Yésica Bopp. “Soy una mujer... que boxea”

10 abr. 2013 - a ser mosca. Tengo que subir un kilo. 800 gramos más, no es demasiado. Voy a estar en desventaja, porque las chicas de esa categoría están ...
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| Miércoles 10 de abril de 2013

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| Miércoles 10 de abril de 2013

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Viaje al otro mundo de la campeona: estudia psicología y defiende su irresistible seducción

Yésica Bopp. “Soy una mujer... que boxea”

madura el KO Osvaldo Príncipi PARA LA NACION

Textos Ariel Ruya | Fotos Oliver Kornblihtt

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as muñecas dormían solas. Sin vida, nadie les hablaba, ni las peinaba ni las vestía. Yésica, La Tuti, según la ocurrencia de su hermano Juan Carlos, prefería correr, saltar, andar en bicicleta. La pequeña traviesa escogía las diabluras varoniles. “Jugaba con mi hermano, era algo machona. Si estaban mis amigas con las muñecas, yo me aburría, me iba con mi hermano y con los amigos a andar en bici. Estar sentada con las muñecas no era para mí, prefería salir, ir a correr, era reinquieta. Adrenalina pura. El boxeo me ayudó a calmar ese vértigo. Y siempre tuve en claro: yo pego, pero a mí no me van a lastimar”, cuenta Yésica, a centímetros de un cuadrilátero que es el rectángulo de su vida. Se desvanece la tarde en Wilde. Arriba del humilde escenario, dos chicas se trompean de lo lindo. Al costado hay recortes de su vida con guantes. Abajo, describe su historia Yésica Yolanda Bopp, 28 años, 48 kilogramos y un cuerpo de un metro 50 vestido de belleza, simpatía y fiereza. La Tuti es boxeadora. Es campeona minimosca. Es... “Soy una mujer que boxea”, se define. Y abre la primera página de un cuento que escribe entre risas y puñetazos. Sin Barbies ni príncipes ni sapos encantados. “Yo pensaba ser veterinaria, tengo tres perros. Otra opción era ser maestra jardinera y ya ves, nada que ver. Es el destino. El boxeo es mi vida, vivo de esto. Me compré mi casa, puedo vivir de lo que hago. Yo sé que esto se termina en algún momento, por eso ahorro para el futuro. Igual, no te creas que las chicas ganamos lo mismo que los hombres. Hay que hacer bien las cosas. Es un ambiente de hombres, lo manejan los hombres”, describe Yésica, minutos después de recorrer el barrio para la producción fotográfica. Devora suspiros, aunque si más de uno supiera quién es, tal vez se guardaría ese piropo indecente. “Voy siempre de shopping, me gusta todo lo que les gusta a las demás. Soy una mujer, nada más que hago boxeo. No es que soy una boxeadora que hace cosas de mujeres, en mi caso no”, separa bien el asunto.

—¿No hay discriminación? —Nunca la sentí. A mí me destacan al decirme: “Sos bonita y encima boxeás bien”. Sí, porque no dejo que me peguen... (risas). Hago mi vida normal después de cada pelea, eso la gente no lo entiende. Boxeo cuando tengo que boxear, no salgo por la calle pegándole a la gente. Me levanto todos los días temprano, hago doble turno, me entreno a full. Y hago otras cosas: ahora empecé a aprender a bailar y me jugué por una carrera, psicología social. Voy a tener la mente ocupada. Además, no tengo pareja, así que nadie me ocupa el tiempo (risas). —Y cuando te crecieron los músculos, ¿no te miraron diferente? —A todos les encanta mi cuerpo, pero yo reniego. Porque tengo desarrollados los brazos y todo eso. Pasa que están los extremos. O ves a la Tigresa o ves a Olivera, que es muy musculosa. Yo estoy en el medio de ellas, me parece. —No sos el prototipo de boxeador. Terminaste la secundaria, estudiás psicología... —Mi familia me bancó de a poco. Siempre me dieron libertad, nunca me presionaron y tampoco quisieron salvarse económicamente conmigo. Y ni siquiera me van a ver, hacen su vida. Por ejemplo, siguen siendo empleados municipales, cada uno en su mundo. Y estudio porque hago trabajos sociales en las escuelas, la Presidenta nos dio una beca para ser madrinas en los colegios y damos clases. Yo soy un referente para los chicos. Hago clínicas, exhibiciones, por eso estudio: para saber cómo tratar a los grupos de chicos. La Tuti es una campeona. Son 24 peleas, 11 por KO. “Ninguna perdida”, se ríe. Dos coronas: la de AMB y la de OMB. El último combate, una paliza a la venezolana Carolina Álvarez, en Concordia, un puñado de semanas atrás. Con minifalda y remera ajustada, se parece más a una tenista. O una chica de barrio. Eso es, en realidad: una chica de barrio. Que tiene su historia, diferente de otras. Con sus padres separados, se crió con Mabel, su mamá, una empleada municipal que les peleaba a las ne-

Así destroza rivales; aquí, en 2008, contra Ana Fernández

cesidades, y un hermano tres años más grande. Siempre le gustó el deporte. En la escuela, el handball y el voleibol la entretenían bastante. Inquieta y atrevida, siempre quería hacer algo. De adolescente empezó a trabajar, porque no quería pedirle un peso a su mamá. Trabajó en la caja de una carnicería. Cuando terminó la escuela secundaria, se divertía como camarera los fines de semana en el Club Náutico Buchardo. Fuego era lo que recorría sus venas. No se quedaba quieta un solo minuto. Indiscreta, de casualidad, un día pisó un añejo gimnasio de Wilde. El mismo en el que ahora cuenta su historia. “Tenía 16 años, estaba aburrida y no sabía qué hacer. Me metí por curiosa, nomás. Yo pensaba: «¿acá no serán todos hombres?». Al principio, a mi vieja no le gustó, no entendía nada. Yo quería hacer un deporte, nunca quise que me peguen. Le decía a mi mamá: «El día que me peguen, yo sola voy a decir que no». A los seis meses, hice la primera exhibición en el barrio y todos decían: «Mirá la Tuti, ya es una campeona» (se ríe otra vez). El cuerpo se me marcó enseguida (muestra sus músculos). Y los chicos me

decían «estás regrosa», disfruta de su relato. Está en su salsa, evidentemente. Vuela con las palabras. “A mí me gustaba pelear y cuando descubrí que también me pagaban, dije «genial, ¡encima te pagan, está buenísimo esto!». Y así seguí, recorrí todo el país y pasaron los años. Aprendí a pegar rápido, lo que tuve que practicar fue a defenderme, para que no me tocaran”, recuerda a aquella niña convertida en mujer. En una campeona. —¿Qué más te gusta hacer? —Viajar. Recorrí todo el país. Me iba con el bolso a pelear, recorría bastante. Y del exterior, me gustaría visitar Roma. —¿Para conocer al Papa? —No, no, quiero ver el Coliseo... La Tuti no lee cuentos de princesas. No sueña con el vestido blanco ni el príncipe azul. Es una dama brava que disfruta el presente. Aunque... “Me gustaría casarme y tener hijos, pero me tienen que bancar. Soy una enana rabiosa (risas). Soy tranquila, pero no es fácil estar conmigo, porque no paro un minuto. El destino dirá, vivo cada día”, advierte, siempre con una sonrisa. Un metro y medio de explosión encantadoramente femenina. ß

“Cambié de categoría porque ya no tengo rivales de mi nivel”

Bella y brava, Bopp es una campeona cuando se pone los guantes y una seductora cuando anda por la vida

^b^b^ Los especialistas dieron su veredicto: entre las minimoscas, no hay con qué darle. Ni una dama brava le hace sombra. Por eso dice... “Cambié de categoría porque ya no tengo rivales de mi nivel. Voy a ser mosca. Tengo que subir un kilo 800 gramos más, no es demasiado. Voy a estar en desventaja, porque las chicas de esa categoría están cinco kilos arriba que yo. Es un desafío. Lo voy a recuperar en velocidad”, cuenta la chica brava. “Nadie me reta, que alguien venga... Hasta que me dé el cuerpo y tenga ganas, voy a seguir. Yo me subí a un tren y nunca paré. Quiero salir campeona de todas las categorías”, reconoce, respaldada en una pared con la pintura carcomida en el tiem-

po. Ya tiene un desafío: la mexicana Jessica Chávez, por el cetro plata de la CMB, en la categoría mosca, un cinturón que está vacante. Será el 1º de junio, en México DF, una suerte de desquite del combate del 7 de marzo de 2009, en Puerto Madryn, cuando La Tuti le dejó su huella (y alguna cicatriz) a Kika Chávez, en un fallo amplio y unánime. “Hay celos en el boxeo femenino. ¡Todas quieren ser como yo! No, mentira [estalla en una carcajada]. En mi ambiente, hay buena onda. En mi caso, son todas boxeadoras y colegas, lo que pasa es que no hay nadie que pelee en mi categoría”, advierte. Entonces, vuela de minimosca a mosca. Apenas dos kilos de diferencia. Y un mundo nuevo.

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Las mujeres no perdieron el tiempo en el ring

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títulos del mundo minimosca tiene Bopp: de la AMB y de la OMB; su récord e invicto impresionan: 24 éxitos, 11 por KO.

casi un cambio de vida Bopp ya piensa como una futura mosca. Además de lo deportivo y lo estratégico, materias que aprende con Delfino Pérez, deberá subir dos kilos, un trabajo que prepara con Emiliano D’Ortensio, su preparador físico.

quel pasmo irritante que manifestábamos en la apertura de los 90, cuando Don King organizaba peleas femeninas a cargo de la norteamericana Cristy Martin, a modo de complemento de los grandes shows de Mike Tyson en Las Vegas, quedó en el camino sepultado por una realidad (local e internacional) que le dio al “sexo débil” un justo lugar en este deporte, a pesar de todos los criterios filosóficos y lógicos, que invitaban a marginarlas de esta disciplina. La aparición de la formoseña Marcela “Tigresa” Acuña, en 1994, causó un efecto admirativo y de gran consumo. Con suceso y descendencia determinante para que el pugilismo femenino se convirtiese en una industria de gestación de buenas y malas campeonas mundiales argentinas, con el paso de los años. La mujer ganó un espacio preponderante en el boxeo nacional en el siglo XXI. Más allá de no gravitar ni poder superar la obra e historia gestada por los hombres en el mundo de los guantes, ellas lograron, en cambio, una atracción e imagen especial que muchos peleadores de primer nivel no pudieron conseguir jamás. El ímpetu de Acuña recuperó los combates clásicos en el Luna Park que los hombres rehusaron efectuar en la última década –y aún se polemiza sobre su duelo con Alejandra Oliveras–, que dio vida al renacimiento de las grandes rivalidades en 2009. Estas boxeadoras fueron, también, las primeras en sacudir el mercado del show en el deporte, cuando abrieron las puertas a distintos atletas para bailar junto a Marcelo Tinelli, en sus ciclos de TV y obtener una popularidad insospechada. Yésica Bopp se eyectó hacia Miami, Puerto Rico y México, para representar a la mujer bonaerense premiada en el exterior por distintas organizaciones. En ese camino, marcó su distinción y afirmó su estampa. Carolina Duer copió los planos de Oscar de la Hoya. Se convirtió en una empresaria rebelde de un sistema promocional miserable, con el fin de ganar el dinero y elevar la reputación que merece todo aquel que luce una corona. Hizo lo que muy pocos hicieron. La salteña Romina Arroyo se convirtió en la referí argentina de mayor demanda para trabajar en el exterior y probablemente Silvana Carsetti tendría derecho a reclamar al libro Guinness de los récords, por su nominación por ser la primera dama que relata boxeo por televisión (Boxeo de primera). Las mujeres no perdieron tiempo al subir a un ring. Cuando tuvieron la oportunidad, demostraron lo que valían. No esperaron ni dilapidaron las ocasiones. No presentaron excusas ni se durmieron en los laureles. ¡Nunca pidieron postergaciones! Esto justifica su permanencia en el ambiente y exhibe las grandes razones que las diferencian de los hombres.ß