografías, y el motivo principal de mi activismo ‘antibiográfico’: las malas pasadas que nos juega la memoria. Y es que la distancia, además de ser mortal para el cariño, es pésima para la redacción y las interpretaciones, incluso para los genios de la ciencia-ficción. Por ese motivo, tras la decepción inicial y tras un buen número de paginas (no las 796 que tiene la obra completa, pero sin un buen número de ellas), opté por ejercer mi derecho de lector. Plantar “Experimento en autobiografía” en ese punto en el que estaba. Después volví y lo acabé, pero sólo para volver a convencerme, una vez más, de que todas las horas que dedicó H.G. Wells a esta notaría de su vida, ojalá las hubiera podido dedicar a idear otras guerras de mundos, islas, doctores y hombres invisibles. Yo, al menos, sí las dediqué, releyendo cada una de ellas de nuevo y quitarme así el mal sabor de boca autobiográfico. Aquel sí que era mi querido Wells. Aquel sí y no el otro, por mucho que aquel fuera el que estuvo viviendo su vida y dejando constancia de ella por escrito en sus años finales.

Biografía

Vivir, ese slapstick

“Estaba muy desencantada con mi trabajo, mi vida sexual y toda la industria del cine a causa de lo que veía suceder a mi alrededor: era una bacanal.” “Educada en los clásicos que me habían leído en ruso, mis gustos literarios eran decididamente cercanos al caviar.”

n Raquel G. Otero El séptimo arte es un donjuán. Para los muchos amantes del cine el alma no deja de ser una filmoteca llena géneros y subgéneros. Yo de pequeña jugaba a ser It girl, Lillian Gish, flapper o Bette Davis, pero de mayor quería y quiero ser la chica que escribe subtítulos en películas mudas. Después de leer La escandalosa señorita Pilgrim de Frederica Sagor Maas (Seix Barral, 2013) por hache o por be y casi sin remisión, en mi boulevard particular quedan vacantes: se me han despeñado un par de estrellas de Hollywood. Frederica Sagor Maas ya me había conquistado con sólo leer su necrológica en un diario patrio, hace poco más de un año: era guionista de cine mudo, palabras que para mí parpadeaban en luces de neón. No sé si semejante obituario habría tenido lugar en caso de morir unos años antes -con 87 o con 95, como la media ‘privilegiada’-, pero esta señora de letra firme nos dejó algo más huérfanos con nada menos que 111 años, puro despunte estadístico. Me pregunto si de tanto vivido no es ya la muerte el descanso mayúsculo. Vivir cansa, con franqueza; máxime si vives dos guerras mundiales, la Gran Depresión, la era McCarthy y diecicocho administraciones presidenciales. The Shocking Miss Pilgrim: A Writer in Early Hollywood, memoria viva de Frederica, veía la luz en 1999. La escandalosa señorita Pilgrim nos llegaba este pasado enero, editado por Seix Barral, con traducción de Daniel Gascón, y con la sola objeción por mi parte de su portada, que no es ya que me parezca un remedo, sino bisutería. Confieso que una de las primeras cosas que hice al comenzar y durante su lectura, fue salirme por la tangente de los capítulos e irme derechita a Google, ese

agujero negro de nuestras quimeras en el que encuentras un proyector Pathé-Baby de 1920 por trescientos euros. Este gesto responde, no sólo a un click, sino a un íntimo afán justiciero. De Frederica Sagor pueden encontrarse a bote pronto cinco o seis fotografías, media página de Wikipedia, un artículo de prensa, un par de reseñas o sinopsis recientes en blogs y webs libreras o literarias y un único sitio en el que enumeran sus trabajos, lo que viene a significar que estamos (algo así como) en el año I después de una más que notable guionista de la era del cine mudo. ¡Por Chaplin bendito! ¡Estamos hablando de la artífice de El Demonio y la Carne (“Flesh and the Devil”, 1926)! ¿Es que no significa nada en nuestra historia esa mirada de Greta Garbo encarando el presente mientras reposa el beso en boca de John Gilbert? ¿Acaso no podemos ofrecerle a esta guionista algo más de fondo de archivo y de memoria?

De Columbia a la Universal sin pasar por la casilla de salida Su primera visita a un cine fue para ver Sansón y Dalila. Sus padres eran unos rusos (revolucionaria ella y judío él) que decidieron que de no poder vivir en Moscú, vivirían en América sin temor a que la policía secreta siguiera sus movimientos. Su madre ahorraba para un Knabe de cola y leía por entregas a Gógol a través de El Nevá. En esa época [antes] el Bronx [todo esto] era el campo. Frederica estudió periodismo en Columbia ante la oposición paterna a estudiar Medicina. “Pronto descubrí que no era fácil convertirse en reportera de prensa leyendo libros de texto y escuchando a los profesores.”. Trabajó un verano como chica de los recados en el New York Globe, el

mismo verano en que nació el Daily News. Ganó cien dólares en un concurso de cuentos que éste convocaba, premio que le valió el título entre sus compañeros de Miss Chéjov 1918, y el consiguiente disgusto de su familia. Un anuncio en el New York Times le llevó a saltarse las clases y a conseguir un puesto como ayudante de coordinador de desarrollo en la Universal, lo que le supondría abandonar Columbia antes de licenciarse. Ayudante de John C. Brownell, con Bob Rodin como mentor, su carrera en el mundo del cine arrancaba en unas oficinas con vistas a los ensayos de las Rockettes, que ensayaban sus números de baile en el tejado del Roxy Palace. “Me lancé al trabajo con entusiasmo, energía y compromiso ilimitados. Aunque sólo era una secretaria, me llevaba a casa los guiones, los manuscritos y las sinopsis de otros lectores y los leía hasta más allá de la media noche. Incluso tiré a la basura cincuenta dólares -dinero contante y sonante- y encargué un manual sobre How to Become a Screen Writer [Cómo convertirse en guionista]”. “Si quieres aprender la técnica del cine -aconsejó J. Brownellestudia las películas”. Brownell la acompañó a los cines y le explicó planos y técnicas para contar una historia de forma económica y dramática. El Strand, el Rialto, el Rivoli, el Capital o el Roxy fueron sus escuelas. Veía las películas que se proyectaban una y otra vez. Las analizaba y tomaba notas taquigráficas de las secuencias, plano a plano: así aprendió las técnicas de la escritura cinematográfica. “Tenías que abrirte paso entre pilas y pilas de material de autores, agentes y editores, esperando con toda esperanza encontrar algo que pudiera convertirse en una película adecuada con el sello de la Universal, lo que en 1923 significaba generalmente un western”. No había cumplido 23 años cuando se convirtió en coordinadora de desarrollo de la Universal. La condición fue que la mandaran a la Costa Oeste para unirse al equipo de guionistas. Todo ello temblando en sus tacones negros de charol.

Bajo las luces Klieg Freddie Sagor llegó a Hollywood cuando aún no había letrero. Estaba en el equipo de guionistas de la Metro-Goldwin-Mayer y empezaba a instalarse en la vida de bungaló, fascinada por las posibilidades. La Metro estaba llena de guionistas -novatos y profesionales, dramaturgos y novelistas- que trabajaban en ‘ideas’ que nunca llegaron a producirse. Su nombre va ligado a títulos clásicos y enormes como The Plastic Age, Dance Madness, Piernas de Seda, His Secretary, The Waning Sex o The Shocking Miss Pilgrim. Todos historias, guiones o adaptaciones suyas con distintos grados de reconocimiento. Muchas las recordamos por los rostros de las actrices del momento; otras nos llegaron adulteradas porque el listillo de turno de la película se las apropió. Escribió prácticamente toda la filmografía de Norma Shearer, éxitos de taquilla, sin recibir el menor crédito por ninguna. Uno de sus primeros títulos lanzó a la fama a Clara Bow. Fue testigo y parte del éxito de Greta Garbo. Compartió espacio y mesa en las cantinas de Hollywood con todas y cada una de ellas, además de con tantos otros como Marion Davies, Mautitz Stiller, Erich Von Stroheim, o Lucille LeSueur, a quien enseñó a vestir en su metamorfosis para convertirse en la gran, la sin igual, la incomparable Joan Crawford. Esta parte de la biografía de Frederica podría considerarse un pase VIP a las bambalinas del álbum de tan larga familia como es la de Hollywood, en concreto el que firma Ruth Harriet Louise, retratista del estudio de la Metro-

Goldwin-Mayer.

Días de vino ¿y rosas? Los avatares, tropezones y rumbos de esta trayectoria se describen a lo largo, ancho y colindante de estas 400 páginas. Tanto en conjunto como salpicadas hay un regusto amargo. Para Frederica la idea de enfrentarse con la política del estudio o la locura de la vida de Hollywood se había vuelto insoportable. No estaba dispuesta a escribir comedias ligeras, y la relevancia social o la calidad literaria no entraban en las preocupaciones de sus productores. Estaba lista para dejar la industria del cine: “Decidí hacer las maletas y marcharme de Hollywood, ir a San Francisco, conseguir un trabajo de secretaria y escribir en mi tiempo libre: por la noche, el fin de semana. Si descubría que no era Hemingway o Sinclair Lewis, siempre podría vender propiedades inmobiliarias o seguros. ¡O casarme!”. Entre los aciertos cuenta su unión con Ernest Maas, un joven productor llamado a ser el Irving Thalberg de la Fox: cincuenta y nueve años de matrimonio y un año en pecado parecen no haber resultado mala fórmula. Pese a las decepciones, Ernest y ella siguieron trabajando juntos en argumentos originales. “Pensábamos que una película original podía darle al cine el efecto que una novela o una obra teatral de éxito ejerce en la sociedad. (..) ¿Qué nos impulsó a seguir esa locura? Por mi parte, era el profundo cariño que sentía hacia mi marido. Él no quería abandonar la industria, ni buscar otra salida. Aunque yo no creía en la industria, creía en él: en su habilidad como escritor, su mente ágil, su maravilloso coraje. Nunca se deprimía, siempre era optimista. Pese a todas nuestras desilusiones, no se consideraba un fracaso, y yo tampoco. Compartía su esperanza y su convicción de que volvería a triunfar y disfrutar de la independencia. Nos gustaba trabajar juntos, tanto que nos cegábamos y dejábamos la realidad al margen”. Los altibajos económicos y profesionales se sucedieron hundiendo al matrimonio Maas en la desesperación. El fracaso, las decepciones, la falta de dinero y las humillaciones les llevaron a plantearse el suicidio, idea a la que renunciaron en pleno plan de fuga: se tenían el uno al otro. Sin embargo, sus días de Hollywood habían terminado. Frederica progresó de mecanógrafa a perito, y de evaluadora de riesgos a corredora de seguros. Ganaban suficiente para las facturas; pagaron sus deudas y empezaron a ahorrar. Ernest encontró en la escritura como negro y en la distribución de ideas argumentales y críticas (cosa que había hecho gratis durante años) una fuente de ingresos: “La parte más difícil de nuestra nueva forma de vida era pasar nuestras jornadas laborales separados”. El resto ya es, digamos, la historia del común de los mortales: envejecer, perder, hacer inventario. La lectura de La escandalosa señorita Pilgrim puede sonar más a ajuste de cuentas que a ejercicio de memoria, esto va a gusto del consumidor; sin embargo no queda otra que rendirse ante un despliegue a modo de proyección en blanco y negro con la música en vivo de un piano. Salgo de esta biografía con agujetas, no sé si de mover la manivela o de vivir 111 años; agujetas plácidas, claro. No me atrevería a decir que por cada ídolo ganado tengan que contarse necesariamente siete bajas. Sabíamos que los Reyes son los padres, que los nombres de la gran pantalla eran de carne y hueso, y que estas cosas pasan cuando analizamos una vida desde la óptica del zoom. No me atrevería a decirlo, repito. Después de todo, Hollywood tiene su corazoncito.

Biografía

Mi familia y otros animales

n Roxana Contreras Un itinerario por la infancia de Gerry, ferviente defensor del reino animal, y su estrecha relación con sus mascotas, y su familia, sumergidos en los recuerdos de anécdotas graciosas y particulares personajes que la vida va trayendo. Hace tiempo tenía muchas ganas de leer este libro. Recuerdo que en una clase, una profesora de la carrera de profesorado de inglés lo había recomendado. No recuerdo bien por qué tema en particular había surgido de esa conversación, entre la profesora con nosotros, en aquel momento, sus alumnos, la mención de ese libro. Recuerdo sí, que ella nos dijo el título y nos recomendó fervientemente su lectura, esbozando una sonrisa, en medio de la charla, el libro en cuestión era Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell. Un libro muy llamativo y cómico ya desde su mismo título. En aquel momento no lo pude conseguir ni tampoco leer,

y siempre ese título quedó latiendo en mi cabeza. Hasta el día de hoy, en que finalmente pude leer Mi familia y otros animales para escribir este artículo para Granite & Rainbow. El libro es una autobiografía del autor en donde nos muestra un retazo de su infancia, durante la estadía de él y su familia en la encantadora isla griega de Corfú. Es un libro cargado de humor y anécdotas en sus relatos, lo que lo hace un libro muy entretenido y simpático. Según nos cuenta en el prólogo del libro el hermano del autor, el luego célebre y reconocido novelista Lawrence Durrell, acerca de las páginas que constituyen Mi familia y otros animales: “Un vasto público de Inglaterra y América las lleva en el corazón: jóvenes y no tan jóvenes aprecian por igual sus felices ocurrencias, su vigor narrativo y su poesía.” Y es que “El autor ha logrado el prodigio de reencarnarse en el naturalista de doce años que era entonces, describiendo con humor tan chispeante como cáustico los disparates y las peripecias de la familia DURRELL” por aquel entonces. Su descripción de la isla

“es un modelo de agudeza en la observación y fidelidad en la composición”. Según Lawrence, podemos afirmar que el autor “ha enriquecido la literatura con el más raro presente: un libro verdaderamente cómico”. A éste le siguieron otros libros, también autobiográficos: Bichos y demás parientes, El jardín de los dioses y varios relatos cortos. Gerald Durrell, autor de libros autobiográficos, coleccionista de animales y entusiasta de la naturaleza, fue construyendo, poco a poco, a través de sus quehaceres y experiencia de vida, una amplia bibliografía de su propia autoría. Volviendo a Mi familia y otros animales y a la infancia de Gerald (Gerry), nos situamos en una maravillosa isla de Corfú, en Grecia, como escenario presencial de múltiples aventuras y descubrimientos. Allí descubrimos también una serie de personajes muy simpáticos, que van apareciendo con el transcurrir de la historia. El autor nombra, al principio de la obra, a su familia y ya en los capítulos siguientes no puede librarse de ellos. Y con ello tiene que lidiar a lo largo del libro. Recién llegados a la isla, el primero en acercarse a ellos muy amistosamente es Spiro, quien se convierte en guía personal de la familia en su recorrido por la isla. Spiro es una especie de “angelote moreno y feo que nos cuidaba con tanta ternura como si fuéramos niños ligeramente retrasadillos” recordaría Gerry en su narración. Spiro cuida de cada uno de ellos, convirtiéndose en un fiel guía y protector de la familia. “Mientras la magia de la isla se posa suave y adherente como un polen, cada día trae tal tranquilidad, tal atemporalidad, que uno desearía que no acabase nunca. Pero la oscura piel de la noche se rasga para entregarnos otro día más, policromo y brillante como una calcomanía y con el mismo matiz de irrealidad.” Gerry no concurre a la escuela, pero recibe enseñanzas de algunos amigos de su hermano mayor Larry. Uno de ellos en especial, el griego Theodoro Stephanides, se convierte en mentor y amigo del jovencísimo Gerald. Siendo doctor, científico, poeta y filósofo causa una admirable impresión en Gerry. Profesor y alumno capturan, investigan

y examinan las especies existentes entre la fauna de Corfú. Ambos exploran ese mundo microscópico, lleno de vida fascinante que conforma un todo para ellos. Theodoro es “el perfecto camarada de aventuras, afectuoso sin exageración, valiente sin temeridad, inteligente y lleno de bondadosa tolerancia para con mis excentricidades” recordaría Gerry. “Teodoro poseía un pozo de sabiduría aparentemente inextinguible sobre cualquier tema, pero la impartía con tan delicada modestia que, más que la de estar aprendiendo algo nuevo, le daba a uno la impresión de recordar algo ya sabido y olvidado.” Otro amigable personaje es Yani, el pastor, “un viejo alto y desgarbado con narizota ganchuda como el pico de un águila y unos bigotes increíbles.” Yani, que como los demás campesinos creían que todos los ingleses eran Lores, trataba a Gerry como tal, quien enseguida se había habituado a aquella curiosa idea, y admitía serlo también sin problema. Yani le advertiría al pequeño “Lord” sobre el peligro que esconden ciertos árboles del bosque: “Los cipreses negros son peligrosos, sí. Mientras que uno duerme, sus raíces se le meten en los sesos y se los llevan, y al despertarse está uno loco, sólo el ciprés roba la inteligencia”. Así, entre adorables personajes y graciosas anécdotas, se pasan los días en la isla de Corfú, viviendo los cambios de estaciones y experimentando lo que cada una de ellas trae consigo. Una madre con fobia a los intelectuales, se ve casi obligada a tener que mudarse con toda su familia, para tener que recibir a los amigos invitados de su hijo mayor Larry, quien no tuvo mejor idea que enviar cartas invitando a tanta cantidad de gente, que iban a ir llegando por grupos y por turnos a la isla, y justifica a su manera: “Por Dios, Mamá, por supuesto que no: es gente normal, absolutamente encantadora. No sé de dónde has sacado la fobia de que todo el mundo sea intelectual”. Testigo de la presencia de amigos, esos particulares amigos de Larry, y de hechos ocurrentes, es la villa color narciso. Un lugar

que por todas partes “exhalaba una atmósfera de melancolía antigua”. Cerca del lugar, se veneraba a San Spiridion, santo patrono de la isla. “Su cuerpo momificado se veneraba en la iglesia en un ataúd de plata, y una vez al año era sacado en procesión por el pueblo. Era muy milagrero, y podía conceder favores, curar enfermedades y obrar otros mil portentos si la petición le pillaba de buen ánimo”. El cerro de las tortugas es otro de los lugares explorados por Gerry y su fiel amigo, Roger, un perro incondicional que lo acompañaba a todas partes. Con aguda mirada observadora sobre las tortugas, Gerry nos cuenta de cuando allí, “Roger y yo pasábamos horas y horas junto al brezo contemplando a los caballeros de desajustada armadura en liza por sus damas, sin que el espectáculo llegara nunca a aburrirnos. A veces hacíamos apuestas sobre quién iba a ganar, y al finalizar el verano Roger había apostado a tantos perdedores que me debía una suma de dinero considerable. A veces, cuando más fiera estaba la batalla, se dejaba llevar por el espíritu reinante y hubiera metido baza si yo no se lo impidiese.” De la misma manera en que se tuvieron que mudar en un momento para recibir la visita de los amigos, un buen día la familia recibe una carta con una noticia sorpresiva y nada agradable para todos, que los impulsa a tomar la decisión de tener que mudarse, para escapar de la inminente visita de la tía abuela Hermione. Ya era bastante con tener que aguantar las ocurrencias de Lugaretzia (la criada) y sus quejas y relatos de sus horrorosos dolores incrementados por su pensamiento e imaginación, “para encima tener que aguantar a la tía Hermione muriéndose a cachitos por las esquinas”. Ese motivo los llevaría a mudarse a la villa blanca para seguir viviendo aventuras en familia lejos de parientes insoportables. Lejos quedarían las anécdotas, guardadas en la memoria del autor, entre tantas, como el accidentado primer baño en el lago de su mamá, cuando su voluminoso traje de baño, lleno

de bolados por todas partes, sufrió un ataque por parte de Roger, que para su visión, pretendía liberar a la señora en cuestión de las garras de ese inclasificable monstruo marino lleno de bolados y florituras. Aquella noche, después de aquel pequeño incidente, sería memorable el presenciar el festival de luciérnagas y el contemplar de aquel calmo y luminoso mar, a sus pies, mientras se comía y se bebía cubiertos bajo el cielo nocturno de Grecia. O el recuerdo de su otro profesor, Kralefsky, con su madre y las flores parlantes que la acompañaban siempre a su alrededor por toda su habitación. Hasta aquí, sólo comento algunos fragmentos del libro, porque no quiero quitarle al lector, la magia de leerlos a través de la magnífica narración de Durrell, en primera persona. No hay nada más agradable y recomendable que leerlo de la mano de su autor, y dejarse llevar hasta ese escenario tan particular e introducirse uno mismo, de lleno, en la aventura. Es increíble cómo el destino de cada persona se abre paso, inclusive frente a las adversidades que la vida depara, para lograr que cada uno consiga realizar aquello que nace, como un fuego, desde su más escondido interior. En aquel retazo de su infancia, Gerald Durrell nos muestra como era el de pequeño, aquel niño que gracias a su niñera, visitó por primera vez un zoo en la India, y eso le inspiró una enorme pasión por los animales, pasión que duró hasta los últimos días de su vida. Aquel muchachito que coleccionaba ejemplares de la fauna local de Corfú, como mascotas, alojándolos en su dormitorio, estudio o cualquier otro lugar de la casa, se convertiría en un precursor en la creación de zoológicos para preservar especies de animales en extinción. Gerald, fue más tarde, aquel autor que escribía para poder costear sus expediciones, creador de varias fundaciones dedicadas a defender y proteger a los animales, criticado en su época por sus ideas innovadoras. Es ésta, una parte biográfica de Gerald Durrell, otro ejemplo claro de cómo el destino nos hace llegar hasta donde la propia naturaleza humana nos empuja y nos alcanza.

Biografía La herida hasta el final n Ainize Salaberri Virginia vivió con todas las velas desplegadas. Su mar, un río en realidad, un río gigante, tenía demasiadas olas, era demasiado bravío. Y el viento, lo sabemos, lleva a la locura. También al exceso de cordura. Escribir sobre Virginia no es fácil: uno tiene que adentrarse en sí mismo y dejarse ir, y es doloroso, es punzante; sólo así, en cambio, seremos capaces de entender a una escritora que cambió la literatura y que no pasó, desde luego, de puntillas por la vida. Escribir sobre Virginia, decía, es muy difícil. Escribir su biografía, aunque apasionante, debió de resultarle a Quentin Bell un quebradero de cabeza. Cómo escribir sobre una mujer

cuya vida está más en el interior, en la sangre, en la psique, en las entrañas, en los abismos de sus huesos, que en los acontecimientos de su vida. Cómo. Eso me preguntaba yo mientras leía la biografía y eso debió de plantearse Quentin Bell cuando aceptó escribirla. Cómo conseguir transmitir, en una quinta, sexta o séptima parte, lo que fue la vida de Virginia; cómo conseguir transmitir su naturaleza, sus tormentos, su locura, sin ser Virginia en persona, sin haber pasado por las enfermedades por las que ella pasó, sin haber sufrido la locura que ella sufrió, sin haber vibrado en su cabaña tras dar con la musicalidad de una frase que no relata

más que verdad. Virginia dejó constancia de su ser —su ser real aunque también su ser como escritora— en sus diarios y cartas. Allí está su esencia, allí está su corazón; lo que palpita no es más que un estado puro de nervios, de ilusiones, de esperanzas, pero también de dolores, de jaquecas, de separaciones, de sufrimientos. En Virginia no existía una escala de grises sobre la que analizar: todo era o blanco o negro, y era nuestra labor dilucidar en qué límite ella se sentía más cómoda o qué parte hablaba más y mejor de ella. Porque Virginia vivía en un precipicio constante, era algo semejante a una pared que reza. Los pájaros hablaban en griego y las paredes proyectaban sombras cuando no había rastro de luz. Virginia fue una mujer arrebatada; la vida se lo fue quitando todo poco a poco. Era una mujer amenazada por la soledad, por las enfermedades, por la locura; era una mujer que temía no poder escribir, no estar lo suficientemente lúcida como para poder describir los amaneceres, cómo entraba la luz por la ventana por las mañanas, cómo reflejaban sus miedos las piedras a la orilla del río Ouse. Y, pese al miedo, pese a la amenaza, fue capaz de crear auténtica belleza: Las olas, La señora Dalloway, Al faro. Fue capaz de crear un nuevo estilo literario, fue capaz, también, de reproducir el estilo que los críticos creían hacía de alguien una escritora: le pidieron una novela al uso y ella escribió Los años, aunque fuese en contra de su voluntad. Y calló bocas. Y aún las calla. No ha vuelto a existir, ni existirá, escritora como Virginia Woolf. Que Virginia exista y que podamos leerla es un milagro. Que Quentin Bell recopilase todos los recuerdos, todas sus lecturas, todos los testimonios y que hablase de ellos en la biografía que Lumen publicó hace unos años, es otro milagro. La hazaña que suponía hablar de su vida, dejar por escrito la mente de Virginia, ha sido una guerra ganada, y de qué manera. Quentin Bell enlaza recuerdos personales con recuerdos ajenos, cita, avisa, explica, y poco a poco va creando un universo del que nos costará salir. La vida de Virginia, simple en algunos aspectos —exteriores, principalmente— es atractiva, especial y única. Las páginas de la biografía, parece, tienen como misión salvar la vida de la pequeña Stephen. También, desde luego, tienen como misión hacerla eterna, más aún si cabe, e infinita. La biografía, de más seiscientas páginas, es una aguja que teje y desteje, que cubre y descubre, los sentidos y sinsentidos de la vida de Virginia. No hay velos, hay transparencia. No hay embellecimiento, hay verdad. Descubriremos a la niña, a la adolescente, a la mujer. A todas ellas las une el miedo, la pérdida, la huida interior. A todas ellas se las reconoce porque quieren latir distinto, más rápido o más lento, porque quieren parar el tiempo, porque quieren jugar o esconderse, escribir o dejarse ver, ser adulta mientras sus pies bailan una canción del pasado, allí en St. Ives. Virginia colonizó tantos lugares en su mente que era capaz de abandonarlos. A ellos iba cuando algo le dolía, cuando le dolía el mundo o su propio ser. A ellos se lanzaba, sin pensarlo, cuando la vida parecía ser una trampa. En uno de esos lugares se quedó el 28 de marzo de 1941. Aún esperamos su regreso. También Quentin Bell. «Me dije que la vida había sido imperfecta, una frase inacabada», dijo Virginia en su novela Las olas. Su vida fue imperfecta, su vida fue una novela inacabada, pero fue una vida, entiendo a través de la biografía de Bell, plena, llena, exprimida hasta su última posibilidad. Así lo entendió Virginia y así debemos entenderla nosotros. Su vida no fue fácil, estaba constantemente llena de interrogantes. Su mente nunca descansaba, fue imparable. Para su estado literario era una bendición, pero tras ellos la maldición hacía su efecto: Virginia caía en depresión cada vez que terminaba

un libro. Su vida se quedaba en pausa, como entre paréntesis, incapaz de continuar. Sólo el tiempo podría permitirle moverse hacia adelante o hacia atrás, hacia la derecha o la izquierda. «Pero Virginia no se atormentaba por una tontería: sus noches de insomnio las pasaba preguntándose si su arte, el sentido e intención de toda su vida, era fatuo, si no se deshilacharía por una descarga de risa cruel.» Quentin Bell nos habla de cada episodio relevante de la vida de Virginia: lo mucho que la alteró convertirse en un ser “sexual” al casarse con Leonard, cómo fueron aquellos primeros días en Hogarth Press, en Richmond, cómo Virginia nunca olvidó aquellos años de infancia en St. Ives o qué relación la unía a, por ejemplo, Katherine Mansfield, Violet Dickinson o Ethel Smyth. Nos habla de cómo se gestó Una habitación propia, cómo afectó ese dinero en su vida, cómo fue el traslado a Rodmell y por qué, o cómo fue su estrecha relación con Vita Sackville-West. Quentin habla de Virginia con un amor infinito. No la juzga, no le busca las cosquillas. Lo que se lee es la verdad más transparente y cristalina que espera uno encontrarse en una biografía. Hay extractos de sus diarios, de sus cartas. Hay veracidad. Y está la voracidad por la vida y por la literatura de Virginia, está su genialidad, y sus partes ocultas y más desconocidas: su sentido del humor, su ironía, cómo se posicionaba frente al mundo y frente a sus habitantes. La biografía de Virginia Woolf es Virginia en estado puro. El lirismo con el que Quentin Bell narra su vida es digno de mención y alabanza; en muchos momentos recuerda a esa Virginia tierna que, quizás, muchos no hayan visto aún pero que está. Quentin desgrana una vida interior y la transforma en una razón de ser: la de Virginia, por supuesto, pero también la nuestra. En ella encontraremos muchas similutes y entenderemos por qué aquel nefasto 28 de marzo de 1941 Virginia decidió hacerse amiga de las piedras y las transportó hasta el fondo de ese río que hace llamarse Ouse. Algunos nunca se lo perdonarán, nos quedamos sin un genio. Pero cuando te adentras en esta biografía y te dejas llevar, como el fluir de ese río Ouse, a través de sus palabras, la justificación nos sacude los labios, y la vida, y no podemos más que aceptarlo. Y asentir. ¿Qué hubieras hecho en su situación?

B r e v e s



La madera de Graves MIGUEL HERRANZ FARELO

Robert Graves vivió en Deià entre 1929 y 1936. Se marchó de Mallorca con el comienzo de la guerra civil; regresó a la isla en 1946 y allí murió en 1985. Bautizó a su casa Canelluñ. Sobre la repisa de la chimenea guardaba un trozo de madera que, según Graves, pertenecía a un árbol talado del jardín de Shakespeare. En Experience, Martin Amis relata su visita, no anunciada, al poeta galés en 1968. El amigo que le acompaña en la excursión, inquieto ante un posible recibimiento hostil, le pregunta cómo debe dirigirse a Graves. “No te preocupes. Trátale como si fuera un dios.” (La explicación de Amis para presentarse en casa de Robert Graves sin previo aviso es que su involuntario anfitrión había actuado del mismo modo muchos años antes, cuando visitó a Thomas Hardy; floja excusa, que trataba de ocultar la explicación real: uno se permite estas actitudes si su padre es uno de los escritores más famosos de Inglaterra. Resto de los mortales, mejor abstenerse.) Graves llegó a Deià en 1929. Gertrude Stein le había hablado de la isla; supongo que la conversación incluiría idílicas ensoñaciones de una vida tranquila, sencilla y barata (no consta, o yo no lo conozco, el contenido del diálogo.) Para entonces ya había publicado, con éxito notable, Adiós a todo eso, su libro autobiográfico sobre la Gran Guerra. Él se consideraba, ante todo, un poeta; pero la prosa le daba fama y reconocimiento y, lo más importante, constituía una fuente de ingresos económicos de los que Graves no anduvo sobrado hasta edad avanzada. “Crío perros para darme el gusto de tener un gato”, decía con frecuencia. Los perros, claro, eran las novelas y los ensayos, que daban de comer a la poesía, el gato consentido y caprichoso de la familia. En 1932, Graves comenzó a criar a su perro campeón; en su hocico grabó una frase de inicio genial: “Yo, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá (porque no pienso molestar todavía con todos mis títulos)…” Yo Claudio convirtió a Graves en un escritor famoso muchos años más tarde, pero en un primer momento sirvió para pagar las obras de Canelluñ y construir un hogar digno de la sociedad literaria que constituían Robert Graves y Laura Riding. Laura Riding y Graves no estaban casados. Fue su legítima esposa, Nancy, quien acompañó a Graves en su visita a Thomas Hardy, en 1920. Viajaban hacia el sur, de Oxford a Devon, en bicicleta. En palabras de Graves: “Empaquetamos unas cuantas cosas y emprendimos el paseo en dirección a Devon. Las noches eran frías y, por no haber llevado mantas, pedaleábamos de noche y dormíamos de día. Atravesamos la llanura de Salisbury, a la luz de la luna, pasamos Stonehenge, y varios campamentos militares desiertos que tenían un aspecto verdaderamente espectral…” ¡Ahí está el poeta! Una pareja pedaleando a la luz de la luna, con las milenarias moles de piedra de Stonehenge como fondo: esa es la imagen (y, sin embargo, puede no ser verdadera; quizá pedaleaban a plena luz del día, rodeados de campesinos que se dirigían a sus tierras de labor. Confiemos en la escritura de Graves, pero mantengamos la sospecha ante lo que cuenta: quizá el viaje no fue exactamente éste, quizá no dejó nunca de amar a Nancy - a pesar de Laura -, quizá la madera de la chimenea jamás estuvo en el jardín de Shackespeare y era un simple resto hallado en sus paseos por la playa…) En 1898, Thomas Hardy dejó de escribir novelas y empezó a escribir poemas y a recibir visitas. Todo aquel ciudadano de la vieja Inglaterra que escribía o pretendía hacerlo rindió una visita al hogar de Hardy: Virginia Woolf, T. E. Lawrence, Sassoon, Wells… todos pisaron el suelo de Max Gate (el enorme caserón de Hardy) como si necesitasen la bendición del novelista retirado para decidirse a crear su propia obra. Cosas de artistas. Por lo que escribe Graves en Adiós a todo eso, Hardy no descubría los secretos arcanos de la creación a los cachorros de escritor. Si acaso, daba consejos y dejaba comentarios muy genéricos. Comentario a Graves sobre su técnica de escritura: “no he realizado en toda mi vida más de tres esbozos de un poema, antes de fijar su forma definitiva.” Consejo a Graves (extremadamente original): “lleva siempre papel y lápiz para no olvidar las buenas ideas que se te ocurran.” No parecen grandes ayudas, pero quién sabe… ______ Llegué a Deià temprano. No había sol ni turistas. Cuando abrieron la casa busqué la chimenea casi a la carrera, como si el resto no me interesase (no me interesaba.) La madera no estaba. Más tarde, vagué por las calles del pueblo, ridículamente decepcionado por la ausencia de un objeto sin importancia y cuya inexistencia, de algún modo, ya sospechaba. La visita me parecía una pérdida de tiempo: más me habría valido quedarme en la playa, con los demás. Entré en una cafetería a desayunar, cerca de la casa de Graves. Sin que yo preguntase, mientras esperaba mi tostada, el camarero me contó como el poeta tomaba allí el aperitivo con frecuencia; pero la mugrienta carta aseguraba “En Deià, desde 1989.” Mordisqueé la tostada y salí: no tenía ganas de escuchar el tintineo de las dos máquinas tragaperras ni las gilipolleces del camarero. Elegí una vieja tasca, quizá la más antigua del pueblo, para pedir otro café. Dos hombres conversaban y miraban por la ventana; por su edad, ellos sí habrían conocido al galés. En el local reinaban el silencio y la penumbra y un ambiente de pub portuario muy británico, o yo lo imaginé así. Pregunté al camarero. “¿Graves? –respondió.- Sí, creo que paraba por aquí alguna vez, cuando esto lo llevaba mi padre.” Detrás del mostrador, entre la caja registradora y las botellas de ginebra, colgaba un trozo de madera negruzco, como de medio metro de longitud. “Curioso adorno, esa madera, ¿no?”, opiné. “¿Eso? Lo colocó ahí mi padre, hace un montón de años, vaya usted a saber de dónde lo sacaría… Le gustaba mucho. Cuando dejó el bar me hizo prometerle que no lo retiraría de su sitio, y ahí lo tiene usted: una promesa es una promesa…”

B r e v e s

Las Primeras Itálicas, de Sigfrido Ariel VERÓNICA LORENZO

Tengo conmigo el primer libro que palpo de mi reciente amor poético, mi Sigfrido Ariel. No sabría explicar qué me atrae de él, ni por qué tanta obsesión repentina por él. Quizás tenga que ver la dificultad en poder leer algo suyo físicamente, en un pequeño poemario como es Las primeras itálicas. Los poemas que he leído han sido a través de Internet, pero yo quería tenerlo aquí, conmigo, cerca, más cerca de mí. Quiero arrancarle de sus páginas un trocito de su Cuba, un poquito de su vida. Quiero que, cuando lea sus versos en voz alta, se aparezca a mi lado y recite conmigo. Un poco de él en mi hogar, con la tranquilidad que encierran estas paredes. Aquí el tiempo no corre tan de prisa, los versos no queman las retinas, sólo se quedan colgados de un corazón que todavía tiene pulso. Versos de un mar Caribe, de un sol tostado, de tabaco y ron. Me quedo sentada en el malecón de esta ciudad imaginada en el Caribe que me traes, mirando el atardecer, de tu mano, leyendo tus versos, memorizándolos. Me quedo contigo. «Y que no pase el tiempo acumulado / para amar unos ojos y tenerlos / y vivir de la idea y el oficio».

Chirbes o el realismo del siglo XXI LORENZO RODRÍGUEZ GARRIDO

De entre mis escritores españoles favoritos —aquí, al contrario de lo que algunos piensan, se cultiva mucha y muy buena literatura; sirva como ejemplo las últimas novelas que he leído: Shakespeare y la ballena blanca, Las lágrimas de San Lorenzo, Un amigo así, excelentes todas ellas—, Rafael Chirbes es mi hallazgo más tardío. Pese a haber leído La buena letra con quince o dieciséis años, fue mucho más tarde, debido a la estupenda adaptación televisiva de Crematorio, cuando me puse a devorar toda su obra. La tele rara vez propicia estos felices encuentros. Desde que en 1988 quedara finalista del Herralde con Mimoun, su primera novela, hasta la recién publicada En la orilla, la obra de Chirbes se despliega pausada, al margen del reclamo de las modas, y constituye una de las radiografías más potentes y lúcidas de nuestra sociedad. Tomando como modelo el gran realismo: Balzac, Galdós (acaso Chirbes sea el escritor actual más galdosiano), sin obviar las técnicas narrativas del XX (monólogo interior, contrapunto), sus novelas arrojan luz sobre el paisaje moral de la España de los últimos ochenta años, desde la Guerra Civil hasta los rescoldos del boom inmobiliario. Así, todas ellas comparten una mirada compasiva, sensible, y una serie de personajes que revelan nuestras miserias. ¿Acaso el constructor de esa novela perfecta en su brevedad que es Los disparos del cazador no podría ser el Bertomeu de Crematorio? ¿Acaso los personajes de la segunda parte de La larga marcha no podrían ser los mismos que años después se reúnen para cenar en Los viejos amigos? Y ahí están los perros, aquellos perros desharrapados y hambrientos que perturban al protagonista de Mimoum y cuyas sombras se alargan hasta el cadáver que abre En la orilla, en esas aguas cenagosas que surgen tras el derrumbe del crecimiento económico.

Regina López Muñoz (Málaga,

Regina López Muñoz

1985) es licenciada en Traducción e Interpretación por la Universidad de Málaga, donde también cursó el Máster en Traducción para el Mundo Editorial. En la última edición de dicho máster ha impartido un taller de propuestas de traducción. Una vez acabado su trabajo de investigación, que versó sobre la presencia de traducciones en revistas literarias malagueñas, se volcó en la traducción de libros a nivel profesional, y en algo más de año y medio ha colaborado con las editoriales Alpha Decay, Errata naturae, Gallo Nero, Periférica y Sins Entido. Es la agente Reginella DuLoup de Las Cuatro de Syldavia (www.lascuatrodesyldavia. es).

n Ainize Salaberri En la web de “Las Cuatro de Syldavia” tu parte real, no la secreta, asegura que tenías vocación de traductora desde niña. ¿Cómo te diste cuenta? En realidad, lo primero fue la afición por la lectura. Y después llegó el interés por mi propia lengua y el descubrimiento de las extranjeras; recuerdo mis primeras clases de francés como uno de los momentos más felices de mi etapa en el colegio. Conforme fui creciendo, me di cuenta de que podía hacer de esas dos pasiones mi oficio, y con esa idea me matriculé en Traducción e Interpretación cuando acabé el instituto. También afirmas que tus lenguas de trabajo son el inglés, el francés, el italiano y el portugués. ¿En qué idioma te sientes más cómoda? Todos me procuran satisfacciones y quebraderos de cabeza por igual (bueno, del portugués aún no he tenido ocasión de traducir nada). Pero, seguramente, si tuviese que elegir uno me quedaría con el francés, porque es la lengua con la que siento más afinidad —si es que eso es posible—; Francia es el país extranjero donde más tiempo he pasado, y elegí el francés como primera

lengua en la universidad. En cualquier caso, también disfruto mucho con la riqueza y la variedad del inglés, con la musicalidad del italiano… Naciste en el 85, no has llegado a los treinta. ¿Con cuantos años empezaste a traducir? ¿Cómo llega una a traducir tanto y de cuatro idiomas distintos siendo tan joven? ¿Cómo te abriste camino? ¿Tanto? ¡Pero si soy una recién llegada a la profesión! Como he dicho antes, entré en la universidad con muchísima ilusión, pero allí sufrí un profundo desencanto provocado por algunos profesores que tratan de hacerte ver que de la traducción literaria es imposible vivir, que es algo que se hace casi por gusto, que lo que da dinero es la traducción técnica. Y el plan de estudios, por desgracia, reflejaba un poco ese sentir. En parte debido a esto, acabé la universidad un poco desorientada y probé suerte en varias cosas. Pasé un año en Francia dando clases de español en un instituto, siete meses en Irlanda, volví a casa a trabajar en una especie de agencia de viajes… Pero los libros me seguían llamando, y descubrí el Máster en Traducción para el Mundo Editorial de mi universidad, la

de Málaga. Gracias a sus coordinadores de entonces, Vicente Fernández y Juan Jesús Zaro, y al resto de profesores y profesionales de la traducción que participan en él, aquel año cambió por completo mis perspectivas. Una vez terminado el máster me concentré en mover propuestas de traducción entre las editoriales. Con una buena dosis de perseverancia, al final recibí el primer encargo. De eso hace ya casi dos años, y no me puedo quejar, porque voy encadenando un libro con otro y de momento no me ha faltado el trabajo. Si no me equivoco, tu primer encargo profesional fue la traducción de una novela gráfica. Desde entonces has traducido más de ese genero además de novelas y cómics. Además de la extensión, ¿cuál es la diferencia más notable entre traducir una novela gráfica, por ejemplo, y una novela de ficción? ¿En qué género te encuentras más cómoda? Como tú dices, una de las características de la traducción de novela gráfica es que el texto traducido debe cuadrar en el bocadillo o la cartela, algo que puede volverse un infierno en ocasiones. Pero, además, la «nueva ola» de la novela gráfica bebe mucho de los lenguajes literarios más tradicionales, recurre continuamente a referencias culturales… Todo ello, casi siempre, de forma muy sutil. Por otra parte está la fuerte caracterización que suele hacerse de los personajes a través de su lenguaje y su manera de

expresarse; esto justifica la abundancia de jergas, juegos de palabras, argot… Una variedad que debe quedar reflejada en la traducción. Por último, en los cómics y novelas gráficas encontramos bastantes onomatopeyas e interjecciones —mucho menos presentes en otros géneros literarios—, unas unidades que exigen una cierta creatividad por parte del traductor. Estoy contenta de poder trabajar tanto con novelas tradicionales como con obras gráficas; ambos géneros me enseñan muchísimo y me permiten explorar diversas técnicas y estrategias de traducción. ¿Cómo es tu día a día? ¿Cómo te organizas desde el momento en el que te encargan una traducción hasta la entrega final? Soy una persona muy mañanera, así que de lunes a viernes trato de estar delante del ordenador a las ocho, concentrada, salvo los días que tengo natación (fundamental para mantener viva la espalda). Trabajo hasta las dos y media, más o menos, y sólo algunas tardes me pongo de nuevo delante del ordenador. Los fines de semana procuro tenerlos libres, aunque no siempre es posible. Esto puede variar mucho dependiendo de la fase en la que me encuentre; si el plazo de entrega está cerca, no puedo evitar echar algunas horas más para que no se me escape ni un detalle. Y, en general, intento «sumergirme» en lo que tengo entre manos: leo otros libros del mismo

autor o de escritores afines, veo películas con ambientación similar a la del libro… Dentro de los límites que marque el plazo, claro está. ¿Es el traductor escritor?

un

segundo

Sin duda. El buen traductor primero tiene que ser el lector más avispado, ser capaz de desentrañar todo lo que el original encierra, y en sus manos está que todas las capas de la obra queden reproducidas en su trabajo. ¿Las buenas traducciones dependen en gran parte de la intuición como afirmaba Alejandro Palomas, nuestro traductor invitado en el número 23? Depende de dónde apliquemos la intuición, ¿no? Es esencial encontrar el ritmo de la narración, la voz de los personajes; y en ese sentido la intuición puede desempeñar un papel importante. Sin embargo, no suelo confiar en la intuición cuando me encuentro con un entuerto lingüístico o cultural. En esos ©Rai Robledo casos intento cerciorarme de lo que tengo entre manos: investigo, pregunto a amigos… Puede llegar a atormentarte. El traductor debe arriesgar en... Quizá porque aún lo tengo muy reciente, pero creo que es vital para el traductor en ciernes no tirar la toalla ante los primeros rechazos por parte de las editoriales. Así que yo diría que el traductor novel debe invertir en perseverancia, arriesgarse

a dedicarle tiempo y muchas ganas a la meta de hacer de la traducción de libros su forma de ganarse la vida. ¿A qué retos te has enfrentado como traductora? A los cambios de tercio: un día estás trabajando con un autor francés que narra su primer amor con una prosa casi poética, al día siguiente te toca traducir humor en viñetas, y al otro una novela ambientada en un rancho de Texas en los años cincuenta. Más tarde, quién sabe… Hay que estar preparado para todo lo que te echen. ¿Qué cualidades debe tener un buen traductor? ¿Es necesario que el traductor se quite alguna piel, como la de los prejuicios y gustos personales, a la hora de trabajar en una obra? Hay quien dice que el trabajo del traductor está muy cerca del de un actor, y estoy de acuerdo. Yo diría que, más que quitarse alguna piel, lo que hay que hacer es meterse en otras. Naturalmente, esas pieles podrán gustar más o menos en cada caso. Pero así pasa en todos los oficios. ¿Hasta qué punto consideras tú que tiene licencia el traductor sobre la obra en la que trabaja? ¿Dónde están los límites? Para mí, los límites los marca la fidelidad que le debo a la obra. Jamás se me ocurriría alterar, añadir o eliminar de manera deliberada alguna cosa del texto original. Como traductora valoras de un escritor o de una obra que... De una obra, que sea buena. Enfrentarse a una prosa o poesía de calidad te facilita

muchísimo el trabajo, te hace sentir más a gusto. Hasta ahora he tenido una gran suerte en ese sentido, porque es un verdadero regalo que te encomienden traducir a autores como Maria van Rysselberghe, Octave Mirbeau o Larry McMurtry. ¿Qué falta y qué sobra en el mundo de la traducción? ¿Añadirías, por ejemplo, más visibilidad? Es verdad que, de un tiempo a esta parte, el traductor goza de una mayor visibilidad: se le presta más atención (esta sección, sin ir más lejos), es mencionado en reseñas, su nombre aparece de forma más destacada en los libros… Pero la visibilidad no implica necesariamente un reconocimiento profesional; las tarifas en España siguen siendo ridículas si las comparamos con las de países como Francia o Alemania, y todavía existen contratos con cláusulas abusivas, e incluso editoriales que no hacen contratos ni respetan los derechos del traductor sobre la obra que traduce, de la que legalmente es autor. Entre todos debemos luchar por que se mantengan unas condiciones laborales dignas. Si no, estamos perdidos. Tu mayor satisfacción traductora ha sido...

como

Vivir de la traducción ya es la mayor de las satisfacciones. Luego, que me feliciten por mi trabajo siempre es un inmenso placer. Sueñas con traducir a... Georges Perec, Léon-Paul Fargue, T. S. Eliot, Nuno Júdice, Eça de Queirós, Julien Gracq… Y ojalá pudiese traducir del danés o del húngaro. Algún día, tal vez… Formas parte de «Las Cuatro de

Syldavia». Cuéntanos quiénes sois, por qué nace este “grupo”, cuál es vuestro objetivo, qué ofrecéis… Somos Esther Cruz, Julia Osuna, Laura Salas y yo. Entre las cuatro sumamos casi treinta novelas gráficas traducidas, y cada una se ha labrado su currículum con narrativa, literatura infantil y juvenil, ensayo, guías de viaje, traducción técnica… Nos planteamos unirnos para reivindicar como grupo que la traducción de novela gráfica exige especialización, y para ofrecer unidas eso mismo, lo que ya veníamos haciendo por separado: traducciones de calidad de novela gráfica. Nuestra alianza facilita el trabajo a las editoriales: éstas pueden acudir a nosotras para traducciones de seis lenguas distintas (y podemos buscar a traductores de otros idiomas), siempre entregamos las traducciones siguiendo los mismos parámetros y con puntualidad, nos revisamos entre nosotras, podemos trabajar a cuatro (o seis, u ocho) manos en el caso de que surja un encargo urgente o la obra precise de varias voces… Y podemos trabajar en tándem con una excelente profesional de la rotulación, María Eloy-García, en el caso de que el editor así lo requiera. Además, en un oficio tan solitario como el de la traducción es todo un placer poder trabajar con otras colegas que, para colmo, son buenas amigas. Estamos muy satisfechas con la acogida que ha tenido nuestro proyecto, sobre todo, entre los propios traductores. Hemos recibido mucho apoyo, y nos han invitado a participar en varias mesas redondas y conferencias. En agosto, la agente Julianne Bearsome (Julia Osuna) cruzará el Atlántico para una misión en Buenos Aires: abrirá el I Encuentro Argentino de Traducción Audiovisual, y unos días más tarde impartirá un taller de traducción de novela gráfica.

TEST RÁPIDO El traductor es... imprescindible. Una escritora: Edna O’Brien (lo siento, la estoy traduciendo ahora y me tiene enamorada). Un escritor: Charles Baudelaire. Un país literario: ¡Syldavia! Palabra favorita: Clepsidra (Hoy; mañana, no sé.) La palabra más odiada: Chequear. Un libro: Crimen y castigo. Un recuerdo como traductor: La ilusión de recibir el paquete que contenía el primer libro en que salía impreso mi nombre junto a la palabra «Traducción». Un recuerdo como lector: El de los larguísimos y felicísimos veranos que daban para tantas lecturas.

B r e v e s

DEMIAN, la voz del destino ROXANA CONTRERAS Se dice que en el tiempo que dura toda una vida, uno llega a conocer verdaderamente sólo a una única persona: Uno mismo. El camino es muy dificultoso, es arduo hasta el cansancio o la locura. Pero si uno tiene en claro cuál es su sueño, el camino se torna más fácil y claro. En el trayecto hacia uno mismo siempre hay dos lados bien diferentes, distinguidos uno del otro: el lado luminoso y benévolo y el oscuro y maldito. Sólo hay que ser valientes y tener el coraje suficiente para ver directo a los ojos del propio destino personal, que se para a hacernos frente al doblar una esquina cualquiera, que no es tan cualquier esquina. Porque aunque no nos demos cuenta, cada uno de nosotros nace con un destino fijo predeterminado, marcado en su interior, es imposible hacer oídos sordos y huir, es imposible definitivamente librarse de ello. Aunque uno lo intente. Nada es casual. Las casualidades no existen. Todo está predeterminado, quizás por ese lado oscuro y malévolo que es también el luminoso y benévolo, dos en uno, y uno en todo al mismo tiempo, en todos lados. Claridad y oscuridad, seguridad, cobijo y abismo, hombre y mujer, niño pequeño o joven adulto, madre o amante, abraxas, el destino. Y tampoco es casualidad cruzarse en el camino con cierta gente que camina bajo la señal de su signo. El signo interior, la marca de Caín marcada en la frente. Gente que forma parte del destino de uno, gente que acompaña a uno, en el largo y difícil camino de llegar a conocerse a uno mismo. Porque todos los caminos conducen al mismo lugar: a seguir los sueños propios sin nunca abandonarlos, a creer ciegamente en lo que se quiere para obtenerlo, a enfrentar al destino mirándolo fijamente a los ojos desafiantes llenos de valentía, y después de transitar largos caminos llegar a destino: retornar al mismo punto de partida, uno mismo. Porque después de todo es el propio destino que nos pone allí, en el lugar en donde nos encontremos, nos guía y nos impulsa a descubrir lo que desconocemos. Porque no hay nadie que esté donde no deba estar.

El crimen del soldado AINIZE SALABERRI En “El crimen del soldado” de Luca nos coloca frente a un hombre que tuvo que huir de su país cuando cayó el régimen nazi que tanto defendió y amó y al que aún se adhiere y echa de menos. De Luca se coloca frente a él y nos lo dibuja con una sensibilidad que parece impostada pero no lo es. El escritor se aleja, por primera vez, del protagonista principal y nos lo muestra tal cual es. Está haciendo una autopsia del sentimiento. La literatura trata del miedo. Pilar Adón lo dijo: «El miedo mueve el mundo.» Y ella lo retrató en esos magníficos relatos de “El mes más cruel” (Impedimenta, 2010). Y Virginia Woolf (que siempre tiene una frase adecuada para cada situación, sentimiento, añoranza), escribió en “Los años”: «Eso es lo que nos separa, pensó; el miedo.» Este libro está plagado de terror. Y trata de muchísimas otras cosas: de vivir atormentado, en constante huida, en constante alboroto; trata de esa fina línea que separa los dos lados de la justicia y de la libertad; trata de la derrota de un nazi y de la victoria de toda una sociedad; trata de la batalla de nuestros huesos; trata de esos cientos de miles de Primo Levi o Imre Kertész. Trata de los silenciados. ¿Por qué este hombre, que debería haber sido juzgado, encarcelado, condenado, repudiado, sentenciado, tiene voz? ¿Por qué este criminal de guerra puede caminar aún bajo el sol, ganarse el jornal, disfrutar de una cerveza con su hija en un bar? Porque de eso trata también la literatura: de las injusticias, del tiempo o, mejor dicho, de la trampa que es el tiempo. En “Los peces no cierran los ojos” Erri de Luca escribió: «La guerra permitía una extraña libertad». Me pregunto dónde ha quedado esa libertad en “El crimen del soldado” y si, esa extraña forma de vivir, era verdadera o no, si era una trampa o no, si era un truco o no. En esa novela, precisamente, la de los peces, Erri hablaba del agotamiento de los destinos. Los destinos también se cansan, los destinos también renuncian, los destinos también se dejan encontrar para poder huir, para poder desaparecer. También explora al ser humano y sus abismos. En “El crimen del soldado” encontramos las consecuencias de vivir sepultado en una doctrina que creemos que se ajusta a nuestras cavidades más secretas pero que, en realidad, no hace más que crear abismos que vamos a ser incapaces de superar. Un truco de magia. Magia negra.

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n Verónica Lorenzo

ATTICUS FINCH

Eba Boj Bragado fue nuestra librera invitada cuando la librería en la que trabajaba, Rumor, cerró sus puertas para siempre. Unos meses después, Eva se ha lanzado a abrir una nueva librería, más pequeña, acogedora. Y es que uno no puede renunciar a lo que es, y Eva fue, es y será siempre una mujer entregada a la literatura. Desde G&R le deseamos la mejor de las suertes.

Hace unos cuantos número atrás la habíamos entrevistado (#21 Librero por un día) cuando estaba al frente de la Librería Rumor. ¿Qué ha cambiado desde entonces? ¿Qué le ha hecho plantearse volver a abrir la verja de una nueva librería?

destacando por encima de todos el de la inconsciencia. Creo que sin ella no hubiera sido capaz de sacar adelante el proyecto. Hay que estar un poco locuelo para embarcarte en emprender algún tipo de negocio porque las ayudas son ficticias y ya si es algo relacionado con la cultura, apaga y vámonos.

Bueno, Rumor no era mía y cuando la dueña tomó la decisión de cerrar, y me consta que no fue una decisión fácil, me sentí desolada. ¿Dónde iba a ir? ¿Qué iba a hacer? Y decidí tirarme a la piscina sin flotador. Era hora de cumplir un sueño y si no había sido capaz de realizarlo antes por falta de reaños, ahora no me quedaba otra. En ningún momento me planteé cambiar de profesión y tal como están las cosas o me auto empleaba o sabía que era difícil encontrar trabajo.

De la inauguración qué voy a contar, pues que quedará para los anales de la historia libresca porque, por digamos un mal entendido. Atticus-Finch abrió sus puertas con las estanterías vacías. Ni que decir que la víspera al ver que finalmente no llegaban los libros sufrí un perreque, pero una vez asumida mi parte de culpa y enjugado las lágrimas, decidí tirar para adelante. Fue una noche que difícilmente olvidaré. Hubo de todo: risas, lágrimas, música, bebida, comida, subasta de vinilos, encargos librescos, visitas inesperadas, sorpresas desde el extranjero… Pero sin duda lo mejor, a riesgo de quedar ñoña, todas aquellas personas que sin ellas mi vida no sería la misma y sin las que Atticus no habría visto la luz. Gente ¡os quiero!

¿Cómo ha sido la experiencia de la preparación y la inauguración de Atticus Finch? Emocionante, estresante, desconcertante, excitante y todos los “ante” que se te ocurran. He experimentado estados físicos y emocionales inimaginables

Podríamos pensar que, con la actualidad económica y editorial, abrir una librería

hoy en día sería casi que un deporte de riesgo. ¿Por qué, entonces, arriesgarse? Alguien dijo que el mundo es de los osados. Y si además la necesidad aprieta… Atticus Finch es una librería que se distingue de otras librerías, empezando por el diseño. ¿Cuál es la filosofía de trabajo? ¿A dónde quiere llegar la librería? Ufff… filosofía de trabajo… ¿pero eso existe? No, en serio. Supongo que habrá personas que tengan una y sean capaces de aplicarla. Yo lo único que pretendo es ser feliz y Atticus ahora mismo es lo que me regala cada día. No aspiro a nada más. Bueno, miento… a permanecer abiertos. Presentaciones literarias, trueque de libros,… Atticus Finch no es una librería al uso, ¿qué la hace tan distinta y por qué? Cierto que no es una librería “al uso” o de las denominadas clásicas porque fomenta la interacción o por lo menos así lo pretende. Ojalá Atticus se convierta en un punto de encuentro en el que encontrar más que una tienda de libros. Un lugar donde conversar, escuchar música, sentarse a leer, recomendar o que te recomienden lecturas o cine. Un sitio abierto en donde acceder a diversas materias y tener la posibilidad de contactar directamente con escritores, artistas, editores… Conocer y sobre todo participar del cómo se cuece la cultura. Perderle el miedo y comprobar que la cultura somos y la hacemos todos. Que es algo dinámico. Es el momento de sacudirse de encima cierta pátina de rigidez y elitismo. Una librería no es un templo. Es lo que cada uno quiera que sea y para mí es, mi casa. El oficio de librera siempre ha tenido una imagen muy romántica, ¿qué le ha motivado para ser librera? ¿Qué le aporta? Crecí rodeada de libros puesto que mi madre era una feroz lectora así que no era de extrañar que terminase desarrollando alguna filia por la palabra escrita. Curiosamente, también me he criado rodeada de fruta puesto que mi padre ha sido frutero, pero oye, que no se me hacía igual de atractivo eso de levantarme todos los días a las cuatro de la madrugada para

ir al mercado central. Sí, mejor optar por los libros. Lo que no sabía y creo que el resto de mortales tampoco imaginan, es que en la librería también se desarrolla un considerable trabajo físico. ¡Ay mis riñones al pil pil! Ningún trabajo es tan romántico como imaginamos, pero sarna con gusto no pica. ¿Cuáles son los aspectos positivos y negativos del oficio de librera? Para mí lo peor es la parte de gestión. Uf, me parece un rollo considerable. Además, es complicadísima. Tienes que aprender de todo: contabilidad, labores administrativas, de gestión, recursos humanos… Menos mal que lo compensa el estar abrigadita por cientos y cientos de libros sabiendo que todas esas palabras están al alcance de tu mano. Ojalá todo fuera leer y cantar. Lástima que nos quede tan poco tiempo para hacerlo. Es más, si leemos es porque algo se está quedando sin hacer. Pero calla, que no se entere nadie. Hay lectores de todo tipo, pero ¿cómo sería el lector ideal que acudiera a Atticus Finch? ¡El que compre! Ja, ja, jaaaaaaa. No, venga, va… He de reconocer que me enamoro de todas y cada una de las personas que se emocionan al ver un libro que para mí también es especial. Es maravilloso tirarnos un rato hablando de por qué quiere leerlo, de las lecturas que le han llevado a él, compartir anécdotas o cotilleos del autor o de otros libros… Esos, esos son mis lectores ideales. Los que comparten. Están cambiando los modelos de negocio en la industria editorial, ¿cree que están las librerías en peligro? Ojalá no fuera así, pero la verdad es que si el presente está complicado, el futuro lo tenemos negro, negrísimo. Pero bueno, quiero pensar que hay que ir adaptándose a los tiempos y como he apuntado antes, las librerías tal y como las conocemos son un modelo que ha perdurado mucho tiempo, pero nos guste o no, ese modelo ahora mismo está dejando de funcionar. Hay que abrirse, ser dinámico, acogedor, ofertar algo más que el libro en sí. De repente nos hemos visto inmersos en un mundo con cientos de opciones al alcance de la

mano y el libro si se queda apoltronado en la estantería, lo único que conseguirá es coger polvo. Ser librera parece traer consigo también el ser lectora, ¿qué títulos o autores son de cabecera para usted? Bueno no te creas, hay de todo como en botica. Pero para mí y sobre todo para no repetirme con los títulos, nombraré algún autor: Dickens, Tanizaki, Ende, García Márquez, Steinbeck, Zola, Kawabata, Zweig, Chaves Nogales… uf y seguro que si pienso un poco salen unos cuantos más. Por último, ¿qué tres títulos recomendaría para la lectora de G&R? Las uvas de la ira. John Steinbeck. El pentateuco de Isaac. Angel Wagenstein. Matar un ruiseñor. Harper Lee.

TEST RÁPIDO Una escritora: Dos; Irène Némirovsky. Carson McCullers Un escritor: Angel Wagenstein… Stefan Zweig… Imposible quedarse solo con uno. Un libro que salvar de un incendio: Matar un ruiseñor (cualquiera de las ediciones que mi madre coleccionó a lo largo de su vida) Resucitarías a: Nadie. ¿Quién me asegura que no vuelva como uno de los personajes de “Cementerio de animales” de Stephen King? Quita, quita. Montarías una librería en... Madrid ¡Uy! Si ya lo he hecho ;) Un libro para regalar siempre: “Selma”. Jutta Bauer. Los cuatro azules. Una ciudad literaria: Nueva York Un estilo literario: El que me pida el cuerpo en ese momento El libro que más te ha hecho reír: Mmm… Vaya, debo leer ladrillos porque no recuerdo ninguno en especial ¡Ah sí! “Vida e insólita aventuras del soldado Iván Chonkin” de Vladimir Voinóvich. El libro que más te ha hecho llorar: Las uvas de la ira (Steinbeck). Trilogía de Auschwitz (Primo Levi) y tantos otros… La mejor literatura es la que... te provoca deseos de escribir aunque no sepas hacerlo.

B r e v e s

CHARLES DICKENS: Historia de dos ciudades. IVÁN FERNÁNDEZ FRÍAS Que Dickens es un genio de la literatura universal es una creencia común: que Historia de dos ciudades es le mejor retrato de la Revolución Francesa, mejor que cualquier narración histórica, no es tan conocido. De Londres a París. Dickens te ofrece la posibilidad de saltar constantemente de una ciudad a otra, mientras va tejiendo en tu cabeza el dificil entremado político y social de los turbulentos años finales del siglo XVIII. No puedes elegir bando. Cada personaje, con sus miserias y sus razones, te hace estremecer. Puedes sentirte más cercano a los revolucionarios obreros y acabar ahogando un grito ante el horror de la guillotina sobre los cuellos aristocráticos de la nobleza. Puedes querer escapar, correr, dejar el libro tirado en un esquina; pero la única huida que Dickens te ofrece es hacia adelante. Saltando de página en página, de aventura en aventura, de miseria en miseria. Cuando consigues entender que los extremos se funden, que un aristócrata y un obrero pueden unir su existencia frente a la miseria del hombre, entonces estás irremediablemente atrapado en la vorágine de Historia de dos ciudades.

Asesina y maternal: Leche, el líquido seminal de Marina Perezagua ALDO MEDINACELI A veces el futuro se muestra esquivo incluso en las mejores visiones. Se esconde, corre atrás del tiempo, huye. Otras veces decide mostrarnos un poco de su reino. Digamos mejor «un» futuro, de manera indeterminada, porque durante los próximos años las cosas van a cambiar. No habrá «el» futuro, ni habrá «el» mundo, sino varios mundos habitando un mismo espacio. No habrá un solo centro ni tampoco existirá un solo tipo de hombre y, hay que decirlo, tampoco un solo tipo de mujer. Marina Perezagua ha plasmado en la ficción uno de aquellos posibles futuros. Leche (Libros del Lince, 2013) devela algunas de las oscuras y ocultas pulsiones humanas. Las exhibe en un muestrario fantástico y fantasmal, casi exonerándolas a través de la forma, donde la prosa trabaja como un canal de sanación, y descarga de manera dosificada las feroces aberraciones de nuestra propia naturaleza. Cadencia. La prosa de Leche posee cadencia, tal vez sea su recurso más evidente, la cadencia y el ritmo, aunque al mismo tiempo existe una profunda exploración de la psique del ser humano, de sus deseos velados, y del lado profano de la pasión. Perezagua describe escenas de una crudeza espeluznante mediante el contraste fondo/forma, con una escritura directa, sutil y limpia. El término «crueldad» no sería el más exacto porque lo que ocurre es la ausencia de melodramatismo. La escena del abuso sexual al niño asiático, en el cuento que le da nombre al libro, es quizá uno de los momentos más fuertes, agresivos y necesarios por su trasfondo político y humano. Por otra parte, el relato Homo coitus ocularis inicia así: «Los registros dicen que solo quedamos dos. Somos las últimas personas. Yo y tú, mujer y hombre, el final de una cadena que decidió colectivamente, por el bien de las demás especies, la extinción voluntaria. (Te desabrocho un botón)». El sujeto de la enunciación va en primer orden, como nos enseñaron a no hacer nunca en la escuela: «Yo y tú», e inmediatamente se refuerza la idea: «Mujer y hombre», invirtiendo el orden dominante (macho–hembra) durante los últimos siglos. No es casualidad. Nada en este libro de monstruos y dolores luminosos es casualidad.

P o e s í a

Espera, Galicia, espera n Verónica Lorenzo y Bego Martínez Por eso aunque en son de fiesta la gaita gallega se oiga, no acierto á deciros si canta ó si llora. Rosalía de Castro. “La gaita gallega” (1863)

Rosalía de Castro (Santiago de Compostela, 1837 – Padrón, 1885) es la voz de Galicia. Y eso, es poco decir. Es una de las principales voces del período literario del siglo XIX llamado Rexurdimento. Este período surge como contraposición a los Séculos Escuros (siglos XVI-XVIII) que, en palabras de González Liaño (2003), fueron fruto de la imposición caciquil, que despreciaba el uso del gallego y, del centralismo de la monarquía castellana, que había marginado a la región y la había sumido en un estado de extrema pobreza, a la que se enfrentaba la inmensa mayoría de la población gallega, fundamentalmente rural, obligada a emigrar a tierras de Castilla o América, por la necesidad de encontrar un medio de subsistencia. Aunque en esta época existen excepciones provenientes del estamento eclesiástico, como el Padre Feijoo o el Padre Sarmiento, no es hasta la publicación de A Gaita Gallega, de Xoán Manuel Pintos, en 1853, cuan-

do comienzan las señales de cierta conciencia nacional. No obstante, será a partir de la publicación de Cantares Gallegos, de Rosalía de Castro, cuando se inicia un período de clara ideología romántica, que exalta la lengua y la conciencia nacional de los gallegos, es decir, el siglo XIX puso las bases para el cultivo de una literatura escrita en gallego, siendo las tres figuras canónicas de este movimiento la propia Rosalía, Manuel Curros Enríquez y Eduardo Pondal (González Liaño, 2003; Sobrino Freire, 2005). Mai Rosalía, roga por nós! Rosalía a Santiña, hija de hidalga y sacerdote, fue criada por las hermanas del padre. Cuando se traslada con su madre a Santiago hacia 1850 comienza a formarse en torno a la Sociedad Económica de Amigos del País. Es en el Liceo de la Juventud donde entra en contacto con los intelectuales comprometidos con el movimiento provincialista. En 1856 se traslada a Madrid y dos años más tarde casa con el escritor e historiador Manuel Murguía, uno de los impulsores del Rexurdimento, y creador de la Real Academia Galega. La muerte de su madre unos pocos años más tarde la sumirá en la tristeza, presente a lo

largo de toda su obra, y esencia del universo rosaliano. El matrimonio se muda constantemente debido a los cargos funcionariales de Murguía, pero en 1859 regresan a Galicia, donde nació Alejandra, la primera de sus 7 hijos, ninguno de los cuales sobrevive actualmente ni se conocen descendientes. Muere de cáncer en 1885, a los 48 años, en su casa de Padrón. En 1891 sus restos son trasladados al Panteón de Galegos Ilustres -junto a Alfredo Brañas, Francisco Asorey, Ramón cabanillas, Alfonso Rodríguez Castelao y Domingo Fontán-, en la iglesia de San Domingos de Bonaval, en Santiago de Compostela. Su obra, escrita en gallego y castellano, tanto en prosa como en verso, está marcada por sus circunstancias personales y nos ofrece una imagen representativa de Galicia y sus gentes. Cantar t’ei, Galicia, na lengua gallega ¿Qué tiene Cantares Gallegos para haber alcanzado ese estatus de obra decimonónica de la literatura gallega? Este poemario fue publicado en el año 1863, en la ciudad de Vigo, por Murguía, sin decirle nada a su mujer. Se la dedica a Fernán Caballero, seudónimo de Cecila Böhl de Faber y Larrea, con estas palabras1: Señora: Por ser muger y autora de unas novelas hácia las cuales siento la mas profunda simpatia, dedico á V. este pequeño libro. Sirva él, para demostrar á la autora de la GAVIOTA y de CLEMENCIA, el grande aprecio que le profeso, entre otras cosas, por haberse apartado algun tanto, en las cortas páginas en que se ocupó de Galicia, de las vulgares preocupaciones, con que se pretende manchar mi pais.2 El argumento principal de Cantares Gallegos está protagonizado por una chica de aldea, a quien se le solicita que cante. Así, Rosalía encarna al pueblo, de origen humilde, y pone en manos de una mujer los valores tradicionales que se atribuyen a la figura de la madre (Alonso Valero, 2010). Acepta cantar e insiste en que lo hará en su propia lengua, “na lengua gallega”. Comienza así una serie de cantares, la mayoría de ellos basados en cantigas populares, que muestran situaciones, costumbres, fiestas, tipos populares… y que denuncian la emigración masiva a Castilla o América, la miseria, y el sufrimiento del pueblo gallego. Lo que aquí encontramos es una hermosa descripción de Galicia y su pueblo, que Rosalía seguirá exaltando en Follas Novas y a lo largo de toda su obra literaria. Poemas costumbristas, amorosos, cívico-sociales e intimistas que nos muestran una Galicia y sus gentes más allá de los estereotipos. Por eso, y por tantas cosas, Rosalía es la voz alzada de Galicia, nuestro mejor traje, nuestra bandera, en España, Oriente y Occidente, llegando, hasta el mismísimo Japón. Y remata(mos) con estos últimos (sus)versos: Non me espriquei cal quixera

Pois son de espricansa pouca; Si grasia en cantar non teño O amor da pátria m’ afoga. Eu cantar, cantar, cantei, A grasia non era moita, ¡Mais que faser desdichada Si non nacin mais grasiosa! (Poema 31 –fragmento-) 1 La dedicación está fechada el 17 de mayo, tomando esta como referencia para la celebración del día das Letras Galegas. Esta celebración comenzó a partir del centenario de la publicación de Cantares Gallegos en 1963, idea impulsada por Francisco Fernández del Riego. Así, este año 2013 han coincidido tres celebraciones en el calendario literario de Galicia: 150º aniversario de Cantares Gallegos, 50º aniversario del Día das Letras Galegas y día dedicado a Roberto Vidal Bolaño, convirtiéndose en el primer dramaturgo en formar parte de este “hall of fame”. 2 Todos los fragmentos del poemario Cantares Gallegos son extraídos de: Castro de Murguía, R. (1863). Cantares gallegos (Facsímil digitalizado ed.). (X. d. Galicia, P. d. Galicia, & C. d. Galega, Edits.) Vigo: Imp. de D. Juan Compañel.

Trabajos citados Alonso Valero, Encarna. 2010. “«Madre Rosalía, ruega por nosotros»: género, mitos nacionales y literatura”. Feminismo/s. 2010, n. 16, pp. 65-82. Disponible en: . Castro, Rosalía de. 1863. Cantares gallegos. Xunta de Galicia, Parlamento de Galicia y Consello da Cultura Galega. Facsímil digitalizado. Vigo: Imp. de D. Juan Compañel, 1863. pp. 245. Disponible en: . González Liaño, Iria. 2003. “Socioloxía das literatas na Galicia do Rexurdimento: a singularidade do pensamento feminista de Rosalía de Castro”. En: Actas VII Congreso Internacional de Estudos Galegos: mulleres en Galicia : Galicia e os outros pobas da península. González Fernández, Helena y Lama López, María Xesús (coords.). Barcelona: Ediciós do Castro: Asociación Internacional de Estudios Galegos: Universitat de Barcelona, Facultat de Filologia. Filologies Gallega i Portuguesa, 2003, v. 2, pp. 133-142. Disponible en: . Sobrino Freire, Íria. 2005. “Unha vangarda imposíbel? Polémicas literarias en Galiza (1916-1936)”. En: Ensaios sobre Literatura Galega. Lisboa: Universidade de Lisboa. Facultade de Letras, 2005. Disponible en: .

Alejandro Palomas n Ainize Salaberri

¿Poesía como descanso o como indagación? Indagación, sin duda. El descanso poético es el silencio. Poesía es ruido, es la voz del retiro, no el retiro “per sé”. Ni siquiera es el descanso de uno mismo. En mi proceso creativo (y hablo exclusivamente de mí), lo poético es tremendamente activo, agotador. Es caminar por un pasillo oscuro intentando encontrar un interruptor que a veces está y otras… no aparece todavía.

¿Qué es lo que querías contar en este poemario? Quería descubrir qué hay de ruido y qué de vida en lo que somos. Quería saber. Siempre quiero saber cuando escribo un poemario, siempre parto de una pregunta y busco en esa sobriedad directa que da la poesía, intentando llegar a algún fondo que me dé un poco de luz. Quería entender qué hay de yo y de no yo en lo que tengo, poco más que eso.

con mucho silencio y con muchas renuncias, pero también con mucha curiosidad. Yo no sé vivir al día, y la verdad es que me interesa poco. Reviso lo vivido, rebusco, imagino en lo que ha de llegar, invoco. El equilibrio es estar plantado en el presente sin dejar de rebuscar en el pasado, tener la sombra sumergida en lo vivido y la expectación apuntando hacia lo desconocido.

¿Las

grietas

son

habitables?

¿Qué ruido había tras tu/la vida? Mucho. Hay mucho ruido en la de todos, demasiado, y un alto porcentaje de ese ruido es miedo, miedo a oír, a oírnos las renuncias, a la desnudez.

Hablas de grietas, de ruido, de tiempo. ¿Cómo se compensa todo eso? No se compensa, o al menos no continuamente. Hay altos y bajos, más bajos que altos, pero hay momentos de alivio en los que yo recupero fuerzas y que me ayudan a seguir. ¿Cómo se teje el equilibrio? El equilibrio se teje con silencio,

Todo lo que nos permite el descubrimiento es habitable, con mejor o peor fortuna, con mayor o menor comodidad. Casi todo es habitable porque el ser humano es adaptable hasta límites insospechados. Las grietas son áreas de descanso en el camino. A veces ya están habitadas cuando llegamos a ellas. Se producen encuentros. ¿Son las cuerdas del funámbulo? No. La cuerda del funámbulo es su sombra. La cuerda es la cordura. Sin cordura no hay funámbulo. No se necesita. La locura es vuelo en caída libre.

¿Puede el águila, que todo lo ve y que corre el riesgo de volverse loca, sentir alivio? No. Cuando el águila planea en lo alto y “ve” ya no hay vuelta atrás. La lucidez es un estado extraño: mata lo que no es cierto y da vida a lo que es, pero se lleva también consigo muchas de las cosas que ayudaban a inventarnos. Ver desde arriba es entender que lo que ocurre abajo es real, es todo a la vez y -en muchos casos- es ruido. Sobre todo.

Los mejores poemarios Birthday Letters, de Hughes, Love Poems, de Sexton, Ariel, de Plath, La extracción de la piedra de la locura, de Pizarnik, y tantos otros, nacen del dolor más profundo. ¿Qué te duele a ti cuando te lanzas al abismo de los versos? Ya no duele nada. Si dolió, pasó. Ahora queda el águila que planea y se mece sobre su propia sombra. Queda el que “ve”, no el que duele. Yo nunca escribo en el dolor, sino desde la sombra del dolor. Doler y reflexionar es difícil, por no decir imposible. Y doler, reflexionar y escribirlo es prestidigitación. En mi caso, cuando escribo investigo, soy un animal mental que reflexiona sobre lo vivido, no un animal dolorido que pide auxilio. No sabría. No podría con tanto.

En el poemario se aprecian ganas, una reflexión previa a un salto inevitable. Las palabras elegidas parece que forman parte de un conjuro. ¿Hasta qué punto es necesaria la magia y hasta qué punto la busca tu poesía? Yo conjuro. Siempre. Y conspiro con las palabras. Nunca pude ser músico, porque me resultaba imposible leer la música, así que busqué esa música en las palabras. El lenguaje suena,

tiene mil millones de combinaciones posibles que crea mil tonos, mil acordes, y yo juego con ellos como un niño que descubre un juego de magia y de repente aprende trucos nuevos. Busco el impacto, la sorpresa, y sobre todo busco un sonido que no encuentro fuera de los poemas. «Mi poesía es roja», dices. Esa, permíteme que te lo diga, es una reflexión muy de Anne Sexton. ¿Tienes influencias de algún poeta en especial? ¿Qué poesía te maravilla? Tengo influencias de todo lo leído, aunque eso no es decir mucho ni decirlo bien. Tengo influencias de los y las poetas a las que llamo “musicales”. Por un lado, Dickinson, a la que escucho y leo como si leyera conjuros, sin entender muchas veces, sin querer entrar demasiado. Por otro, Jeanette Winterson, que entiende el lenguaje como lo entiendo yo y que me acerca a mí más que ninguna otra lectura en el mundo.

«El amor es un juego.» Esa frase, dicha por ti en otra entrevista, me recuerda a Winterson cuando dice «se juega, se gana, se juega, se pierde. Se juega», en ese fantástico libro que es “La pasión”. También me recuerda a una frase, que cito de memoria, que venía a decir algo así como que todo juego entraña la trampa de que exista un comodín. ¿Es el amor un juego en el que siempre perdemos porque, como dice Jeanette, desconocemos las reglas y éstas, además, cambian a cada segundo? El amor no es nada y creemos que es todo, por eso siempre perdemos, no porque las reglas cambien. Las reglas no existen, son sólo necesidades que

proyectamos en algo que llamamos “amor”. A mí me interesa la pasión, la pasión por lo que hago, por la supervivencia, por los desafíos más íntimos, esa es la Winterson que me atrapa, la de los grandes desafíos. El amor, las reglas del amor, el sufrimiento por amor, el desamor… todo eso está lejos de lo que soy, lo siento muy lejos, demasiado desafinado y demasiado humanizado, adaptado, amañado.

¿Qué es ruido y qué es vida, qué es refugio y qué es retiro, qué es hueco para ti, para ese Alejandro que escribe este poemario? Ruido es lo que no es, Vida es lo que no dejamos ser, Refugio es lo que oscurece la lucidez, dándonos un poco de tregua y el retiro es la distancia que necesito para seguir creyendo que vivir merece la pena. Dame ruido y me matarás suavemente. Dame silencio y podré oírme. Si no me oigo, tropiezo en cosas que ya han estado ahí y que creía superadas. Si no me oigo, deseo cosas que no necesito, quiero huir, quiero no estar. ¿Cuánto tiempo se puede vivir entre líneas? El interlineado es flotar. Y flotar requiere, aunque no lo parezca, un esfuerzo brutal. Las entre líneas son países que no figuran en los mapas, modos de respirar que inventamos cada uno a nuestra imagen y semejanza. Yo soy más yo cuando no escribo, cuando no hablo, cuando simplemente miro, procesando sin filtro, y ahí está el interlineado.

¿Cuánto tiempo somos capaces de vivir en paz? Esa es la pregunta y esa también la respuesta.

Recomendaciones

LIBRO La niña que amaba las cerillas AUTOR GaétanSoucy RECOMENDADO POR Fusa Díaz

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RESEÑA BREVE Lo peor que tiene “La niña que amaba las cerillas” es que no está en

la primera línea de libros que hay que leer, los libros imprescindibles con los que se nos llenan las bocas. Gaétan Soucy no tiene nada que envidiarle a la voz de William Faulkner en “Mientras agonizo”, por ejemplo, pero no tiene la misma repercusión. Ni siquiera es un libro fácil de encontrar. Sin embargo, la historia es potente, conmueve e impresiona. Dos niños deben hacerse cargo del universo, como ella dice, al morir su padre. Lo que no saben es que la muerte del padre les va a descubrir la vida extraña que les ha hecho vivir. La voz de la niña es rápida y te pilla, la mayor parte del tiempo, desprevenido. La visión que tiene de cómo es el mundo y la relación que tiene con él, es tan particular que a menudo debes recapitular en tu mente toda la información que tienes, porque parece tan insuficiente. Es un libro extraño y atrayente, es osado y en ocasiones es obsceno. Es una historia brutal en la acepción más literal de la palabra. Gaétan Soucy dosifica tan limpiamente el ritmo y el tempo de la novela, que consigue horrorizarnos, para finalmente darte una explicación desconcertante. La lectura de “La niña que amaba las cerillas” es desbordante. Es única y no se parece a nadie salvo al fuego.

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LIBRO Por sendas de montaña AUTOR Matsuo Basho RECOMENDADO POR Ainize Salaberri

RESEÑA BREVE “Por sendas de montaña” es delicado, es sublime. Haikus que se te clavan directamente si dejas que sus palabras te hieran. «Nubes y niebla / cambian pronto el paisaje / en cien matices.» Basho entiende que la naturaleza y el ser humano van unidos, pero que de la mano también van la libertad, el espíritu, el alma, todo lo que somos y proyectamos por esas sendas en las que, a la vez, descubrimos que lo que no somos es lo que nos persigue. Él describe la belleza tal y como la percibe: un ruiseñor que contempla las flores, los jardínes desolados en los que Katherine Mansfield ya no celebra fiestas, la fragilidad y la fortaleza de la mariposa y su magnetismo, la inocencia, el aleteo de los pájaros, el viento. Basho lanza un grito que va directamente a una sombra, que son nuestros pensamientos, y toda la naturaleza emerge de nuestro cuerpo. Tristes pinceladas a veces, belleza en lugares visibles en otras. Pero, no siempre la vemos. Esta vez sí, Matsuo.

LIBRO Futuros peligrosos AUTOR Elia Barceló RECOMENDADO POR Alejandro Larrañaga

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RESEÑA BREVE “A los que no cierran los ojos frente al futuro ni creen que no se puede hacer nada para cambiarlo.” Ésta, que podría parecer una dedicatoria optimista para el conjunto de la raza humana, esconde un peligroso aviso: nos movemos en un peligroso equilibrio entre nuestra tendencia a la autodestrucción y la confianza (a veces ciega) en que podemos hacerlo mejor. Porque el presente se empeña en decantarse por la primera opción y Elia Barceló se encarga de transportar esa idea a un futuro más que plausible. Para ello se sirve de siete relatos sobre donde podríamos estar dentro de no demasiados años y lo que más miedo da es pararse a pensar en que probablemente tenga razón. Como todo libro de relatos, se percibe la desigualdad entre auténticas joyas, “Mil euros por un día” o “Noche de sábado” y otros “más normales”, aunque igual de desasosegantes y agoreros. Lo único que está claro es que habla de un futuro que es casi presente y al que, si no nos protegemos de nosotros mismos (los occidentales fundamentalmente), nos veremos abocados.

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Recomendaciones LIBRO CT o la Cultura de la Transición AUTOR AAVV RECOMENDADO POR Salvador J. Tamayo

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RESEÑA BREVE Libro colectivo en el que autores como Belén Gopegui, Miqui Otero, Amador Fernández-Savater e Ignacio Echevarría, entre otros, reflexionan sobre la cultura en los años posteriores al franquismo. Cultura vertical, cocinada desde las instituciones y pactada para que las estructuras del régimen no se vean alteradas. En estos años España ha sido víctima del más ruin gatopardismo, ya que su llamamiento a la armonía y a la reconciliación obvian los problemas tangenciales del Estado. Este libro habla de manera muy lúcida sobre la manera en que críticos, escritores, periodistas y políticos obtuvieron puestos de poder y prestigio gracias a comulgar con el régimen del setenta y ocho tan acertadamente cuestionado, desde su origen por unos y desde hace un par de años por otros. Quizás uno de los artículos más destacados es el perteneciente a la SGAE escrito por David García Aristegui donde habla de la sociedad de gestores como una entidad oscura, servil, elitista, estéril y clientelar. CT es una muy buena obra perfectamente parida que cuestiona los años posfranquistas y temas en los que hasta hace años podían acarrear una citación en la Audiencia Nacional.

LIBRO El mapa y el territorio AUTOR Michel Houellebecq RECOMENDADO POR Laura Bordonaba

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RESEÑA BREVE Houellebecq no es un escritor amable. La acidez de sus comentarios,

la crítica descarnada que tira por los suelos toda esperanza romántica y la actitud abiertamente hostil a todo cuanto signifique “progreso humano”, lo ubican como una figura polémica y, por supuesto, central para entender la sociedad posmoderna. En el mapa y el territorio Houellebec sigue cabreado, pero comienza a mostrar signos de humanismo. Es un fresco impecable de la vida, el amor, la muerte, el arte, y el consumismo. Houellebecq nos propone, a través del protagonista, el artista Jed Martin, “una reflexión fría, distanciada, sobre el estado del mundo”. El modo de vida europeo, de hoy y de mañana, y la relación del hombre con el trabajo y la productividad, y en general sobre los oficios de toda índole, y la incapacidad para establecer relaciones humanas satisfactorias, nos dejan una sensación agridulce y un agujero en el corazón, pero también la obligación de mirar hacia dentro y pensar si poco a poco nos vamos contagiando de ese nihilismo que parece acorralarnos desde finales del Siglo XX.

Novedades narrativa LIBRO: Misceláneas primaverales AUTOR: Natsume Soseki EDITORIAL: Satori PRECIO: 18€ Misceláneas primaverales es una recopilación de 25 relatos breves con gran contenido autobiográfico (7 de ellos nos trasladan a la Inglaterra de comienzos del siglo XX, donde Sōseki vivió 3 años), de carácter introspectivo y altamente sensibles que forman un caleidoscopio de la personalidad de su autor. De escritura asombrosamente moderna, fragmentada y subjetiva, Misceláneas son los reflejos de un interior que se busca a sí mismo. En Los sueños de diez noches Sōseki se zambulle de forma literaria en su propia mente, en sus recuerdos y su inconsciente. Se abandona a los sueños, en los que la muerte aflora inevitablemente y se embarca en un viaje onírico expresado con un estilo lacónico y simbólico, permitiendo al privilegiado lector asomarse a las simas más profundas de su psique.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: La piedra de moler AUTOR: Margaret Drabble EDITORIAL: Alba PRECIO: 19€ La protagonista de esta novela ambientada en el incipiente swinging London de la década de 1960 es una joven brillante –con «una conversación inteligente, cierto prestigio heredado, un piso estupendo para dar guateques y un magnífico par de piernas»– que prepara su doctorado sobre el soneto isabelino. Y que se queda embarazada del hombre con quien tiene relaciones sexuales por primera y única vez. Tras las primeras dudas, decide seguir adelante y dar a luz, sola, sin pareja, sin casarse, sin decirle nada al padre de la criatura. La piedra de moler (1965) es la crónica de una concepción, de un embarazo y de los primeros meses de maternidad de una mujer que encuentra en su experiencia una insólita dimensión física, irracional, social y hasta política. Es la historia de una mujer que da que hablar.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: La solterona AUTOR: Edith Wharton EDITORIAL: Impedimenta PRECIO: 17,95€ En 1850 la alta burguesía neoyorquina disfruta de una desentendida prosperidad. Delia, «reina» del endogámico clan de los Ralston, ultima los detalles de su vestuario para brillar en el acontecimiento social del año: el enlace de su prima Charlotte Lovell con Joe Ralston, que además sellará una alianza entre las dos familias hegemónicas de Nueva York. Cuando nada parece poder desbaratar tan idílico porvenir, una desquiciada Charlotte irrumpe en casa de Delia para desvelarle un secreto que alterará para siempre la placidez de sus vidas y que, de saberse, tumbaría los códigos éticos de los que ambas se han venido nutriendo. Los destinos de Charlotte y Delia quedan trágicamente atados bajo la inviolabilidad del secreto que comparten, consolidándose entre ambas una tormentosa relación en la que convergerán los celos, la compasión, el amor filial y la suspicacia.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Salitre AUTOR: Salvador J. Tamayo EDITORIAL: Alumbre PRECIO: 14€ EL SALITRE sale del océano, se aferra a los cuerpos y a las cosas y allí se queda incrustado. Las sensaciones que desprenden estos relatos, enrarecidamente tóxicos, malsanamente deliciosos, hermosamente amargos, tienen efectos parecidos: de estas páginas se destilan emociones y palabras que se agarran a quien los lee y de cuyo incómodo regusto no es fácil deshacerse. De Raymond Carver a Radiohead, de Víctor Jara a Tinto Brass, de Chet Baker a Leo Messi, del mayo del 68 al 15M, de un Cádiz apocalíptico a los chats eróticos, las referencias que componen el universo de Salitre construyen un fresco decadente, agrio, irónico y, por momentos, desgarrador. Pero sobre todo, literatura: mucha literatura que el joven escritor Salvador J. Tamayo ha fagocitado con brío y con lucidez para devolvérnosla ahora en esta colección de relatos de prosa relampagueante y sorprendente agilidad.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Lista de desaparecidos AUTOR: Andrés Barba EDITORIAL: Siberia PRECIO:

19€

«Mira bien este rostro. Hay en él algo extraño, algo excepcional: de entre todos los rostros del mundo es el que tú has elegido, el que tú has codiciado. Míralo bien: lo has deseado, has dormido con él, has soñado con él, lo has besado muchas veces, lo has odiado también, te ha herido, conoces su olor y su textura. Estás oyendo crecer este rostro como una música, es el metro del mundo. No lo comprendes casi en realidad. Ni siquiera lo has elegido. Ha venido hasta ti como las bendiciones y las catástrofes y tres segundos después te ha parecido imposible haber vivido en un mundo en el que no existía ese rostro. A veces sientes que deberías aprender a mirarlo y que hasta ahora has cometido en muchas ocasiones el mismo error; el de pensar que sabías quién era sólo porque lo amabas. Ahora tus ojos son como los ojos de los recién nacidos , ojos que no ven y en los que apenas se ve, ojos sin blanco, pura pupila ciega. Y el rostro de tu amor está aquí inmóvil, abierto a tu curiosidad, desnudo. Se ha quitado de encima todas las afectaciones y los discursos. Y tú eres el intruso, el espía.»

Novedades poesía LIBRO: Gran esperanza un tiempo AUTOR: Roger Wolfe EDITORIAL: Renacimiento PRECIO: 12€ Su obra literaria suele estar encasillada en el marco del realismo sucio, un movimiento de origen norteamericano que comenzó en la década del 70, con la intención de tomar tan sólo los componentes fundamentales a la hora de escribir narrativa. Por otro lado, el autor asegura que se siente más identificado por la opinión de Juan Miguel López, un crítico que definió su obra como neorrealismo en una tesis que realizó acerca de Wolfe. Asimismo, en respuesta a las reiteradas comparaciones con Charles Bukowski, señala que si bien es cierto que se trata de un escritor cuyo legado le sirvió de base para su propio desarrollo, él ha recorrido un camino propio, diferente, y que sólo acabará cuando muera.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Poeta en Nueva York AUTOR: F.G. Lorca EDITORIAL: Galaxia Gutenberg PRECIO: 17,50€ Esta nueva edición de Poeta en Nueva York, preparada con rigor y esmero por el hispanista norteamericano Andrew W. Anderson, sigue fielmente la última voluntad de García Lorca, plasmada en el original que el poeta entregó a José Bergamín en las oficinas de la editorial Séneca pocas semanas antes de su muerte en Granada. Un original, a medias manuscrito y mecanografiado, de cuya existencia y paradero se tenían hasta hace pocos años noticias inciertas. Anderson nos ofrece la que puede considerarse, sin lugar a dudas, la edición definitiva de un poemario que se cuenta entre las cimas de la poesía del siglo veinte en cualquier lengua, y que ha ejercido una poderosa influencia no sólo en la tradición hispanohablante sino también en la poesía norteamericana contemporánea.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Barreras AUTOR: Hasier Larretxea EDITORIAL: La Garúa PRECIO: 10€ Barreras, altas y firmes barreras separan nuestros mundos posibles, las diversas vidas que nos pueblan. Hay barreras entre el campo del que venimos y la ciudad que se nos ha metido en los huesos; extrañas barreras ante la mano que quiere tocar al otro y llamarse amor. Barreras como dientes no nos dejan conocer el idioma de los animales y los ángeles. Hay barreras de tiempo, barreras de suerte; hay hostiles barreras que eleva el poder marcando lo que no. Se alza entre las horas la especialísima barrera que filtra luces a medio camino entre la vida y la muerte. ¿Y entonces, las palabras? Las palabras pueden ser ladrillos para el muro u honda que se tensa. Ese es su reto. Pero el poeta, niño frente a la altísima barrera de su vida, coge un junco y toma impulso. Así, en este libro, Hasier Larretxea busca las vueltas del lenguaje para habitar grietas y rodeos. Tratando tal vez de alumbrar, precisamente, aquello que no sabría ser barrera.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: El ruido y la vida AUTOR: Alejandro Palomas EDITORIAL: Baile del sol PRECIO: 10€ ¿Poesía como descanso o como indagación? Indagación, sin duda. El descanso poético es el silencio. Poesía es ruido, es la voz del retiro, no el retiro “per sé”. Ni siquiera es el descanso de uno mismo. En mi proceso creativo (y hablo exclusivamente de mí), lo poético es tremendamente activo, agotador. Es caminar por un pasillo oscuro intentando encontrar un interruptor que a veces está y otras… no aparece todavía.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Las luces interiores AUTOR: Karmelo Iribarren EDITORIAL: Renacimiento PRECIO: 8€ “Si escribes sobre lo que te pasa, que es lo que le pasa a todo el mundo, es decir, sobre el amor, el paso del tiempo, la amistad, el deseo…, es normal que el lector se sienta identificado. Pero hay que hacerlo de manera que le parezca nuevo lo que ya es viejo. Se trata de mirar lo de siempre de otra forma. Busco entretener, que el lector con-sienta conmigo. Si consigo algo más, mejor”.

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Granite & Rainbow .................... 23.VII.2013 ............................ #24





ISSN: 2173-2019