¿Yo?... Sí Señor. Contribución de Momentos de Decisión www.mdedecision.com.ar Usado con permiso. ObreroFiel.com - Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.
Asalta mi pensamiento una escena escolar. Un alumno siendo analizado por la mirada experimentada del viejo docente, al momento de preguntarle: “¿Fuiste tú?”. El escolar responde escondiendo, como puede, alguna evidencia: “Yo no fui”. Es tal vez la manía más antigua del hombre: “Yo no fui”, “Yo no estaba”, “Yo no lo dije”; en primera estancia siempre negar todo. ¿Será una manera de hacer tiempo para buscar en los pensamientos una respuesta que pueda satisfacernos y dejarnos tranquilos por un tiempo? Nos hemos acostumbrado desde niños a echar nuestras culpas en los otros, siempre es posible encontrar a alguien que consideremos peor. Entre los hombres, con quienes somos parecidos, esto funciona bastante bien; pero con Dios es diferente ya que él conoce todo, hasta nuestros pensamientos. Creo firmemente que nos hemos acostumbrado a pensar al Señor a nuestra medida, con nuestras mismas miserias y costumbres. Sabemos que Dios es una persona, por lo tanto piensa, razona, tiene sentimientos, puede armar argumentaciones ante cada situación, igual que nosotros. En realidad, nosotros lo hacemos porque fuimos creados a su imagen, conforme a su semejanza. La diferencia es que él es santo, perfecto, no está sujeto al pecado (Éxodo 15:11: "¿Quién como tú entre los dioses, oh Señor? ¿Quién como tú, majestuoso en santidad, temible en las alabanzas, haciendo maravillas?" BA). Nosotros los hombres, nos alejamos de él, caímos en pecado y, si bien él nos restauró en Jesucristo, quien derramó su sangre en la cruz para rescatarnos, vamos caminando por este mundo entre los demás hombres —aquellos que no le conocen—, “acomodándonos” a sus formas y modales, pareciéndonos demasiado a ellos, especialmente cuando emitimos juicios analizando la conducta o el proceder de nuestros hermanos. Sucede lo contrario a lo que espera nuestro Dios. En Hebreos 5:14 el escritor inspirado dice que los adultos tienen los sentidos ejercitados; pero tengo la sensación de que mientras transcurre el tiempo vamos perdiendo la sensibilidad, nos vamos esclerosando (poniéndonos duros), y esto nos hace menos dependientes de Dios, más autosuficientes, más arrogantes.
Alguien que ya se dé cuenta de lo que viene, podría decir: “¿La arrogancia (o soberbia) es un pecado oculto? ¿Acaso no se ve fácilmente?”. Es cierto, se deja ver fácilmente, sobre todo si nos toca sufrirla. Pero parece estar oculta o ser poco perceptible para el que la practica. En el salmo 19, David se considera ante la grandeza de su Dios. Mira el firmamento, tal vez una de esas tantas noches que está en el campo con las ovejas o en un brillante día, mientras camina buscando una fuente de agua o los pastos delicados para su manada. Se siente muy pequeño, o ve a Dios muy grande. Y comienza a reflexionar. La ley es perfecta y restaura, el testimonio es seguro y hace sabio al sencillo; los preceptos son rectos y alegran el corazón, el mandamiento es puro y alumbra, el temor es limpio y permanece, los juicios del Señor son verdaderos, justos, dulces y dan recompensa al guardarlos. Mientras piensa así, su mente está en los cielos y se siente amonestado por los juicios del Señor. Su corazón se acelera, vuelve a pensar su pequeñez, analiza su alma, busca en su corazón y exclama: “¿Quién puede discernir sus propios errores? Absuélveme de los que me son ocultos. Guarda también a tu siervo de pecados de soberbia, que no se enseñoreen de mí. Entonces seré integro” (Salmo19:12-13. BA). La soberbia es contraria, está en el otro extremo de lo que Dios espera de cada uno de nosotros. Pablo escribe a los hermanos de Roma y les dice que nadie tenga un concepto de sí más alto que el que deba tener. Nos pide buen juicio o cordura. Y cuando escribe a los hermanos de Filipos les dice a cada uno que con humildad considere al otro como superior a sí mismo. Cordura, o buen juicio, y humildad son características que debemos mostrar como hijos de Dios. Si pensamos en el precio que Cristo pagó por nuestro rescate y mantenemos la actitud de contemplación de David en el salmo 19, deberíamos caer a los pies de Jesucristo, quien sufrió en la cruz por cada uno, pidiéndole perdón por tantos momentos de altivez, de orgullo, de juicios injustos, de menosprecio. En ese momento deberíamos hacer nuestras las palabras del salmista: “…guarda a tu siervo de pecados de soberbia;… sean gratas las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón…”. Dios nos ayude a ser íntegros y a poder analizarnos para no ser juzgados. Jesús dijo: “Esto os mando: que os améis los unos a los otros” (Juan 15:17. BA). ¿Yo soberbio, Señor?... Analiza, hijo mío, tu corazón para que no tenga que juzgarte. Carlos Primolini (Rosario/Argentina)