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“Trabajo un poco más lento que antes, pero solo. No me gusta tener ayudantes porque para mí el placer es hacer las cosas. Uno tiene que transmitir su emoción en lo que hace.”
JUANA GHERSA
grantes del movimiento concreto también se opusieron, como buen grupo de vanguardia, a sus maestros, con el objetivo de lograr “la evolución dialéctica de la obra de arte”. Por ejemplo, al realismo de Antonio Berni (que fue profesor de Melé en la Escuela de Bellas Artes, al igual que Spilimbergo) y al humanismo de Raquel Forner. En estos días, la galería Van Eyck presenta una muestra que reúne 25 obras de los últimos 20 años de la producción de Melé, que encuentra una muy buena síntesis en palabras del curador de la exhibición, J. M. Taverna Irigoyen: “Más allá de una continuidad fervorosa, intensa, importan en él la fidelidad a un ideario estético llevado a la obra sin desvirtuaciones espúreas, con esa madurez que sólo alcanzan, en su medida, los ‘clásicos’ de una corriente”. Las Invenciones, los Relieves de los años 90, la serie Negra y las esculturas que se ven en la exposición posibilitan una experiencia estética que requiere en igual proporción un acercamiento racional y perceptivo. El Relieve n° 827 (2002), de madera policromada, visto de frente ofrece formas poligonales blancas y reflejos de colores que, como tenues luces, buscan emerger de los surcos que separan las figuras. Si se mira el cuadro desde otro ángulo, se reconocen los bordes coloridos de las figuras y se descubren
adnMELÉ Nació en Buenos Aires, el 15 de octubre de 1923. Integró las vanguardias argentinas de los años 40, el grupo Asociación Arte Concreto Invención y la Asociación Arte Nuevo. Vivió en Francia y en Nueva York; hoy reside en Buenos Aires y París
concavidades y convexidades. “Muchos toman estas líneas como algo frío, que no es sensual ni sensible, pero para mí es todo lo contrario”, dice el artista. En el Relieve n° 961 (2009), si se quitara la fina varilla anaranjada del extremo superior derecho, la obra sería otra. “La forma y el color tienen que tener una compensación, estar unidas. En mis trabajos no podría cambiar nada de lugar porque perdería el equilibrio.” En 1930, el artista holandés Theo van Doesburg había publicado en París, en el único número de la revista Art Concret, un manifiesto de seis puntos que sentó las bases teóricas del arte concreto. En 1948, Melé viajó a Francia con una beca del gobierno francés y allí conoció a varios de los referentes de las principales vanguardias europeas de la primera mitad del siglo XX vinculados con los constructivismos como la Bauhaus, De Stijl y el constructivismo ruso. “Conversé mucho con Pevsner y Vantongerloo, y se quedaban asombrados al ver lo que estábamos haciendo. Vantongerloo me decía: ‘Es extraordinario que ustedes allá, tan lejos, puedan hacer estas cosas’. Además, nosotros habíamos sumado al arte concreto elementos como el marco recortado, el coplanar, que ellos no conocían.” Melé, que tiene la humildad de los grandes, sigue trabajando todos los días. “Aunque un poco más lento que antes –aclara–, trabajo solo. No me gusta tener ayudantes porque para mí el placer es hacer las cosas.” Cortar una madera, pegarla, todo es un placer para el artista, que considera que ninguna otra persona podría hacer la obra como él “porque uno tiene que transmitir su emoción en lo que hace”. Se ha mantenido fiel al arte concreto, a pesar de que la sociedad ha cambiado. “Mi obra fue teniendo cambios pero no contradictorios, sino siguiendo una línea, buscando e investigando nuevas posibilidades de la forma.” En cuanto a si piensa que el arte concreto todavía está adelantado en el tiempo, Melé responde: “En cierta medida sí, pero ya se va integrando a la sociedad. Nosotros decíamos que nuestro arte iba a formar parte de un estilo de vida que nos iba a rodear y eso es lo que se observa hoy en los diseños de muebles, de ropa, de envases, todos dentro de una línea geométrica, lo que está acostumbrando al público a esta forma de ver.” Parece que la sociedad finalmente los entendió. “Sí”, contesta, satisfecho. © LA NACION
PAULA OTEGUI. Presentó sus últimos trabajos en Praxis
VISITA GUIADA Un recorrido por las muestras de Paula Otegui, Félix Eleazar Rodríguez y Fernando Goin POR DELFINA HELGUERA Para La Nacion - Buenos Aires, 2009
P
aula Otegui (1974, Buenos Aires) acaba de presentar sus últimos trabajos en la galería Praxis, en una muestra titulada Campos de batalla. La batalla a la que alude el título es figurada; sus telas son el escenario en donde la artista se expande y crea un mundo propio en constante tensión. Pinceladas gestuales, trazos, líneas, manchas y círculos conviven entre el orden y el caos, lo abstracto y lo figurativo, la mancha y el dibujo minucioso, el negro y el blanco. Otegui oscila entre los opuestos y deja que el espectador se pierda y juegue a descubrir lo oculto. Son paisajes imaginarios con palmeras, cascadas, flores y ramas atiborradas, que contrastan con grandes espacios en donde unos personajes escondidos entre la maraña ponen su cuota de humanidad y nos acercan como espectadores. En este caso utiliza el “negativo”, es decir que cubre la tela de negro y pinta en blanco, y le hace guiños a la pintura china y japonesa, al animé, a artistas que admira, a los dibujos animados. Y el conjunto es como un jardín-mundo en donde Otegui se refugia y a la vez demuestra, en un rapto barroco, lo que es capaz de hacer. A pocas cuadras de allí, Félix Eleazar Rodríguez (1955, Buenos Aires) expone en Maggio Boutique, un espacio en la calle Arenales que la empresa reserva para muestras. Félix es un enamorado de los paisajes industriales, amor que comparte con una extensa tradición de artistas del siglo XX. Dibuja con carbonilla grandes galpones, puentes, estaciones de ferro-
carril y edificios que se vuelven más amables con sus trazos. Su formación de arquitecto y el ojo de artista dan como resultado estas escenas en las que predomina el negro. Hay una ausencia deliberada en sus cuadros: en ellos no hay hombres. Muchas veces elige zonas degradadas, depósitos en desuso, grandes estructuras abandonadas que mantienen su dignidad y evocan glorias pasadas. Presenta también unas tintas que trabaja como acuarelas, en donde explora la naturaleza, el vaivén del agua, un árbol, un cielo con nubes. Fernando Goin (1968, Buenos Aires) es un gran dibujante. Presentó en la galería Matilde Bensignor sus últimas creaciones, la mayoría en pintura roja sobre tela vinílica verde, con escenas que provienen de fotogramas del cine o de épocas pasadas con una estética retro. Es el tiempo suspendido en un instante. La imagen del hombre que está cayendo es la más emblemática. Nos devuelve a la memoria escenas de las series de los años 60 y 70 y de las películas italianas de posguerra. Hay una marcada influencia de la fotografía en el tratamiento de la imagen, sobre todo de aquellos fotógrafos que comenzaron a registrar lo que pasaba en la calle y a la gente común. Y hay algo de nostálgico que refiere a la ilustración americana de las décadas de 1940 y 1950. © LA NACION
FICHA. Paula Otegui en Praxis (Arenales 1311), Félix Eleazar Rodríguez en Maggio Boutique (Arenales 1390) y Fernando Goin en Matilde Bensignor (Teniente B Matienzo 2460, PB 1).
Sábado 26 de septiembre de 2009 | adn | 25