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2009, Mauricio Electorat. © De esta edición: 2009, Aguilar Chilena de Ediciones S.A.. Dr. Aníbal Ariztía, 1444. Providencia, Santiago de Chile. Tel. (56 2) 384 30 00. Fax (56 2) 384 30 60 www.alfaguara.com. ISBN: 978-956-239-. Inscripción Nº 179.989. Impreso en Chile - Printed in Chile. Primera edición: agosto 2009.
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Las islas que van quedando

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Mauricio Electorat Las islas que van quedando

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© 2009, Mauricio Electorat © De esta edición: 2009, Aguilar Chilena de Ediciones S.A. Dr. Aníbal Ariztía, 1444 Providencia, Santiago de Chile Tel. (56 2) 384 30 00 Fax (56 2) 384 30 60 www.alfaguara.com

ISBN: 978-956-239Inscripción Nº 179.989 Impreso en Chile - Printed in Chile Primera edición: agosto 2009 Diseño: Proyecto de Enric Satué

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

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Para Sophie, todas las islas.

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Por supuesto: «Quién hace tanta bulla y ni deja testar las islas que van quedando».

Pero también: «Llovizna sobre la tierra como un arrepentimiento tardío, como una voluntad de lavar en voz baja».

Y por último: «Con qué seguro paso el mulo en el abismo».

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Vamos por partes...

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I. Como una voluntad de lavar en voz baja

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Max no debería haber dicho eso. Es que hay cosas que no se dicen, imagínese, Sorel allí adentro y el mundo afuera. Seguramente fueron los nervios, porque Max tiene sus cosas, podrá ser deslenguado, a veces cínico, pero no es un canalla. Por el contrario, es una excelente persona, Max. Yo también soy buena persona. ¿Buena persona, tú? En fin, ya veremos. Por el momento estamos comenzando y Max dijo lo que dijo. Allí, delante del ataúd en el que reposaban los restos de Soler, Óscar Julián Soler, a quien Max y Eddy y yo apodábamos, porque el juego de palabras estaba servido, Julián Sorel. Aunque quizá, ahora que lo pienso, no son tan evidentes esas razones. Quiero decir que, a lo mejor, aunque como apodo resulta más bien prestigioso (después de todo es el héroe de El rojo y el negro, tampoco lo llamábamos «Comegato» o «Cara de Puerta» o «Huevo Duro»), quizá había cierta envidia latente detrás de ese cambio de nombre, algún rescoldo de animadversión hacia su éxito o su talento o ambas cosas. No por nada él es —bueno, desde hace algunas horas era— argentino, Eddy peruano y nosotros con Max (hasta nuevo aviso) chilenos. Y ya se sabe: chilenos y peruanos envidiamos inconscientemente a los argentinos, que son mejor alimentados, más inteligentes, más cultos, más cosmopolitas y, sobre todo, más guapos que nosotros. Cosas de la vida... Sigamos. El hecho es que Soler pasó a ser Sorel. Y así se quedó. Una broma muy latinoamericana, la del apodo. Aunque ahora mismo, cuando Max dijo lo que no debería haber dicho, no estábamos para bromas. La última había sido precisamente la de Sorel... morirse así, casi sin avisar. Una broma