1 Quincenario Acción, Nº 1047, Buenos Aires, 1ª quincena abril 2010 ...

modelo que impera hoy en nuestro país y en el mundo. El trueque y el comercio justo. –como las experiencias de autogestión cooperativa– son formas distintas ...
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Quincenario Acción, Nº 1047, Buenos Aires, 1ª quincena abril 2010, pp. 18-19. SOCIEDAD: REDES DE COMERCIO ALTERNATIVAS El otro mercado Fascinado con la calidad de la terminación de aquel poncho, el empresario entendió que era el mejor obsequio para llevar desde la Argentina al congreso en el que iba a participar. Preguntó el precio, le contestaron «1.000» y replicó: «quiero 200». Desconcertados, los vendedores le explicaron que sólo tenían tres y él insistió en que le armaran un pedido para las semanas siguientes. El problema, insistían los puesteros, es que esos ponchos los confecciona una señora mayor del norte puntano que se despierta a las 6 de la mañana para hacer pastar a las ovejas y prepara el desayuno de los chicos, luego se dedica al orden de la casa, al almuerzo, duerme la siesta y después, de tres a cinco –sólo dos horas por día–, se ocupa de producir los ponchos. Imposible hacer en ese tiempo esa cantidad.

ARTE Y ESPERANZA. En San Isidro, provincia de Buenos Aires, se desarrolla una de las experiencias de comercio justo más exitosas del país. Desde la óptica del empresario, el pensamiento lógico era que si él estaba dispuesto a pagar 200.000 pesos, debían poner a producir día y noche a cuanto trabajador hiciera falta para cumplir con su demanda. Para la artesana, la lógica era contraria: el tiempo que ocupaba diariamente en producir era el indispensable para solventar sus necesidades y las de su familia. Este pequeño choque de culturas, que se dio en una exposición de la Rural, es uno de los tantos ejemplos que demuestran que existen redes de comercio que exceden al modelo que impera hoy en nuestro país y en el mundo. El trueque y el comercio justo –como las experiencias de autogestión cooperativa– son formas distintas de intercambiar servicios y mercancías. La primera gran victoria de estas experiencias es que se han convertido en una fuente de trabajo y de sustento constante para buena parte de la población que fue eyectada del sistema laboral. La segunda, lograrlo desde una concepción distinta de las relaciones sociales, en la que las personas comparten, interactúan y no buscan sacar provecho unas a otras. En el Encuentro Latinoamericano de Redes de Economía Solidaria y Comercio Justo, que se realizó a mitad del año pasado en Paraguay, una encuesta a 36 participantes reveló que para los productores, el obstáculo más fuerte es la falta de información. Estas prácticas logran desarrollarse cada vez más y, sin embargo, son invisibilizadas por los medios de comunicación. De Salta a Buenos Aires La comunicadora social Dolores Bulit trabaja contra la corriente, generando fuentes de información sobre el tema, especialmente en la Argentina, a través de su blog y del contacto cotidiano. Para ella, la avanzada de esta nueva noción de justicia sobre el comercio «forma parte de una nueva mirada sobre el mundo que pugna por el desarrollo y la igualdad, y como movimiento es pariente directo de conceptos como la economía social, el consumo responsable, el capital social, los derechos humanos y la ecología».

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Con esos mismos ojos parpadean en Arte y Esperanza, una de las experiencias argentinas más fuertes en comercio justo. En uno de sus locales, en San Isidro, provincia de Buenos Aires, Raúl Sandoval –Racu– recibe a Acción y cuenta que su labor fundamental es «la comercialización sin fines de lucro de las artesanías producidas por las comunidades de la zona del Chaco Salteño, los wichí de Salta, y los collas de Iruya, en la Quebrada». Rodeado de diminutos, pesados, coloridos y sobrios objetos, habla de la acción voluntaria que impulsó este emprendimiento y de las dimensiones que actualmente ostenta. Pensaron las tiendas como un espacio de encuentro «donde las diferentes culturas se entrecruzan para lograr la unión entre los hermanos argentinos y latinoamericanos», y ahora los últimos eslabones de una pequeña cadena que le asegura al productor el 60% del valor de lo que produce. Con la ayuda de la cooperativa italiana Chico Mendes (integrante de CTM Altromercato, la mayor organización de comercio justo de Italia y una de las más importantes del mundo), trabajan con los pueblos originarios a través de la artesanía, defendiendo la forma comunitaria de vida. «Reducimos todos los intermediarios posibles y nos hacemos cargo del traslado de las mercancías», señala. En el marco del comercio internacional, quienes defienden este modo de intercambiar mercancías se posicionan con el objetivo de «lograr la sobrevivencia y el crecimiento de los países en vías de desarrollo». Para la productora guatemalteca Lucía Matías Ramírez, dirigente del Centro de Comercio Alternativo (CCA), esta visión «plantea un nuevo paradigma de transacciones en el mercado actual, fomentando un nuevo estilo de producir y consumir que estimula el cuidado de las personas y del ambiente por encima de las motivaciones de lucro individual». El CCA está compuesto por grupos de mujeres productoras rurales que se organizan con el objetivo de sustentar las necesidades de su familia de manera independiente. En la mayoría de las experiencias, además de la eliminación de la mayor cantidad posible de intermediarios, hay dos condiciones que se repiten: la de género y la defensa de los pueblos originarios. En Perú, Chile, Paraguay, Uruguay, Cuba y Costa Rica –en casi todas las organizaciones latinoamericanas– las reivindicaciones de igualdad entre varones y mujeres y de respeto y desarrollo de la cultura indígena son los ejes que motivan a la gran mayoría. «La propuesta es crear un espacio de articulación y vinculación entre organizaciones de productores y núcleos de consumidores donde se privilegien los productos básicos de consumo sin agrotóxicos, sustentados en los conceptos de consumo responsable y precio justo. Es un espacio donde los bienes materiales están complementados por los bienes culturales propios de las identidades rurales y urbanas, donde las historias y luchas de los participantes están presentes con sus manifestaciones artísticas y artesanales, integrando así un nuevo tipo de ética económica», le describe a Acción Matías Ramírez. Según estimaciones del Centro de Estudios Nueva Mayoría, en 2002 operaron cerca de 5.000 clubes de trueque en todo el país, de tal dimensión que en algunos casos superaron los 4.000 miembros. En total, más de 2,5 millones de personas eran parte de estos clubes, y si la medición se amplía a sus familias, se beneficiaban entre 5 y 8 millones de argentinos: más de la quinta parte de la población pudo satisfacer una parte de sus necesidades a través del intercambio. Este sistema se basa en una moneda social y privada emitida por personas y, por lo tanto, sin ningún respaldo estatal; no es un documento y no tiene validez jurídica. La emisión está condicionada al crecimiento de los clubes y a cada nuevo integrante se le da una cifra determinada que debe devolver al abandonar el sistema.

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Esquivar la exclusión Los sectores populares se insertaron en el trueque impulsados casi exclusivamente por la urgencia alimentaria, en una estrategia de sobrevivencia para satisfacer las necesidades más básicas de sus familias. A diferencia de los sectores medios, no participaron en él como mercado paralelo, sino como la única opción para conseguir algún tipo de ingreso desde la total expulsión del sistema formal. Para Adela Plasencia, master en economía social dedicada al análisis de la moneda social, «el problema es que al coexistir dentro del mercado que impera, las posibilidades de desarrollo son muy limitadas: todos los bienes y servicios implican el uso de material y medios de producción provenientes de la economía regular». Por ejemplo, el termómetro con el que el médico del nodo toma la fiebre no es producido dentro del mercado del trueque. Entre sus potestades, el mercado ostenta la de fijar un precio único para todas las mercancías de un mismo tipo, aunque estas hayan sido producidas en condiciones diferentes. El comercio justo, dentro de su esquema, rompe con esa arbitrariedad, y se preocupa por la sostenibilidad de la producción. En algunos casos, hasta ha logrado que los trabajadores puedan reapropiarse de sus herramientas de trabajo. La enumeración de las ventajas del comercio justo podría ocupar varias páginas. Hasta se podría escribir un manifiesto sobre aquella vieja del norte puntano que le marcó la agenda al empresario. Lo que queda por preguntarse es si estas experiencias pueden ser realmente alternativas y enfrentar a las estructuras comerciales del poder hegemónico. Algunas ni se lo cuestionan porque pretenden coexistir con él, otras –seguramente– están convencidas de que pueden lograrlo a través de la organización de esos trabajadores. Laura Caniggia

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