Viva el cáncer, paredón y después...

15 ene. 2012 - “¡Viva el cáncer!” Dicen –dice alguien que se define como. “peronista por adopción”– que no vio la inscripción, pero sí el brindis. Que vio.
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ENFOQUES

I

Domingo 15 de enero de 2012

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| Humor |

Riber Hansson / Suecia La carrera nuclear iraní, seguida de cerca por otras potencias nucleares: Estados Unidos, Francia e Israel.

Paresh Nath / The Khaleej Times, de Emiratos Arabes Unidos La controvertida prisión de Guantánamo cumple diez años mientras se apagan las esperanzas de su cierre.

Petar Pismestrovic / Kleine Zeitung, de Austria Merkel, Sarkozy y el resquebrajamiento de la eurozona.

La dos

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| Perspectivas |

| Sin palabras por Amadeo |

| Entre paréntesis |

Paren el país que me quiero bajar

El origen del estereotipo antifrancés

CLAUDIO A. JACQUELIN

LUISA CORRADINI

Llegó el momento de hacer un balance. ¿De 2011? ¿No será ya demasiado tarde? Nooo, queridos lectores, es tiempo y obligación de hacer un balance, pero de lo que va de 2012 y de los últimos 15 días del año pasado. Tanta vorágine demanda un recreo y apropiarse de aquella genial frasesúplica de Mafalda: “Paren el mundo que me quiero bajar”. No sólo hubo demasiadas cosas conmocionantes sino, sobre todo, inexplicables, esotéricas, bizarras. Como si el mundo Tinelli hubiera saltado de la pantalla y se adueñara de la realidad política. Todo empezó con la muerte de Iván Heyn, el funcionario, economista y militante de la épica kirchnerista. En una cumbre internacional, en el mismo hotel de la Presidenta y mientras ella arengaba a sus pares a blindarse contra las calamidades de los decadentes países centrales, Heyn era hallado asfixiado y desnudo, muerto por mano propia. Sólo fue empezar. Después llegó el asesinato de un gobernador dentro de una enrejada habitación que de lo único que no lo protegía era de su enemiga íntima, con la que compartía la cama matrimonial. En el medio desapareció y apareció un intendente y siguió la indetenible ola de casos de víctimas de la violencia de género y doméstica. Pero aún faltaba lo más conmovedor: el anuncio oficial de que la Presidenta tenía cáncer y la (increíble, milagrosa, aliviadora… ponga el calificativo que prefiera) noticia de que, al final, Cristina no tiene cáncer. Difícil mantener el ritmo, pero la Argentina se las rebusca para sostener la sucesión de episodios originales. Al alivio inicial por la buena noticia sobre la salud de la Presidenta le siguió la inquietud popular por el diagnóstico errado y la polémica médico-política-mediática por la actuación de los galenos, por el manejo de la información que hizo el Gobierno y por el silencio oficial sobre la convalecencia presidencial. Como en el mundo Tinelli, no faltaron los escándalos menores. Y apareció en escena el más notorio miembro del jurado oficialista admitiendo que posee un anillo de brillantes de un cuarto de millón de dólares y justificando la compra en la venta de regalos que le habían hecho generosos amigos sobre los que mantuvo el más estricto secreto de sumario. Y dos días después se supo que en su juzgado recayó una denuncia contra un supuesto proxeneta internacional, que fue o es de su estrecha amistad, que, además, tendría un socio o empleado que es amigo o conocido y aparece en fotos con Mauricio Macri, a quien el juez del anillo tiene entre las cuerdas de su juzgado. Si después de esto no le dan ganas de sumarse a Mafalda y pedir que, paren el país que nos queremos bajar un rato, su tolerancia a las sorpresas argentinas es admirable. Aunque podemos recordarle que, en medio de tanta cosa increíble, una sequía histórica hacía estragos en cultivos y en expectativas de los guardianes de las arcas públicas, que la producción industrial se resiente por los controles de Moreno, que el ajuste ya llegó... Y esto recién empieza. Pero a no desesperar, la Argentina siempre promete finales felices. ¿O no?

PARIS Una serie de libros publicados recientemente en EE.UU. pone el acento en la histórica mirada de desconfianza que los estadounidenses depositan en los franceses desde hace más de un siglo. Tantos prejuicios antifranceses obligan a preguntarse la razón y el origen de esa percepción negativa de parte de una nación que, en general, suele ser pasablemente tolerante con la mayoría de los pueblos del mundo. A juicio de un amigo norteamericano, esos prejuicios nacieron en Gran Bretaña, que pasó siglos combatiendo a su rival del otro lado de la Mancha. “Hoy, cuando mis compatriotas se refieren a Francia para criticar a un rival político, explotan toda una gama de estereotipos entre los cuales muchos están completamente perimidos y otros eran injustos desde el comienzo”, me asegura John. No obstante, pareciera que esos puntos de vista siguen siendo inquebrantables. Analizando todas esas críticas recurrentes y seculares, conseguí hacer un breve resumen. Los franceses son afeminados y cobardes. Los estadounidenses heredaron el cliché de sus ancestros británicos. A fines del siglo XVI, un inglés ridiculizaba la lengua francesa calificándola de “delicada pero definitivamente encantadora, como una mujer que apenas osa entreabrir sus labios por miedo a arruinar su maquillaje”. Esa caricatura, que ganó vigor en la Segunda Guerra Mundial después de que el ejército alemán arrasó la línea Maginot e invadió París en pocas semanas, se reactivó cuando el presidente Jacques Chirac se opuso a la invasión de Irak en 2003. Los franceses son corruptos y carecen de idealismo. Los norteamericanos están tan convencidos de eso que son capaces de creer los mitos más extravagantes. Los partidarios de la invasión de Irak en 2003 utilizaron mucho esa percepción. Incluso sugirieron que Saddam Hussein había comprado a Chirac con promesas de entregarle el petróleo del país. Los franceses son demasiado teóricos. Una vieja broma circula en Washington, sobre un comité internacional que observa el funcionamiento de una nueva invención. Mientras la asistencia se muestra impresionada, un representante francés se inquieta: “Es evidente que la cosa funciona desde un punto de vista práctico, pero ¿funcionará realmente en teoría?”. Francia es elitista. La imagen de una elite dirigente esnob está asociada sobre todo a la de María Antonieta durante la Revolución Francesa, cuando sugirió que los pobres “a falta de pan, no tienen más que comer brioche”. Hoy, cuando los políticos norteamericanos acusan a sus opositores de simpatías francesas, se trata de una forma indirecta de calificarlos de elitistas. Francia es colectivista y no respeta las libertades. Una enorme distancia separa el ideal estadounidense de “vida, libertad y obtención de la felicidad” y la divisa francesa de “libertad, igualdad, fraternidad”. El proyecto francés puso siempre el acento en la unidad y en una cultura política, social y económica coherente. Muchas veces, cuando los estadounidenses tildan a una propuesta de “ser francesa”, es una forma de calificarla de socialista, lo que para un norteamericano raya peligrosamente con el comunismo.

LA NACION

CORRESPONSAL EN FRANCIA

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| Apuntes |

Viva el cáncer, paredón y después... FERNANDA SANDEZ PARA LA NACION

Dicen –dicen sobre todo las señoras paquetas que circulaban por aquella zona, en aquellos días– que el grafiti existió. Que ellas lo vieron. Que cruzaba, como un latigazo, uno de los laterales de la quinta llamada “de los leones”, por entonces residencia presidencial. Ahí donde reinó y murió Evita, y donde a una pared le brotó un hongo de doce letras. “¡Viva el cáncer!” Dicen –dice alguien que se define como “peronista por adopción”– que no vio la inscripción, pero sí el brindis. Que vio cómo en la casa de su abuela, tras la noticia, se abrió un champagne y se brindó. Chin-chin. Dice –dijo, y sigue diciendo María Elena Walsh en su poema “Eva”– lo que siguió a eso: “Y el amor y el dolor eran de veras, gimiendo en el cordón de la vereda”. Dijo alguien en Facebook: “Fuerza, Presidenta”. Allá, Eva y aquí, Cristina. Comparten el poder, el sexo y un diagnóstico. Pero allá hubo silencio (la enfermedad de Evita fue secreto de Estado) y aquí palabras. Demasiadas, tal vez. En cuestión de horas,

nos hicimos expertos. Punción, carcinoma, neoplasia. Y, de nuevo, la incómoda certeza de estar mirando sólo en blanco y negro. Como antes. Como siempre. La noche en la que se aprobó la ley antiterrorista, medio país moqueaba ante Piquín y Noelia, finalistas del “Bailando 2011”. La semana en la que la salud presidencial fue tapa también pasaron cosas. Pasó Famatina. Pasó un pueblo alzado contra la minería a cielo abierto y futuro cerrado. Pasó –rapidísimo– la noticia de que Los Sauces S.A. acababa de comprar un piso de 9 millones de pesos en Puerto Madero. Pasó y siguió pasando tanto más. Pero nada tan hipnótico como un cáncer en la Rosada. Por primera vez, no hubo “relato” ni “sensación de”: fue diagnóstico explícito. Después, el enroque de carcinoma por papiloma y lo previsible: la alegría de unos y el enojo de otros ante el tendencioso manejo de la información médica, primero, y la grosera utilización del tema, después. Pero también lo imprevisible. Lo bestial: muchos, no bien supieron que la Presidenta estaba sana, actuaron como quien pide la devolución de su entrada cuando el final de la película lo defraudó. Puede que la pasión K por

revivir el núcleo duro de la mitología peronista tenga bastante que ver en todo esto. No, desde luego que Cristina no es Ella y que el “aguante” frente al Hospital Austral nada tuvo que ver con los rezos empapados del 52. Es más bien aquello de la historia y sus dos versiones: tragedia primero, comedia después. Como sea, muchos fantasmas supuestamente enterrados siguen aquí. En cincuenta años, en el mismo lugar. La misma crispación, y “para el enemigo, ni justicia”, sólo que a la inversa. Después de todo, vivar el cáncer desde un paredón no es tan distinto de protestar por su ausencia. Y es que el universo maniqueo tiene esas cosas: revive a los muertos y mata lo vivo, empezando por aquello que duda, se rebela o pregunta. En el número 43 de sus Caprichos, Goya dibuja a un dormido, soñando espantos. “El sueño de la razón engendra monstruos”, anota al pie. La inocultable decepción de algunos frente al cáncer presidencial que no fue recuerda a eso. Nos dice de lo pobre que se ha vuelto todo últimamente. De lo que –tarde o temprano– produce una realidad partida al medio. De lo que engendra vivir convocando fantasmas.

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